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Graf Spee: la pequeña historia, el mito y un fantasma en el fondo del río, por Oscar Taffetani


El conde Maximilian Reichgraf von Spee, vicealmirante de la Marina del Kaiser, se hundió junto con su barco y con sus hijos Otto Ferdinand y Heinrich Franz en el combate de las Islas Malvinas, librado contra la Royal Navy inglesa e 8 de diciembre de 1914.

Para que no se perdiera el nombre de quien había sido un héroe de la Primera Guerra Mundial, la marina de guerra alemana lo recicló en el de un acorazado “de bolsillo” que sería utilizado durante la Segunda Guerra Mundial.

El Panzerschiff Admiral Graf Spee, gemelo del Deutschland y del Admiral von Scheer, fue botado en los astilleros de Kiel hacia 1934. Su desplazamiento total no excedía de las diez mil toneladas, para cumplir con la restricción que imponía a Alemania el Tratado de Versailles. Con plena carga, el porte se elevaba a 16.200 toneladas.

Tabiques interiores de duraluminio y planchas de acero unidas por soldadura autógena (en lugar de remache) habían servido para aligerarlo de peso. Un radar –hoy primitivo- con antena bipolar , dos aviones de reconocimiento –uno desarmado en la bodega- y generosos tanques de combustible le permitían una autonomía de navegación de 14.500 kilómetros con gran cobertura operativa.

No era un barco muy veloz (50 km por hora) si se lo pensaba como crucero, pero sí era veloz si se tenía en cuenta que en el exiguo espacio de 188 metros de eslora por 7,3 de manga mínima se habían podido instalar seis cañones de 280 mm; 8 de 150; 6 de 105 y ocho de 37; diez ametralladoras de 20mm; ocho tubos lanzatorpedos y la catapulta del hidroavión. Un acorazado de bolsillo que burlaba la restricción de Versailles y que hablaba, al mismo tiempo, de una seria intención beligerante de Alemania al comienzo de la década del 30.

La guerra ha comenzado

“Esta foto que ve aquí la tomé yo desde el puente, en septiembre de 1939, cuando navegábamos por el Mar del Norte. El capitán Langsdorff nos reunió a todos en cubierta y nos informó que la patria había entrado en guerra, y que iba a necesitar de nosotros. El Graf Spee tenía que ir al Atlántico Sur a interrumpir las líneas inglesas de abastecimiento desde Australia y Sudamérica”


Quien habla es Rudi Stefanowski, septuagenario, cañonero del Graf Spee radicado desde hace medio siglo en nuestro país. Es uno de los pocos tripulantes del acorazado de bolsillo que llegaría a ver –hipotéticamente- cómo reflotan en Punta del Este los restos de aquella nave de guerra que un día lo trajo hasta la Argentina (un poco involuntariamente, hay que decir).

“Entré a la Marina en 1937, como voluntario. Hice seis meses de preparación en tierra y luego embarqué en el Schlewig-Hollstein, un acorazado construido en 1908 y que había servido en la guerra del ’14. Estas fotos que ve son de cuando hice el primer viaje. Estuvimos en las costas inglesas, españolas, en Canarias, en Cuba, en Venezuela”.

Anita, la esposa de Rudi desde el convulsionado 1945, trae otros álbumes, fotografías y cartas; acompaña el relato que el suboficial Stefanowski, artillero a cargo de una de las piezas de 150 mm del Graf Spee hace de su vida. No muy diferente del que ella misma –una de las tantas hijas de colonos alemanes en la Argentina casadas con tripulantes del Graf Spee- podría hacer.

“La misión que teníamos –prosigue Rudi- fue cumplida. Entre septiembre y diciembre de 1939 capturamos y hundimos nueve barcos mercantes, en el Atlántico y en el Índico. Como el barco era gemelo del Deutschland y del von Scheer (había muy pocas diferencias en el castillo y en la torre), el capitán Langsdorff a veces ordenaba cambiar el nombre o pintar de algún color distinto. Los ingleses estaban creídos de que había más de un crucero alemán en el Atlántico Sur, y era sólo el Graf Spee”.

“El barco de aprovisionamiento que teníamos en el Atlántico era el Altmark, que cargaba combustible en el Pacífico (Lima y Valparaíso). Algunas veces transbordábamos al Altmark a los prisioneros de los barcos hundidos o capturados. Había muchos angoleños o mozambiques, como los que ve en la foto”.

El artillero Stefanowski sigue recorriendo el álbum. Las pequeñas fotografías de 6×6 o de 6×12, fotos de aficionado, hablan de un interés por documentar todo lo que vivía y veía. Hasta un tiburón a flor de agua mereció el disparo oportuno de la cámara.

“Dos veces estuve a punto de alimentar con mi cuerpo a los tiburones. La primera fue en las Indias Occidentales, el Caribe. No le hice caso a mis compañeros y me tiré al agua desde el bote , para nadar un poco. Insistían en que subiera, así que regresé. Apenas regresé al bote, vi pasar una sombra inconfundible atrás mío. Casi no cuento el cuento. La otra vez fue en el Graf Spee. Se enredó la cuerda de un bote en la hélice y yo me tiré con el cuchillo entre los dientes y la corté por abajo. Cuando subí, un oficial me felicitó por la acción, pero me dijo que no corriera otra vez esos riesgos. El mar estaba lleno de tiburones”.

