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Graf Spee: la pequeña historia, el mito y un fantasma en el fondo del río, por Oscar Taffetani
El conde Maximilian Reichgraf von Spee, vicealmirante de la Marina del Kaiser, se hundió junto con su barco y con sus hijos Otto Ferdinand y Heinrich Franz en el combate de las Islas Malvinas, librado contra la Royal Navy inglesa e 8 de diciembre de 1914.
Para que no se perdiera el nombre de quien había sido un héroe de la Primera Guerra Mundial, la marina de guerra alemana lo recicló en el de un acorazado “de bolsillo” que sería utilizado durante la Segunda Guerra Mundial.
El Panzerschiff Admiral Graf Spee, gemelo del Deutschland y del Admiral von Scheer, fue botado en los astilleros de Kiel hacia 1934. Su desplazamiento total no excedía de las diez mil toneladas, para cumplir con la restricción que imponía a Alemania el Tratado de Versailles. Con plena carga, el porte se elevaba a 16.200 toneladas.
Tabiques interiores de duraluminio y planchas de acero unidas por soldadura autógena (en lugar de remache) habían servido para aligerarlo de peso. Un radar –hoy primitivo- con antena bipolar , dos aviones de reconocimiento –uno desarmado en la bodega- y generosos tanques de combustible le permitían una autonomía de navegación de 14.500 kilómetros con gran cobertura operativa.
No era un barco muy veloz (50 km por hora) si se lo pensaba como crucero, pero sí era veloz si se tenía en cuenta que en el exiguo espacio de 188 metros de eslora por 7,3 de manga mínima se habían podido instalar seis cañones de 280 mm; 8 de 150; 6 de 105 y ocho de 37; diez ametralladoras de 20mm; ocho tubos lanzatorpedos y la catapulta del hidroavión. Un acorazado de bolsillo que burlaba la restricción de Versailles y que hablaba, al mismo tiempo, de una seria intención beligerante de Alemania al comienzo de la década del 30.
La guerra ha comenzado
“Esta foto que ve aquí la tomé yo desde el puente, en septiembre de 1939, cuando navegábamos por el Mar del Norte. El capitán Langsdorff nos reunió a todos en cubierta y nos informó que la patria había entrado en guerra, y que iba a necesitar de nosotros. El Graf Spee tenía que ir al Atlántico Sur a interrumpir las líneas inglesas de abastecimiento desde Australia y Sudamérica”

Quien habla es Rudi Stefanowski, septuagenario, cañonero del Graf Spee radicado desde hace medio siglo en nuestro país. Es uno de los pocos tripulantes del acorazado de bolsillo que llegaría a ver –hipotéticamente- cómo reflotan en Punta del Este los restos de aquella nave de guerra que un día lo trajo hasta la Argentina (un poco involuntariamente, hay que decir).
“Entré a la Marina en 1937, como voluntario. Hice seis meses de preparación en tierra y luego embarqué en el Schlewig-Hollstein, un acorazado construido en 1908 y que había servido en la guerra del ’14. Estas fotos que ve son de cuando hice el primer viaje. Estuvimos en las costas inglesas, españolas, en Canarias, en Cuba, en Venezuela”.
Anita, la esposa de Rudi desde el convulsionado 1945, trae otros álbumes, fotografías y cartas; acompaña el relato que el suboficial Stefanowski, artillero a cargo de una de las piezas de 150 mm del Graf Spee hace de su vida. No muy diferente del que ella misma –una de las tantas hijas de colonos alemanes en la Argentina casadas con tripulantes del Graf Spee- podría hacer.
“La misión que teníamos –prosigue Rudi- fue cumplida. Entre septiembre y diciembre de 1939 capturamos y hundimos nueve barcos mercantes, en el Atlántico y en el Índico. Como el barco era gemelo del Deutschland y del von Scheer (había muy pocas diferencias en el castillo y en la torre), el capitán Langsdorff a veces ordenaba cambiar el nombre o pintar de algún color distinto. Los ingleses estaban creídos de que había más de un crucero alemán en el Atlántico Sur, y era sólo el Graf Spee”.
“El barco de aprovisionamiento que teníamos en el Atlántico era el Altmark, que cargaba combustible en el Pacífico (Lima y Valparaíso). Algunas veces transbordábamos al Altmark a los prisioneros de los barcos hundidos o capturados. Había muchos angoleños o mozambiques, como los que ve en la foto”.
El artillero Stefanowski sigue recorriendo el álbum. Las pequeñas fotografías de 6×6 o de 6×12, fotos de aficionado, hablan de un interés por documentar todo lo que vivía y veía. Hasta un tiburón a flor de agua mereció el disparo oportuno de la cámara.
“Dos veces estuve a punto de alimentar con mi cuerpo a los tiburones. La primera fue en las Indias Occidentales, el Caribe. No le hice caso a mis compañeros y me tiré al agua desde el bote , para nadar un poco. Insistían en que subiera, así que regresé. Apenas regresé al bote, vi pasar una sombra inconfundible atrás mío. Casi no cuento el cuento. La otra vez fue en el Graf Spee. Se enredó la cuerda de un bote en la hélice y yo me tiré con el cuchillo entre los dientes y la corté por abajo. Cuando subí, un oficial me felicitó por la acción, pero me dijo que no corriera otra vez esos riesgos. El mar estaba lleno de tiburones”.
Enhebrando una y otra anécdota, Rudi Stefanowski recuerda cuando una vez sus servicios de improvisado hombre-rana le valieron una condecoración.
“Llegamos con una lancha hasta un carguero inglés que habíamos detenido. Entonces vi que uno de los tripulantes tiraba un paquete al agua y me lancé a recupearlo. Era el libro de claves de la flota inglesa en el Atlántico”.
