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A cien años de la huelga general y sus 1356 muertos

Agradecemos a Christian Ferrer quien en el 2005 encargó la traducción de éste capítulo del libro de Katherine Dreier para publicar en la Revista Sociedad, número 24, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Y en el Centenario de la histórica huelga de 1919 quiso compartir este increíble testimonio.
Traducción de Marie Longobardi
Huelga General, Buenos Aires, enero de 1919. Capítulo del libro “Five Months in the Argentine from a Woman’s Point of View” de Katherine Dreier -millonaria y feminista que vivió esos días en Buenos Aires-.

Katherine Dreier
“Cuando sugerí por primera vez la posibilidad de ir a Sudamérica muchos me advirtieron acerca de lo peligroso que podía ser, recordándome sus constantes revoluciones, pero yo simplemente me reí ante esta idea, diciendo que hablaban de una Buenos Aires de hace cincuenta años atrás, no de la Argentina de hoy. Sin embargo estaba equivocada, pues el Espíritu de la Revolución aun acecha a este país grande e inquieto. Como ya he citado, “la historia de los pueblos del sur está llena de revoluciones y es rica en sueños de una perfección inalcanzable”. Es esta audacia para hacer frente a revoluciones lo que los vuelve tan interesantes. Somos todos una mezcla tan curiosa de valentía y miedo… lo que en el norte nos deja impertérritos, a ellos en cambio los sobrecoge de temor, tal como se ve ilustrado en la época de la epidemia de la que hablaré más tarde, ¡pero quién en New York no estaría aterrorizado ante la idea de una revolución! ¡Sin embargo García Calderón se refiere a ella como la única manera de conseguir la perfección inalcanzable! Y yo por mi parte estaba feliz de encontrarme casualmente en Buenos Aires en el momento en que una nueva ola de búsqueda de lo inalcanzable arrasó con la ciudad.
Para la mayoría fue como un rayo que cayera de los cielos. ¡Tan inesperado! Todos sabíamos de la “Huelga Vasena”, había durado semanas, ¿pero a quién le importaba? ¿Quién realmente estaba interesado salvo de manera vaga y lejana? Pero entonces cayó el rayo. Se llamó a una Huelga General y los trabajadores de Buenos Aires abandonaron sus herramientas. Fuimos entonces forzados a prestar atención – nosotros, gente cómoda. Tuvimos que escuchar la historia de la Huelga Vasena, la Huelga del Puerto y otras huelgas; la gente exigía que escucháramos, nos obligaron a escuchar. ¡Y vaya que escuchamos! Cuán diferentemente fue que escuchamos todos, es lo que trataré de contar. También intentaré contar la historia imparcialmente, tal como a mí me llegó, una de los tantos oyentes forzados en Buenos Aires.
La huelga se convocó para las tres de la tarde del jueves 9 de enero, una huelga general para asistir al funeral y honrar a los muertos que habían caído el día anterior en los Talleres Vasena. Esto, como ya dije, fue como si una bomba hubiera caído del cielo, puesto que nadie lo esperaba. Nunca había creído posible que los trabajadores pudieran estar tan enardecidos como para organizar satisfactoriamente semejante huelga. Caí en la cuenta de lo terribles que debían ser las condiciones en las que estaban viviendo y trabajando como para lograr que ésta fuera posible, ya que se trató de una huelga general en la que todos participaron. Incluso nosotros fuimos obligados a hacer caso de sus muertos, dado que quienes hacían a nuestra comodidad se rehusaron a trabajar.
El nuestro fue el único hotel que consiguió servir las comidas a sus huéspedes durante los siguientes días, así como continuar con el aseo de las habitaciones. Todos los otros hoteles, incluso los mejores, como el Plaza, el Majestic y el Savoy, no pudieron hacer nada por sus huéspedes más que permitirles conservar sus habitaciones. Éramos, por lo tanto, más afortunados y personalmente padecí poco, siendo la única diferencia el tener que tomar el desayuno en el comedor en vez de tenerlo servido, de acuerdo a la costumbre europea, en nuestras habitaciones (costumbre que existe en toda Sudamérica). Si uno puede llamar incomodidad al tener que presentarse puntualmente para el almuerzo y la cena (que se servía a modo de table d’hote ), entonces estábamos incómodos. Que nuestro hotel pudiera servirnos tan bien se debía a la lealtad personal de un cocinero, dos camareras, el conserje, el maitre d’hotel y el cajero; todos daban una mano. Pero en otros hoteles donde el espíritu de cooperación entre el patrón y los empleados no existía, los huéspedes sufrieron bastante. Todo se detuvo; todos los panaderos, todos los lecheros, todos los carniceros, todas las tiendas, todos los carruajes y coches, todos los automóviles, todos los tranvías. De hecho el trabajo mismo se detuvo y el indefenso millonario se vio obligado a depender de sus propios recursos. Después de todo, quedó demostrada la inutilidad del oro cuando la gente se rehúsa a reconocerlo como bien de cambio. Porque el oro no podía llevarnos de aquí para allá, u hornear o freír o realizar ninguna de las tantas cosas que hacen agradable la vida. Tan bien organizada estaba esta huelga que ningún coche privado siquiera intentó aventurarse a las calles. La comida que se traía del campo fue abandonada a pudrirse en el depósito, ya que no había hombres para descargarla del tren ni nadie que luego la cargara a los vagones para ser transportada, como tampoco ningún vagón para llevarla. Los hospitales se vieron forzados a enviar sus ambulancias, enarbolando la Cruz Roja, a recolectar sus alimentos de la estación. Esto devino en duras privaciones para las madres con criaturas y para los niños pequeños, puesto que no habría de comprarse ningún pan, no habría de tenerse nada de leche.
La causa de este tremendo trastorno era la huelga que había durado tres semanas en los Talleres Metalúrgicos Vasena. Vasena, un inmigrante italiano, había logrado montar los talleres metalúrgicos más grandes de esta parte de Sudamérica. Después de su muerte, los talleres se convirtieron en una compañía mayormente adquirida por capitalistas ingleses. Los hombres exigían menos horas de trabajo y mejores salarios. Al haber sido rechazadas estas demandas declararon la huelga. La compañía, no obstante, mantuvo los talleres en funcionamiento contratando rompehuelgas japoneses en un número de alrededor de trescientos. Los ánimos se exaltaron y el resultado fue que el miércoles, ocho de enero, el estallido causó la muerte de varios huelguistas. Se llamó a una huelga general al principio únicamente para la tarde del jueves, dirigida a la gente de Buenos Aires con el fin de honrar a los trabajadores muertos. Esto era un jueves nueve de enero, el funeral a realizarse a las tres de la tarde. Lo que ocurrió luego nadie lo sabe, pues cada parte niega rotundamente haber sido autor del primer disparo. ¡Pero hubo un primer disparo! Una tremenda multitud de condolientes había precedido los coches fúnebres. Entre las personas que formaban el cortejo se encontraban algunos diputados socialistas, uno de los cuales le contó a la Doctora Moreau que al entrar al enorme cementerio llamado Chacarita, donde los pobres entierran a sus muertos, fueron repentinamente atacados y baleados por la policía. Se desencadenó un terrible tiroteo que resultó en la muerte de cuarenta o cincuenta personas más. Los huelguistas firmemente sostenían –y estaban respaldados por el diputado socialista– no haber sido los primeros en atacar. No es de extrañarse que este incidente, espantoso desde todo punto vista y sobre todo si uno se coloca en el lugar de aquellos que lloran a sus víctimas, lograra una expresión de apoyo entre todos los trabajadores a lo largo de toda ciudad.
