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Opinión

Menem y la metamorfosis, por Américo Schvartzman

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto“.

Cuenta por ahí García Márquez que para él todo cambió cuando leyó la “Metamorfosis” de Kafka. Decía el gran escritor que hasta ese momento él era fiel a una escritura apegada a la realidad, lo que había aprendido en su tarea periodística. Quería escribir cuentos y novelas pero no le salía. Y devoraba todo lo que caía en sus manos.

Tras leer la frase inicial de Kafka, el futuro autor de “Cien años de soledad” siguió con la esperanza de que en algún momento se explicara cómo y por qué se había producido esa conversión. Al darse cuenta de que eso no pasaría, reflexionó: “Ah, pero si esto vale yo también puedo escribir”. Allí nació el realismo mágico, aseguraba, un poco en broma y un poco en serio.

En los años 90 Menem no era esa caricatura de la política argentina en la que se convirtió después.

Por el contrario, este peronista provinciano de patillas gigantes y modos seductores era el ídolo mayor de los neoliberales argentinos (acá no hay liberales en el sentido estricto de la palabra; no de ese liberalismo que alguna vez enamoró a Artigas, a Moreno, a los jóvenes del 18. Y eso ocurre hasta hoy. Cualquiera que se identifique como liberal en estas pampas es en verdad neoliberal).

Menem expresa el quiebre definitivo de la relación contractual ética entre representantes y representados en la Argentina. Es el inicio del “vale todo”.

Así, los Milei de esos años, los Cachanosky de los 90, lo veían “alto, rubio, y de ojos azules” –como lo definió Neustadt, periodista emblemático del poder en la Argentina. Era el sueño dorado: un peronista venía a destruir todo lo que los neoliberales odiaban del peronismo.

En los últimos años Nemen (como le decía Charly García en los escasos minutos en que no lo adoraba) se había transformado para mí en un caso de mera utilidad argumentativa. Casi un meme.

Durante años lo usé para mostrar cómo es posible encontrar algo positivo aun en el peor de los gobiernos elegidos democráticamente. Aunque me costó hacerlo, encontré algún aspecto rescatable de sus diez años como mandatario.

Es, quizás, el más señalado: la supresión del servicio militar obligatorio, esa institución nefasta en la que personas con severos problemas psicológicos eran dueños de la vida de jóvenes a los cuales les podían hacer cualquier cosa, como a su vez se las hacían a ellos sus superiores.

“Ustedes no son paridos, son cagados. Cuando yo diga ‘sorete’ ustedes griten ¡presente!”, contaba mi padre, Pablo, que les decía en los primeros minutos de la conscripción el suboficial a cargo, allá en Paso de los Libres donde le tocó la “colimba” en los años 40.

Menem fue el primer Presidente en nuestra historia democrática en admitir que mintió descaradamente a la ciudadanía para que lo votaran. “Si decía lo que iba a hacer, no me votaban”, reconoció públicamente entre risas el ahora difunto.

Bueno. Menem, en la medida quizás más peronista de todos sus larguísimos años (dejo para simposios futuros la discusión de por qué la califico así) decidió suprimir la “colimba”. Fue tras la denuncia de la atroz muerte del soldado Carrasco, en 1994. Y lo hizo por decreto, el 1537. Que, aunque transcurrieron casi 30 años, la democracia argentina nunca convirtió en ley. Cualquier Berni que acceda al poder podría suprimirlo y devolver vigencia a la Ley 4031 de servicio militar obligatorio. Así somos. Y eso también es achacable a Menem, pero no sólo a él.

Algunas personas lúcidas de nuestro país han hecho en estos días revisiones exhaustivas e implacables de lo nefasto que fue para la sociedad argentina este líder peronista (véase, en especial, la de Pablo Alabarces aquí, que me pareció inmejorable).

Lo cierto es que me resulta arduo encontrar alguna otra cosa destacable de este personaje funesto, al que considero el peor Presidente que la Argentina haya tenido en su historia democrática (no vale cotejar con nadie que haya accedido a ese cargo por la fuerza).

Las razones son innumerables, desde el dato tremendo de las sesentaiséis (66) empresas del Estado que Menem disolvió, privatizó, desguazó o concesionó; hasta el hecho que revela la catadura moral de su gobierno y de todos quienes lo acompañaron: Menem y su gente fueron capaces de volar un pueblo entero para ocultar sus negociados inconfesables (esa es la razón por la que la Municipalidad de Rio Tercero no adhiere al duelo nacional).

