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Diciembre 2001: los pasos previos, por Hernán López Echagüe, en Canal Abierto

Luego de obtener una victoria irreprochable en los comicios a senador por la provincia de Buenos Aires, los pasos de Duhalde se tornarán más presurosos y desembozados. Al día siguiente visita la CGT y escucha con satisfacción la bravata de Hugo Moyano: “Si el gobierno no interpreta el mensaje muy claro de la sociedad, va a haber problemas sociales muy fuertes, la gente no aguanta más ningún ajuste”. Duhalde viaja a Madrid, se reúne con el presidente José María Aznar y le solicita su apoyo porque, le vaticina, pronto se hará cargo del gobierno. “Pero, ¿cómo?”, le dice Aznar sin ocultar la sorpresa. “¡Si el presidente es amigo mío y está en funciones todavía!”. La certeza de Duhalde: “Sí, bueno, pero yo me voy hacer cargo”. (en el año 2007, en una entrevista con Jorge Fontevecchia, interrogado sobre el asunto, Aznar no hará más que confirmar la veracidad del diálogo por medio de un silencio sagaz). La Nación continúa avivando el fuego: “(…) la mayoría de los gobernadores cree que Fernando de la Rúa tiene no más de tres semanas para contener un virtual estallido social y acordar con el peronismo que se impuso en las elecciones. El primer objetivo del PJ para administrar con racionalidad política es el controlar el congreso. El Frente Federal Solidario impulsará un candidato para ocupar el lugar que dejará Mario Losada el 10 de diciembre. Ese hombre sería Puerta”. Corolario del artículo: “Todos piensan que no hay mucho tiempo para evitar el caos. No más de tres semanas. El PJ promete no empeorar las cosas”. Modo curioso de no empeorar las cosas. ¿Quiénes son todos? Alfonsín, por caso, es uno de los todos: Duhalde lo visita en su casa de la avenida Santa Fe y sin rodeo le dice que hará todo lo que tiene a su alcance para garantizar que el gobierno de la Alianza llegue a cumplir su mandato, pero, aclara, siempre que sea con otro presidente. Enterado de esa conversación, De la Rúa dice para sus adentros: “¿Quién es Duhalde para decir que el presidente electo por el pueblo tiene que irse?”. De nuevo La Nación, ahora una entrevista con Duhalde: “De la Rúa debe reconocer que se equivocó. Acá se necesita un piloto de tormentas y él demostró que no lo es. Que llegue al 2003 sólo depende de su actitud (…) La gente tiene la sensación de que el Presidente no llega a 2003. No quieren esperar dos años más. Y esa sensación puede convertirse en una profecía autocumplida”. ¿Qué significado tiene eso de la profecía autocumplida? ¿Qué es la gente, quiénes son la gente? Tal vez Juan Pablo Cafiero y Chacho Alvarez, que según cuenta Miguel Bonasso en su libro “El palacio y la calle” una tarde se reúnen con Duhalde en el Tenis Club San Juan, en San Telmo, y se ponen a bromear sobre el porvenir de De la Rúa, su destitución irremediable. “Hay que derrotarlo pero no aplastarlo”, dice Bonasso que dice Duhalde. “Vos sos el hombre”, le dice Chacho. La gente de la que habla Duhalde, esa gente que ve a De la Rúa en la tele y cae en un estado de saturación sin términos, hace de la casa de Alfonsín una cueva de conjurados: Leopoldo Moreau, Rodolfo Daer y Armando Cavallieri; Carlos West Ocampo, secretario de prensa de la CGT; José Pedraza, de la Unión Ferroviaria; Ignacio De Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina, Ruckauf y Duhalde, se juntan periódicamente en el piso de la avenida Santa Fe para tramar el cambio de gobierno, el envión final que hará rodar a De la Rúa hacia el abismo. Moreau advierte: “Si el gobierno no cambia, la Alianza lo que tiene que hacer es expresar su independencia total del gobierno para construir un espacio progresista”. Patricia Bullrich busca el socorro de Alfonsín, le refiere el episodio que padeció en Ginebra, le dice que el gobierno caerá de modo estrepitoso si él y el radicalismo se quedan de brazos cruzados. “Vos no entendés que De la Rúa no quiere tomar las medidas que tiene que tomar”, le dice Alfonsín con tono paternal. “Pero la Argentina las tiene que tomar, tenemos que devaluar y tenemos que dejar de  pagar la deuda externa, y De la Rúa está obcecado y no va a tomar ninguna de estas medidas”. Bullrich queda atónita. Días después de la charla con Alfonsín recibe en su despacho a De Mendiguren y Chodos. “¿Ustedes son conscientes de que están participando de una conspiración?”, les dice. De Mendiguren la mira con extrañamiento. “Eso que usted llama conspiración no es más que un programa alternativo de gobierno”, dice. Bullrich pierde los estribos. “¿Cómo puede hablarme de un plan alternativo de gobierno cuando hay un gobierno que no ha llegado a la mitad de su mandato?”. Luis Barrionuevo, senador por Catamarca, senador catamarqueño, aunque parezca cosa de lunáticos, se despacha a gusto: “Sería loable que el presidente dé un paso al costado y que sea el congreso el que decida quién debe continuar con el mandato constitucional”. Moyano se apresura a sostener las palabras de Barrionuevo: “Estoy totalmente de acuerdo. Antes de que se vaya el país, prefiero que se vaya De la Rúa”.

