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Graf Spee: la pequeña historia, el mito y un fantasma en el fondo del río, por Oscar Taffetani

El conde Maximilian Reichgraf von Spee, vicealmirante de la Marina del Kaiser, se hundió junto con su barco y con sus hijos Otto Ferdinand y Heinrich Franz en el combate de las Islas Malvinas, librado contra la Royal Navy inglesa e 8 de diciembre de 1914.
Para que no se perdiera el nombre de quien había sido un héroe de la Primera Guerra Mundial, la marina de guerra alemana lo recicló en el de un acorazado “de bolsillo” que sería utilizado durante la Segunda Guerra Mundial.
El Panzerschiff Admiral Graf Spee, gemelo del Deutschland y del Admiral von Scheer, fue botado en los astilleros de Kiel hacia 1934. Su desplazamiento total no excedía de las diez mil toneladas, para cumplir con la restricción que imponía a Alemania el Tratado de Versailles. Con plena carga, el porte se elevaba a 16.200 toneladas.
Tabiques interiores de duraluminio y planchas de acero unidas por soldadura autógena (en lugar de remache) habían servido para aligerarlo de peso. Un radar –hoy primitivo- con antena bipolar , dos aviones de reconocimiento –uno desarmado en la bodega- y generosos tanques de combustible le permitían una autonomía de navegación de 14.500 kilómetros con gran cobertura operativa.
No era un barco muy veloz (50 km por hora) si se lo pensaba como crucero, pero sí era veloz si se tenía en cuenta que en el exiguo espacio de 188 metros de eslora por 7,3 de manga mínima se habían podido instalar seis cañones de 280 mm; 8 de 150; 6 de 105 y ocho de 37; diez ametralladoras de 20mm; ocho tubos lanzatorpedos y la catapulta del hidroavión. Un acorazado de bolsillo que burlaba la restricción de Versailles y que hablaba, al mismo tiempo, de una seria intención beligerante de Alemania al comienzo de la década del 30.
La guerra ha comenzado
“Esta foto que ve aquí la tomé yo desde el puente, en septiembre de 1939, cuando navegábamos por el Mar del Norte. El capitán Langsdorff nos reunió a todos en cubierta y nos informó que la patria había entrado en guerra, y que iba a necesitar de nosotros. El Graf Spee tenía que ir al Atlántico Sur a interrumpir las líneas inglesas de abastecimiento desde Australia y Sudamérica”

Quien habla es Rudi Stefanowski, septuagenario, cañonero del Graf Spee radicado desde hace medio siglo en nuestro país. Es uno de los pocos tripulantes del acorazado de bolsillo que llegaría a ver –hipotéticamente- cómo reflotan en Punta del Este los restos de aquella nave de guerra que un día lo trajo hasta la Argentina (un poco involuntariamente, hay que decir).
“Entré a la Marina en 1937, como voluntario. Hice seis meses de preparación en tierra y luego embarqué en el Schlewig-Hollstein, un acorazado construido en 1908 y que había servido en la guerra del ’14. Estas fotos que ve son de cuando hice el primer viaje. Estuvimos en las costas inglesas, españolas, en Canarias, en Cuba, en Venezuela”.
Anita, la esposa de Rudi desde el convulsionado 1945, trae otros álbumes, fotografías y cartas; acompaña el relato que el suboficial Stefanowski, artillero a cargo de una de las piezas de 150 mm del Graf Spee hace de su vida. No muy diferente del que ella misma –una de las tantas hijas de colonos alemanes en la Argentina casadas con tripulantes del Graf Spee- podría hacer.
“La misión que teníamos –prosigue Rudi- fue cumplida. Entre septiembre y diciembre de 1939 capturamos y hundimos nueve barcos mercantes, en el Atlántico y en el Índico. Como el barco era gemelo del Deutschland y del von Scheer (había muy pocas diferencias en el castillo y en la torre), el capitán Langsdorff a veces ordenaba cambiar el nombre o pintar de algún color distinto. Los ingleses estaban creídos de que había más de un crucero alemán en el Atlántico Sur, y era sólo el Graf Spee”.
“El barco de aprovisionamiento que teníamos en el Atlántico era el Altmark, que cargaba combustible en el Pacífico (Lima y Valparaíso). Algunas veces transbordábamos al Altmark a los prisioneros de los barcos hundidos o capturados. Había muchos angoleños o mozambiques, como los que ve en la foto”.
El artillero Stefanowski sigue recorriendo el álbum. Las pequeñas fotografías de 6×6 o de 6×12, fotos de aficionado, hablan de un interés por documentar todo lo que vivía y veía. Hasta un tiburón a flor de agua mereció el disparo oportuno de la cámara.
“Dos veces estuve a punto de alimentar con mi cuerpo a los tiburones. La primera fue en las Indias Occidentales, el Caribe. No le hice caso a mis compañeros y me tiré al agua desde el bote , para nadar un poco. Insistían en que subiera, así que regresé. Apenas regresé al bote, vi pasar una sombra inconfundible atrás mío. Casi no cuento el cuento. La otra vez fue en el Graf Spee. Se enredó la cuerda de un bote en la hélice y yo me tiré con el cuchillo entre los dientes y la corté por abajo. Cuando subí, un oficial me felicitó por la acción, pero me dijo que no corriera otra vez esos riesgos. El mar estaba lleno de tiburones”.
