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Favaloro: Un diagnóstico que no pierde vigencia, por Oscar Taffetani

Publicado en revista Nueva, en 1991, casi nueve años antes de su muerte.

El Dr. Favaloro nació el 12 de julio de 1923.

Se quitó la vida con un tiro en el corazón el 29 de julio del año 2000.

A las 7.30, puntualmente, fotógrafo y cronista, algo incrédulos, suben por el ascensor que lleva al Instituto de Cardiología del Sanatorio Güemes, en Buenos Aires, uno de los lugares en donde el Dr. Favaloro atiende a sus pacientes, opera del corazón o da una clase magistral. Detrás del escritorio, con la bata puesta, como un bombero de guardia, el cirujano saluda a los periodistas. Es alto, corpulento, y tiene modos campechanos. Si uno lo viera por la calle difícilmente adivinaría su oficio de arreglar corazones. Pero la bonhomía no lo salva a René Favaloro del primer disparo periodístico (después de todo, los otros también tienen su oficio):

  • Dr. Favaloro ¿cuál fue la última propuesta política que le hicieron? Ah, no quiero entrar en ese terreno. Estoy cansado de decir que no me van a ver a mí metido en la política. Una cosa es la política general, la Política, con mayúscula, donde sí tenemos el deber de participar, y otra son los cargos políticos. A mayor trascendencia de una persona dentro de su comunidad, mayor es la responsabilidad de participar. Si me piden una opinión, la doy. Nunca dejé de participar. Recuerde que yo me eduqué en la universidad reformista que es la universidad del ‘sí, me importa’. Allí se hablaba de extensión universitaria, de que la universidad debía extenderse a la comunidad. Yo vengo de aquella vieja universidad y siempre me expresé políticamente, aunque no me afilié a partido alguno.
  • ¿Cree en la necesidad de vidas ejemplares para la sociedad? ¿se ve a sí mismo como un modelo?

No quiero entrar en la moralina barata. Uno debe tratar de que cada acto que realice esté dentro de los caminos éticos, de eso que aprendió en el hogar, en la escuela, en la vida misma. Le doy un ejemplo: yo aquí sigo atendiendo a todos los pacientes por igual. El que no lo crea, tiene que venir los viernes, el único día que atiendo pacientes, y ponerse allí, donde está usted, si le tengo que hacer una indicación quirúrgica la voy a hacer sin que me importe si es rico o si es pobre. En el equipo compartimos esta mentalidad. Ahí tiene los Diez Mandamientos (la Declaración de Principios) que hacemos respetar en la Fundación.

  • Doctor, usted acaba de publicar La Memoria de Guayaquil, un libro que revela el proyecto de integración latinoamericana que ya tenían San Martín y Bolivar, a la luz de ese pensamiento, y del pensamiento de los que vinieron después ¿cómo imagina el futuro argentino?

Mire, primero tenemos que entender que ningún país vive aislado del mundo. Estamos entrelazados. La humanidad ha tenido períodos de estabilidad, períodos de cambios y períodos de transición. Ahora vivimos una transición signada por la revolución tecnológica. La tecnología ha invadido todo, y la sociedad tiene que pensar hasta dónde es inteligente hacer llegar las cosas.

  • ¿Se opone al desarrollo tecnológico?

No, para nada. Pero me pregunto si mi abuelo no era más feliz que yo, antes, cuando no había radio y se vivía en la casa, se cultivaba la huerta, se jugaba un partido de naipes por la tarde, se tomaba un vasito de vino…La tecnología lo ha invadido todo. Interviene en lo educativo a través de la televisión. Tiene una influencia tremenda.

Saber mirar

  • Bueno, volvamos a la Argentina

Bueno, yo estoy de acuerdo de que en la Argentina se tomen muchas de las medidas que se están tomando, acá el Estado era una cosa monstruosa que frenaba el desarrollo. Pero de ahí a creer que todo debe ser privado hay mucha distancia. Pensar así es no conocer la historia. El Estado tiene que seguir regulando muchas cosas de la vida social, por ejemplo, la educación y la salud. Tiene el caso de Japón que no obstante ser un representante clarísimo de la llamada sociedad liberal, tiene la medicina totalmente estatizada.