Las reuniones y los movimientos furtivos del peronismo y un puñado de radicales, que habían tenido como punto focal la expulsión de Domingo Cavallo del gobierno, ahora, de modo abierto, sin tapujo, apuntan a la destitución del presidente. El país ya es un terreno pantanoso, lleno de turba, un coto de caza, menor y mayor, y el diario La Nación el propalador de cada uno de los pasos que dan los tramperos. La periodista Paola Juárez escribe: “’Empezó a contarse el tiempo de descuento del Presidente’,  dijo secamente un importante dirigente del PJ a La Nación” (…) La idea de precipitar una salida anticipada del gobierno había sobrevolado varias veces la residencia de Ruckauf en La Plata (…) El artículo 88 de la Constitución prevé que en caso de ‘dimisión o inhabilidad’ del presidente, el congreso definirá qué funcionario lo reemplazará (…) Eduardo Duhalde analizó la posibilidad del adelantamiento de las elecciones. El senador electo podría convertirse en el ‘presidente de la transición’ en un Congreso dominado por el PJ. Esto termina mal, dicen que dijo Duhalde ayer en su casa”.

*      *      *

(…) Durante el acto de lanzamiento de una corriente interna del peronismo de la provincia, que comparte con Juan José Alvarez, Alberto Ballestrini y Julio Alak, Ruckauf pierde la compostura y se pone a vociferar: “¡Es hora de prepararse para tomar el poder, el peronismo se pone en marcha para agarrar el gobierno! ¡Se vienen épocas de profunda convulsión en la Argentina, el gobierno debe ser reemplazado por otro peronista!”. Con declaraciones como ésta, uno, si fuera presidente en ese momento, lo bien que haría en tomar su petate y mandarse mudar. (Recuerda Luis D’Elia: “Un día me tocó vivir un episodio muy fuerte con esto de los saqueos en el 2001. Varios años después, el día en que proclamaron a Cristina senadora, se hace una comida en la gobernación de La Plata, en una sala en donde está la mesa más grande que he visto en toda mi vida. Una mesa enorme, como de treinta metros. A mí me tocó estar al lado de Julio Alak, que era intendente de La Plata, y Julio me dijo: ‘En esta mesa, acá, Duhalde me dijo que había que destituir a De la Rúa’. Al lado mío estaba Emilio Pérsico y en frente lo tenía a Felipe Solá, que también lo escucharon. En La Matanza estuvo todo armado. El Negro Tucho, conocido puntero duhaldista, andaba en un coche viejo, barrio por barrio, creando una sensación de caos”.)

El radicalismo es un vagón de cola repleto de almas en pena, sus dirigentes andan a gatas y a ciegas, han perdido el norte, si es que en algún peldaño de la vida lo supieron encontrar. Alfonsín es una entelequia, mira hacia otra parte, quizá hacia la laguna de Chascomús o las páginas de Erich Fromm, y le hace saber a Duhalde que cuenta con su apoyo para hacer y deshacer a gusto. De modo que el hombre de la cara mueca reúne en sus oficinas de Avenida de Mayo al senador Ramón Puerta y a los gobernadores Adolfo Rodríguez Saa, Juan Carlos Romero y Néstor Kirchner; De la Rúa es un equilibrista presa de sonambulismo que vaga por el filo del despeñadero, bastante será un soplido, un leve roce, y que de su paradero se ocupen luego los bomberos voluntarios de la Boca. Duhalde y los suyos acuerdan el orden sucesorio: Eduardo Camaño queda al frente de la cámara de diputados y Puerta del Senado. Moyano toma un micrófono, uno de los tantos micrófonos que la prensa independiente y objetiva entrega en esos días a los tutores de la democracia y de las instituciones, y dice: “Hay que organizar la desobediencia civil, que el presidente tome una actitud patriótica y adelante las elecciones”. Días después, junto a Daer, anuncian una huelga general y activa, con movilizaciones a cara de perro en todo el país, huelga que pretenden extender por tres días.

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La semana trágica de diciembre de 2001, que tendrá al jueves veinte como punto crudo y amargo de la marabunta, tampoco tiene siete días. Podríamos situar su comienzo el lunes diecisiete. Ese día, Federico Storani llama por teléfono a Juan Pablo Baylac, vocero del gobierno, y le avisa que grupos de punteros peronistas tienen previsto incitar saqueos en Merlo, Moreno y La Matanza. Juan José Alvarez, alias Javier Alzaga, ministro de Seguridad de la provincia, cita en su despacho a D´Elía y le dice: “Ustedes, si quieren darle a los comercios chicos, denle p´adelante, basta que no se metan con los hiper”. Mariano West, intendente de Moreno, encarga a un colaborador que alquile dos ómnibus y un camión, que dos días después utilizará para transportar a cientos de hombres a Plaza de Mayo (Me escribe Lucho, uno de mis colaboradores: “En Moreno, según informó el mismo West el 19 de diciembre, unas mil trescientas personas saquearon alrededor de 37 comercios ubicados en distintos puntos del municipio, razón por la que declaró el “estado de emergencia social”).

