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Planeta Giussani

Gambito de dama, por Laura Giussani Constenla

Yo creí que sabía jugar al ajedrez. Mi papá me enseñó de chiquita pero me aburría horrores, no entendía de qué se trataba. Igual nos mandábamos nuestras breves partidas de ajedrez, por mi parte, solo lo hacía para ver su cara de felicidad -seguramente creía que la hija le iba a salir inteligente, tan chiquita y moviendo el caballo bien-. Después de ver Gambito de Dama comprendí cómo se debía aburrir mi padre jugando conmigo. En fin, yo me embolaba para verlo feliz, y él se aburría pensando que así aportaba a mi racionalidad. Lo cierto es que nunca supe jugar al ajedrez de verdad verdadera ¿Cómo se hace para tener pensadas las jugadas, las respuestas, las variantes que ofrecerá el contrincante y así hasta el jaque mate?

Sí, acabo de ver Gambito de Dama, serie sugerente si las hay. Una mina que fluctúa entre la hiperconcentración narcótica racional y el instinto animal. Hermosa mujer, además, que obliga a ver la serie del principio al fin sólo por la hipnosis de su mirada. Lo más parecido al liderazgo que se me ocurre.

Líder, digo, y la política aparece en el tablero. El juego de la política.

Después de pasar por la mancha, poliladron, la escondida, el truco o el distraído, cambiamos de juego. Veníamos con los naipes, solo había que barajar y dar de nuevo. Todo dependía de las cartas que te tocaran y tu picardía. De pronto, nos arrojaron a un tablero blanco y negro. Y eso ya no es para cualquiera.

Un reino frente a otro. Tanto las blancas como las negras tienen un rey y una reina, con algunos escuderos y peones. El blanco tiene ventaja por ser el que empieza (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia). Y en este tablero blanco y negro en el que nos han metido, temo que casi todos somos peones. Aunque, claro, también existen algunos escuderos que tienen más movimientos pero el juego no termina porque se coman un alfil, un caballo o una torre. Ni siquiera a la reina. Hay que acabar con el rey que, si es inteligente, se retira antes de que lo maten.

Lástima que los que mueven las fichas son otros. Lo mínimo que nos cabe saber a nosotros, los peones o escuderos, es si somos blancas o negras. Hagamos un ejercicio de imaginación. Un rey con su reina frente a un ejército enemigo que también tiene su rey y su reina. Hay quienes nos quieren hacer creer que la partida es entre Alberto y Cristina. Para mí, los dos forman parte del mismo color: las negras, obvio. La confusión es parte de la estrategia. De un lado y del otro.

Decenas de aperturas hay para el juego. Una de ellas se llama “gambito de dama” que consiste en sacrificar un peón, el que cuida a la dama, para tentar al enemigo, ahí la tenés, sin custodia. Un contrincante avezado entiende el significado de ése ofrecimiento y puede aceptarlo o declinarlo porque seguramente es una trampa.

Nadie sabe a ciencia cierta de qué se trata el juego. “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?”, decía Jorge Luis Borges.

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Anarquistas del mundo, uníos!, por Laura Giussani Constenla

Años atrás, solía recorrer la calle de tierra frente a mi casa un vecino que vendía pan y huevos. Andaba con su bicicleta y un canasto ganándose el peso. Solíamos charlar sobre la vida y el mundo. Sus humores políticos eran cambiantes. Una mañana, se detuvo en la puerta y bufó: “Hoy me desperté con el tal comunismo”, para lanzarse a insultar las políticas del gobierno blanco en Uruguay. La frase quedó grabada en la familia.

Bueno, hoy, yo me levanté ‘con el tal anarquismo’. Cómo podemos permitir que el esperpento que tenemos como presidente apele al anarquismo para definir sus políticas ultraconservadoras. Basa su caracterización en una ferrea voluntad de destruir el Estado por dentro. Con un discurso que rompe toda lógica, nos roba hermosas palabras desarmando un rompecabezas histórico y social que tanto nos costó construir. Patea el tablero con el único fin de descolocarnos y paralizarnos.

