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Historias del Viejo Pepe, por Teodoro Boot

Su hijo, que lo sobrevivió de pura suerte, lo recordaba así: “Mi viejo tenía veinte años cuando se robó a mi madre”. Y por más que el hijo se esforzara por disimularlo el viejo nunca se casó con Amanda Bello, con quien de inmediato se instalaría en una casita de Castro 947, entre las actuales Estados Unidos y Carlos Calvo, en un rejunte de casas, corralones, forrajerías, talleres y prostíbulos ahora conocido como Boedo.

Audaz y echado pa`lante, convencido de que la diferencia entre un buen y un mal corte de pelo son diez días, se las rebuscaba como peluquero a pocas cuadras de ahí, entre la antigua estación Almagro del Ferrocarril al Oeste, el conventillo de María la Lunga y el circo de Venezuela y Maza, donde poco antes se habían cruzado su cliente José Betinotti y el legendario payador Gabino Ezeiza.

Amigo de Gabino, de Betinotti –a quien además de destrozarle la rubiona melena le corregía los versos–, de Pablo Vázquez, Higinio Cazón, Luis Acosta García, el talentoso Ramón Vieytes y otros payadores, como lo sería de Carlos Gardel, Caruso, Rubén Darío y Errico Malatesta, a los apenas 20 años cargaba con una larga vida atrás en la que había ido forjando sus dos grandes pasiones: el anarquismo y el teatro.

De esto daría cuenta ese mismo año 1905, cuando fue preso con público y actores incluidos –integrantes del cuadro filodramático de la Sociedad de Obreros Panaderos– en el estreno de su obra Los rebeldes en apoyo de una huelga del sindicato ferroviario.

Dos años después, la compañía de Pepe Podestá, el renombrado Pepino el 88, representará en el teatro Apolo la pieza que le daría una modesta fama en el ambiente: Del fango.

De su fe anarquista quedaría como milagroso testigo su hijo, algunos amigos sensatos y un azorado empleado del Registro Civil de la capital. Era en 1906, cuando Betinotti debió recurrir a otro peluquero: Pepe había pegado buena y conseguido un imposible trabajo en Tribunales en el que, por sus ideas y temperamento, no podía durar, y no duró: oficial encargado de los embargos.

Fue para entonces que el 6 de agosto, su amigo Edmundo Montagne, el notable poeta uruguayo autor de  La casa de los cinco vecinos, irrumpió en el severo recinto del Poder Judicial al grito de “¡Pepe, nació tu hijo Cátulo!”

Qué Cátulo ni que ocho cuartos, se dijo Pepe. Y trepó al tranvía que lo acercó a la barriada. Llegó a su casa bajo una intensa lluvia y, aterido de frío, separó al recién nacido del cálido pecho de Amanda, lo liberó de la faja y los pañales de rigor y lo sacó al patio. “¡Hijo mío! –exclamó– ¡Que las aguas del cielo te bendigan!”

Dos días después, mientras el infante trataba de sobrevivir a la pulmonía, concurrió al Registro Civil acompañado de dos testigos: Montagne y otro amigo.

–¿El niño cómo se va a llamar? –preguntó el funcionario luego de felicitarlo.

–Descanso Dominical González Castillo –repuso el orgulloso padre.

Se entiende: recién acababa de promulgarse la ley que establecía que los domingos fueran días no laborables, un derecho obrero largamente reclamado por los anarquistas. Al funcionario no le pareció tan razonable y se negó en redondo. Los amigos consiguieron separarlos a las primeras trompadas y Montagne se salió con la suya: el niño fue anotado como Ovidio Cátulo González Castillo.

La primera vida de Pepe había empezado veinte años antes en Rosario, el 25 de enero de 1885, como tercer hijo del español Manuel González y de una criolla de apellido Castillo. Tenía nueve años cuando ya habían muerto todos –padre, madre, hermanos– y quedó a cargo de un pariente que lo despachó al Seminario Consular de Orán, a más de mil kilómetros de Rosario, para hacerlo cura.