Los primeros saqueos programados por el justicialismo ocurren en Entre Ríos. En su libro “El día del juicio”, Daniel Enz relata: “Entre los saqueadores se encontraban los dirigentes Chelo Lima y Carlitos Sánchez, quienes llegaron después que la mayoría. Un poco antes, Lima —según declaró en sede judicial en días posteriores— fue llamado por el jefe departamental de Policía, comisario mayor Raúl Godoy, quien le habría dicho: ‘Chelito, dame una mano para salir de ésta. Decile a la gente que entre nomás al supermercado, que empuje los escudos, que nosotros los vamos a dejar pasar, pero que no se lastimen con los vidrios de la puerta’ (…) En el expediente 1039/01, a fojas 41, Lima declaró que durante los saqueos, `aproximadamente a las 11:45´, recibió desde el Senado de la Nación una llamada del secretario del senador Jorge Busti, Juan Carlos Romero: ‘¿Cómo está la cosa ahí, loco? Parece que está linda. Podrila que al Jorge le sirve. Metéle pata, tomen el supermercado; si apretamos el acelerador, los volteamos a estos hijos de puta’, dijo Lima que le dijo Romero. También acusó al jefe de policía de Concordia, comisario Raúl Godoy, y al ministro de Gobierno de Sergio Montiel, Enrique Carbó. Ante el juez, Lima narró un diálogo que dijo tener con el jefe de policía: ‘Llamó el Ministro Carbó. Vamos a evitar problemas antes que llegue más gente al Maxitotal. (Carbó) dijo que lo saqueen’, habría dicho el policía. ‘Me dijo que teníamos la venia para saquear’, dijo Lima a Clarín”. El Jorge al que le sirve, al que le viene de maravilla el desgobierno, Jorge Busti, es compinche de Duhalde. Entre tanto, en Santa Fe, Reutemann ordena al ministro Lorenzo Domínguez que retire de las calles “toda instancia de contención o mediación” (así consta en la declaración de Domínguez ante la Comisión Investigadora no gubernamental de Rosario).

Ruckauf no hace más que llamar por teléfono una y otra vez a De la Rúa; le aconseja que actúe con firmeza, que declare el estado de sitio, es decir, que se arrime unos centímetros más al barranco, que le desembarace el camino al justicialismo. Medida que De la Rúa toma el día diecinueve y que Juan José Canals, prosecretario del parlamento, le refiere a Alfonsín, pocos minutos después de haberse enterado, en el recinto del senado. Alfonsín da la impresión de que la noticia no lo ha tomado de sorpresa. “Se terminó el gobierno”, dice, “se terminó”. Canals no entiende. “Cómo?” “¿Por qué?”. Alfonsín, sin alzar la vista, repite: “Se terminó el gobierno”. Su convencimiento no deja de ser equívoco. La declaración del estado de sitio no presupone forzosamente la caída de un gobierno; él lo sabe porque lo decretó en octubre de 1985, a lo largo de sesenta días y al amparo de una hipotética sublevación de militares con el apoyo de un puñado de periodistas de derecha, y como toda respuesta tuvo una gran movilización de personas que concurrieron a plaza de Mayo para sostener su gestión de gobierno.

Otro de los miembros de los todos o de la gente que tenía absoluta certeza del triste y solitario final que tendría el gobierno, es Rodolfo Terragno: “Se sabía que De la Rúa iba a fracasar, hasta el día se sabía…”, dijo. Hasta el día se sabía … Pero Terragno, a diferencia de todos, o de toda la gente que he consultado y de todas las lecturas que hice de libros, recortes de prensa y expedientes, entiende que es una extravagancia, por qué no ocurrencia de párvulo, conjeturar que en diciembre del dos mil uno pasaron cosas raras: “¡Pero son estupideces! ¡Son estupideces! Bueno, puede haber un usufructo de una situación. Pero cuando uno tiene veinticinco por ciento de desempleo, cuatro años de recesión, récord de quiebras, ¿qué se espera qué ocurra? Creo que un niño entiende esto. Pero cuando uno está hiperpolitizado, se le oscurecen las verdades más claras. ‘Se orquestó una situación…’ ¿Cómo se orquestó? En todo caso se usufructuó, si usted quiere, que en algún lugar, viendo que había esta efervescencia popular, alguien la utilizó. Eso podría ser, pero no se puede inventar”.

Lo que sucedió a partir de ese momento, de la declaración del estado de sitio, es público y sabido; mucho y bien se ha escrito acerca de esos días (por encima de todos lo ha hecho Bonasso), cuando la vida había perdido gravedad y cada hora era un temblor constante, aunque de los treinta y dos muertos, cada diecinueve y veinte de diciembre, a los gobernantes les resulta ocioso hablar. ¿Quién tuvo la ingeniosidad de inventar eso de que se vayan todos? Una frase enérgica y robusta que todos los que se tenían que ir tomaron a risa y con el correr del tiempo convirtieron en “¡Jódanse, nos quedamos y además nos reproducimos!”.

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Este es apenas un fragmento de una extensa investigación publicada originalmente en el libro “El Regreso de El Otro”, de Hernán López Echagüe. Pueden leer la nota completa en https://canalabierto.com.ar/2019/12/20/diciembre-de-2001-los-pasos-previos/

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La golondrina y el colibrí, por Juan Forn

Cuenta Petronio que en la Roma de Nerón había un esclavo que daba tan buenos consejos de negocios a su amo que éste decidió premiarlo con la libertad. El liberto, llamado Trimalción, siguió haciendo buenos negocios por las suyas y se enriqueció de tal manera que lo celebró con un banquete al cual invitó a todos los amigos de su viejo amo ya muerto. La mitad no lo conocía, pero acudió igual. El banquete fue fastuoso, orgiástico, incluso para los parámetros de la Roma de Nerón. A lo largo de la noche los invitados fueron dando rienda suelta a su envidia hasta terminar destrozando todo y prendiéndole fuego la casa. Entre las ruinas se encontró el cuerpo exánime de Trimalción.