Esa noche se llamó a una huelga general a la que todos respondieron, y el viernes por la mañana Buenos Aires despertó para descubrir que no había periódicos en sus mesas de desayuno, y hacia la tarde todos los empleados habían salido de sus casas y fábricas. La policía a su vez sostiene que simplemente se encontraba vigilando la entrada al cementerio para prevenir disturbios, y que ellos habían sido los primeros en ser atacados. No tomaré partido puesto que nadie sabe quién disparó, pero sí sé que el trabajador propiamente dicho en Buenos Aires está trabajando en condiciones que hacen que mis simpatías estén de su lado cuando lo que intenta es mejorar su situación.
Buenos Aires se encontraba en una curiosa posición, puesto que el día en que se declaró la Huelga no tenía Jefe de Policía. El Presidente Irigoyen (sic ) inmediatamente dio orden al General Dellepiane a tomar el mando total de las tropas y la policía durante la huelga. Esta fue, sin duda, una sabia decisión, ya que el General Dellepiane era un hombre que contaba con la total confianza y respeto de todos, patrones y obreros, argentinos y extranjeros. Dado que, por extraño que pueda parecer, el mayor alboroto provino de los extranjeros. El Dr. Gonzales (sic ), anterior Ministro de Guerra, fue entonces nombrado Jefe de Policía bajo las órdenes del General Dellepiane. Inmediatamente se convocó a la milicia y se ubicaron ametralladoras en los edificios administrativos, en la Casa Rosa (sic) en la Plaza de Mayo, en la Plaza Constitucione (sic), y en la Bocca (sic). Se situaron guardias armados ante la residencia privada del presidente, los edificios de la compañía de agua, los edificios de la compañía de gas y electricidad, el correo y las estaciones telegráficas, los cuarteles centrales de policía, el arsenal, las diversas estaciones de ferrocarril, los Talleres Metalúrgicos Vasena y frente a los depósitos del puerto. ¡Ni el famoso Jockey Club fue pasado por alto! Algunos barrios, aquellos en donde vive el trabajador más humilde, estaban particularmente vigilados y se encontraban cortados por cordones de tropas y policía que inspeccionaban a todos quienes quisieran pasar. Yo no podía sino sentir admiración hacia los hombres que habían organizado la huelga. Tan perfecta era, que en una ciudad de un millón y medio de habitantes no se podían encontrar suficientes rompehuelgas para contrarrestar la huelga general organizada. No creo que en los Estados Unidos sea posible lograr tal organización, y esto pienso habla bien de los Estados Unidos. Creo que solamente cuando el sufrimiento del hombre ha alcanzado tal intensidad y llega a agotar su última resistencia, la naturaleza humana recurre a medidas tan drásticas. La policía montada dispersaba todas las reuniones y, al mirar las calles desde mi balcón o al dar un paseo diario por mi zona, quedaba impresionada ante la seria expresión en los rostros de los hombres así como ante su serena dignidad.
Durante todo el día, el viernes diez, los únicos ruidos que llegaban de la calle fueron el retumbar de las grandes furgonetas que iban y venían, llevando su carga de infantes de marina armados para vigilar el puerto y los Talleres Vasena. Desde mi balcón pude observar muchos pequeños episodios donde la huelga se hacía presente más claramente. La desdichada llegada de los viajeros a la Estación Retiro sin ningún vehículo que los trasladara a su destino final; dándose cuenta súbitamente cuán lejos y a trasmano quedaba la estación, locación que siempre había parecido tan conveniente. Pero vaya si no es una historia totalmente diferente cuando uno tiene que cargar todo su equipaje uno mismo y caminar pesadamente, dificultosamente, en el insoportable calor de verano, hacia la zona residencial de la ciudad.
A las nueve y media de la noche se llevó a cabo una emboscada bajo mi ventana en el Passeo de Julian (sic ), uno de los bulevares montado de la manera más espléndida en la ciudad. Un escuadrón de soldados de infantería de marina estaba persiguiendo a unos huelguistas que habían escapado del arresto y era realmente escalofriante ver a estas figuras revestidas de blanco lanzándose velozmente, entrando y saliendo entre los arbustos y árboles, a la caza de estos hombres con sus bayonetas relucientes al descubierto. A las diez en punto las ametralladoras abrieron fuego y el intenso cañoneo se prolongó durante media hora.
Cuando la comida comenzó a escasear, se tomaron por asalto varias comisarías, entre otras las No. 12, 20, 21, 30 y 32, imponiéndose a los guardias. Se dispusieron ametralladoras en los techos en estos sitios. Se tomaron por asalto la oficina de correos y el arsenal y todos los comercios que tuvieran armas de fuego fueron saqueados. Los huelguistas también intentaron cortar todos los cables eléctricos, de manera que toda la ciudad quedara sumida en la oscuridad total, pero en esto no tuvieron éxito. Sí lograron, no obstante, destruir muchas lámparas, 1500 lámparas de petróleo, 300 lámparas de arco voltaico y 1000 bulbos eléctricos, alcanzando su cometido a lo largo de todos los sectores residenciales, que se encontraban ahora en completa oscuridad. Esto aumentaba la confusión general al anochecer, y como muchas personas con malas intenciones utilizaban esta oportunidad bajo el pretexto de la huelga para ajustar alguna cuenta o llevar a cabo alguna venganza privada, el peligro se vio incrementado. En consecuencia, muchos jóvenes de buenas familias se ofrecieron como voluntarios en la fuerza policial para mantener bajo vigilancia su sector y, como se requería a la policía en todos lados al mismo tiempo, aun siendo asistidos por la milicia, esta ayuda agregada permitió que algunos pudieran descansar un rato.
La posición del Gobierno no fue aliviada por los títulos de algunos periódicos extranjeros, especialmente los ingleses. Ya que, después de todo, el Presidente Irigoyen como presidente de la Argentina del rico y del pobre, del patrón y del obrero, contaba con la clarividencia como para advertir que cada parte tenía sus verdades a favor. Como le sucede a todo quien intenta ser justo, fue atacado por todas partes –por los empleadores por aliarse con los huelguistas, por los huelguistas por aliarse con los empleadores. Como yo veía la situación desde el punto de vista de alguien ajeno a la misma, no siendo ni patrón ni obrero, me parecía que el Presidente estaba tratando de ver las razones a favor de ambas partes, así como las razones en contra. Los ánimos se caldearon y el intenso calor durante esos días lo estimulaban en vez de aplacarlo. Por mi parte, pienso que, tomando todo bajo consideración, el gobierno controló la situación notablemente bien, y, en general, la gente mostró gran dominio de sí misma.
