Libros y alpargatas
Cazadores de luces y de sombras, Laura Giussani Constenla, Edhasa, 2007

Fragmento del libro:
Fue Vietnam en mayo, y en mayo fue París, y hubo otro mayo un año después, mayo en el sur, mes tumultuoso y seductor, sol pleno, aire fresco, tiempo de siembras; otoño de tibios días y fuertes aguaceros, grises plomizos o cielos azules, mes de contrastes y transiciones. Primero fue un nombre, Juan José Cabral, que estalló en todo el país. Pintadas en los muros, agitación en los claustros, lágrimas en las esquinas.
El 15 de mayo del 69 una manifestación estudiantil que marchaba por las calles de Corrientes en contra de la privatización del comedor universitario fue reprimida con ferocidad. Ametrallaron a mansalva, las balas cayeron sobre una multitud de estudiantes indefensos. Dos de ellos recibieron balazos en los brazos y uno en la cabeza. Un día después Cabral, el del tiro en la cabeza, moría. Los jóvenes del país, en el norte o en el sur, supieron que esa bala estaba destinada a ellos. Muerto en medio de un tumulto, de manera casual, Juan José Cabral se convirtió en estandarte; tomaron su vida y la echaron a andar, con potencia, sin límites. Asambleas espontáneas, discusiones, debates, acción. El país se estremecía por una muerte absurda, excesiva, incomprensible. ¿El comedor universitario valía una vida? En Resistencia, los estudiantes secundarios proclamaban en asambleas la toma de todos los colegios. Un rector llamó a la policía y en quince minutos se montó la escena que habría de tornarse habitual en toda manifestación: balas, gases, tanques, metralla de un lado, contra palos y hondas del otro.
En cada pueblo, en cada ciudad, fábrica, escuela o universidad, surgían improvisados combatientes de la sublevación. Ya no importaba cómo había empezado, ahora el objetivo era uno solo: fuera la dictadura. Por entonces gobernaba un general, Juan Carlos Onganía, hombrecito curioso, de aspecto caricaturesco, émulo de Francisco Franco, con quien compartía no sólo ideología sino un enanismo intelectual únicamente comparable con sus estaturas. Había asumido el gobierno en el 66 después de un golpe militar y tenía intención de mantenerse por veinte años en el poder. Al menos así lo afirmaba entre resonantes fanfarrias cada vez que se presentaba la ocasión. A la sombra de sus certezas, crecían diversos movimientos, embriones armados dispuestos a erosionar el poder.
La muerte de Juan José Cabral encendió la mecha. Los estudiantes cordobeses estaban atrincherados en el Barrio Clínicas, barrio universitario donde realizaban asambleas casi permanentes con la intención de unir su lucha a la de los obreros metalúrgicos que estaban en conflicto, también por una reivindicación puntual, la pretensión del gobierno de terminar con una conquista gremial: el sábado inglés.
El mismo día en que Cabral moría, en Córdoba la ciudad era patrullada por fuerzas militares, fusiles a la vista, infantería en las esquinas, para evitar que los obreros marcharan por la ciudad. Del otro lado del puente los estudiantes del Barrio Clínicas intentaban unirse a ellos y enfrentaban, una vez más, balas, gases, palos, detenciones. Con el correr de los días terminaron por olvidar la causa de todo, el sábado inglés, para dejar en primer plano un solo grito: abajo la dictadura.

El periódico de la CGT de los Argentinos había nacido un año atrás. Dirigido por Ongaro y Walsh, así cubrían el Cordobazo
En Rosario los estudiantes también hacían suyas las calles. A pesar del toque de queda, el estado de emergencia y cuanta denominación se le quisiera dar a la prohibición de asomar las narices, diez mil personas marcharon por el centro de la ciudad. Gases, palos, balas. En desbandada corrieron los manifestantes en busca de reparo. Fue en una de las principales galerías comerciales de la ciudad donde la policía emboscó a un grupo y un oficial le pegó un tiro en la cabeza a Alberto Ramón Bello, estudiante de Ciencias Económicas de veintitrés años. Un nuevo nombre se sumaba al de Cabral. Ahora eran Cabral y Bello. Nombres que resonaban y provocaban cataclismos, indignación, repudio. La violencia policial era algo cotidiano, cualquier recital del recién nacido rock nacional era una ocasión para sufrir la humillación de la violencia. Corridas, fugas, detenciones, gases, infantería. Palo y palo.
El tiro certero contra Bello provocó otra estampida.
En Córdoba rumor corrió de boca en boca. Sin convocatorias una multitud se arrimó simbólicamente a la esquina en la que años antes habían asesinado a otro estudiante: Santiago Pampillón. Gases, palos, balas, corridas, hondazos, detenciones. Muertos sobre muertos, quién sabe cuándo había comenzado todo.