Saltemos ahora diecinueve siglos, hasta el año 1922. James Joyce acaba de publicar su Ulises, nadie habla de otro libro: para algunos resume veinte siglos de cultura occidental, para otros los dinamita. En la Riviera francesa, Francis Scott Fitzgerald tiene un ejemplar del Ulises sobre su escritorio, pero carece de tiempo o de paciencia para leerlo: él mismo está terminando una novela que aspira que sea, para América, lo que era el Ulises para Europa, su celebración y su derrumbe. La novela es, por supuesto, El gran Gatsby. Pero Fitzgerald le anuncia por carta a su editor que quiere llamarla Trimalción. La historia es conocida: Maxwell Perkins, el editor de Fitzgerald, famoso por su paciencia y delicadeza de santo (y por haberse leído todos los libros del mundo), fue convenciendo carta a carta al volátil Fitzgerald de cambiarle el título y de hacer, además, ciertos toques en la novela que, según la leyenda, la convirtieron en la obra maestra que es. El mito tiene su razón de ser: Fitzgerald era el anti-Joyce, era suicida autocompararse con él. Donde uno craneaba cada línea de su texto “para dejar a los críticos discutiendo durante cien años”, el otro escribía sin darse cuenta casi de la resonancia de lo que contaba. Fizgerald no pensaba, su gracia era la del colibrí: su propio vuelo (eso decía Hemingway: “No sabe adónde va, no sabe cómo vuela, no sabe cuándo es tiempo de migrar, pero nadie vuela como él”). El propio Fitzgerald lo reconocía: alguien tenía que pensar por él. Maxwell Perkins lo hizo y, gracias a él, el Gatsby es tal como lo conocemos.

Pero la fama del Gatsby, y el mito alrededor de él, fue creciendo tanto con los años que finalmente, en la edición Cambridge de las obras completas de Fitzgerald, se publicó el Trimalción, tal como era antes de que Scott lo convirtiese en el Gatsby. Juan Boido lleva años queriendo traducirlo, y tiene toda la razón, entre otros motivos porque todas las traducciones al castellano que hay del Gatsby son tan malas que estamos en una situación única para que el Trimalción nos parta la cabeza. Y que después aparezca una buena traducción del Gatsby y que recién ahí el círculo se cierre. Déjenme explicarles por qué.

Jay Gatsby, como todos sabemos, irrumpe de la nada y conquista durante un verano a la sociedad neoyorquina de los Años de la Prohibición, con sus fastuosas fiestas en fastuosa mansión a orillas del Hudson. Todo lo hace para conquistar a una mujer casada que es el amor de su vida, Daisy Buchanan, pero eso nadie lo sabe, así como no se sabe nada de Gatsby, de dónde vino, cómo hizo su fortuna, qué hará a continuación. Cuando terminan esas fiestas, puede verse a Gatsby solo en su terraza, contemplando la luz verde que titila al otro lado de la bahía, en el amarradero de la mansión donde vive Daisy con su marido. El único que ve esa escena es un joven sin dinero que alquila una cabaña pegada a los jardines de Gatsby y que es primo de Daisy. El es el que propicia el encuentro entre Daisy y Gatsby, el testigo de su pasión clandestina, el que nos cuenta la novela que, como todos saben, termina con el cadáver de Gatsby flotando boca abajo en su pileta y su mansión abandonada y cubierta de pintadas insultantes, mientras Daisy parte a Europa con su marido polista y millonario.

No sé a ustedes, pero lo que a mí me enganchó para siempre del Gatsby desde la primera vez que lo leí es ese tránsito de la curiosidad a la fascinación al asco por los ricos que experimenta y nos hace experimentar Nick Carraway, el primo de provincia de Daisy, el vecino pobre de Gatsby, el sapo de otro pozo entre los ricos y famosos de Nueva York, el tipo común y corriente por excelencia: el hombre invisible, el confidente perfecto, el custodio único, en el final del libro, de un secreto que a ninguno de los demás personajes le interesa ya: por qué murió Jay Gatsby. Los fanáticos del libro a lo largo de los años, cuando están en confianza, confiesan que lo único que quizá le falte al Gatsby es un poco de Gatsby, pero siempre se ha dado por sentado que eso era un mérito del libro, que llevaba a releerlo una y otra vez. Doy fe: a pesar de la insistencia de Boido, tardé años en leer el Trimalción. Prefería releer el Gatsby, confiar en Maxwell Perkins, ¿para qué leer una versión imperfecta de un libro perfecto? Cómo me equivocaba.

