Archivo
Favaloro: Un diagnóstico que no pierde vigencia, por Oscar Taffetani
Publicado en revista Nueva, en 1991, casi nueve años antes de su muerte.
El Dr. Favaloro nació el 12 de julio de 1923.
Se quitó la vida con un tiro en el corazón el 29 de julio del año 2000.
A las 7.30, puntualmente, fotógrafo y cronista, algo incrédulos, suben por el ascensor que lleva al Instituto de Cardiología del Sanatorio Güemes, en Buenos Aires, uno de los lugares en donde el Dr. Favaloro atiende a sus pacientes, opera del corazón o da una clase magistral. Detrás del escritorio, con la bata puesta, como un bombero de guardia, el cirujano saluda a los periodistas. Es alto, corpulento, y tiene modos campechanos. Si uno lo viera por la calle difícilmente adivinaría su oficio de arreglar corazones. Pero la bonhomía no lo salva a René Favaloro del primer disparo periodístico (después de todo, los otros también tienen su oficio):
- Dr. Favaloro ¿cuál fue la última propuesta política que le hicieron? Ah, no quiero entrar en ese terreno. Estoy cansado de decir que no me van a ver a mí metido en la política. Una cosa es la política general, la Política, con mayúscula, donde sí tenemos el deber de participar, y otra son los cargos políticos. A mayor trascendencia de una persona dentro de su comunidad, mayor es la responsabilidad de participar. Si me piden una opinión, la doy. Nunca dejé de participar. Recuerde que yo me eduqué en la universidad reformista que es la universidad del ‘sí, me importa’. Allí se hablaba de extensión universitaria, de que la universidad debía extenderse a la comunidad. Yo vengo de aquella vieja universidad y siempre me expresé políticamente, aunque no me afilié a partido alguno.
- ¿Cree en la necesidad de vidas ejemplares para la sociedad? ¿se ve a sí mismo como un modelo?
No quiero entrar en la moralina barata. Uno debe tratar de que cada acto que realice esté dentro de los caminos éticos, de eso que aprendió en el hogar, en la escuela, en la vida misma. Le doy un ejemplo: yo aquí sigo atendiendo a todos los pacientes por igual. El que no lo crea, tiene que venir los viernes, el único día que atiendo pacientes, y ponerse allí, donde está usted, si le tengo que hacer una indicación quirúrgica la voy a hacer sin que me importe si es rico o si es pobre. En el equipo compartimos esta mentalidad. Ahí tiene los Diez Mandamientos (la Declaración de Principios) que hacemos respetar en la Fundación.

- Doctor, usted acaba de publicar La Memoria de Guayaquil, un libro que revela el proyecto de integración latinoamericana que ya tenían San Martín y Bolivar, a la luz de ese pensamiento, y del pensamiento de los que vinieron después ¿cómo imagina el futuro argentino?
Mire, primero tenemos que entender que ningún país vive aislado del mundo. Estamos entrelazados. La humanidad ha tenido períodos de estabilidad, períodos de cambios y períodos de transición. Ahora vivimos una transición signada por la revolución tecnológica. La tecnología ha invadido todo, y la sociedad tiene que pensar hasta dónde es inteligente hacer llegar las cosas.
- ¿Se opone al desarrollo tecnológico?
No, para nada. Pero me pregunto si mi abuelo no era más feliz que yo, antes, cuando no había radio y se vivía en la casa, se cultivaba la huerta, se jugaba un partido de naipes por la tarde, se tomaba un vasito de vino…La tecnología lo ha invadido todo. Interviene en lo educativo a través de la televisión. Tiene una influencia tremenda.
Saber mirar
- Bueno, volvamos a la Argentina
Bueno, yo estoy de acuerdo de que en la Argentina se tomen muchas de las medidas que se están tomando, acá el Estado era una cosa monstruosa que frenaba el desarrollo. Pero de ahí a creer que todo debe ser privado hay mucha distancia. Pensar así es no conocer la historia. El Estado tiene que seguir regulando muchas cosas de la vida social, por ejemplo, la educación y la salud. Tiene el caso de Japón que no obstante ser un representante clarísimo de la llamada sociedad liberal, tiene la medicina totalmente estatizada.
- Gran parte de la dirigencia del país toma el modelo norteamericano
Mire, yo creo que nuestro país está lleno de pseudoliberales y no de liberales. Tienen que volver a leer a Adam Smith con cuidado. Ahí hay definiciones que serían sorprendentes para los pseudoliberales ¿usted cree que Inglaterra se hizo grande con el libre cambio o con el proteccionismo? ¿hay o no hay proteccionismo en Estados Unidos donde subsidian a los productores y regulan la importación? Y la distribución del producto interno…¿qué me dice? Vea cuál es la distribución del PBI en los países auténticamente liberales y compare con la distribución en nuestro país, donde la clase obrera no sé si llega al 20%, mientras que en los países adelantados está entre el 40 y el 50%. Yo aspiro a una sociedad en donde la libertad sea el concepto máximo, pero donde exista la justicia y la renta se distribuya de un modo más equitativo.