El once de enero La Prensa y La Nación volvieron a publicar sus periódicos por primera vez. Salí a dar mi paseo habitual, y, al caminar por Sarmiento llegando al cruce con la Calle San Martín pasé a tres policías armados que montaban guardia para impedir que nadie circulara por San Martín entre Sarmiento y Corrientes, la cuadra donde La Nación tiene su edificio. Cada policía portaba un arma cargada y una bayoneta. Al llegar al cruce, un hombre intentó abrirse paso a través de la policía, y entonces me di cuenta cómo fue que se mató a tanta gente inocente el día anterior, pues si el policía hubiera tenido que disparar, la bala perfectamente hubiera podido darme a mí tanto como a aquel a quien en realidad estaba destinada.
Se colocaron carteles por todas partes pidiendo a la gente que permaneciera tranquila. Se abrió fuego de metralla nuevamente a las 6 de la tarde, aunque se rumoreaba que la huelga terminaría esa noche. A la mañana siguiente, 12 de enero, aparecieron todos los periódicos. La huelga se había dado por terminada al final de la noche anterior excepto en los puertos. A las tres del día 11, un Comité de la Federal Obrera Regional , compuesto por los trabajadores Sebastián Marola , Manuel Gonzáles, Petro Vengut y Juan Curmos, presentó sus condiciones al General Dellepiane. El comité de trabajadores exigía, primero: La libertad de todos quienes hubieran sido detenidos durante la huelga; segundo: La aceptación de las condiciones que los huelguistas presentaran a la firma Vasena; tercero: La reincorporación de todos los trabajadores que habían sido despedidos por los Ferrocarriles Southern Pacific. Al mismo tiempo aprovecharon esta oportunidad para asegurar al gobierno que en ningún modo eran ellos responsables de los ataques perpetrados contra la oficina de correos y al Jefe de Policía. Esto sucedía a las tres. A las cuatro el Sr. Alfredo Vasena asistió a una conferencia con el Ministro del Interior y aceptó los términos de los trabajadores. Por consiguiente, el Jefe de Policía en nombre del Presidente Irigoyen declaró que los prisioneros serían liberados y aceptó los términos. Después de lo cual el comité de trabajadores emitió un manifiesto declarando que la huelga había concluido.
Algunos extractos de mi diario durante esos días quizás puedan agregar detalles de color a la historia general.
“Cerraron sus puertas todos los teatros, todas las salas de cine, la ciudad quedó completamente muerta. Apenas un puñado de cafeterías, de las menos costosas, tenían sus persianas de hierro a medio abrir, dado que en Buenos Aires todos los restaurantes y tiendas están equipados con persianas corredizas de hierro corrugado frente a sus ventanas y entradas principales. Estas persianas se encontraban abiertas de modo tal que al agacharse uno pudiera entrar a comer algo y, al mismo tiempo, en caso que los huelguistas lo objetaran, las persianas podían cerrarse y obstruirse. Los médicos debían enarbolar la bandera de la Cruz Roja para poder pasar sin ser importunados”.
“The Standard, en su publicación del 12 de enero, asume que la mayoría de los ataques de los trabajadores estaban dirigidos contra las firmas inglesas o de propiedad de los Aliados y, por lo tanto, creía que la huelga era fomentada por Alemania. Los rumores, por el contrario, dicen que las firmas inglesas explotan a sus hombres más que otras firmas. Quién tiene a la verdad de su lado es difícil de aseverar, pero esto es seguro: si las condiciones y horas de trabajo no hubieran sido tan terribles, la huelga nunca podría haber tenido lugar”.
“Hacia el mediodía del domingo 12 pasó el primer tranvía, y para las doce y media ya circulaban regularmente cada pocos minutos. Alrededor de la una y media, las tres líneas de vuelta al hotel hacían su recorrido normalmente, aunque pararon a las siete de la tarde”.
“El odio de clase se puede observar en muchos pequeños incidentes. En particular, quedé sorprendida por un episodio que había presenciado entre un hombre de la denominada clase superior y un obrero. La indiferencia del obrero había despertado tal ira en el otro hombre que éste se hizo de una piedra afilada del suelo con intención de arrojársela al primero, pero luego, en vez de cumplir con este cometido, fue poseído por tal pasión que comenzó a patear a su adversario tal como lo hubiera hecho un niño malcriado. El obrero permanecía absolutamente pasivo hasta que algo que se dijo lo irritó, y entonces, repentinamente, extrajo su cuchillo. Afortunadamente para ambos, un hombre interfirió, un policía hizo sonar su silbato, apareció un automóvil con cuatro soldados armados, se acercó, dio una vuelta alrededor lentamente. Finalmente la multitud se disipó y un policía se marchó con el caballero, otro con el obrero… el auto se alejó”.
“Al atardecer los oficiales de marina circulaban nuevamente camino del cumplimiento del deber. En la misma mañana del 12 de enero volvieron a aparecer todos los periódicos. Alguien atacó a un canillita que vendía periódicos en mi esquina. Se había reunido una inmensa multitud y tres policías para escuchar la historia del chico. Dos de los policías fueron tras el hombre que había hurtado y destruido los periódicos del muchacho, pero no lograron atraparlo. Hacía calor y volvieron exhaustos y exasperados, y, queriendo dar rienda suelta a sus sentimientos reprimidos, comenzaron a golpear al pobre canillita con el llano de sus espadas y a gritarle que se marchara de una vez. Me hubiera gustado poder entender todo lo que se decía en la acalorada discusión entre aquellos que quedaron luego, pero, ¡ay!, sólo pude captar alguna que otra palabra, alguna que repetían constantemente. Algo acerca de ‘esta americana’. Puedo asegurar que no somos exactamente amados. Tampoco lo son los ingleses. No culpo de todas maneras enteramente a la gente, especialmente cuando uno acierta a escuchar comentarios como el siguiente: ‘Era un buen deporte ver las ametralladoras apuntando a los hombres, especialmente si uno se encontraba a salvo en el techo’. ¡Dicha observación proveniente de un escocés! O el comentario de un robusto e hinchado americano que se encontraba tomando su desayuno a las diez, desayuno compuesto de huevos, pan y manteca y dos tazas de café. Insatisfecho por no poder contar también con algo de jamón, dijo en algo parecido a un tono despectivo: ‘Todos aquí se comportan como enclenques. Deberían matar a tiros a algunos cuantos y así darles una lección’. Estaba furioso con el gobierno por interferir con su jamón y huevos, ¡y sin embargo habría de comer algo nuevamente en dos horas y vaya si contaba con ello!”.
“El Lunes, 13 de enero, los coches circularon hasta las ocho de la noche. Los camareros retornaron al mediodía, así como los otros sirvientes, y el hotel una vez más se encontraba en el orden de siempre. Habrían de encontrarse algunos aventurados choferes con sus caballos y carruajes de alquiler, pero no habría de verse ningún taxi”.