  • Gran parte de la dirigencia del país toma el modelo norteamericano

Mire, yo creo que nuestro país está lleno de pseudoliberales y no de liberales. Tienen que volver a leer a Adam Smith con cuidado. Ahí hay definiciones que serían sorprendentes para los pseudoliberales ¿usted cree que Inglaterra se hizo grande con el libre cambio o con el proteccionismo? ¿hay o no hay proteccionismo en Estados Unidos donde subsidian a los productores y regulan la importación? Y la distribución del producto interno…¿qué me dice? Vea cuál es la distribución del PBI en los países auténticamente liberales y compare con la distribución en nuestro país, donde la clase obrera no sé si llega al 20%, mientras que en los países adelantados está entre el 40 y el 50%. Yo aspiro a una sociedad en donde la libertad sea el concepto máximo, pero donde exista la justicia y la renta se distribuya de un modo más equitativo.

  • ¿Por dónde habría que empezar a cambiar? Por la educación. Conozco América Latina, la he recorrido decenas de veces. Hay miles de problemas para resolver pero la mayoría están conectados con la educación. En nuestro país el estado es calamitoso. Yo voy siempre a los colegios secundarios y hago la misma pregunta: ‘¿qué leyeron?’ Y sí, puede ser que el Martín Fierro, pero uno le pregunta a los chicos por Guillermo Enrique Hudson, por ejemplo, y lo miran como si uno estuviese hablando en japonés. No conocemos a los autores fundamentales que hablan de lo nuestro.
  • Algo que tienen en común con Sarmiento, que miran a los Estados Unidos… ¡Pero miran mal! El americano de las series violentas no es el americano medio, el americano común. Yo viví diez años allá, en un barrio de esos que decimos bacán, en Cleveland, y pinté mi propia casa porque todos los vecinos, que eran de clase media alta, lo hacían. El americano en su sótano tiene de todo. Se rompe una canilla, la arregla. Ahorra sus pesitos, corta el césped, trabaja. Ese americano es el que ha construído a los Estados Unidos. Ese es el americano que Sarmiento admiraba. Un país en donde un periodista puede decir por televisión lo que se le canta; un país en el que un juez puede liquidar a un presidente. Están en una crisis tremenda, pero van a salir justamente porque existen esas cosas.
  • Si tuviera en sus manos la salud y la educación de la República Argentina ¿qué medidas de primeros auxilios tomaría?

Bueno, aquí lo prioritario es organizar el sistema de salud. Hubo tentativas importantes, habría que rescatar lo que hizo Carrillo, y lo que hizo Oñativia, para nombrar personas de sectores diferentes, pero nos hace falta hacer un gran debate sobre el estado de la salud en Argentina. Habría que reunir a la Universidad, las Academias de Medicina, las entidades que representan a las clínicas y sanatorios, la Confederación Médica, la CGT, los representantes del Estado, los representantes patronales. Elegir un pueblito tranquilo, juntarlos y decirles: tienen 3 meses, o 6 meses, trabajen porque tenemos que organizar la medicina del país como corresponde. Yo soy partidario de un sistema unificado como el de Canadá. Fíjese, de acuerdo al informe del ministro el presupuesto de salud es del 9%, que es casi lo que gasta Canadá. Sin embargo, aquí está mal el hospital público, están mal las clínicas y sanatorios, están mal los sistemas prepagos y, además, la gente se siente mal atendida. Algún día habrá que poner todas esas cosas juntas y discutirlas en profundidad.

  • ¿Por qué algún día? ¿Es utópica la propuesta de un gran debate nacional?

En este momento se está trabajando en el Ministerio de Salud. Yo formo parte de la Comisión que intenta relevar el estado actual de la salud y examinar las propuestas. Veremos si tenemos la valentía de decir las cosas como hay que decirlas.

