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El represor que ganaba premios con fotografías de sus víctimas, por Ricardo Ragendorfer

Por Ricardo Ragendorfer

Orlando González era un laborioso cultor de la fotografía artística. En 1979, esa actividad lo condujo a los umbrales de la consagración, al obtener el Gran Premio de Honor Cóndor de la Federación Argentina de Fotografía (FAF), el más prestigioso del país. Sus obras galardonadas fueron Una luna, una tarde y un viejo amor y La Parca. Ambas aparecerían publicadas en el número 138 de la revista Fotomundo (ver recuadro), junto con un elogioso comentario acerca de la segunda foto, que muestra, en clave difusa, una silueta femenina con una capa, detrás de una calavera. Lo cierto es que el peso misterioso de esa imagen aún hoy perdura, aunque no precisamente por razones estéticas.

A los 32 años, González solía alternar ocasionales changas fotográficas con el ejercicio artístico del asunto.
En cuanto a las changas, hay por lo menos una que merece ser mencionada: en junio de 1979 –cuando esa edición de Fotomundo estaba en los kioscos–, a él se lo vio en la Plaza 18 de Julio, de Montevideo, retratando a una mujer de mediana edad con la estatua de Artigas como fondo, en lo que parecía ser una producción periodística.
En cuanto al ejercicio artístico del asunto, poco después, en septiembre de ese año, se lo vio retratando a otra mujer en alguna isla del Tigre. Al igual que en su consagrada foto La Parca, ella posaba con una capa.
Ahora se sabe la identidad de sus modelos.

La primera: Thelma Jara de Cabezas, quien desde abril permanecía cautiva en la ESMA. Las fotos que González le sacó en la capital uruguaya –a donde la llevaron en un avión de línea– fueron publicadas el 22 de agosto en el diario News World, del reverendo Sun Myung Moon. Ahí ella fue presentada como la “madre de un guerrillero muerto” que se escondía de los montoneros. Otra nota de idéntico talante salió el 10 de septiembre en la revista Para Ti.
La segunda: Lucía Deón, quien desde diciembre de 1978 permanecía cautiva en la ESMA, tras una breve escala por el centro clandestino Olimpo. González la fotografió en la isla El Silencio, una propiedad de la Iglesia Católica sobre el río Chañá Mini, en donde los marinos escondieron a sus prisioneros ante la visita al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Ambas mujeres sobrevivieron a las mazmorras de la última dictadura.
González, en realidad, era agente de inteligencia de la Armada e integraba el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la ESMA. Su nombre de guerra: “Hormiga”.
Ahora, a los 68 años, es uno de los 68 represores de la Armada juzgados por delitos de lesa humanidad cometidos allí contra 789 víctimas.
La cuestión de su faceta artística estalló en medio del debate, luego de que un testigo, el sobreviviente Carlos Lordkipanidse, se refiriera a esa vieja nota de Fotomundo –exhibida por el propio “Hormiga” entre los secuestrados– y a los retratos que él le hizo a Lucía Deón en El Silencio. ¿Acaso es posible que González consumara sus obras con personas cautivas? La pregunta ahora flota bajo el techo del tribunal.

EL AUTODIDACTA. Atildado y medido. Así se mostraba “Hormiga” ante la superioridad. El capitán de fragata Guido Paolini, uno de los calificadores de su legajo, tenía de él un excelente concepto y estampó con su puño y letra el siguiente comentario: “Tiene excelentes conocimientos de fotografía, tanto para la toma como para el proceso de revelado y copia.”
Quizás otro capitán de fragata, Luis D’Imperio –el sucesor de Jorge “Tigre” Acosta en la jefatura del GT 3.3.2–, no considerara debidamente tal cualidad, puesto que, con un ejemplar de Fotomundo ante los ojos, bramó: “¡Usted es un pelotudo!” No le había causado demasiado beneplácito que el artículo en cuestión incluyera el nombre verdadero y otros datos personales de alguien que pertenecía a una unidad clandestina de combate antisubversivo. “¡Usted es un pelotudo!”, repitió, sin dar crédito a sus ojos.
Frente a él, González permanecía firme y en silencio.

El tipo, oriundo de la ciudad chubutense de Esquel, había ingresado en la fuerza a los 17 años; ahora, tres lustros después, tenía grado de suboficial mayor, tras desempeñarse en el área de contrainfiltración y, después, como secretario privado de algún jerarca del Servicio de Inteligencia Naval (SIN).   