Una batalla naval en serio
El hunting group (partida de caza) enviado por el Almirantazgo inglés para acabar con el molesto y destructivo acorazado de bolsillo. Fue casi una task-force: Exeter (8.390 ton, capitán S.Bell); Achilles (7.030 ton, capitán W.F.Parry); Ajax (6.985 ton, capitán Ch. Woodhouse), más el apoyo del crucero pesado Cumberland, que no llegó a entrar en acción.
Según cuenta Rudi Stefanowski, los días 12 y 13 de diciembre el avión de reconocimiento del Graf Spee estaba averiado y eso posibilitó a la partida de caza inglesa sorprender al crucero alemán. Los pormenores del encuentro son conocidos: el Graf Spee puso fuera de combate al Exeter, pero resultó severamente averiado y con bajas en su tripulación. El mismo capitán Hans Langsdorff fue herido en la batalla. Ante la inminencia de un desastre, Langsdorff puso proa a Montevideo –puerto neutral- con la esperanza de reparar allí las averías y cargar combustible.
Lo que no tuvo en cuenta el capitán del Graf Spee fue la presteza y habilidad del servicio diplomático inglés, que a través de su embajador en Montevideo, sir Eugen Millington Drake (no en vano se portan ciertos apellidos), consiguió que gobierno uruguayo diera un plazo perentorio –e insuficiente- al Graf Spee para abandonar el puerto.
La suerte estaba echada. Dice Stefanowski: “Durante toda la noche estuvimos inutilizando las piezas de artillería y los equipos electrónicos del barco, arrojando muchas partes al agua allí mismo, en el puerto de Montevideo… Si quieren buscar cosas del Graf Spee, que busquen allí, y no en Punta del Este. El día 17 trasladamos por la tarde mucha gente a tierra. La lancha iba y volvía llena de gente, a la vista de los ingleses. Pero había unos 20 tripulantes por viaje que no volvían al barco. Al atardecer, el capitán Langsdorff y un grupo de 36, entre los que estaba yo –que me ocupé de levar anclas- llevamos el Graf Spee a cuatro millas de la costa y lo hicimos estallar con todos los explosivos que quedaban a bordo. Un poco antes nos transbordamos al Altmark y de allí a remolcadores argentinos. El capitán se suicidó el día 20 en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires. Antes nos había hablado a todos. Nos había dicho –a los oficiales especialmente- que tratáramos de conseguir ropa de civil y regresar a Alemania, que nos necesitaban”.

El artillero Stefanowski cree que el capitán Langsdorff tuvo instrucciones del Alto Mando de hacer lo que pensara conveniente, y que decidió hundir al Graf Spee simplemente para evitar que cayera en manos inglesas y fuera reciclado.
Internados y prófugos en la Argentina neutral
Con arreglo a los acuerdos de Ginebra (1864) para guerra marítima y a las convenciones de La Haya (1899 y 1907) para guerras terrestres, el gobierno argentino dispuso la internación de los “náufragos” del Graf Spee hasta la finalización de la contienda. La oficialidad fue confinada en Martín García, mientras que la suboficialidad y la tropa, luego de alojarse en el Hotel de Inmigrantes, fue ubicada en residencias y campamentos del interior del país.
De los 1.140 tripulantes del crucero, 35 habían muerto en la batalla; algunos, después; y otros tantos se habían fugado aprovechando el benigno régimen de internación (el diario El Mundo de Buenos Aires informaba el 9/4/40 que once oficiales se habían fugado y protestaba contra la “vista gorda” del gobierno argentino).
Un total de 1.039, según da cuenta el diario La Razón de Buenos Aires ese mismo año, fue distribuido en distintas provincias, principalmente Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires (lugares con importantes colonias alemanas).
En 1943, Stefanowski y un importante grupo de internados del Graf Spee fue trasladado al Club Hotel de Villa Ventana, lujosa construcción –hoy destruida- enclavada en las sierras del sur bonaerense y que había pertenecido a los ferrocarriles británicos (era residencia de veraneo del personal jerárquico).
“En esa época –cuenta Stefanowski- sólo nos ocupábamos de cazar, pescar y cortar leña. El Club Hotel había sido abandonado en perfectas condiciones y sólo tuvimos que reparar y hacer funcionar la usina eléctrica”.

En 1945, Stefanowski se casa con Ana; y su camarada Bernard Traupt con Rosa, una hermana de ésta, también perteneciente a la colonia alemana de Coronel Suárez. A pesar de ello, finalizada la guerra, es devuelto a Alemania con el grueso de los internados.
Confinado –nuevamente- en Munsterlager, un campo de prisioneros bajo control inglés, recibe documentación y un permiso para trabajar y radicarse en Alemania (sic).
Entonces, visita a sus padres, reconoce la aldea de Warsleben, su sitio natal, que había quedado “del lado ruso”. Trabaja como techista en Hannover y finalmente consigue desplazarse hasta Austria, Italia, puerto de Génova y por fin, ya sí por elección, la Argentina.
Junto con Ana abre una cervecería en Rosario. La llama Grinsing, como un bello barrio de Viena. En 1949, abre Caballo Blanco en San Lorenzo. Ese mismo año nace Roman, su único hijo.
En los ’50, abre la hostería Cruz del Sur en Sierra de la Ventana. Termina de fundirse allí y entonces se emplea en la cervecería de otro alemán (Gambrinus) y en el Hotel Austral de Bahía Blanca.
Hacias los ’60, se asocia con otros dos para explotar el Hotel Suizo, en la ciudad sureña. Más tarde, instala su propia “Munich” allí. Por último, crea el restaurante “Graf Spee”, que florece durante el corto período 1972-76.
