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Adolescencia clandestina, por Natalia Saralegui

Cuando tenía 15 años una amiga abortó. Había tenido sexo y abortó: dos cosas que yo no había hecho nunca y de las cuales solo tenía fantasías. Porque gracias a la clandestinidad, el sexo heterosexual venía con ese pan de dudas y de temores bajo el brazo. Mi amiga fue a una clínica tan clandestina como eficiente. Entró temprano, salió más tarde, todo ambulatorio y cerca de su casa. Me acuerdo de estar sentada con más amigas en su cuarto y que ella nos contara paso a paso cómo había sido. Cuando terminó me levanté y me descompuse. Terminé en el piso, blanca y casi desmayada. Ese fue mi primer relato cercano de un aborto.
 
Cuando tenía 16 una prima de una amiga se quedó embarazada y necesitó abortar. Íbamos a la misma escuela, yo al turno noche y ella al turno tarde. La familia no tenía plata y hablaron con la mamá de mi amiga para juntarla. Me acuerdo que la prima por varios días tuvo que faltar a clases. Me acuerdo que su familia le había dicho que no podía decir la palabra aborto por el teléfono porque era ilegal e iba a caer la policía. Me acuerdo que en los pasillos de la escuela, en algún recreo, inventamos un código para reemplazar la palabra aborto. Así pudimos hablar por nuestros teléfonos de línea desde las casas de nuestros padres del aborto de la prima de mi amiga.
 
Cuando tenía 16 una piba que era amiga de una conocida de una amiga quedó embarazada y tenía que abortar. A la piba nunca la conocí, solo sé que era del centro de estudiantes y eso me hermanaba. Ideamos el plan para conseguir Oxaprost y fui a comprarlo a una farmacia de Parque Centenario. Me aprendí los síntomas que tenían los ancianos para los cuales el medicamento les venía regio. El farmacéutico me miró con desconfianza y yo recité el discurso armado. Dije qué lástima, pobre mi abuela, a ella le duelen los huesos, no llegué a pasar por su casa y buscar la receta. Ahora va a sufrir, pobre abuelita. Me lo vendieron. Quinientos pesos. Nunca conocí a la piba que necesitaba abortar.
 
“Abortó peleándole los pesos al novio para que ponga su parte”
 
Cuando tenía 17 años me fui de viaje de egresadas en modo mochilero a las sierras de Córdoba. Me acuerdo de varias noches en las que nos pusimos en pedo y bailamos cuarteto como desquiciadas en los boliches noventosos de Carlos Paz. Me acuerdo que una no se sentía muy bien y a la vuelta en Buenos Aires se dio cuenta que en realidad estaba embarazada. Yo no me acordaba, pero por esos días ella me contó que yo fui a la farmacia a comprar el Evatest. Abortó peleándole los pesos al novio para que ponga su parte. Él no quería darle plata. Mi amiga abortó en silencio, con el apoyo de su familia.
Me acuerdo de tener 17 o 18, de estar terminando la secundaria y que “no me venga”. Ni una gota de sangre, ni una mínima señal de menstruación. Pánico en el baño de mi casa. Llamar a la ginecóloga que había conocido hace poco: qué hago, le pregunté. Nada, me dijo. Esperá. Esperá y sino “no te preocupes que lo solucionamos”. Solo recuerdo la esperanza que me dio esa mujer diciendo así en elipsis la palabra “aborto”. Finalmente menstrué y lloré. Lloré, como dice Mariana Enriquez, con un alivio elemental. No sabía que pasaría por esa secuencia decenas de veces más, en las que en cada religiosa oportunidad sufrí los minutos interminables del efecto del Evatest y planifiqué como serían mis abortos.
 
Cuando tenía 18 años una amiga quedó embarazada de un novio violento y golpeador. Éramos todes del mismo grupito de la secundaria y él antes había estado de novio con otra amiga, a la que también había golpeado. Mi amiga se enteró que estaba embarazada y la acompañamos a abortar. Antes de eso, ella, en perfecto silencio y soledad, se hizo todos los controles necesarios para ver las semanas de gestación. Recuerdo que tenía nauseas y eso me daba impresión. Recuerdo que una vez fue a un hospital a hacerse esos controles y la hicieron escuchar los latidos. Tac tac -tac tac- tac tac.
‘Quedé sola con la que estaba abortando y solo recuerdo el temor de pensar “si se cambia más toallitas de lo indicado nos tenemos que ir corriendo al Álvarez”.
 
