Archivo
Favaloro: Un diagnóstico que no pierde vigencia, por Oscar Taffetani

Publicado en revista Nueva, en 1991, casi nueve años antes de su muerte.
El Dr. Favaloro nació el 12 de julio de 1923.
Se quitó la vida con un tiro en el corazón el 29 de julio del año 2000.
A las 7.30, puntualmente, fotógrafo y cronista, algo incrédulos, suben por el ascensor que lleva al Instituto de Cardiología del Sanatorio Güemes, en Buenos Aires, uno de los lugares en donde el Dr. Favaloro atiende a sus pacientes, opera del corazón o da una clase magistral. Detrás del escritorio, con la bata puesta, como un bombero de guardia, el cirujano saluda a los periodistas. Es alto, corpulento, y tiene modos campechanos. Si uno lo viera por la calle difícilmente adivinaría su oficio de arreglar corazones. Pero la bonhomía no lo salva a René Favaloro del primer disparo periodístico (después de todo, los otros también tienen su oficio):
- Dr. Favaloro ¿cuál fue la última propuesta política que le hicieron? Ah, no quiero entrar en ese terreno. Estoy cansado de decir que no me van a ver a mí metido en la política. Una cosa es la política general, la Política, con mayúscula, donde sí tenemos el deber de participar, y otra son los cargos políticos. A mayor trascendencia de una persona dentro de su comunidad, mayor es la responsabilidad de participar. Si me piden una opinión, la doy. Nunca dejé de participar. Recuerde que yo me eduqué en la universidad reformista que es la universidad del ‘sí, me importa’. Allí se hablaba de extensión universitaria, de que la universidad debía extenderse a la comunidad. Yo vengo de aquella vieja universidad y siempre me expresé políticamente, aunque no me afilié a partido alguno.
- ¿Cree en la necesidad de vidas ejemplares para la sociedad? ¿se ve a sí mismo como un modelo?
No quiero entrar en la moralina barata. Uno debe tratar de que cada acto que realice esté dentro de los caminos éticos, de eso que aprendió en el hogar, en la escuela, en la vida misma. Le doy un ejemplo: yo aquí sigo atendiendo a todos los pacientes por igual. El que no lo crea, tiene que venir los viernes, el único día que atiendo pacientes, y ponerse allí, donde está usted, si le tengo que hacer una indicación quirúrgica la voy a hacer sin que me importe si es rico o si es pobre. En el equipo compartimos esta mentalidad. Ahí tiene los Diez Mandamientos (la Declaración de Principios) que hacemos respetar en la Fundación.

- Doctor, usted acaba de publicar La Memoria de Guayaquil, un libro que revela el proyecto de integración latinoamericana que ya tenían San Martín y Bolivar, a la luz de ese pensamiento, y del pensamiento de los que vinieron después ¿cómo imagina el futuro argentino?
Mire, primero tenemos que entender que ningún país vive aislado del mundo. Estamos entrelazados. La humanidad ha tenido períodos de estabilidad, períodos de cambios y períodos de transición. Ahora vivimos una transición signada por la revolución tecnológica. La tecnología ha invadido todo, y la sociedad tiene que pensar hasta dónde es inteligente hacer llegar las cosas.
- ¿Se opone al desarrollo tecnológico?
No, para nada. Pero me pregunto si mi abuelo no era más feliz que yo, antes, cuando no había radio y se vivía en la casa, se cultivaba la huerta, se jugaba un partido de naipes por la tarde, se tomaba un vasito de vino…La tecnología lo ha invadido todo. Interviene en lo educativo a través de la televisión. Tiene una influencia tremenda.
Saber mirar
- Bueno, volvamos a la Argentina
Bueno, yo estoy de acuerdo de que en la Argentina se tomen muchas de las medidas que se están tomando, acá el Estado era una cosa monstruosa que frenaba el desarrollo. Pero de ahí a creer que todo debe ser privado hay mucha distancia. Pensar así es no conocer la historia. El Estado tiene que seguir regulando muchas cosas de la vida social, por ejemplo, la educación y la salud. Tiene el caso de Japón que no obstante ser un representante clarísimo de la llamada sociedad liberal, tiene la medicina totalmente estatizada.