Fue en Orán donde, entre las puestas en escena de los cuadros religiosos y las costumbres de los naturales de la región, nació su interés por el teatro, al que veía como padre de todas las expresiones artísticas. Lo explicará así: “Antes que aprender a cantar, a bailar, tocar un instrumento, pintar o esculpir, el hombre debió ‘hacer teatro’, propiamente dicho. He podido observar, en las largas correrías de mi infancia, las costumbres de las tribus matacas, tobas y chirihuanas (…) Alrededor de un tam-tam primitivo (…) uno de los bailarines era el bufón, el cómico de los demás, que los hacía desternillarse de risa, en medio del rito religioso, con sus muecas y contorsiones… Estas eran, sin duda, caricaturas de los gestos del cacique viejo… del curandero de la tribu… del guerrero cojo.”

A los 16 años se rajó del claustro y, de regreso a la ciudad que había dejado involuntariamente, conoció al muy joven Florencio Sánchez, con quien trabó una profunda amistad cimentada en la común pasión por el teatro y la mutua adhesión a las ideas libertarias.

Para escapar de la policía se trasladó a Buenos Aires y se hizo peluquero, de prepo, tal como se había hecho teatrero, ácrata y haría todas las cosas en su ajetreada vida.

Instalado en la modesta casa de la calle Castro con Amanda, con quien convivió en amor libre hasta el fin de sus días y con la que tuvo tres hijos –luego de Descanso Dominical llegarían Gema y Hugo–, inmediatamente después de Del fango escribió Entre bueyes no hay cornadasEl retrato del pibe y, en medio de los tumultos y persecuciones del Centenario, antes de volver a rajar, consiguió estrenar La telaraña.

Exiliado en Chile, se estableció con su familia en Valparaíso, trabajó como comerciante de vinos, aprendió a chapurrear inglés, fue periodista del Mercurio, desde cuyas ilustres páginas encabezó una campaña anticlerical que le valió el despido, hasta que con su sainete La serenata obtuvo el primer premio del concurso organizado por el teatro Nacional. En Buenos Aires habían cesado las persecuciones y decidió volver.

De regreso en ese caserío que iba creciendo a la bartola con viejos criollos y nuevos inmigrantes atraídos por el bajo precio de las casas e inquilinatos de la zona, ahora en una casa de San Juan 3957, José Gonzalez Castillo escribió El mayor prejuicio, Los invertidos y El hijo de Agar. Antes, ya había estrenado más de catorce del centenar de obras que le deberá el teatro argentino.

Mientras trabajaba en la casa Glucksmann traduciendo los carteles de las películas mudas francesas y norteamericanas, encabezó una compañía tradicionalista que representaba Juan Moreira, Santos Vega y Martín Fierro con el concurso de varios “cantores nacionales”, entre ellos el dúo Gardel – Razzano.

Enterado de que Glucksmann buscaba artistas para su sello discográfico, recomendó al dúo en forma tan insistente que un año y medio después, el señor Godard, gerente de la grabadora, se avino a concurrir al teatro. Fue ese el inicio de la carrera de Carlos Gardel, quien siempre mostrará su agradecimiento grabándole varios de sus temas. Es que el Viejo Pepe había descubierto una nueva pasión: la poesía popular.

Cuando el 20 de abril de 1918 Elías Alipi le estrenó el sainete Los dientes del perro, tuvo la idea de presentar en escena un cabaret con la actuación en vivo de la orquesta de Roberto Firpo que ejecutó el tango “Mi noche triste”. De ahí en más, en el estreno de todo sainete sería de rigor que un tango fuera presentado en sociedad.

Cuando al año siguiente Los dientes del perro volvió a ponerse en escena, el tango que se cantó fue “¿Qué has hecho de mi cariño?” del propio González Castillo. Le siguieron una veintena más, como “Griseta”, “Silbando”, “Organito de la tarde”, “El aguacero”, “Acquaforte”, “Sobre el pucho”, varios de ellos con música de su hijo Cátulo.

Autor también de los guiones de las primeras obras del cine nacional, fue cronista de Crítica, participó activamente en la creación de Argentores y en 1928 fundó la Universidad Popular de Boedo, que, ubicada en Boedo 657 en el mismo caserón que hoy ocupa la escuela primaria “Martina Silva de Gurruchaga”, albergaba a más de 1500 alumnos.