Con el producido de la venta del Graf Spee gastronómico, Stefanowski compra una pequeña chacra en Coronel Suárez, para estar cerca de su hijo Roman, que ha regresado de Alemania con un título de técnico en molinos harineros. Pero su corazón no anda del todo bien, por lo que vende la chacra de Suárez y se radica definitivamente en Bahía Blanca. Naturalizado desde 1949, percibe hoy una pequeña jubilación argentina y una pequeña asistencia alemana por los años trabajados allá.
Su vida no fue tan aventurera como la del camarada Helmut Berlin, tornero del Graf Spee, quien halló la martingala perfecta para las ruletas de Mar del Plata y Necochea, estudiando el desgaste de los bujes de bronce, y se hizo muy rico (aunque le prohibieron de por vida la entrada a los casinos). Tampoco fue tan afortunada como la de su camarada Helmut Hanussa, que pudo regresar “bien” a Alemania.
La vida de Ana, que amasa los “ñoquis del 29” mientras escucha el relato –y que cocinó durante 32 años en negocios propios y ajenos- tampoco fue tan afortunada –tal vez- como la de su hermana Rosa, que vive con su familia “de lado ruso” de Alemania y tiene dos meses y medio al año para veranear en las costas del Báltico.
La vida de Rudi fue sí, tal vez, como la de su camarada y amigo Heinrich Lince, fallecido en Bahía Blanca a mediados de junio pasado. Juntos se reunían a evocar la aventura del Graf Spee, juntos se reunían a repasar el álbum. Mientras agonizaba de un cáncer, Lince le dijo a su amigo: “Ya puedes irte, Rudi”. A la mañana siguiente, la esposa de Lince vino a avisarle que había muerto.
“Yo no sé dónde se está mejor o peor –reflexiona Rudi-, si aquí o allá. Este país me recibió muy bien en una época de abundancia. Por las calles de Rosario, aún en los barrios humildes, se olían los asados. Los carniceros decían “a ustedes (los alemanes) les gusta el hígado” y nos lo regalaban. Se podía andar paseando a cualquier hora, sin problemas. Luego vinieron tiempos duros, pero nunca me faltó oportunidad de trabajar. Yo le estoy muy agradecido a la Argentina”.
Lo que sale a flote y lo del fondo
Rudi Stefanowski es miembro de la Bordkameradschaft Panzerschiff Admiral Graf Spee, que vendría a ser una asociación de veteranos del Graf Spee. La asociación edita semanalmente el boletín Spee Info, donde se da cuenta de los decesos, se transcriben testimonios y se cultiva la memoria del legendario capitán Hans Langsdorff. Por su parte, la Marina de la RAF (República Federal de Alemania) ha botado un nuevo Graf Spee, con los últimos adelantos técnicos en la materia.
Cada tanto, en ocasiones especiales, se reúnen los veteranos que quedan en la Argentina (248), los que están en Uruguay (9) y algunos de los 312 que quedan en Alemania (un centenar en la RAF y el resto en la RDA).
El último homenaje importante se realizó en diciembre de 1979 y contó con la asistencia de marinos alemanes, ingleses y neocelandeses. En el discurso pronunciado en la ocasión, el capitán (RE) Friedrich Rasenack de la Armada de la RAF, residente en la Argentina, precisó el alcance del homenaje conjunto al capitán Langsdorff.
“En su lucha contra los barcos mercantes aliados, el capitán Langsdorff respetó las reglas internacionales y observó siempre las medidas humanitarias para salvar vidas de los tripulantes de los barcos que hundió. Ni un marinero de esos barcos mercantes perdió la vida”.
Un año antes, para aventar suspicacias, había declarado al diario La Prensa de Buenos Aires. “Somos apolíticos (sic) Lo que nos une después de tantos años es el recuerdo del capitán Hans Langsdorff. Si no hubiese sido por la decisión del capitán Langsdorff de hundir el barco y salvar a la tripulación, la mayoría de nosotros posiblemente no estaría hoy con vida”.
La vinculación de la muerte “con honor” del vicealmirante Von Spee y sus hijos con la del capitán Langsdorff y su hijo (que fue hombre-torpedo en una de las batallas navales de la Segunda Guerra), es más que evidente. Von Spee en Malvinas contra la flota inglesa. Langsdorff en el río de la Plata, también contra la flota inglesa. ¿Qué piensa Rudi Stefanowski de nuestra guerra de las Malvinas?
“Cuando un soldado defiende a su patria, siempre lo hace bien, lo hace de la mejor manera posible. Claro que si es correntino o del Norte y lo mandan al Sur; si no tiene instrucción ni armas equivalentes, él no es responsable de la derrota. Los soldados argentinos fueron muy valientes y son respetados”.
Rudi Stefanowski se despide del cronista del diario Sur e informa que participará del homenaje previsto para diciembre, cuando viajarán 50 veteranos desde Alemania y se reunirpan con otros en Rosario, Córdoba, Montevideo y Buenos Aires. Vendrá como siempre Ingebor Langsdorff, hija del, hija del recordado capitán cuyos restos descansan en el cementerio alemán de Buenos Aires.
Eso sí, Rudi no cree que el barco hundido, a pesar de la intimación del gobierno uruguayo al empresario Daniel Tobasso, vaya a ser reflotado.
La intriga que ronda al cronista –y quizá también al lector- es si este proyecto declarado en el Uruguay “de interés turístico” es sólo de interés turístico. Y si cuando emerja de las aguas el mascarón del Graf Spee, que es un águila con la cruz gamada, a los ex tripulantes del Exeter, el Achilles y el Ajax –y también, por qué no, a algún tripulante del Graf Spee, no les darán ganas de hundirlo nuevamente, para siempre, en el fondo del río.