- ¿Por dónde habría que empezar a cambiar? Por la educación. Conozco América Latina, la he recorrido decenas de veces. Hay miles de problemas para resolver pero la mayoría están conectados con la educación. En nuestro país el estado es calamitoso. Yo voy siempre a los colegios secundarios y hago la misma pregunta: ‘¿qué leyeron?’ Y sí, puede ser que el Martín Fierro, pero uno le pregunta a los chicos por Guillermo Enrique Hudson, por ejemplo, y lo miran como si uno estuviese hablando en japonés. No conocemos a los autores fundamentales que hablan de lo nuestro.
- Algo que tienen en común con Sarmiento, que miran a los Estados Unidos… ¡Pero miran mal! El americano de las series violentas no es el americano medio, el americano común. Yo viví diez años allá, en un barrio de esos que decimos bacán, en Cleveland, y pinté mi propia casa porque todos los vecinos, que eran de clase media alta, lo hacían. El americano en su sótano tiene de todo. Se rompe una canilla, la arregla. Ahorra sus pesitos, corta el césped, trabaja. Ese americano es el que ha construído a los Estados Unidos. Ese es el americano que Sarmiento admiraba. Un país en donde un periodista puede decir por televisión lo que se le canta; un país en el que un juez puede liquidar a un presidente. Están en una crisis tremenda, pero van a salir justamente porque existen esas cosas.
- Si tuviera en sus manos la salud y la educación de la República Argentina ¿qué medidas de primeros auxilios tomaría?
Bueno, aquí lo prioritario es organizar el sistema de salud. Hubo tentativas importantes, habría que rescatar lo que hizo Carrillo, y lo que hizo Oñativia, para nombrar personas de sectores diferentes, pero nos hace falta hacer un gran debate sobre el estado de la salud en Argentina. Habría que reunir a la Universidad, las Academias de Medicina, las entidades que representan a las clínicas y sanatorios, la Confederación Médica, la CGT, los representantes del Estado, los representantes patronales. Elegir un pueblito tranquilo, juntarlos y decirles: tienen 3 meses, o 6 meses, trabajen porque tenemos que organizar la medicina del país como corresponde. Yo soy partidario de un sistema unificado como el de Canadá. Fíjese, de acuerdo al informe del ministro el presupuesto de salud es del 9%, que es casi lo que gasta Canadá. Sin embargo, aquí está mal el hospital público, están mal las clínicas y sanatorios, están mal los sistemas prepagos y, además, la gente se siente mal atendida. Algún día habrá que poner todas esas cosas juntas y discutirlas en profundidad.
- ¿Por qué algún día? ¿Es utópica la propuesta de un gran debate nacional?
En este momento se está trabajando en el Ministerio de Salud. Yo formo parte de la Comisión que intenta relevar el estado actual de la salud y examinar las propuestas. Veremos si tenemos la valentía de decir las cosas como hay que decirlas.
Las raíces
- Usted es de La Plata ¿va allí a menudo?
Semanalmente voy a La Plata. Tengo familiares allí. Está mi casa natal en la calle 5. Allí vivieron mi padre, hasta los 86 años, y me madre hasta los 91. Están mis raíces en La Plata. Para mí es la gran ciudad universitaria. Ha caído bastante últimamente pero sigue siendo un centro cultural.
- ¿Sólo un centro cultural?
La Plata es, fundamentalmente, la universidad. Están los frigoríficos, la destilería, pero para mí es fundamentalmente esa universidad por la que pasaron miles de estudiantes de toda América Latina. Esa universidad que creó, con sentido helénico, Joaquín V. González.
- Y donde se apuntaló la reforma…
Sí, podríamos hablar largo de eso. Da para un libro.Y fíjese que a pesar de la cosa económica, de la crisis, yo sigo gozando de sus calles y sus plazas.

- Usted fue alumno de Martínez Estrada en el Colegio Nacional de La Plata…
Sí, claro, fue mi profesor de literatura. Teníamos grandes maestros allí. La idea de Joaquín V. González fue llevar al Colegio lo mejor, ya sea de la misma universidad o de afuera. Tuvimos maestros como Henríquez Ureña, Magliano, los hermanos Heras, Carlos Sánchez Viamonte, y una pléyade de gente maravillosa. Fíjese que nosotros en el colegio leíamos el Quijote, leíamos a Esquilo, a Sófocles ¡y los analizábamos! No era cuestión de leer fragmentos, como ahora.Y terminaba la clase y salíamos conversando con ellos, con los maestros, por los corredores. Hasta los sábados y domingos íbamos al Bosque, caminábamos conversando sobre el pasto, bajo el roble.
- Algo parecido a la Academia de Atenas… Claro, vaya a ver la parte de atrás del Colegio Nacional, hasta la columnas son atenienses. Se nos daba una formación humanística, se buscaban valores trascendentes. Yo siempre digo que eso es lo que hace falta. Primero formemos al hombre, porque ese hombre va a tener que tomar decisiones en su actividad específica, y esas decisiones van a estar de acuerdo con su formación humana.
- Gracias! ¿Gracias por qué?
- Pensaba que había olvidado de responder cuáles serían los primeros auxilios en educación.