Dice la leyenda que Perkins creía que era un defecto que a lo largo del libro no se supiera nada del pasado de Gatsby salvo las habladurías sobre él (“¡Dicen que mató un hombre! ¡Dicen que se hizo rico vendiendo armas! ¡Dicen que fue espía alemán! ¡Dicen que hizo un acueducto desde Canadá para contrabandear alcohol!”) y que convenció a Fitzgerald de que fuera dosificando información a lo largo del relato. Dice la leyenda que Fitzgerald, de una sentada, fue agregando pinceladas de cinco o diez líneas a lo largo del relato y mandó el libro de vuelta, mágicamente terminado. No es cierto: lo que hizo Fitzgerald fue romper y diseminar a lo largo del libro un monólogo excepcional de Trimalción, en el que Gatsby le cuenta a Nick su pasado, en una noche insomne, cuando todavía ignora que ya ha perdido a Daisy y que en pocas horas más perderá también la vida. El efecto de ese monólogo es monumental: puesto todo junto, en ese momento culminante, es infinitamente más poderoso que desperdigado en dosis homeopáticas, y aligeradas de lirismo, a lo largo del libro. Parece que dijera el doble, y de hecho lo hace, porque lo dice en el momento en que más ávidos estamos por saber y más abiertos estamos a que nos noqueen: el efecto es tan asombroso que terminé comparando línea por línea mis ediciones de Gatsby y de Trimalción y me asombró el doble cuando descubrí que eran casi las mismas palabras, sólo que dispersas se diluían.Todo libro esconde su secreto. Era cierta la añoranza de los fanáticos fitzgeraldianos: falta un poco de Gatsby en el Gatsby. Pero eso que falta está en el Trimalción. Fitzgerald necesitó toda la vida que alguien pensara por él, pero esa vez tenía razón: deforme, desequilibrada, su criatura era doblemente bella. Lástima que Maxwell Perkins prefiriera una golondrina a un colibrí. Lástima que Fitzgerald creyera más en él que en sí mismo.

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Que coman tierra, por Chris Hedges

En este artículo Chris Hedges describe la fase final del genocidio de Israel en Gaza. Una hambruna masiva orquestada ha comenzado. La comunidad internacional no tiene ninguna intención de detenerla.

Autor: Chris Hedges

Nunca hubo ninguna posibilidad de que el gobierno israelí aceptara una pausa en los combates propuesta por el Secretario de Estado Antony Blinken, y mucho menos un alto el fuego. Israel está a punto de dar el golpe de gracia en su guerra contra los palestinos de Gaza: la inanición masiva. Cuando los dirigentes israelíes utilizan el término «victoria absoluta», quieren decir diezmación total, eliminación total. En 1942, los nazis mataron de hambre sistemáticamente a los 500.000 hombres, mujeres y niños del gueto de Varsovia. Esta es una cifra que Israel pretende superar.

Israel y su principal patrocinador, Estados Unidos, al intentar cerrar el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS), que proporciona alimentos y ayuda a Gaza, no sólo están cometiendo un crimen de guerra, sino que están desafiando flagrantemente a la Corte Internacional de Justicia (CIJ). El tribunal consideró plausibles las acusaciones de genocidio presentadas por Sudáfrica, que incluían declaraciones y hechos recogidos por la UNWRA. Ordenó a Israel que acatara seis medidas provisionales para prevenir el genocidio y paliar la catástrofe humanitaria. La cuarta medida provisional pide a Israel que garantice medidas inmediatas y efectivas para proporcionar ayuda humanitaria y servicios esenciales en Gaza.

Los informes de la UNRWA sobre las condiciones en Gaza, que cubrí como reportero durante siete años, y su documentación sobre los ataques indiscriminados israelíes ilustran que, como dijo la UNRWA, «las ‘zonas seguras’ declaradas unilateralmente no son seguras en absoluto. Ningún lugar de Gaza es seguro».

El papel de la UNRWA en la documentación del genocidio, así como en el suministro de alimentos y ayuda a los palestinos, enfurece al gobierno israelí. El Primer Ministro Benjamin Netanyahu acusó a la UNRWA tras la sentencia de proporcionar información falsa a la CIJ. Israel, que ya tenía a la UNRWA como objetivo desde hacía décadas, decidió que la agencia, que ayuda a 5,9 millones de refugiados palestinos en todo Oriente Medio con clínicas, escuelas y alimentos, tenía que ser eliminada. La destrucción de la UNRWA por parte de Israel responde a un objetivo tanto político como material.

Las acusaciones israelíes sin pruebas contra la UNRWA de que una docena de los 13.000 empleados tenían vínculos con los que llevaron a cabo los ataques en Israel el 7 de octubre, en los que murieron unos 1.200 israelíes, lograron su objetivo. Llevó a 16 grandes donantes, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Italia, Países Bajos, Austria, Suiza, Finlandia, Australia, Canadá, Suecia, Estonia y Japón, a suspender la ayuda financiera a la agencia de ayuda de la que dependen casi todos los palestinos de Gaza para alimentarse. Israel ha matado a 152 trabajadores de la UNRWA y ha dañado 147 instalaciones de la UNRWA desde el 7 de octubre. Israel también ha bombardeado camiones de ayuda de la UNRWA.

Más de 27.708 palestinos han muerto en Gaza, unos 67.000 han resultado heridos y al menos 7.000 están desaparecidos, probablemente muertos y enterrados bajo los escombros.

Más de medio millón de palestinos -uno de cada cuatro- mueren de hambre en Gaza, según la ONU. Los palestinos de Gaza, de los que al menos 1,9 millones han sido desplazados internos, no sólo carecen de alimentos suficientes, sino también de agua potable, cobijo y medicinas. Hay pocas frutas y verduras. Hay poca harina para hacer pan. La pasta, junto con la carne, el queso y los huevos, han desaparecido. Los precios en el mercado negro de productos secos como lentejas y judías se han multiplicado por 25 con respecto a los precios de antes de la guerra. Un saco de harina en el mercado negro ha subido de 8 a 200 dólares. El sistema sanitario de Gaza, del que sólo quedan tres de los 36 hospitales que funcionan parcialmente, se ha colapsado en gran medida. Alrededor de 1,3 millones de palestinos desplazados viven en las calles de la ciudad meridional de Rafah, que Israel designó «zona segura», pero que ha empezado a bombardear. Las familias tiemblan bajo las lluvias invernales bajo endebles lonas en medio de charcos de aguas residuales sin tratar. Se calcula que el 90% de los 2,3 millones de habitantes de Gaza han sido expulsados de sus hogares.

