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Opinión

El padre ‘abandónico’ de la Patria, por Américo Schvartzman

Nadie es perfecto. El Padre de la Patria, tampoco. Y ahora que termina el día en que distintas facciones de la vida política argentina han usado y abusado de su figura (de un lado y del otro), comparto algunas reflexiones sobre el destino de incomprendido de ese militar revolucionario al que, bastante insólitamente, los mismos que lo menospreciaron lo transformaron en “Padre de la Patria”. Muchos nacionalistas no lo quieren por sus lazos con la masonería, y acaso por mestizo (“Yo también soy indio”, cuenta el general Olazábal que le oyó decir). Y ahí hace un tiempito que anda Hugo Chumbita gritando que fue hijo de doña Rosa Guarú.En la derecha liberal que lo entronizó como “Padre de la Patria”, hay quienes en el fondo no lo quieren demasiado porque, en vida, no se prestó a sus planes (“Nos robó un ejército”, tal vez dirían hoy), no estaba para peleas internas y nunca le hizo la segunda a Buenos Aires, y porque les arruinó la historiografía al hablar bien de Rosas y obsequiarle su sable.Parte de la izquierda tampoco lo quiere tanto porque ni fue muy jugado en sus posiciones políticas “internas” ni se cuidó, en su ancianidad, de hablar pestes del naciente movimiento obrero y revolucionario en Europa: “terroristas que desprecian no solo el orden y la civilización, sino también la propiedad, religión y familia”. Demasiado republicano y apegado al orden aunque murió apenas dos años después de publicarse el Manifiesto Comunista. Sectores de la Iglesia no lo quieren demasiado por lo mismo que la derecha nacionalista (sus vínculos masones) y porque se burló del Vaticano cuando Rosas restableció relaciones (rotas en la Revolución de Mayo) diciéndole en carta a su amigo Guido que para “negociar con Roma, remitan un millón de pesos y conseguirán lo que quieran”. Algunas feministas radicalizadas no lo quieren porque (visto desde hoy, lo cual es discutible) lo ven como un pedófilo que a los 34 años se casó con una niña de 14.Muchos artiguistas tampoco le tienen mucha simpatía porque si bien desobedeció las órdenes porteñas de reprimir a Artigas, tampoco se metió: siguió su plan de cruzar los Andes y se limitó a mandar cartas pidiendo “transemos todo, dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieran atacar nuestra libertad”, sin tomar partido y negándose a “analizar las causas de esta guerra entre hermanos”. No estaba para peleas internas y nunca le hizo la segunda (tampoco) a los federales.En fin, que el Santo de la Espada no era tal santo, era un ser humano, con costados que no tienen por qué gustar a todos, y con aspectos extraordinarios que algunos reivindicaremos siempre (su visión americana y no de “patria chica”; su respeto a “nuestros paisanos los indios”; su genialidad como estratega –lo estudian todas las academias militares de los países desarrollados– puesta sin egoísmo al servicio de una causa superior, y no de su ego o de sus ambiciones; su inteligencia aguda y generosa; su humanismo como militar y como político). Y también por su sed de cultura, de fundar bibliotecas, de ser un gran guitarrista y por cambiar el poder omnímodo en Perú solo por el estandarte de Pizarro. Y porque trataba de hermanos a los aborigenes, porque se sentaba a negociar de igual a igual, porque creyó en ellos y ellos en él. Y porque se me ocurre pensar que el Gran Capitán quizás eligió ser el Padre Abandónico de la Patria porque por ahí entrevió ese destino de preservativo al que lo sometieron tanto la historia oficial (inventada por Mitre) al ponerlo en ese lugar que no buscó, como todos los que vinieron después, disputándose los restos del Libertador. Y en parte lo pienso sin enojo, porque San Martín (me he dado cuenta en estos días) sigue siendo uno de mis héroes. Desde la infancia. Y a pesar de cualquiera de las cuestiones que señalé antes.Por ahí el mejor homenaje que se le podría hacer es dejarlo de una vez en paz.