Bueno, en educación tenemos un proyecto importante en la Fundación, claro que no de primeros auxilios. Con el Instituto de Cardiología, Cirugía Cardiovascular y Transplantes de Órganos, la investigación clínica y la docencia se van a desarrollar más. En su estructura arquitectónica y en tecnología, el Instituto está igual o mejor que cualquier centro de excelencia del mundo. Son 238 camas para toda la comunidad. Para toda la comunidad, entiéndase bien. El 10% está dedicado a la atención de indigentes. Hemos creado una red con otros centros de excelencia en el mundo para trabajar todos juntos.
- Usted se la pasa trabajando… Mi padre era carpintero y mi madre modista. Mis cuatro abuelos eran inmigrantes italianos que llegaron a La Plata en el siglo pasado. Los Favaloro son sicilianos, los Raffaeli, toscanos. Éramos gente pobre. Yo tuve que trabajar como un loco para poder estudiar. Ahora sigo trabajando porque no conozco mejor filosofía. Por las mañanas, al afeitarme, me veo igual a mi padre.
- Su jornada, sin embargo, debe ser diferente. Ahora tengo que ir a operar un caso complicado. Después seguiré operando y atendiendo hasta la noche. No almuerzo, me tomo un té y algunas galletitas. Son doce horas diarias de trabajo. Sigo viviendo como en Jacinto Aráuz, como en Cleveland, como acá. Trato de dar lo mejor hoy porque no sé dónde voy a estar mañana.
- La revista Nueva llega a todo el país, yo quería pedirle… ¡Si llega al interior, llega a la verdadera Argentina! Yo sigo convencido de que el cambio que necesitamos va a venir del interior. No lo he dicho yo, lo ha dicho Martínez Estrada, lo han dicho tantos. La Argentina no contaminada está en el interior del país.
- Yo quería pedirle un consejo para los jóvenes. Que no se contaminen, que no pierdan las raíces, que se den cuenta que son de un país con tradiciones culturales muy valiosas que hay que mantener. El mundo va hacia la internacionalización, es cierto, pero aún dentro de la internacionalización, los países deben mantener su estructura, su mentalidad, su alma. Y el alma nuestra está en el interior. En una pared de la Fundación Favaloro cuelgan 47 diplomas. El del centro, con membrete de la Universidad Nacional de La Plata, tiene fecha 22 de agosto de 1949. Desde esa fecha, René Favaloro, 68 años, casado, sin hijos, trabaja arreglando corazones. El de su patria, Argentina, es el que más duele, el que más cuesta.
Archivo
La culpa la tienen los pibes, por Oscar Taffetani.
En febrero de 2011 un avión proveniente de Argentina era interceptado en Barcelona con 944 kilos de cocaína. La noticia fue un escándalo durante unos días y luego olvidada. Recuperamos para el Archivo de LCV esta nota de Oscar Taffetani publicada en la Agencia Pelota de Trapo en aquel 2011 donde se traza el sistema utilizado por el narcotráfico, un entramado responsabilidades, con idénticas rutas. Cambian los años, cambian los nombres, se mantienen las mañas.
LA CULPA LA TIENEN LOS PIBES, OSCAR TAFFETANI
Una de las rutas más importantes del narcotráfico, en la actualidad, copia el itinerario que hace cuatro siglos seguía el oro de América: se inicia en Perú, Bolivia, Brasil y el Paraguay, baja acompañando los ríos hacia la Argentina y el Uruguay, luego cruza el Atlántico hasta la costa meridional de África y desde ahí llega a los puertos y aeropuertos de Europa, donde la droga es fraccionada y vendida a un público exigente y con alto poder adquisitivo.
Por eso, a muchos nos resultó disparatada la hipótesis del ministro argentino del Interior, Randazzo de que los 944 kilos de cocaína hallados en Barcelona el Día de Reyes, en un avión sanitario procedente de Buenos Aires, habían sido cargados durante una escala de la nave en Cabo Verde.
Y sí resultó razonable la hipótesis de la ministra de Seguridad, Nilda Garré de que la droga fue cargada en una base aérea argentina (con las responsabilidades que implica, a nivel de gobierno y de fuerzas armadas).
El del avión sanitario no fue el único contrabando de drogas descubierto este mes. En Estanislao del Campo, Formosa (el mismo pueblito donde el doctor Esteban Maradona decidió consagrar su vida a los Qom) se encontraron 700 kilos de cocaína junto a una pista de aterrizaje clandestina. El titular del predio y de la pista, apodado Palmita, revistaba como edil del partido de gobierno en la capital formoseña (desconocemos si gozaba de inmunidad parlamentaria).
Siempre en enero y tan sólo cambiando de estupefaciente, mencionemos los 712 kilos de marihuana decomisados a la altura de Las Palmitas, también en la provincia de Formosa. La droga viajaba oculta en los techos de dos transportes de pasajeros procedentes del Paraguay.