19 años. Nos agenciamos con más amigas el Manual de Lesbianas y Feministas, una que vivía con amigas nos habilitó la casa, alguna fue a la farmacia a comprar Misoprostol y más tarde nos encontramos en esa casa vieja, fría, a ver películas y a esperar que pase. En un momento una de mis amigas se fue y yo quedé sola con la que estaba abortando y solo recuerdo el temor de pensar “si se cambia más toallitas de lo indicado nos tenemos que ir corriendo al Álvarez”. Salió todo bien. Nunca más hablé con ella de ese día. A mi trabajo como camarera de una bar en Palermo falté sin aviso y al día siguiente cuando fui me salió decir sin pensarlo que no fui porque una amiga estaba internada por una hemorragia pos aborto clandestino. Silencio. Mi miedo irreal pero probable los dejó mudos y yo seguí con la fajina.
 
Cuando tenía 19 una conocida de Córdoba vio que estaba embarazada y abortó como pudo. Se desangró, llegó al hospital y la policía la acosó y amenazó con meterla presa.
“Desde el miércoles 30 en nuestro país el aborto es ley. La mitad de mi vida la pasé con el fantasma de los clandestinos”
 
Cuando tenía 20 una mujer que vivía en un conventillo en Barracas y tenía dos hijas quedó embazada y necesitaba abortar. Vendía cositas en una feria de la villa 21 24. Con una amiga la fuimos a acompañar. Nos quedamos a dormir las dos en un colchón en el piso, en la casa de esta mujer que vivía en un cuartito de no más de dos metros cuadrados en donde había una cama, un colchón, una heladera en cuotas y un televisor ruidoso. Compartía el baño con el resto del conventillo. Abortó con pastillas mientras bancábamos la puerta del baño letrina para que ningún vecino sospechara. Siguió con su vida. Unos años más tarde me contactó una mujer que vivía en una villa en San Miguel y me dijo que se animó a hablar conmigo por una conocida de un comedor del barrio, porque yo era feminista y se sintió con confianza de que la podría ayudar. Necesitaba abortar. Era migrante y estaba segura de que sus paisanas no la iban a entender. Me acuerdo que me hablaba por teléfono y desde atrás se escuchaban dibujitos a todo volumen. Tenía un hijo de dos. Busqué en la web de la Red de Profesionales por el Derecho a Decidir las salitas más cercanas y se las pasé. Me mandó un mensaje unos días después diciendo “gracias”.
 
Hace unos años visité a un amiga socorrista en Neuquén y me llevó a ver el cuartel general, la sala de operaciones, el centro socorrista. Este lugar, lejos de ser oculto, distante, oscuro, solemne, masculino, estaba bien visible, en un edificio sindical, con carteles fucsias en la puerta y con ventanas que proyectaban luz en sus pasillos. Recuerdo que había dos socorristas que se estaban riendo de algo que estaban charlando, que cuando entré una me contó que desde ahí organizaban los llamados y que se iban rotando la atención. Que daban información y acompañaban desde esa línea, la Línea Rosa, a mujeres de todo el país. Después las saludamos, quedamos en ir juntas a un recital a la noche y nos fuimos a comprar chocolates.
“Presas del panóptico obstétrico”
 