“Los informes hablan de 2000 personas muertas en los últimos días. La mayor cantidad de muertos y heridos se produjo en las proximidades de los Talleres Metalúrgicos Vasena. Si bien se hacía responsable de esta huelga a los Talleres Vasena, no se puede soslayar, como ya he mencionado, el hecho de que si la condición del obrero no hubiera sido tan terrible, la Huelga Vasena nunca podría haber devenido la cerilla que envolviera en llamas a los trabajadores en la Argentina”.
“El incidente de los Talleres Metalúrgicos Vasena fue en realidad simplemente la última cerilla que sirviera para prender fuego la ciudad y, a partir de lo que pude averiguar, la historia se sucede como sigue (recibí este relato de un amigo del hombre que actuó como delegado de la Policía bajo el Dr. Casas. El Dr. Casas renunció tres semanas antes de que se llamara a la huelga general): Hace aproximadamente cuatro semanas, cuando comenzó la huelga en los Talleres Metalúrgicos Vasena (donde se emplea a 1400 hombres) ésta tomó una dirección tan seria que la Compañía buscó protección en el Gobierno, protección que le fue garantizada. Como los trabajadores objetaran tal resolución, el Gobierno aconsejó a la Compañía Vasena que cerrara sus talleres y viera de llegar a un acuerdo. Ya se había consentido a esto, cuando desafortunadamente esa misma tarde del miércoles ocurrió el incidente entre los rompehuelgas japoneses y los huelguistas, causando la muerte de estos últimos, con los serios y trágicos resultados que siguieron al momento del funeral el jueves nueve de enero. Me dijeron que el Dr. Casas había renunciado porque creía haber descubierto, a través de la policía de Montevideo, un grupo de bolcheviques rusos que había formado un partido maximalista tanto en Montevideo como en Buenos Aires; por lo que aconsejó al Presidente mandar a detener a estos hombres. Al negarse a esto el Presidente, el Dr. Casas decidió renunciar. El domingo 12 de enero, en una casa en la esquina de Corrientes y Verinejo (sic) , se apresó a los líderes. Se declaró que contaban con el suficiente dinero, municiones y vituallas como para llevar a cabo la conspiración. Un hombre joven de aproximadamente treinta años, cuyo nombre era Pedro Wald –así contaba las historia– fue elegido Presidente Maximalista, y Jean Selestuk, Jefe de Policía. Se rumorea que más tarde Wald murió en la cárcel y que se tomaron como prisioneros alrededor de dos mil Maximalistas, todos ellos embarcados a bordo de una nave que convenientemente habría de naufragar a la altura del Cabo de Buena Esperanza. Más adelante toda esta historia en relación a Wald y el barco resultó ser una ficción periodística. Wald resultó ser no un bolchevique, sino un inocente judío que escribía para el periódico Die Presse, sin siquiera tendencias radicales. El clima estaba tan enrarecido y tan grande era la confusión que existía en la mente de la gente entre rusos y judíos, que muchos judíos fueron atacados al ser confundidos con rusos, y a su vez los rusos fueron tildados de bolcheviques. Incluso muchas firmas ya habían despedido a todos sus empleados rusos y judíos. La Dra. Moreau , médica, fue llamada a muchas casas judías para atender a los heridos. Su descripción de la devastación en estas casas fue muy gráfica: los libros habían sido rotos o quemados, los muebles destruidos, y muchos habían infligido heridas a personas inocentes, todo por una fábula de periódico sumada a la confusión y el temor de la gente. Este fue el primer atentado en la historia de la Argentina contra los judíos. El periódico anarquista La Protesta fue cerrado por la policía y fueron arrestadas las 40 personas que en él trabajaban. El número de detenidos era tan grande que tuvieron que abrirse los inutilizados recintos de la prisión en el Palacio de Justicia”.
“La huelga de los puertos se expandió a todas las embarcaciones de las líneas del Atlántico. Otra vez los rumores exageraban, diciendo que todos los servicios de ferrocarril se encontraban suspendidos, pero este era un informe falso ya que, en realidad, había pocos pasajeros, todos quienes pudieran hacerlo se quedaban en casa”.
“Para el 14 de enero los coches no se aventuraban fuera más tarde de las diez de la noche. Este día las ametralladoras se escucharon nuevamente en dirección de la estación de ferrocarril. Las emociones se enervaron y estuvieron tan incubadas por los residentes ingleses y americanos que la Cámara de Diputados aprobó una resolución el 15 de enero declarando la ley marcial. Esto, sin embargo, no fue aprobado por el Senado. Considerando que la demanda de la ley marcial provenía no de los argentinos sino de los americanos e ingleses, me alegraba que el Senado mostrara tal determinación. ¿Por qué deberían interferir estos poderes extranjeros?”.
“El año anterior había tenido lugar una huelga de siete semanas en los ferrocarriles erigidos con capital inglés. Los huelguistas demandaban pensiones de retiro y el Gobierno finalmente obligó a la gerencia a claudicar al aprobar una Ley de Pensión de Retiro para los empleados de los ferrocarriles. El servicio se restauró, pero incluso hoy es precario, pues nunca se sabe cuándo comenzará una huelga, ya que la política de los ferrocarriles ha sido despedir a los hombres poco tiempo antes de poder reclamar su pensión”.
“El 16 de enero aparecieron los primeros taxis, y el primer barco salió de Montevideo hacia Buenos Aires. En tanto la huelga continuaba, se transfirió a los pasajeros, en Montevideo, del transatlántico a los barcos fluviales pudiendo de esa manera arribar o partir”.
“Fue la primera noche que me animé a salir luego de que oscureciera. Me sentía aburrida de estar tan encerrada, exceptuando mi caminata diaria, que decidí aceptar la invitación a cenar en un restaurante cercano. Comparativamente, poca gente se había animado a salir aparte de nosotros, y todos los policías todavía portaban rifles cargados por la noche. Personalmente, como mujer, nunca me sentí tan segura como durante toda la huelga. Los hombres de verdad estaban demasiado ocupados y los cobardes se quedaban en casa. No se era importunado”.
“El final de la Huelga General, excepto la huelga del puerto, llegó el viernes 17 de enero, cuando el General Dellepiane llamó a una junta de representantes de la Federación del Trabajo y a los Anarquistas para discutir con ellos sus motivos de queja. El Presidente había dado su palabra a la Federación del Trabajo que se encargaría de que las compañías no se desquitaran con los huelguistas, quienes serían reincorporados en sus trabajos. Quinientos hombres arrestados ya habían sido puestos en libertad, ciento cincuenta más habrían de ser liberados durante el día, quedando alrededor de cuatrocientos todavía encarcelados a ser liberados al día siguiente. La huelga del puerto, no obstante, se mantuvo hasta el lunes 3 de febrero y se reinició nuevamente el martes 4 de febrero, como cierre patronal forzoso por parte de los navieros”.