Las raíces

  • Usted es de La Plata ¿va allí a menudo?

Semanalmente voy a La Plata. Tengo familiares allí. Está mi casa natal en la calle 5. Allí vivieron mi padre, hasta los 86 años, y me madre hasta los 91. Están mis raíces en La Plata. Para mí es la gran ciudad universitaria. Ha caído bastante últimamente pero sigue siendo un centro cultural.

  • ¿Sólo un centro cultural?

La Plata es, fundamentalmente, la universidad. Están los frigoríficos, la destilería, pero para mí es fundamentalmente esa universidad por la que pasaron miles de estudiantes de toda América Latina. Esa universidad que creó, con sentido helénico, Joaquín V. González.

  • Y donde se apuntaló la reforma…

Sí, podríamos hablar largo de eso. Da para un libro.Y fíjese que a pesar de la cosa económica, de la crisis, yo sigo gozando de sus calles y sus plazas.

  • Usted fue alumno de Martínez Estrada en el Colegio Nacional de La Plata…

Sí, claro, fue mi profesor de literatura. Teníamos grandes maestros allí. La idea de Joaquín V. González fue llevar al Colegio lo mejor, ya sea de la misma universidad o de afuera. Tuvimos maestros como Henríquez Ureña, Magliano, los hermanos Heras, Carlos Sánchez Viamonte, y una pléyade de gente maravillosa. Fíjese que nosotros en el colegio leíamos el Quijote, leíamos a Esquilo, a Sófocles ¡y los analizábamos! No era cuestión de leer fragmentos, como ahora.Y terminaba la clase y salíamos conversando con ellos, con los maestros, por los corredores. Hasta los sábados y domingos íbamos al Bosque, caminábamos conversando sobre el pasto, bajo el roble.

  • Algo parecido a la Academia de Atenas… Claro, vaya a ver la parte de atrás del Colegio Nacional, hasta la columnas son atenienses. Se nos daba una formación humanística, se buscaban valores trascendentes. Yo siempre digo que eso es lo que hace falta. Primero formemos al hombre, porque ese hombre va a tener que tomar decisiones en su actividad específica, y esas decisiones van a estar de acuerdo con su formación humana.
  • Gracias! ¿Gracias por qué?
  • Pensaba que había olvidado de responder cuáles serían los primeros auxilios en educación.

Bueno, en educación tenemos un proyecto importante en la Fundación, claro que no de primeros auxilios. Con el Instituto de Cardiología, Cirugía Cardiovascular y Transplantes de Órganos, la investigación clínica y la docencia se van a desarrollar más. En su estructura arquitectónica y en tecnología, el Instituto está igual o mejor que cualquier centro de excelencia del mundo. Son 238 camas para toda la comunidad. Para toda la comunidad, entiéndase bien. El 10% está dedicado a la atención de indigentes. Hemos creado una red con otros centros de excelencia en el mundo para trabajar todos juntos.

  • Usted se la pasa trabajando… Mi padre era carpintero y mi madre modista. Mis cuatro abuelos eran inmigrantes italianos que llegaron a La Plata en el siglo pasado. Los Favaloro son sicilianos, los Raffaeli, toscanos. Éramos gente pobre. Yo tuve que trabajar como un loco para poder estudiar. Ahora sigo trabajando porque no conozco mejor filosofía. Por las mañanas, al afeitarme, me veo igual a mi padre.
  • Su jornada, sin embargo, debe ser diferente. Ahora tengo que ir a operar un caso complicado. Después seguiré operando y atendiendo hasta la noche. No almuerzo, me tomo un té y algunas galletitas. Son doce horas diarias de trabajo. Sigo viviendo como en Jacinto Aráuz, como en Cleveland, como acá. Trato de dar lo mejor hoy porque no sé dónde voy a estar mañana.
  • La revista Nueva llega a todo el país, yo quería pedirle… ¡Si llega al interior, llega a la verdadera Argentina! Yo sigo convencido de que el cambio que necesitamos va a venir del interior. No lo he dicho yo, lo ha dicho Martínez Estrada, lo han dicho tantos. La Argentina no contaminada está en el interior del país.
  • Yo quería pedirle un consejo para los jóvenes. Que no se contaminen, que no pierdan las raíces, que se den cuenta que son de un país con tradiciones culturales muy valiosas que hay que mantener. El mundo va hacia la internacionalización, es cierto, pero aún dentro de la internacionalización, los países deben mantener su estructura, su mentalidad, su alma. Y el alma nuestra está en el interior. En una pared de la Fundación Favaloro cuelgan 47 diplomas. El del centro, con membrete de la Universidad Nacional de La Plata, tiene fecha 22 de agosto de 1949. Desde esa fecha, René Favaloro, 68 años, casado, sin hijos, trabaja arreglando corazones. El de su patria, Argentina, es el que más duele, el que más cuesta.