Nada parecido hay en la historia democrática de la Argentina (por supuesto acepto sugerencias: yo no he hallado nada similar. Para mí es un récord Guiness de hijaputez). A esto se le debe agregar su incomovible vocación de alcahuete de los poderes fácticos de todo tipo. Y por supuesto, todo lo que enumera Alabarces en su eficaz síntesis.

No obstante hay algo que para mucha gente puede ser menor o incluso pasar desapercibido y sin embargo para mí es central. Creo que Menem expresa el quiebre definitivo de la relación contractual ética entre representantes y representados en la Argentina. Es el inicio del “vale todo”.

Menem fue el primer Presidente en nuestra historia democrática en admitir que mintió descaradamente a la ciudadanía para que lo votaran. “Si decía lo que iba a hacer, no me votaban”, reconoció públicamente entre risas el ahora difunto. (De paso: el segundo fue Macri, quien dijo algo bastante parecido: “Si yo les decía a ustedes hace un año lo que iba a hacer y todo esto que está sucediendo, seguramente iban a votar mayoritariamente por encerrarme en el manicomio. Y ahora soy el Presidente”, dijo Macri a la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas en 2016).

Esa frase y esa conducta de Menem inauguraron (o blanquearon) la perversión política como normalidad en la Argentina. Desde entonces todo es justificable. Maquiavelo era un purista al lado de Menem y de quienes llegaron al poder con Menem. Como en el cuento de García Márquez, cientos, miles, quizás millones de personas en nuestro país dijeron, a partir de ese momento, como él al leer a Kafka, “ah, pero si esto vale, entonces yo también puedo hacerlo”.

la esperanza está en otra parte, no en los bichos repugnantes en que se han convertido las principales caras de la política argentina en los últimos treinta años. La esperanza, la que queda, la que conjuga razón y emoción, está en las luchas de las comunidades.

Eso es Menem para mí. Podrán buscarse argumentos legales o éticos para explicar por qué no debería ser velado en ningún ámbito de la democracia. Será pérdida de tiempo, porque quienes encabezan el Poder Ejecutivo en la Argentina (así como quienes conducen en cada provincia y casi en cada ciudad del país al partido oficial, e incluso a los principales partidos opositores) fueron parte de su Gobierno y fueron parte de su entramado de quiebre moral de la Argentina.

Por eso también creo que no hay que tener esperanza ni ilusión en ninguna opción electoral en nuestro país, mucho menos en figuras individuales. Lo cual no quiere decir dejar de votar ni nada de eso. Seguiremos, como hasta ahora, votando lo menos peor, aun sabiendo que es casi casi lo mismo que lo más peor, pero claro que matices hay siempre.

Lo que ocurre es que la esperanza está en otra parte, no en los bichos repugnantes en que se han convertido las principales caras de la política argentina en los últimos treinta años. La esperanza, la que queda, la que conjuga razón y emoción, está en las luchas de las comunidades.

Las comunidades que, a lo largo y a lo ancho del país, pese a esos monstruosos insectos (¡muy a pesar de ellos!) han avanzado y se han organizado para defender sus propios intereses, y han dado (y dan) todo el tiempo todo tipo de luchas en su defensa. Ahí está lo que vale.

  • Américo Schvarztman, periodista, licenciado en filosofía, director de El Miércoles Digital de Concepción del Uruguay.

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Último acto: Frío, sombrío y melancólico, por Hugo Asch*

Crónica del último acto de Milei en Moreno, sin brócoli: mucho frío, público con delay, Nisman, opereta, “no toquen a mi hermana”, ‘políticos corruptos’, ‘me van a matar del disgusto’ y la ilusión del empate técnico.