Enhebrando una y otra anécdota, Rudi Stefanowski recuerda cuando una vez sus servicios de improvisado hombre-rana le valieron una condecoración.

“Llegamos con una lancha hasta un carguero inglés que habíamos detenido. Entonces vi que uno de los tripulantes tiraba un paquete al agua y me lancé a recupearlo. Era el libro de claves de la flota inglesa en el Atlántico”.

Una batalla naval en serio

El hunting group (partida de caza) enviado por el Almirantazgo inglés para acabar con el molesto y destructivo acorazado de bolsillo. Fue casi una task-force: Exeter (8.390 ton, capitán S.Bell); Achilles (7.030 ton, capitán W.F.Parry); Ajax (6.985 ton, capitán Ch. Woodhouse), más el apoyo del crucero pesado Cumberland, que no llegó a entrar en acción.

Según cuenta Rudi Stefanowski, los días 12 y 13 de diciembre el avión de reconocimiento del Graf Spee estaba averiado y eso posibilitó a la partida de caza inglesa sorprender al crucero alemán. Los pormenores del encuentro son conocidos: el Graf Spee puso fuera de combate al Exeter, pero resultó severamente averiado y con bajas en su tripulación. El mismo capitán Hans Langsdorff fue herido en la batalla. Ante la inminencia de un desastre, Langsdorff puso proa a Montevideo –puerto neutral- con la esperanza de reparar allí las averías y cargar combustible.

Lo que no tuvo en cuenta el capitán del Graf Spee fue la presteza y habilidad del servicio diplomático inglés, que a través de su embajador en Montevideo, sir Eugen Millington Drake (no en vano se portan ciertos apellidos), consiguió que gobierno uruguayo diera un plazo perentorio –e insuficiente- al Graf Spee para abandonar el puerto.

La suerte estaba echada. Dice Stefanowski: “Durante toda la noche estuvimos inutilizando las piezas de artillería y los equipos electrónicos del barco, arrojando muchas partes al agua allí mismo, en el puerto de Montevideo… Si quieren buscar cosas del Graf Spee, que busquen allí, y no en Punta del Este. El día 17 trasladamos por la tarde mucha gente a tierra. La lancha iba y volvía llena de gente, a la vista de los ingleses. Pero había unos 20 tripulantes por viaje que no volvían al barco. Al atardecer, el capitán Langsdorff y un grupo de 36, entre los que estaba yo –que me ocupé de levar anclas- llevamos el Graf Spee a cuatro millas de la costa y lo hicimos estallar con todos los explosivos que quedaban a bordo. Un poco antes nos transbordamos al Altmark y de allí a remolcadores argentinos. El capitán se suicidó el día 20 en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires. Antes nos había hablado a todos. Nos había dicho –a los oficiales especialmente- que tratáramos de conseguir ropa de civil y regresar a Alemania, que nos necesitaban”.

Explosión del Graf Spee frente al puerto de Montevideo

El artillero Stefanowski cree que el capitán Langsdorff tuvo instrucciones del Alto Mando de hacer lo que pensara conveniente, y que decidió hundir al Graf Spee simplemente para evitar que cayera en manos inglesas y fuera reciclado.

Internados y prófugos en la Argentina neutral

Con arreglo a los acuerdos de Ginebra (1864) para guerra marítima y a las convenciones de La Haya (1899 y 1907) para guerras terrestres, el gobierno argentino dispuso la internación de los “náufragos” del Graf Spee hasta la finalización de la contienda. La oficialidad fue confinada en Martín García, mientras que la suboficialidad y la tropa, luego de alojarse en el Hotel de Inmigrantes, fue ubicada en residencias y campamentos del interior del país.

De los 1.140 tripulantes del crucero, 35 habían muerto en la batalla; algunos, después; y otros tantos se habían fugado aprovechando el benigno régimen de internación (el diario El Mundo de Buenos Aires informaba el 9/4/40 que once oficiales se habían fugado y protestaba contra la “vista gorda” del gobierno argentino).

Un total de 1.039, según da cuenta el diario La Razón de Buenos Aires ese mismo año, fue distribuido en distintas provincias, principalmente Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires (lugares con importantes colonias alemanas).

En 1943, Stefanowski y un importante grupo de internados del Graf Spee fue trasladado al Club Hotel de Villa Ventana, lujosa construcción –hoy destruida- enclavada en las sierras del sur bonaerense y que había pertenecido a los ferrocarriles británicos (era residencia de veraneo del personal jerárquico).

“En esa época –cuenta Stefanowski- sólo nos ocupábamos de cazar, pescar y cortar leña. El Club Hotel había sido abandonado en perfectas condiciones y sólo tuvimos que reparar y hacer funcionar la usina eléctrica”.

Casamiento múltiple de refugiados del Graf Spee en Buenos Aires

En 1945, Stefanowski se casa con Ana; y su camarada Bernard Traupt con Rosa, una hermana de ésta, también perteneciente a la colonia alemana de Coronel Suárez. A pesar de ello, finalizada la guerra, es devuelto a Alemania con el grueso de los internados.

Confinado –nuevamente- en Munsterlager, un campo de prisioneros bajo control inglés, recibe documentación y un permiso para trabajar y radicarse en Alemania (sic).