Desde que conozco a las socorristas derivo a la Línea Rosa, por lo menos, alguna vez por mes, a amigas, conocidas, conocidas de conocidas y desconocidas. De forma regular aparece en los grupos o en mi chat: una amiga está embarazada y necesita ayuda. Anónimas e íntimas, de la familia, de un barrio, de la facultad, de la maestría, del trabajo. Todos esos abortos, los que derivo en el llamado, los que me atravesaron desde adolescente, los que no supe que eran abortos porque eran solo chicas que faltaban a escuela y los que no supe que eran abortos porque terminaron con mujeres muertas. Los de las mujeres madres desocupadas y los de las pibas del secundario y clase media. Los de los abusos de novios violentos y los de goce pleno con una falla en el método anticonceptivo. Los de la villa y los de Recoleta. Pienso que todos esos abortos son muy distintos, tanto al punto que tendrían que tener nombres diversos, llamarse distinto. Pienso que es una injusticia de la ficción universalizante que compartan el mismo signo linguistíco. Pero hasta la madrugada del miércoles 30 de diciembre de 2020 todos esos abortos compartieron algo: la clandestinidad. El silencio. El castigo y la hemorragia que sobrevuelan pero hacen carne en cuerpos pobres y racializados. En cuerpos seleccionados para transformar el ilegalismo en delito. Tanto es así que el castigo se impone hasta en cuerpos que subjetivamente jamás pensaron en un aborto. Las presas del panóptico obstétrico.
Desde el miércoles 30 en nuestro país el aborto es ley. La mitad de mi vida la pasé con el fantasma de los clandestino. Con la ley, los abortos, idefectiblemente, van a cambiar, más temprano que tarde. La ley va a tener la potencia de cambiarlos, resignificarlos, desarmarlos. Pero van a ser de nuevos los feminismos los que los van a abrazar, a todos ellos, en sus complejidades y formas específicas, porque sabemos que la letra de la ley por si sola es solo una ficción de derechos. Se viene una etapa de poner en agenda transformar nuestros abortos y nuestro sexo. No se cómo será ese cambio. Inventemos nuevas fórmulas, que la historia no hace repitiendo derecho en clave masculina. Pensemos recursos que desafíen las lógicas cerradas del derecho penal. Contra la crueldad punitiva, creatividad feminista.
 
 
Construyamos en red, que bastante avanzamos así. Allí vamos 2021

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Después del domingo, a redoblar la apuesta, por Alberto Nadra

Un aporte desde mi militancia

Lejos estoy de la soberbia pretensión de explicar a tan pocas horas los resultados de este domingo sombrío. Eludo cifras, porcentajes y bancas, e intento compartir una actualización de las afirmaciones y categorías que vengo planteando hace muchos años, mi forma de militancia con la palabra, así como con la acción que me permiten los años.

Las concibo como un simple aporte al intercambio que debemos darnos quienes nos consideramos parte del movimiento nacional y popular, tanto los que entienden que su misión es mejorar las condiciones de vida del pueblo dentro de este capitalismo senil –pero en pleno reacomodamiento–  como quienes siempre consideramos que solo lo lograremos plenamente mediante un transformación revolucionaria en las estructuras económico-sociales, un cambio de mando en el poder y no meramente en la administración temporal de la cosa pública.

La situación es lo suficientemente grave, hemos retrocedido tanto, que aún falta mucho  para dirimir esa cuestión.

Ganar batallas, perder la guerra

A lo largo de los años,  el peronismo, fuerza mayoritaria entre lo mejor de nuestro pueblo, demuestra que puede lograr la mayoría electoral por períodos, hegemónico en un principio, ligeramente frentista con el tiempo y las dificultades. Sobre todo cuando convoca a otros sectores del campo popular, puede conquistar o reconquistar derechos, mejorar transitoriamente las condiciones para producir y crear trabajo, recuperar el salario o afirmar la soberanía.

Sin embargo, no puede retener esa mayoría electoral, pues el poder real  reacciona al ver cualquier amenaza a sus privilegios. Ante esto y hasta ahora, en lugar de redoblar la apuesta,  cede ante el poder real y vacila ante la necesidad de producir cambios de fondo en la estructura y la relación de fuerzas social que la determina. Por eso fue y es desplazado, antes por golpes de Estado y ahora también por las urnas.

¿Qué significa redoblar la apuesta?

Para cambiar en serio y ampliar las posibilidades de sostenerlo en el tiempo,  no alcanza con las buenas intenciones  ni con  avances parciales; se exige redoblar la apuesta: confrontar a fondo con el privilegio y  enfrentar el “sentido común”, la ideología dominante en toda la sociedad, que es precisamente la del bloque dominante.