Por alguna razón, el sombrío cierre de campaña de Javier Milei en el barrio Trujui de Moreno me recordó cosas de mi niñez. Verlo así, tan ajustado y redondito debajo de la campera larga, una chaqueta negra, la remera térmica y el chaleco antibala, me recordó una tarde brava de invierno en la Isla Maciel, al final de un partido entre San Telmo y El Porvenir. Tenía 12 y me había llevado mi amigo Omar con un grupo de hinchas del barrio. La cosa se puso brava al final del partido y hubo gritos, amenazas y el lejano reflejo de un cuchillo en la tribuna local. Los de San Telmo querían robarnos la bandera, así que la solución fui yo. Envolvieron pacientemente el trapo blanco y negro sobre mi cuerpito y así quedé. Relleno y duro como un matambre, bamboleante, inseguro como Milei en el acto de esta noche, con quince vueltas de tela bajo mi sobretodo. Ese día me convertí en héroe. El tono grave de Milei, fallido y forzado como nunca, también me llevó a mis 10 años, cuando contaba mi chiste preferido: el del nene que se queda solito en la casa, escucha ruidos y hace lo que su mamá le había aconsejado. Pone ‘voz de grande’ y grita: “¡Quiéénnn aaabióóó la peta…!”. Más o menos como Milei.

El público, tan muerto de frío como el presidente en campaña y los que lo rodeaban, escaso de reflejos, aplaudía con delay uno o dos segundos más tarde de lo indicado. Cada tanto gritaban melancólicamente: “¡Pre-si-dente, pre-si-dente…!”, como una confirmación, o un anhelo imposible. No se engancharon con la consigna ‘Kirchnerismo nunca más!’, ni festejaron con risotadas cada vez que era citado ‘el enano soviético’. Un público difícil, con más ganas de dormir una siesta tardía que de celebrar a ese líder envasado al vacío.

Milei defendió a la hermana y al mismo tiempo destacó, con detalle exquisito, sus mejores virtudes a la hora de denunciar a los políticos corruptos que se quedan con el dinero de la gente. La asociación era inmediata e inevitable. “¡No proyectes!”, daban ganas de gritarle. Al final era cierto: el tipo efectivamente tiene un inconsciente. El discurso fue errático, tedioso, armado con piezas de diferentes rompecabezas que nunca encajaban. A su habitual obsesión por cantar la del “pingüino y el cajón” esta vez sumó al fiscal Nisman, ten years after. “¡Si se tienen que cargar vidas humanas no les importa nada: se cargaron a Nisman!”, dijo, y provocó un silencio incómodo de respeto y/o perplejidad. El momento más original del acto fue cuando confundió al conurbano bonaerense con California y recordó cuando la gente vivía tranquila, no cerraba con llave la puerta de su casa y los niños jugaban en paz porque no había robos ni comunismo. Milei repitió frases hechas como una ametralladora, habló de una “miserable opereta en su contra” y culpó al kirchernismo hasta del hundimiento del Titanic. Fue todo muy aburrido hasta que su espíritu ganador afloró en todo su esplendor. El que tiene hoy, quiero decir.“¡Los encuestadores coinciden en situarnos en una situación de empate técnico…!”, se entusiasmó ante el desconcierto general. El tenue brillo en sus ojos y la sonrisa congelada de los demás fueron la mejor foto de la noche.

*Hugo Asch, inició su carrera periodística en 1974. Fue redactor de la revista Siete Días, prosecretario y subdirector de Gente, Secretario de Redacción de Clarín, editor general de Perfil y director de Playboy Agentina, entre otros medios de Argentina y España.

En su facebook, hoy, se define como ‘creador digital’.

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Espeluznante, por Hernán López Echagüe

Esa palabra extraña salía a cada rato de la boca de mi tío abuelo, Cango, allá por mil novecientos sesenta y poco, recostado en su mecedora de cañas, en tanto tomaba una copa de vermut, a la que me invitaba a mojarme un dedo y probar. Acá, querido, en Parque Leloir, todo se ha vuelto espeluznante.

¿Espeluznante? Sí, querido. Los ricos están comprándose todas las tierras, y no habrá manera de sacarlos, a menos que agarremos escopetas. Y con la copa en la mano se metía en la casa de campo y regresaba con un diccionario Jackson. Se dejaba caer de nuevo en la mecedora, abría el diccionario y me recitaba, con voz borrachosa: “Espeluznante: sobrecogedor, estremecedor, aterrador, escalofriante, horrible, espantoso, monstruoso, terrorífico, horripilante, pavoroso”. ¿Entendés lo que digo, querido? No, de modo alguno llegaba a entenderlo.

Me llevó muchos años entender, en el sentido más lato, y, digamos, carnal, el significado de esa palabra que durante tiempo había tenido como el arrebato de un viejo que me había hecho conocer el vermut. No resultó difícil caer en la cuenta de que todo lo que ocurre en el mundo estremece y aterra.