Entonces, visita a sus padres, reconoce la aldea de Warsleben, su sitio natal, que había quedado “del lado ruso”. Trabaja como techista en Hannover y finalmente consigue desplazarse hasta Austria, Italia, puerto de Génova y por fin, ya sí por elección, la Argentina.

Junto con Ana abre una cervecería en Rosario. La llama Grinsing, como un bello barrio de Viena. En 1949, abre Caballo Blanco en San Lorenzo. Ese mismo año nace Roman, su único hijo.

En los ’50, abre la hostería Cruz del Sur en Sierra de la Ventana. Termina de fundirse allí y entonces se emplea en la cervecería de otro alemán (Gambrinus) y en el Hotel Austral de Bahía Blanca.

Hacias los ’60, se asocia con otros dos para explotar el Hotel Suizo, en la ciudad sureña. Más tarde, instala su propia “Munich” allí. Por último, crea el restaurante “Graf Spee”, que florece durante el corto período 1972-76.

Con el producido de la venta del Graf Spee gastronómico, Stefanowski compra una pequeña chacra en Coronel Suárez, para estar cerca de su hijo Roman, que ha regresado de Alemania con un título de técnico en molinos harineros. Pero su corazón no anda del todo bien, por lo que vende la chacra de Suárez y se radica definitivamente en Bahía Blanca. Naturalizado desde 1949, percibe hoy una pequeña jubilación argentina y una pequeña asistencia alemana por los años trabajados allá.

Su vida no fue tan aventurera como la del camarada Helmut Berlin, tornero del Graf Spee, quien halló la martingala perfecta para las ruletas de Mar del Plata y Necochea, estudiando el desgaste de los bujes de bronce, y se hizo muy rico (aunque le prohibieron de por vida la entrada a los casinos). Tampoco fue tan afortunada como la de su camarada Helmut Hanussa, que pudo regresar “bien” a Alemania.

La vida de Ana, que amasa los “ñoquis del 29” mientras escucha el relato –y que cocinó durante 32 años en negocios propios y ajenos- tampoco fue tan afortunada –tal vez- como la de su hermana Rosa, que vive con su familia “de lado ruso” de Alemania y tiene dos meses y medio al año para veranear en las costas del Báltico.

La vida de Rudi fue sí, tal vez, como la de su camarada y amigo Heinrich Lince, fallecido en Bahía Blanca a mediados de junio pasado. Juntos se reunían a evocar la aventura del Graf Spee, juntos se reunían a repasar el álbum. Mientras agonizaba de un cáncer, Lince le dijo a su amigo: “Ya puedes irte, Rudi”. A la mañana siguiente, la esposa de Lince vino a avisarle que había muerto.

“Yo no sé dónde se está mejor o peor –reflexiona Rudi-, si aquí o allá. Este país me recibió muy bien en una época de abundancia. Por las calles de Rosario, aún en los barrios humildes, se olían los asados. Los carniceros decían “a ustedes (los alemanes) les gusta el hígado” y nos lo regalaban. Se podía andar paseando a cualquier hora, sin problemas. Luego vinieron tiempos duros, pero nunca me faltó oportunidad de trabajar. Yo le estoy muy agradecido a la Argentina”.

Lo que sale a flote y lo del fondo

Rudi Stefanowski es miembro de la Bordkameradschaft Panzerschiff Admiral Graf Spee, que vendría a ser una asociación de veteranos del Graf Spee. La asociación edita semanalmente el boletín Spee Info, donde se da cuenta de los decesos, se transcriben testimonios y se cultiva la memoria del legendario capitán Hans Langsdorff. Por su parte, la Marina de la RAF (República Federal de Alemania) ha botado un nuevo Graf Spee, con los últimos adelantos técnicos en la materia.

Cada tanto, en ocasiones especiales, se reúnen los veteranos que quedan en la Argentina (248), los que están en Uruguay (9) y algunos de los 312 que quedan en Alemania (un centenar en la RAF y el resto en la RDA).

El último homenaje importante se realizó en diciembre de 1979 y contó con la asistencia de marinos alemanes, ingleses y neocelandeses. En el discurso pronunciado en la ocasión, el capitán (RE) Friedrich Rasenack de la Armada de la RAF, residente en la Argentina, precisó el alcance del homenaje conjunto al capitán Langsdorff.

“En su lucha contra los barcos mercantes aliados, el capitán Langsdorff respetó las reglas internacionales y observó siempre las medidas humanitarias para salvar vidas de los tripulantes de los barcos que hundió. Ni un marinero de esos barcos mercantes perdió la vida”.

Un año antes, para aventar suspicacias, había declarado al diario La Prensa de Buenos Aires. “Somos apolíticos (sic) Lo que nos une después de tantos años es el recuerdo del capitán Hans Langsdorff. Si no hubiese sido por la decisión del capitán Langsdorff de hundir el barco y salvar a la tripulación, la mayoría de nosotros posiblemente no estaría hoy con vida”.

La vinculación de la muerte “con honor” del vicealmirante Von Spee y sus hijos con la del capitán Langsdorff y su hijo (que fue hombre-torpedo en una de las batallas navales de la Segunda Guerra), es más que evidente. Von Spee en Malvinas contra la flota inglesa. Langsdorff en el río de la Plata, también contra la flota inglesa. ¿Qué piensa Rudi Stefanowski de nuestra guerra de las Malvinas?

