Memoria
Cómo ahogar un periódico cooperativo, por Alipio Eduardo Paoletti, Madrid, febrero de 1981 (*)

Soy periodista. He trabajado en varios diarios argentinos y desde 1960 hasta marzo de 1976, fui el director del diario El Independiente de La Rioja, que desde 1970 era editado por una cooperativa obrera, integrada por gráficos, empleados administrativos y periodistas, una experiencia única en la Argentina, que aún subsiste, pese a la represión militar.
Hasta marzo de 1976, la cooperativa estaba integrada por 72 trabajadores. La dirección de la cooperativa y de la política editorial, era decidida en asamblea por la totalidad de los socios, que también elegían por voto secreto a los miembros del Consejo de Administración y al director por un período de dos años.
La política editorial se decidía en base a la adopción del programa de la central única de trabajadores, la CGT. Nosotros adoptamos como referente el programa del 1º de mayo de 1968, aprobado por la CGT de los Argentinos, un programa que sintetizaba las aspiraciones políticas y sociales de los trabajadores argentinos en sus cien años de lucha.
El Independiente, por su vocación democrática, popular y antimperialista, pero al mismo tiempo pluralista política e ideológicamente, se convirtió en una experiencia de comunicación masiva única: era uno de los diarios más leídos del país. El 12 de marzo, al día siguiente del triunfo popular en las elecciones de 1973, el tiraje, controlado por el Instituto Verificador de la Circulación, alcanzó una cifra récord: 11.500 ejemplares, para una provincia de 140.000 habitantes, diseminados en una extensión de 92.000 kilómetros cuadrados, recostada sobre los Andes en el noroeste argentino. Si esa proporción, por ejemplo, se hubiera establecido en Buenos Aires, con 10 millones de habitantes, la cantidad de ejemplares vendidos hubiera sido cercana al millón. Esta explicación no es vana: sirve para ejemplificar el peso político y en la formación de la opinión pública de la zona que tenía El Independiente. Y porqué, antes y después de marzo de 1976 se convirtió en uno de los objetivos estratégicos de la represión militar.
En 1974, después de la muerte de Perón y la aparición pública de la famosa AAA, varios trabajadores de nuestro periódico recibieron amenazas de muerte. Ese mismo año, El Independiente fue objeto de varias clausuras, bajo la presión del ala derechista del peronismo. Motivos invocados: “anomalías” e “irregularidades” en relación a las disposiciones municipales. Estas medidas fueron acompañadas de una persecución sistemática por parte de organismos del Estado. Nosotros logramos, a pesar de todo, salir indemnes de 18 inspecciones diversas ordenadas por la municipalidad de La Rioja, por el Instituto de Cooperativas –que sostenía la curiosa teoría de que las cooperativas no podían editar diarios ni periódicos–, por el Banco de La Rioja, la Dirección Provincial de Cooperativas, etc. Por su parte, la Fiscalía del Estado, de oficio, instauró una acción ante la justicia local para que se investigara si El Independiente, al opinar públicamente sobre los hechos políticos y sociales, no violaba, entre otras, la ley de cooperativas.
En realidad, como después pudo verse claro, el objetivo era acallar la prédica cotidiana del diario a favor de la democracia, de los intereses de los trabajadores y del respeto a los derechos humanos. Paralelamente, por orden jerárquica, se impidió al Obispo de La Rioja, Monseñor Enrique Angelelli, una de las cabezas del ala progresista de la Iglesia Católica, leer sus homilías dominicales por la radio estatal. El golpe de 1976 desvelaría las incógnitas y demostraría la continuidad de los objetivos de la extrema derecha: Monseñor Angelelli fue asesinado en agosto de 1976, y nuestro periódico acallado.
La noche misma del golpe, el 24 de marzo de 1976, fue detenido Mario Paoletti, subdirector del periódico. Y en los días sucesivos otros diez compañeros: la cooperativa fue intervenida y un alto oficial del ejército se ocupó de la dirección. El 5 de abril se ordenó mi captura. Y unos meses después, la de mi esposa, también trabajadora de El Independiente.
Los compañeros detenidos fueron sometidos a torturas de todo tipo para intentar arrancarles información sobre supuestos hechos terroristas en los cuales, como es obvio, nada tenían que ver. Aún hoy varios de ellos están en la cárcel, y es imprescindible redoblar los esfuerzos para lograr su libertad. Se trata de Plutarco Antonio Schaller, jefe de fotógrafos; Juan Argeo Rojo, abogados, asesor legal del periódico; Pedro E. Pérez, corresponsal en la localidad de Aminga.
Otros compañeros tuvimos que marchar al exilio. Alrededor de veinte fueron despedidos y se alentó el ingreso de nuevos socios para torcer la vocación democrática y popular del periódico. En 1980, después de más de cuatro años de intervención militar, los trabajadores de El Independiente han recuperado su patrimonio físico. Sin duda no podrán recuperar su patrimonio moral e histórico hasta la caída de la dictadura, pues el diario, pese a seguir saliendo, no puede decir lo que quisiera decir.
Después mi orden de captura, y tras la intervención de muchos sindicatos de prensa en todo el país, en mayo de 1976 se realizó una reunión clandestina de activistas sindicales de todo el país en la cual integramos una comisión de “Prensa de la Resistencia”, que logró la edición de un par de boletines e intentó la reorganización sindical. Yo fui designado por mis compañeros del interior como integrante de esa Comisión, que la represión desorganizó, sobre todo a partir del secuestro de Héctor Demarchi y su posterior “desaparición”. Hoy, varios de esa Comisión, estamos exiliados.
Nuestros sindicatos siguen intervenidos, las conquistas sociales logradas por los periodistas tras largos años de lucha, como nuestro Estatuto Profesional, han sido avasalladas y las condiciones laborales y económicas son de súper explotación. Hay centenares de periodistas asesinados, secuestrados, exiliados.
Nuestra obligación, nuestro deber, es lograr la libertad de nuestros presos, denunciar a la dictadura militar argentina ante la opinión pública internacional denunciando sus intentos de disfrazarse con recambios pseudos institucionales (como el protagonizado por el genocida general Viola que reemplazará al genocida general Videla), y proponer la unidad de todos los argentinos honestos y democráticos en torno a las banderas de lucha que agitan nuestros compañeros en la Argentina.
Libertad, Justicia, Democracia para el pueblo argentino.
Pueda este modesto testimonio ser un gran aporte en ese sentido.
Madrid, febrero de 1981
* Este artículo integra el libro “Argentina, cómo matar a la cultura”, editado en 1981, junto a otros textos de la autoría de Julio Cortázar, Juan Gelman, Mercedes Sosa, Vicente Zito Lema, Alberto Szpunberg, Miguel Ángel Estrella, Ignacio Colombres.