La intercepción de grandes cargamentos de droga que se desplazan por rutas aéreas, fluviales y terrestres de nuestro país, habla de una gigantesca red de tráfico que involucra a funcionarios del Estado, organismos policiales y de seguridad, instituciones empresarias, bancos que lavan el dinero y distinta clase de organizaciones civiles. Dicho de otro modo: lo más cínico y perverso de este negocio es su legalidad, todo lo que hace a la luz del día, y no su ilegalidad y lo que hace en las sombras.
GALILEO Y EL CAPITALISMO
“Alrededor del papa -dice Brecht en un poema- giran los cardenales. / Alrededor de los cardenales giran los obispos. / Alrededor de los obispos giran los secretarios. / Alrededor de los secretarios giran los regidores. / Alrededor de los regidores giran los artesanos. / Alrededor de los artesanos giran los sirvientes. / Alrededor de los sirvientes giran los perros, las gallinas y los mendigos…”
La tesis de Galileo Galilei sobre el sistema solar (que la Iglesia se demoró algunos siglos en aprobar) podría aplicarse analógicamente a otro tipo de sistemas que nos rigen. Si ponemos en el centro, a la manera marxista, el Capital, tendremos en la órbita inmediata las grandes empresas trasnacionales; luego, los Estados nacionales que las sirven; después, los gerentes, abogados y administradores; a continuación, los funcionarios de seguridad y el aparato represivo; y finalmente, los trabajadores. Después de los trabajadores habría una masa incalculable de seres humanos sin trabajo ni medios de vida, que no alcanza a orbitar alrededor del Capital, aunque mantenga intacta su capacidad de soñar.
Y si llevamos la doctrina de Galileo al mundo del narcotráfico, colocando la cocaína (como alguna vez fue el opio) en el centro de la escena, tendremos a los distintos actores, consumidores y víctimas del negocio en círculos concéntricos, con diferentes grados de poder, riqueza y degradación moral y material. En una de las últimas órbitas del sistema está la pasta base de cocaína -el paco- que es estirado y aumentado de mil maneras para hacerlo accesible a los consumidores más pobres y desesperados. Así, la droga -uno de los jinetes capitalistas del apocalipsis- cuenta sus doblones de oro, sus euros, sus dólares, sus pesos y sus centavos, hasta la última vida y el último suspiro, cada día.
UN PLAN PARA LOS BABY-SICARIOS
En Colombia, ese hermoso país de selvas y montañas habitadas por gente maravillosa, el narcotráfico y el poder económico trasnacional han hecho estragos, minando la salud del pueblo y comprometiendo el futuro de sus hijos. Hay pibes colombianos que comienzan a trabajar a los 9, haciendo de campaneros, de mensajeros y repositores de armas y munición de los narcos.
A los 13, en lugar del tiple de antaño, les ponen una pistola en la mano y los convierten en sicarios (“baby-sicarios”, tituló cierta prensa), que matarán por encargo. A los 16, si llegan a esa avanzada edad, podrán acceder a otro círculo del negocio, con más responsabilidad y algunos pocos privilegios.
El caso colombiano -cuyas secuelas aún no terminan- viene a cuento del caso argentino, de nuestro caso, donde sin importar las estadísticas y los datos fieles de la realidad los medios masivos compiten por hallar el monstruo de la semana o el crimen más horrendo, para arrojarlos al rostro de funcionarios, de candidatos y de funcionarios-candidatos, señalando o insinuando algún chivo expiatorio para que los dioses, esos dioses perversos que gobiernan nuestro destino, dejen de castigar a la Argentina, a esta pobre Argentina con tanto para dar, con todos los climas, con sus talentos y sus cosechas récord, esta querida Argentina que asesina a miles de niños por hambre, por enfermedad o desprecio, cada año, cada campaña sojera, cada temporada turística, cada ejercicio fiscal.Y así, mientras las llamas (y las balas y las leyes) consumen en la pira mediática a la víctima del día, el verdadero Ogro, el verdadero malo de la película, permanece oculto a los ojos de la sociedad y neutraliza cualquier intento de cambio.
Pedir un plan especial para los niños sicarios de Colombia, sería una manera hipócrita de pedir que todo siga igual. Bajar la edad de imputabilidad de los menores en la Argentina, como receta para combatir el crimen organizado, tendría ese mismo nivel de hipocresía.
Aunque todo puede ocurrir, en este horroroso mundo tan crecido y tan adulto que cada vez que se siente amenazado, de un modo infantil, le echa la culpa a los pibes.
Publicado el 5/2/2011 en APe y en Sur y Sur.
Archivo
ARCHIVO/”Balada del intruso y la pequeñez”, por Hernán López Echagüe
Ilustración: Silvia Flichman. (silviaflichman.com.ar)
I
Soy un ácrata de cuatro patas desprovisto de significancia alguna, de modo que tengo toda la autoridad, y todo el derecho, y hasta me atrevo a decir la piadosa necesidad de advertirles: todos vivimos atrapados, aplastados, sumergidos, enlodados, castrados, estupidizados, en un cono de insignificancia absoluta. Sépanlo de una buena vez. Lo que decimos significa nada, menos aún lo que pensamos. Nuestra vida está sometida a los antojos de los pocos que resuelven y delimitan y desnaturalizan hasta por ley el significado de lo que decimos, de lo que pensamos y, por sobre todas las cosas, de lo que hacemos. Los hechos no significan nada.