“Cuando un soldado defiende a su patria, siempre lo hace bien, lo hace de la mejor manera posible. Claro que si es correntino o del Norte y lo mandan al Sur; si no tiene instrucción ni armas equivalentes, él no es responsable de la derrota. Los soldados argentinos fueron muy valientes y son respetados”.

Rudi Stefanowski se despide del cronista del diario Sur e informa que participará del homenaje previsto para diciembre, cuando viajarán 50 veteranos desde Alemania y se reunirpan con otros en Rosario, Córdoba, Montevideo y Buenos Aires. Vendrá como siempre Ingebor Langsdorff, hija del, hija del recordado capitán cuyos restos descansan en el cementerio alemán de Buenos Aires.

Eso sí, Rudi no cree que el barco hundido, a pesar de la intimación del gobierno uruguayo al empresario Daniel Tobasso, vaya a ser reflotado.

La intriga que ronda al cronista –y quizá también al lector- es si este proyecto declarado en el Uruguay “de interés turístico” es sólo de interés turístico. Y si cuando emerja de las aguas el mascarón del Graf Spee, que es un águila con la cruz gamada, a los ex tripulantes del Exeter, el Achilles y el Ajax –y también, por qué no, a algún tripulante del Graf Spee, no les darán ganas de hundirlo nuevamente, para siempre, en el fondo del río.

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(Publicado en el diario Nuevo Sur el 3 de septiembre de 1989, cuando ya el gobierno uruguayo y un empresario proponían reflotar los restos del barco hundido muy cerca de Montevideo. Recién en el año 2006 fue encontrada el águila del mascarón de proa de la embarcación nazi. Días atrás estalló una polémica en Uruguay tras el anuncio del presidente Lacalle Pou de que sería fundida para convertirla en una paloma de la paz. Finalmente la idea fue desechada ante las críticas por destruir un monumento de valor histórico.)

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“Monocracia y democidio”, por Oscar Taffetani

La nota que sigue fue publicada en la agencia Pelota de Trapo (PPe) y replicada el 26/9/2007 en el sitio de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos). Habida cuenta de lo acontecido en el país, de 2007 a esta parte, merece una relectura. El Archivo LCV sigue sumando notas de selección para tratar de entender porqué estamos como estamos.

MONOCRACIA Y DEMOCIDIO

En los manuales escolares de otras épocas se traducía el aristotélico término democracia como “el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo”.

Al bueno de Aristóteles ya le faltaban, reconozcamos, algunas páginas en su libro (por ejemplo, una que dijera que los seres humanos esclavizados también eran -y son- sujetos de derecho).

Y de Aristóteles a esta parte, mucha agua (y sangre) ha corrido bajo los puentes, hasta llegar al presente, cuando oscuros poderes se han adueñado de territorios y países, usando el prestigio, cada vez más devaluado, de la palabra democracia.

Un término que acuñaron los constructores de autopistas -colectoras- le sirve al nuevo Establishment argentino para justificar su modo pragmático de juntar votos. Por derecha o por izquierda, por arriba o por abajo, juntar votos. Sólo votos, sin otro contenido que un par de nombres en una boleta. Y sin programa. Y sin compromiso de nada. Como un cheque en blanco firmado a un representante que será -si gana- “el representante de todos” (o sea: el representante de nadie).

Un complemento para las colectoras (especie de ley de lemas que ni siquiera respeta las formas de la ley de lemas), son otros notables inventos argentinos: la borocotización (comprar a un diputado y darlo vuelta, cuando ya ha sido elegido) y la doble candidatura (una mezcla de ensoñación y realismo, expresada en la consigna: “vóteme para presidente, que quiero ser diputado”).

Los no representados


A partir de la crisis política incubada en los últimos años del menemismo -crisis que estalló y se manifestó en toda su magnitud durante el gobierno de la Alianza- hemos podido ver colectivos (es decir, conjuntos humanos) muy diversos, con dolores y demandas y aspiraciones que no habían sido recibidas ni escuchadas ni satisfechas por la política tradicional, ni por las instituciones tradicionales.

Obreros y empleados, por ejemplo, a los que un decretazo, una ley amañada o un per saltum de la Corte Suprema los había dejado, de la nochea la mañana, sin “su” empresa, sin “su” fábrica, sin trabajo ni casa ni lugar en el mundo.

O jóvenes argentinos del color de la tierra -otro ejemplo- legítimos habitantes de las selvas y los bosques del Noroeste, súbitamente arrojados al otro lado de una alambrada, empujados por perros guardianes (y por guardianes perros) lejos de su hábitat, obligados a mendigar, a hurtar naranjas y a caminar por los márgenes de una ciudad siempre hostil.

¿Quién representa a esos argentinos de Cutral-Có, de Tartagal, de Villa Diamante y Ciudad Oculta, a los de “Fuerte Apache” y “Los Hornos”?

(¡Hasta los nombres nos hablan de su orfandad!).

Nadie los representa, nos respondemos. Se representan a sí mismos, cuando pueden. Y como pueden.

Un ex presidente se jacta, en su libro de Memorias, de haber “apagado el incendio”, es decir, no de haber ayudado a los pobres a salir de su pobreza, sino, simplemente, de haber neutralizado su protesta.

Una candidata a presidente sale de gira por el mundo a decirle a los mismos lobos y buitres de siempre que la Argentina es un país “con grandes oportunidades de negocios”.