Día a día la organización de los manifestantes crecía; ya sabían lo que les esperaba así que se preparaban para resistir de manera más eficaz. Con naturalidad entraban a formar parte de las prácticas y del vocabulario palabras como: miguelitos, ácido sulfúrico, clorato de potasio, barras de azufre, ravioles, molotov.
En Córdoba los obreros metalúrgicos, liderados por Agustín Tosco y Elpidio Torres, estaban decididos a hacerse oír. Las dos centrales obreras, la CGT y la CGTA, llamaban a un paro general con movilización para el 29 de mayo.
El primer medio nacional en llegar a la ciudad fue Canal 13 con “Telenoche”. Allí enviaron nuevamente a su conductor estrella, Andrés Percivale. Cara de ángel y sonrisa bien dispuesta, Andrés desembarcó en una ciudad sitiada. Calles desiertas por las que sólo pasaban las patrullas policiales, armas a la vista. Los comercios que se animaron a abrir aquella mañana cerraron sus persianas apenas escucharon el silencio atronador que presagiaba la tempestad. No había transportes, apenas algunas motos que merodeaban por ahí sin rumbo fijo. El gobernador había dispuesto un cordón alrededor del centro; en los puntos estratégicos, como los puentes de La Cañada, estaban apostados los caballos de la infantería, carros y tropas. Un dispositivo similar cortaba el paso hacia la zona industrial por donde debían arribar las columnas obreras.
En silencio, los vecinos asistían detrás de sus ventanas al curioso espectáculo de la ciudad donde pequeños grupos de no más de tres personas deambulaban a la espera de alguna señal que indicara el inicio de la acción; se entrecruzaban en las esquinas, intercambiaban información y continuaban su recorrido.
Dos eran los lugares principales adonde Percivale debía dirigir sus cámaras: el Barrio Clínicas y la planta generadora de Villa Rebol, donde Agustín Tosco estaba pronto a partir con su overol obrero y botas de trabajo. A la entrada del barrio universitario un cartel anunciaba: “Barrio Clínicas, territorio liberado de América”. Por sus calles el movimiento era continuo. Desde temprano se dieron cita diversos grupos con carteles enrollados y mochilas al hombro que portaban todo lo necesario para resistir: piedras, hondas, palos, nafta, botellas, pañuelos, limón. Comenzaron a avanzar hacia el centro antes de la hora establecida, eran varias columnas dispuestas a sobrepasar las fuerzas de seguridad que estaban apostadas en los alrededores de los puentes. La primera granada de gas lacrimógeno provocó la reacción. Algunos las tomaban antes de que explotaran y las devolvían con fuerza contra las líneas policiales. Otros se dispersaban o buscaban reparo en los edificios, mientras los más audaces resistían con hondas y piedras. Empezaron las barricadas, cayeron árboles, carteles, tachos de basura y autos, se encendieron fogatas, aparecieron las molotov. Percivale se encontró de pronto en medio del fuego cruzado y corrió hacia algún zaguán para salir de la línea de fuego. Ya no sólo eran gases, sino balas y metrallas que repiqueteaban a su lado. Estallaban vidrios, el humo hacía difícil entender qué estaba ocurriendo, desde las terrazas caían macetas, vasos, piedras; griterío de órdenes improvisadas, la multitud se desconcentraba por momentos pero volvía al rato con más fuerza.
De inmediato partieron periodistas de los diversos medios de la Capital para registrar en primera persona la insurrección popular cordobesa. Hacia allí fue también Enrique Walker, enviado por la revista Gente. Horas duró la resistencia en los distintos puntos de acceso a la ciudad. Miguelitos, rulemanes, palos y molotov contra tanques, fusiles fal y granadas.
Los obreros marchaban con Tosco a la cabeza y un gran cartel que decía “Paro Activo”. Finalmente lograron romper el cordón policial y avanzaron hacia el centro; a su paso cortaban el camino con árboles o autos dados vuelta e incendiados. En uno de los enfrentamientos un obrero de la Ika recibió un disparo en la cabeza. Si hacía falta otra chispa, ésta sumaba al fuego. Con aerosol pintaban en las paredes: “Soldado, no mates a tu hermano”. Fue toda una jornada de resistencia hasta que la policía quedó sin gases ni proyectiles. La ciudad había sido ocupada por la población insurgente.
Los muros en Córdoba no hablaban de imaginación ni de surrealismo, no había espacio para la poesía: “Abajo la dictadura”, “Perón vuelve”, “Diez, cien, mil Vietnam”, “Milicos asesinos”, “Cabral presente”, “Perón o muerte”, “Obreros y estudiantes unidos y adelante”.