Enhebrando una y otra anécdota, Rudi Stefanowski recuerda cuando una vez sus servicios de improvisado hombre-rana le valieron una condecoración.
“Llegamos con una lancha hasta un carguero inglés que habíamos detenido. Entonces vi que uno de los tripulantes tiraba un paquete al agua y me lancé a recupearlo. Era el libro de claves de la flota inglesa en el Atlántico”.
Una batalla naval en serio
El hunting group (partida de caza) enviado por el Almirantazgo inglés para acabar con el molesto y destructivo acorazado de bolsillo. Fue casi una task-force: Exeter (8.390 ton, capitán S.Bell); Achilles (7.030 ton, capitán W.F.Parry); Ajax (6.985 ton, capitán Ch. Woodhouse), más el apoyo del crucero pesado Cumberland, que no llegó a entrar en acción.
Según cuenta Rudi Stefanowski, los días 12 y 13 de diciembre el avión de reconocimiento del Graf Spee estaba averiado y eso posibilitó a la partida de caza inglesa sorprender al crucero alemán. Los pormenores del encuentro son conocidos: el Graf Spee puso fuera de combate al Exeter, pero resultó severamente averiado y con bajas en su tripulación. El mismo capitán Hans Langsdorff fue herido en la batalla. Ante la inminencia de un desastre, Langsdorff puso proa a Montevideo –puerto neutral- con la esperanza de reparar allí las averías y cargar combustible.
Lo que no tuvo en cuenta el capitán del Graf Spee fue la presteza y habilidad del servicio diplomático inglés, que a través de su embajador en Montevideo, sir Eugen Millington Drake (no en vano se portan ciertos apellidos), consiguió que gobierno uruguayo diera un plazo perentorio –e insuficiente- al Graf Spee para abandonar el puerto.
La suerte estaba echada. Dice Stefanowski: “Durante toda la noche estuvimos inutilizando las piezas de artillería y los equipos electrónicos del barco, arrojando muchas partes al agua allí mismo, en el puerto de Montevideo… Si quieren buscar cosas del Graf Spee, que busquen allí, y no en Punta del Este. El día 17 trasladamos por la tarde mucha gente a tierra. La lancha iba y volvía llena de gente, a la vista de los ingleses. Pero había unos 20 tripulantes por viaje que no volvían al barco. Al atardecer, el capitán Langsdorff y un grupo de 36, entre los que estaba yo –que me ocupé de levar anclas- llevamos el Graf Spee a cuatro millas de la costa y lo hicimos estallar con todos los explosivos que quedaban a bordo. Un poco antes nos transbordamos al Altmark y de allí a remolcadores argentinos. El capitán se suicidó el día 20 en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires. Antes nos había hablado a todos. Nos había dicho –a los oficiales especialmente- que tratáramos de conseguir ropa de civil y regresar a Alemania, que nos necesitaban”.

El artillero Stefanowski cree que el capitán Langsdorff tuvo instrucciones del Alto Mando de hacer lo que pensara conveniente, y que decidió hundir al Graf Spee simplemente para evitar que cayera en manos inglesas y fuera reciclado.
Internados y prófugos en la Argentina neutral
Con arreglo a los acuerdos de Ginebra (1864) para guerra marítima y a las convenciones de La Haya (1899 y 1907) para guerras terrestres, el gobierno argentino dispuso la internación de los “náufragos” del Graf Spee hasta la finalización de la contienda. La oficialidad fue confinada en Martín García, mientras que la suboficialidad y la tropa, luego de alojarse en el Hotel de Inmigrantes, fue ubicada en residencias y campamentos del interior del país.
De los 1.140 tripulantes del crucero, 35 habían muerto en la batalla; algunos, después; y otros tantos se habían fugado aprovechando el benigno régimen de internación (el diario El Mundo de Buenos Aires informaba el 9/4/40 que once oficiales se habían fugado y protestaba contra la “vista gorda” del gobierno argentino).
Un total de 1.039, según da cuenta el diario La Razón de Buenos Aires ese mismo año, fue distribuido en distintas provincias, principalmente Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires (lugares con importantes colonias alemanas).
En 1943, Stefanowski y un importante grupo de internados del Graf Spee fue trasladado al Club Hotel de Villa Ventana, lujosa construcción –hoy destruida- enclavada en las sierras del sur bonaerense y que había pertenecido a los ferrocarriles británicos (era residencia de veraneo del personal jerárquico).
“En esa época –cuenta Stefanowski- sólo nos ocupábamos de cazar, pescar y cortar leña. El Club Hotel había sido abandonado en perfectas condiciones y sólo tuvimos que reparar y hacer funcionar la usina eléctrica”.

En 1945, Stefanowski se casa con Ana; y su camarada Bernard Traupt con Rosa, una hermana de ésta, también perteneciente a la colonia alemana de Coronel Suárez. A pesar de ello, finalizada la guerra, es devuelto a Alemania con el grueso de los internados.
Confinado –nuevamente- en Munsterlager, un campo de prisioneros bajo control inglés, recibe documentación y un permiso para trabajar y radicarse en Alemania (sic).
Entonces, visita a sus padres, reconoce la aldea de Warsleben, su sitio natal, que había quedado “del lado ruso”. Trabaja como techista en Hannover y finalmente consigue desplazarse hasta Austria, Italia, puerto de Génova y por fin, ya sí por elección, la Argentina.