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(Publicado en el diario Nuevo Sur el 3 de septiembre de 1989, cuando ya el gobierno uruguayo y un empresario proponían reflotar los restos del barco hundido muy cerca de Montevideo. Recién en el año 2006 fue encontrada el águila del mascarón de proa de la embarcación nazi. Días atrás estalló una polémica en Uruguay tras el anuncio del presidente Lacalle Pou de que sería fundida para convertirla en una paloma de la paz. Finalmente la idea fue desechada ante las críticas por destruir un monumento de valor histórico.)

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La culpa la tienen los pibes, por Oscar Taffetani.
En febrero de 2011 un avión proveniente de Argentina era interceptado en Barcelona con 944 kilos de cocaína. La noticia fue un escándalo durante unos días y luego olvidada. Recuperamos para el Archivo de LCV esta nota de Oscar Taffetani publicada en la Agencia Pelota de Trapo en aquel 2011 donde se traza el sistema utilizado por el narcotráfico, un entramado responsabilidades, con idénticas rutas. Cambian los años, cambian los nombres, se mantienen las mañas.
LA CULPA LA TIENEN LOS PIBES, OSCAR TAFFETANI
Una de las rutas más importantes del narcotráfico, en la actualidad, copia el itinerario que hace cuatro siglos seguía el oro de América: se inicia en Perú, Bolivia, Brasil y el Paraguay, baja acompañando los ríos hacia la Argentina y el Uruguay, luego cruza el Atlántico hasta la costa meridional de África y desde ahí llega a los puertos y aeropuertos de Europa, donde la droga es fraccionada y vendida a un público exigente y con alto poder adquisitivo.
Por eso, a muchos nos resultó disparatada la hipótesis del ministro argentino del Interior, Randazzo de que los 944 kilos de cocaína hallados en Barcelona el Día de Reyes, en un avión sanitario procedente de Buenos Aires, habían sido cargados durante una escala de la nave en Cabo Verde.
Y sí resultó razonable la hipótesis de la ministra de Seguridad, Nilda Garré de que la droga fue cargada en una base aérea argentina (con las responsabilidades que implica, a nivel de gobierno y de fuerzas armadas).
El del avión sanitario no fue el único contrabando de drogas descubierto este mes. En Estanislao del Campo, Formosa (el mismo pueblito donde el doctor Esteban Maradona decidió consagrar su vida a los Qom) se encontraron 700 kilos de cocaína junto a una pista de aterrizaje clandestina. El titular del predio y de la pista, apodado Palmita, revistaba como edil del partido de gobierno en la capital formoseña (desconocemos si gozaba de inmunidad parlamentaria).
Siempre en enero y tan sólo cambiando de estupefaciente, mencionemos los 712 kilos de marihuana decomisados a la altura de Las Palmitas, también en la provincia de Formosa. La droga viajaba oculta en los techos de dos transportes de pasajeros procedentes del Paraguay.
La intercepción de grandes cargamentos de droga que se desplazan por rutas aéreas, fluviales y terrestres de nuestro país, habla de una gigantesca red de tráfico que involucra a funcionarios del Estado, organismos policiales y de seguridad, instituciones empresarias, bancos que lavan el dinero y distinta clase de organizaciones civiles. Dicho de otro modo: lo más cínico y perverso de este negocio es su legalidad, todo lo que hace a la luz del día, y no su ilegalidad y lo que hace en las sombras.
GALILEO Y EL CAPITALISMO
“Alrededor del papa -dice Brecht en un poema- giran los cardenales. / Alrededor de los cardenales giran los obispos. / Alrededor de los obispos giran los secretarios. / Alrededor de los secretarios giran los regidores. / Alrededor de los regidores giran los artesanos. / Alrededor de los artesanos giran los sirvientes. / Alrededor de los sirvientes giran los perros, las gallinas y los mendigos…”
La tesis de Galileo Galilei sobre el sistema solar (que la Iglesia se demoró algunos siglos en aprobar) podría aplicarse analógicamente a otro tipo de sistemas que nos rigen. Si ponemos en el centro, a la manera marxista, el Capital, tendremos en la órbita inmediata las grandes empresas trasnacionales; luego, los Estados nacionales que las sirven; después, los gerentes, abogados y administradores; a continuación, los funcionarios de seguridad y el aparato represivo; y finalmente, los trabajadores. Después de los trabajadores habría una masa incalculable de seres humanos sin trabajo ni medios de vida, que no alcanza a orbitar alrededor del Capital, aunque mantenga intacta su capacidad de soñar.
Y si llevamos la doctrina de Galileo al mundo del narcotráfico, colocando la cocaína (como alguna vez fue el opio) en el centro de la escena, tendremos a los distintos actores, consumidores y víctimas del negocio en círculos concéntricos, con diferentes grados de poder, riqueza y degradación moral y material. En una de las últimas órbitas del sistema está la pasta base de cocaína -el paco- que es estirado y aumentado de mil maneras para hacerlo accesible a los consumidores más pobres y desesperados. Así, la droga -uno de los jinetes capitalistas del apocalipsis- cuenta sus doblones de oro, sus euros, sus dólares, sus pesos y sus centavos, hasta la última vida y el último suspiro, cada día.
UN PLAN PARA LOS BABY-SICARIOS
En Colombia, ese hermoso país de selvas y montañas habitadas por gente maravillosa, el narcotráfico y el poder económico trasnacional han hecho estragos, minando la salud del pueblo y comprometiendo el futuro de sus hijos. Hay pibes colombianos que comienzan a trabajar a los 9, haciendo de campaneros, de mensajeros y repositores de armas y munición de los narcos.
