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Diciembre 2001: los pasos previos, por Hernán López Echagüe, en Canal Abierto

Luego de obtener una victoria irreprochable en los comicios a senador por la provincia de Buenos Aires, los pasos de Duhalde se tornarán más presurosos y desembozados. Al día siguiente visita la CGT y escucha con satisfacción la bravata de Hugo Moyano: “Si el gobierno no interpreta el mensaje muy claro de la sociedad, va a haber problemas sociales muy fuertes, la gente no aguanta más ningún ajuste”. Duhalde viaja a Madrid, se reúne con el presidente José María Aznar y le solicita su apoyo porque, le vaticina, pronto se hará cargo del gobierno. “Pero, ¿cómo?”, le dice Aznar sin ocultar la sorpresa. “¡Si el presidente es amigo mío y está en funciones todavía!”. La certeza de Duhalde: “Sí, bueno, pero yo me voy hacer cargo”. (en el año 2007, en una entrevista con Jorge Fontevecchia, interrogado sobre el asunto, Aznar no hará más que confirmar la veracidad del diálogo por medio de un silencio sagaz). La Nación continúa avivando el fuego: “(…) la mayoría de los gobernadores cree que Fernando de la Rúa tiene no más de tres semanas para contener un virtual estallido social y acordar con el peronismo que se impuso en las elecciones. El primer objetivo del PJ para administrar con racionalidad política es el controlar el congreso. El Frente Federal Solidario impulsará un candidato para ocupar el lugar que dejará Mario Losada el 10 de diciembre. Ese hombre sería Puerta”. Corolario del artículo: “Todos piensan que no hay mucho tiempo para evitar el caos. No más de tres semanas. El PJ promete no empeorar las cosas”. Modo curioso de no empeorar las cosas. ¿Quiénes son todos? Alfonsín, por caso, es uno de los todos: Duhalde lo visita en su casa de la avenida Santa Fe y sin rodeo le dice que hará todo lo que tiene a su alcance para garantizar que el gobierno de la Alianza llegue a cumplir su mandato, pero, aclara, siempre que sea con otro presidente. Enterado de esa conversación, De la Rúa dice para sus adentros: “¿Quién es Duhalde para decir que el presidente electo por el pueblo tiene que irse?”. De nuevo La Nación, ahora una entrevista con Duhalde: “De la Rúa debe reconocer que se equivocó. Acá se necesita un piloto de tormentas y él demostró que no lo es. Que llegue al 2003 sólo depende de su actitud (…) La gente tiene la sensación de que el Presidente no llega a 2003. No quieren esperar dos años más. Y esa sensación puede convertirse en una profecía autocumplida”. ¿Qué significado tiene eso de la profecía autocumplida? ¿Qué es la gente, quiénes son la gente? Tal vez Juan Pablo Cafiero y Chacho Alvarez, que según cuenta Miguel Bonasso en su libro “El palacio y la calle” una tarde se reúnen con Duhalde en el Tenis Club San Juan, en San Telmo, y se ponen a bromear sobre el porvenir de De la Rúa, su destitución irremediable. “Hay que derrotarlo pero no aplastarlo”, dice Bonasso que dice Duhalde. “Vos sos el hombre”, le dice Chacho. La gente de la que habla Duhalde, esa gente que ve a De la Rúa en la tele y cae en un estado de saturación sin términos, hace de la casa de Alfonsín una cueva de conjurados: Leopoldo Moreau, Rodolfo Daer y Armando Cavallieri; Carlos West Ocampo, secretario de prensa de la CGT; José Pedraza, de la Unión Ferroviaria; Ignacio De Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina, Ruckauf y Duhalde, se juntan periódicamente en el piso de la avenida Santa Fe para tramar el cambio de gobierno, el envión final que hará rodar a De la Rúa hacia el abismo. Moreau advierte: “Si el gobierno no cambia, la Alianza lo que tiene que hacer es expresar su independencia total del gobierno para construir un espacio progresista”. Patricia Bullrich busca el socorro de Alfonsín, le refiere el episodio que padeció en Ginebra, le dice que el gobierno caerá de modo estrepitoso si él y el radicalismo se quedan de brazos cruzados. “Vos no entendés que De la Rúa no quiere tomar las medidas que tiene que tomar”, le dice Alfonsín con tono paternal. “Pero la Argentina las tiene que tomar, tenemos que devaluar y tenemos que dejar de pagar la deuda externa, y De la Rúa está obcecado y no va a tomar ninguna de estas medidas”. Bullrich queda atónita. Días después de la charla con Alfonsín recibe en su despacho a De Mendiguren y Chodos. “¿Ustedes son conscientes de que están participando de una conspiración?”, les dice. De Mendiguren la mira con extrañamiento. “Eso que usted llama conspiración no es más que un programa alternativo de gobierno”, dice. Bullrich pierde los estribos. “¿Cómo puede hablarme de un plan alternativo de gobierno cuando hay un gobierno que no ha llegado a la mitad de su mandato?”. Luis Barrionuevo, senador por Catamarca, senador catamarqueño, aunque parezca cosa de lunáticos, se despacha a gusto: “Sería loable que el presidente dé un paso al costado y que sea el congreso el que decida quién debe continuar con el mandato constitucional”. Moyano se apresura a sostener las palabras de Barrionuevo: “Estoy totalmente de acuerdo. Antes de que se vaya el país, prefiero que se vaya De la Rúa”.