Córdoba ardía, literalmente. Fogatas en cada esquina alimentadas por eufóricos vecinos, universitarios, metalúrgicos, profesionales, albañiles, comerciantes, bicicleteros, maestros, verduleros, todos actuaban como si supieran hacia dónde iban, no había lugar para el titubeo. Convertidos en soldados de una tropa inexistente, daban muestras de saber comportarse en una situación hasta entonces inimaginable; como si hubiera un mandato, iban al frente. Nadie tenía certeza alguna sobre cuál sería el fin.
Al anochecer, atemorizada por el caos provocado, la CGT decidió que se habían cumplido los objetivos y levantó el paro, mientras el gobierno anunciaba que crearía consejos de guerra y a las cinco de la tarde el ejército entraría en Córdoba. Los obreros de Luz y Fuerza bloquearon los accesos a la ciudad para impedir que entraran los tanques. Más barricadas, postes, carteles, autos, basura y gomas. De manera imprevista eran los dueños de la ciudad, tomaban el Ministerio de Obras Públicas y saqueaban algunas armerías.
Mientras, los aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaban, los tanques entraban a Córdoba a pesar de las barricadas. Los manifestantes se replegaron al Barrio Clínicas o subieron a los techos de los edificios. A las ocho la ciudad quedó a oscuras… no era difícil para los obreros de Luz y Fuerza boicotear el servicio eléctrico. Desde las azoteas más altas se podían ver las fogatas que iluminaban los distintos barrios. Los tanques recorrían las calles y las molotov seguían cayendo sobre ellos. La imagen era la de una población resistiendo al invasor.
Enrique Walker tomaba nota en una libreta de todo lo que veía: francotiradores paramilitares, vecinos inofensivos convertidos en resistentes, dirigentes gremiales que con voz mesurada y cálida tonada cordobesa le explicaban las razones del descontento. Exigimos que se respete la voluntad del pueblo, exigimos que el gobierno sea elegido por las mayorías, sin persecuciones para con las ideas y doctrinas de ningún argentino; exigimos aumento de salarios; que se defienda nuestro patrimonio nacional saqueado por monopolios extranjeros. Exigimos creación de nuevas fuentes de trabajo, la reincorporación de los cesantes y el levantamiento de las sanciones por haber hecho uso del derecho constitucional de huelga. Exigimos una universidad abierta a las posibilidades de los hijos de los trabajadores y consustanciada con los intereses del país.
Continuaba garabateando en su libreta todo lo que veía y oía mientras le ordenaba al fotógrafo que retratara a los militares que apuntaban a la cabeza de civiles desarmados. La radio informaba que había orden de tirar a matar; en silencio y a oscuras, escondidos en pensiones y departamentos, los manifestantes escuchaban las novedades y se preguntaban qué hacer.
El 30 de mayo el ejército entró a la sede de Luz y Fuerza y detuvo a sus dirigentes, entre ellos, Agustín Tosco, Atilio López y Elpidio Torres. Poco a poco el gobierno controlaba la situación: lograba entrar al mismo Barrio Clínicas, desarmaba barricadas y se llevaba presos a los más sospechosos. La resistencia duró hasta la noche del 30 de mayo. En el medio quedó un tendal de decenas de muertos, ya sin nombre ni cifras precisas.
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Fue el fin de Onganía, el pequeño dictador que quiso perpetuarse como el generalísimo Franco. Vinieron otros generales. Hubo que soportar cuatro años más hasta que finalmente -en otro mayo- asumiera un gobierno votado por el pueblo.
Pero esa ya es otra historia. O no.

Lecturas Recomendadas
Lecturas recomendadas/ “Buscar una salida donde no la hay”, de Diego Sztulwark

Anticipo del último libro del filosofo Diego Sztulwark que se presentará el jueves 31 de julio, a las 19:30 en Jean Jaurés 347 de CABA. Estarán presentes, además del autor, Liliana Herrero, Julián Axat y Tomás Schuliaquer.
Los ensayos que conforman este libro buscan orientación en donde no la hay. Spinozistas, pretenden recobrar la creencia en los cuerpos y afrontar la dificultad de reunir las propias fuerzas dispersas, resistiendo a la corrosión del lenguaje y la descomposición política. Afrontar la impotencia generalizada apelando a la fuerza de existir. Se esfuerzan por describir en voz alta los términos de una trampa. Sin ese poder de búsqueda, decía Ernst Bloch, no hay como “traspasar” verdaderamente el estado presente de las cosas y dar su “concepto combativo” a un nuevo posible.