Ninguno de los candidatos con chance de ser gobierno, en este baile de las colectoras, se anima a prometer (¡siquiera a prometer!) que va a terminar con el hambre en el granero del mundo, o que recorrerá las calles y caminos en persona, para dar techo a los sin techo y trabajo a los que no lo tienen.

No. En estas elecciones, los candidatos con chance, los favoritos de las encuestas, ya ni siquiera se molestan en hacer promesas. Ellos sólo esperan el cheque en blanco que venga de las colectoras. Como si fuera un trámite administrativo. Como obtener una licencia para gobernar.

El gobierno emergido en esas condiciones, ya no será del pueblo por el pueblo y para el pueblo, como pide la antigua fórmula aristotélica. Es decir: ya no será, cabalmente, democrático.

¿Y qué será, entonces? No lo sabemos. Se nos ocurren variantes extrañas. Formas aún no conocidas. Nuevas argentinadas. Monocracia y democidio, por ejemplo.

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Carta desde el País del Nomeacuerdo, por Hernán López Echagüe

Esta semana, el Archivo LCV incorpora una nota publicada en la revista Humor, publicación que funcionó como un faro en tiempos de dictadura, y fue crítica con el menemismo. Conviene recordar el marco dentro del cual HLE escribía una serie de cartas a un amigo imaginario

En 1989 , Carlos Menem indultó a todos los jefes militares procesados que no habían sido beneficiados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; a líderes y miembros de organizaciones armadas revolucionarias (algunos de ellos ya desaparecidos); a los ‘carapintadas’ que se rebelaron contra la democracia en la Semana Santa de 1987 y en 1988; y, finalmente, a los integrantes de la Junta de Comandantes condenados por los delitos cometidos durante la guerra de Malvinas.

Seis decretos firmados en diciembre de 1990 indultaron, finalmente, a todos los miembros de las Juntas Militares condenados en tiempos de Alfonsín (1985) y otros genocidas con proceso abierto. Quedaron afuera: Videla, Massera, Agosti, Viola, Lambruschini, Camps, Suárez Mason, Ovidio Richieri, Martínez de Hoz. También indultó en ese diciembre a Firmenich y Norma Kennedy.

Hoy recuperamos para el Archivo LCV, una nota publicada en la revista Humor de Hernán López Echagüe. Por entonces, un joven apenas retornado del exilio que iniciaba sus primeros pasos en periodismo. Llevábamos siete años de democracia y los indultos de Menem eran una marcha atrás de todas las conquistas en Derechos Humanos. Hoy Carlos Menem es el único presidente del siglo XX que tiene su retrato en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada.

Carlos Menem, presidente 1989-1999

Carta desde el País del Nomeacuerdo

Publicado en la revista Humor, diciembre de 1990.

Che, me olvidaba de algo. Hubo una época en que las personas se pusieron a desaparecer, de pronto, de la noche a la mañana. Sin pausa. Cientos y cientos de personas de toda edad que se ponían a no estar nunca más. Y los ojos de los vecinos no percibían nada. Y las bocas de los vecinos parecían bocas sin fundamento, o quizá con fundamento no más que para abrirlas y tragar fideos italianos, galletas alemanas, quesos franceses. ¡Vinos de Portugal por dos mangos! Había mazapán en las venas. ¿Te acordás? ¿Te acordás del general Acdel Edgardo Vilas? Decía el tipo: “Los mayores éxitos los conseguimos entre las dos y las cinco de la mañana, la hora en que el subversivo duerme (…) Yo respaldo incluso los excesos de mis hombres si el resultado es importante para nuestro objetivo”. ¿Te acordás? ¿No? Pero quizá te acuerdes del general Ibérico Saint-Jean que, entre otras cosas, se hizo famoso por su frase: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. O del general Jorge Rafael Videla: “En la Argentina morirán todos los que sean necesarios para acabar con la subversión”. Años más tarde, ya en democracia, al amparo del indulto que le había obsequiado Menem y en tanto se mojaba el garguero con whisky importado durante una cena de camaradería, Videla celebró la matanza, y, con aires de asesino ocurrente, soltó: “La sociedad argentina tendría que habernos pagado por los servicios prestados”.

Luego, a partir de diciembre de 1983, la historia incontrastable del exterminio selectivo que habían tramado los militares con toda meticulosidad cobró vida a partir de relatos de toda naturaleza: jurídico, periodístico, novelesco, televisivo, cinematográfico. Supongo que te acordarás de La historia oficial, también del Nunca más, y, desde luego, del histórico juicio a las Juntas. Fueron años de dolorosas e interminables reconstrucciones. Que a Esteban se lo llevaron de su lugar de trabajo una tarde, a los golpes; que a Cristina, que estaba embarazada, la sorprendieron en la calle, la ocultaron en alguna catacumba, la asistieron en el parto, le robaron el hijo y después la asesinaron; en la casa de Jon, que de la vida no esperaba más que recibirse de ingeniero, casarse y tener un par de hijos, el grupo de Tareas se instaló a lo largo de una semana… Y ya no están, nunca más volverán a estar.