Junto con Ana abre una cervecería en Rosario. La llama Grinsing, como un bello barrio de Viena. En 1949, abre Caballo Blanco en San Lorenzo. Ese mismo año nace Roman, su único hijo.
En los ’50, abre la hostería Cruz del Sur en Sierra de la Ventana. Termina de fundirse allí y entonces se emplea en la cervecería de otro alemán (Gambrinus) y en el Hotel Austral de Bahía Blanca.
Hacias los ’60, se asocia con otros dos para explotar el Hotel Suizo, en la ciudad sureña. Más tarde, instala su propia “Munich” allí. Por último, crea el restaurante “Graf Spee”, que florece durante el corto período 1972-76.
Con el producido de la venta del Graf Spee gastronómico, Stefanowski compra una pequeña chacra en Coronel Suárez, para estar cerca de su hijo Roman, que ha regresado de Alemania con un título de técnico en molinos harineros. Pero su corazón no anda del todo bien, por lo que vende la chacra de Suárez y se radica definitivamente en Bahía Blanca. Naturalizado desde 1949, percibe hoy una pequeña jubilación argentina y una pequeña asistencia alemana por los años trabajados allá.
Su vida no fue tan aventurera como la del camarada Helmut Berlin, tornero del Graf Spee, quien halló la martingala perfecta para las ruletas de Mar del Plata y Necochea, estudiando el desgaste de los bujes de bronce, y se hizo muy rico (aunque le prohibieron de por vida la entrada a los casinos). Tampoco fue tan afortunada como la de su camarada Helmut Hanussa, que pudo regresar “bien” a Alemania.
La vida de Ana, que amasa los “ñoquis del 29” mientras escucha el relato –y que cocinó durante 32 años en negocios propios y ajenos- tampoco fue tan afortunada –tal vez- como la de su hermana Rosa, que vive con su familia “de lado ruso” de Alemania y tiene dos meses y medio al año para veranear en las costas del Báltico.
La vida de Rudi fue sí, tal vez, como la de su camarada y amigo Heinrich Lince, fallecido en Bahía Blanca a mediados de junio pasado. Juntos se reunían a evocar la aventura del Graf Spee, juntos se reunían a repasar el álbum. Mientras agonizaba de un cáncer, Lince le dijo a su amigo: “Ya puedes irte, Rudi”. A la mañana siguiente, la esposa de Lince vino a avisarle que había muerto.
“Yo no sé dónde se está mejor o peor –reflexiona Rudi-, si aquí o allá. Este país me recibió muy bien en una época de abundancia. Por las calles de Rosario, aún en los barrios humildes, se olían los asados. Los carniceros decían “a ustedes (los alemanes) les gusta el hígado” y nos lo regalaban. Se podía andar paseando a cualquier hora, sin problemas. Luego vinieron tiempos duros, pero nunca me faltó oportunidad de trabajar. Yo le estoy muy agradecido a la Argentina”.
Lo que sale a flote y lo del fondo
Rudi Stefanowski es miembro de la Bordkameradschaft Panzerschiff Admiral Graf Spee, que vendría a ser una asociación de veteranos del Graf Spee. La asociación edita semanalmente el boletín Spee Info, donde se da cuenta de los decesos, se transcriben testimonios y se cultiva la memoria del legendario capitán Hans Langsdorff. Por su parte, la Marina de la RAF (República Federal de Alemania) ha botado un nuevo Graf Spee, con los últimos adelantos técnicos en la materia.
Cada tanto, en ocasiones especiales, se reúnen los veteranos que quedan en la Argentina (248), los que están en Uruguay (9) y algunos de los 312 que quedan en Alemania (un centenar en la RAF y el resto en la RDA).
El último homenaje importante se realizó en diciembre de 1979 y contó con la asistencia de marinos alemanes, ingleses y neocelandeses. En el discurso pronunciado en la ocasión, el capitán (RE) Friedrich Rasenack de la Armada de la RAF, residente en la Argentina, precisó el alcance del homenaje conjunto al capitán Langsdorff.
“En su lucha contra los barcos mercantes aliados, el capitán Langsdorff respetó las reglas internacionales y observó siempre las medidas humanitarias para salvar vidas de los tripulantes de los barcos que hundió. Ni un marinero de esos barcos mercantes perdió la vida”.
Un año antes, para aventar suspicacias, había declarado al diario La Prensa de Buenos Aires. “Somos apolíticos (sic) Lo que nos une después de tantos años es el recuerdo del capitán Hans Langsdorff. Si no hubiese sido por la decisión del capitán Langsdorff de hundir el barco y salvar a la tripulación, la mayoría de nosotros posiblemente no estaría hoy con vida”.
La vinculación de la muerte “con honor” del vicealmirante Von Spee y sus hijos con la del capitán Langsdorff y su hijo (que fue hombre-torpedo en una de las batallas navales de la Segunda Guerra), es más que evidente. Von Spee en Malvinas contra la flota inglesa. Langsdorff en el río de la Plata, también contra la flota inglesa. ¿Qué piensa Rudi Stefanowski de nuestra guerra de las Malvinas?
“Cuando un soldado defiende a su patria, siempre lo hace bien, lo hace de la mejor manera posible. Claro que si es correntino o del Norte y lo mandan al Sur; si no tiene instrucción ni armas equivalentes, él no es responsable de la derrota. Los soldados argentinos fueron muy valientes y son respetados”.