El militante bolchevique Victor Serge reconoció el peso que tuvo en su formación cierto sentimiento de extrañeza hostil hacia quienes logran instalarse en el mundo con comodidad. Experimentaba una “imposibilidad de evasión” que lo empujaba a luchar, kafkianamente, por una “evasión imposible”. Creer en los cuerpos supone introducir el absurdo –porque la vida excede la teoría–, asumir la adversidad –no hay armonía preestablecida–, así como dotarse de una subjetividad frente los poderes espectrales que enmudecen la potencia y la aprisionan.
Buscar orientación supone, en este caso, situarse en el laberinto en el cual la sensibilidad y la dignidad de las cosas –humanas y no humanas– resultan recubiertas por una imperceptible película fantasmagórica que las lleva a moverse según las leyes del discurso económico. La trampa, espectáculo y desecación, concierne al gobierno de la producción de las riquezas que acude cada vez más a migraciones forzadas, comandos algorítmicos y patentamientos de los bienes comunes; a murallas, deportaciones y extractivismos; a masacres, limpiezas étnicas y a la amenaza del poder nuclear. Fetichismos y despojos.
El laberinto y la trampa configuran una situación política caracterizada por el antagonismo con las fuerzas capaces de poner en marcha prácticas reparadoras. La agresión a toda mediación pública vinculada a la reproducción social, el vaciamiento de las instancias comunes y la verticalización del mando en la producción inducen un colapso de la cooperación social y un devenir fascista del mundo de la vida. La ascendente extrema derecha no es sino una puesta en escena torpe y atolondrada de una pseudo-revolución que se regodea en la catástrofe (regodeo desafiado en varias partes del mundo, sin que esos desafíos se propongan necesariamente proyectos emancipadores).
Al momento de redactar estas líneas no es posible eludir la palabra “fascismo”, que aquí nos ocupa como deriva inmanente de un neoliberalismo en crisis. No como retorno o copia de un fascismo de otro tiempo, sino como impotencia programada entre quienes odian a la explotación y la miseria de un capitalismo exasperado y decadente. Con el objetivo de despejar dudas se puede acomodar el nombre: neofascismo, fascismo postmoderno o fascismo 2.0. Lo que no se puede es restar gravedad a un proceso políticamente organizado de demolición de las capacidades perceptivas que permiten realizar lecturas –individuales y colectivas– de lo que nos ocurre.
Más que un partido político o una formación bélica del siglo XX, lo fascista actual es un poder aceleracionista de los capitales y belicoso de los Estados, cuyo efecto es la inhibición de dimensiones de la sensibilidad sobre las que se organizaron en el pasado los contrapoderes y las respuestas colectivas. Fascistización es desertificación naturalizada y esterilización de la creencia en los cuerpos como instancia de comprensión crítica y de creación de estrategias sociales. Es endurecimiento en bloque de cualquier devenir, de cualquier verdadera ironía. Es corrupción de las palabras que podrían ayudarnos a desplegar una defensa efectiva.Más que un partido político o una formación bélica, lo fascista actual es un poder de inhibición de dimensiones de la sensibilidad sobre las que se organizaron en el pasado los contrapoderes y las respuestas colectivas.
héroe de la sensibilidad
Kafka como estratega. La esperanza para él es pequeña y absurda, pero el héroe no renuncia a ella. No se deja amedrentar por su falta de comprensión de lo que le sucede. Por el contrario, busca reunir la desesperación de una vida que se sabe entrampada con una práctica de lectura de los signos ambiguos que organizan confusamente la situación. Los de Kafka fueron los años de juventud de la guerra europea, de la revolución y del fascismo. Entre estruendos, el escritor se volvió un solvente abogado defensor de la creencia en las cosas sensibles. Sus diarios y sus cartas, textos privados (íntimos) son medios para descubrir el cuerpo como fuente de significaciones. Su obra es un compendio de ejercicios de micropolítica: una analítica de las fuerzas que constituyen la existencia –la técnica, la burocracia, la guerra, el amor, el matrimonio, la paternidad, la familia, la religión, el trabajo–, realizada bajo la premisa de la no separación entre afecto y lenguaje. Llamó literatura a esa incesante evaluación, y suscitó en el lector una actitud suspicaz. En Kafka la potencia no es nunca dada de antemano: brota de la imposibilidad. Como estratega fue un hombre político.