¿Qué significa redoblar la apuesta, sea en la gestión para defender conquistas y profundizar el rumbo,  sea en el llano para resistir y reunir fuerzas para dar vuelta la taba en favor de las mayorías?

Desde ya no es una convocatoria el exitismo, ni a las chicanas de la interna chica. Significa algo muy distinto a lo que practica la rama partidocrática del heterogéneo movimiento popular, que no solo la hay, sino que es  predominante en su dirigencia.

Necesitamos que se reencuentren con el pueblo, que pongan el cuerpo en las luchas que crecen, pero aisladas, sin coordinación ni dirección política.

Es necesario convocar y lograr la unidad, pero la unidad de los luchadores, no un mero rejunte vacío de contenido, que no solo duele, sino que conduce al fracaso, antes o después de un desafío electoral.

Es necesario que esa unidad sea amplia pero a la vez institucionalizada, con protagonismo de las distintas fuerzas, con toda la amplitud que permita un acuerdo programático claro y acompañado por un plan de acción concreto, para gobernantes y gobernados, para dirigentes y militantes.

Preguntas, tan incómodas como necesarias

En ese camino hay que plantearse problemas de fondo como, a título de ejemplo: ¿es posible reconstruir el país y abrir un futuro de progreso y bienestar sin plantear una moratoria unilateral de la deuda externa, por el tiempo que reclame esclarecer su legitimidad y determinar las formas de pagos que permitan crecer a la nuestro país? ¿Es posible sin replantear una estrategia de independencia internacional que incluye acuerdos regionales y apelar a la cooperación e integración con los BRICS? ¿Seguiremos escuchando condenas a la bronca y el combate cuando negar la legitimidad de responder a la violencia es sellar un pacto con la crueldad?

La disyuntiva final

Unidad institucionalizada, programa y plan de acción. Cultivar la bronca, empujar la lucha  organizada y transformarla en combate legítimo.

No son frases hechas, ni un recurso más melancólico que práctico.

¿Es difícil?  ¡Claro que lo es! Llevamos años y acumulando dolores sin lograrlo. Pero, mientras no se logre, mientras no lo logremos, seguiremos ganando o perdiendo elecciones, conquistando y reconquistando derechos una y otra vez, pero retrocediendo a mediano y largo plazo.

Sé que no digo nada nuevo para tantos luchadores, pero es hora de empezar a decirle a la dirigencia y militancia, principalmente a la peronista, que es eso o seguir profundizando la decadencia, repetir fugaces triunfos y domingos aún más sombríos que el de este 26 de octubre.

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“Un mi padre de ron”, por Oscar Taffetani

Un amigo cubano -cuyo nombre me reservo- me contó una vez que en sus últimos años Ismaelillo (el hijo de José Martí bautizado José Francisco Martí Zayas Bazán), quien a lo largo de su vida mantuvo una relación particular con los EEUU (creció en Brooklyn, intervino en la guerra de Independencia cubana, apoyó las intervenciones y el protectorado norteamericano y ya convertido en alto jefe militar se apartó de todo al fin de la conspiración de los ABC), solía rondar por hoteles y tabernas esgrimiendo un billete con la cara de su padre y pidiendo en voz alta “un mi padre de ron”. Deliciosa anécdota.

Me acordé de esto cuando ciertos dirigentes nuestros cuestionan -“por principios”- el inesperado salvavidas que Scott Bessent -amigo de Soros- le tiró al ministro Toto C. al comprar pesos argentinos la pasada semana (pesos que muy pronto estará recomprando, con ganancias).

Ay, si eso fuera todo! Esta dirigencia vernácula sigue sin entender que una buena parte del voto favorable al Advenedizo, ayer domingo, se debe a la perspectiva cierta de que al gobierno se le fuera todo de las manos -como a otros- por un “golpe de mercado”.

Fue un voto defensista y conservador, pero no un voto “colonialista”. Nuestros asuntos pendientes (deuda, recursos naturales, Estado, producción) siguen estando pendientes, y mi deseo es que puedan abordarse y resolverse sin perder las instituciones democráticas ni la Independencia argentina.