Fue una experiencia maravillosa haber sobrevivido a la Gran Huelga, pero tal experiencia no tiene valor alguno a menos que se derriben los muros que nublan nuestra vista. Todo el tremendo cataclismo que el mundo ha atravesado en estos cinco últimos años no servirá para nada, y sólo engendrará uno mayor, a menos que haya reconciliado al mundo entero en una mayor comprensión a través de su sufrimiento. A través del sufrimiento, el mundo entero se emparenta. Y esta gran huelga de Buenos Aires no fue más que el círculo exterior del blanco de los movimientos que alcanzan a los países lejanos que radiaban de la bomba que había perforado a la civilización; expresión de una de las agitaciones periféricas de la calamidad del mundo.
Tenía que suceder. Bajo toda nuestra prosperidad y paz aparente, descansa una injusticia hacia la vida humana que tenía que hacerse conocer a todos. Como el Dr. Enrique Mouchet tan sucintamente nos expusiera en una conferencia: “Hace cien años la Revolución Francesa tuvo lugar porque el pueblo había caído en la cuenta de la injusticia de la entonces existente iniquidad política. Esta Revolución habría de instaurar la igualdad política en el mundo. Le llevó cien años evolucionar al pensamiento que había explotado en ese tiempo. Hoy la igualdad política existe prácticamente en todo el mundo, o al menos un trabajo más completo hacia ella. La Revolución Rusa es, a su vez, una explosión hoy para obligar al pueblo a tomar conciencia de la injusta distribución que impide la satisfacción de las necesidades primarias y fundamentales. No debemos impacientarnos si esto también lleva cien años, pues una revolución no cesa cuando se restaura el orden externo, es justamente entonces que la evolución comienza”. Mouchet hablaba a un grupo de trabajadores argentinos y lo que se me ocurrió en relación con lo que estaba diciendo era la idea de la bondad fundamental de las leyes de Dios. Un pensamiento nace –y crece hasta alcanzar a muchos– mediante el sufrimiento. Tomemos el pensamiento que hizo erupción en el tiempo de la Revolución Francesa, cien años atrás, para traer igualdad política al mundo. Para los hombres de entonces la igualdad política significaba un poder a ser atesorado, tal como los hombres acuñan el oro hoy en día. Era un terrible desgarro renunciar a un poco de este poder, y cuanto más uno tenía más duro era cederlo o compartirlo. Pero el tiempo hace maravillas y actualmente la persona promedio estaría sorprendida, si se detuviera a mirar atrás, al darse cuenta que compartir el poder político significaba entonces un desgarro tan grande como lo significa la demanda que se hace en el presente por compartir el oro. A la gente de hoy en día le parece simplemente natural que cada hombre y mujer pueda disponer de igualdad política. Cada uno de nosotros sabe que la mayoría no insistirá en ser Presidente de los Estados Unidos, empero, ese era el temor cien años atrás. Se temía que al compartirse la igualdad política se pudiera desembocar en un caos donde todos querrían convertirse en presidente. Y es el mismo temor en la revolución económica que estamos enfrentando hoy. Porque hay miles que sienten el derecho de satisfacer algo de sus deseos espirituales así como de sus necesidades básicas; de tener un poco de tiempo libre al cual llamar suyo y hacer de éste lo que se les antoje, para sí mismos solamente, en vez de ser constantemente esclavos del tiempo, simplemente a los fines de la sustentación y existencia; las personas que cuentan con un tiempo de ocio, una cantidad de medios con los que saciar sus necesidades espirituales, han inmediatamente concluido en que todo el mundo quiere ser millonario, un Pierpont Morgan o un Rothschild . Pero la gente, en general, no reclama ser un Rothschild o un Morgan más de lo que reclama ser presidente de los Estados Unidos. La riqueza implica una pesada responsabilidad a todos quienes desobedecen su ley. Puede tardar una generación, pueden ser dos o tres, pero la ley divina no puede romperse sin sufrir el castigo. Esa es la diferencia fundamental entre las leyes concebidas por el hombre y las leyes de Dios. Mediante el esfuerzo, político o social, las leyes del hombre pueden evadirse, pero ninguna ley divina podrá evadirse jamás, debe ser enfrentada. Y si se hace el intento de evadir la evolución natural de las leyes divinas, el miedo será una de las grandes retribuciones que el quebrantamiento de tales leyes conlleve. El miedo, de una u otra manera la raíz de todo mal; y el miedo entra en la casa del pobre tanto como en la casa del rico, en la del rico tanto como en la del pobre.”
Traducción de Marie Longobardi, Revista Sociedad número 24, invierno de 2005.

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16 de junio de 1955: Esa maldita costumbre de matar, por Leónidas Ceruti

El mes de junio de 1955, no fue un mes cualquiera durante el segundo gobierno del Gral. Juan Domingo Perón. El día 11, la Iglesia Católica realizó la procesión de Corpus Christi, que excedió lo religioso y se produjo una movilización opositora que reunió 250.000 manifestantes, desplazándose desde la zona de la Catedral a la zona del Congreso Nacional.
Las crónicas reseñan que los activistas dañaron placas conmemorativas a la figura de Eva Perón e izaron la bandera del Vaticano en lugar de la bandera argentina en el mástil del Congreso. El conflicto se agudizó cuando se conoció que durante la procesión se había quemado una bandera argentina y al publicarse en los diarios la fotografía de Perón y Borlenghi mirando los restos de la misma.
El 16 el gobierno había organizado un acto de desagravio a la bandera nacional. El ministro de Aeronáutica, Brigadier Mayor Juan Ignacio de San Martín, dispuso que la aviación testimonie su adhesión al presidente de la República, desagraviando a la vez la memoria del general José de San Martín. Para esto decidió que una formación de aviones sobrevuele la Catedral de Buenos Aires, donde descansan los restos del Libertador. El anuncio del desfile reunió en Plaza de Mayo a un numeroso público. Se trataba de un acto cívico-militar en solidaridad con el gobierno frente a los embates de la oposición.
Pero durante esa jornada, al mediodía se produciría el bombardeo, conocido como la Masacre de Plaza de Mayo. Ese día un grupo de militares y civiles opuestos al gobierno del presidente Perón, intentó asesinarlo y llevar adelante un golpe de estado y, si bien fracasaron en su propósito, durante el mismo varios escuadrones de aviones pertenecientes a la Aviación Naval, bombardearon y ametrallaron la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, el edificio de la Confederación General del Trabajo y el edificio que en aquella época servía como residencia presidencial.Causaron la muerte de 700 personas y más de 2000 heridos.
Los relatos de la época comentan que:
“A las 12.40, la escuadra de treinta y cuatro aviones de la Marina de Guerra argentina que había estado sobrevolando la ciudad desde hacía bastante tiempo (22 North American AT-6, 5 Beechcraft AT-11, 3 hidroaviones de patrulla y rescate Catalina), iniciaron sus bombardeos y ametrallamientos al área de la Plaza de Mayo.”
“El capitán de fragata Néstor Noriega, de 39 años de edad, esperaba que el cielo se despejara, la escuadrilla formaba escalonada hacia arriba. A las 12,40 Noriega al mando de su Beechcraft descarga una bomba de 100 kilos que cae sobre la sede presidencial; a continuación los North American al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots descargan bombas de 50 kilos cada uno. La sorpresa del ataque hizo que el mismo cayera sobre la población, que realizaba sus actividades normales debido a que era un día hábil.”