- Gran parte de la dirigencia del país toma el modelo norteamericano
Mire, yo creo que nuestro país está lleno de pseudoliberales y no de liberales. Tienen que volver a leer a Adam Smith con cuidado. Ahí hay definiciones que serían sorprendentes para los pseudoliberales ¿usted cree que Inglaterra se hizo grande con el libre cambio o con el proteccionismo? ¿hay o no hay proteccionismo en Estados Unidos donde subsidian a los productores y regulan la importación? Y la distribución del producto interno…¿qué me dice? Vea cuál es la distribución del PBI en los países auténticamente liberales y compare con la distribución en nuestro país, donde la clase obrera no sé si llega al 20%, mientras que en los países adelantados está entre el 40 y el 50%. Yo aspiro a una sociedad en donde la libertad sea el concepto máximo, pero donde exista la justicia y la renta se distribuya de un modo más equitativo.
- ¿Por dónde habría que empezar a cambiar? Por la educación. Conozco América Latina, la he recorrido decenas de veces. Hay miles de problemas para resolver pero la mayoría están conectados con la educación. En nuestro país el estado es calamitoso. Yo voy siempre a los colegios secundarios y hago la misma pregunta: ‘¿qué leyeron?’ Y sí, puede ser que el Martín Fierro, pero uno le pregunta a los chicos por Guillermo Enrique Hudson, por ejemplo, y lo miran como si uno estuviese hablando en japonés. No conocemos a los autores fundamentales que hablan de lo nuestro.
- Algo que tienen en común con Sarmiento, que miran a los Estados Unidos… ¡Pero miran mal! El americano de las series violentas no es el americano medio, el americano común. Yo viví diez años allá, en un barrio de esos que decimos bacán, en Cleveland, y pinté mi propia casa porque todos los vecinos, que eran de clase media alta, lo hacían. El americano en su sótano tiene de todo. Se rompe una canilla, la arregla. Ahorra sus pesitos, corta el césped, trabaja. Ese americano es el que ha construído a los Estados Unidos. Ese es el americano que Sarmiento admiraba. Un país en donde un periodista puede decir por televisión lo que se le canta; un país en el que un juez puede liquidar a un presidente. Están en una crisis tremenda, pero van a salir justamente porque existen esas cosas.
- Si tuviera en sus manos la salud y la educación de la República Argentina ¿qué medidas de primeros auxilios tomaría?
Bueno, aquí lo prioritario es organizar el sistema de salud. Hubo tentativas importantes, habría que rescatar lo que hizo Carrillo, y lo que hizo Oñativia, para nombrar personas de sectores diferentes, pero nos hace falta hacer un gran debate sobre el estado de la salud en Argentina. Habría que reunir a la Universidad, las Academias de Medicina, las entidades que representan a las clínicas y sanatorios, la Confederación Médica, la CGT, los representantes del Estado, los representantes patronales. Elegir un pueblito tranquilo, juntarlos y decirles: tienen 3 meses, o 6 meses, trabajen porque tenemos que organizar la medicina del país como corresponde. Yo soy partidario de un sistema unificado como el de Canadá. Fíjese, de acuerdo al informe del ministro el presupuesto de salud es del 9%, que es casi lo que gasta Canadá. Sin embargo, aquí está mal el hospital público, están mal las clínicas y sanatorios, están mal los sistemas prepagos y, además, la gente se siente mal atendida. Algún día habrá que poner todas esas cosas juntas y discutirlas en profundidad.
- ¿Por qué algún día? ¿Es utópica la propuesta de un gran debate nacional?
En este momento se está trabajando en el Ministerio de Salud. Yo formo parte de la Comisión que intenta relevar el estado actual de la salud y examinar las propuestas. Veremos si tenemos la valentía de decir las cosas como hay que decirlas.
Las raíces
- Usted es de La Plata ¿va allí a menudo?
Semanalmente voy a La Plata. Tengo familiares allí. Está mi casa natal en la calle 5. Allí vivieron mi padre, hasta los 86 años, y me madre hasta los 91. Están mis raíces en La Plata. Para mí es la gran ciudad universitaria. Ha caído bastante últimamente pero sigue siendo un centro cultural.
- ¿Sólo un centro cultural?
La Plata es, fundamentalmente, la universidad. Están los frigoríficos, la destilería, pero para mí es fundamentalmente esa universidad por la que pasaron miles de estudiantes de toda América Latina. Esa universidad que creó, con sentido helénico, Joaquín V. González.
- Y donde se apuntaló la reforma…
Sí, podríamos hablar largo de eso. Da para un libro.Y fíjese que a pesar de la cosa económica, de la crisis, yo sigo gozando de sus calles y sus plazas.