Nada, eso.

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“Represión y abandono en el Chaco: la comunidad Qom bajo ataque”

Introducción
En la provincia del Chaco, las comunidades originarias vuelven a ser blanco de la represión estatal. La semana pasada, un violento operativo policial atacó una manifestación pacífica de la comunidad Qom en la localidad de Villa Río Bermejito, dejando decenas de heridos y varios detenidos. Detrás de los palos y las balas de goma, se esconde una crisis humanitaria marcada por el hambre, la falta de agua y la eliminación de pensiones no contributivas.
Para comprender la magnitud de lo que ocurre y el rol del Estado en este conflicto, La Columna Vertebral – Historias de Trabajadores dialogó con Johana Duarte, secretaria gremial de la UTEP.

LCV: “¿Cómo nace el conflicto que derivó en la represión a la comunidad Qom del Chaco?”
Johana Duarte: “La semana pasada, en la provincia del Chaco, se graficó una situación que venimos denunciando en todo el país, pero que en algunos lugares, como las provincias del norte, se profundiza más: la crisis alimentaria y la que viven las comunidades originarias producto del brutal ajuste que lleva adelante el gobierno nacional. En este caso, también en complicidad con el gobierno provincial, encabezado por Leandro Zdero, alumno perfecto de Milei. Digo ‘alumno perfecto’ porque no solo es cómplice del ajuste nacional, sino que implementa en la provincia más pobre de la Argentina las mismas políticas: ajuste, persecución, estigmatización de los trabajadores y represión. Es un modelo calcado del nacional.”

LCV: “¿Qué situación concreta están atravesando las comunidades en el territorio?”
Johana Duarte: “En la zona del Impenetrable chaqueño, hace varios meses que no llegan alimentos ni asistencia en agua. Son derechos básicos contemplados incluso por un fallo de la Corte Suprema en 2016, que intimó a la provincia a garantizar el cumplimiento de esos derechos. Desde la asunción de Milei en la Nación y de Zdero en el Chaco, esa asistencia se cortó. Las comunidades reclaman hace meses la restitución de esos derechos básicos. A eso se suma la baja masiva de pensiones no contributivas, que eran el único ingreso de muchas familias. La situación es de una gravedad absoluta.”

LCV: “¿Cómo se produjo la represión?”
Johana Duarte: “La semana pasada, en Villa Río Bermejito, las comunidades se habían congregado pacíficamente en la plaza central para movilizarse y exigirle al intendente que reclamara por los derechos que se están vulnerando. Pero el reclamo fue respondido con una represión feroz: más de 300 efectivos de la policía provincial atacaron a manifestantes indefensos, en su mayoría adultos mayores, mujeres y niños. Hubo casi 50 heridos y cinco detenidos. Lo más grave es que el operativo fue encabezado por el propio jefe de la policía del Chaco, mientras las mafias y el narcotráfico avanzan impunes en la capital. Es el modelo de seguridad impuesto por Patricia Bullrich: reprimir a los pobres en lugar de enfrentar el delito real.”

LCV: “¿En qué estado está hoy el conflicto?”
Johana Duarte: “Luego de la represión, las comunidades siguen en asamblea permanente. Reclaman tres cosas urgentes: alimento, acceso al agua y la restitución de las casi 10.000 pensiones dadas de baja arbitrariamente. Además, el Estado Nacional cerró oficinas como ANSES o el Ministerio de Capital Humano, y en esa zona la delegación más cercana está a 80 kilómetros, en Castelli. Es decir, no solo les quitan lo que necesitan, sino que también les niegan dónde reclamarlo.”

LCV: “¿Qué pasos se están dando frente a esta situación?”
Johana Duarte: “Las comunidades continúan en estado de asamblea y han iniciado acampes a la vera de distintas rutas del Chaco. Se exige al Poder Ejecutivo provincial que dé respuesta inmediata. La lucha va a continuar, porque las pensiones son un derecho adquirido y no vamos a permitir que se las arrebaten.”

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