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Memoria

“Los delincuentes de guante blanco son la verdadera casta”, por Carlos del Frade

El ex comisario de la Policía Federal Argentina, Rodolfo Fischietti, denunció que el 20 de marzo de 1975 se desató el Operativo Rocamora, apellido del entonces Ministro del Interior, contra la ciudad de Villa Constitución.

Cuatro mil integrantes de diversas patotas, embrión de los grupos de tareas, coparon la geografía del sur santafesino, secuestraron a 200 delegados y trabajadores de las fábricas Acindar, Metcon, Marathon y Vilber y comenzaron a torturarlos en el edificio del albergue de solteros de Acindar, pagados a razón de 200 dólares por día por los empresarios, entre ellos José Alfredo Martínez de Hoz, por entonces gerente general de Acindar.

Era el ADN del terrorismo de estado: delincuentes de guante blanco ordenaban y pagaban a sus cancerberos para desaparecer a una generación de jóvenes trabajadores con ideas revolucionarias, la mayoría de las 30 mil personas desaparecidas a partir del 24 de marzo de 1976, donde Martínez de Hoz fue el ministro de Economía. La decisión de los jueces federales, medio siglo después, ratifica que la decisión del verdadero poder en Argentina es consolidar la impunidad de los delincuentes de guante blanco, la verdadera y única casta que existe.

Nuestra admiración y nuestro respeto para los y las sobrevivientes, los organismos de derechos humanos y las abogadas que seguirán insistiendo para que alguna vez haya justicia contra el verdadero impulsor del genocidio: el poder económico. La historia no habla del pasado, denuncia el por qué del presente.

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Opinión

Después del domingo, a redoblar la apuesta, por Alberto Nadra

Un aporte desde mi militancia

Lejos estoy de la soberbia pretensión de explicar a tan pocas horas los resultados de este domingo sombrío. Eludo cifras, porcentajes y bancas, e intento compartir una actualización de las afirmaciones y categorías que vengo planteando hace muchos años, mi forma de militancia con la palabra, así como con la acción que me permiten los años.

Las concibo como un simple aporte al intercambio que debemos darnos quienes nos consideramos parte del movimiento nacional y popular, tanto los que entienden que su misión es mejorar las condiciones de vida del pueblo dentro de este capitalismo senil –pero en pleno reacomodamiento–  como quienes siempre consideramos que solo lo lograremos plenamente mediante un transformación revolucionaria en las estructuras económico-sociales, un cambio de mando en el poder y no meramente en la administración temporal de la cosa pública.

La situación es lo suficientemente grave, hemos retrocedido tanto, que aún falta mucho  para dirimir esa cuestión.

Ganar batallas, perder la guerra

A lo largo de los años,  el peronismo, fuerza mayoritaria entre lo mejor de nuestro pueblo, demuestra que puede lograr la mayoría electoral por períodos, hegemónico en un principio, ligeramente frentista con el tiempo y las dificultades. Sobre todo cuando convoca a otros sectores del campo popular, puede conquistar o reconquistar derechos, mejorar transitoriamente las condiciones para producir y crear trabajo, recuperar el salario o afirmar la soberanía.

Sin embargo, no puede retener esa mayoría electoral, pues el poder real  reacciona al ver cualquier amenaza a sus privilegios. Ante esto y hasta ahora, en lugar de redoblar la apuesta,  cede ante el poder real y vacila ante la necesidad de producir cambios de fondo en la estructura y la relación de fuerzas social que la determina. Por eso fue y es desplazado, antes por golpes de Estado y ahora también por las urnas.

¿Qué significa redoblar la apuesta?

Para cambiar en serio y ampliar las posibilidades de sostenerlo en el tiempo,  no alcanza con las buenas intenciones  ni con  avances parciales; se exige redoblar la apuesta: confrontar a fondo con el privilegio y  enfrentar el “sentido común”, la ideología dominante en toda la sociedad, que es precisamente la del bloque dominante.

¿Qué significa redoblar la apuesta, sea en la gestión para defender conquistas y profundizar el rumbo,  sea en el llano para resistir y reunir fuerzas para dar vuelta la taba en favor de las mayorías?