Es verdad que el anarquismo era crítico al Estado, pero los motivos de la crítica eran bastante distintos, consideraban que esa forma organizativa de la sociedad nacía con el capitalismo y tenía como único fin perpetuar una situación de injusticias, opresión e inequidad. Intentaremos desmontar una de las principales falacias de Milei y sus acólitos.

La definición de Estado es tener el monopolio de la fuerza dentro de un territorio

¿De qué hablamos cuando hablamos de Estado? Según todos los diccionarios y estudiosos, el Estado es un tipo de organización política que tiene como principal característica, como base fundacional, el monopolio del uso de la fuerza dentro de un territorio. Ese es el pilar sobre el que se construye una estructura rígida administrativa y burocrática para hacer cumplir las leyes autoimpuestas.

Puede tener distintas formas de gobierno: autoritario, democrático, socialista, monarquico, peronista, comunista, etc. Las características de cada Estado dependerá de su Constitución o de lo que se dio en llamar un Contrato Social. ¿Quiénes firmaron ese contrato? Yo señor? No señor. Pues entonces quien firmó? Sin duda los ganadores de alguna guerra, los poderosos de la tierra, que establecieron las condiciones. Puestos por ellos los límites, sólo resta defenderlos con el uso de la violencia de las armas frente a cualquiera que viole los principios sobre los cuales se armó esa arquitectura política.

Sin aburrir con definiciones sociológicas, citaré solo una, la de Max Weber quien en 1919 define al Estado moderno como una «asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio”. Y va más allá, es “el monopolio de la violencia legítima como medio de dominación y que, con este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado a todos los seres humanos que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas».

Los anarquistas, es cierto, tenían como punto focal anular esa forma política organizativa a través de diversas propuestas que iban de Proudhon a Bakunin o Kropotkin, quienes con variantes apuntaban a acabar con un sistema de clases sociales en donde el fetiche de la propiedad privada debía ser destruida por ser la causa de las injusticias, tanto sociales como políticas. Los anarquistas abogaban por colectivizar los medios de producción a través de gestinones obreras, con una organización política descentralizada y comunitaria.

Una cosa es dinamitar el Estado para los anarquistas y otra muy diferente hacerlo para los capitalistas

El Estado, como cualquier otro producto de la sociedad, la cultura, es decir, como cualquier otro invento de organización social de la humanidad, es discutible. Pero una cosa es dinamitar el Estado para los anarquistas y otra muy diferente, hacerlo para los capitalistas.

Si, en definitiva, el Estado consiste, fundamentalmente, en “el monopolio de la fuerza”, cualquier libertario lo primero que debería combatir para acabar con él sería aniquilar el sistema de seguridad. Pero no. De todas las burocracias estatales, las únicas que cobra fuerza en el gobierno ‘libertario’ son la policía y los militares, además de los sistemas de inteligencia. La represión avanza. ¿Eso nos hará más libres o más dominados?

Posiblemente este Topo dentro del Estado quiere arrasar con todo, sin embargo, en lugar de dejar a las Fuerzas del Cielo el orden de las cosas, el único presupuesto que aumenta sin problemas es el de las Fuerzas de Seguridad, bien terrenales, ellas.

En lugar de dejar a las Fuerzas del Cielo el orden de las cosas, el único presupuesto que aumenta es el de las fuerzas de seguridad. El pilar del Estado.

La libertad, para estos libertarios del siglo XXI, es la sublimación de la propiedad privada, pagar menos impuestos, poder comprar cosas baratas importadas. Todo lo que una persona supuestamente decente, debe tener. Claro que hay un 50% de la población que carece no sólo de alguna propiedad sino de lo más básico, dinero para alimentarse y vestirse. En su simplismo teórico, Milei considera que los que no tuvieron nada hasta ahora, o lo perdieron, “por algo será”: tontos, inútiles, delincuentes, drogadictos, buenos para nada. Gente que no pudo crecer, siguiendo las claras reglas del capitalismo (entre las principales: pisarle la cabeza al de al lado).