«No existe ningún caso desde la Segunda Guerra Mundial en el que una población entera haya sido reducida al hambre extrema y la indigencia con tanta rapidez», escribe Alex de Waal, director ejecutivo de la Fundación para la Paz Mundial de la Universidad de Tufts y autor de «Mass Starvation: La historia y el futuro de la hambruna», en The Guardian. «Y no hay ningún caso en el que la obligación internacional de detenerla haya sido tan clara».
Estados Unidos, anteriormente el mayor contribuyente de la UNRWA, proporcionó 422 millones de dólares a la agencia en 2023. La interrupción de los fondos asegura que las entregas de alimentos de UNRWA, ya muy escasas debido a los bloqueos de Israel, se detendrán en gran medida a finales de febrero o principios de marzo.

Israel ha dado a los palestinos de Gaza dos opciones. Marcharse o morir.
Yo cubrí la hambruna de Sudán en 1988, que se cobró 250.000 vidas. Tengo marcas en los pulmones, cicatrices de estar entre cientos de sudaneses que morían de tuberculosis. Yo era fuerte y sano y luché contra el contagio. Ellos estaban débiles y demacrados y no lo hicieron. La comunidad internacional, al igual que en Gaza, hizo poco por intervenir.

El precursor de la inanición -la desnutrición- afecta ya a la mayoría de los palestinos de Gaza. Los que mueren de hambre carecen de calorías suficientes para mantenerse. Desesperados, empiezan a comer forraje, hierba, hojas, insectos, roedores e incluso tierra. Sufren diarrea e infecciones respiratorias. Arrancan pequeños trozos de comida, a menudo estropeada, y la racionan.
Pronto, al carecer de hierro suficiente para producir hemoglobina, una proteína de los glóbulos rojos que transporta el oxígeno de los pulmones al cuerpo, y mioglobina, una proteína que proporciona oxígeno a los músculos, unido a la falta de vitamina B1, se vuelven anémicos. El cuerpo se alimenta de sí mismo. Los tejidos y los músculos se desgastan. Es imposible regular la temperatura corporal. Los riñones se bloquean. El sistema inmunitario colapsa. Los órganos vitales (cerebro, corazón, pulmones, ovarios y testículos) se atrofian. La circulación sanguínea se ralentiza. El volumen de sangre disminuye. Las enfermedades infecciosas como la fiebre tifoidea, la tuberculosis y el cólera se convierten en una epidemia que mata a miles de personas.

Es imposible concentrarse. Las víctimas demacradas sucumben al retraimiento mental y emocional y a la apatía. No quieren que las toquen ni que las muevan. El músculo cardíaco se debilita. Las víctimas, incluso en reposo, se encuentran prácticamente en un estado de insuficiencia cardíaca. Las heridas no cicatrizan. La visión se deteriora con cataratas, incluso entre los jóvenes. Finalmente, asolado por convulsiones y alucinaciones, el corazón se detiene. Este proceso puede durar hasta 40 días para un adulto. Los niños, los ancianos y los enfermos mueren más rápidamente.

Vi cientos de figuras esqueléticas, espectros de seres humanos, que se movían desolados a un ritmo glacial por el árido paisaje sudanés. Las hienas, acostumbradas a comer carne humana, se llevaban a los niños pequeños. Me detuve ante grupos de huesos humanos blanqueados en las afueras de aldeas donde docenas de personas, demasiado débiles para caminar, se habían tumbado en grupo y nunca se habían levantado. Muchos eran los restos de familias enteras.

En el pueblo abandonado de Maya Abun, los murciélagos colgaban de las vigas de la iglesia de la misión italiana, que había sido destruida. Las calles estaban cubiertas de matojos de hierba. La pista de aterrizaje de tierra estaba flanqueada por cientos de huesos humanos, cráneos y restos de pulseras de hierro, cuentas de colores, cestos y jirones de ropa. Las palmeras habían sido cortadas por la mitad. La gente se había comido las hojas y la pulpa del interior. Corría el rumor de que la comida llegaría en avión. La gente había caminado durante días hasta la pista de aterrizaje. Esperaron y esperaron. No llegó ningún avión. Nadie enterró a los muertos.

Ahora, desde la distancia, observo lo que sucede en otra tierra, en otro tiempo. Conozco la indiferencia que condenó a los sudaneses, en su mayoría dinkas, y que hoy condena a los palestinos. Los pobres, especialmente cuando son de color, no cuentan. Se les puede matar como a moscas. La hambruna en Gaza no es un desastre natural. Es el plan maestro de Israel.

Habrá académicos e historiadores que escribirán sobre este genocidio, creyendo falsamente que podemos aprender del pasado, que somos diferentes, que la historia puede evitar que seamos, una vez más, bárbaros. Celebrarán conferencias académicas. Dirán «¡Nunca más!». Se alabarán a sí mismos por ser más humanos y civilizados. Pero cuando llegue el momento de pronunciarse con cada nuevo genocidio, temerosos de perder su estatus o sus posiciones académicas, se escurrirán como ratas a sus madrigueras. La historia de la humanidad es una larga atrocidad para los pobres y vulnerables del mundo. Gaza es un capítulo más.