A los hechos los convierten en fantochada, en pirueta de desesperado. Los hechos, a juicio del imbécil, son puestas en escena. Lo que ocurre de veras no le causa ni pizca de significancia, o de significado, o de lo que fuere. Ni asomo de estremecimiento. Así será por siempre. Porque la nada y el todo son finitos. La paciencia también.
II
Había un viejo en el pasaje Bollini, cincuenta años atrás, cuando Bollini era de veras un pasaje hacia tantas fantasías, con sus zaguanes en penumbras, con sus casas petisas y gastadas y abandonadas, un viejo que te decía, frunciendo la cara, ¿Y esto qué me significa?, cada vez que le hablabas de algo de lo que nunca había oído hablar. A veces te largaba:¿Dónde lo encontraste escrito? Ese es el punto focal del malentendido que está conduciendo hacia un pozo ciego a esta humanidad demasiado humana: ¿Y esto y aquello y lo otro, qué mierda me significan?
¿Qué me puede significar, por caso, que me hablen de un tal intelectual orgánico? Un oxímoron, diría un intelectual. El intelectual, palabra de insinuación burguesa y en cierto modo altiva, se supone que usa su intelecto, su capacidad única de discernimiento, para ir más allá de las cosas. Debe quebrar y eludir límites, buscar la región fronteriza de las cosas, de los sucesos. Debe sentirse libre de escribir, decir y callar lo que le dé en gana. Desde luego, tendrá que pagar un precio por eso. Unos le dirán que es un gran tipo y otros le dirán que es un gran hijo de puta. Es, no se crean, un precio alto. Mejor dicho, un precio tan feo como injusto. El intelectual orgánico, en cambio, no existe. A partir del momento en que se siente orgánico, con ciertas ataduras a un proyecto político, a un gobierno, o, si se quiere, con cierta predisposición a la ceguera, no es más que otra pieza de un organismo. Del sistema. Es un tipo que ha hecho una pausa en su facultad de pensar. No se trata de juzgarlo sino de hacérselo saber. Tarea quizá vana, porque muy probablemente te responda: ¿Y esto qué me significa?
III
En las grandes ciudades del país las personas de buen pasar vagan por las galerías de los centros comerciales examinándose atentamente el ombligo, es decir, venerando la idiosincrasia de su ombligo, del hoyito de carne estriada y con pelusas alrededor del cual gira la Tierra, su Tierra, es decir, su auto, su casa, su seguridad suya, su colegio privado de sus hijos, su asistencia médica privada, su televisión por cable, su temporada de descanso en su Brasil, en su Miami o en su Polinesia, su empleada sumisa, su rotweiller, su infidelidad excusable, su apoliticismo político y partidario del político que le asegure que por el resto de sus días tendrá su auto, su casa, su colegio privado, su asistencia médica privada, su televisión por cable, su temporada de descanso en su Brasil, su empleada sumisa, su perro jodido, su permiso para ser infiel y, vaya, claro, su aire de tipo apolítico.
Van de un lugar a otro, el pecho inflado de arrogancia, con algún electrodoméstico a cuestas y un fajo de desdén en la billetera. Caminan sin mirar hacia atrás porque temen convertirse en estatuas de sal, como le ocurrió a la mujer de Lot, y en la escuela nos han enseñado que a las estatuas de sal les cuesta mucho darse maña en el manejo de un control remoto o de una tarjeta de crédito, y, más trabajoso aún, hablar, hacerse entender a la hora de, pongamos, decirle al pibe limpiaparabrisas de la esquina que no está en tus planes bajar la ventanilla de la puerta de tu auto muy tuyo porque tenés la certeza de que detrás del pibe limpiaparabrisas aflorarán cien pibes limpiaparabrisas que te destriparán, y entonces perderás tu auto tuyo y todo lo muy tuyo que representa esa carrocería espléndida. Que es mucho. Y todo tuyo. Un hato grande de ganado que tiene a la pobreza como pecado mortal y desprecia al pobre por encima de todas las cosas. Que ha echado a dormir la visión y toda percepción de su propio sumidero. Que vive en una civilidad fundada en nubes de betún que nunca jamás habrán de disiparse. “En verdad, la representación de la realidad ha sido dada vuelta. La imagen lisa, televisiva, y la prensa, han destruido el pensamiento, la capacidad de ligar lo inmediato a las causas de su existencia. Sólo una sociedad llevada por el terror hasta el extremo de la estupidez y la chatura, despojada de afectos, de imaginación, de sensibilidad, empavorecida, puede haber despojado de significación a lo que ven y perciben acobardados por sus ojos diariamente, pero que la inteligencia no anima” (León Rozitchner, Página/12, julio de 2004)
IV
¿Qué me significa la democracia como camino único, sagrado e inamovible hacia el bienestar de una sociedad? Usted elige, usted decide quién y quiénes serán los paladines de sus necesidades y sus anhelos. Vamos, eso es tomadura de pelo. El voto es un placebo de libre albedrío. No es otra cosa que una melancólica escenificación de civismo, de un celo por las instituciones que dura lo que un parpadeo. Una diligencia tribal: meter una papeleta en un sobre; luego, el sobre en la ranura de una caja, y de regreso a casa comprar ravioles, una botella de vino tinto; almorzar, dormir la siesta que permite este sistema. El de una ranura. Al día siguiente, a cerrar la boca y a obedecer. En la fábrica, en la oficina, en la escuela, en la calle. Y en momento alguno dudar del fatalismo que rige nuestra vida. Todo en orden. Las instituciones, que nunca sabremos para qué sirven, a buen resguardo. Los cerdos en su chiquero, las gallinas en su gallinero y los timoratos en su pecera. Un año más, como tantos otros, de convalecencia de la nada, de antropocentrismo porteño. A las provincias el porteño les presta un poco de atención no más que tres, cuatro veces al año; cuando el noticiero le dice que en tal provincia asesinaron a una familia, cuando en la otra hay pobres que comen gatos, o que más allá un tipo violó a dos mujeres y veintisiete cabras, y, por sobre todas las
cosas, cuando ya en junio se pone a pensar a qué provincia se irá de vacaciones en enero o febrero del año siguiente. ¿Hará frío en Cafayate? ¡Qué va a hacer, si es en el litoral! Yo prefiero las Termas de Río Hondo, en Ushuaia, o Santa Rosa de Calamuchita, por allá, quizá en Neuquén.