Las reuniones y los movimientos furtivos del peronismo y un puñado de radicales, que habían tenido como punto focal la expulsión de Domingo Cavallo del gobierno, ahora, de modo abierto, sin tapujo, apuntan a la destitución del presidente. El país ya es un terreno pantanoso, lleno de turba, un coto de caza, menor y mayor, y el diario La Nación el propalador de cada uno de los pasos que dan los tramperos. La periodista Paola Juárez escribe: “’Empezó a contarse el tiempo de descuento del Presidente’, dijo secamente un importante dirigente del PJ a La Nación” (…) La idea de precipitar una salida anticipada del gobierno había sobrevolado varias veces la residencia de Ruckauf en La Plata (…) El artículo 88 de la Constitución prevé que en caso de ‘dimisión o inhabilidad’ del presidente, el congreso definirá qué funcionario lo reemplazará (…) Eduardo Duhalde analizó la posibilidad del adelantamiento de las elecciones. El senador electo podría convertirse en el ‘presidente de la transición’ en un Congreso dominado por el PJ. Esto termina mal, dicen que dijo Duhalde ayer en su casa”.
* * *
(…) Durante el acto de lanzamiento de una corriente interna del peronismo de la provincia, que comparte con Juan José Alvarez, Alberto Ballestrini y Julio Alak, Ruckauf pierde la compostura y se pone a vociferar: “¡Es hora de prepararse para tomar el poder, el peronismo se pone en marcha para agarrar el gobierno! ¡Se vienen épocas de profunda convulsión en la Argentina, el gobierno debe ser reemplazado por otro peronista!”. Con declaraciones como ésta, uno, si fuera presidente en ese momento, lo bien que haría en tomar su petate y mandarse mudar. (Recuerda Luis D’Elia: “Un día me tocó vivir un episodio muy fuerte con esto de los saqueos en el 2001. Varios años después, el día en que proclamaron a Cristina senadora, se hace una comida en la gobernación de La Plata, en una sala en donde está la mesa más grande que he visto en toda mi vida. Una mesa enorme, como de treinta metros. A mí me tocó estar al lado de Julio Alak, que era intendente de La Plata, y Julio me dijo: ‘En esta mesa, acá, Duhalde me dijo que había que destituir a De la Rúa’. Al lado mío estaba Emilio Pérsico y en frente lo tenía a Felipe Solá, que también lo escucharon. En La Matanza estuvo todo armado. El Negro Tucho, conocido puntero duhaldista, andaba en un coche viejo, barrio por barrio, creando una sensación de caos”.)
El radicalismo es un vagón de cola repleto de almas en pena, sus dirigentes andan a gatas y a ciegas, han perdido el norte, si es que en algún peldaño de la vida lo supieron encontrar. Alfonsín es una entelequia, mira hacia otra parte, quizá hacia la laguna de Chascomús o las páginas de Erich Fromm, y le hace saber a Duhalde que cuenta con su apoyo para hacer y deshacer a gusto. De modo que el hombre de la cara mueca reúne en sus oficinas de Avenida de Mayo al senador Ramón Puerta y a los gobernadores Adolfo Rodríguez Saa, Juan Carlos Romero y Néstor Kirchner; De la Rúa es un equilibrista presa de sonambulismo que vaga por el filo del despeñadero, bastante será un soplido, un leve roce, y que de su paradero se ocupen luego los bomberos voluntarios de la Boca. Duhalde y los suyos acuerdan el orden sucesorio: Eduardo Camaño queda al frente de la cámara de diputados y Puerta del Senado. Moyano toma un micrófono, uno de los tantos micrófonos que la prensa independiente y objetiva entrega en esos días a los tutores de la democracia y de las instituciones, y dice: “Hay que organizar la desobediencia civil, que el presidente tome una actitud patriótica y adelante las elecciones”. Días después, junto a Daer, anuncian una huelga general y activa, con movilizaciones a cara de perro en todo el país, huelga que pretenden extender por tres días.
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La semana trágica de diciembre de 2001, que tendrá al jueves veinte como punto crudo y amargo de la marabunta, tampoco tiene siete días. Podríamos situar su comienzo el lunes diecisiete. Ese día, Federico Storani llama por teléfono a Juan Pablo Baylac, vocero del gobierno, y le avisa que grupos de punteros peronistas tienen previsto incitar saqueos en Merlo, Moreno y La Matanza. Juan José Alvarez, alias Javier Alzaga, ministro de Seguridad de la provincia, cita en su despacho a D´Elía y le dice: “Ustedes, si quieren darle a los comercios chicos, denle p´adelante, basta que no se metan con los hiper”. Mariano West, intendente de Moreno, encarga a un colaborador que alquile dos ómnibus y un camión, que dos días después utilizará para transportar a cientos de hombres a Plaza de Mayo (Me escribe Lucho, uno de mis colaboradores: “En Moreno, según informó el mismo West el 19 de diciembre, unas mil trescientas personas saquearon alrededor de 37 comercios ubicados en distintos puntos del municipio, razón por la que declaró el “estado de emergencia social”).
