Se me amontonan los recuerdos de una de esas coberturas periodística que uno hubiera preferido que nunca existiera. Tengo la voz de Nora Trumper manteniendo la calma para organizar el caos exterior e interno de cada uno de nosotros, para sacar la mejor veta del oficio que nos puso a prueba el atentado a la AMIA. Tengo los ojos ansiosos de Ariel Scher preguntándonos si habíamos visto a su vieja, la búsqueda desesperada en las listas de nombres que se hacían a mano y se pegaban precariamente en esos primeros minutos, hora, el día, en las paredes y, en medio de la tragedia, el abrazo con llanto de alegría cuando la mamá apareció con vida en las listas del hospital. Hace muy poco estuve en la presentación del libro del hijo de Ariel sobre los desaparecidos de Racing, obviamente estaba la abuela y èl me presentó así: “Mamá, ella es una de las compañeras que también te busco en la AMIA”. Un honor de presentación. Y los voluntarios, y los gritos, y el silencio profundo para ver si se filtraba una voz entre los escombros. Y la maldita impunidad. Siempre, la maldita impunidad. Mañana, cual veteranos de esa guerra contra la impunidad, nos juntaremos muchos de los compañeros de oficio que estuvimos allí y, quizás, nunca dejamos de estar. De ese y de tantos otros dolores que siguen sin castigo, no se vuelve. Se sigue. Siempre. Estaré acompañada por mi gente querida, ellos, los compañeros de la calle, la patria movilera que puso, pone y pondrá siempre el cuerpo. Para qué negarlo, estoy conmovida, como cada 18 de julio que seguimos estando en la calle Pasteur y el sonido de la sirena nos marca el momento de la catástrofe y el inicio de una nueva y dolorosa impunidad.

Por Nora Anchart, para La Columna Vertebral, 18 de julio 2018