Internacionales
“La guerra le quita la máscara a los que ya han elegido no ser humanos”, Silvia Salis, alcaldesa de Génova

El 12 de agosto de 1944, el ejército nazi fusiló a 560 habitantes del pequeño pueblo de Sant’ Anna de Stazzema. Familias enteras -hombres, mujeres, niños y ancianos- fueron obligadas a salir de sus casa y colocarse frente al pelotón de fusilamiento. En un nuevo aniversario de esta herida abierta, la alcaldesa de Génova fue la encargada de decir unas palabras mientras la primera ministra, Giorgia Meloni, permanecía en silencio. En su discurso, Silvia Salis, dijo lo que había que decir. “La Resistencia no es un capítulo cerrado… la Resistencia es un músculo. Y todavía lo estamos ejercitando.”

“Me llamo Silvia. Soy una ciudadana de la República de Itala. Soy hija de Génova, una ciudad que dio su vida por la Resistencia, que se liberó de la locura del nazifascismo, una ciudad que dio la vida por la Resistencia. Una ciudad medalla de oro de la Resistencia, como lo es Stazzema. Estoy aquí, en este lugar sagrado, NO para recordar. Estoy aquí para no olvidar, que no es lo mismo.
Recordar es una acción que pertenece a la mente. No olvidar también pertenece al corazón. Y hoy, con el corazón, aunque no nos demos cuenta, hacemos ruido. Quiero que este ruido se escuche hasta el valle. Porque estamos aquí para elegir. Para elegir de qué lado estar. Porque cada vez que honramos la masacre de Sant’Anna di Stazzema no hacemos un gesto formal. Tomamos posición. Miramos a la Historia a la cara y decimos: «No olvido. Resisto. Continúo el camino de quienes fueron arrebatados de sus vidas, para defender las nuestras». La memoria de la Resistencia es nuestra memoria, es la memoria de quienes lucharon para derrotar al fascismo y al nazismo. (…)
La Resistencia no es un capítulo cerrado… la Resistencia es un músculo. Y todavía lo estamos ejercitando. Dicen: «La política de hoy ya no es lo que era. Faltan ideologías». En cambio, yo digo que las ideologías sí están ahí. Y añado, afortunadamente, que no me siento como quienes, incluso hoy, minimizan la Historia. No me siento como ellos, ¿es una cuestión de ideología? Quizás, pero sobre todo, es una cuestión de humanidad. Aquí no había un mañana. Porque los ogros cerraron la puerta del tiempo a 560 seres humanos. Algunos dirán: «Pero era tiempo de guerra». Pero la guerra no justifica el horror.
La historia enseña que cuando se pisotean los derechos fundamentales no se trata de un fenómeno aislado. La barbarie se difunde, nuestro mismo ser humanos se pone en discusión.
Hoy como ayer las víctimas son inocentes, y existe todavía quien justifica la violencia contra quien no tiene ninguna culpa. La barbarie de Stazzema es la misma que está devastando otros lugares del planeta. Hoy, Bianca podría ser una mamá de Gaza o de Kiev.
La guerra les quita la máscara a quienes ya han elegido no ser humanos. Cada época tiene su propia forma de difundir la aparente verdad. Érase una vez, había balcones y plazas. Hoy, encuestas, publicaciones, hashtags, frases populistas gritadas en programas de entrevistas, quizás sin siquiera un interrogatorio. El fascismo no le teme a las armas, le teme a la cultura. Le teme a los libros. (…)