Los primeros saqueos programados por el justicialismo ocurren en Entre Ríos. En su libro “El día del juicio”, Daniel Enz relata: “Entre los saqueadores se encontraban los dirigentes Chelo Lima y Carlitos Sánchez, quienes llegaron después que la mayoría. Un poco antes, Lima —según declaró en sede judicial en días posteriores— fue llamado por el jefe departamental de Policía, comisario mayor Raúl Godoy, quien le habría dicho: ‘Chelito, dame una mano para salir de ésta. Decile a la gente que entre nomás al supermercado, que empuje los escudos, que nosotros los vamos a dejar pasar, pero que no se lastimen con los vidrios de la puerta’ (…) En el expediente 1039/01, a fojas 41, Lima declaró que durante los saqueos, `aproximadamente a las 11:45´, recibió desde el Senado de la Nación una llamada del secretario del senador Jorge Busti, Juan Carlos Romero: ‘¿Cómo está la cosa ahí, loco? Parece que está linda. Podrila que al Jorge le sirve. Metéle pata, tomen el supermercado; si apretamos el acelerador, los volteamos a estos hijos de puta’, dijo Lima que le dijo Romero. También acusó al jefe de policía de Concordia, comisario Raúl Godoy, y al ministro de Gobierno de Sergio Montiel, Enrique Carbó. Ante el juez, Lima narró un diálogo que dijo tener con el jefe de policía: ‘Llamó el Ministro Carbó. Vamos a evitar problemas antes que llegue más gente al Maxitotal. (Carbó) dijo que lo saqueen’, habría dicho el policía. ‘Me dijo que teníamos la venia para saquear’, dijo Lima a Clarín”. El Jorge al que le sirve, al que le viene de maravilla el desgobierno, Jorge Busti, es compinche de Duhalde. Entre tanto, en Santa Fe, Reutemann ordena al ministro Lorenzo Domínguez que retire de las calles “toda instancia de contención o mediación” (así consta en la declaración de Domínguez ante la Comisión Investigadora no gubernamental de Rosario).
Ruckauf no hace más que llamar por teléfono una y otra vez a De la Rúa; le aconseja que actúe con firmeza, que declare el estado de sitio, es decir, que se arrime unos centímetros más al barranco, que le desembarace el camino al justicialismo. Medida que De la Rúa toma el día diecinueve y que Juan José Canals, prosecretario del parlamento, le refiere a Alfonsín, pocos minutos después de haberse enterado, en el recinto del senado. Alfonsín da la impresión de que la noticia no lo ha tomado de sorpresa. “Se terminó el gobierno”, dice, “se terminó”. Canals no entiende. “Cómo?” “¿Por qué?”. Alfonsín, sin alzar la vista, repite: “Se terminó el gobierno”. Su convencimiento no deja de ser equívoco. La declaración del estado de sitio no presupone forzosamente la caída de un gobierno; él lo sabe porque lo decretó en octubre de 1985, a lo largo de sesenta días y al amparo de una hipotética sublevación de militares con el apoyo de un puñado de periodistas de derecha, y como toda respuesta tuvo una gran movilización de personas que concurrieron a plaza de Mayo para sostener su gestión de gobierno.
Otro de los miembros de los todos o de la gente que tenía absoluta certeza del triste y solitario final que tendría el gobierno, es Rodolfo Terragno: “Se sabía que De la Rúa iba a fracasar, hasta el día se sabía…”, dijo. Hasta el día se sabía … Pero Terragno, a diferencia de todos, o de toda la gente que he consultado y de todas las lecturas que hice de libros, recortes de prensa y expedientes, entiende que es una extravagancia, por qué no ocurrencia de párvulo, conjeturar que en diciembre del dos mil uno pasaron cosas raras: “¡Pero son estupideces! ¡Son estupideces! Bueno, puede haber un usufructo de una situación. Pero cuando uno tiene veinticinco por ciento de desempleo, cuatro años de recesión, récord de quiebras, ¿qué se espera qué ocurra? Creo que un niño entiende esto. Pero cuando uno está hiperpolitizado, se le oscurecen las verdades más claras. ‘Se orquestó una situación…’ ¿Cómo se orquestó? En todo caso se usufructuó, si usted quiere, que en algún lugar, viendo que había esta efervescencia popular, alguien la utilizó. Eso podría ser, pero no se puede inventar”.