- Usted fue alumno de Martínez Estrada en el Colegio Nacional de La Plata…
Sí, claro, fue mi profesor de literatura. Teníamos grandes maestros allí. La idea de Joaquín V. González fue llevar al Colegio lo mejor, ya sea de la misma universidad o de afuera. Tuvimos maestros como Henríquez Ureña, Magliano, los hermanos Heras, Carlos Sánchez Viamonte, y una pléyade de gente maravillosa. Fíjese que nosotros en el colegio leíamos el Quijote, leíamos a Esquilo, a Sófocles ¡y los analizábamos! No era cuestión de leer fragmentos, como ahora.Y terminaba la clase y salíamos conversando con ellos, con los maestros, por los corredores. Hasta los sábados y domingos íbamos al Bosque, caminábamos conversando sobre el pasto, bajo el roble.
- Algo parecido a la Academia de Atenas… Claro, vaya a ver la parte de atrás del Colegio Nacional, hasta la columnas son atenienses. Se nos daba una formación humanística, se buscaban valores trascendentes. Yo siempre digo que eso es lo que hace falta. Primero formemos al hombre, porque ese hombre va a tener que tomar decisiones en su actividad específica, y esas decisiones van a estar de acuerdo con su formación humana.
- Gracias! ¿Gracias por qué?
- Pensaba que había olvidado de responder cuáles serían los primeros auxilios en educación.
Bueno, en educación tenemos un proyecto importante en la Fundación, claro que no de primeros auxilios. Con el Instituto de Cardiología, Cirugía Cardiovascular y Transplantes de Órganos, la investigación clínica y la docencia se van a desarrollar más. En su estructura arquitectónica y en tecnología, el Instituto está igual o mejor que cualquier centro de excelencia del mundo. Son 238 camas para toda la comunidad. Para toda la comunidad, entiéndase bien. El 10% está dedicado a la atención de indigentes. Hemos creado una red con otros centros de excelencia en el mundo para trabajar todos juntos.
- Usted se la pasa trabajando… Mi padre era carpintero y mi madre modista. Mis cuatro abuelos eran inmigrantes italianos que llegaron a La Plata en el siglo pasado. Los Favaloro son sicilianos, los Raffaeli, toscanos. Éramos gente pobre. Yo tuve que trabajar como un loco para poder estudiar. Ahora sigo trabajando porque no conozco mejor filosofía. Por las mañanas, al afeitarme, me veo igual a mi padre.
- Su jornada, sin embargo, debe ser diferente. Ahora tengo que ir a operar un caso complicado. Después seguiré operando y atendiendo hasta la noche. No almuerzo, me tomo un té y algunas galletitas. Son doce horas diarias de trabajo. Sigo viviendo como en Jacinto Aráuz, como en Cleveland, como acá. Trato de dar lo mejor hoy porque no sé dónde voy a estar mañana.
- La revista Nueva llega a todo el país, yo quería pedirle… ¡Si llega al interior, llega a la verdadera Argentina! Yo sigo convencido de que el cambio que necesitamos va a venir del interior. No lo he dicho yo, lo ha dicho Martínez Estrada, lo han dicho tantos. La Argentina no contaminada está en el interior del país.
- Yo quería pedirle un consejo para los jóvenes. Que no se contaminen, que no pierdan las raíces, que se den cuenta que son de un país con tradiciones culturales muy valiosas que hay que mantener. El mundo va hacia la internacionalización, es cierto, pero aún dentro de la internacionalización, los países deben mantener su estructura, su mentalidad, su alma. Y el alma nuestra está en el interior. En una pared de la Fundación Favaloro cuelgan 47 diplomas. El del centro, con membrete de la Universidad Nacional de La Plata, tiene fecha 22 de agosto de 1949. Desde esa fecha, René Favaloro, 68 años, casado, sin hijos, trabaja arreglando corazones. El de su patria, Argentina, es el que más duele, el que más cuesta.

Archivo
Archivo/El testamento ignorado de Evita, por Oscar Taffetani

A 73 años de su muerte, un testamento probadamente auténtico de Eva Perón no alcanza a ser cumplido. El rescate de “Mi Mensaje” –un libro que la Abanderada de los Humildes dictó en su lecho de muerte- fue un desafío que comenzó en 1987 y que por distintas obstrucciones legales recién pudo superarse en 2022. La Justicia finalmente determinó la autenticidad del documento. Esta nota fue publicada en el diario Sur, el 26 de julio de 1989, y fue parte de la lucha de periodistas y editores para que esa memoria de Evita no fuera escamoteada.