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La bestia pop, por Ricardo Ragendorfer

Era un atardecer primaveral de 2015 cuando subí a un taxi en la esquina de Callao y Paraguay. A las dos cuadras, un semáforo en rojo detuvo su marcha. Entonces advertí que el chofer me observaba a través del espejito. Luego, dijo:

–Disculpe el atrevimiento, usted es…

Y remató la frase con mi apellido mal pronunciado.

Ocurre que el tipo me había reconocido por la foto con mi rostro que aparecía en las crónicas policiales que por esos días yo publicaba en un diario.

Pero, sin darme tiempo a contestar, giró la cabeza hacia mí, y soltó:

–Yo estuve en la banda de “La Bestia” Romero.

No dijo más, como dándome tiempo para asimilar el dato antes de que iniciáramos una conversación al respecto.

En ese lapso de silencio me vino a la mente una añeja historia.

El ángel de la guarda

El 7 de julio de 1983 hubo razzia en el Café Einstein. De modo que la avenida Córdoba, casi llegando a Pueyrredón, estaba cortada por dos patrulleros; otros tres acechaban a metros del mítico tugurio con los parachoques mordiendo el cordón de la vereda. También había un colectivo requisado para trasladar a los detenidos hacia la comisaría 19ª; en su interior ya no cabía ni un alfiler.

Ese jueves acababa de lucirse la Hurlingham Reggae Band, conformada por los integrantes de Sumo. Ahora, Luca Prodan, algo belicoso por la ingesta de ginebra, increpaba en la calle a un sargento obeso, con gesto impávido, que ni siquiera le devolvía la mirada; el tipo simplemente contaba hasta diez antes de prodigarle un cachiporrazo en la cabeza. Pero no llegó a esa cifra porque, de pronto, una oportuna mano se atenazó al cuello de Luca para arrancarlo de la escena. Era una mano inmensa, velluda, con dedos como morcillas de acero. Pertenecía a un sujeto morocho que de casualidad pasaba por allí. Lo cierto es que su tamaño atemorizaba. Sin embargo, exhibía una cara amigable. Un sexto sentido hizo que Luca caminara con él sin chistar.

Ambos terminaron en un piringundín de la calle Anchorena, a metros de la avenida Santa Fe. Allí el gigante era tratado por los mozos con deferencia. Uno de ellos llevó su campera de cuero al perchero. Recién entonces, Luca vio que por detrás de la camisa le asomaba, en el extremo superior del esternón, la cabeza tatuada de un águila, y que en su antebrazo derecho había tres palabras: “Madre, nunca más”. Luca quiso saber qué significaban. La respuesta: “Que a la cárcel no vuelvo”.

Fue la única vez en sus vidas que ellos se encontraron. Luca tardaría 12 meses y una semana en saber quien realmente era su extraño salvador.