Lo que sucedió a partir de ese momento, de la declaración del estado de sitio, es público y sabido; mucho y bien se ha escrito acerca de esos días (por encima de todos lo ha hecho Bonasso), cuando la vida había perdido gravedad y cada hora era un temblor constante, aunque de los treinta y dos muertos, cada diecinueve y veinte de diciembre, a los gobernantes les resulta ocioso hablar. ¿Quién tuvo la ingeniosidad de inventar eso de que se vayan todos? Una frase enérgica y robusta que todos los que se tenían que ir tomaron a risa y con el correr del tiempo convirtieron en “¡Jódanse, nos quedamos y además nos reproducimos!”.
* * *
Este es apenas un fragmento de una extensa investigación publicada originalmente en el libro “El Regreso de El Otro”, de Hernán López Echagüe. Pueden leer la nota completa en https://canalabierto.com.ar/2019/12/20/diciembre-de-2001-los-pasos-previos/

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Carta a los hipócritas de Europa, por Franco ‘Biffo’ Berardi

Publicado por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
estrategia.la, 28 de agosto de 2025
Franco «Bifo» Berardi
La razón y los derechos humanos debían ser considerados valores universales, pero ahora me doy cuenta de que para los intelectuales europeos universal significa blanco
Hubo un tiempo en que se suponía que los filósofos eran los custodios de la coherencia ética y de la decencia intelectual. Esta tradición parece totalmente olvidada en el actual panorama cultural de Europa.El conformismo, la hipocresía y la complicidad con los malhechores han sustituido al coraje intelectual. Hace unas semanas un destacado filósofo alemán publicó un texto lleno de comprensión para Israel, justo cuando Israel estaba inmerso en una acción de asesinato en masa que cada vez más personas denuncian como genocidio.

En ese texto, el destacado filósofo (y algunos de sus colegas) escribieron que “Comparar el resultante derramamiento de sangre en Gaza con un genocidio está más allá de los límites de un debate aceptable”, pero omitió explicar por qué a Israel se le permite encarcelar a millones de personas, invadir y destruir las casas de millones de palestinos, matar a diez mil niños en dos meses, pero no se nos permite denunciar estas acciones como genocidio.
Israel está atacando indiscriminadamente al pueblo palestino atrapado en la prisión infernal de Gaza, pero los filósofos no deberían llamarlo genocidio, particularmente en Alemania.
¿Por qué?
Cuando los intelectuales alemanes dijeron las palabras: Nie wieder, entendí (ingenuamente por supuesto) que querían decir: nunca más limpieza étnica, nunca más deportaciones masivas, nunca más discriminación racial, nunca más campos de exterminio, nunca más nazismo.Pero ahora –leyendo las palabras del destacado filósofo, y leyendo las palabras de los miembros de la élite política europea, y sobre todo escuchando el silencio de los demás– entiendo que esas dos palabras tenían un significado diferente. Entiendo que desde el punto de vista alemán esas palabras (nie wieder) deben interpretarse de esta manera: después de matar a seis millones de judíos, dos millones de romaníes, trescientos mil comunistas y veinte millones de soviéticos, nosotros, los alemanes, en toda circunstancia protegeremos a Israel, porque ya no son enemigos de nuestra raza superior, de modo que se les ha concedido el privilegio que ya tenemos desde hace quinientos años: el privilegio de los colonizadores, de los explotadores, de los exterminadores.
Los israelíes han sido cooptados en el Club Suprematista, por lo que ahora se les permite hacer lo que hicimos con los pueblos indígenas del sur y del norte de América, y con los aborígenes de Australia, y así sucesivamente.
Los israelíes han sido cooptados en el Club Suprematista
Nosotros, la raza blanca, hemos decidido que nuestro nuevo aliado pueda construir en la costa del Mar Mediterraneo un campo de exterminio: llamémoslo Auschwitz en la playa. Los intelectuales europeos guardan tanto silencio al respecto, que yo me permito decir que la categoría está extinta y ha sido reemplazada por la Corporación de los Hipócritas.En Francia y Alemania las autoridades políticas parecen no estar dispuestas a aceptar que alguien diga la verdad sobre lo que está sucediendo en Gaza y en Cisjordania: se prohíben las voces disidentes, se retiran los libros de los estantes de las bibliotecas y se prohíbe la libertad de expresión, cuando se trata de los efectos de 75 años de violencia israelí, cuando se trata de las masacres que los Übermenschen perpetran diariamente contra los Untermenschen.
Para proteger nuestra perfecta democracia, las autoridades alemanas actúan como lo hacían en los tiempos de la Stasi. Para proteger nuestra democracia perfecta, diariamente se mata a niños en Palestina. Están pasando hambre, sufriendo sed, frío, lluvia, enfermedades y obviamente bombas, más bombas, pero a los intelectuales europeos no se les permite decir que esto es un genocidio.
Los jóvenes marchan en las ciudades contra el apartheid de ocupación israelí y la limpieza étnica, una gran parte del pueblo judío se rebela contra el genocidio pero los hipócritas europeos los acusan de antisemitismo.