A partir de diciembre de 1983 el dolor se transformó en cifras: más de cuatro mil desaparecidos en 1976; trescientos cuarenta y dos por mes; once cada día. Más de tres mil en 1977; doscientos treinta y ocho por día… Cifras y más cifras. Contados cuerpos. Personas que nunca jamás volvieron a aparecer. Y ahora los ojos han vuelto a cerrarse, los oídos a enlodarse, las bocas a callar.

En fin, no era mi propósito amargarte. Pero el País del Nomeacuerdo es hoy una realidad ineluctable.

Otro abrazo.

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El origen de los 30.000 desaparecidos. Investigación de Oscar Taffetani

El 9 de diciembre de 2016, un despacho de la agencia Télam envió a los medios el resultado de una investigación sobre los antecedentes documentales de los 30.000 desaparecidos, cifra que se convertiría en símbolo de la lucha contra la dictadura genocida primero y del reclamo de verdad y justicia después. Ciertos negacionistas locales, imitando a los negacionistas de la Shoá y de los otros genocidios del siglo XX, pretenden reducir la valoración de esas tragedias históricas a la exactitud de unos pocos datos que son variables y casi siempre inverificables. La investigación –rescatada del archivo de Télam- nos invita a remontarnos al origen verdadero de esa cifra que fue inicialmente calculada por el terrorismo de Estado, pero que fue resignificada por la lucha de varias generaciones argentinas.

En una carta fechada el 2 de enero de 1976 y dirigida al escritor cubano Roberto Fernández Retamar, el narrador argentino Haroldo Conti, referente del FAS y vinculado con el PRT-ERP, hace una alhelante predicción: “Me acaba de informar muy confidencialmente mi cuñado, que es militar, que se espera un golpe sangriento para marzo. Inclusive los servicios de Inteligencia calculan una cuota de 30 mil muertos”. Consultado Retamar sobre la autenticidad del documento, respondió a quien esto escribe: “La carta que me envió el compañero Haroldo el 2 de enero de 1976 se encuentra en el archivo de la Casa de las Américas”.

“También publiqué dicha carta -agregó Retamar- en mi libro ‘Fervor de la Argentina’, que apareció en Buenos Aires en 1993 y tuvo reedición cubana”. A cuatro décadas de ser escrita, esa carta de Haroldo, lo mismo que el contexto histórico, merecen una reconstrucción.

No fue aquella la primera vez en que Haroldo Conti dio a entender que disponía de información de Inteligencia, por contactos propios –-no sólo familiares– en las fuerzas armadas y de seguridad. En otra misiva, también dirigida a Retamar y fechada el 15 de octubre de 1973, dice: “Acabo de enterarme por una persona de mi amistad, que corrió el riesgo para informarme, que en una orden que se distribuye entre los comandos de asalto hay una lista de unas 30 personas a liquidar. Yo figuro entre las primeras. Otro es Rodolfo Mattarollo, director de ‘Nuevo Hombre’, abogado de presos políticos, entrañable amigo de quien les hablé más de una vez” (el abogado Rodolfo Mattarollo, autor de un temprano ensayo sobre la obra de Haroldo Conti, participó en aquel tiempo de la revista Nuevo Hombre y de la última época del diario El Mundo, ambos medios vinculados con el PRT-ERP).

Haroldo Conti: “Calculan 30.000 muertos”

Ahora, veamos lo que escribió desde las antípodas, en su autobiografía “Yo fui Vargas”, el capitán del Ejército y criminal dos veces condenado Héctor Vergez, quien después de haber actuado en la represión ilegal en el área del III Cuerpo de Ejército y después de haber sido denunciado en Córdoba por apropiación y venta de bienes de desaparecidos, pasó a actuar como agente encubierto del Batallón 601 de Inteligencia, en Buenos Aires:

“Cabe advertir al lector no informado o a menudo desinformado –dice Vergez- que la lucha con la delincuencia subversiva fue una lucha de Inteligencia y que los medios y apoyos del terrorismo sobrepasaron muchísimas veces los del Estado argentino”, agregando en otro pasaje y aludiendo específicamente al aparato de inteligencia del PRT-ERP: “La reunión informativa se realizaba, lógicamente, a través de infiltrados en los diversos ‘frentes’ o ámbitos sociales, empresariales y políticos”.

Podemos descontar que si Haroldo Conti y Rodolfo Mattarollo ya figuraban en las listas de “objetivos” de los organismos de Inteligencia en octubre de 1973, también lo estaban el 24 de marzo de 1976, cuando se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura del Proceso. No pasó mucho, desde el día del golpe, hasta que fue secuestrado Haroldo Conti, la madrugada del 5 de mayo de 1976, en su domicilio de Fitz Roy 1205, Villa Crespo, Buenos Aires.

El GT1 del Primer Cuerpo de Ejército reforzado con PCI (personal Civil de Inteligencia) que, según documentos disponibles, realizó el operativo, también se llevó a un presunto compañero de militancia de Haroldo llamado Héctor Fabiani, que pernoctaba en la casa y que había quedado al cuidado de los niños, aunque el grupo de tareas optó por dejar allí (presumiblemente, porque prefirieron llevar en sus automóviles el producto del saqueo) a Marta Scavac, pareja del escritor, lo mismo que a su hijo Ernesto, de apenas tres meses, y a la niña Miriam Acuña (de 7 años, hija de Marta).