ÚLTIMA VISIÓN DE EVITA EN EL COLECTIVO
El colectivo, dicen, al igual que el dulce de leche y la picana eléctrica, es un invento argentino. Antes de que se introdujeran el boleto estudiantil, el boleto de jubilado y el boleto obrero, el colectivo era también llamado ómnibus que quiere decir “para todos”).
Varias décadas más tarde, la imborrable artista argentina Aída Carballo inició su serie de los colectiveros, en la que lo importante -como se demuestra tratándose de Aída- era la gente que viaja en colectivo, choferes incluidos.
La UTA, en una época en que los sindicatos, por lo menos, se permitían la demagogia, la premió con un pase libre para todas las líneas de la ciudad (“mucho mejor -diría Ricardo Molinari- que ser nombrado ciudadano ilustre”).
Hasta ahí la cosa iba sobre ruedas. Después de ahí vinieron los sociólogos. Ellos inventaron otra clase de colectivos.
León Rozitchner, por ejemplo, en una entrevista periodística hecha a propósito de los sucesos de Semana Santa: “En esos días vimos aparecer tres colectivos en acción…”: “El segundo colectivo fue el civil…” “cualquier desavisado se preguntaría si se trata de la línea 109, que va hasta Campo de Mayo o alguna otra, pero el sociólogo, al parecer, estaba usando colectivo como sinónimo de masa).
Nos hallamos, pues, ante una “colectivización forzosa” del lenguaje (no hay perestroika que valga). Seguiremos viajando en eso –otro remedio no queda- pero ya no sabremos exactamente si llamarlo ómnibus, colectivo, masa, albóndiga o simplemente “bondi”.

Asalto al colectivo del Moncada
El lunes pasado, quien esto escribe abordó un bondi del suburbio, de esos que conmovían a Yunque. Avanzada la mañana, el pasaje se componía de señoras a la busca de buenos precios (siguiendo consejos presidenciales), escolares rezagados en clausura de vacaciones, algún viejo inescrutrable, algún agente del orden camino de sus tareas y algún periodista, siempre de turno.
El periodista iba pensando en una doble efemérides que se cumple el 26 de julio: el asalto al Cuartel Moncada (1953) preludio de la revolución cubana y la muerte de Eva Perón (1951). Ambas fechas tenían especial significación significación para él (como parte de un “colectivo”) y seguramente para los otros. Y por separado, la muerte de Evita y el asalto al Moncada también significaban algo.
En un punto de su meditación -cuando había llegado a una edificación de la explosiva coincidencia entre la muerte del Che (8 de octubre), trepó al bondi un vendedor ambulante. De libros se trataba, esta vez. La Historia del Halcón Perdido en Malvinas -pensó- o las recetas de Chichita de Erquiaga. Pero no. Se trataba del Último Mensaje de Eva Perón “libro desaparecido durante 32 años, al precio de un diario.”
Oblados que fueron los cien australes (Góngora siempre al acecho), el periodista obtuvo su “Último Mensaje”. A continuación, se dispuso a leer.
El pequeño volumen, con el sello Ediciones del Mundo, tenía una contratapa a cargo de los editores y una introducción del historiador peronista Fermín Chávez. La introducción contaba la nada azarosa peregrinación de esos últimos papeles de Evita desde el 1951 en que probablemente fueron escritos hasta el 1987 en que por fin fueron publicados.
Fue entonces cuando el periodista -coleccionista de paradojas, además- recordó un suntuoso aviso publicado hacia septiembre de 1987 en la página de remates del diario La Nación. Le había llamado la atención la extraña convivencia de un “texto inédito de Eva Perón” con los muebles, antigüedades y selectas obras de arte a subastarse.
Luego, antes del fin de ese año, había visto publicado en la revista Crisis (N° 55) un anticipo del libro, también con prólogo de Chávez. Finalmente, había guardado los recortes a la espera de más novedades.
La única novedad fue el inesperado y grato asalto al colectivo que protagonizaba aquel vendedor ambulante (para compradores también ambulantes). Una señora guardó cuidadosamente su “Evita” en la bolsa, negándosela al uniformado que pretendía “ojearlo”. Un jubilado tomó el libro “sin compromiso de compra” y leyó los títulos, fundamentalmente como pretexto para hablar de “la Señora” con el conductor. “Se prohibe hablar con el conductor” reza un desoído cartelito del bondi (“Se prohibe hablar con el Conductor!”, decían los muchachos de la Jotapé desairados por el Brujo.)