Por ese entonces, destino errante del inquilino, se había mudado a Loria 1449.

Y fue ese mismo año 1928 que Cátulo le puso música a su tango “Organito de la tarde”.

“Te vas a anotar en el concurso que organiza Glucksman”, le dijo Pepe, conocedor de la importancia que un premio en un concurso en el que participaban los grandes compositores y poetas populares de la época, podía tener en la carrera de un joven de 17 años.

Indignado por la participación del adolescente, Juan de Dios Filiberto, que cultivaba fama y arrebatos de guapo, se presentó ante el Viejo Pepe:

–¡Usted lo está echando a perder al mocoso ese –bramó–, porque va a entrar a la competencia final conmigo. Y si me gana, sepa señor Castillo, que yo me he criado matando vigilantes.

Pepe se puso de pie y respondió:

–Y yo me crié matando sargentos. Les daba dos puñaladas de ventaja y después los cagaba bien a patadas en el culo.

La sangre no llegó al escenario y Cátulo se alzó con un tercer premio, que además del impulso que supuso a su carrera, provocaría un encuentro de enorme trascendencia para la música popular.

Parado en la puerta de su casa, todas las mañanas Cátulo veía pasar silbando un tango a un pibe gordito, un año menor que él, todavía de pantalones cortos, que vivía casi a la vuelta, en Garay y el pasaje Danel. Un día, el gordito se animó:

–¿Vos sos el que compuso “Organito de la tarde”? Yo tengo una letrita… no sé si la querés mirar…

Cátulo la miró y así nacieron el tango “Viejo Ciego”, una amistad que duraría toda la vida y el casi niño Homero Manzi se sumaría, junto a Pedro Mafia, Juan Francisco Giacobbe, Pedro Láurenz y Sebastián Piana (hijo de otro peluquero y eximio guitarrista de Almagro, con peluquería en la calle Castro Barrios 75, donde luego de construirá la Federación de Box) a la banda de muchachos artistas que alborotaba la casa del Viejo Pepe, ya de por sí alborotada por el incesante ir y venir de payadores, músicos y poetas, los interminables cigarros de Rubén Darío, las visitas de José Razzano y las demostraciones de impostación de voz que Carlos Gardel había aprendido haciendo de claque en el teatro Coliseo, de la ciudad de Roma.

En 1932, en los altos de la confitería Biarritz de Boedo 868, González Castillo fundó la peña Pachac Camac, un centro cultural de enorme trascendencia en su época, que perduró hasta ya avanzada la década del 50 y que, lejos de ser un cenáculo de intelectuales sería, en palabras del museólogo Diego Ruiz “una institución barrial integrada por gente del barrio y su misión estaba centrada en lo que hoy llamaríamos ‘educación permanente’ y que era, con otros términos, uno de los pilares del pensamiento anarco comunista (como lo era González Castillo y muchos de sus seguidores)”.

Por entonces, prácticamente frente a la peña, en Boedo 833/837, en una de las habitaciones del conventillo ubicado detrás de la librería del alemán Munner, junto a un taller en el que Antonio Zamora mandaba imprimir los cuadernos de Los Pensadores y los libros de Claridad, alentados por Munner y González Castillo comenzaron a reunirse jóvenes escritores o aspirantes serlo que, sin que ninguno de ellos viviera en las onmediaciones, serían posteriormente conocidos como Grupo de Boedo.

El Viejo Pepe murió en 1937, en el punto culminante de su carrera, en la casa que finalmente había conseguido comprar, en ¡cuándo no! Boedo 1064, cuando aun no llegaba a cumplir los 52 años.

Alrededor de su incesante actividad y su incansable vitalidad fue cobrando forma, identidad y hasta nombre un barrio de Buenos Aires, continuación de Almagro, rinconada de Pompeya y extensión de Parque Patricios, que había nacido de una broma de Juan Manuel de Rosas a su jefe de policía Ciriaco Cuitiño.