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Gaza, ya!!/”Es mi familia, Kay. No soy yo”, por Michael Sfard

Traducción del francés y edición de María Urruzola.

Tribuna de opinión del abogado de Derechos Humanos israelí Michael Sfard, publicada el 28 de agosto en el diario israelí Haaretz. Sfard es un abogado israelí especializado en Derechos Humano y Derecho Internacional Humanitario. Es uno de los juristas más conocidos en Israel por su defensa de los derechos de los palestinos y sus acciones contra la ocupación israelí. Su último libro (2025) se titula: “La ocupación desde el interior: viaje a las fuentes del golpe de régimen”.

“Cuando Michael Corleone (interpretado a la perfección por Al Pacino) lleva a Kay Adams (Diane Keaton) a conocer a su familia en ocasión del casamiento de su hermana, en el primer episodio de la trilogía de El Padrino, ella descubre una historia muy dudosa respecto a la familia a la que está a punto de incorporarse: una familia que arregla sus problemas a través de una mezcla de violencia y corrupción. Cuando Michael se da cuenta que Kay está shockeada, intenta tranquilizarla: “Es mi familia, Kay. No soy yo”.

Uno no elige a la familia, e Israel es mi familia. Y es una familia criminal. Entonces ¿cómo seguir viviendo con semejante familia? Todo está contaminado

Israel está en vías de destruir Gaza. Llámele limpieza étnica, llámele aniquilación, llámele genocidio, llámele como quiera. Yo no tengo ninguna duda de que Raphaél Lemkin, el jurista judeo-polaco que acuñó el término de genocidio (1), declararía, llorando de vergüenza, que el Estado judío comete un genocidio en Gaza. Israel aniquila el sitio y extermina al grupo humano que allí vive. La destrucción física del espacio gazatí es sistemática: casa tras casa, edificio público tras edificio público, infraestructura tras infraestructura. Piense en su barrio: la escuela de sus hijos, la policlínica, el centro comercial, la plaza de juegos, los edificios de casas. Imagínese que todo, absolutamente todo, es borrado de la superficie. Nada de casas, nada de barrio, nada de comundiad. Eso es hoy Gaza. Un lugar que albergaba a más de dos millones de personas se ha transformado en un inmenso terreno baldío, grado cero. Escuelas, clínicas, tiendas, cañerías de agua, electricidad y saneamiento, rutas, veredas -todo se ha transformado en cenizas y polvo. Según datos calculados a partir de imágenes aéreas, 70% de las construcciones de la banda han sido totalmente destruídas o son inhabilitables -y eso antes incluso del « Merkavot Gid’on B » (Ndr: operación Carros de Gedeón, mayo 2025), y la promesa del ministro de Defensa a los rabinos del sionismo religioso de que “Gaza parecerá Beit Hanoun” (Ndr: demolida por completo, buscar en Wikipedia).

Un lugar que albergaba a más de dos millones de personas se ha transformado en un inmenso terreno baldío. Eso es hoy Gaza.

La masacre masiva de habitantes es más caótica todavía que la destrucción del espacio físico. Ella es llevada a cabo por bombardeos desproporcionados, el derrumbe del sistema de salud y, paroxismo del horror, por la hambruna. Al crear deliberadamente una hambruna masiva, al impedir expresamente la entrada de alimentos y de ayuda humanitaria, al desmantelar el sistema internacional que distribuía ayuda en centenares de puntos a lo largo y ancho de la banda y al reemplazarlos por solo cuatro: tres al sur y uno al centro. Al norte, nada. Todo eso para obligar a los Gazatíes a desplazarse. Como se atrae a un perro hacia afuera de una casa, con un plato lleno de comida. Las cifras de quienes mueren de inanición son inimaginables. Las imágenes hielan la sangre. Israel destruye Gaza.

Somos pocos pero tenemos peso. Debemos luchar contra nuestra familia: apoyar a los objetores de conciencia…

Somos pocos, pero tenemos peso. Debemos luchar en conjunto contra nuestra familia: apoyar a los objetores de conciencia, llamar a la aplicación de sanciones contra Israel y a la realización de investigaciones internacionales.