Si Evita viviera
Dejemos el hilado fino de las peripecias del libro al especialista Fermín Chávez. Dejemos también de lado el tacto (o la delicadeza) con que Chávez trata de explicar la censura que el texto de Evita tuvo incluso durante los últimos años del peronismo. Dejemos, por último, al lado, al periodista ambulante. Vayamos a lo grueso, a lo que nos interesa, a lo colectivo.
Dice F. Ch. en la introducción: “El contenido de los renglones finales: Las jerarquías clericales, La religión, los ricos y Los principios, Los pueblos y Dios, Los que circulan: Servir al pueblo y La grandeza o la felicidad, es suficiente para explicar la no difusión de sus páginas en 1952, a pocos meses de una crisis grave como fue la vivida en septiembre de 1951”.
Es explicable, por cierto. La censura es explicable. Pero es éticamente inaceptable.
Dice Eva Perón en el capítulo Los imperialismos: “A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes”.
Dice en otro capítulo (Por cualquier medio): “Frente a la explotación inicua y execrable, todos poco… y cualquier cosa es importante para vencer”.
Dice en El hambre y sus intereses: “El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses… Donde esos intereses del imperialismo se llamen ‘petróleo’ basta, para vencerlos, con echar una piedra en cada pozo. Donde se llame cobre o estaño, basta con que se rompan las máquinas que los extraen de la tierra… o que se crucen de brazos los trabajadores explotados”.
Podríamos seguir citando fragmentos y capítulos del texto de Evita más transgresivos o revolucionarios (“censurables” o “inconvenientes”) que los que señala Chávez. La verdad, en este punto, es gruesa, nada sutil. Para quienes celebraron el vergonzoso contrato con la California, empresa petrolera norteamericana, esa mujer que pedía tirar una piedra en cada pozo era un peligro, un fantasma de justicia y reivindicación que recorría no la lejana Europa y si los campos y ciudades argentinos en la prolija y orquestada posguerra del mundo.
Desconocemos si existe un testamento escrito de Eva Perón. El testamento político y moral, sin duda, es “Mi mensaje”. Contiene una cláusula que no sabemos si ha sido cumplida por Ignacio Burundanga, que figura como comprador en remate del manuscrito.
Dice la cláusula: “El dinero de La Razón de mi Vida y de Mi mensaje, lo mismo que la venta o el producido de mis propiedades, deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo aceptasen como una prueba más de mi cariño.
No sabemos si se está cumpliendo con esa última voluntad de Eva Perón. Lo que sí sabemos es que el texto recuperado no cuenta con la difusión suficiente. Citemos entonces un fragmento más, e imaginemos a esa señora que puso el libro en la cartera, antes de ayer lunes, en la magra bolsa de las compras del día.
“Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos; y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad. Pero mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores”.
(Diario Nuevo Sur, 26 de julio de 1989)
La foto portada de este artículo corresponde a la primera versión ‘pirata’ publicada por Juan José Salinas
Archivo
Belgrano intangible, por Oscar Taffetani

En un nuevo aniversario de la desaparición física de Manuel Belgrano, LCV recupera para su archivo una investigación de Oscar Taffetani publicada en Nuevo Siglo Online (NSO) el 19-07-2007 .
La Secretaría de Cultura ha ofrecido una recompensa de 20 mil pesos a quien aporte información “que posibilite la recuperación” de un reloj de oro con cadena de oro y brillantes que perteneciera a Manuel Belgrano y que habría sido hurtado el pasado 30 de junio –según se denunció- de una vitrina del Museo Histórico Nacional.
Para que se tenga idea del valor de la pieza que la Secretaría de Cultura dice querer recuperar con 20 mil pesos, apuntemos que un par de pistolas artesanales obsequiadas a Manuel Belgrano después de la batalla de Salta, y que por esas vueltas de la vida llegaron a la caja fuerte de un Secretario del Tesoro norteamericano, fueron rematadas el año pasado en Christie’s por 374.400 dólares.
Un antiguo reloj de oro ¡y de Belgrano! (pongámonos por un instante en la cabeza del ladrón) vale mucho más que un par de pistolas…Obsequio del rey Jorge III de Inglaterra, el reloj acompañó al prócer en sus últimos años bla bla y fue entregado en el lecho de muerte bla bla al médico Joseph Readhead, porque Belgrano bla bla no tenía al morir ninguna otra pertenencia… “Son piezas vinculadas de manera íntima a la historia argentina, que lamentablemente no han estado en ese país por más de 150 años” dijo Connor Fitzgerald, asesor del coleccionista William Simon, propietario de las pistolas rematadas en Christie’s.