Creía que la razón y los derechos humanos debían ser considerados valores universales, pero ahora me doy cuenta de que para los intelectuales europeos universal significa: blanco.
La hipocresía ha alimentado la ola de racismo y agresividad que está aumentando en todos los países de la Unión.
Los intelectuales silenciosos de Europa se hacen responsables de la creciente ola de fascismo que se está apoderando de toda la Unión.
Horkheimer y Adorno escribieron estas palabras en 1941: “El concepto mismo de Ilustración… contiene el germen de la regresión que está teniendo lugar hoy en todas partes. Si la Ilustración no abraza la conciencia de este momento regresivo, está firmando su propia sentencia de muerte. Si dejamos la reflexión sobre el lado destructivo del progreso a los enemigos del progreso, el pensamiento, cegado por el pragmatismo, perderá su capacidad…”
Estas palabras pueden repetirse ahora, si seguimos cerrando los ojos ante la realidad de decenas de miles de personas ahogadas en el Mar Mediterráneo y ante la realidad del Holocausto infligido al pueblo palestino.
*Es escritor, filósofo y activista izquierdista italiano. Su último libro es ‘El tercer inconsciente’.
Lecturas Recomendadas
Sobre el colapso moral de Occidente, por Andrea Zhok

25 de julio 2025.
Occidente es la realización de una política de poder económico-militar, que nace en la Era de los Imperios, desemboca en las dos guerras mundiales y retoma el gobierno del mundo a mediados de los años 70 del siglo XX.
Occidente es un concepto extraño, reciente y espurio.
Por “Occidente” se entiende, en realidad, una configuración cultural que surge con la unificación mundial de la Europa política y de lo que a partir de 1931 tomará el nombre de “Commonwealth” (parte del Imperio Británico).
Esta configuración alcanza su unidad bajo el signo del capitalismo financiero, a partir de su emergencia hegemónica en las últimas décadas del siglo XX.
Occidente no tiene nada que ver con la Europa cultural, cuyas raíces son grecolatinas y cristianas.
Occidente es la realización de una política de poder económico-militar, que nace en la Era de los Imperios, desemboca en las dos guerras mundiales y retoma el gobierno del mundo a mediados de los años 70 del siglo XX.
Lamentablemente, también en Europa la idea de que “somos Occidente” ha pasado a formar parte del sentido común.
La Europa histórica, por ejemplo, siempre ha tenido vínculos estructurales fundamentales con Oriente, cercano y lejano (Eurasia), mientras que Occidente se percibe a sí mismo como intrínsecamente contrario a Oriente.
Así, la Europa cultural está en evidente continuidad con Rusia, mientras que para Occidente Rusia es totalmente ajena a sí misma.
Esta premisa sirve para ilustrar una grave preocupación de larga data que no puedo ocultar.
La preocupación está relacionada con el hecho de que Occidente, moldeado en torno al sistema —mental y práctico— del capitalismo financiero, ha desarraigado el alma de los pueblos europeos.
La cultura y la espiritualidad europeas, ese extraordinario florecimiento que va desde Sófocles a Beethoven, de Dante a Marx, de Tácito a Monteverdi, de Miguel Ángel a Bach, etc., etc., es la primera víctima de la cultura occidental, una cultura utilitarista, instrumental, abismalmente mezquina, que solo comprende la belleza del arte, de los territorios, de las tradiciones si es un ‘activo’ transformable en ‘dinero’.
Hemos aprendido a aceptar esta medición de todo valor como precio, y de todo precio como margen de beneficio.
Nuestra sociedad, nuestra educación, nuestras comunidades han sido empujadas a aceptar estas equivalencias que desertifican el alma.
Y se ha hecho porque prometía preservar un estatus de poder, de predominio y hegemonía material de Occidente sobre el resto del mundo.
Por mucho que muchas personas hayan intentado, incluso con cierto éxito, oponerse a esta deriva desertizante, esta se ha impuesto en las instituciones, en las academias, en la escuela.
Quien quiera resistirse a este empobrecimiento debe hacerlo de forma clandestina, como resistencia individual, pagando un precio personal, mientras que todo lo demás, las financiaciones, los programas, las prebendas, van en la dirección opuesta.
Pero hoy hemos llegado al final del camino, al punto de inflexión.
La desertificación del alma que ha producido Occidente ha dado lugar a una de las clases dirigentes más moralmente infames que recuerda la historia.
Antes del surgimiento de la mentalidad occidental, hace aproximadamente un siglo y medio, hubo sin duda tiranos más sanguinarios que los líderes occidentales actuales, pero ninguna forma de vida tan cínica.
Occidente no mata ni extermina por odio, ni por convicción, ni para dar ejemplo, ni siquiera por un sentido franco de superioridad.
No, Occidente mata porque cada vez le cuesta más percibir como relevante la distinción de valor entre la vida y la muerte.
Porque es, en el fondo, una cultura de la muerte en el sentido fundamental de que no reconoce una divergencia de valor esencial entre la vitalidad de una cuenta bancaria y la de un niño, entre la de un algoritmo y la de una cría.