“Entre las primeras víctimas se contaron los ocupantes de los vehículos de transporte público de pasajeros. Un trolebús repleto recibió una bomba de lleno, muriendo todos sus ocupantes.”
“La Plaza de Mayo era un incendio, quienes salían de las bocas del subte se encontraron con la nube de pólvora, los aviones rasantes sobre el casco porteño, la gritería, la desesperación, la gente intentando esconderse como podía, heridos, muertos, mutilados. Los aviones lanzaron sus bolas de fuego y muerte contra los trabajadores que se desplazaban hacia sus tareas, o bien transeúntes distraídos que recorrían ese lugar histórico, mientras se escondían como podían ante la sorpresiva y violenta lluvia de bombas y metrallas”.
Esa mañana fue el bautismo de fuego de los aviones de la aeronáutica contra el pueblo. Los aviadores arrojaron nueve toneladas y media de explosivos, según algunas fuentes, otras, catorce toneladas sobre la población civil inerme.
Perón se había retirado al Ministerio de Guerra ubicado a 200 metros de la Casa Rosada por lo cual no estaba en ella al comenzar los ataques aéreos y el intento de asalto por fuerzas de tierra.
Después de la primera hora de bombardeo los gremios empezaron a convocar a los obreros para organizar una Marcha de Resistencia a la Plaza de Mayo en defensa de Perón. Una bomba cayó sobre la convocatoria a las 13.30 y mató a Armando Fernández, de la Asociación de Trabajadores Jaboneros, Perfumistas y Afines.
Mientras se acentuaban los tiroteos en el centro porteño, se ordenó a la Base Militar de la Fuerza Aérea en Morón el despegue de interceptores a reacción. Los pilotos se encontraban entonces en acaloradas discusiones sobre si debían adherirse o no al movimiento de los sublevados. Rápidamente se hizo al aire una escuadrilla de cuatro Gloster Meteor leales al gobierno. Si bien no pudieron llegar a tiempo para impedir el bombardeo, lograron interceptar una escuadrilla naval rebelde que se retiraba de la zona. El combate se produjo a baja altura sobre el Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery y el Río de la Plata.
La Base Aérea de Morón caería entonces por poco tiempo en manos rebeldes, con lo que estos pudieron hacerse con 4 Meteors. Los hicieron despegar para continuar ametrallando la zona de Plaza de Mayo en apoyo a los rebeldes emplazados en la zona del Ministerio de Marina, extendiendo sus acciones hasta las 17.20. Al no contar con bombas uno de estos aviadores empleó su tanque de combustible como si fuese una bomba de napalm, que cayó sobre los automóviles que se encontraban en el estacionamiento de la Casa de Gobierno.
Ante el fracaso del combate en tierra y luego de ser derribados dos aviones por las baterías antiaéreas montadas en la zona, los aviadores rebeldes recibieron la orden de escapar al territorio uruguayo, pidiendo asilo. De los treinta aviones que huían, algunos aparatos no llegaron a aterrizar en el territorio uruguayo por el excesivo consumo de combustible invertido en los ametrallamientos, por lo que sus pilotos debieron descender forzosamente al Río de la Plata o en campos de la zona de Carmelo.
El pueblo salió a la calle enardecido, solicitando armas al presidente. En un mensaje radial emitido por el General Perón afirmó que “la situación está totalmente dominada. El Ministerio de Marina, donde estaba el comando revolucionario, se ha entregado y está ocupado, y los culpables, detenidos”, e instó a la población: “nosotros, como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión”.
Se había perpetrado uno de los hechos más cobardes y criminales de militares y civiles de la historia de nuestro país.
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“Sin archivos no hay derechos”: la advertencia de Andrés Pak Linares ante el vaciamiento de la memoria estatal

El archivista y presidente de AFPA (Archivistas de la Función Pública Argentina) Andrés Pak Linares, advierte sobre los riesgos que corren los archivos públicos en un contexto de desfinanciamiento, desmantelamiento institucional y políticas que apelan a la desmemoria. Desde el Archivo General de la Nación hasta los organismos más pequeños del país, Pak Linares plantea que sin una política estatal sólida en materia archivística no solo se pierde historia: también se atenta contra la eficiencia del Estado y, sobre todo, contra el ejercicio pleno de los derechos individuales y colectivos. En diálogo con LCV, insiste en la necesidad de una política de archivos que trascienda gobiernos y coyunturas ideológicas, tal como sucede en otros países de la región.
LCV: ¿Cuáles son los riesgos que corren los archivos? Sobre todo en este momento, con este tipo de gobierno que apela a la destrucción y la desmemoria.
Andrés Pak Linares: “Bueno, nosotros desde AFPA , advertimos en un comunicado en abril de 2023 que todo estaba en peligro. Tristemente se fue cumpliendo esta visión que nosotros teníamos. Y lo vemos —para decirlo de una forma que se entienda, digamos— detrás de cada institución que se cierra o detrás de cada programa que se descontinúa, hay un archivo. Hay un archivo que recoge los documentos que dan cuenta de lo que hizo ese feminismo, de lo que hizo ese programa, ese funcionario”.
LCV: Ese funcionario también, por supuesto.
Andrés Pak Linares: “Claro, porque los archivos son los lugares donde se puso la documentación que refleja el accionar de las instituciones. Hay una trazabilidad de la historia que indica en qué gobiernos se cuidó más la memoria, en cuáles se cuidó más la cuestión archivística, se le dio visibilidad, se le dio formación a la gente.”
LCV: Recuerdo, desde que tengo uso de razón —y sobre todo desde que soy periodista— haber ingresado, y salvo los de la Biblioteca Mariano Moreno y algunos otros que son buenos en sí mismos, pero recuerdo el ingente trabajo de los archivistas para protegerlos del polvo, de los ácaros, de un montón de situaciones en donde uno dice: “Pará, eh, esto sin ir a otras cosas, como por ejemplo los fílmicos y los discos, que vos recordarás en la época del presidente Menem, por ejemplo, los archivos de Radio Nacional se tiraron todos a los containers de basura”.
Andrés Pak Linares: “No es fácil ponernos a hacer cuentas de lo que se ganó y lo que se perdió en los últimos años —a decir, no sé, 40 años—, hay muchos hitos, ¿no? Pero yo empezaría por acá: lo que nosotros planteamos desde AFPA es que lo que falta es una política estatal en materia de archivos. Política estatal, no gubernamental. Después podemos encontrar en los distintos gobiernos algunas acciones positivas, algunas negativas. Querríamos trascender eso a favor de la discusión por una política estatal, que es la responsabilidad estatal de la memoria. Y más que de la memoria, yo diría de archivos. Tenemos otra discusión. Las políticas de memoria útiles, buenas, que nosotros acompañamos y demás, tienen una correlación con las políticas de archivo. Si yo quiero una política de memoria eficiente, necesito una política de archivos eficiente. En ese sentido, y para nombrar hitos venturosos, entre el 2010 y el 2020 funcionó un programa de capacitación por el que pasaron más de 3000 agentes, más de 100 organismos públicos. Discontinuado. En los 90s, por ejemplo —para hablar de distintos gobiernos— durante el proceso de privatizaciones, y por el denodado esfuerzo de trabajadoras y trabajadores del Archivo General de la Nación y de otros archivos, bueno, el Archivo General de la Nación duplicó su patrimonio. Rescatando fondos de organismos privatizados.