Esas palabras podrían repetirse, dentro de unos años, para fundamentar la tasación de esta pieza robada hoy al Museo, en un hipotético remate internacional (Interpol, reconozcamos, ha logrado frustrar algunas de esas ventas). Imaginamos a un barón de la soja, a un príncipe argentino de los bíocombustibles, con lágrimas en los ojos, adquiriendo el reloj de Manuel Belgrano en la subasta. Nacionalizándolo (así titulará algún diario). Trayéndolo de nuevo a casa… A una casa particular, claro. No al museo. Porque los museos argentinos –como el país, en general- no son confiables…Ay, don Manuel, cuánta hipocresía. Cuánta miseria del alma. Cuánta nada.
PÉRDIDAS Y RECUPERACIONES
Ya es parte de nuestro folklore -y nuestra tristeza- la historia de las cuatro escuelas del NOA que mandó a crear Belgrano, donando cuarenta mil pesos fuertes que había recibido de Buenos Aires, en reconocimiento por el triunfo de Salta.
La más norteña de esas escuelas –la de Tarija, Bolivia- fue construida por el Estado argentino recién en 1974. Las de Salta y Santiago del Estero, en 1997. Y la última, la de Jujuy, en 2004.
Si aquellos cuarenta mil pesos fuertes de 1813 hubieran sido puestos en un banco, todavía hoy los descendientes de Belgrano estarían viviendo de los intereses. Y con ese capital incrementado, seguramente, podrían construirse en esta época más de cuatro escuelas. Pero la pérdida intangible –la que ya no se puede “tocar” ni reparar, de ninguna forma- es la de los niños tarijeños, jujeños, salteños y santiagueños que no tuvieron oportunamente –en el siglo XIX, en el siglo XX- la escuela pública que necesitaron.
El despojo a Belgrano comenzó hace mucho. Recordemos que fue un periódico marginal de Buenos Aires –“El Despertador Teofilántrópico”, del padre Castañeda- el único medio que publicó la noticia de su muerte, en 1820.
Cuando se exhumaron los restos del prócer para inaugurar el panteón en Santo Domingo, apenas comenzado el siglo XX, los ministros Joaquín V. González y Pablo Riccheri intentaron guardarse como reliquias algunas piezas dentales de esos restos, aunque fueron descubiertos y debieron devolverlas. Sin embargo, la apropiación física de la memoria de Belgrano no fue tan grave como la apropiación intelectual (y política) de su vida y su legado.
En su obra póstuma “Grandes y Pequeños Hombres del Plata” (Garnier, París, 1912), Juan Bautista Alberdi denuncia, aportando su propio testimonio y el de Sarmiento, que la monumental “Historia de Belgrano”, de Mitre, fue un trabajo ideado y comenzado por Andrés Lamas, quien desde Río de Janeiro –donde se hallaba en misión diplomática- le pidió a su amigo Bartolo que le copiara cierta documentación a la que él no tenía acceso.
Mitre, según Alberdi, nunca envió esas copias a Lamas, a la vez que desistió de continuar el “Artigas” que había comenzado y a la vez que aconsejó a Lamas no publicar su trabajo sobre Belgrano. Acto seguido, se lanzó él mismo a escribir la biografía del prócer de Mayo, con la abundante documentación disponible en Buenos Aires. Pero la gran crítica que Alberdi le hace al “Belgrano” de Mitre no es la apropiación de la idea y el enfoque de Lamas, sino el intento (lamentablemente, logrado) de interpretar como una derrota –honorable, pero derrota- la expedición porteña al Paraguay.
Esos reveses militares (y políticos) de Belgrano serían “vengados” simbólicamente, luego, por la guerra de la Triple Alianza. “En su anhelo de pasar por un segundo Belgrano –escribe Alberdi- el presidente biógrafo de este ilustre general argentino pretende que lleva hoy al Paraguay la misma misión que llevó el general Belgrano a ese país en 1810: inaugurar allí el régimen de la revolución de mayo americana..”
De Alberdi –más allá de sus juicios y cambios de opinión- hay que decir que tuvo el valor de denunciar, en su libro “El crimen de la guerra”, el auténtico genocidio que fue la guerra de la Triple Alianza, una guerra que sumió al Paraguay en la anarquía y en una caída institucional de la que hasta hoy no se ha recuperado.