A los 13, en lugar del tiple de antaño, les ponen una pistola en la mano y los convierten en sicarios (“baby-sicarios”, tituló cierta prensa), que matarán por encargo. A los 16, si llegan a esa avanzada edad, podrán acceder a otro círculo del negocio, con más responsabilidad y algunos pocos privilegios.
El caso colombiano -cuyas secuelas aún no terminan- viene a cuento del caso argentino, de nuestro caso, donde sin importar las estadísticas y los datos fieles de la realidad los medios masivos compiten por hallar el monstruo de la semana o el crimen más horrendo, para arrojarlos al rostro de funcionarios, de candidatos y de funcionarios-candidatos, señalando o insinuando algún chivo expiatorio para que los dioses, esos dioses perversos que gobiernan nuestro destino, dejen de castigar a la Argentina, a esta pobre Argentina con tanto para dar, con todos los climas, con sus talentos y sus cosechas récord, esta querida Argentina que asesina a miles de niños por hambre, por enfermedad o desprecio, cada año, cada campaña sojera, cada temporada turística, cada ejercicio fiscal.Y así, mientras las llamas (y las balas y las leyes) consumen en la pira mediática a la víctima del día, el verdadero Ogro, el verdadero malo de la película, permanece oculto a los ojos de la sociedad y neutraliza cualquier intento de cambio.
Pedir un plan especial para los niños sicarios de Colombia, sería una manera hipócrita de pedir que todo siga igual. Bajar la edad de imputabilidad de los menores en la Argentina, como receta para combatir el crimen organizado, tendría ese mismo nivel de hipocresía.
Aunque todo puede ocurrir, en este horroroso mundo tan crecido y tan adulto que cada vez que se siente amenazado, de un modo infantil, le echa la culpa a los pibes.
Publicado el 5/2/2011 en APe y en Sur y Sur.
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ARCHIVO/”Balada del intruso y la pequeñez”, por Hernán López Echagüe
Ilustración: Silvia Flichman. (silviaflichman.com.ar)
I
Soy un ácrata de cuatro patas desprovisto de significancia alguna, de modo que tengo toda la autoridad, y todo el derecho, y hasta me atrevo a decir la piadosa necesidad de advertirles: todos vivimos atrapados, aplastados, sumergidos, enlodados, castrados, estupidizados, en un cono de insignificancia absoluta. Sépanlo de una buena vez. Lo que decimos significa nada, menos aún lo que pensamos. Nuestra vida está sometida a los antojos de los pocos que resuelven y delimitan y desnaturalizan hasta por ley el significado de lo que decimos, de lo que pensamos y, por sobre todas las cosas, de lo que hacemos. Los hechos no significan nada.
A los hechos los convierten en fantochada, en pirueta de desesperado. Los hechos, a juicio del imbécil, son puestas en escena. Lo que ocurre de veras no le causa ni pizca de significancia, o de significado, o de lo que fuere. Ni asomo de estremecimiento. Así será por siempre. Porque la nada y el todo son finitos. La paciencia también.
II
Había un viejo en el pasaje Bollini, cincuenta años atrás, cuando Bollini era de veras un pasaje hacia tantas fantasías, con sus zaguanes en penumbras, con sus casas petisas y gastadas y abandonadas, un viejo que te decía, frunciendo la cara, ¿Y esto qué me significa?, cada vez que le hablabas de algo de lo que nunca había oído hablar. A veces te largaba:¿Dónde lo encontraste escrito? Ese es el punto focal del malentendido que está conduciendo hacia un pozo ciego a esta humanidad demasiado humana: ¿Y esto y aquello y lo otro, qué mierda me significan?
¿Qué me puede significar, por caso, que me hablen de un tal intelectual orgánico? Un oxímoron, diría un intelectual. El intelectual, palabra de insinuación burguesa y en cierto modo altiva, se supone que usa su intelecto, su capacidad única de discernimiento, para ir más allá de las cosas. Debe quebrar y eludir límites, buscar la región fronteriza de las cosas, de los sucesos. Debe sentirse libre de escribir, decir y callar lo que le dé en gana. Desde luego, tendrá que pagar un precio por eso. Unos le dirán que es un gran tipo y otros le dirán que es un gran hijo de puta. Es, no se crean, un precio alto. Mejor dicho, un precio tan feo como injusto. El intelectual orgánico, en cambio, no existe. A partir del momento en que se siente orgánico, con ciertas ataduras a un proyecto político, a un gobierno, o, si se quiere, con cierta predisposición a la ceguera, no es más que otra pieza de un organismo. Del sistema. Es un tipo que ha hecho una pausa en su facultad de pensar. No se trata de juzgarlo sino de hacérselo saber. Tarea quizá vana, porque muy probablemente te responda: ¿Y esto qué me significa?
III
En las grandes ciudades del país las personas de buen pasar vagan por las galerías de los centros comerciales examinándose atentamente el ombligo, es decir, venerando la idiosincrasia de su ombligo, del hoyito de carne estriada y con pelusas alrededor del cual gira la Tierra, su Tierra, es decir, su auto, su casa, su seguridad suya, su colegio privado de sus hijos, su asistencia médica privada, su televisión por cable, su temporada de descanso en su Brasil, en su Miami o en su Polinesia, su empleada sumisa, su rotweiller, su infidelidad excusable, su apoliticismo político y partidario del político que le asegure que por el resto de sus días tendrá su auto, su casa, su colegio privado, su asistencia médica privada, su televisión por cable, su temporada de descanso en su Brasil, su empleada sumisa, su perro jodido, su permiso para ser infiel y, vaya, claro, su aire de tipo apolítico.