En la ESMA, a donde llegó como auxiliar de inteligencia en 1977, estaba a sus anchas. Tenía un escritorio en un rincón del llamado Salón Dorado, nada menos que el centro de operaciones de ese inframundo. Allí, él se encargaba de las comunicaciones, también ordenaba papeles y hasta tenía a su cargo el envío a reparaciones de picanas con problemas técnicos. Tampoco era inusual su presencia en interrogatorios; allí –según las víctimas– solía administrar dosis eléctricas con una actitud casi deportiva. A la vez cultivaba un trato amable con los prisioneros sometidos a trabajo esclavo; en especial, con las mujeres, a las que insistía en impresionar.
En todo momento hacía gala de sus pretensiones intelectuales. En ello habría una razón de peso: dado su rango subalterno en una estructura elitista como la de la Armada, él se sentía subestimado por sus camaradas de armas. Creía que “estaba para más”, y se lo quería demostrar a sus superiores.

“¡Usted es un pelotudo!”, le repitió D’Imperio por última vez.
Esas cuatro palabras, a través del boca a boca, circularían por los pasillos de la ESMA como un reguero de pólvora.
¿Cómo era la existencia de “Hormiga” fuera de ese lugar? González vivía con su mujer en una casa situada en la calle Tomás Le Bretón, de Villa Urquiza. Los vecinos tenían de él un vidrioso concepto, alimentado por sus idas y llegadas al hogar en vehículos con antenitas y sin identificación. No ocultaba, en cambio, su pasión por la fotografía. Tanto es así que fue muy común verlo en el barrio con su cámara Asahi Pentax K 1000 colgada del cuello. No menos común fue su presencia en el Foto Club Marina, en donde acostumbraba a participar en exposiciones y concursos. Claro que el codiciado premio de la FAF haría de él una celebridad en el pequeño mundillo de la fotografía. No obstante, su estilo no era muy estimado por sus colegas, ya que muchos de ellos consideraban a González un vulgar imitador del famoso fotógrafo ruso Leonid Tugalev. Ello no impidió que su obra maestra, La Parca, se alzara en 1979 con la máxima cucarda del certamen fotográfico más importante del país. Cabe destacar que, en esa ocasión, su gran derrotado fue el mundialmente Pedro Luis Raota. Los detractores de “Hormiga” aseguran que la decisión del jurado estuvo teñida de extrañas presiones. Ello no fue un obstáculo para que la revista Fotomundo le diera su espaldarazo editorial. Al parecer, la hija del director Lorenzo Mangialardi, una joven retratista cuyo nombre era Silvia, le tenía una gran simpatía.

¿Sabía ella su pertenencia el GT de la ESMA? No es improbable; ella era ingeniera naval y poseía un cargo directivo en una revista de Defensa, muy frecuentada por militares y marinos, tanto retirados como en actividad. Además, tenía un cargo ejecutivo en el directorio del astillero Pedro Domecq, muy relacionado con la Armada. Allí, por cierto, trabajaría González unos años después.   

CAMARA OCULTA. Lucía Deón, quien en la actualidad vive en una pequeña localidad de Córdoba, atendió la llamada de Tiempo Argentino sin manifestar mucha sorpresa. Y, casi a boca de jarro, reconoció haber sido retratada en El Silencio por “Hormiga”.
–Él presumía de ser fotógrafo, y me hizo posar entre unos arbustos y con una mantilla. “Hormiga” decía que debía representar la muerte.
–¿Acaso dijo “la parca”?
–Creo que sí. Es que pasó mucho tiempo…
–¿Fue voluntaria o forzada su participación en esas fotos?
–Y… ¿a usted que le parece?

La mujer, sin esperar la respuesta, pasó a un comentario:

–Con una de esas fotos hasta ganó un premio muy importante.

Al parecer, las fotos que González le hizo en El Silencio habrían sido casi idénticas a las del premio de la FAF. De hecho, ya se sabe que estas últimas fueron reproducidas por Fotomundo en junio; es decir, tres meses antes. Ella, tras observar una copia enviada por el autor de esta nota, no se reconoció. En consecuencia, persiste el enigma sobre quién fue retratada en la foto galardonada por la FAF. Es muy probable –aseguran sobrevivientes y abogados querellantes– que esa también haya sido una víctima en situación de cautiverio.
En tanto, la vida de “Hormiga” se recicló en la democracia sin contratiempos. Recién se retiró de la Armada en 1992, tras prestar servicios en la agregaduría naval de la embajada argentina en Chile. En el medio, hizo cursos de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, fue alumno del prestigioso jurista Roberto Bergalli y obtuvo un título en Criminalística con inmejorables notas. A la vez, trabajó en Tecnipol y Saprán, dos empresas de Alfredo Yabrán, fue gerente de un aserradero en Esquel, y escribió un libro sobre peritajes para seguros, por cuenta de Ediciones Larocca.