Rudi Stefanowski se despide del cronista del diario Sur e informa que participará del homenaje previsto para diciembre, cuando viajarán 50 veteranos desde Alemania y se reunirpan con otros en Rosario, Córdoba, Montevideo y Buenos Aires. Vendrá como siempre Ingebor Langsdorff, hija del, hija del recordado capitán cuyos restos descansan en el cementerio alemán de Buenos Aires.
Eso sí, Rudi no cree que el barco hundido, a pesar de la intimación del gobierno uruguayo al empresario Daniel Tobasso, vaya a ser reflotado.
La intriga que ronda al cronista –y quizá también al lector- es si este proyecto declarado en el Uruguay “de interés turístico” es sólo de interés turístico. Y si cuando emerja de las aguas el mascarón del Graf Spee, que es un águila con la cruz gamada, a los ex tripulantes del Exeter, el Achilles y el Ajax –y también, por qué no, a algún tripulante del Graf Spee, no les darán ganas de hundirlo nuevamente, para siempre, en el fondo del río.
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(Publicado en el diario Nuevo Sur el 3 de septiembre de 1989, cuando ya el gobierno uruguayo y un empresario proponían reflotar los restos del barco hundido muy cerca de Montevideo. Recién en el año 2006 fue encontrada el águila del mascarón de proa de la embarcación nazi. Días atrás estalló una polémica en Uruguay tras el anuncio del presidente Lacalle Pou de que sería fundida para convertirla en una paloma de la paz. Finalmente la idea fue desechada ante las críticas por destruir un monumento de valor histórico.)

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El represor que ganaba premios con fotografías de sus víctimas, por Ricardo Ragendorfer

Por Ricardo Ragendorfer
Orlando González era un laborioso cultor de la fotografía artística. En 1979, esa actividad lo condujo a los umbrales de la consagración, al obtener el Gran Premio de Honor Cóndor de la Federación Argentina de Fotografía (FAF), el más prestigioso del país. Sus obras galardonadas fueron Una luna, una tarde y un viejo amor y La Parca. Ambas aparecerían publicadas en el número 138 de la revista Fotomundo (ver recuadro), junto con un elogioso comentario acerca de la segunda foto, que muestra, en clave difusa, una silueta femenina con una capa, detrás de una calavera. Lo cierto es que el peso misterioso de esa imagen aún hoy perdura, aunque no precisamente por razones estéticas.
A los 32 años, González solía alternar ocasionales changas fotográficas con el ejercicio artístico del asunto.
En cuanto a las changas, hay por lo menos una que merece ser mencionada: en junio de 1979 –cuando esa edición de Fotomundo estaba en los kioscos–, a él se lo vio en la Plaza 18 de Julio, de Montevideo, retratando a una mujer de mediana edad con la estatua de Artigas como fondo, en lo que parecía ser una producción periodística.
En cuanto al ejercicio artístico del asunto, poco después, en septiembre de ese año, se lo vio retratando a otra mujer en alguna isla del Tigre. Al igual que en su consagrada foto La Parca, ella posaba con una capa.
Ahora se sabe la identidad de sus modelos.
La primera: Thelma Jara de Cabezas, quien desde abril permanecía cautiva en la ESMA. Las fotos que González le sacó en la capital uruguaya –a donde la llevaron en un avión de línea– fueron publicadas el 22 de agosto en el diario News World, del reverendo Sun Myung Moon. Ahí ella fue presentada como la “madre de un guerrillero muerto” que se escondía de los montoneros. Otra nota de idéntico talante salió el 10 de septiembre en la revista Para Ti.
La segunda: Lucía Deón, quien desde diciembre de 1978 permanecía cautiva en la ESMA, tras una breve escala por el centro clandestino Olimpo. González la fotografió en la isla El Silencio, una propiedad de la Iglesia Católica sobre el río Chañá Mini, en donde los marinos escondieron a sus prisioneros ante la visita al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Ambas mujeres sobrevivieron a las mazmorras de la última dictadura.
González, en realidad, era agente de inteligencia de la Armada e integraba el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la ESMA. Su nombre de guerra: “Hormiga”.
Ahora, a los 68 años, es uno de los 68 represores de la Armada juzgados por delitos de lesa humanidad cometidos allí contra 789 víctimas.
La cuestión de su faceta artística estalló en medio del debate, luego de que un testigo, el sobreviviente Carlos Lordkipanidse, se refiriera a esa vieja nota de Fotomundo –exhibida por el propio “Hormiga” entre los secuestrados– y a los retratos que él le hizo a Lucía Deón en El Silencio. ¿Acaso es posible que González consumara sus obras con personas cautivas? La pregunta ahora flota bajo el techo del tribunal.
EL AUTODIDACTA. Atildado y medido. Así se mostraba “Hormiga” ante la superioridad. El capitán de fragata Guido Paolini, uno de los calificadores de su legajo, tenía de él un excelente concepto y estampó con su puño y letra el siguiente comentario: “Tiene excelentes conocimientos de fotografía, tanto para la toma como para el proceso de revelado y copia.”
Quizás otro capitán de fragata, Luis D’Imperio –el sucesor de Jorge “Tigre” Acosta en la jefatura del GT 3.3.2–, no considerara debidamente tal cualidad, puesto que, con un ejemplar de Fotomundo ante los ojos, bramó: “¡Usted es un pelotudo!” No le había causado demasiado beneplácito que el artículo en cuestión incluyera el nombre verdadero y otros datos personales de alguien que pertenecía a una unidad clandestina de combate antisubversivo. “¡Usted es un pelotudo!”, repitió, sin dar crédito a sus ojos.