¡Viva Santa Ana! ¡Viva la Resistencia!
Destacada
16 de junio de 1955: Esa maldita costumbre de matar, por Leónidas Ceruti

El mes de junio de 1955, no fue un mes cualquiera durante el segundo gobierno del Gral. Juan Domingo Perón. El día 11, la Iglesia Católica realizó la procesión de Corpus Christi, que excedió lo religioso y se produjo una movilización opositora que reunió 250.000 manifestantes, desplazándose desde la zona de la Catedral a la zona del Congreso Nacional.
Las crónicas reseñan que los activistas dañaron placas conmemorativas a la figura de Eva Perón e izaron la bandera del Vaticano en lugar de la bandera argentina en el mástil del Congreso. El conflicto se agudizó cuando se conoció que durante la procesión se había quemado una bandera argentina y al publicarse en los diarios la fotografía de Perón y Borlenghi mirando los restos de la misma.
El 16 el gobierno había organizado un acto de desagravio a la bandera nacional. El ministro de Aeronáutica, Brigadier Mayor Juan Ignacio de San Martín, dispuso que la aviación testimonie su adhesión al presidente de la República, desagraviando a la vez la memoria del general José de San Martín. Para esto decidió que una formación de aviones sobrevuele la Catedral de Buenos Aires, donde descansan los restos del Libertador. El anuncio del desfile reunió en Plaza de Mayo a un numeroso público. Se trataba de un acto cívico-militar en solidaridad con el gobierno frente a los embates de la oposición.
Pero durante esa jornada, al mediodía se produciría el bombardeo, conocido como la Masacre de Plaza de Mayo. Ese día un grupo de militares y civiles opuestos al gobierno del presidente Perón, intentó asesinarlo y llevar adelante un golpe de estado y, si bien fracasaron en su propósito, durante el mismo varios escuadrones de aviones pertenecientes a la Aviación Naval, bombardearon y ametrallaron la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, el edificio de la Confederación General del Trabajo y el edificio que en aquella época servía como residencia presidencial.Causaron la muerte de 700 personas y más de 2000 heridos.
Los relatos de la época comentan que:
“A las 12.40, la escuadra de treinta y cuatro aviones de la Marina de Guerra argentina que había estado sobrevolando la ciudad desde hacía bastante tiempo (22 North American AT-6, 5 Beechcraft AT-11, 3 hidroaviones de patrulla y rescate Catalina), iniciaron sus bombardeos y ametrallamientos al área de la Plaza de Mayo.”
“El capitán de fragata Néstor Noriega, de 39 años de edad, esperaba que el cielo se despejara, la escuadrilla formaba escalonada hacia arriba. A las 12,40 Noriega al mando de su Beechcraft descarga una bomba de 100 kilos que cae sobre la sede presidencial; a continuación los North American al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots descargan bombas de 50 kilos cada uno. La sorpresa del ataque hizo que el mismo cayera sobre la población, que realizaba sus actividades normales debido a que era un día hábil.”
“Entre las primeras víctimas se contaron los ocupantes de los vehículos de transporte público de pasajeros. Un trolebús repleto recibió una bomba de lleno, muriendo todos sus ocupantes.”
“La Plaza de Mayo era un incendio, quienes salían de las bocas del subte se encontraron con la nube de pólvora, los aviones rasantes sobre el casco porteño, la gritería, la desesperación, la gente intentando esconderse como podía, heridos, muertos, mutilados. Los aviones lanzaron sus bolas de fuego y muerte contra los trabajadores que se desplazaban hacia sus tareas, o bien transeúntes distraídos que recorrían ese lugar histórico, mientras se escondían como podían ante la sorpresiva y violenta lluvia de bombas y metrallas”.
Esa mañana fue el bautismo de fuego de los aviones de la aeronáutica contra el pueblo. Los aviadores arrojaron nueve toneladas y media de explosivos, según algunas fuentes, otras, catorce toneladas sobre la población civil inerme.
Perón se había retirado al Ministerio de Guerra ubicado a 200 metros de la Casa Rosada por lo cual no estaba en ella al comenzar los ataques aéreos y el intento de asalto por fuerzas de tierra.
Después de la primera hora de bombardeo los gremios empezaron a convocar a los obreros para organizar una Marcha de Resistencia a la Plaza de Mayo en defensa de Perón. Una bomba cayó sobre la convocatoria a las 13.30 y mató a Armando Fernández, de la Asociación de Trabajadores Jaboneros, Perfumistas y Afines.
Mientras se acentuaban los tiroteos en el centro porteño, se ordenó a la Base Militar de la Fuerza Aérea en Morón el despegue de interceptores a reacción. Los pilotos se encontraban entonces en acaloradas discusiones sobre si debían adherirse o no al movimiento de los sublevados. Rápidamente se hizo al aire una escuadrilla de cuatro Gloster Meteor leales al gobierno. Si bien no pudieron llegar a tiempo para impedir el bombardeo, lograron interceptar una escuadrilla naval rebelde que se retiraba de la zona. El combate se produjo a baja altura sobre el Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery y el Río de la Plata.
La Base Aérea de Morón caería entonces por poco tiempo en manos rebeldes, con lo que estos pudieron hacerse con 4 Meteors. Los hicieron despegar para continuar ametrallando la zona de Plaza de Mayo en apoyo a los rebeldes emplazados en la zona del Ministerio de Marina, extendiendo sus acciones hasta las 17.20. Al no contar con bombas uno de estos aviadores empleó su tanque de combustible como si fuese una bomba de napalm, que cayó sobre los automóviles que se encontraban en el estacionamiento de la Casa de Gobierno.
Ante el fracaso del combate en tierra y luego de ser derribados dos aviones por las baterías antiaéreas montadas en la zona, los aviadores rebeldes recibieron la orden de escapar al territorio uruguayo, pidiendo asilo. De los treinta aviones que huían, algunos aparatos no llegaron a aterrizar en el territorio uruguayo por el excesivo consumo de combustible invertido en los ametrallamientos, por lo que sus pilotos debieron descender forzosamente al Río de la Plata o en campos de la zona de Carmelo.
El pueblo salió a la calle enardecido, solicitando armas al presidente. En un mensaje radial emitido por el General Perón afirmó que “la situación está totalmente dominada. El Ministerio de Marina, donde estaba el comando revolucionario, se ha entregado y está ocupado, y los culpables, detenidos”, e instó a la población: “nosotros, como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión”.
Se había perpetrado uno de los hechos más cobardes y criminales de militares y civiles de la historia de nuestro país.
Destacada
Matías Cerezo: “La construcción del Conti fue una epopeya. No puedo hablar en pasado, para eso falta”