Con fecha 6 de mayo fue presentado por Lidia Olga Conti, hermana de Haroldo (y esposa del militar aludido en la carta de enero) el primer hábeas corpus pidiendo la aparición de Haroldo. El recurso, como los que siguieron después, no tuvo resultado.

Personal de inteligencia del Batallón 601 estuvo a cargo del interrogatorio, tortura y muerte de Haroldo Conti

Haroldo Conti había sido detenido ilegalmente y elementos del Batallón 601 de Inteligencia y del Cuerpo I de Ejército se ocuparon de interrogarlo bajo tortura, destruyéndolo psíquica y físicamente, al punto de que cuando el cura Leonardo Castellani, tras solicitarlo personalmente a Videla, pudo verlo en el ya desaparecido CCD “Coordinación Federal” –a una cuadra del Departamento Central de Policía–, sólo alcanzó a darle la extremaunción. Castellani reveló eso, bajo secreto, a dos periodistas de la revista Crisis y a Marta Scavac, poco antes de que ésta partiera –con protección de la Marina, por un pedido personal que hiciera Omar Torrijos a Emilio Eduardo Massera– al exilio, junto a sus dos hijos más pequeños.

Dos de los abogados que integraban la flamante CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) –Mario Hernández y Roberto Sinigaglia– que estaban coordinando acciones para denunciar atentados y secuestros en Córdoba y Buenos Aires, fueron secuestrados ellos mismos el 11 de mayo de 1976 y permanecen desaparecidos.

La orden de batalla del Proceso (cuyos documentos no terminan de salir a la luz) se estaba ejecutando en aquellos días de otoño con rapidez y ferocidad, lo que obligó a la mayoría de los integrantes de la CADHU, ex adherentes de la muy raleada Gremial de Abogados, a tomar la decisión de poner a salvo a sus familias primero y de abandonar el país poco después, para continuar con la denuncia de los crímenes de la dictadura y con el apoyo a las víctimas desde lugares o países más seguros.

Gustavo Roca y Lucio Garzón Maceda, defensores de gremialistas y presos políticos de Córdoba que sufrían el feroz hostigamiento de las patotas del Comando Libertadores de América y el III Cuerpo de Ejército, fueron a España y a Francia primero, y allí tuvieron oportunidad, por gestión de dos integrantes de la CADHU residentes en Washington, de obtener un “hearing” ante una Subcomisión de Diputados del Congreso de los Estados Unidos dedicada a los Asuntos Externos y presidida por el diputado demócrata Donald Fraser (aquella invitación no era ingenua: los dos miembros de CADHU anfitriones –el ingeniero Gino Lofredo y la ex detenida Olga Talamante, ambos con ciudadanía norteamericana– sabían que la llegada al gobierno de Jimmy Carter significaría un reimpulso de los derechos humanos, tanto en política interior como en política exterior).

Las exposiciones de Gustavo Roca y de Lucio Garzón Maceda el 28 y 29 de septiembre de 1976, inscriptas en una serie que incluía otras denuncias por las violaciones a los DDHH en Chile y el Uruguay, llevaban el pedido concreto de que cesara la ayuda militar estadounidense a aquellas tres dictaduras del Cono Sur, objetivo que fue alcanzado en todos los casos.

Sin embargo, en el caso argentino, el haber hecho aquella solicitud les costó a Roca y a Garzón Maceda una causa judicial por “traición a la patria”, que los tuvo en vilo hasta el regreso de la democracia argentina, cuando obtuvieron el sobreseimiento definitivo.

Ya se había iniciado en los Estado Unidos, a fines de 1976, la investigación que generaría dos visitas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la última de las cuales fue en 1979. Y el cálculo aproximado de víctimas de ejecuciones extrajudiciales, secuestros y desapariciones, era el mismo que habían hecho los servicios de Inteligencia argentinos meses antes del golpe de Estado, y sobre el que había alertado Haroldo Conti en su carta a Fernández Retamar. A fines de 1976 se hablaba, tanto en Europa como en América del Norte, de “30.000”.

En enero del año siguiente, 1977, al prologar el libro de denuncia de la CADHU titulado “Argentina. Proceso al Genocidio”, el abogado Eduardo Luis Duhalde, quien se había trasladado a Madrid con el propósito de crear sedes y bases en Europa para denunciar la situación argentina, escribió: “Más de 2.300 personas fueron muertas oficialmente por las fuerzas militares y policiales entre marzo y diciembre de 1976. Sacerdotes, abogados, parlamentarios, profesores, científicos, artistas, asilados políticos latinoamericanos, dirigentes sindicales y de organizaciones populares se cuentan entre las víctimas. 20.000 han sido secuestradas y han desaparecido, y más de 10.000 están prisioneros en cárceles y campos de concentración militares” (como se advierte, las víctimas de la represión ilegal seguían siendo, en ese documento, 30.000).

Dos meses después, al intervenir como miembro de la CADHU y en representación de Pax Romana ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, Rodolfo Mattarollo –el amigo y compañero de Haroldo Conti que mencionamos al comienzo– expresó lo siguiente: “Según varias organizaciones humanitarias, éste es el trágico saldo del año 1976 en Argentina: 2.300 muertos, 10.000 presos políticos y de 20 a 30 mil desaparecidos. Grupos armados que innegablemente forman parte de las Fuerzas Armadas y la Policía han secuestrado y continúan secuestrando a alrededor de 2.500 personas por mes. Las víctimas son argentinos de toda clase y condición social y latinoamericanos refugiados en territorio argentino”.