(Publicado en: rafaelpoch.com/2024/02/10/que-coman-tierra/)

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Ambiente

Rincón de Darwin, por Hernán López Echagüe

Primer capítulo del libro “Crónica del Ocaso” publicado por Editorial Norma en el año 2005

Al otro lado del río Uruguay, en las islas largas y estrechas que se extienden como cordones verdes en el medio del agua acaramelada, las volutas de humo negro que despide la quemazón de pastizales y arbustos secos eclipsan de a ratos la luminosidad del cielo. Durante un espacio de tiempo improbable, encaramado en la cima de la barranca, de pie junto al hito de piedra que indica al forastero que se encuentra en el kilómetro cero del Río de la Plata, contemplo, abstraído, el río inmóvil, el río liso, sin oscilaciones. Un pescador regresa a tierra en su bote de madera mustia; pese a la distancia, puedo oírlo tararear una vieja melodía italiana que acompaña con el movimiento pausado de los remos. Bandadas de patos silvestres, de plumaje negro, inician su marcha veloz hacia las islas y la protección de la naturaleza compacta, todavía virgen. En la ribera, a uno y otro lado del angosto camino terroso, sauces criollos y mataojos se entreveran con el ramaje caótico de los ceibos, sus brazos excéntricos orientados hacia todas partes. Cielo, barranca, y humareda; islas, silencio y río postrado. Todo da la impresión de haber sido dispuesto con meticulosidad para brindarle a la escena un aire de suspensión de los sentidos, de somnolencia profunda.

A mi derecha, no más de veinte metros, la rústica escalera de peldaños de piedra que conduce a la costa y en cuyo trayecto, en el segundo rellano, el visitante puede encontrar esa suerte de altar, mural gris sucio, de argamasa, con la inscripción: “Rincón de Darwin. Visitado por el sabio en 1833”. “Por la mañana temprano nos dirigimos a un sitio llamado punta Gorda”, refiere Darwin en `Viaje de un naturalista alrededor del mundo´, “que forma un promontorio a orilla del río. En el camino nos proponemos encontrar un jaguar. Las huellas recientes de estos animales abundan por todas partes, pero no conseguimos dar la vuelta ni a uno solo. El río Uruguay, visto desde ese punto, presenta una magnífica masa de agua. Lo claro y lo rápido de la corriente hacen que el aspecto de este río sea muy superior al de su vecino, Paraná. En la margen opuesta, varios brazos de este último río desaguan en el Uruguay. Brillaba el sol y podía distinguirse con claridad el diferente color de ambos ríos”.

Resulta difícil aceptar que aquellas islas delgadas, que brotaron quince años atrás, a cinco, seis kilómetros de esta orilla uruguaya, pertenecen a la Argentina, a otro país.

Resulta difícil aceptar que aquellas islas delgadas, que brotaron quince años atrás a cinco, seis kilómetros de esta orilla uruguaya, pertenecen a la Argentina, a otro país.

En el vértice del delta, donde concurren para formar el Río de la Plata, pueden apreciarse los diversos y azarosos matices del Paraná y del Uruguay, que, según la reverberación del sol y la intensidad de las corrientes, van del pardo al verde marino, del cobrizo al azafranado. “Mar Dulce” resolvió denominar Solís a este ríomar sin márgenes visibles que nace a mis pies, descarga veinte mil metros cúbicos de agua por segundo y tiene una superficie fluvial de treinta y cuatro mil kilómetros cuadrados, similar a la de Holanda; el tercero más caudaloso del planeta, después del Amazonas y el Congo. Mar dulce, acaso un oxímoron que actuó a la manera de cruel presagio latinoamericano: rica pobreza, miserable opulencia. Desmesurado continente de agua que en su historia guarda infinidad de misterios y leyendas; naufragios, epopeyas y célebres batallas fluviales; frustraciones y equívocos, como el de Solís, o el de Magallanes, que, en enero de 1520, al llegar a su desembocadura –donde, en el continente, ve levantarse un montículo sobre la llanura inabarcable, sitio al que llama “Montevidi”–, supone que es el mar tendiéndose hacia el oeste, en dirección a las Molucas, el ansiado paso al “mar del Sur”. Quince días gastará buscando en vano, ignorando que estaba en un río extraordinariamente caudaloso.

El río y la historia nos han unido y no nos separa el chauvinismo, que en mi concepto no es más que un nacionalismo de derecha. De ahí al fascismo no hay más que un paso.

Resulta difícil aceptar que aquellas islas delgadas, que brotaron quince años atrás a cinco, seis kilómetros de esta orilla uruguaya, pertenecen a la Argentina, a otro país. El río Uruguay, “río de los pájaros pintados” como lo llamó Juan Zorrilla de San Martín echando mano de una interpretación lírica del término guaraní, no es un límite; es un trazo engañoso, de naturaleza fantasmagórica, a menudo invisible; enlaza, vincula, reúne, echa por tierra el concepto de frontera. Amalgama y le proporciona una identidad singular a esta región cargada de códigos y complicidades indescifrables; geografía litoral que los habitantes de uno y otro lado atraviesan campechanamente, una y otra vez, con el ánimo de conseguir un trabajo efímero, comprar un alimento más barato, transportar mercaderías de contrabando, buscar fortuna en el juego, satisfacer su sed de sexo, visitar algún pariente, cazar, pescar. “El río Uruguay”, dijo el poeta y cantante uruguayo Aníbal Sampayo, “es un tiento de plata cosiendo dos lonjas de un mismo cuero: Uruguay y Argentina. Por debajo del agua corre la tierra y esa es de todos, de los entrerrianos, los sanduceros, los correntinos, los misioneros, de toda esa gente que habita a orillas del Uruguay. El río y la historia nos han unido y no nos separa el chauvinismo, que en mi concepto no es más que un nacionalismo de derecha. De ahí al fascismo no hay más que un paso. La patria que querían Artigas, Bolívar o San Martín era la patria grande. No estaba dividida ni por fronteras ni por aduanas”.