Entre las sogas

Durante la tarde del 14 de julio de 1984, el cantante de Sumo ocupaba una mesa de El Británico con el poeta y periodista Tom Lupo. Las otras mesas estaban plagadas por parroquianos muy atentos en el televisor instalado sobre la entrada. La pantalla mostraba un ring con un individuo de smoking rojizo anunciando en el casino de Montecarlo la gran pelea de ese día: el venezolano Fulgencio Obelmejías versus el crédito criollo, César “La Bestia” Romero. El presentador exageró las vocales al declamar ese apellido. Luca observaba a los parroquianos con desprecio, ya que el boxeo no era su deporte favorito. Pero, súbitamente, su mirada se clavó en el televisor. Y se puso de pie, sacudido por un detalle: el púgil argentino tenía un enorme águila tatuado en el tórax.

Al sonar en Montecarlo la campana, Romero avanzó con pasos firmes al centro del ring. Allí lo esperaba Obelmejías, un nombre prestigioso entre los medio pesados. La Bestia, dueño del séptimo puesto en el ranking mundial, lo madrugó con un golpe feroz en el pómulo derecho. Su público en El Británico lo vitoreaba. Luca se había plegado con todo el alma a tal fervor. Y Lupo, al verlo así, no salía de su asombro.

Al concluir el primer round, Luca le contó los detalles de su breve pero inolvidable cruce con semejante personaje.

César Romero había nacido a comienzos de 1955 en una localidad del partido bonaerense de Merlo llamada Libertad. Casi un chiste para alguien que estaría preso desde los 17 hasta los 23 años. Ese fue el destino del primogénito de don Servano, un trabajador ferroviario que con su esposa, Antonia, tuvo otros siete vástagos. La familia se hacinaba en una vieja casa próxima a la estación y la plata no era suficiente para comer a diario.

En tal contexto, el pequeño César saltó de mandadero por unas monedas y repartidor de soda a malviviente precoz antes de cumplir los 12. Tanto es así que armó una bandita con pibes de su edad abocada al robo de cobre en los talleres del ferrocarril y mármoles en tumbas del cementerio de Santa Mónica. Después, ya adolescente, pasó al asalto a mano armada de comercios; también levantaba coches y hasta tuvo una fugaz incursión en el arte del “escruche”. El “frenteo” a una distribuidora de quesos en Liniers fue su perdición. Aquella aventura le deparó una penosa travesía por los penales de Olmos, Mercedes y Devoto. En tales infiernos, su envoltura corpórea –casi dos metros de altura y 84 kilos– lo convirtió en un convicto respetable. Un prestigio que, por cierto, supo consolidar a las trompadas.

En la cárcel empezó a ser llamado La Bestia. Y allí se hizo boxeador. Su obsesión era dejar la reja con esa salida laboral. Pasaba horas entrenándose. Aporreaba una ojota sostenida por un muchacho del pabellón, practicaba con otros presos, saltaba la soga, hacía abdominales y corría por el patio. Así era su rutina diaria. Y la mantuvo hasta obtener libertad condicional

Último round

La Bestia salió de Devoto en otoño de 1978 con el águila en el pecho y otros 32 tatuajes, incluso uno en el pene. Entonces se hizo estampar el último; o sea, aquella promesa a doña Antonia por escrito.

Se trataba de un juramento con dobleces. Y que en esa velada con Luca, La Bestia completó con una aclaración: “Si se me mete otra vez el diablo en el cuerpo y me toca perder, prefiero que la yuta me haga boleta, o me boleteo yo, pero a la cárcel no vuelvo nunca más”.

Por aquella época, su redención parecía una profecía consumada. Tras prepararse en Pergamino con el “Canga” Bonet se abrió camino en el mundillo amateur. Y debutó como profesional en 1981, ganándole en aquella ciudad por puntos a Víctor Robledo. Otras victorias en Junín, Bahía Blanca y Moreno lo llevaron a peleas de semifondo en el Luna Park con resultados desparejos. Su carrera parecía condenada a combates de cabotaje. Pero la gran oportunidad le llegó al voltear en el segundo round a José María Flores Burlón, un uruguayo que tenía todo arreglado para enfrentar a Michael Spinks por el máximo cetro de la categoría. Seis triunfos más fueron el pasaporte de La Bestia para viajar a Montecarlo. Obelmejías era el paso previo a disputar el título mundial de los medio pesados en Miami por una bolsa de un millón de dólares.