Nos encontramos en una situación curiosa. Así como los anarquistas debieron huir de los regímenes comunistas porque no desbarataron ese monopolio de la fuerza, por el contrario, avalaron la Dictadura del Proletariado, Milei da la sensación de seguir un camino similar, llegar al ‘no Estado’ soñado a través de una dictadura del capitalismo. El topo dentro del Estado elegirá destruirlo cuando no haya oposición alguna.

Claro que el capitalismo también tiene sus matices. En tiempos de antagonismo entre capitalismo y socialismo, allá por los años 40, Perón inventó el término de la Tercera Posición, que consistía en un Estado Capitalista con Justicia Social. Quien debía garantizar esa igualdad de oportunidades, en este caso, era también el Estado. Podemos discutir si esto es posible o si hiere los cimientos mismos del Capitalismo que tiene como ídolo americano al Self made Man. El hombre que se hace solo.

Hacia allí también dispara sus dardos venenosos el supuesto anarcocapitalismo. “Hay algo más aberrante que la justicia social”? Suele preguntarse el presidente. El capitalismo debe presentarse en su versión más pura: nada debe interferir en el destino de los hombres. El Estado menos que menos.

Perón llegó a apagar el incendio de una lucha de clases desatada y comprendió que el Estado debía ser arbitro y garantizar un equilibrio social

Del Estado sólo le gusta mantener el monopolio de la fuerza. Nuestro titán antiestado, el guardián de la Libertad, quiere volver a un momento previo, a nuestros orígenes como país capitalista, cuando nadie podía conquistar derechos sin recibir balas a cambio. Y aún así, los conquistaron. Fueron, sobre todo, los anarquistas y socialistas de principios del novecientos. Luego, Perón llegó a tratar de apagar el incendio provocado por esa guerra de clases y entendió que el Estado debía ser arbitro y garantizar un equilibrio social en el que los trabajadores no perdieran, al menos, la dignidad.

Nuestro autopercibido León, nuestro Rey de la Selva, quiere volver, como es lógico, a la ley de la selva. Sin atenuantes, que sobreviva el mejor, siguiendo cierto darwinismo social. Está claro que el mejor será siempre el dueño de los medios de producción, quien es el que maneja, de manera eficaz, el monopolio de la fuerza del Estado.

Confieso que a mí el Estado, tal como lo conocemos, como una organización armada que apunta contra el pueblo y se apoya en una burocracia política que no nos representa, tampoco me gusta. Pero por motivos totalmente contrarios a los que expone Milei y su supuesto anarquismo libertario.

Y, mientras el Estado exista, prefiero, obvio un Estado arbitral, que garantice al menos la vida, la salud, la educación, la dignidad de los desposeídos de la tierra. Esa parece haber sido la razón de ser de la continuidad del peronismo como movimiento siempre vivo. Siempre atento a dar algunos derechos a ‘los pobres’. No en destruir a los ricos y de ese modo acabar con la pobreza. Entonces sí seríamos libres.

Cansada de los engañapichangas semáticos, pido, al menos, que las palabras recobren su valor. No nos dejemos robar más significados, quedaremos huérfanos de ideas.

A mis queridos libertarios, los verdaderos, les digo: Anarquistas del mundo Uníos. Combatan a este impostor. Si de retroceder dos siglos se trata, me meto en el túnel del tiempo y me uno a ellos, con sus hermosos himnos cargados de fuerza y emoción.

Hasta la próxima, y salú!

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LCV

La cultura de la crueldad o la infantilización de la política, por Laura Giussani Constenla

Todavía en estado de shock por el discurso de Milei en el encuentro de La libertad Avanza en La Plata. Ojalá que no nos acostumbremos, mantengamos un estado de perplejidad ante cada acto de deshumanización de la política. La semana pasada, dijo el presidente ante una multitud que lo vitoreaba: “¿La crueldad? Sí, soy cruel, ´kukas´ inmundos, sí soy cruel con ustedes, con los gastadores, con los empleados públicos, con los estatistas, con los que les rompen el culo (sic) a los argentinos de bien”.