V
Al imbécil la mirada de las personas que caminan por la calle no le excitan ningún significado, ni ganas de buscarlo. Le significan algo espantoso, en cambio, los ojos y la mirada de las personas que están echadas en un colchón en la vereda de una calle, junto a los muebles que pudieron reunir y llevarse el día del desalojo. Significan la vagancia, el destino del que eligió la dejadez, la irresponsabilidad, el placer y la libertad de vivir a la intemperie. Yo me rompo el lomo, laburo diez horas sin parar, y estos tipos se meten en el umbral de una iglesia a dormir y emborracharse mientras sus hijos andan pidiendo limosna en trenes y colectivos y restoranes.
VI
¿Qué me significa lo que le pueda significar a un tipo que no hace más que absorber los significados de un eventual y convincente hacedor de la significación? Yo significo, tú significas, él significa. Nosotros significamos un bledo. Hemos logrado (mejor: ¿por qué hacerme cargo de eso?), álguienes, algunos, han logrado despojar al significado de su significación. Un estado de cosas en el que impera la insignificancia.
VII
¿Cómo, de qué manera original o, al menos, novedosa y pasible de asombro, escribir acerca de lo que uno y muchos otros hemos escrito ya tantas veces? Comienza a resultar fastidioso corroborar que las palabras escritas tiempo atrás, y repetidas hasta el cansancio, bien puede uno reiterarlas y reiterarlas, una y otra vez, pese al correr de los años, con formidable oportunidad, y, desde luego, con su debida insignificancia. Feo y grotesco. Melancólico y aterrador el comportamiento del poder político. Eso de la tenacidad en mantener un error, de perseverar en el cretinismo y la insolencia. El gobierno y sus cosos, la oposición acomodadiza y sus cosos, los grandes medios de comunicación y sus escribas y habladores y sus intelectuales cosos, todos, pero absolutamente todos, han resuelto sitiar el discernimiento. Un asedio a la razón. Un bloqueo al sentido común. Porque, al final de cuentas, es cierto que pensar se ha convertido en un hecho revolucionario. O, por qué no, subversivo.
El país está habitado por millones de personas que de modo alguno pueden caer en la osadía de tornar visible su significación.
Permanezcan en sus barrizales, bestias. No se les ocurra asomar por la gran ciudad esas caras insatisfechas y poco logradas. Porque la ciudad, con el activo sostén de sus vecinos ilustres, ha resuelto suprimirlos con la indiferencia. ¿No han comprendido que consigo sólo traen malestar? Nosotros, el poder, no los reprimiremos más de lo que nos permite la ley: será la sociedad, hastiada y saturada de sus desplazamientos por calles y geografías que no les pertenecen, la que les pondrá límite. La que los pondrá en vereda.
Váyanse, muéranse, olvídense de que han nacido, y, si les cabe, si todavía cabe en sus anhelos locos, rueguen al señor, agradezcan el hecho de haber sido alumbrados. Pero nunca olviden el consejo de Celine: “La gran derrota, en todo, es olvidar, sobre todo lo que te mata, y morir sin llegar a comprender jamás hasta qué punto los hombres son bestias. Cuando estemos al borde del hoyo no nos pasemos de listos, pero tampoco olvidemos; hemos de contarlo todo, sin cambiar ni una palabra de las lacras que hemos visto en los hombres, y entonces liar el petate y bajar. Es suficiente como trabajo para toda una vida”.