Leer a Kafka desde la Argentina actual es algo que se me impuso como una necesidad. Leer la Argentina actual desde Kafka fue el resultado de un rodeo, de una reflexión nunca del todo solitaria, casi siempre cotejada en grupos. Kafka fue, en estos años, un recurso para impedir que la tristeza política aplaste energías existenciales. David Viñas dijo entre risas que la K de Kafka ofrecía posibilidades críticas, modos de compromiso no oficialistas. Siguiendo esa indicación, la lectura afronta los motivos de la espera y la condena, del sujeto ante la ley y de la inscripción maquinal de la letra en el cuerpo como tormento, sobre la esterilidad de las retóricas y voluntarismos, sobre los modos de conocer propios del extranjero y de quien migra, en una rigurosa y por momentos desopilante puesta a prueba de gestos y palabras. Como dijo Camus, lo asombroso en Kafka es la falta de asombro de sus personajes ante el absurdo.
El héroe que actúa sobre fondo de lo popular disperso no se sumerge en la melancolía ni se paraliza por la ausencia de entusiasmo revolucionario. Se rebela ante la conjugación de la potencia en tiempo pasado. Es cierto que carece de la fuerza necesaria para transformar la situación injusta y opresiva contra la que se rebela. Que no dispone de súper poderes (no es un superhéroe). Si asume el riesgo de agitar un conflicto cuyas derivas no sabe prever, es porque sabe que no hay más salida que suscitar una lucidez y unas fuerzas que sólo pueden provenir del medio natural y social que habita. Lo heroico es, pues, la decisión de movilizar nuevos afectos, en sentido opuesto y más fuerte al que nos detiene. El militante es un ser entre potencias pasadas y futuras.El héroe que actúa sobre fondo de lo popular disperso no se sumerge en la melancolía ni se paraliza por la ausencia de entusiasmo revolucionario. Se rebela ante la conjugación de la potencia en tiempo pasado.
la metamorfosis y el temblor
Un diario político de la perplejidad es también una praxis belli. La descomposición de un orden –que abarca un cierto modo de concebir la democracia– viene de lejos. En Argentina la crisis de 2001 fue un aviso y en cierto sentido una oportunidad perdida. Toda descomposición libera materia con la que ensayar nuevas composiciones. Hay, por tanto, un valor creativo en las ruinas y en los restos. Los sujetos de la crisis fueron en su hora leídos como víctimas del neoliberalismo, y no como términos desde los cuales experimentar una recomposición popular posible (un nuevo intento de creer en el mundo). La experiencia política posterior habló de los derechos de esas víctimas, pero se privó de la fuerza que la crisis desde abajo había desatado. La descomposición neoliberal carcomió ese tipo de habla –que muchos llaman hoy progresista, y que en sus formas más caricaturales devino arrogancia prescriptiva– y dio rienda suelta a su propio desparpajo.
Hay todo un modo de agarrarse a categorías para soportar lo que el temblor tiene de refutación política. Hay también un modo de reducir el estupor a lo ocurrido en el país desde el arribo de la ultraderecha al poder. Son formas de eludir el dolor y la desorientación que genera la presunción de que ciertos modos de hacer política, que en el pasado se consideraron garantías de antifascismo puedan haber contribuido –aunque solo fuera por efecto de una subestimación, y todos sabemos que fue más que eso– a la gestación de lo odiado. La indignación sin lucidez combativa se torna complacencia. Por el contrario, lo que tambalea y causa temor, es también aquello que da lugar a una puesta en desafío, que nos devuelve a la conciencia de ser cosa entre cosas. Ritmo, duración. La comunicación con las fuerzas del tiempo viene del movimiento. El “movimiento real”, del que hablaba Marx, nos delimita como seres capaces de registro, de reflexión y de sorpresa. El temblor como retorno del cuerpo –y al movimiento– frente al estupor y el aplastamiento organizado.
Se ha insistido mucho ya: la pandemia, la precarización social, las nuevas mediaciones digitales, desplazamiento del eje del mercado mundial hacia oriente, la farsa política, la brutalización y la desigualdad social son factores a considerar para entender la metamorfosis padecida. Como Gregorio Samsa, estamos forzados a descubrir las posibilidades de este nuevo bicho en que nos hemos convertido. Una manera entre otras de comenzar la indagación es seguir un rastro. Las entradas del diario que pueblan las páginas de este libro intentan remontarse a las escenas que anunciaron hasta qué punto nuevas fuerzas golpeaban a la puerta. Elijo comenzar por el intento de asesinato a la entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ocurrido el 1 septiembre de 2022. El arma que falló, trastocó el crimen político en una performance. La imagen de la acción se difundió agrietando el lente con el que observábamos la realidad política. La reacción posterior, no alcanzó a revertir la sensación de abismo. De pronto se hizo evidente que una fosa separaba las representaciones políticas del período, del humor social (Maquiavelo decía que la ciudad estaba atravesada por “humores”, o deseos relativos a las relaciones de dominación).