Entonces… ¿cómo seguir viviendo al ser parte de un colectivo que perpetra un exterminio? ¿Cómo levantarse cada mañana y mirar a los ojos al almacenero que vuelve del servicio de reserva militar, al soldado que está sentado en el café, al vecino que sostiene un cartel que dice “Juntos venceremos”? Lo más simple es mirar a Ben Gvir o a Bezalel Smotrich (nota al pie) y decirse que no tenemos nada que ver. Lo más calmante es pensar en esos dos fascistas de zócalo, que al contrario de sus homólogos italianos o alemanes no tienen ni clase ni estética, solo un racismo salvaje y una crueldad sádica, y tranquilizarse uno mismo. Lo más simple es escuchar a Smotrich declamar que es moral matar de hambre a los Gazatíes y no muy grave sacrificar a los rehenes. Lo más simple es menosprecia a Ben Gvir, que se excita ante la idea de limpieza étnica (“aliento a la emigración”, como lo llama) y decirse que eso no somos nostros.

Cuando el tambor de guerra hizo callar a las voces que advertían sobre crímenes de guerra, todos los componentes de la sociedad se encontraron encadenados a la complicidad con el crímen

Pero el proyecto criminal imperdonable de la destrucción de Gaza es un proyecto pan-israelí. No podría haber existido sin la cooperación -activa o silenciosa- de todos los componentes de la sociedad judía de Israel. El gobierno obtuvo la lealtad hacia ese crímen desde los primeros días de la guerra, cuando el ataque israelí sobre Gaza tenía la forma ya de un ataque total contra todo lo que fuera gazatí, un ataque que ni siquiera pretende ser solo sobre objetivos militares.

En ese momento, cuando el tambor de guerra hizo callar a las voces que advertían sobre los crímenes de guerra, todos los componentes de la sociedad se encontraron encadenados a la complicidad con el crímen. Como el nuevo llegado a la mafia, al que se obliga, delante del padrino y sus lugartenientes, a matar a un comerciante que no pagó su protección, sellando así una alianza de sangre con la “familia”. De esa manera, centenares de miles de israelíes respondieron al llamado a bombardear, aplastar, liquidar y hambrear. Centenares de miles que tienen una responsabilidad directa en la exterminación, y millones, indirectamente, ligados al pacto criminal y a su negación, o, cuando la negación ya no es posible, a su justificación.

Ningún colectivo profesional israelí se animó a emitir una protesta moral contra el exterminio

Ya no hay duda hoy y no puede haberla: lo que sucede en Gaza es Israel cometiendo crímenes contra la humanidad a una escala aterrorizante. Destruye todas las infraestructuras vitales y hambrea a su población. Además, declara oficialmente su intención de purificar etnicamente la banda, o de realizar la “visión Trump”, como Netanyahu -el Dark Vador israelí- llama al plan de purificación. E incluso hoy, cuando ya está todo claro y es difícil rechazar la acusación de genocidio, los iraelíes bajan la cortina y siguen con su vida cotidiana. Ningún colectivo profesional israelí se animó a emitir una protesta moral contra el exterminio: ni la asociación de médicos, muda de manera desmoralizante ante la destruccción sistemática del sistema de salud de Gaza y la muerte de más de 1500 miembros de su personal; ni los sindicatos de docentes, cuyo silencio ante la destrucción total del sistema educativo de la banda enseña a sus alumnos israelíes que todos los seres humanos no han sido creados a la imagen de Dios; ni la orden de abogados, cuyo presidente aparece reclamando la detención del ministro de Justicia porque éste cambió la cerradura de su escritorio para humillar al Fiscal General, pero no encuentra motivo para decir una sola palabra sobre los proyectos de transferencia y hambre del gobierno, o los bombardeos sobre los tribunales de Gaza, sobre la desnutrición y el maltrato a los presos palestinos en las carceles israelíes, transformadas en campos de tortura, o sobre la colaboración desesperante de la Corte Suprema con todo eso.

Los medios israelíes son el fogón tribal en el que Gaza se quema

¿Y los Medios israelies de masa? Inútil perder el tiempo con esos que se llaman “periodistas”, que se han puesto de acuerdo para no informar sobre el sufrimiento que infringimos a los habitantes de Gaza -complot que es un crímen profesional-, quienes durante meses azuzaron la guerra y permitieron la incitación a los crímenes, que continuan hoy impidiendo cualquier crítica, que no han dicho una palabra sobre la muerte sistemática de periodistas en Gaza, ni contra la decisión del gobierno de no dejar entrar a periodistas independientes -ni siquiera en los tanques del ejército, ni siquiera para servir al discurso del portavoz oficial. Los medios israelíes son el fogón tribal en el que Gaza se quema.