Más allá de lo increíble que resulta un presidente confesando que odia a sus empleados (que no son Gasalla, son los que mantienen en pie al país con hospitales, escuelas, bibliotecas, organismos dedicados a mejorar la calidad de vida de sus hermanos), al tiempo que considera que hay “argentinos de bien” a quienes le rompieron el culo.

La ambigüedad de la frase provoca una reacción curiosa que quizás explique la popularidad de semejante personaje. Todos o casi todos los argentinos podrían sentirse identificados con “esos a los que le rompieron el culo”. Por motivos totalmente diferentes, a todos nos rompieron un poco el culo: por pobres o pequeños empresarios, por homosexuales o por mujeres, siempre por estatales -porque si a alguien le rompieron el culo en las últimas décadas fue a los profesionales del Estado, incluída la década ganada de Cristina, en la que no pudieron ganar su derecho a un sueldo digno y en blanco, por no meterme en temas más inquietantes-.

Plata Dulce. Icónica escena: ‘Llega la factura del gas, pic, llega la factura de la luz, pic…pic, pic, pic”

Hubo tanta sobreactuación del Bien, que finalmente El Mal está resultando seductor.

Además, ese temita de “los argentinos de bien” me recuerda a la consigna de la dictadura: Los Argentinos somos Derechos y Humanos. Medio país llevaba en su coche o repetía la consigna con orgullo: Somos Derechos y Humanos. Los militares se sentían guardianes del ‘bien’ y la ‘democracia’. Todos los golpes militares se hicieron en nombre de los ‘altos valores democráticos’. Su lucha por la supuesta democracia fue tan feroz que no dudó en matar, torturar, descuartizar, tirar gente viva al río, robar bebés, anular toda expresión popular a través del terror del Estado, y enriquecerse y robar, mientras se arrodillaban frente a poderosos y llevaban adelante un plan económico de endeudamiento y destrucción de los pilares de la industria nacional, entregando un país hambreado en solo siete años de gobierno.

Hubo algo más cruel que la dictadura militar del 76 al 83? Difícil de imaginar.

Sin embargo, Videla murió creyendo en la ingratitud del pueblo: los militares, creyeron que habían triunfado -y habían triunfado, al menos los otros/nosotros habíamos sufrido una derrota que nos quebró el alma- Ya sea por Malvinas o porque el imperio andaba rondando otras playas, los milicos le abrían las puertas a la democracia. Se creyeron impunes, héroes de la Patria: ‘Atrás, comunistas, atrás. Adios subversión trostskysta o peronista. Aquí le devolvemos la bandera argentina planchadita, planchadita, planchadita’.

Cómo hicieron Videla, Massera y Agosti, junto a sus conmilitones, para lograr semejante victoria? Transformaron en fieras feroces a sus tropas. Las cebaron con ideología nazi -se sabe, solo así se recupera la democracia, dirían en sus elegantes reuniones, sembradas de whisky o champaña, y muejeres de todo tipo, señoras elegantes o bataclanas, que admiraban el poder de los hacedores de la ‘paz’-.

(cualquier referencia a Trump que salta de guerra en guerra, tira misiles aquí o allá, para tener un mundo en paz, según sus dichos, es pura casualidad.)

Más allá de haber convertido en monstruos a sus tropas y a buena parte de la sociedad argentina, todavía se escudaban en algo humano: disfrazar su ferocidad en “lucha por un bien común”: La Patria, La Democracia, La Soberanía o Dios. Grandes palabras que sirvieron como cohartada de la masacre. Todavía, a décadas de distancia y juicios y condenas, mantienen un discurso monolítico, hasta los arrepentidos: “Lo hacíamos contra un mal mayor”.