Cuitiño quería tierras y el Restaurador le dio una laguna. Como si de un bañado unitario se tratara, el mazorquero lo segó con saña y sobre esos rellenos y el loteo de la antigua quinta de don Víctor Almagro, a la vera del viejo camino hacia ese vado del Riachuelo donde por entonces ya se alzaba, orgulloso, el Puente Alsina se fue armando el caserío al que José González Castillo más que nadie otorgará identidad y transformará en barrio. La burocracia administrativa municipal dará cuenta del fenómeno recién en 1972, lo que carece de la menor importancia: al barrio lo habían hecho el librero alemán, el peluquero italiano, los viejos payadores y, más que nadie, el teatrero anarquista y los purretes proletarios que a su alrededor encontraron su destino de músicos y poetas.

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“Streaming en Argentina: Pablo Storino revela sueldos, precarización y la batalla del SATSAID por la registración laboral”

En exclusiva con La Columna Vertebral – Historias de Trabajadores, Pablo Storino, pro secretario gremial del SATSAID, aborda la situación laboral y económica del sector del streaming en Argentina. El dirigente describe las profundas desigualdades entre los distintos canales, los niveles de registración y precarización existentes, y el rol del sindicato frente a este nuevo escenario comunicacional.

LCV:

“¿Cuál es la situación laboral real de los canales de streaming? ¿Cómo es esto que parece un jolgorio? ¿Todo es divertido? Somos todos amigos, nos matamos de risa… pero cuál es la situación económica y laboral de los compañeros de streaming?”

Pablo Storino:

“La situación del mundo del streaming hoy es muy dispar. Existe un grupo reducido —un top 10 o 20— que logró monetizar sus contenidos, profesionalizarse y constituir unidades económicas que permiten formalizar relaciones laborales, registrar trabajadores y blanquear actividades. Pero también hay muchos otros que sobreviven como pueden, trasladando esa precariedad a quienes trabajan allí: falta de registración, salarios muy bajos y condiciones inestables. Esto genera la pregunta de si el streaming es una burbuja o si, con el tiempo, se asentará dejando afuera a quienes no puedan consolidarse como organizaciones empresariales.”


LCV:

“La mayoría está informalizada o son factureros.”

Pablo Storino:

“La situación es heterogénea. Hay empresas como Luzu TV, con 110 trabajadores registrados y salarios que van de dos a cuatro millones de pesos. Y hay otras como Olga, con un alto nivel de precarización, donde muchos jóvenes están como monotributistas cobrando entre 500.000 y 600.000 pesos. En algunos canales hay explotación evidente, y son justamente los que desde el SATSAID estamos denunciando y tratando de regularizar. También existen proyectos como Gentina, Futurock, Vorterix o Bondi que tienen relaciones laborales formalizadas y en condiciones.”


LCV:

“Perfecto. Bien o mal, ¿no? Porque estos sueldos que me decís serían formalizados. ¿Bien o mal?”

Pablo Storino:

“Totalmente. Es trabajo registrado, con aportes a la jubilación, a la obra social y todos los derechos laborales que corresponden.”


LCV:

“Buena cuna tiene ese pibe. Sé que viene de una familia de trabajadores y no se quedó en el camino con la experiencia. ¿Cuál ha sido la experiencia general?”

Pablo Storino:

“Existe una situación común tanto en proyectos identificados con la derecha como con la izquierda. Por ejemplo, algunos streaming de línea más conservadora desconocen las leyes laborales y evaden responsabilidades, pero lo mismo sucede en otros que se presentan como progresistas. Desde el SATSAID entendemos que la falta de registración responde a una lógica económica transversal: no pagar aportes patronales ni cumplir con los pisos salariales establecidos por el convenio colectivo. Contra eso nos enfrentamos todos los días, venga de donde venga.”


LCV:

“La paritaria de los trabajadores de cable: ¿cómo cerró?”

Pablo Storino:

“En este contexto, la paritaria viene cerrando bien. Logramos que las empresas de la Cámara TAC paguen mes a mes el índice de inflación del INDEC, aunque no coincidamos con el método de cálculo del organismo. Por lo menos eso evita una pérdida mayor del poder adquisitivo. Llegar a este acuerdo requirió asambleas, paros y mucha presión, pero finalmente TAC entendió que no íbamos a aceptar que los salarios quedaran por debajo de la inflación.”