La venta de colosales superficies de tierra a empresarios extranjeros, en particular argentinos de reputación sombría es contínua.

En la laguna Solís, a cuatrocientos metros del río, hoy es imposible sorprenderse con una nutria, con una garza mora o un carpincho, y en el monte arenoso de Punta Gorda, camino al bosque de pinos, ni vestigios quedan de los zorritos o las liebres. Todo lo que me había movido a instalarme en este lugar, ha desaparecido; algunas estampas cotidianas han sufrido una transfiguración natural, como los cinco álamos, siempre los había tenido a pocos metros de la casa, de la ventana de mi estudio. El primero en morir fue el álamo de la izquierda; una mañana, al cabo de una tormenta feroz, apareció desplomado, repleto de hojas verdes todavía; la cima, delgada, entremetida en el camino. Lo sucedió un aromo, partido al medio por un rayo. Y luego, obra entonces de hachas y sierras gobernadas por la mano y el abuso del hombre, fueron decenas y decenas; del bosque que solía recorrer cuando arribé al paraje, restan pálidos mojones, residuos de madera marchita y grisácea que semejan un páramo que ya nunca más habrá de recibir los favores del sol y del agua.

La tala de árboles es moneda corriente y el cercado de playas públicas…Los nuevos dueños de la tierra desvían el curso de arroyos a su antojo, desplazan médanos de un lado a otro…construyen muelles privados adonde arriban, sin inspección aduanera alguna, yates suntuosos.

La venta de colosales superficies de tierra a empresarios extranjeros, en particular argentinos de reputación sombría, es continua. Cuentan, desde luego, con la hospitalidad de lugareños y funcionarios públicos que nada preguntan, que nada controlan, porque las inversiones, presumen sin rodeos, significan progreso y empleo y bienestar; así las cosas, la tala de árboles es moneda corriente y el cercado de playas públicas un hábito que todos acogen en silencio. Los nuevos dueños de la tierra desvían el curso de arroyos a su antojo; desplazan médanos de uno a otro lado; contratan máquinas tremebundas y abren caminos o cavan canales donde y cuando lo desean; levantan muros en tierras públicas; construyen muelles privados adonde arriban, sin inspección aduanera alguna, yates suntuosos.

El sur del mundo se ha convertido en un generoso albergue de despojos, de residuos y desperdicios ponzoñosos; la tierra y el agua, en las presas más codiciadas de la mesopotamia argentina y el litoral uruguayo. Formidables plantaciones de pinos y eucaliptos, destinados a la producción de pulpa de celulosa, han desplazado a las tradicionales actividades agropecuarias; estupendas praderas corrompidas por el monocultivo de soja transgénica; tierra, agua, aire y gente intoxicados a causa del disparatado empleo de plaguicidas simplemente mortíferos; el éxodo de chacareros y pequeños productores hacia los suburbios de las grandes ciudades, es incesante. Los asentamientos están creciendo con la misma celeridad que los pinos y eucaliptos.

Los poderosos países del norte han seguido a rajatabla la recomendación que, en 1992, soltó Laurence Summers, vicepresidente del Banco Mundial: “Entre nosotros ¿no debería el Banco Mundial alentar una mayor transferencia de industrias sucias al tercer mundo?…Las sustancias cancerígenas tardan muchas años en producir sus efectos, sería menos llamativo en países con expectativas de vida bajas…”

Camino a Nueva Palmira, frente a la zona franca, la espaciosa “cancha de acopio” de la empresa Tile Forestal está colmada de enormes atados de troncos de eucaliptos. Su destino: las empresas productoras de pasta de celulosa que las firmas Botnia, finlandesa, y ENCE, española, han comenzado a construir en la costa de Fray Bentos al amparo de un gobierno uruguayo que se ha empecinado en apoyar, con inaudita y singular tenacidad, el despropósito.

Los poderosos países del norte han seguido a rajatabla la recomendación que, en 1992, soltó Laurence Summers, en aquel tiempo vicepresidente del Banco Mundial: “Entre nosotros, ¿no debería el Banco Mundial alentar una mayor transferencia de industrias sucias al tercer mundo? Numerosos países se encuentran muy limpios, por lo que sería lógico que recibieran industrias sucias y residuos industriales ya que tienen una mayor capacidad de absorción de contaminación sin que produzcan grandes costos. Los costos de esta contaminación están ligados al aumento del retroceso de la mortalidad. Desde este enfoque, una cierta cantidad de contaminación perniciosa debiera ser realizada en países con costos más bajos, con menores salarios, por lo que las indemnizaciones a pagar por los daños serán también más bajas que en los países desarrollados. Creo que la lógica económica que existe en la exportación de una carga de basura tóxica a un país con salarios más bajos, es impecable y debemos tenerla en cuenta. Las sustancias cancerígenas tardan muchos años en producir sus efectos, por lo que esto sería mucho menos llamativo en los países con una expectativa de vida baja, es decir, en los países pobres donde la gente se muere antes de que el cáncer tenga tiempo de aparecer”.

Hace casi 20 años, cuando López Echagüe escribía estas líneas, la Laguna de Solís que mencionaba era así. Transparente.
Hoy, esa misma laguna, se ve así. Nadie sabe dar razones del motivo.

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