Frente a él, González permanecía firme y en silencio.
El tipo, oriundo de la ciudad chubutense de Esquel, había ingresado en la fuerza a los 17 años; ahora, tres lustros después, tenía grado de suboficial mayor, tras desempeñarse en el área de contrainfiltración y, después, como secretario privado de algún jerarca del Servicio de Inteligencia Naval (SIN).
En la ESMA, a donde llegó como auxiliar de inteligencia en 1977, estaba a sus anchas. Tenía un escritorio en un rincón del llamado Salón Dorado, nada menos que el centro de operaciones de ese inframundo. Allí, él se encargaba de las comunicaciones, también ordenaba papeles y hasta tenía a su cargo el envío a reparaciones de picanas con problemas técnicos. Tampoco era inusual su presencia en interrogatorios; allí –según las víctimas– solía administrar dosis eléctricas con una actitud casi deportiva. A la vez cultivaba un trato amable con los prisioneros sometidos a trabajo esclavo; en especial, con las mujeres, a las que insistía en impresionar.
En todo momento hacía gala de sus pretensiones intelectuales. En ello habría una razón de peso: dado su rango subalterno en una estructura elitista como la de la Armada, él se sentía subestimado por sus camaradas de armas. Creía que “estaba para más”, y se lo quería demostrar a sus superiores.
“¡Usted es un pelotudo!”, le repitió D’Imperio por última vez.
Esas cuatro palabras, a través del boca a boca, circularían por los pasillos de la ESMA como un reguero de pólvora.
¿Cómo era la existencia de “Hormiga” fuera de ese lugar? González vivía con su mujer en una casa situada en la calle Tomás Le Bretón, de Villa Urquiza. Los vecinos tenían de él un vidrioso concepto, alimentado por sus idas y llegadas al hogar en vehículos con antenitas y sin identificación. No ocultaba, en cambio, su pasión por la fotografía. Tanto es así que fue muy común verlo en el barrio con su cámara Asahi Pentax K 1000 colgada del cuello. No menos común fue su presencia en el Foto Club Marina, en donde acostumbraba a participar en exposiciones y concursos. Claro que el codiciado premio de la FAF haría de él una celebridad en el pequeño mundillo de la fotografía. No obstante, su estilo no era muy estimado por sus colegas, ya que muchos de ellos consideraban a González un vulgar imitador del famoso fotógrafo ruso Leonid Tugalev. Ello no impidió que su obra maestra, La Parca, se alzara en 1979 con la máxima cucarda del certamen fotográfico más importante del país. Cabe destacar que, en esa ocasión, su gran derrotado fue el mundialmente Pedro Luis Raota. Los detractores de “Hormiga” aseguran que la decisión del jurado estuvo teñida de extrañas presiones. Ello no fue un obstáculo para que la revista Fotomundo le diera su espaldarazo editorial. Al parecer, la hija del director Lorenzo Mangialardi, una joven retratista cuyo nombre era Silvia, le tenía una gran simpatía.
¿Sabía ella su pertenencia el GT de la ESMA? No es improbable; ella era ingeniera naval y poseía un cargo directivo en una revista de Defensa, muy frecuentada por militares y marinos, tanto retirados como en actividad. Además, tenía un cargo ejecutivo en el directorio del astillero Pedro Domecq, muy relacionado con la Armada. Allí, por cierto, trabajaría González unos años después.
CAMARA OCULTA. Lucía Deón, quien en la actualidad vive en una pequeña localidad de Córdoba, atendió la llamada de Tiempo Argentino sin manifestar mucha sorpresa. Y, casi a boca de jarro, reconoció haber sido retratada en El Silencio por “Hormiga”.
–Él presumía de ser fotógrafo, y me hizo posar entre unos arbustos y con una mantilla. “Hormiga” decía que debía representar la muerte.
–¿Acaso dijo “la parca”?
–Creo que sí. Es que pasó mucho tiempo…
–¿Fue voluntaria o forzada su participación en esas fotos?
–Y… ¿a usted que le parece?
La mujer, sin esperar la respuesta, pasó a un comentario:
–Con una de esas fotos hasta ganó un premio muy importante.
Al parecer, las fotos que González le hizo en El Silencio habrían sido casi idénticas a las del premio de la FAF. De hecho, ya se sabe que estas últimas fueron reproducidas por Fotomundo en junio; es decir, tres meses antes. Ella, tras observar una copia enviada por el autor de esta nota, no se reconoció. En consecuencia, persiste el enigma sobre quién fue retratada en la foto galardonada por la FAF. Es muy probable –aseguran sobrevivientes y abogados querellantes– que esa también haya sido una víctima en situación de cautiverio.
En tanto, la vida de “Hormiga” se recicló en la democracia sin contratiempos. Recién se retiró de la Armada en 1992, tras prestar servicios en la agregaduría naval de la embajada argentina en Chile. En el medio, hizo cursos de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, fue alumno del prestigioso jurista Roberto Bergalli y obtuvo un título en Criminalística con inmejorables notas. A la vez, trabajó en Tecnipol y Saprán, dos empresas de Alfredo Yabrán, fue gerente de un aserradero en Esquel, y escribió un libro sobre peritajes para seguros, por cuenta de Ediciones Larocca.