LCV: ¿Cuáles serían las deudas de la democracia con la política de archivos?
Andrés Pak Linares: Lo que no tenemos del 83 para acá —para hablar de las deudas- es una actualización normativa, un reconocimiento de la profesión. Reconocimiento que tiene que, además de ver sueldos, verse en estructuras, verse en funcionalidad de los archivos. Entonces, más allá de señalar si este gobierno hizo esto, este gobierno hizo lo otro… nosotros vemos que hay una línea, por así decir, que no termina de instalar una política sólida.
LCV: ¿Cómo ves la política actual en ese sentido?
Estamos viviendo un denodado ataque a toda la estatalidad o a todas las —digamos— funcionalidades estatales, ¿no? Y en ese sentido no hay mucho para destruir. Está todo en peligro. Hay un peligro total, en todos los estamentos.”
LCV: Hay mucho para hablar, te digo, hay mucho para hablar y muy poco tiempo, porque yo te voy a pedir que en un minuto me definas la importancia que tiene —en un país— para su crecimiento intelectual, histórico, político y social, el tener los archivos y poder acceder a ese pasado nuestro que yo entiendo siempre enseña. Bien, en un minuto nada más.
Andrés Pak Linares: “Perfecto. Lo que nosotros planteamos —y esto quizás lo explique bien— es que los archivos tienen una triple función social. Una, la de preservar documentos que puedan oficiar de fuentes para el conocimiento del pasado. Otra, para la eficiencia administrativa. Y acá ya empezamos a abrir el juego: si yo quiero un Estado eficiente, más allá de la ideología o más allá de la dirección política que le dé, necesito archivos adecuados. Y una tercera, que dejo para el final y no es la menos importante: los archivos son el soporte documental para el ejercicio de derechos individuales y colectivos”.
LCV: “Totalmente”.
Andrés Pak Linares: “Entonces, si yo no implemento una política de archivo o directamente ataco la funcionalidad o servicios de archivos, estoy atacando directa o indirectamente —pero más directa que indirectamente— la posibilidad del ejercicio de derechos individuales y colectivos. Para poner un ejemplo de países vecinos: Brasil, hasta hace poco, tenía una política estatal en materia de archivos. Cambiaban los gobiernos —se iba Collor de Mello, venía Lula—, el director del Archivo Nacional de Brasil era el mismo. La CONARC, el Consejo Nacional de Archivo, era el mismo, seguía funcionando. A eso llamamos política estatal.
LCV: “Exactamente”.
Andrés Pak Linares: “Que trascienda las coyunturas. Que trasciendan las coyunturas y las ideologías”.
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Raúl Godoy, trabajador de la fábrica recuperada Zanon: “Nos están asfixiando”.

En un país donde las estadísticas borran a quienes resisten por fuera del mercado, el trabajador y dirigente ceramista, ex diputado del Frente de Izquierda, Raúl Godoy, levanta la voz desde el corazón de una experiencia que desafía las reglas del capitalismo hace casi 25 años. Zanon, la fábrica de cerámicos de Neuquén gestionada por sus trabajadores desde 2001, enfrenta hoy un escenario crítico: tarifas impagables, falta de crédito, desindustrialización y un Estado que nunca apostó por las gestiones obreras.
El viernes 13 de junio a las 17:30 hs en el Auditorio de ATE Nacional “Héctor Quagliaro”, ubicado en Moreno 2654, CABA, convocan a una reunión de solidaridad. En defensa de las gestiones obreras de Neuquén: Zanon, Ceramica Neuquen y Stefani de Cutral Co.
“El gobierno provincial con el uso de las fuerzas represivas: corto la luz y el gas a las cooperativas en plenos fríos. Paralizando asi toda la producción por lo tanto el sustento de cientos de familias. En la provincia de Vaca Muerta que provee energía a un tercio del país cortan los servicios a cooperativas de trabajo. Los trabajadores con un amplio apoyo de la comunidad vienen realizando manifestaciones en Neuquen, pero necesitan hacer visible esta situación a nivel nacional”, explicaron en un comunicado.
De paso por Buenos Aires para impulsar esa reunión de solidaridad y visibilización, Godoy analiza el presente de la cooperativa, recuerda el rol de los gobiernos que prometieron y no cumplieron, y apunta contra un modelo económico que prioriza a las multinacionales mientras deja caer a quienes producen sin patrón. “Lo que es verdaderamente utópico —advierte— es pensar que se puede sostener una cooperativa en medio de este capitalismo destructivo.”
LCV: ¿Dónde estás vos en este momento?
Raúl Godoy: Ahora, en estos momentos estoy en Buenos Aires. Estamos organizando una reunión para este viernes. Fue el pedido de los compañeros, se discutió en asamblea, para poder hacer visible nuestra lucha. Como bien decías al inicio, desde Neuquén siempre hay mucho silencio. Estamos en la Patagonia, lejos del centro político, por lo tanto, para hacer visible una lucha hay que venir hasta Buenos Aires. Entonces, bueno, acá preparando el terreno para poder hacer esta reunión de solidaridad y poder votar un plan de acción.
LCV: Contanos cuál es la situación que están viviendo en este momento en Neuquén.
Raúl Godoy: Claro. Las gestiones obreras, Zanon principalmente, pero después también Cerámica Neuquén, Stefani, y todos, somos parte de la lucha del 2001 en la Argentina, de ese momento donde surgieron y se multiplicaron las asambleas barriales, las ocupaciones de fábricas, gestiones obreras, cooperativas, etc. La gente se recordará lugares emblemáticos como el Bahuen, como Brukman. Fueron más de 250 fábricas y empresas que fueron ocupadas y puestas a producir frente al abandono de la patronal. Frente al cierre masivo de lugares de trabajo, mucha gente ocupó esos lugares y los puso a funcionar. Uno de los casos más emblemáticos fue el de Zanon, que venimos hace muchos años, ¿no? Ya el año que viene cumplimos 25 años, desde que se ocupó la fábrica y se puso a producir.
Bueno, estos años han sido de resistencia, de mucho trabajo. Al inicio, cuando empezó nuestro trabajo, tuvimos un momento donde las maquinarias estaban en buenas condiciones, veníamos con un cierto empuje, y logramos que las fábricas funcionaran, que ingresaran más compañeros y compañeras desocupadas a trabajar. Construimos una escuela, construimos un centro de salud, trabajamos muchísimo con la comunidad. Ahora, con el pasar de los años, los ajustes, una política peor que la otra, nos fueron asfixiando. No nos dieron jamás un acceso a crédito para renovar maquinaria. Entonces es como tener un taxi con un Ford Line, con un Torino, digamos. Es muy difícil seguir manteniendo una producción con fábricas que tienen más de 30 años de antigüedad. Han pasado los gobiernos, nunca accedimos, y ahora nos están apretando con los cuadros tarifarios. Con la política de Milei, de darle prioridad a las empresas multinacionales, nos vinieron a apretar. Y bueno, la parte más delgada de una economía son las cooperativas. No tienen espalda.