En eso estaba en la noche del 14 de julio.

Sin embargo, el júbilo en El Británico se desinflaba como un globo con pérdida de helio, al igual que el ímpetu inicial de Romero en Mónaco. “Obel” –tal como le decían al venezolano– lo bailó, jugaba con él y al final del quinto round hasta le toco los glúteos para provocarlo. A duras penas La Bestia llegó en píe al último segundo del combate. Su gran sueño había terminado.

En ese mismo instante, Luca se despidió de Lupo con una sonrisa triste y salió del bar en silencio.

Casi una semana y media después, Lupo lo fue a buscar a una sala de ensayo del centro con un ejemplar de Crónica en la mano. Luca palideció al ver una fotografía de La Bestia en la tapa. El boxeador yacía sobre la vereda, boca arriba, con los ojos bien abiertos y los brazos en cruz. Esta vez lo había nockeado la metralla policial. Fue luego de asaltar con otros siete hampones una terminal de colectivos en la localidad de Isidro Casanova. Junto al cadáver resaltaba su FAL

Luca entonces comprendió que La Bestia había cumplido su promesa.

La elección de las armas

–Cuarenta y cinco minutos duró el tiroteo, macho –precisó el taxista, durante ese atardecer de 2015, cuando ya atravesábamos la avenida Las Heras.

También dijo que la “gorra” los había emboscado, ya que ese “achaco” estaba batido”, y que, junto a La Bestia, cayó su hermano mayor y otros dos cómplices, además de tres policías. Y que el resto de la banda logró huir con el botín: dos millones y medio de pesos (30 mil dólares de entonces).

Desde aquel fatídico hecho ya habían transcurrido más de tres décadas, pero aún persistía un enigma: ¿qué extraño resorte del destino habría incidido en que, a solo nueve días de pelear en Montecarlo, César Romero optara por salir “de caño”? Porque alguna poderosa circunstancia debió ocurrir para que –parafraseándolo– “el diablo se le metiera otra vez en el cuerpo”.

Al respecto corría un rumor, alentado por algunos periodistas deportivos de la época: su representante –y dueño del Luna Park–, Juan Carlos Lecture, le retaceaba el pago de su bolsa por el combate con Obelmejías: unos ocho mil dólares (de haber vencido, hubiese cobrado doce veces más). ¿Aquella habría sido la razón de su regreso al cuadrilátero del delito?

Antes de bajar del taxi, me permití saciar dicha curiosidad.

Entonces, el conductor giró la cabeza y, enarcando las cejas, dijo:

–Aquello fue un verso. Lecture le pagó hasta el último peso. Y con esa guita, ¿sabés qué? compramos las armas.

Publicada originalmente el 6 de junio de 2023 por la Agencia Télam

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“Monocracia y democidio”, por Oscar Taffetani

La nota que sigue fue publicada en la agencia Pelota de Trapo (PPe) y replicada el 26/9/2007 en el sitio de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos). Habida cuenta de lo acontecido en el país, de 2007 a esta parte, merece una relectura. El Archivo LCV sigue sumando notas de selección para tratar de entender porqué estamos como estamos.

MONOCRACIA Y DEMOCIDIO

En los manuales escolares de otras épocas se traducía el aristotélico término democracia como “el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo”.

Al bueno de Aristóteles ya le faltaban, reconozcamos, algunas páginas en su libro (por ejemplo, una que dijera que los seres humanos esclavizados también eran -y son- sujetos de derecho).

Y de Aristóteles a esta parte, mucha agua (y sangre) ha corrido bajo los puentes, hasta llegar al presente, cuando oscuros poderes se han adueñado de territorios y países, usando el prestigio, cada vez más devaluado, de la palabra democracia.

Un término que acuñaron los constructores de autopistas -colectoras- le sirve al nuevo Establishment argentino para justificar su modo pragmático de juntar votos. Por derecha o por izquierda, por arriba o por abajo, juntar votos. Sólo votos, sin otro contenido que un par de nombres en una boleta. Y sin programa. Y sin compromiso de nada. Como un cheque en blanco firmado a un representante que será -si gana- “el representante de todos” (o sea: el representante de nadie).