El 4 de marzo de 2009 fue detenido en la localidad chubutense de Corcovado por orden del juez Federal Sergio Torres. Desde entonces, su lugar de residencia es el penal de Marcos Paz.
Ahora deberá pagar sus crímenes. Y también sus fotografías.
* Informe: Laura Lifschitz
Trabajar en la sombra, con luz difusa

Por momentos, el artículo de la revista Fotomundo sobre las virtudes artísticas del represor Orlando González no tienen desperdicio. Tanto es así que este –según aclara la revista– considera su fotografía La Parca una obra “casual”. Porque la idea original “fue simbolizar la protección de una mujer hacia un niño. Pero la imagen que logró fue algo dantesca, con esos árboles detrás de ella. Por otro lado, le rondaba la idea de un castillo medieval, con una calavera delante del mismo. De la conjunción de ambas ideas surgió La Parca, una fotografía distinta que González compuso utilizando la mujer y la calavera del castillo”.
Ya de por sí, que alguien se proponga representar una imagen maternal y que termine delineando un estereotipo mortuorio es ya de por sí una curiosidad psiquiátrica. Claro que la revista Fotomundo explica semejante metamorfosis de otra manera: “Una obra de arte implica planificación y trabajo. Es decir que entre la idea del autor y la obra realizada media un extenso camino de errores y aciertos que van construyendo lo que será esa foto final, que va configurando la expresión más cercana de lo que queremos decir y también de lo que somos.”
Más adelante se ampliaría tal concepto: “Este trabajo de planificación, búsqueda, concepción, bocetos, descartes de imágenes, conjunción y encuentro de la expresión buscada, en una fotografía distinta de la inicial, es la “casualidad” de la que habla González. Es lo que otros llaman inspiración, aunque ambos conceptos no aclaren el camino real de la obra de arte, como vimos cuando el autor de La Parca nos describió los pasos que había seguido para darle forma y donde su propio trabajo traspuso los límites de la casualidad. Quizás porque el arte no es sólo un problema de buenas intenciones sino del talento con el que se trabaja.”
La revista Fotomundo presenta al represor de la ESMA como un “autodidacta que se vale de toda la información que rescata de las publicaciones especializadas en fotografía. Luego describe las características técnicas del equipo utilizado por el hombre al cual en las catacumbas de la Armada llamaban “Hormiga”. Y, finalmente, aclara: “Las drogas en su gran mayoría son preparadas por él mismo y algo de suma importancia y que merece ser tenido muy en cuenta es que González se vale siempre de la luz natural”.
Al respecto, el propio “Hormiga” explicaría tal asunto con palabras que son en sí mismas una declaración de principios: “Nunca, en ninguna oportunidad he recurrido a la luz artificial. Me gusta la luz natural y muy especialmente trabajo en la sombra, con luz difusa. Aun allí, donde la luz envuelve al sujeto, es posible encontrar sombras y controlar los diferentes contrastes que posee el original”. ¿Qué hubiese dicho el gran Lacan al respecto?
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Posdata. Carta desde el País del Nomeacuerdo, por Hernán López Echagüe

Publicado en la revista Humor, diciembre de 1990
Che, me olvidaba de algo. Hubo una época en que las personas se pusieron a desaparecer, de pronto, de la noche a la mañana. Sin pausa. Cientos y cientos de personas de toda edad que se ponían a no estar nunca más. Y los ojos de los vecinos no percibían nada. Y las bocas de los vecinos parecían bocas sin fundamento, o quizá con fundamento no más que para abrirlas y tragar fideos italianos, galletas alemanas, quesos franceses. ¡Vinos de Portugal por dos mangos! Había mazapán en las venas. ¿Te acordás? ¿Te acordás del general Acdel Edgardo Vilas? Decía el tipo: “Los mayores éxitos los conseguimos entre las dos y las cinco de la mañana, la hora en que el subversivo duerme (…) Yo respaldo incluso los excesos de mis hombres si el resultado es importante para nuestro objetivo”. ¿Te acordás? ¿No? Pero quizá te acuerdes del general Ibérico Saint-Jean que, entre otras cosas, se hizo famoso por su frase: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. O del general Jorge Rafael Videla: “En la Argentina morirán todos los que sean necesarios para acabar con la subversión”. Años más tarde, ya en democracia, al amparo del indulto que le había obsequiado Menem y en tanto se mojaba el garguero con whisky importado durante una cena de camaradería, Videla celebró la matanza, y, con aires de asesino ocurrente, soltó: “La sociedad argentina tendría que habernos pagado por los servicios prestados”.
Luego, a partir de diciembre de 1983, la historia incontrastable del exterminio selectivo que habían tramado los militares con toda meticulosidad cobró vida a partir de relatos de toda naturaleza: jurídico, periodístico, novelesco, televisivo, cinematográfico. Supongo que te acordarás de La historia oficial, también del Nunca más, y, desde luego, del histórico juicio a las Juntas. Fueron años de dolorosas e interminables reconstrucciones. Que a Esteban se lo llevaron de su lugar de trabajo una tarde, a los golpes; que a Cristina, que estaba embarazada, la sorprendieron en la calle, la ocultaron en alguna catacumba, la asistieron en el parto, le robaron el hijo y después la asesinaron; en la casa de Jon, que de la vida no esperaba más que
recibirse de ingeniero, casarse y tener un par de hijos, el grupo de Tareas se instaló a lo largo de una semana… Y ya no están, nunca más volverán a estar.