Van de un lugar a otro, el pecho inflado de arrogancia, con algún electrodoméstico a cuestas y un fajo de desdén en la billetera. Caminan sin mirar hacia atrás porque temen convertirse en estatuas de sal, como le ocurrió a la mujer de Lot, y en la escuela nos han enseñado que a las estatuas de sal les cuesta mucho darse maña en el manejo de un control remoto o de una tarjeta de crédito, y, más trabajoso aún, hablar, hacerse entender a la hora de, pongamos, decirle al pibe limpiaparabrisas de la esquina que no está en tus planes bajar la ventanilla de la puerta de tu auto muy tuyo porque tenés la certeza de que detrás del pibe limpiaparabrisas aflorarán cien pibes limpiaparabrisas que te destriparán, y entonces perderás tu auto tuyo y todo lo muy tuyo que representa esa carrocería espléndida. Que es mucho. Y todo tuyo. Un hato grande de ganado que tiene a la pobreza como pecado mortal y desprecia al pobre por encima de todas las cosas. Que ha echado a dormir la visión y toda percepción de su propio sumidero. Que vive en una civilidad fundada en nubes de betún que nunca jamás habrán de disiparse. “En verdad, la representación de la realidad ha sido dada vuelta. La imagen lisa, televisiva, y la prensa, han destruido el pensamiento, la capacidad de ligar lo inmediato a las causas de su existencia. Sólo una sociedad llevada por el terror hasta el extremo de la estupidez y la chatura, despojada de afectos, de imaginación, de sensibilidad, empavorecida, puede haber despojado de significación a lo que ven y perciben acobardados por sus ojos diariamente, pero que la inteligencia no anima” (León Rozitchner, Página/12, julio de 2004)
IV
¿Qué me significa la democracia como camino único, sagrado e inamovible hacia el bienestar de una sociedad? Usted elige, usted decide quién y quiénes serán los paladines de sus necesidades y sus anhelos. Vamos, eso es tomadura de pelo. El voto es un placebo de libre albedrío. No es otra cosa que una melancólica escenificación de civismo, de un celo por las instituciones que dura lo que un parpadeo. Una diligencia tribal: meter una papeleta en un sobre; luego, el sobre en la ranura de una caja, y de regreso a casa comprar ravioles, una botella de vino tinto; almorzar, dormir la siesta que permite este sistema. El de una ranura. Al día siguiente, a cerrar la boca y a obedecer. En la fábrica, en la oficina, en la escuela, en la calle. Y en momento alguno dudar del fatalismo que rige nuestra vida. Todo en orden. Las instituciones, que nunca sabremos para qué sirven, a buen resguardo. Los cerdos en su chiquero, las gallinas en su gallinero y los timoratos en su pecera. Un año más, como tantos otros, de convalecencia de la nada, de antropocentrismo porteño. A las provincias el porteño les presta un poco de atención no más que tres, cuatro veces al año; cuando el noticiero le dice que en tal provincia asesinaron a una familia, cuando en la otra hay pobres que comen gatos, o que más allá un tipo violó a dos mujeres y veintisiete cabras, y, por sobre todas las
cosas, cuando ya en junio se pone a pensar a qué provincia se irá de vacaciones en enero o febrero del año siguiente. ¿Hará frío en Cafayate? ¡Qué va a hacer, si es en el litoral! Yo prefiero las Termas de Río Hondo, en Ushuaia, o Santa Rosa de Calamuchita, por allá, quizá en Neuquén.
V
Al imbécil la mirada de las personas que caminan por la calle no le excitan ningún significado, ni ganas de buscarlo. Le significan algo espantoso, en cambio, los ojos y la mirada de las personas que están echadas en un colchón en la vereda de una calle, junto a los muebles que pudieron reunir y llevarse el día del desalojo. Significan la vagancia, el destino del que eligió la dejadez, la irresponsabilidad, el placer y la libertad de vivir a la intemperie. Yo me rompo el lomo, laburo diez horas sin parar, y estos tipos se meten en el umbral de una iglesia a dormir y emborracharse mientras sus hijos andan pidiendo limosna en trenes y colectivos y restoranes.
VI
¿Qué me significa lo que le pueda significar a un tipo que no hace más que absorber los significados de un eventual y convincente hacedor de la significación? Yo significo, tú significas, él significa. Nosotros significamos un bledo. Hemos logrado (mejor: ¿por qué hacerme cargo de eso?), álguienes, algunos, han logrado despojar al significado de su significación. Un estado de cosas en el que impera la insignificancia.
VII
¿Cómo, de qué manera original o, al menos, novedosa y pasible de asombro, escribir acerca de lo que uno y muchos otros hemos escrito ya tantas veces? Comienza a resultar fastidioso corroborar que las palabras escritas tiempo atrás, y repetidas hasta el cansancio, bien puede uno reiterarlas y reiterarlas, una y otra vez, pese al correr de los años, con formidable oportunidad, y, desde luego, con su debida insignificancia. Feo y grotesco. Melancólico y aterrador el comportamiento del poder político. Eso de la tenacidad en mantener un error, de perseverar en el cretinismo y la insolencia. El gobierno y sus cosos, la oposición acomodadiza y sus cosos, los grandes medios de comunicación y sus escribas y habladores y sus intelectuales cosos, todos, pero absolutamente todos, han resuelto sitiar el discernimiento. Un asedio a la razón. Un bloqueo al sentido común. Porque, al final de cuentas, es cierto que pensar se ha convertido en un hecho revolucionario. O, por qué no, subversivo.
El país está habitado por millones de personas que de modo alguno pueden caer en la osadía de tornar visible su significación.
Permanezcan en sus barrizales, bestias. No se les ocurra asomar por la gran ciudad esas caras insatisfechas y poco logradas. Porque la ciudad, con el activo sostén de sus vecinos ilustres, ha resuelto suprimirlos con la indiferencia. ¿No han comprendido que consigo sólo traen malestar? Nosotros, el poder, no los reprimiremos más de lo que nos permite la ley: será la sociedad, hastiada y saturada de sus desplazamientos por calles y geografías que no les pertenecen, la que les pondrá límite. La que los pondrá en vereda.