Un complemento para las colectoras (especie de ley de lemas que ni siquiera respeta las formas de la ley de lemas), son otros notables inventos argentinos: la borocotización (comprar a un diputado y darlo vuelta, cuando ya ha sido elegido) y la doble candidatura (una mezcla de ensoñación y realismo, expresada en la consigna: “vóteme para presidente, que quiero ser diputado”).

Los no representados


A partir de la crisis política incubada en los últimos años del menemismo -crisis que estalló y se manifestó en toda su magnitud durante el gobierno de la Alianza- hemos podido ver colectivos (es decir, conjuntos humanos) muy diversos, con dolores y demandas y aspiraciones que no habían sido recibidas ni escuchadas ni satisfechas por la política tradicional, ni por las instituciones tradicionales.

Obreros y empleados, por ejemplo, a los que un decretazo, una ley amañada o un per saltum de la Corte Suprema los había dejado, de la nochea la mañana, sin “su” empresa, sin “su” fábrica, sin trabajo ni casa ni lugar en el mundo.

O jóvenes argentinos del color de la tierra -otro ejemplo- legítimos habitantes de las selvas y los bosques del Noroeste, súbitamente arrojados al otro lado de una alambrada, empujados por perros guardianes (y por guardianes perros) lejos de su hábitat, obligados a mendigar, a hurtar naranjas y a caminar por los márgenes de una ciudad siempre hostil.

¿Quién representa a esos argentinos de Cutral-Có, de Tartagal, de Villa Diamante y Ciudad Oculta, a los de “Fuerte Apache” y “Los Hornos”?

(¡Hasta los nombres nos hablan de su orfandad!).

Nadie los representa, nos respondemos. Se representan a sí mismos, cuando pueden. Y como pueden.

Un ex presidente se jacta, en su libro de Memorias, de haber “apagado el incendio”, es decir, no de haber ayudado a los pobres a salir de su pobreza, sino, simplemente, de haber neutralizado su protesta.

Una candidata a presidente sale de gira por el mundo a decirle a los mismos lobos y buitres de siempre que la Argentina es un país “con grandes oportunidades de negocios”.

Ninguno de los candidatos con chance de ser gobierno, en este baile de las colectoras, se anima a prometer (¡siquiera a prometer!) que va a terminar con el hambre en el granero del mundo, o que recorrerá las calles y caminos en persona, para dar techo a los sin techo y trabajo a los que no lo tienen.

No. En estas elecciones, los candidatos con chance, los favoritos de las encuestas, ya ni siquiera se molestan en hacer promesas. Ellos sólo esperan el cheque en blanco que venga de las colectoras. Como si fuera un trámite administrativo. Como obtener una licencia para gobernar.

El gobierno emergido en esas condiciones, ya no será del pueblo por el pueblo y para el pueblo, como pide la antigua fórmula aristotélica. Es decir: ya no será, cabalmente, democrático.

¿Y qué será, entonces? No lo sabemos. Se nos ocurren variantes extrañas. Formas aún no conocidas. Nuevas argentinadas. Monocracia y democidio, por ejemplo.

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Carta desde el País del Nomeacuerdo, por Hernán López Echagüe

Esta semana, el Archivo LCV incorpora una nota publicada en la revista Humor, publicación que funcionó como un faro en tiempos de dictadura, y fue crítica con el menemismo. Conviene recordar el marco dentro del cual HLE escribía una serie de cartas a un amigo imaginario

En 1989 , Carlos Menem indultó a todos los jefes militares procesados que no habían sido beneficiados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; a líderes y miembros de organizaciones armadas revolucionarias (algunos de ellos ya desaparecidos); a los ‘carapintadas’ que se rebelaron contra la democracia en la Semana Santa de 1987 y en 1988; y, finalmente, a los integrantes de la Junta de Comandantes condenados por los delitos cometidos durante la guerra de Malvinas.