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Daniel Yofra: “Vamos a tener que armar Frente Sindical para resistir la reforma laboral”

En exclusiva con La Columna Vertebral-Historias de Trabajadores, Daniel Yofra expone la postura del Sindicato de Aceiteros frente al avance de la reforma laboral impulsada por el Gobierno nacional. Desde la crítica a la inacción de las centrales sindicales hasta el análisis de la situación industrial y el impacto en los derechos laborales, Yofra plantea la necesidad de construir un frente sindical amplio para enfrentar los cambios propuestos. La conversación aborda tanto las implicancias materiales de la reforma como el rol político del sindicalismo en el actual contexto económico y social.

LCV:
“Contame la postura del Sindicato de Aceiteros frente a la reforma laboral.”

Daniel Yofra:
“Estamos preocupados por lo que está pasando y por la inacción del sindicalismo ante una reforma laboral que, en algunos casos, va a legalizar la precariedad laboral y, en otros, va a intentar imponerla cuando tengan la herramienta para hacerlo. Nosotros vamos a salir a luchar como siempre lo hicimos, como el año pasado con la Ley Bases. Este año no será la excepción. Vamos a oponernos porque es un legado que nos dejaron los trabajadores y trabajadoras aceiteros y desmotadores. Tenemos la responsabilidad de defender lo que otros conquistaron y ya no están: desaparecidos, asesinados, encarcelados. Todo lo que ocurrió en la historia de la lucha obrera hoy lo quieren borrar de un plumazo bajo el título de ‘modernidad laboral’, cuando en realidad quieren volver cien años atrás.”

LCV:
“¿Piensan llevar adelante una huelga si avanza la reforma? Supongo que no como una acción aislada, sino como parte de la unidad sindical.”

Daniel Yofra:
“Estamos tratando de que otras organizaciones se sumen y esperamos que la nueva CGT o el nuevo triunvirato entiendan que hay que ir a una huelga, salvo que tengan otra estrategia que hasta ahora no ha funcionado. Ni siquiera los llaman a discutir la ley. Los empresarios escriben la reforma laboral y este Gobierno la lleva adelante porque tiene compromisos con quienes lo llevaron al poder.”

LCV:
“Esto de que los empresarios escriban las leyes ya pasó con Macri. Hoy, con el respaldo electoral que tiene, Milei cree posible avanzar en reformas que afectan a todos los sectores industriales. ¿Cómo visualizás este escenario, especialmente respecto a la desindustrialización, la caída del empleo y la pérdida de mano de obra calificada?”

Daniel Yofra:
“En nuestro sector no se siente la importación indiscriminada, pero sí afecta a sectores que dependen del mercado interno. Cerraron más de 20.000 pymes y hay 270.000 trabajadores despedidos. Muchas empresas están importando lo que antes producían, como la química de Río Tercero, que fabricaba insumos para colchones y hoy los importa, dejando a más de 200 trabajadores en la calle.”

LCV:
“Si avanzara la flexibilización horaria, el salario variable —el ‘sueldo dinámico’— o las vacaciones en cuotas, ¿cómo sería la industria bajo ese régimen?”

Daniel Yofra:
“Los trabajadores perderían la posibilidad de ordenar su vida fuera del empleo. No podrían programar vacaciones ni prever ingresos básicos. Sería tan simple y grave como eso.”

LCV:
“Muchos argumentan que hoy la informalidad ya impide planificar la vida.”

Daniel Yofra:
“Esto empeoraría la situación de quienes hoy sí tienen estabilidad laboral. Hay casi 9 millones de trabajadores registrados. El año pasado decían que la reforma iba a traer inversiones y empleo; no ocurrió nada. Los empresarios no necesitan que se quiten derechos. Necesitan industrializar la materia prima, necesitan crédito, necesitan que haya consumo. Con salarios por debajo de la pobreza —más del 90% de los registrados están así— no hay consumo, no hay producción y no hay trabajo.”

LCV:
“Se suele decir que los sindicatos industriales están defendiendo a un universo de trabajadores cada vez menor. Lo que planteás va en sentido contrario.”