Lo que vino luego, la impotencia política generalizada frente a las primeras iniciativas del gobierno de la extrema derecha no hizo más que despejar toda duda sobre la profundidad de la descomposición en curso. La ola ultra reaccionaria, lo sabemos, no es sólo un fenómeno supranacional. Es imposible caracterizar la sincronía entre las diversas ultraderechas sin considerar al detalle una historia social y política local. La mutación a la que asistimos, surgida de décadas de agresividad neoliberal, dio lugar a un cambio de humor. La capacidad del mileísmo para escenificar políticamente la humillación, la frustración y el malestar no se explica sin el bloqueo progresista previo. De ahí que la expresión “derechización”, que la política emplea para describir el cambio en la sociedad, suene demasiado autocomplaciente. El declive de la sociedad neoliberal, la fascistización de los resortes de poder, el desprestigio de los discursos igualitaristas, la forma paranoica que adopta la incapacidad del hacer común, resultan incomprensibles sin considerar los puntos ciegos del orden político previo.
Destacada
Libros/De juegos y platos, por Marquisse

La casa de mi abuela tenía platos colgados en las paredes. Platos playos con distintos diseños (diversos paisajes, figuras orientales) se exhibían en las paredes blancas del departamento en el que vivía Leila. Su casa quedaba a solo unas cuadras de la nuestra. Recuerdo el desconcierto que me generó observar, al notarlos, esos objetos que ahí cumplían otra función. En otros platos, la abuela colocaba galletitas, rodajas de budín, fetas de jamón y queso o facturas, depende la ocasión. En ese departamento pasaba algunas tardes a la semana después del colegio. Además de zampar esos manjares, me encantaba jugar con mi abuela a cualquier juego de cartas o de mesa. Los primeros juegos fueron la casita robada, la generala, la escoba de quince, el chinchón, las damas.
Una noche de aburrimiento, mis hermanos me iniciaron en el noble mundo de la canasta. Lo recuerdo como toda una ceremonia. Para incorporar las reglas, jugamos numerosas partidas esa madrugada. Pero ese conocimiento era heredado de mi abuela, claro. Así que a partir de esa noche, los otros juegos en la casa de los platos fueron reemplazados por la canasta. Mi abuela se caracterizaba por ser parsimoniosa. Cuando se hacía con el pozo gordo que habíamos ido formando con las cartas descartadas durante la partida, extendía tranquilamente sus series de cartas (cuatro 6, tres J, cuatro ases, por ejemplo). Admiraba la paciencia con la que se manejaba en el juego.
Sobre “El Maestro de Go”, de Yasunari Kawabata, y el arte del juego

El Maestro de Go, de Yasunari Kawabata, trata sobre un partido que tuvo lugar en el año 1938 y se extendió por siete meses. El Go es un juego milenario. Según el prólogo de la edición* de Emecé escrito por Anna Kazumi Stahl, los samurai gobernaron Japón durante siete siglos hasta 1868 y le dieron importancia tanto al entrenamiento físico de los guerreros como a las cuestiones relativas a la estética y a la espiritualidad. El Go consiste en abarcar una buena cantidad de terreno en un tablero cuadrado y en rodear al contrincante para capturarlo y, con eso, ganar más puntos. La concentración que tiene que tener el jugador de Go en cada turno, en cada movimiento, se asemeja a juegos de táctica como el ajedrez.
Lo curioso de esta novela es la historia de su origen. Resulta que un diario nacional le encargó a Kawabata -quien treinta años después de la partida de Go que narra en la novela ganaría el Premio Nobel de Literatura- cubrir el campeonato de Go de un respetable Maestro que estaba a punto de retirarse de su carrera. Se trató de 64 entregas que Kawabata escribió para el Tokio Nichinichi Shimbum. Basándose en esta crónica, el autor construyó una novela que narra la partida entre el Maestro Shusai Honnimbo y Otake (que en la vida real se llamó Minoru Kitani). El prólogo de la edición se refiere al partido como un hecho trascendental por tratarse de una tensión entre la tradición y la modernidad. A lo largo de la novela, se puede ver cómo hay ciertas reglas nuevas que se introducen en el campeonato. Un nuevo reglamento asoma y, con esto, una nueva era en el mundo del Go.
El retrato que Kawabata realiza del Maestro contrasta con el de Otake. No solo porque se trata de generaciones distintas (Otake tiene casi la mitad de edad del sexagenario Maestro), sino por sus temples. El narrador de la novela acompaña al Maestro en sus contemplaciones del Lago Ippeki. El Maestro puede pasar las horas o vastos minutos de sus turnos de manera calma y con una economía de movimientos corporales admirable; Otake bebe grandes cantidades de té, por lo que sus visitas al baño son frecuentes, y demuestra una personalidad más ansiosa. En el capítulo 10, Otake expresará, de hecho: “El Maestro es tan tranquilo (…). Los calmos siempre me hacen confundir. Prefiero los ruidosos. Esta calma acaba con mis nervios” (p.59). El combate, sin embargo, es reñido y ambos oponentes demuestran estar a la altura de sus respectivos títulos.