El Occidente actual, ejemplificado hoy de manera paradigmática por las clases dirigentes estadounidenses e israelíes, pero representado igualmente bien por la basura servil que habla en nombre de la Unión Europea, está alcanzando niveles de abjeción raramente vistos.
Ya no se trata de “doble rasero”.
Se trata de un compromiso diario con la mentira sin límites, con la aceptación sincera de que cada afirmación, cada palabra, cada pensamiento solo cuenta por los efectos en términos de dinero-poder que puede producir.
Se puede decir todo y lo contrario de todo.
Se puede negar lo evidente y luego negar haberlo negado.
Se pueden romper promesas y tratados.
Se puede negociar y, al mismo tiempo, intentar matar a la persona con la que se negocia, y luego protestar con cara seria porque la otra parte ya no quiere seguir negociando.
Se puede manipular la información oficial las 24 horas del día y luego pedir castigos ejemplares para contrarrestar el poder manipulador en las redes sociales de la peluquera Pina.
Se puede construir, en Milán como en Londres, la sociedad más clasista, gentrificada, oligárquica y excluyente, mientras se predica suavemente la acogida y la inclusión.
Se puede asistir a un genocidio en directo durante dos años y explicar que es legítima defensa.
Etcétera, etcétera.
He aquí mi problema: además del disgusto por todo lo que está sucediendo, soy consciente de que no podremos escapar a la condena histórica de esta obscenidad espiritual.
Estaremos involucrados, aunque no hayamos aprobado nada personalmente, aunque lo hayamos contestado con todos los medios a nuestro alcance.
Estaremos involucrados porque esta depravación es Occidente y hemos aceptado esta etiqueta, hemos aprendido a pensar como Occidente y así nos percibe el mundo.
Cuando los 7/8 del planeta nos pidan que paguemos la cuenta —y que nadie se haga ilusiones de que no sucederá—, será increíblemente difícil, quizá imposible, explicar que la gran cultura milenaria europea no tiene nada que ver con el desierto nihilista del Occidente contemporáneo.
Al igual que en la inmediata posguerra muchos no podían oír hablar alemán —la lengua de Goethe y Mozart— sin sentir repugnancia (algunos de los menos jóvenes lo recordarán sin duda), así, pero de forma mucho más radical, podría ocurrir con todo lo que huela, con razón o sin ella, a Occidente.
Después de todo, si estudiar a Dante, Cervantes o Shakespeare os ha llevado a dos guerras mundiales y luego al nihilismo declarado, ¿qué lección debería aprender el mundo de esta tradición?.
Este razonamiento, en su crudeza, nos puede parecer irracional solo porque estamos acostumbrados a ser siempre los que juzgan y nunca los juzgados.
Perder la hegemonía mundial es ahora fatal, y lejos de ser un problema, será una bendición.
Pero perder el respeto y la comprensión por todo lo que ha sido la larga historia europea, esto ya ha ocurrido en parte por involución interna y el golpe de gracia podría darse en breve.
Perder el alma es inmensamente más grave que perder el poder.

*Andrea Zhok estudió y trabajó en las universidades de Trieste, Milán, Viena y Essex. Actualmente es catedrático de Filosofía Moral en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Milán; colabora con numerosas revistas y medios periodísticos. Entre sus publicaciones monográficas destacan: «El espíritu del dinero y la liquidación del mundo» (2006), «La realidad y sus sentidos» (2013), «Libertad y naturaleza» (2017), «Identidad de la persona y sentido de la existencia» (2018), «Crítica de la razón liberal» (2020) y «El sentido de los valores» (2024).
Fuente original: Arianna Editrice
Tomado de la publicación de https://observatoriodetrabajad.com/ quien realizó la traducción al español.
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Lecturas recomendadas/ “Buscar una salida donde no la hay”, de Diego Sztulwark

Anticipo del último libro del filosofo Diego Sztulwark que se presentará el jueves 31 de julio, a las 19:30 en Jean Jaurés 347 de CABA. Estarán presentes, además del autor, Liliana Herrero, Julián Axat y Tomás Schuliaquer.
Los ensayos que conforman este libro buscan orientación en donde no la hay. Spinozistas, pretenden recobrar la creencia en los cuerpos y afrontar la dificultad de reunir las propias fuerzas dispersas, resistiendo a la corrosión del lenguaje y la descomposición política. Afrontar la impotencia generalizada apelando a la fuerza de existir. Se esfuerzan por describir en voz alta los términos de una trampa. Sin ese poder de búsqueda, decía Ernst Bloch, no hay como “traspasar” verdaderamente el estado presente de las cosas y dar su “concepto combativo” a un nuevo posible.
El militante bolchevique Victor Serge reconoció el peso que tuvo en su formación cierto sentimiento de extrañeza hostil hacia quienes logran instalarse en el mundo con comodidad. Experimentaba una “imposibilidad de evasión” que lo empujaba a luchar, kafkianamente, por una “evasión imposible”. Creer en los cuerpos supone introducir el absurdo –porque la vida excede la teoría–, asumir la adversidad –no hay armonía preestablecida–, así como dotarse de una subjetividad frente los poderes espectrales que enmudecen la potencia y la aprisionan.