Daniel Yofra:
“Hoy tenemos dos problemas. Primero, diputados y senadores que nunca trabajaron bajo patrón, dependen de patrones o directamente lo son. Van a instalar mentiras para poner a la sociedad en contra del sindicalismo y de la CGT, que es la central más grande del país y de Sudamérica. Segundo, la inactividad de la CGT. Si no cambia el rumbo, creyendo que sólo con diálogo lo logrará —cuando ni siquiera los llaman— será difícil torcer la historia. Seguramente vamos a tener que armar un frente sindical que luche contra esto.”

LCV:
“Para cerrar: ¿están trabajando en algún proyecto alternativo a la reforma? ¿Hay algo con los diputados sindicales o dentro de la CGT?”

Daniel Yofra:
“No participé de la reunión con los compañeros supuestamente afines al movimiento obrero. Creo que son muy pocos para el momento de la votación y no tengo detalles de la contrapropuesta. Pero no hace falta ser científicos para mejorar la vida laboral. Nosotros lo comprobamos con los comités mixtos de seguridad e higiene. Bajamos la accidentología y las muertes laborales, incluso sin una ley vigente en muchas provincias. Los derechos de los trabajadores también benefician a los empresarios. Ellos se quejan de la industria del juicio, pero no hacen nada para evitar accidentes. ¿Qué quieren? ¿Trabajadores mutilados y sin indemnización?

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“18 años de proscripción, memoria y militancia: conversación con Gustavo Campana”

El periodista Gustavo Campana reconstruye recuerdos personales y políticos alrededor del 17 de noviembre de 1972, fecha del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina tras 18 años de exilio. Desde la mirada de un niño de 10 años que seguía los acontecimientos desde un televisor en blanco y negro, hasta el análisis histórico de la resistencia, la militancia, el rol del movimiento obrero y las operaciones del poder real, Campana hilvana una lectura profunda del período y de sus continuidades hasta el presente. La charla, atravesada por testimonios personales de quienes vivieron la época, permite comprender por qué el Día de la Militancia es, además de una efeméride, una narrativa colectiva de lucha, memoria y disputa política.

LCV: “¿Dónde estabas vos el 17 de noviembre de 1972?”

Gustavo Campana: “Cumpliendo 10 años y mirando desde el televisor en blanco y negro de mi casa lo que sucedía en Seisa y en sus alrededores. Lo vivía desde un lugar particular, porque el decreto 4161 nos había marcado.
Nací en el 62, por lo tanto Perón era el hombre prohibido, el que no se podía nombrar. Era ese peronismo que, en la clandestinidad, le contaba todos los días al pueblo que seguía vivo.
A principios del 72, finales del 71, empezó a aparecer a través de los noticieros que levantaban un poco la persiana de la censura. Eran esos reportajes donde le preguntaban: ‘¿Qué va a hacer usted para volver?’ ‘Nada. Todos mis enemigos.’ ‘General, durante tanto tiempo hubo gente que quería que usted se muera y hoy no quiere que se refríe.’ ‘Se están acordando tarde, porque ahora me estoy muriendo.’
Todo eso llegaba al living, al televisor sin control remoto y en blanco y negro, y atravesaba a un pibe de 10 años por todas partes.”

LCV: “¿Qué impronta había en tu casa? ¿Qué opinaba tu madre mientras cocinaba o tu padre? ¿Qué les provocaba ese regreso?”

Gustavo Campana: “Mi viejo había sido obrero gráfico y militante socialista. En ese momento trabajaba como portero en Belgrano. No le daba para ser antiperonista, pero estaba cerca. Mi mamá era más silenciosa, pero la información entraba por todos lados.
Y había algo claro: un año después mi viejo no votó ni a Cámpora ni a Perón. Seguramente votó a Corvalán en marzo del 73. En la segunda vuelta no sé; estaba mal. No tan mal… pero por ahí andaba.”

LCV: “Antes de ir al país al que vuelve Perón, una pregunta importante para quienes son jóvenes: ¿por qué el 17 de noviembre se transforma en el Día de la Militancia?”