Parecía imposible, pero quizás Milei sea aún peor que los dictadores. Es aún más cruel que cualquier animal, un león que destroza un venado no es cruel porque no tiene conciencia de su acto, se supone que un ser humano sí. Sabe lo que hace y dice, también sus consecuencias. En ese discurso que quedará en los anales del mal, agregó:

La fábula de la rata inmunda y el León poderoso

Entonces, mientras las ratas inmundas y sus compañeritos de trabajo, mis excompañeritos de trabajo (los diputados) quieran reventarnos el resultado fiscal con políticas demagógicas, lo que no se dan cuenta es que podrán retrasar un poco el ritmo al que nos expandimos porque nos hace subir el riesgo país, pero la gente los va a castigar en las urnas. La gente entendió que ajustar al fisco es devolver el dinero a la gente, y la gente está mejor.

He aquí la banalización del bien y del mal. Ya no es un mundo libre, justo, soberano, en un país feliz sin discriminación, en donde todos podamos comer y vivir y gozar y desear con total libertad como soñaban los revolucionarios de antes; y tampoco un país que se arrodille ante un Dios sin humanidad, la Patria o lo que fuera, como decían los militares y derechas de cualquier ralea.

En los setenta todavía no habíamos conocido la cara oculta del neoliberalismo. Hoy lo dicen a boca de jarro, nuestros valores no son la democracia, ni la revolución socialista, ni un país feliz, tampoco Dios, la Patria o el Hogar. Nuestra fe y nuestra vida misma la ponemos para lograr el valor supremo del “equilibrio fiscal”.

Entramos en tiempos de sinceridad al palo. He conocido utopías más tentadoras que el ‘equilibrio fiscal’.

Milei, en suma, piensa algo así como: “Sí, soy cruel, me encantaría matarte como a una cucaracha, lástima que no puedo porque vivimos en una democracia de mierda ¿A quién me gustaría matar como cucarachas? A todos los estatales, que no me rompan las pelotas esos maestros, docentes, cineastas, charlatanes que nada producen. Ni qué hablar de los kukas planeros. Nosotros trabajamos para los argentinos de bien que deben soportar a esos hincha pelotas que no nos dejan vivir. Dicen que son personas esos obreros que protestan, esos zurditos que pretenden distribución del ingreso, pero no, son cucarachas y yo soy un León. ¿dónde estudiaron economía, a vos te hablo Kichi, lo único que debemos venerar son los números, el riesgo país, el valor del dólar, y el equilibrio fiscal ¿qué economista sos? Si para eso deben morir 30 0 300.000 personas es un precio razonable para ser un país en serio, inserto en la comunidad internacional.”

El empleado convertido en cucaracha.

Lamentablemente, vivimos en tiempos en los que la peor cara del mal avanza en todo el planeta. Tan es así que Henry A. Giroux, Teórico fundador de la pedagogía crítica y director del Centro para la Investigación del Interés Público de la Universidad McMaster (Hamilton, Ontario, Canadá), lleva años tratando de entender lo que él llama la “cultura de la crueldad“. Así explicaba la situación en una entrevista brindada a la BBC:

“La cultura de la crueldad es un principio central, una forma de hacer política que se nutre de odio y de intolerancia. Y no es casual ni es un rasgo de la personalidad. Lo que estamos viendo ahora es una fusión de crueldad y política de maneras nunca antes vistas y celebradas, una crueldad que emerge en el día a día.

No puedes tener una democracia, ni siquiera una débil, sin un público informado.

Y lo que la derecha ha aprendido es que, si se controlan los medios de comunicación y de educación, no hacen falta ejércitos. Lo que se necesita son modos potentes de persuasión y el control de los sistemas de información.

Ahora, con las redes sociales, estamos en un periodo muy difícil en lo referente a ser crítico y hacer que el poder rinda cuentas.

Y todos los elementos del fascismo que vemos surgir en Hungría, en Argentina, en Italia no son nuevos, pero se están sucediendo a una escala que me parece casi inédita.”

Así las cosas, la responsabilidad de los periodistas, comunicadores y docentes, es aún más grande: todo empieza con la desinformación y la anticultura.

Con la deshumanización que significa echar cenizas sobre las líneas que dividen el bien y el mal, lo bello de lo horrible, la verdad de la mentira. La historia convertida en fábula, con Leones, perros, ratas y cucarachas. La infantilización de la política.