Buscar orientación supone, en este caso, situarse en el laberinto en el cual la sensibilidad y la dignidad de las cosas –humanas y no humanas– resultan recubiertas por una imperceptible película fantasmagórica que las lleva a moverse según las leyes del discurso económico. La trampa, espectáculo y desecación, concierne al gobierno de la producción de las riquezas que acude cada vez más a migraciones forzadas, comandos algorítmicos y patentamientos de los bienes comunes; a murallas, deportaciones y extractivismos; a masacres, limpiezas étnicas y a la amenaza del poder nuclear. Fetichismos y despojos.
El laberinto y la trampa configuran una situación política caracterizada por el antagonismo con las fuerzas capaces de poner en marcha prácticas reparadoras. La agresión a toda mediación pública vinculada a la reproducción social, el vaciamiento de las instancias comunes y la verticalización del mando en la producción inducen un colapso de la cooperación social y un devenir fascista del mundo de la vida. La ascendente extrema derecha no es sino una puesta en escena torpe y atolondrada de una pseudo-revolución que se regodea en la catástrofe (regodeo desafiado en varias partes del mundo, sin que esos desafíos se propongan necesariamente proyectos emancipadores).
Al momento de redactar estas líneas no es posible eludir la palabra “fascismo”, que aquí nos ocupa como deriva inmanente de un neoliberalismo en crisis. No como retorno o copia de un fascismo de otro tiempo, sino como impotencia programada entre quienes odian a la explotación y la miseria de un capitalismo exasperado y decadente. Con el objetivo de despejar dudas se puede acomodar el nombre: neofascismo, fascismo postmoderno o fascismo 2.0. Lo que no se puede es restar gravedad a un proceso políticamente organizado de demolición de las capacidades perceptivas que permiten realizar lecturas –individuales y colectivas– de lo que nos ocurre.
Más que un partido político o una formación bélica del siglo XX, lo fascista actual es un poder aceleracionista de los capitales y belicoso de los Estados, cuyo efecto es la inhibición de dimensiones de la sensibilidad sobre las que se organizaron en el pasado los contrapoderes y las respuestas colectivas. Fascistización es desertificación naturalizada y esterilización de la creencia en los cuerpos como instancia de comprensión crítica y de creación de estrategias sociales. Es endurecimiento en bloque de cualquier devenir, de cualquier verdadera ironía. Es corrupción de las palabras que podrían ayudarnos a desplegar una defensa efectiva.Más que un partido político o una formación bélica, lo fascista actual es un poder de inhibición de dimensiones de la sensibilidad sobre las que se organizaron en el pasado los contrapoderes y las respuestas colectivas.
héroe de la sensibilidad
Kafka como estratega. La esperanza para él es pequeña y absurda, pero el héroe no renuncia a ella. No se deja amedrentar por su falta de comprensión de lo que le sucede. Por el contrario, busca reunir la desesperación de una vida que se sabe entrampada con una práctica de lectura de los signos ambiguos que organizan confusamente la situación. Los de Kafka fueron los años de juventud de la guerra europea, de la revolución y del fascismo. Entre estruendos, el escritor se volvió un solvente abogado defensor de la creencia en las cosas sensibles. Sus diarios y sus cartas, textos privados (íntimos) son medios para descubrir el cuerpo como fuente de significaciones. Su obra es un compendio de ejercicios de micropolítica: una analítica de las fuerzas que constituyen la existencia –la técnica, la burocracia, la guerra, el amor, el matrimonio, la paternidad, la familia, la religión, el trabajo–, realizada bajo la premisa de la no separación entre afecto y lenguaje. Llamó literatura a esa incesante evaluación, y suscitó en el lector una actitud suspicaz. En Kafka la potencia no es nunca dada de antemano: brota de la imposibilidad. Como estratega fue un hombre político.
Leer a Kafka desde la Argentina actual es algo que se me impuso como una necesidad. Leer la Argentina actual desde Kafka fue el resultado de un rodeo, de una reflexión nunca del todo solitaria, casi siempre cotejada en grupos. Kafka fue, en estos años, un recurso para impedir que la tristeza política aplaste energías existenciales. David Viñas dijo entre risas que la K de Kafka ofrecía posibilidades críticas, modos de compromiso no oficialistas. Siguiendo esa indicación, la lectura afronta los motivos de la espera y la condena, del sujeto ante la ley y de la inscripción maquinal de la letra en el cuerpo como tormento, sobre la esterilidad de las retóricas y voluntarismos, sobre los modos de conocer propios del extranjero y de quien migra, en una rigurosa y por momentos desopilante puesta a prueba de gestos y palabras. Como dijo Camus, lo asombroso en Kafka es la falta de asombro de sus personajes ante el absurdo.