Matías Cerezo, politógo y trabajador del Centro Cultural Haroldo Conti, pasó por La Columna Vertebral para explicar la situación de los sitios de la Memoria. Junto a él recorremos la memoria del escritor que le dió nombre al emblemático organismo y la historia del Centro Cultural fundado por Eduardo Jozami y Eduardo Luis Duhalde en el año 2004 dentro del Espacio de la Memoria de la ex ESMA. En medio de la polémica por su supresión o cambio de nombre decidida por el Ministerio de Justicia de la Nación en la era Milei. “Una medida negacionista y apologética”, define Cerezo. No sólo pretenden acabar con nuestra memoria histórica sino que hacen una apología de la dictadura, menospreciando la labor de la Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y todos los organismos de Derechos Humanos. Un diálogo abierto sobre esa ‘epopeya’ que significó la construcción del mayor Centro Cultural de la memoria del país, en donde se logró armar una utopía sobre un edificio destruído que se transformó en un faro de cultura, por el que pasaron decenas de músicos, actores, muestras de arte y una librería. Una experiencia inédita en el mundo que puso sobre el tapete la discusión sobre cómo sembrar vida en un espacio de muerte. ¿Era lícito llenar de arte y colores un espacio destinado al horror durante la dictadura militar? Sí, lo fue. Y la experiencia marcó un camino. Escuchá la charla entre Matías Cerezo y Nora Anchart, dos protagonistas que participaron de esa construcción. Hoy el edificio permanece cerrado y cercado por fuerzas de seguridad. La mayoría de sus trabajadores fueron despedidos. “Me cuesta hablar en pasado del Conti. Yo creo que para eso falta”, sostiene Matías e invita a participar en la defensa de los distintos centros de memoria que están peleando por su permanencia, como el ex Centro Clandestino de Virrey Cevallos que está siendo desguazado.