Seis decretos firmados en diciembre de 1990 indultaron, finalmente, a todos los miembros de las Juntas Militares condenados en tiempos de Alfonsín (1985) y otros genocidas con proceso abierto. Quedaron afuera: Videla, Massera, Agosti, Viola, Lambruschini, Camps, Suárez Mason, Ovidio Richieri, Martínez de Hoz. También indultó en ese diciembre a Firmenich y Norma Kennedy.

Hoy recuperamos para el Archivo LCV, una nota publicada en la revista Humor de Hernán López Echagüe. Por entonces, un joven apenas retornado del exilio que iniciaba sus primeros pasos en periodismo. Llevábamos siete años de democracia y los indultos de Menem eran una marcha atrás de todas las conquistas en Derechos Humanos. Hoy Carlos Menem es el único presidente del siglo XX que tiene su retrato en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada.

Carlos Menem, presidente 1989-1999

Carta desde el País del Nomeacuerdo

Publicado en la revista Humor, diciembre de 1990.

Che, me olvidaba de algo. Hubo una época en que las personas se pusieron a desaparecer, de pronto, de la noche a la mañana. Sin pausa. Cientos y cientos de personas de toda edad que se ponían a no estar nunca más. Y los ojos de los vecinos no percibían nada. Y las bocas de los vecinos parecían bocas sin fundamento, o quizá con fundamento no más que para abrirlas y tragar fideos italianos, galletas alemanas, quesos franceses. ¡Vinos de Portugal por dos mangos! Había mazapán en las venas. ¿Te acordás? ¿Te acordás del general Acdel Edgardo Vilas? Decía el tipo: “Los mayores éxitos los conseguimos entre las dos y las cinco de la mañana, la hora en que el subversivo duerme (…) Yo respaldo incluso los excesos de mis hombres si el resultado es importante para nuestro objetivo”. ¿Te acordás? ¿No? Pero quizá te acuerdes del general Ibérico Saint-Jean que, entre otras cosas, se hizo famoso por su frase: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. O del general Jorge Rafael Videla: “En la Argentina morirán todos los que sean necesarios para acabar con la subversión”. Años más tarde, ya en democracia, al amparo del indulto que le había obsequiado Menem y en tanto se mojaba el garguero con whisky importado durante una cena de camaradería, Videla celebró la matanza, y, con aires de asesino ocurrente, soltó: “La sociedad argentina tendría que habernos pagado por los servicios prestados”.

Luego, a partir de diciembre de 1983, la historia incontrastable del exterminio selectivo que habían tramado los militares con toda meticulosidad cobró vida a partir de relatos de toda naturaleza: jurídico, periodístico, novelesco, televisivo, cinematográfico. Supongo que te acordarás de La historia oficial, también del Nunca más, y, desde luego, del histórico juicio a las Juntas. Fueron años de dolorosas e interminables reconstrucciones. Que a Esteban se lo llevaron de su lugar de trabajo una tarde, a los golpes; que a Cristina, que estaba embarazada, la sorprendieron en la calle, la ocultaron en alguna catacumba, la asistieron en el parto, le robaron el hijo y después la asesinaron; en la casa de Jon, que de la vida no esperaba más que recibirse de ingeniero, casarse y tener un par de hijos, el grupo de Tareas se instaló a lo largo de una semana… Y ya no están, nunca más volverán a estar.

A partir de diciembre de 1983 el dolor se transformó en cifras: más de cuatro mil desaparecidos en 1976; trescientos cuarenta y dos por mes; once cada día. Más de tres mil en 1977; doscientos treinta y ocho por día… Cifras y más cifras. Contados cuerpos. Personas que nunca jamás volvieron a aparecer. Y ahora los ojos han vuelto a cerrarse, los oídos a enlodarse, las bocas a callar.

En fin, no era mi propósito amargarte. Pero el País del Nomeacuerdo es hoy una realidad ineluctable.

Otro abrazo.

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