El héroe que actúa sobre fondo de lo popular disperso no se sumerge en la melancolía ni se paraliza por la ausencia de entusiasmo revolucionario. Se rebela ante la conjugación de la potencia en tiempo pasado. Es cierto que carece de la fuerza necesaria para transformar la situación injusta y opresiva contra la que se rebela. Que no dispone de súper poderes (no es un superhéroe). Si asume el riesgo de agitar un conflicto cuyas derivas no sabe prever, es porque sabe que no hay más salida que suscitar una lucidez y unas fuerzas que sólo pueden provenir del medio natural y social que habita. Lo heroico es, pues, la decisión de movilizar nuevos afectos, en sentido opuesto y más fuerte al que nos detiene. El militante es un ser entre potencias pasadas y futuras.El héroe que actúa sobre fondo de lo popular disperso no se sumerge en la melancolía ni se paraliza por la ausencia de entusiasmo revolucionario. Se rebela ante la conjugación de la potencia en tiempo pasado.
la metamorfosis y el temblor
Un diario político de la perplejidad es también una praxis belli. La descomposición de un orden –que abarca un cierto modo de concebir la democracia– viene de lejos. En Argentina la crisis de 2001 fue un aviso y en cierto sentido una oportunidad perdida. Toda descomposición libera materia con la que ensayar nuevas composiciones. Hay, por tanto, un valor creativo en las ruinas y en los restos. Los sujetos de la crisis fueron en su hora leídos como víctimas del neoliberalismo, y no como términos desde los cuales experimentar una recomposición popular posible (un nuevo intento de creer en el mundo). La experiencia política posterior habló de los derechos de esas víctimas, pero se privó de la fuerza que la crisis desde abajo había desatado. La descomposición neoliberal carcomió ese tipo de habla –que muchos llaman hoy progresista, y que en sus formas más caricaturales devino arrogancia prescriptiva– y dio rienda suelta a su propio desparpajo.
Hay todo un modo de agarrarse a categorías para soportar lo que el temblor tiene de refutación política. Hay también un modo de reducir el estupor a lo ocurrido en el país desde el arribo de la ultraderecha al poder. Son formas de eludir el dolor y la desorientación que genera la presunción de que ciertos modos de hacer política, que en el pasado se consideraron garantías de antifascismo puedan haber contribuido –aunque solo fuera por efecto de una subestimación, y todos sabemos que fue más que eso– a la gestación de lo odiado. La indignación sin lucidez combativa se torna complacencia. Por el contrario, lo que tambalea y causa temor, es también aquello que da lugar a una puesta en desafío, que nos devuelve a la conciencia de ser cosa entre cosas. Ritmo, duración. La comunicación con las fuerzas del tiempo viene del movimiento. El “movimiento real”, del que hablaba Marx, nos delimita como seres capaces de registro, de reflexión y de sorpresa. El temblor como retorno del cuerpo –y al movimiento– frente al estupor y el aplastamiento organizado.
Se ha insistido mucho ya: la pandemia, la precarización social, las nuevas mediaciones digitales, desplazamiento del eje del mercado mundial hacia oriente, la farsa política, la brutalización y la desigualdad social son factores a considerar para entender la metamorfosis padecida. Como Gregorio Samsa, estamos forzados a descubrir las posibilidades de este nuevo bicho en que nos hemos convertido. Una manera entre otras de comenzar la indagación es seguir un rastro. Las entradas del diario que pueblan las páginas de este libro intentan remontarse a las escenas que anunciaron hasta qué punto nuevas fuerzas golpeaban a la puerta. Elijo comenzar por el intento de asesinato a la entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ocurrido el 1 septiembre de 2022. El arma que falló, trastocó el crimen político en una performance. La imagen de la acción se difundió agrietando el lente con el que observábamos la realidad política. La reacción posterior, no alcanzó a revertir la sensación de abismo. De pronto se hizo evidente que una fosa separaba las representaciones políticas del período, del humor social (Maquiavelo decía que la ciudad estaba atravesada por “humores”, o deseos relativos a las relaciones de dominación).
Lo que vino luego, la impotencia política generalizada frente a las primeras iniciativas del gobierno de la extrema derecha no hizo más que despejar toda duda sobre la profundidad de la descomposición en curso. La ola ultra reaccionaria, lo sabemos, no es sólo un fenómeno supranacional. Es imposible caracterizar la sincronía entre las diversas ultraderechas sin considerar al detalle una historia social y política local. La mutación a la que asistimos, surgida de décadas de agresividad neoliberal, dio lugar a un cambio de humor. La capacidad del mileísmo para escenificar políticamente la humillación, la frustración y el malestar no se explica sin el bloqueo progresista previo. De ahí que la expresión “derechización”, que la política emplea para describir el cambio en la sociedad, suene demasiado autocomplaciente. El declive de la sociedad neoliberal, la fascistización de los resortes de poder, el desprestigio de los discursos igualitaristas, la forma paranoica que adopta la incapacidad del hacer común, resultan incomprensibles sin considerar los puntos ciegos del orden político previo.


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