Váyanse, muéranse, olvídense de que han nacido, y, si les cabe, si todavía cabe en sus anhelos locos, rueguen al señor, agradezcan el hecho de haber sido alumbrados. Pero nunca olviden el consejo de Celine: “La gran derrota, en todo, es olvidar, sobre todo lo que te mata, y morir sin llegar a comprender jamás hasta qué punto los hombres son bestias. Cuando estemos al borde del hoyo no nos pasemos de listos, pero tampoco olvidemos; hemos de contarlo todo, sin cambiar ni una palabra de las lacras que hemos visto en los hombres, y entonces liar el petate y bajar. Es suficiente como trabajo para toda una vida”.
Publicado en El Psicoanalítico, septiembre de 2016
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Anticipo de “Papeles Quemados”, último libro de Ricardo Ragendorfer
Para los amantes de nuestra sección de Archivos LCV, llegó el libro que estaban esperando. “Papeles Quemados”, publicado este mes por editorial Planeta, rescata las crónicas que Ricardo Ragendorfer escribió para Télam entre 2021 y 2023 y que sufrieron los efectos destructores que impuso la “batalla cultural” iniciada por Javier Milei en 2024. Algunas de ellas ya fueron ‘resucitadas’ por La Columna Vertebral en esta misma sección. Un material valioso que pretende vencer la censura ocurrida luego del cierre de la Agencia Nacional de Noticias que inhabilitó su plataforma y ya no fue posible acceder a la cablera de fotos y notas y tampoco a su valioso archivo. “Papeles Quemados”, historias escritas con la inconfundible pluma de Ragendorfer que entrelazan datos curiosos sobre protagonistas del dos siglos de historia, ya sean famosos del poder, del mundo artístico y también seres anónimos. Allí se entrelazan crónicas que van de San Martín, a Capablanca pasando por el Che Guevara o Ringo Bonavena.
A modo de anticipo, LCV comparte hoy una de estas joyas: “Romance de la muerte de Juan Lavalle”.

Romance de la muerte de Juan Lavalle
Su nombre completo era Juan Galo de Lavalle. Y en 1814, siendo teniente de las tropas del Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata combatió al general José Gervasio Artigas durante el segundo Sitio de Montevideo. Ese fue su bautismo de fuego.
A partir de entonces, su carrera militar y política fue ascendente.
En 1828 derrocó al gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, antes de vencerlo en la batalla de Navarro y ordenar su fusilamiento.
En aquel entonces, Juan Bautista Alberdi, un muchacho de de apenas 18 años, seguía con suma atención el desarrollo de los acontecimientos.
Se trataba de un ávido lector de Montesquieu. Y para canalizar su visión del mundo, se identificaba con la causa unitaria.
Una década después, durante una mañana otoñal, marchó al exilio. Y ya en el bote que lo arrimaba al bergantín a punto de zarpar hacia Montevideo, se permitió un gesto cargado de teatralidad: arrojar al agua la divisa punzó que el régimen rosista hacía usar a los ciudadanos.
Entre las múltiples ocupaciones que desplegó en esa ciudad resalta la de secretario del general Juan Lavalle, quien estaba sumido en los preparativos de su ofensiva bélica contra Juan Manuel de Rosas.
Alberdi se sentía un espectador privilegiado de la Historia.
Pero el vínculo entre ellos fue difícil, dado el pésimo talante del militar y su tozudez política. En resumen, la simpatía de Alberdi por el ideario de la Revolución Francesa chocaba con las fantasías napoleónicas de Lavalle. De modo que ese lazo laboral no fue duradero.
Aún así, el 2 de junio del año siguiente Alberdi acudió a la Puerta de la Ciudadela para ver a Lavalle partir hacia la isla Martín García al frente del Ejército Libertador, una fuerza de casi tres mil hombres que batallaría contra los federales. Fue la última imagen del general que él se llevó a los ojos.
Disparos al amanecer
Lo cierto es que Lavalle creía estar bendecido por la Providencia. Semejante pálpito se derrumbó como un castillo de naipes al ser derrotado, dos años más tarde, por el general Manuel Uribe en la batalla de Faimallá, en Tucumán.
A partir de entonces inició una larga marcha hacia la nada. Únicamente conservaba doscientos hombres extenuados. Su propia estampa alta y rubia lucía declinada. Poco quedaba del héroe de Ituzaingó, Riobamba y Maipú. Frágil de salud y remordido por el fusilamiento de Dorrego, el general estaba por cumplir 44 años cuando se acercó con su milicia a San Salvador de Jujuy. Corría el 8 de octubre de 1841.
Esa noche de cielo encapotado la tropa quedó acampada en las afueras de la ciudad al mando del coronel Juan Esteban Pedernera.
Lavalle avanzo hacia el casco urbano para pernoctar bajo algún techo, a sabiendas de que la autoridad unitaria había puesto los pies en polvorosa. Lo acompañaban su edecán, Pedro Lacasa, el secretario civil, Félix Frías, dos oficiales y ocho soldados. Allí también estaba Damasita Boedo, su soldadera, una despampanante pelirroja que encubría sus curvas con ropaje varonil.
San Salvador era la viva imagen de la desolación y el presagio. Lavalle y los suyos encontraron refugio en el viejo caserón de la familia Zerranuza, abandonado unos días antes por el delegado unitario, Elías Bedoya, ahora en desaforada fuga.
El general y Damasita se instalaron en el dormitorio que enfrentaba al segundo patio. Frías y Lacasa, en una habitación pegada al zaguán. Otra fue ocupada por los dos oficiales. Y los soldados se tendieron en el primer patio. Menos el centinela, apostado junto al portón de cedro macizo.