Desde ya no es una convocatoria el exitismo, ni a las chicanas de la interna chica. Significa algo muy distinto a lo que practica la rama partidocrática del heterogéneo movimiento popular, que no solo la hay, sino que es  predominante en su dirigencia.

Necesitamos que se reencuentren con el pueblo, que pongan el cuerpo en las luchas que crecen, pero aisladas, sin coordinación ni dirección política.

Es necesario convocar y lograr la unidad, pero la unidad de los luchadores, no un mero rejunte vacío de contenido, que no solo duele, sino que conduce al fracaso, antes o después de un desafío electoral.

Es necesario que esa unidad sea amplia pero a la vez institucionalizada, con protagonismo de las distintas fuerzas, con toda la amplitud que permita un acuerdo programático claro y acompañado por un plan de acción concreto, para gobernantes y gobernados, para dirigentes y militantes.

Preguntas, tan incómodas como necesarias

En ese camino hay que plantearse problemas de fondo como, a título de ejemplo: ¿es posible reconstruir el país y abrir un futuro de progreso y bienestar sin plantear una moratoria unilateral de la deuda externa, por el tiempo que reclame esclarecer su legitimidad y determinar las formas de pagos que permitan crecer a la nuestro país? ¿Es posible sin replantear una estrategia de independencia internacional que incluye acuerdos regionales y apelar a la cooperación e integración con los BRICS? ¿Seguiremos escuchando condenas a la bronca y el combate cuando negar la legitimidad de responder a la violencia es sellar un pacto con la crueldad?

La disyuntiva final

Unidad institucionalizada, programa y plan de acción. Cultivar la bronca, empujar la lucha  organizada y transformarla en combate legítimo.

No son frases hechas, ni un recurso más melancólico que práctico.

¿Es difícil?  ¡Claro que lo es! Llevamos años y acumulando dolores sin lograrlo. Pero, mientras no se logre, mientras no lo logremos, seguiremos ganando o perdiendo elecciones, conquistando y reconquistando derechos una y otra vez, pero retrocediendo a mediano y largo plazo.

Sé que no digo nada nuevo para tantos luchadores, pero es hora de empezar a decirle a la dirigencia y militancia, principalmente a la peronista, que es eso o seguir profundizando la decadencia, repetir fugaces triunfos y domingos aún más sombríos que el de este 26 de octubre.

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Destacada

“Un mi padre de ron”, por Oscar Taffetani

Un amigo cubano -cuyo nombre me reservo- me contó una vez que en sus últimos años Ismaelillo (el hijo de José Martí bautizado José Francisco Martí Zayas Bazán), quien a lo largo de su vida mantuvo una relación particular con los EEUU (creció en Brooklyn, intervino en la guerra de Independencia cubana, apoyó las intervenciones y el protectorado norteamericano y ya convertido en alto jefe militar se apartó de todo al fin de la conspiración de los ABC), solía rondar por hoteles y tabernas esgrimiendo un billete con la cara de su padre y pidiendo en voz alta “un mi padre de ron”. Deliciosa anécdota.

Me acordé de esto cuando ciertos dirigentes nuestros cuestionan -“por principios”- el inesperado salvavidas que Scott Bessent -amigo de Soros- le tiró al ministro Toto C. al comprar pesos argentinos la pasada semana (pesos que muy pronto estará recomprando, con ganancias).

Ay, si eso fuera todo! Esta dirigencia vernácula sigue sin entender que una buena parte del voto favorable al Advenedizo, ayer domingo, se debe a la perspectiva cierta de que al gobierno se le fuera todo de las manos -como a otros- por un “golpe de mercado”.

Fue un voto defensista y conservador, pero no un voto “colonialista”. Nuestros asuntos pendientes (deuda, recursos naturales, Estado, producción) siguen estando pendientes, y mi deseo es que puedan abordarse y resolverse sin perder las instituciones democráticas ni la Independencia argentina.

Nada, eso.

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