Ojalá volvamos a tener valores humanos. Aunque a veces el ser humano puede ser terriblemente cruel.

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La dictadura del Cerebro Mágico.

Por Laura Giussani Constenla, 9 junio, 2025

Allá por los años noventa surgió la idea de la Inteligencia Emocional. En apenas dos décadas saltamos un abismo conceptual para caer en la Inteligencia Artificial. Es decir, pasamos de la mente (inteligencia racional) al corazón (inteligencia emocional), y del corazón a la máquina (IA). Curiosa inteligencia. A pesar de ser el ‘don’ que nos diferenciaría de los animales, no terminamos de captar exactamente a qué se refiere y las definiciones varían según los autores. Sin pretender meternos en un laberinto filosófico, tomaremos un significado primario: la inteligencia es esencialmente humana, refiere a nuestra capacidad para observar la realidad y sacar conclusiones que nos permitan actuar evaluando las consecuencias. Ver, pensar, teorizar, actuar. Hay quienes piensan que la inteligencia nos puede servir para adaptarnos al medio y quienes la aplican para todo lo contrario: modificar la realidad. El pensamiento crítico ha sido un factor fundamental en el mundo contemporáneo.

La duda es: ¿puede la inteligencia ser artificial y no humana? ¿hacia dónde nos conduce la IA? A simple vista parecería que nos priva de uno de los entretenimientos más vitales de la humanidad: el arte de pensar. Primera contra, es una inteligencia pasiva, aburrida. Nos habituamos a formular una pregunta y dejamos que la máquina conteste. Como un deportista que abandona los entrenamientos, cabe imaginar que pronto se nos habrá adormecido, endurecido o entumecido el cerebro.

Nadie puede dudar que el avance tecnológico es una acción inteligente. Sin embargo, también lo es preguntarse hacia dónde nos lleva su uso cotidiano.¿Quién o quiénes fueron los inteligentes que crearon este sistema monstruoso que se ha convertido en el arma perfecta para el control social?

Uno de ellos fue Geoffrey Hinton, conocido como el padrino de la IA, ganador del Nobel en informática, luego de abandonar la plataforma, lanzó una mirada apocalíptica sobre el futuro. En el pódcast de Steven Bartlett “The Diary Of A CEO”, Hinton sostuvo que “la humanidad podría haber perdido el control sobre la inteligencia artificial” y llamó a los gobiernos y la sociedad a tomar medidas para evitar una catástrofe: existiría un 20 % de probabilidad de extinción de la humanidad, según los dichos del creador de la bendita inteligencia no inteligente. Otro científico arrepentido por las consecuencias de su invento.

¿Por qué el impacto del chatGpt fue tan grande?

Es fácil caer en la trampa. Todo empieza por aceptar definiciones equivocadas. Por ejemplo, he escuchado aquí y allá, en boca de personas de suma inteligencia, doctorados, licenciados y estudiosos de cien mil raleas, decir sin ruborizarse que vivimos en ‘la Era del Conocimiento’. La primera vez que lo oí pensé que mi interlocutor era medio pavote, que era un invento de él, porqué caracterizar como era del conocimiento al momento histórico que más se empeña en evitar que conozcamos, es decir, observemos, pensemos, saquemos conclusiones. La bendita globalización informática es exactamente lo contrario. Sin embargo, así se estudia esta época: Era del conocimiento.

Algún marketinero informático impuso el oxímoron Inteligencia Artificial a su producto revolucionario generando una expectativa errónea. Más poético y realista hubiera sido llamarla Cerebro mágico, como aquel fantástico juego de nuestra niñez. Claro que le quitaríamos esa pátina de racionalidad que desde hace varios siglos brilla como eje de cualquier ser inteligente. Y si algo no quieren los vendedores de la Inteligencia Artificial es que se lo vincule con un juego, todos prefieren llamarla ‘una herramienta’.