Al clarear se detuvo ante aquella vivienda una partida federal de quince jinetes al mando de Fortunato Blanco. Buscaban a Bedoya sin imaginar quién realmente se alojaba allí.
El centinela atrancó el portón y dio la voz de alarma.
Lacasa y Frías se lanzaron al dormitorio de Lavalle. El edecán exclamó:
– ¡Los enemigos están en el portón, general!
– ¿Qué clase de enemigo son? –quiso saber Lavalle.
– Son paisanos –respondió Frías.
El secretario evitaba mirar a Damasita con poca ropa, casi desnuda.
–No hay cuidado. Manden a ensillar, que nos abriremos paso –fueron las palabras de Lavalle mientras comenzaba a calzarse las botas.
Sobre la mesita de noche estaba su pistolón francés. Y él lo observó de soslayo. Damasita, desde el lecho, también.
Lacasa y Frías fueron hacia el fondo para buscar los caballos.
Frías se apresuró en partir en su cabalgadura por la salida posterior para avisar a Pedernera lo que sucedía. Sin embargo, sufrió una demora por eludir la posición de la patrulla atacante.
Mientras tanto, en el acampe tropero –a medio kilómetro– prevalecía la incertidumbre; hasta allí había llegado el griterío de los federales. Pedernera entonces ordenó a los soldados ponerse en movimiento. De pronto –tal como lo consignaría él en 1886, al dictar sus memorias–, fue audible a lo lejos “tres descargas de tercerola seguida de otra distinta; luego, un silencio espeso”.
Aquellos mismos estruendos hicieron que Lacasa, aún en los palenques, volviera sobre sus pasos. Lo que vio en el siguiente instante quedaría grabado para siempre en sus retinas: Lavalle despatarrado en el zaguán con la garganta destrozada en medio de un charco de sangre, y las convulsiones del final. A centímetros de la mano izquierda yacía su pistolón.
Sólo Damasita estuvo con él en el momento de los disparos. Y seguía ahí, semidesnuda.
Lacasa la cubrió con su capote.
Los federales ya se habían alejado.
La marcha fúnebre
Desde ese preciso momento, el tiempo empezó a transcurrir con una lentitud exasperante. Y el silencio era sepulcral.
Algunos soldados rodearon el cuerpo. Otros estaban ante el portón con los ojos clavados en la cerradura rota que uno de ellos señalaba con un dedo. La escena parecía congelada. Y sin palabras se dio por sentado que un balazo de tercerola la había atravesado para impactar en el cuello del general.
Su cadáver quedó en el caserón, mientras la tropa reiniciaba el repliegue hacia el Alto Perú. Pero, súbitamente, Pedernera detuvo la marcha y mandó a dos soldados y un teniente a rescatarlo. Ellos volvieron con el muerto cargado en su caballo. Un poncho le hacía de mortaja.
Durante la travesía, por la mente de Frías desfilaron postales dispersas sobre su última etapa junto a Lavalle. Una etapa difícil de descifrar, en la que sus actitudes, reacciones y reflejos ya resultaban inquietantes. Entre éstas, su inclinación por desatender las responsabilidades militares para entregarse a los placeres de la carne.
Como cuando –aún muy afectado por la derrota de Quebracho Herrado– se recluyó en una hacienda de Catamarca para compartir con la bella Solana Montemayor –esposa del gobernador riojano, Tomás Brizuela– cuatro días y noches sin salir de la cama, mientras sus oficiales, desesperados, iban y venían de un lado a otro de la puerta a la espera de instrucciones.
En aquella circunstancia, Frías le dijo a Pedernera:
–La causa de la libertad, señor coronel, se pierde por las mujeres.
La respuesta fue:
–Hay algo peor, don Félix: durante la batalla él se colocaba tan cerca de las líneas de tiro, que parecía buscar la muerte.
Es posible que Frías evocara tal diálogo durante esa mezcla de huida lenta y procesión fúnebre. Y quizás entonces haya volteado la vista hacia el caballo cargado con el cuerpo del general bajo una nube de moscas. El sol abrasador no favorecía su conservación.
Damasita cabalgaba a una distancia prudencial.
Frías enfocó su mirada en ella.
Fruto de una aristocrática familia salteña, esa mujer de 23 años era hija del coronel José Boedo y Aguirre, sobrina del diputado Mariano Boedo y hermana de José Félix Boedo, un joven federal fusilado con un tío materno en vísperas al desastre de Famaillá por orden de Lavalle. Y a pesar de la súplica de clemencia llorada por Damasita.
Pero luego se le presentó otra vez, para decir:
–Quiero seguir tus ejércitos. ¡Soy unitaria!
El amor entre ellos tuvo esa penumbra.
Frías –que no comulgaba con la idea del tiro que atravesó la cerradura– seguía observando a la soldadera del general.
Sólo Damasita –pensó él– atesoraba el misterio de su muerte. ¿Acaso lo vio infringirse ese desenlace o fue ella la llave vengadora de su final?
La travesía fue tortuosa. Por su avanzada descomposición, al cuerpo de Lavalle hubo que desencarnarlo en el poblado de Huancalera. Pero los huesos –debidamente lavados–, la cabeza –envuelta en un pañuelo muy ajustado– y el corazón –sumergido en aguardiente– fueron llevados a fines 1r42 a la ciudad trasandina de Valparaíso.
Fue precisamente allí donde Juan Bautista Alberdi supo los detalles del final de Lavalle por boca de Frías.
Ambos por entonces estaban exiliados en Chile.
Damasa jamás volvió a Salta. Y murió con su secreto en 1880.