Publicado en El Psicoanalítico, septiembre de 2016
Archivo
Anticipo de “Papeles Quemados”, último libro de Ricardo Ragendorfer
Para los amantes de nuestra sección de Archivos LCV, llegó el libro que estaban esperando. “Papeles Quemados”, publicado este mes por editorial Planeta, rescata las crónicas que Ricardo Ragendorfer escribió para Télam entre 2021 y 2023 y que sufrieron los efectos destructores que impuso la “batalla cultural” iniciada por Javier Milei en 2024. Algunas de ellas ya fueron ‘resucitadas’ por La Columna Vertebral en esta misma sección. Un material valioso que pretende vencer la censura ocurrida luego del cierre de la Agencia Nacional de Noticias que inhabilitó su plataforma y ya no fue posible acceder a la cablera de fotos y notas y tampoco a su valioso archivo. “Papeles Quemados”, historias escritas con la inconfundible pluma de Ragendorfer que entrelazan datos curiosos sobre protagonistas del dos siglos de historia, ya sean famosos del poder, del mundo artístico y también seres anónimos. Allí se entrelazan crónicas que van de San Martín, a Capablanca pasando por el Che Guevara o Ringo Bonavena.
A modo de anticipo, LCV comparte hoy una de estas joyas: “Romance de la muerte de Juan Lavalle”.

Romance de la muerte de Juan Lavalle
Su nombre completo era Juan Galo de Lavalle. Y en 1814, siendo teniente de las tropas del Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata combatió al general José Gervasio Artigas durante el segundo Sitio de Montevideo. Ese fue su bautismo de fuego.
A partir de entonces, su carrera militar y política fue ascendente.
En 1828 derrocó al gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, antes de vencerlo en la batalla de Navarro y ordenar su fusilamiento.
En aquel entonces, Juan Bautista Alberdi, un muchacho de de apenas 18 años, seguía con suma atención el desarrollo de los acontecimientos.
Se trataba de un ávido lector de Montesquieu. Y para canalizar su visión del mundo, se identificaba con la causa unitaria.
Una década después, durante una mañana otoñal, marchó al exilio. Y ya en el bote que lo arrimaba al bergantín a punto de zarpar hacia Montevideo, se permitió un gesto cargado de teatralidad: arrojar al agua la divisa punzó que el régimen rosista hacía usar a los ciudadanos.
Entre las múltiples ocupaciones que desplegó en esa ciudad resalta la de secretario del general Juan Lavalle, quien estaba sumido en los preparativos de su ofensiva bélica contra Juan Manuel de Rosas.
Alberdi se sentía un espectador privilegiado de la Historia.
Pero el vínculo entre ellos fue difícil, dado el pésimo talante del militar y su tozudez política. En resumen, la simpatía de Alberdi por el ideario de la Revolución Francesa chocaba con las fantasías napoleónicas de Lavalle. De modo que ese lazo laboral no fue duradero.
Aún así, el 2 de junio del año siguiente Alberdi acudió a la Puerta de la Ciudadela para ver a Lavalle partir hacia la isla Martín García al frente del Ejército Libertador, una fuerza de casi tres mil hombres que batallaría contra los federales. Fue la última imagen del general que él se llevó a los ojos.
Disparos al amanecer
Lo cierto es que Lavalle creía estar bendecido por la Providencia. Semejante pálpito se derrumbó como un castillo de naipes al ser derrotado, dos años más tarde, por el general Manuel Uribe en la batalla de Faimallá, en Tucumán.
A partir de entonces inició una larga marcha hacia la nada. Únicamente conservaba doscientos hombres extenuados. Su propia estampa alta y rubia lucía declinada. Poco quedaba del héroe de Ituzaingó, Riobamba y Maipú. Frágil de salud y remordido por el fusilamiento de Dorrego, el general estaba por cumplir 44 años cuando se acercó con su milicia a San Salvador de Jujuy. Corría el 8 de octubre de 1841.
Esa noche de cielo encapotado la tropa quedó acampada en las afueras de la ciudad al mando del coronel Juan Esteban Pedernera.
Lavalle avanzo hacia el casco urbano para pernoctar bajo algún techo, a sabiendas de que la autoridad unitaria había puesto los pies en polvorosa. Lo acompañaban su edecán, Pedro Lacasa, el secretario civil, Félix Frías, dos oficiales y ocho soldados. Allí también estaba Damasita Boedo, su soldadera, una despampanante pelirroja que encubría sus curvas con ropaje varonil.
San Salvador era la viva imagen de la desolación y el presagio. Lavalle y los suyos encontraron refugio en el viejo caserón de la familia Zerranuza, abandonado unos días antes por el delegado unitario, Elías Bedoya, ahora en desaforada fuga.
El general y Damasita se instalaron en el dormitorio que enfrentaba al segundo patio. Frías y Lacasa, en una habitación pegada al zaguán. Otra fue ocupada por los dos oficiales. Y los soldados se tendieron en el primer patio. Menos el centinela, apostado junto al portón de cedro macizo.
Al clarear se detuvo ante aquella vivienda una partida federal de quince jinetes al mando de Fortunato Blanco. Buscaban a Bedoya sin imaginar quién realmente se alojaba allí.
El centinela atrancó el portón y dio la voz de alarma.
Lacasa y Frías se lanzaron al dormitorio de Lavalle. El edecán exclamó:
– ¡Los enemigos están en el portón, general!
– ¿Qué clase de enemigo son? –quiso saber Lavalle.
