Mi padre, fundador junto a mi madre de este planeta, siempre nos decía: “Lo importante no es hacer cosas importantes sino hacer importantes las cosas que uno hace.” Crecí con este trabalenguas ético como bandera y aquí me tienen: siempre respeté lo que hacía, por más humilde que fuera, puse toda mi pasión en cada trabajo. Así, sin motivo, simplemente porque de eso se trata ser un buen artesano. Todos somos alfareros, artistas, constructores, de nuestra propia vida y destino.
Quién sabe porqué se me dio hoy en recordar cosas de la infancia, frases, anécdotas que me marcaron. Tenía yo unos cinco años y la tele acababa de entrar en mi casa. Los domingos a la tarde eran una fiesta, mi madre hacía algo que llamaba ‘te cena’, con french toast, decía, que no era otra cosa que torrejas, dulces y sandwichitos que ponía sobre una mesa ratona, y la familia a pleno se reunía en torno al nuevo juguete electrónico, una tv Philips chiquitita, a ver las series: Alma de Acero era una de mis preferidas, y el Fugitivo, claro. Una vez me puse mal porque parecía que iban a matar al protagonista. Mi madre me calmó: “No te preocupes, no se va a morir”. “¿Por qué?”, pregunté yo, y rápidamente respondió: “porque es el protagonista, si se muere nos quedamos sin serie”. Di un suspiro de alivio y comenté: entonces yo tampoco me voy a morir. Sorprendida, mi mamá preguntó: “protagonista de qué sos vos?”. Dudé, lo había dicho sin pensarlo, entonces lo descubrí: “Yo, yo, sos la protagonista de…(hice un silencio para pensar) y concluí: soy la protagonista de una hermosa vida.” No sé porqué, todos estallaron en una carcajada.
Otra frase guía fue la que repetía como una letanía mi noni, la abuela italiana: fare e sfare, tutto é lavorare. Así que cuando algo andaba mal y había que desarmar y volver a armar algún juego o rompecabezas, aparecía el ‘fare e sfare, tutto é lavorare’. Hacer y deshacer, todo es trabajo.
Este trabajo de vivir se parece un poco a bordar. Se hace punto a punto. A veces, punto atrás. Quizás por eso cada tanto miro a esa chiquita que fui para reconocerme, sentir que somos la misma, y que aquí estamos, dándole importancia a cada gesto, cada palabra. Con fuerza tanto para avanzar como para recular, o doblar o saltar. Enfrentar lo que la vida propone. Vida es sinónimo de movimiento, crecimiento, andanzas, transformación.
“Para que haya una verdadera transformación algo tiene que morir”, dijo Gabriela, mi astróloga de cabecera quien se está convirtiendo en la Pitonisa de los laburantes, (ya estará en nuestra pagina cada semana para decirnos qué andan tramando los astros). Me impactó eso de “algo o alguien tiene que morir”. La muerte llenó el año 2022 como hace mucho no lo hacía. Quienes nos escuchan sabrán que este año murió mi hermana mayor. Un accidente absurdo se la llevó dos meses antes de que pudiera cumplir su anhelo de volver al país después de una partida forzada por el exilio en 1976.
En ese punto atrás que cada tanto debemos dar, volví a Italia enterrarla. El exilio nuevamente sobrevoló como fantasma. Había dedicado mis últimos 10 años a crear una colección de Cartas de la Dictadura para la Biblioteca Nacional. En pleno duelo, en Pisa, junté las cartas de mi hermana. Las leí una a una y la conocí como nunca antes. La quise más que antes. Y supe todo, todo lo que ella me había regalado: protección, amor, por sobre todo. Al final, parece que los muertos no mueren; al menos mis muertos me habitan.
Volví a Buenos Aires con mi paquete de cartas del exilio, las doné a la Biblioteca Nacional y presenté mi renuncia que se dio en llamar moratoria previsional. Ahí empezó mi fin de ciclo. La Colección sigue andando, todos los que tengan cartas que no quieren dejar en el olvido, que prefieren que pasen a formar parte de la historia, ya saben que hay un Archivo trabajando en eso, con seriedad y profesionalismo.
Ciclo agotado para mí. Dejé el alquiler porteño para regresar a esa casita en un lote sobre el río donde alguna vez crecieron mis hijos. Para que algo nazca, algo tiene que morir. Chau Buenos Aires, necesito volver a sentir el perfume de los eucaliptos y reír por el lechuzón del pino.
Solo de una cosa estuve convencida, con esa porfía que me es tan común desde que era esa nena que se sabía protagonista de su vida: La Columna Vertebral es el verdadero proyecto a seguir por el momento. Porque me hace feliz, porque soy libre, porque me divierte. Dicen que en el amor verdadero no hay razones ni motivos. Si le encontrás la razón, ya no es amor. Al mejor estilo Badía les digo: amo este programa. Porque sí.
Y aquí estamos, acompañando el movimiento del universo, pegando este nuevo salto de fin de ciclo. Adiós Radio Cooperativa y gracias, nos despedimos felices por todo lo que cosechamos por aquí, pero chau, ya era hora de partir, un arcoiris nos espera allí adelante. ¿Lo ven? Vamos, sigamos juntos en este camino, creando, laburando, como alfareros para hacer nuestro mundo mejor.