Al principio del libro también se cuenta cómo esta fue la última partida del Maestro. Fallecería un año y meses después de terminarla. En el capítulo 8, en el que habla sobre la foto post mortem que le tomó el narrador por encargo de su esposa, el narrador dice: “Tal vez lo que había fotografiado era la cara de un hombre que representaba desde el principio el martirio por el arte. Era como si la vida de Shusai, Maestro de Go, hubiera llegado a su fin, al igual que su arte, con ese último juego” (p. 50). Me conmueve la idea de una vida que concluye cuando se logra un objetivo, una misión.
Repasando la reseña y lo que me había dejado el libro evoqué un poema que descubrí hace poco en Instagram gracias al algoritmo. De tanto en tanto surgen joyitas que merecen la pena ser descubiertas. Como esta poesía de Mary Oliver, una poeta a la que llegué por una amiga que me la había mencionado en varias ocasiones:
Misterios, sí
En serio, vivimos con misterios demasiado prodigiosos
para ser comprendidos.
Cómo la hierba puede ser alimento en la
boca de corderos.
Como los ríos y las piedras sean para siempre
devotos a la gravedad
mientras nosotros soñamos con elevarnos.
Como dos manos se toquen y los lazos
Nunca se rompan.
Cómo se acercan las personas, por delicia o por
las cicatrices del daño,
al consuelo de un poema.
Déjame distanciarme, siempre, de quién
cree que tiene las respuestas.
Deja que siempre le haga compañía a quien diga
′′Mira!” y se ríe de asombro,
y agacha la cabeza.
Mary Oliver
Pienso en el maestro y sus contemplaciones. Pienso en los platos de mi abuela, en su concentración y su temple en el juego. Pienso en la táctica y en el poder todavía asombrarse, en esos movimientos que pueden sorprendernos al tiempo que los ejecutamos. Pienso en la necesidad de aproximarse a las respuestas, pero también en la imposibilidad de llegar a ellas, tras un tiempo de meditación (y que eso no sea necesariamente malo, claro). Pienso en las partidas que perduran a pesar del tiempo.
*Esta edición es de la del 2005, con prólogo de Anna Kazumi-Stahl y traducción de Amalia Sato
LCV
Tecnofeudalismo. Otra trama empieza, por Laura Giussani Constenla

Este año se publicó en español un libro titulado Tecnofeudalismo de Yánis Varoufakis, ex ministro de Economía de Alexis Tsipras cuando la izquierda llegó al poder en Grecia y terminó renunciando por disidencias con el presidente sobre cómo responder a las presiones hegemónicas. Sobre sus memorias está basada una excelente película de Costa Gavras, A Puertas Cerradas, de 2019, en donde se ventilan las negociaciones que sufrió la izquierda en el gobierno esa primavera de 2015 (recomendadísima peli para entender un poco más de lo que sucede cuando los cambios radicales terminan siendo no tan radicales).
En Tecnofeudalismo, el ex ministro hace un análisis de los nuevos medios de producción en el siglo XXI, haciendo un paralelismo con el último gran salto del Feudalismo al Capitalismo, cuando la tierra deja de ser la principal proveedora, para pasar a la producción industrial como protagonista del sistema económico.
Varoufakis sostiene que entramos en la era del Capital de Plataforma. Por el cual se produce la magia de que hoy el poder de la economía no reside más en aquellos que producen ‘cosas’ sino en las grandes plataformas digitales como Amazon, Google, Microsoft, etc.
Más allá del increíble avance tecnológico, Varoufakis ubica esta gran revolución en la crisis del 2008, con una depresión del consumo a nivel global que provocó un cambio inesperado hacia inversiones inmobiliarias y sobre todo tecnológicas. El resultado de este viraje produjo que un increíble crecimiento del capital accionario de estas empresas digitales que se encontraron como dueños de una herramienta con posibilidad de influir en el comportamiento y obtener rentas. “Un punto de ruptura en el funcionamiento tradicional del sistema capitalista. Y esto ocurrió de forma totalmente accidental: un caso clásico de consecuencias imprevistas, que no contó con la intención explícita ni siquiera de las propias empresas tecnológicas.”dice Varoufakis y agrega: “Ahora, tenemos bienes de capital que no se crearon para producir, sino para manipular comportamientos. Esto ocurre a través de un proceso dialéctico mediante el cual este selecto grupo de grandes empresas tecnológicas incita a miles de millones de personas a realizar un trabajo no remunerado, a menudo sin ni siquiera saberlo, para reponer el núcleo patrimonial de su capital de plataforma. Se trata de un tipo de relación social esencialmente diferente.”