LCV: Respecto de la energía, escuchaba algo que tenía que ver con que si en la zona fría, que son ustedes, claro, tienen más de un medidor, significa que un medidor lo están usando de lujo. ¿No es posible que una cooperativa tenga dos medidores?
Raúl Godoy: Mirá, es incluso más complejo. Con las privatizaciones de los 90, que hizo el gobierno de Menem, quedó un desastre. Tenés una empresa que es la transportadora de gas, que es Camuzzi, una multinacional francesa que tiene el monopolio del transporte de gas. Pero además, tenés que contratar otra empresa que sea la proveedora. Ahí tenés una multitud de empresas, una peor que la otra, que especulan, la mayoría son multinacionales. En un momento tenía YPF la concesión, nos daba el gas, pero se retiró por zonas. Para que la gente se dé una idea de lo que estamos hablando, la boleta de gas es de 30 millones de pesos por mes.
LCV: ¿Y lo que gastás en sueldos para una cooperativa?
Raúl Godoy: Tenemos un sueldo básico, porque depende de la venta. En realidad, todos los primeros años de Zanon, los primeros 15 años, te diría, estábamos por encima, lejos, de lo que es el convenio ceramista en general. Siempre pudimos acceder, mientras la cooperativa funcionaba bien, a buenos sueldos. Cuando se empezó a deteriorar la economía, los sueldos los votamos en asamblea.
LCV: Entiendo. Pero lo que quería era que mi oyente entienda: 30 millones en gasto de gas y sueldos de cuánto.
Raúl Godoy: Estamos entre 300 y 400 mil pesos.
LCV: Me lo contabas de tal manera que pensé que me ibas a decir dos millones y medio. 400 mil pesos es una jubilación mínima.
Raúl Godoy: Exactamente. Por ahí si tenés una venta mayor se mejora y si no, no. No es estable. Al haberse caído tanto la producción y la economía en la cooperativa, se cobra lo que se puede. No todos los meses es igual.
LCV: En algún momento, ¿Zanon exportó?
Raúl Godoy: Sí, Zanón llegó a exportar, pero con mucho obstáculo. Hay mucha competencia. Había otras empresas que importaban directamente cerámicos más baratos, de menor calidad, y teníamos que competir. Las cooperativas, para nosotros, en última instancia, son lugares de resistencia. Mantenemos las fábricas abiertas. Pero debería ser un lugar de crecimiento, no de resistencia. Pero en un mercado capitalista absolutamente destructivo, no te dejan jamás.
De hecho, ningún gobierno nos permitió tener acceso a crédito para renovar maquinaria. Desde 2001 para acá, ninguno. Este gobierno menos. Este viene a liquidarte. Los anteriores te ponían un respirador. Este te lo quita y dice: “Si soportás, bien”.
Mirá, siempre cuento la anécdota: muchos estudiantes iban a Zanón a solidarizarse, estudiantes de economía, ingenieros. Uno de ellos era Axel Kicillof. Después llegó a ser ministro de Economía. Nunca pudimos acceder a un crédito, ni siquiera con él. Le vimos las caras a todos. Soluciones, a ninguno.
LCV: Le estoy preguntando esto a toda persona que fabrica algo. Con las importaciones abiertas, sin control, también se han abierto los controles de calidad y salubridad. ¿La cerámica tiene ese problema?
Raúl Godoy: Totalmente. Por ejemplo, Zanón fue la primera fábrica en Latinoamérica en fabricar porcelanato pulido. Con las importaciones empezaron a traer porcelanato chino, malísimo.
LCV: ¡Es el que se quiebra!
Raúl Godoy: Exactamente. Me alegra que lo digas vos, porque si lo digo yo parece parte interesada. Pero es verdad. Traían cerámicos malos, más baratos. La gente, con necesidad, compraba cualquier cosa. Imaginate planes de vivienda o empresas que hacen edificios: ponían lo más barato.
LCV: En los planes de vivienda del peronismo, las casas de obreros eran de materiales de calidad. Hoy el Estado te pone material barato. También hay una mirada política en eso.
Raúl Godoy: Sí, hay una decadencia generalizada. En Neuquén, que tiene mucha renta petrolera, ya no hay planes de vivienda. O están terciarizados. Nosotros planteamos que se estatizara la fábrica y, con control estatal, dedicar nuestra producción a viviendas. El gobierno proveía materia prima, maquinaria. Nosotros laburábamos. Gestión obrera. Ese fue el proyecto. No llegamos. Nadie quiso.
LCV: Nadie. Ni los más peronistas, ni los más socialistas.
Raúl Godoy: Logramos la cooperativa, sostuvimos el equipo, la fábrica abierta, trabajamos con la comunidad. Pero ese proyecto más amplio no se concretó.
LCV: Del 2001 al 2005 hubo una especie de “moda Zanon”. ¿Qué opinás de esos enamoramientos fugaces de la cultura “woke” que luego los abandonan?
Raúl Godoy: Yo creo que el título sería: No me arrepiento de este amor. Lo que hicimos en Zanon fue impresionante. Hasta 2009, cuando llegó la crisis de Lehman Brothers, tuvimos un golpe fuerte. Se encareció la energía, tuvimos que apagar un horno.
LCV: ¿Quién era el ministro de Economía?
Raúl Godoy: No me acuerdo. Pero fue un golpe. Afectó a toda la economía. Pero lo importante es que Zanon fue una gran prueba de cómo los trabajadores podemos gestionar. Se creó una escuela, se trabajó con pueblos originarios. Acá, siempre que hay crisis, los patrones dicen “cierro”. Pero ahora saben que los trabajadores pueden ocupar la fábrica. Eso quedó. Eso está en la conciencia de miles. Y también en la de los patrones.
Hay una empresa, Madigraf, que era de un fondo buitre. Amenazaban con cerrar. Los compañeros grabaron un video con un fantasma que decía “Zanon” en el pecho. Terminó siendo cierto. Ocupada y puesta a producir. Hoy es cooperativa. Produce en el parque industrial de Pilar. Frente a Ford, con 5.000 obreros.
LCV: El tiempo está a favor de los pequeños.
Raúl Godoy: Esperemos. Ninguna lucha fue en vano. Lo que sí es utópico es tener una cooperativa y pensar que, en este capitalismo destructivo, vamos a prosperar. Eso sí es utópico. Pero pensar en un país cooperativo, más grande, es lo único que nos puede salvar de esta barbarie.


16 de junio de 1955: Esa maldita costumbre de matar, por Leónidas Ceruti

“Sin archivos no hay derechos”: la advertencia de Andrés Pak Linares ante el vaciamiento de la memoria estatal