Uno no elige a la familia, e Israel es mi familia. Y es una familia criminal. Entonces, ¿cómo seguir viviendo con semejante familia? Todo está contaminado. El mismo día en que el diario Haaretz publicó decenas de fotos de niños famélicos creados por nuestras manos, la cadena 13 emitió un programa promocional sobre la alta gastronomía israelí y las estrellas Michelin que nuestros grandes Chefs recibirían en breve.

Michael Corleone pensaba poder seguir en su familia sin llevar una vida criminal. Al final, heredó el lugar de su padre y se volvió el gran padrino de la organización mafiosa de la familia. Hay dos maneras de evitar ese destino: la primera es divorciarse de su familia. Estos dos últimos años, muchos se han ido efectivamente del país. Pero hay otra opción: combatir a la familia. Verdaderamente combatirla. Comprender que en este punto, la familia es el enemigo.

El problema no son, lo repito, Ben Gvir y Smotrich. El mal surge de númerosos lugares del llamado “liberalismo anti-Bibi” propio de nuestra deformada realidad israelí. Pero -y es muy importante esto- hay también miembros de la familia que se rebelan. Docentes, artistas e intelectuales, abogados, periodistas, médicos, trabajadores sociales, universitarios, y numerosos militantes que han tenido el coraje de elevar su voz contra la destrucción en Gaza, con peticiones, videos y manifestaciones.

Somos pocos, pero no sin peso. Juntos, tenemos que luchar contra nuestra familia por todos los medios no violentos. Seguir la vía de Abraham nuestro ancestro quien, según el midrash, quiebra los ídolos a los cuales su padre rendía culto; la vía de Moises, quien se insurge contra su familia adoptiva egipcia para conducir a un pueblo de esclavos hacia la libertad, y la vía de todos los profetas que recriminaron al pueblo pecador y a los reyes criminales. En términos de hoy, eso significa apoyar a los objetores, alentar las investigaciones internacionales y llamar a la imposición de sanciones y al aislamiento político de Israel. Inscribir en el cuerpo lo que no penetra en la cabeza y el corazón, preservar una isla de valores humanos y, sobre todo, parar el exterminio”.

Notas al pie:

Ben Gvir y Bezalel Smotrich: los dos ministros de extrema derecha del gabinete israelí que se enfrentan a sanciones del Reino Unido, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Noruega, y que son fundamentales para la supervivencia política del primer ministro, Benjamin Netanyahu. Este formó en 2022 el gobierno más derechista de la historia de Israel tras negociar una coalición con Bezalel Smotrich, cuyo partido, Sionismo Religioso, tiene 14 de 120 escaños en la Knéset —el parlamento del país— e Itamar Ben Gvir, líder de la formación Poder Judío, que suma seis diputados. Las dos formaciones reúnen únicamente 20 de los 67 escaños de la coalición en el Parlamento, pero su influencia es enorme, ya que si la abandonan —como ambos amenazan repetidamente con hacer— el Gobierno caerá).

artículo archivado en hebreo: https://archive.md/sJqXp

Michaël Sfard (מיכאל ספרד) representa a varias organizaciones de defensa de los derechos humanos, como Yesh Din, B’Tselem, et Breaking the Silence. Tiene en marcha varios procedimientos judiciales contra la construcción de colonias, el muro de la separación, las expulsiones forzadas y otras políticas de ocupación y apartheid. Su último libro se títula “Ocupación desde el interior”, fue publicado este año 2025, y propone un análisis crítico de la larga ocupación de los territorios palestinos y la erosión de la democracia israelí. Muestra cómo el régimen militar en Cisjordania influyó en la política interior de Israel, en particular en la desviación autoritaria y las reformas judiciales recientes.Su anterior libro, “The Wall and the Gate” (2018) -también disponible en inglés-, cuenta sus batallas jurídicas contra la ocupación y se pregunta sobre el papel del derecho: ¿herramienta de protección o instrumento de dominación?Buena pregunta para todas las democracias.

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