Una herramienta ¿para construir qué? O será una herramienta para destruir. En principio, avanza en la destrucción de todo lo que dieron en llamar ‘analógico’ para llegar al imperio de lo ‘digital’. Una vez más, me sorprendo con la elección de las palabras para definir estas nuevas realidades. Usar papel y lápiz es analógico, un término que remite a una acción del pensamiento (comparar, pensar), mientras ‘digital’ solo hace referencia a un dedo, imagino que es el dedo que usamos para ‘conocer’ el mundo a través de una computadora. El dedo que da ‘enter’, no a la cabeza que piensa que tenés que dar ‘enter’.

Como habrán notado, tengo un problema personal con este mundo en el que nos están obligando a vivir. Detesto los trámites on line. Una solución simple y sencilla para no moverte de tu casa y obtener documentos varios. Sin embargo, perderíamos menos tiempo en caminar o tomar un colectivo, hacer una cola mientras charlamos con el de adelante, y que un empleado nos escuche, que en pasar horas tratando de comunicarnos con un robot o una plataforma que generalmente te ofrece una serie de ‘preguntas frecuentes’ a las que respoderá con rapidez. Ocurre que en general, las preguntas que necesitan respuesta no están entre las opciones. La mía nunca está entre las opciones. Ese es el drama: ellos hacen las preguntas para las que tienen respuestas. Otras, prefieren no responder.

Andaba en uno de mis malhumores diarios frente a una situación que en la era ‘analógica’ (esa de comparar y pensar) me hubiera resultado fácil de resolver mientras en la maldita era ‘digital’, en la que el dedo manda, es una tortura, cuando María Urrutzola, una excelente periodista y amiga uruguaya, reenvía un artículo publicado en la revista Extramuros (cuya bajada es:“la escritura ante el declive del debate público”). El texto es de un filósofo joven y para mí ignoto que se llama Matt Smith y empieza así:

“La red de control digital de Estados Unidos no se construyó de la noche a la mañana. No fue construida en búnkeres subterráneos secretos por figuras sombrías. Se ensambló pieza por pieza, a plena luz del día, promocionada como progreso, conveniencia y, sobre todo, como patriotismo.

La genialidad de este sistema reside en su imagen de marca. La vigilancia se convierte en “eficiencia”. La identificación digital en “soberanía”. El cumplimiento se convierte en “libertad”. Y estamos presenciando cómo esta transformación se acelera ante nuestros ojos.

Según Smith, la primera fase de este experimento fue el COVID. “La prueba de estrés que se superó con éxito. El mundo entero aceptó confinamientos y trabajo en el hogar. Se impuso rápidamente el uso del zoom y conferencias a distancias. El poder comprobó que podía manipular fácilmente varias sociedades en forma simultánea.

Luego cita una serie de fases para terminar en la etapa en la que estamos ahora:

“Los sistemas de control modernos no se limitan a observar: se anticipan:

– ¿Dona a una organización no autorizada? Se le activa una revisión fiscal.

– ¿Habla usted con alguien de una lista de vigilancia? Vea cómo se reduce su disponibilidad de crédito.

– ¿Asiste a un evento marcado? Su perfil social queda marcado en todas las agencias.

– ¿Suscribirse a determinados boletines? Clasificación silenciosa para una mayor supervisión.

– ¿Compra combinaciones inusuales de artículos? La IA lo marca para que lo revise una persona.

– ¿Viaja fuera de sus pautas establecidas? El acceso a los servicios se ralentiza o se detiene.

Esto crea un sistema de aplicación preventiva de la ley, en el que su huella digital no sólo refleja su comportamiento, sino que lo predice y restringe antes de que se infrinja ninguna ley.

La red de control no se manifiesta como tropas de asalto en su puerta. Aparece como fricción en las actividades cotidianas:No espere disturbios en las calles. Espere retrasos en los vuelos, transacciones denegadas y «dificultades técnicas» que, de alguna manera, sólo afectan a determinadas personas.”

Chan.

Lo cierto es que con cada ‘like’ o ‘suscripción’ o compra on line, junto a verificación de perfiles por datos biométricos, estamos entregando a los dueños de los negocios y el poder datos fundamentales para aplicar un control preventivo.

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