Otra distorsión –interesada- en la valoración histórica de Belgrano, ha sido tomar como un delirio su propuesta –expresada en la reunión secreta del 6 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán- de instalar en el sur de América una monarquía incaica, tomando la línea de descendencia de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru), en la persona de su hermano menor Juan Bautista, que vivía protegido por Rivadavia en Buenos Aires.
Lo de la monarquía incaica para nuestros pueblos, es una gran conjetura. Máxime en los tiempos que corren, cuando se ve en América resurgir, cada vez con más fuerza, los liderazgos criollos e indígenas. Algunas veces nos hemos preguntado si ese intento de construir repúblicas copiando el modelo europeo y norteamericano, como sucedió en nuestro siglo XIX- e ignorando los modos autóctonos, no ha sido la causa de esas guerras interiores latentes –y a veces, explícitas- que han desangrado a nuestros pueblos, en los últimos siglos.
Por otra parte, pensamos, tampoco se estudió con seriedad el pensamiento económico de Belgrano, un déficit que recién comenzó a subsanarse en las últimas décadas, de la mano de estudiosos como Gondra, Fernández López y Alfredo Félix Blanco.
No es un dato muy conocido que ya en 1790 Manuel Belgrano había sido designado presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca. Ni que en 1794 Belgrano tradujo el ensayo de Quesnay “Máximas generales del gobierno económico de un reino agrícola”, que es la fuente de influencia fisiocrática más clara que llegó al Río de la Plata.
La Fisiocracia –reconocida por Marx como antecedente de la ciencia económica- sostiene que el único sector que genera riqueza es el agrícola, y se apoya en la convicción de que existe un orden en la naturaleza, un orden que no debe ser quebrado por la acción del hombre. (Pensemos, por lo menos, si no valdría la pena debatir esos dos enunciados).
Hay que volver a Belgrano, qué duda cabe. Hay que releerlo. Aún estamos esperando, aquí en el río de la Plata, una recopilación comentada y anotada de las Actas del Consulado. ¿Habrá que esperar otro par de siglos? Que Interpol y que las aduanas se ocupen de recuperar los 1.980 objetos robados a colecciones públicas y particulares de la Argentina, en los últimos años.
El resto, los que no pertenecemos a la policía, a las agencias de detectives ni a las compañías de seguros, tratemos de que no se pierda el “Belgrano intangible”, el que más importa.
Lo dijo Alberdi, en la obra que ya comentamos: “Todo no se puede abrazar en este mundo. Que los que adoran la fortuna lo sacrifiquen todo a su ídolo, está bien: pero conténtense con eso y no hablen de honor y de gloria. Dejen, al menos, estas variedades a los pobres como Garibaldi, como Washington, como Belgrano…”
Archivo
Todos tenemos hollín en los pulmones, por Hernán López Echagüe

El 25 de enero de 1997, la sociedad argentina se veía sacudida por un crimen atroz: un reportero gráfico de la revista Noticias, aparecía muerto, calcinado, con las manos y pies atados y dos disparos en la cabeza después de haber ido a cubrir de una fiesta de renombrados empresarios de Pinamar. La autopsia demostró que Cabezas tenía hollín en los pulmones, lo que indicaba que aún respiraba cuando el auto con él en su interior era invadido por las llamas. Las investigaciones recorrieron muchas pistas, varias de ellas fraguadas por la Policía Bonaerense que demostraba una y otra vez intentar desviar la investigación y resolver rápidamente el caso. El diario La Nación, le solicitó una nota al periodista Hernán López Echagüe quien se había convertido en emblema del ‘periodista agredido” luego de sufrir dos agresiones -un navajazo de advertencia en la puerta de su casa y un intento de secuestro en los alrededores del Bingo de Avellaneda, abortado por la aparición de un patrullero-. La persecución López Echagüe provenía de sectores del Mercado Central ligados a patotas Duhaldista. Desde Uruguay, en donde intentaba recuperar la tranquilidad y finalizar un nuevo libro sobre la Triple Frontera, escribió de un tirón este artículo.
Hoy lo recuperamos para el Archivo de LCV, tomado del libro ‘Postales Menemistas’ editado por editorial Perfil, quien publicó una compilación de artículos de este joven periodista que luego de recibir más amenazas y una catarata de juicios por la publicación de su libro “El Otro” dedicado al entonce gobernador Duhalde quien se disputaba la conducción del peronismo con el president Menem, buscaría refugio con su familia del otro lado del río.