Si bien algunos consideran este tipo de miradas como pensamientos post marxistas o postcapitalistas, allí está el ex ministro griego a desmentirlo. Sostiene que se basa en el marxismo básico según el cual hay que analizar el funcionamiento de los medios de producción de capital para entender el funcionamiento de una sociedad. No estaríamos exactamente en una etapa post capitalista, sino más bien en un estadio del capitalismo totalmente ajeno a todo lo que conocíamos hasta ahora. Un capitalismo recargado, en el que el único objetivo es acumular capital y no producir bienes, que, además, presenta algunas formas feudales de organización.
“Si observas Amazon.com, te das cuenta de que no es un mercado. Es un feudo digital o de capital de plataforma. Comparte ciertas características con los feudos de antaño: hay fortificaciones a su alrededor, hay un «señor» que lo posee, etcétera. Pero, a diferencia de estas estructuras premodernas caracterizadas por la preeminencia de la tierra y la existencia de meros cercamiento físicos, los feudos en la nube se construyen mediante el capital de plataforma y funcionan mediante un sofisticado sistema de planificación económica, un algoritmo que habría sido el sueño húmedo del Gosplan, el ministerio de planificación soviético.”
Caramba! Cómo es que llegamos a esta mención del sistema soviético de producción como algo parecido al feudalismo digital? Ahí va la última cita que les propongo, porque hay que masticar y digerir tantas ideas.
Dice Varoufakis: “Recordemos que la cibernética se desarrolló en la Unión Soviética. Los soviéticos utilizaban el término «algoritmo» para referirse a un mecanismo cibernético, que sustituiría a los mercados por un método diferente de adecuar las necesidades a los recursos. Si el Gosplan (el comité estatal encargado de la planificación económicaen la Unión Soviética) hubiera tenido a su disposición la sofisticación tecnológica de, por ejemplo, el algoritmo de Amazon, entonces la URSS bien podría haber sido una historia de éxito a largo plazo. Hoy, sin embargo, los algoritmos no se utilizan para proceder a la planificación en nombre de la sociedad en general, sino con el fin de maximizar las rentas generadas en la nube por el capitalismo de plataforma para sus propietarios. La reproducción del capital de plataforma, así como de los feudos digitales en la nube que este erige, destruye no sólo la competencia mercantil, sino también mercados enteros. Entonces, el plusvalor residual producido en el sector capitalista convencional (fábricas y similares) es objeto de apropiación en concepto de renta capturada en la nube por los propietarios del capital de plataforma. De este modo, el beneficio queda marginado y la acumulación de riqueza depende cada vez más de la extracción de renta mediante el capitalismo de plataforma.”
Pah! Tomemos aires. Oohhhmmm. ¿Qué significará todo esto? Cada cual que lo entienda como crea o pueda. Yo les cuento la idea, o mejor dicho la ‘sensación’ que me quedó (la palabra idea me estaría quedando grande, ya llegará).
Me suena a que el Capital,de la mano de la tecnología, se convirtió en un especie de Allien. El bienestar general por el que bregaban las distintas ideologías de los últimos dos siglos (socialismo, anarquismo, capitalismo, comunismo) es un valor herrumbado. Hoy el poder no se rige por esos parámetros, el bien general ya no está en juego. El sujeto se convirtió en objeto de otro juego, el que juegan los dueños de las plataformas.
Significa esto que se terminaron las ideologías? No, claro que no. Consultado sobre Ellon Musk y su aparición en la política mundial, nuestro ex ministro griego sostiene que a “Musk lo mueve la ideología: a diferencia de Bezos o Gates, cree de verdad que es una fuerza del bien.”
Un poco mesiánico el hombre. El bien común ya no es una construcción colectiva sino individual, él es la representación del bien. Solito su alma. Acaso obedece a un ser superior? Ni eso. Si vamos a retroceder al feudalismo de algún modo, podemos agregarle esta visión religiosa, nos movemos por poderes tan ocultos como ‘las fuerzas del cielo’. Quizás, empujados por un sólo sujeto jugador, el Señor de las Plataformas, que nos convirtió en meras fichas del tablero. Vivimos un tiempo desolador en los que es difícil sentirnos sujetos protagonistas de la historia. Empezamos a sentir, como diría Borges: “Qué Dios, detrás de Dios las trama empieza…”
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