Las cifras que difundían la CADHU, el TYSAE (Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio) y otras organizaciones de resistencia y denuncia que actuaban en el exterior, no diferían mucho de las que el mismo Departamento de Estado norteamericano, que recibía cotidianamente los partes de sus propios servicios de Inteligencia y de su propia diplomacia, manejaba.

Uno de los documentos desclasificados que tiene la organización Archivo de Seguridad Nacional en la Georgetown University, perteneciente al denominado Plan Cóndor, es un mensaje del agente de la DINA chilena Enrique Arancibia Clavel, dirigido con seudónimo a sus superiores en Santiago, en julio de 1978. 

“Adjunto -dice Arancibia Clavel- la lista de todos los muertos en el año 1975. La lista va clasificada por mes. Es decir, en estas líneas van tanto los muertos ‘oficialistas’ (sic) como los ‘no oficialistas’ (sic). Este trabajo se logró conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, sito en Callao y Viamonte, de esta capital, que depende de la Jefatura II de Inteligencia del Ejército, del Comando General del Ejército y del Estado Mayor General del Ejército. (…) Las listas corresponden al anexo 74.888.75/A1.E.A. y al anexo 74.889.75/id. Los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles de identificar. Casi en un 100% corresponden a elementos extremistas eliminados ‘por izquierda’, por las fuerzas de seguridad. (…) Se tienen computados 22.000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha. En próximos envíos seguiré ampliando las listas. Atentos saludos. Luis Felipe Alemparte Díaz”.

Los casos verificados de asesinatos, secuestros y desapariciones se hacían constar, con detalle, en los escasos medios de difusión disponibles (entre ellos, dos periódicos del exilio en España, titulados “Presencia Argentina” y “Correo Argentino”). Ya en diciembre de 1977, Correo Argentino publicó la primera “Lista de prisioneros reconocidos por la Junta Militar”, con nombres y apellidos de los detenidos en Villa Devoto, La Plata, Coronda, Sierra Chica, Resistencia, Córdoba y otras cárceles argentinas, así como los casos en que se había concedido libertad, salida del país o libertad vigilada. El resto, lo que no se había podido verificar pero que sin duda estaba ocurriendo en los más de 500 centros clandestinos de detención habilitados por la dictadura en el territorio nacional, seguía perteneciendo a esa terrorífica nebulosa de los “30.000”, aquel cálculo proyectivo que habían hecho los mismos autores del golpe de Estado y ejecutores del plan genocida.

El General Ramón Camps dió la cifra de 30.000 desaparecidos

Llegado por fin a la Argentina, el ciclo de la democracia y recuperación de las instituciones, ciertos referentes de la dictadura como el sanguinario general Ramón Camps –quien murió antes de ser alcanzado definitivamente por la justicia– escribían columnas de opinión en medios “amigos” como el diario La Prensa y, además de jactarse de sus crímenes, se permitían aconsejar a los dirigentes y a la ciudadanía de nuestra débil democracia recuperada.

Fue justamente en aquel clima de alivio y a la vez de temor que reinaba a la salida de la dictadura cuando Jorge Luis Borges, entrevistado por periodistas del diario francés Le Monde, en un reportaje que se publicaría a doble página el domingo 6 de mayo de 1984, dijo lo siguiente: “Aquí se usa ese eufemismo de desaparecidos, pero la realidad es mucho más terrible: esas personas no desaparecieron, fueron secuestradas, quizás torturadas y seguramente asesinadas. El general (Ramón) Camps da la cifra de treinta mil. Lo más terrible es que –al parecer– aumentaron, redondearon la cifra para vanagloriarse” (extracto del artículo, reproducido por el vespertino La Razón de Buenos Aires, diario dirigido por Félix Laiño, un hombre que respondía al Ejército Argentino, que era el verdadero propietario del medio, el lunes 7 de mayo de 1984).

En el principio y el final de este relato, donde hemos dejado que hablen los documentos, son los mismos verdugos de la Argentina y de los argentinos quienes lanzaron la cifra de 30.000, cifra que luego fue recogida por la CADHU y las primeras organizaciones que denunciaron a la dictadura cívico militar, con el deseo de parar la matanza y de recuperar vivas a la mayor cantidad de víctimas posibles.

Nuestros 30.000, lo mismo que los seis millones de judíos de la Shoá, lo mismo que el millón del genocidio armenio, los de la posguerra civil en España, los comunistas asesinados en la Indonesia de Suharto o, viniendo más cerca, las víctimas sin nombre y sin tumba de dictaduras genocidas en Asia, África y América latina, son una cuenta abierta, que cada día puede ser incrementada por un nuevo hallazgo o una nueva denuncia. Y son también una herida abierta que sólo una política sostenida de memoria, verdad y justicia  (proeza argentina, que aún no hemos sido capaces de dimensionar ni valorar) puede cerrar. El dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri (1926-2003), minimizando la demanda por los caídos en aquella guerra de Malvinas que él mismo había desatado, dijo en un reportaje que todos los años “muere más gente en accidentes de tránsito”. Pareja frivolidad y desprecio por la vida humana ostentan aquellos que piden hoy un cálculo “exacto” y “cerrado” de las víctimas de la peor dictadura que sufrimos los argentinos.

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