A partir de diciembre de 1983 el dolor se transformó en cifras: más de cuatro mil desaparecidos en 1976; trescientos cuarenta y dos por mes; once cada día. Más de tres mil en 1977; doscientos treinta y ocho por día… Cifras y más cifras. Contados cuerpos. Personas que nunca jamás volvieron a aparecer. Y ahora los ojos han vuelto a cerrarse, los oídos a enlodarse, las bocas a callar.
En fin, no era mi propósito amargarte. Pero el País del Nomeacuerdo es hoy una realidad ineluctable.
Otro abrazo.
(Foto de portada Revista Anfibia)
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Sobre indultos, héroes y anónimas tumbas, por Oscar Taffetani

N.d.R: Esta nota fue escrita en agosto de 1990 y publicada en el diario Sur, como parte de una campaña contra los indultos anunciados por el entonces presidente Carlos Menem. Dramático momento en el que los genocidas empezaban a estar sueltos e impunes por obra de las “leyes del perdón” votadas durante Alfonsín y ya se preparaban a salir los jerarcas de la dictadura. Por entonces, el colectivo de DDHH sólo pudo protestar mediante “escraches” y con los llamados “juicios de la verdad”. En estos nuevos tiempos de negacionismo, su autor y LCV deciden publicarla por primera vez en versión digital. Una reflexión imprescindible sobre la impunidad que incluye recuerdos familiares del propio Taffetani cuyo tío, Juan G. Franzetti, fue asesinado en 1929. Era apenas un niño cuando conoció el significado perverso de los indultos.
Sobre indultos, héroes y anónimas tumbas
A veces pienso que de todas las historias posibles, las menos posibles entre nosotros parecen ser aquellas en que el “inspector” recoge del suelo una cigarrera, dice: “Ah”, telefonea al laboratorio, viene el juez, se lleva al asesino y lo condena 20 años. Yo también he escrito historias así, pero ahí está la crónica diaria para revelar que las pruebas no significan nada, que se puede opinar sobre una pericia y que, de todas maneras, el asesino sale el mes que viene. (Rodolfo Walsh. Reportaje de Ricardo Piglia, Marzo de 1970)

En 1970, luego de haber incursionado con felicidad en ese género literario que de Truman Capote a esta parte se dio en llamar non-fiction novel (la “novela-verdad”), Rodolfo Walsh se había dado cuenta de que para que un relato policial fuera verosímil, en la Argentina, los asesinos debían quedar en libertad.
Por eso, ¿Quién mató a Rosendo?, Operación Masacre y El caso Satanowsky, tres importantes libros de Walsh, cuentan historias verosímiles. Al margen de las investigaciones y probanzas aportadas, esos relatos —para lectores argentinos— son absolutamente verosímiles. Tan verosímiles son, que los asesinos de Rosendo García. los asesinos de aquella madrugada en José León Suárez y los del abogado Satanowsky nunca fueron juzgados,nunca fueron condenados, nunca fueron privados de su libertad. Tan verosímiles son las historias de Walsh, que esos mismos asesinos volvieron sobre un sobreviviente de José León Suárez (Julio Troxler) para acabar con él. Tan verosímiles son, que un 25 de marzo del año 1977 balearon y secuestraron al mismo Rodolfo Walsh, sin que hasta ahora haya aparecido.
Lo que nunca fue verosímil —para seguir hablando en términos de arte literaria— fue una novela de autor colectivo titulada Nunca Más. Las primeras entregas, en 1983, se alimentaban exclusivamente de ficción: juicio a todos los responsables de la represión ilegal, el terrorismo de Estado y el vaciamiento económico del país.
Las entregas posteriores, ya en 1984, comenzaron a admitir pautas del verosímil argentino: tres niveles distintos de responsabilidad en la represión, ¿justicia militar o justicia civil?, nacionalización y blanqueo de la “deuda ilícita”.
Lo que siguió después, ya se encuadró perfectamente en la non-fiction novel (o novela-verdad): punto final, obediencia debida, probabilidad de in dulto o amnistía general para delitos económicos (vaciamiento, defraudación, evasión de impuestos), delitos contra la persona (secuestro, homicidio, tortura) y delitos contra la patria (traición, negligencia en tiempo de guerra).
En este preciso momento, muchos de los autores de esta gran novela-verdad están evaluando si abandonar el país, para entrar en el código, más benigno, de la non-fiction novel norteamericana; o hacer un gran pozo en la tierra para esconderse de los asesinos y salteadores de los que creyeron se habían librado en los primeros capítulos de la novela.
Como trágica humorada final —y haciendo honor a la verdad, al estilo Walsh—, han propuesto una fe de erratas sobre el título del libro. Donde decía Nunca Más ahora debe decir Otra Vez.
Yo indulto, tú indultas, él está muerto
A quien esto escribe, los códigos del verosímil argentino le fueron transmitidos desde la niñez. La historia merece contarse.
Mientras hojeaba un álbum de recortes periodísticos de familia que tenía su abuela, se detuvo en uno de La Nueva Provincia, diario de Bahía Blanca, fechado el 14 de mayo de 1945. Con el «tulo “Las actividades de Juan G. Franzetti””, el periodista Francisco Pablo de Salvo hacía el obituario de un colega muerto en abril de 1929.