– Son paisanos –respondió Frías.
El secretario evitaba mirar a Damasita con poca ropa, casi desnuda.
–No hay cuidado. Manden a ensillar, que nos abriremos paso –fueron las palabras de Lavalle mientras comenzaba a calzarse las botas.
Sobre la mesita de noche estaba su pistolón francés. Y él lo observó de soslayo. Damasita, desde el lecho, también.
Lacasa y Frías fueron hacia el fondo para buscar los caballos.
Frías se apresuró en partir en su cabalgadura por la salida posterior para avisar a Pedernera lo que sucedía. Sin embargo, sufrió una demora por eludir la posición de la patrulla atacante.
Mientras tanto, en el acampe tropero –a medio kilómetro– prevalecía la incertidumbre; hasta allí había llegado el griterío de los federales. Pedernera entonces ordenó a los soldados ponerse en movimiento. De pronto –tal como lo consignaría él en 1886, al dictar sus memorias–, fue audible a lo lejos “tres descargas de tercerola seguida de otra distinta; luego, un silencio espeso”.
Aquellos mismos estruendos hicieron que Lacasa, aún en los palenques, volviera sobre sus pasos. Lo que vio en el siguiente instante quedaría grabado para siempre en sus retinas: Lavalle despatarrado en el zaguán con la garganta destrozada en medio de un charco de sangre, y las convulsiones del final. A centímetros de la mano izquierda yacía su pistolón.
Sólo Damasita estuvo con él en el momento de los disparos. Y seguía ahí, semidesnuda.
Lacasa la cubrió con su capote.
Los federales ya se habían alejado.
La marcha fúnebre
Desde ese preciso momento, el tiempo empezó a transcurrir con una lentitud exasperante. Y el silencio era sepulcral.
Algunos soldados rodearon el cuerpo. Otros estaban ante el portón con los ojos clavados en la cerradura rota que uno de ellos señalaba con un dedo. La escena parecía congelada. Y sin palabras se dio por sentado que un balazo de tercerola la había atravesado para impactar en el cuello del general.
Su cadáver quedó en el caserón, mientras la tropa reiniciaba el repliegue hacia el Alto Perú. Pero, súbitamente, Pedernera detuvo la marcha y mandó a dos soldados y un teniente a rescatarlo. Ellos volvieron con el muerto cargado en su caballo. Un poncho le hacía de mortaja.
Durante la travesía, por la mente de Frías desfilaron postales dispersas sobre su última etapa junto a Lavalle. Una etapa difícil de descifrar, en la que sus actitudes, reacciones y reflejos ya resultaban inquietantes. Entre éstas, su inclinación por desatender las responsabilidades militares para entregarse a los placeres de la carne.
Como cuando –aún muy afectado por la derrota de Quebracho Herrado– se recluyó en una hacienda de Catamarca para compartir con la bella Solana Montemayor –esposa del gobernador riojano, Tomás Brizuela– cuatro días y noches sin salir de la cama, mientras sus oficiales, desesperados, iban y venían de un lado a otro de la puerta a la espera de instrucciones.
En aquella circunstancia, Frías le dijo a Pedernera:
–La causa de la libertad, señor coronel, se pierde por las mujeres.
La respuesta fue:
–Hay algo peor, don Félix: durante la batalla él se colocaba tan cerca de las líneas de tiro, que parecía buscar la muerte.
Es posible que Frías evocara tal diálogo durante esa mezcla de huida lenta y procesión fúnebre. Y quizás entonces haya volteado la vista hacia el caballo cargado con el cuerpo del general bajo una nube de moscas. El sol abrasador no favorecía su conservación.
Damasita cabalgaba a una distancia prudencial.
Frías enfocó su mirada en ella.
Fruto de una aristocrática familia salteña, esa mujer de 23 años era hija del coronel José Boedo y Aguirre, sobrina del diputado Mariano Boedo y hermana de José Félix Boedo, un joven federal fusilado con un tío materno en vísperas al desastre de Famaillá por orden de Lavalle. Y a pesar de la súplica de clemencia llorada por Damasita.
Pero luego se le presentó otra vez, para decir:
–Quiero seguir tus ejércitos. ¡Soy unitaria!
El amor entre ellos tuvo esa penumbra.
Frías –que no comulgaba con la idea del tiro que atravesó la cerradura– seguía observando a la soldadera del general.
Sólo Damasita –pensó él– atesoraba el misterio de su muerte. ¿Acaso lo vio infringirse ese desenlace o fue ella la llave vengadora de su final?
La travesía fue tortuosa. Por su avanzada descomposición, al cuerpo de Lavalle hubo que desencarnarlo en el poblado de Huancalera. Pero los huesos –debidamente lavados–, la cabeza –envuelta en un pañuelo muy ajustado– y el corazón –sumergido en aguardiente– fueron llevados a fines 1r42 a la ciudad trasandina de Valparaíso.
Fue precisamente allí donde Juan Bautista Alberdi supo los detalles del final de Lavalle por boca de Frías.
Ambos por entonces estaban exiliados en Chile.
Damasa jamás volvió a Salta. Y murió con su secreto en 1880.