Todos tenemos hollín en los pulmones, por Hernán López Echagüe
Febrero de 1977, diario La Nación
El asesinato de José Luis Cabezas es un hecho obsceno, cometido en una sociedad habituada a cerrar los ojos ante la obscenidad, o, en el mejor de los casos, a tomarla como un avatar, como un mal pasajero. Es dable preguntarse si en este caso la sociedad cobrará vida o, como ha sucedido en otras ocasiones, pronto olvidará el mazazo, se abrazará a los electrodomésticos, al fetiche de la estabilidad, y por fin añadirá el episodio a la extensa lista de obscenidades que han ocurrido a partir de mediados de 1989: los sopapos, navajazos y amenazas a periodistas; el asesinato del obrero Víctor Choque en Tierra del Fuego; las agresiones sufridas por el fiscal fiscal Pablo Lanusse; el assinato de María Soledad Morales, las decenas de atropellos cometidos por la Policía de la Provincia de Buenos Aires; los disparos contra Fernando ‘Pino’ Solanas; los feroces atentados contra la comunidad judía; la continua represión a manifestaciones; las enigmáticas muertes en torno a la Aduana; etc, etc, etc.
Obscenidades que parecen lejanas en el espacio y en el tiempo.
Presumir, como buena parte de la sociedad presume, que el asesinato de Cabezas no ha sido más que un brutal ataque a la libertad de expresión, comporta un grave desatino cuyas consecuencias habrán de aflorar tarde o temprano. El asesinato de Cabezas ha sido la lógica culminación de una serie de obscenidades frente a las cuales, continua e ingenuamente el gobierno ha pretendido permanecer ajeno.
Desde luego, en el interior de la gente que ha cometido este crimen impera el fuego. Pero es menester avivarlo.
Basta echar un vistazo a la historia del país para comprender que hechos de esta naturaleza suceden cuando los gobiernos crean y promueven las condiciones políticas, sociales y morales y éticas que tornan posible su comisión. Cuando los gobiernos hacen de la obscenidad uno de sus rasgos más distintivo.
Obsceno es que los actos de un gobierno procuren satisfacer, pura y exclusivamente, la ley del libre mercado y los antojos de un puñado de empresarios sin escrúpulos. Obsceno es que un presidente, a viva voz, celebre el ingreso de capitales sin importarle su procedencia. Obsceno es que los funcionarios de un gobierno aparezcan enlazados, una y otra vez, a personajes como Al Kassar, Gaith Pharaom, Ibrahim Al Ibrahim, Yabrán o Ghadaffi, es decir, al narcotráfico, al matonaje, a los negocios turbios. Obsceno en extremo es ignorar la independencia del Poder Judicial y llamar ‘delincuentes’ a periodistas y opositores.
Pero más obsceno que todo es la inercia. Cuando el virus de la quietud y de la indiferencia se instala en una sociedad, no hay medicina que logre aplacar sus terribles efectos. Al igual que en épcas de muerte y oscurantismo, con el correr del tiempo la solidaridad se difumina, la identidad lanquidece, y crímenes como el de Cabezas, por tanto, adquieren el caracter de cosa común y ordinaria.
Cuando una bomba destruyó el edificio de la embajada de Israel, todos repletamos las calles de Buenos Aires y en silencio, con los párpados apretados, todos fuimos judíos. Pero no fue otra cosa que un relumbre de solidaridad, un compromiso tan duradero como un estornudo; algo más parecido a una fugaz visita de pésame que a un acto fundado en hondas convicciones. Porque tiempo más tarde, y una vez más a lo largo de contadas horas, estimamos sensato colocarnos nuevamente el disfraz judío, como en un multitudinario baile de máscaras.
Todos estamos entrelazados por un lugar común que va más allá de fortuitas diferencias religiosas, filosóficas, políticas o profesionales: la vida. Y sin embargo estamos habituados a que nos reúna la muerte.
Una sociedad adormilada, que no emerge de su insultante letargo, no puede exigirnos a los periodistas que frente a hechos de esta índole inflemos el pecho y sin rodeos continuemos hurgando en esas enormes cloacas que nosotros no hemos inventado. No somos corresponsales de guerra, aunque a menudo plumas y lentes deban desplazarse entre escombros y cenizas, entre bandas violentas que han convertido al país en un inabarcable campo de batalla donde la vida es ingrávida.
Desde la madrugada del sábado último, y de modo ya irremisible, todos los argentinos somos José Luis Cabezas. Todos tenemos hollín en los pulmones. Todos estamos encerrados en el interior de un vehículo en llamas, en un camino de tierra, a contados metros de opulentas mansiones en cuyos jardines la fiesta continúa.