El periodista Juan G. Franzetti, fundador en 1906 de La Hoja del Pueblo, militante socialista que en la madurez había devenido empresario y promotor de cooperativas, fue asesinado por un joven desconocido camino de la localidad de Punta Alta.
Cuenta De Salvo que Franzetti recogió con su automóvil a un joven con aspecto de cazador que le hizo señas. Una vez arriba, el ““cazador” le descargó un escopetazo a Franzetti, quien alcanzó a responder el fuego con un revólver que llevaba. Acto seguido, condujo malherido su automóvil hasta el consultorio de un médico y allí entregó al agresor, para que fuera curado. A la hora de haber salvado la vida de su asesino, él moría desangrado en el hospital de Puerto Belgrano.
Álbum en mano, el niño que era quien hoy esto escribe pidió una ampliación de la historia a su abuela. Ella recordó entonces las últimas palabras de “tío Juan””, como aún lo llama: “Le decía al muchacho que le había disparado: “¿Quién te mandó?, decíme, ¿quién te mandó?”. Y le dijo al médico que lo recibió, antes de desvanecerse: Atienda a este infeliz.”
El infeliz confesó que lo habían mandado, sin dar detalles. El juez lo condenó a cadena perpetua por homicidio alevoso. La abuela le dijo al niño “Cuando les dan cadena perpetua, es para que después los puedan liberar con el indulto”
Otro recorte, pequeñísimo, también pegado en el álbum, registraba que unos pocos años después el asesino de Juan G. Franzetti había sido beneficiado con un “indulto de Navidad”.
Crecido, aquel niño que escuchó la historia tuvo alguna vez la intención de localizar al asesino del tío Juan. Sus propias vivencias, sus propias ““pérdidas irreparables” en estas últimas aciagas décadas de historia nacional lo hicieron desistir. El “caso Franzetti”, recorrido de la mano de una memoriosa abuela, había sido su asignatura de ingreso en la vida argentina, su Introducción a la Impunidad.
Frente a los indultos siempre habrá quienes se pongan alegres y quienes se pongan tristes. Pero hay quien no se pone ni alegre ni triste, simplemente porque ya no está. Juan, Pachi, Irene o Rodolfo: a todos se los tragó el país de la impunidad.
Quiera Dios, las abuelas memoriosas y la sagrada obstinación de nuestras Madres que nunca se los trague el país de la desmemoria.
Nuevos cuentos de la selva
El jueves pasado el Presidente, utilizando como escenario la centenaria y reconstruida ciudad de Yapeyú, Corrientes, rindió homenaje al Libertador y también a los anónimos héroes cuyos restos descansan en suelo malvinense.
Profusión de citas de San Martín y de Perón aludieron al tema de la reconciliación y de las relaciones entre pueblo y Ejército, abonando el terreno de inminentes y nuevos indultos. Agreguemos aquí algunas citas que no se hicieron en la oportunidad, y contrastémoslas brevemente:
Escribió alguna vez San Martín: “Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón”. (No la tuvieron muy en cuenta quienes prepararon una absurda guerra contra Chile, en 1978.) Escribió en otra oportunidad: Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean en favor de los españoles y su dependencia”. (No lo tuvieron muy en cuenta quienes vaciaron económica-
mente la empresa nacional de hidrocarburos, y quienes paralelamente desde el poder— afirmaban que daba lo mismo “fabricar Pucarás o caramelos””.)
Para la época en que esos militares nada sanmartinianos gobernaban el país, Rodolfo Walsh se permitía tener otras “opiniones políticas”, nada favorables a la dependencia. Claro que cometió el “error” de expresarlas, Tuvo el valor de hacer una carta abierta a la junta militar que celebraba el 24 de marzo de 1977 su primer año en el poder.
Mientras Ricardo Balbín (q.e.p.d.) dedicaba el número 4 del periódico Adelante a pensar cuál podía ser el aporte de los partidos políticos al Proceso (“sabemos lo que hay que hacer para el éxito de la gestión […] puede estar seguro el señor Presidente que sin ruido ni ostentaciones le llegará nuestra palabra”). Mientras la dirigencia: de los principales partidos políticos, al decir del filósofo y empresario Víctor Massuh, “con su silencio brindó un margen operativo a los hombres de armas”; mientras toda esa vergüenza ocurría, Rodolfo Walsh tuvo el valor de escribir públicamente: “Lo que ustedes llaman aciertos, son errores; lo que reconocen como errores, son crímenes; y los que omiten, son calamidades”.
Walsh denunció que el 24 de marzo de 1977 había en la Argentina 15 mil desaparecidos, 10 mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados. El 25 de marzo de 1977, un día después, él mismo engrosaba la lista de desaparecidos.
Los responsables de su secuestro y desaparición habían hecho tres años antes (Operativo Dorrego) una promesa de reconciliación y unidad con el pueblo. No la cumplieron. Pronto estarán todos en libertad, para cerrar la non-fiction novel como corresponde.
La moral cristiana enseña a perdonar las afrentas. De ser absolutamente consecuentes con ella —sugiere un colega— debería hoy liberarse a todos los presos, cualquiera sea su causa. Y no encerrar a nada ni nadie ni a los pajaritos— por motivo alguno. Tendremos, entonces, una hermosa selva subtropical, llena de vida y color.
En esa selva siempre el pez grande se come al chico, el león al venado y el pájaro a la lombriz. Porque la ley que impera en la selva, es la ley de la selva.