Gustavo Campana: “Porque ‘lucharon y volvió’. Ese es el dato central.
En ese ‘lucharon’ hay una mixtura entre la resistencia peronista, que se pone de pie tras el golpe del 55, y la juventud maravillosa que se suma a fines de los 60, en el trasvasamiento generacional del que hablaba Perón en sus entrevistas con Pino y Getino.
La Juventud Peronista fue clave, pero no fue la única: estaba el trabajo de la resistencia del 56, el Plan Conintes, la pelea en la calle de los grupos armados —Uturuncos, FAP, Montoneros—, la tendencia, la CGT, el corazón peronista de la CGT de los Argentinos, y el Cordobazo con Atilio López.
Todo ese encadenamiento de hechos empuja a un régimen en decadencia, la tercera etapa de la Revolución Argentina, que había pasado por Onganía, por el experimento breve de Levingston y finalmente por Lanusse.
Todos necesitaban a Perón, propios y extraños.”

LCV: “Estamos haciendo un documental sobre sindicalistas desaparecidos. Ricardo Vaschetti nos decía que desde el minuto cero en que se abrió el proceso electoral que llevó a Cámpora ya se estaba armando el golpe del 76. ¿Coincidís?”

Gustavo Campana: “Sí. El golpe del 76 es un objetivo claro, sobre todo después de la muerte de Perón.
El Grupo Ascuénaga —Martínez de Hoz y compañía, reunidos en un petit hotel de la calle Ascuénaga, propiedad de Blaquier— empieza a tejer la política económica que después se aplicará, respaldada por Rockefeller, el Chase Manhattan Bank y Kissinger.
Después del 11 de septiembre del 73, con el golpe en Chile, se consolidó el Plan Cóndor y la decisión del poder real de cambiar la matriz económica: de un país industrial, con trabajo a tres turnos y 2% de desocupación, a un país rentístico-financiero dedicado a la especulación.
La implosión del país no empieza en el golpe: tiene una etapa anterior, el Rodrigazo, armado por la derecha liberal.”

LCV: “Incluso a nivel leyes: la de represión a movimientos subversivos en espacios sindicales sale en el 74.
Pero volviendo al 72: Cámpora dijo que la primera medida económica de Perón sería la independencia del Fondo Monetario. ¿Qué significa eso?”

Gustavo Campana: “Perón logró durante 9 años que la Argentina no ingresara al Fondo Monetario. Entre 1946 y 1955 fuimos el único país de América Latina que no entró en la institución creada en el 44.
Estados Unidos sabía que Perón era un mal alumno para el orden mundial de posguerra.
En ese período construyó la industria nacional, desarrolló ciencia y tecnología propia y consolidó derechos laborales.
El golpe del 55 tuvo como tarea desarmar todo eso. Fueron 14 toneladas de explosivos en Plaza de Mayo, más el golpe, más los fusilamientos del 56, para poder entrar al Fondo Monetario en el 57.
No es un dato menor. Junto con el Banco Mundial iban a regir los destinos económicos de América Latina.”

LCV: “Cada vez que charlamos pienso: ¿cómo hacer para que seas columnista de La Columna Vertebral? Con vos uno dice ‘plum’ y aparece toda la historia detrás.
Feliz Día del Militante.”

Gustavo Campana: “Para ustedes también. Vamos a seguir encontrándonos en estos espacios.
Y veremos si las chicas de La Columna Vertebral logran seducirme para sumarme.
Un abrazo inmenso.”

LCV: “Quiero cerrar con algo. Yo soy exactamente la generación intermedia: entre el pibe del televisor blanco y negro y la resistencia. Estaba intentando llegar a Ezeiza esa mañana.
Un compañero me decía: ‘¿Dónde estabas vos?’ Yo no pude llegar. ¿Te acordás cómo nos mojamos?
Cada uno tenía su anécdota. La mía es así: le dije a mi mamá que iba a estudiar a la casa de una compañera. Me quedé a dormir. Lluvia torrencial, barro, policía que nos corría, volvimos llenas de barro. Y cuando llego, mi mamá me dice: ‘Yo sabía quién lo tiró.’ Nos empezamos a reír.
Pobre vieja. Al lado de eso, todos los que vinieron después eran santos comparados con nuestra generación.”

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