El 4 de marzo de 2009 fue detenido en la localidad chubutense de Corcovado por orden del juez Federal Sergio Torres. Desde entonces, su lugar de residencia es el penal de Marcos Paz.
Ahora deberá pagar sus crímenes. Y también sus fotografías.

* Informe: Laura Lifschitz

Trabajar en la sombra, con luz difusa

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Por momentos, el artículo de la revista Fotomundo sobre las virtudes artísticas del represor Orlando González no tienen desperdicio. Tanto es así que este –según aclara la revista– considera su fotografía La Parca una obra “casual”. Porque la idea original “fue simbolizar la protección de una mujer hacia un niño. Pero la imagen que logró fue algo dantesca, con esos árboles detrás de ella. Por otro lado, le rondaba la idea de un castillo medieval, con una calavera delante del mismo. De la conjunción de ambas ideas surgió La Parca, una fotografía distinta que González compuso utilizando la mujer y la calavera del castillo”.
Ya de por sí, que alguien se proponga representar una imagen maternal y que termine delineando un estereotipo mortuorio es ya de por sí una curiosidad psiquiátrica. Claro que la revista Fotomundo explica semejante metamorfosis de otra manera: “Una obra de arte implica planificación y trabajo. Es decir que entre la idea del autor y la obra realizada media un extenso camino de errores y aciertos que van construyendo lo que será esa foto final, que va configurando la expresión más cercana de lo que queremos decir y también de lo que somos.”

Más adelante se ampliaría tal concepto: “Este trabajo de planificación, búsqueda, concepción, bocetos, descartes de imágenes, conjunción y encuentro de la expresión buscada, en una fotografía distinta de la inicial, es la “casualidad” de la que habla González. Es lo que otros llaman inspiración, aunque ambos conceptos no aclaren el camino real de la obra de arte, como vimos cuando el autor de La Parca nos describió los pasos que había seguido para darle forma y donde su propio trabajo traspuso los límites de la casualidad. Quizás porque el arte no es sólo un problema de buenas intenciones sino del talento con el que se trabaja.”
La revista Fotomundo presenta al represor de la ESMA como un “autodidacta que se vale de toda la información que rescata de las publicaciones especializadas en fotografía. Luego describe las características técnicas del equipo utilizado por el hombre al cual en las catacumbas de la Armada llamaban “Hormiga”. Y, finalmente, aclara: “Las drogas en su gran mayoría son preparadas por él mismo y algo de suma importancia y que merece ser tenido muy en cuenta es que González se vale siempre de la luz natural”.

Al respecto, el propio “Hormiga” explicaría tal asunto con palabras que son en sí mismas una declaración de principios: “Nunca, en ninguna oportunidad he recurrido a la luz artificial. Me gusta la luz natural y muy especialmente trabajo en la sombra, con luz difusa. Aun allí, donde la luz envuelve al sujeto, es posible encontrar sombras y controlar los diferentes contrastes que posee el original”. ¿Qué hubiese dicho el gran Lacan al respecto?

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Archivo LCV/Patotic Park, por Hernán López Echagüe

El 22 de agosto de 1993, Página 12 publicaba en tapa una investigación exclusiva sobre cómo había sido la formación de patotas que fueron a agredir a los asistentes a la apertura de la Rural. Un entramado de internas del peronismo, cuando Menem era presidente y Duhalde su vice opositor. Hernán López Echagüe siguió la ruta de esa trama hasta llegar al Mercado Central en donde se reclutaban los grupos de choque. Su vida ya no fue la misma. Luego de participar del programa de Mariano Grondona en donde denunció el descalabro del Mercado y la posible relación con el narcotráfico, fue agredido en la puerta de su casa con un navajazo. Se convirtió en uno de los casos más emblemáticos de violencia contra el periodismo en tiempos de Menem y Duhalde. Luego tuvo un intento de secuestro en el Bingo de Avellaneda. Se venían las elecciones y esto parecía parte de la campaña. Salió por unos días del país con su familia. A su regreso ya nada era igual en Página 12. No tenía escritorio ni funciones. Años después supo que en ese interín el diario había sido vendido a Eduardo Duhalde. Un suplemento especial de la Provincia de Buenos Aires parecía afirmarlo, fue Lanata quien confirmó la venta. Frente al rechazo de una nota que implicaba a Rousselot, intendente de Morón, presentó su renuncia. Esta nota fue un antes y un después en su carrera periodística.

Patotic Park, por Hernán López Echagüe


Al ingresar en el Mercado Central se tiene la impresión de haber puesto los pies en otro planeta. Es un predio inabarcable, repleto de naves, frutas, verduras, pescados y cientos de hombres robustos que van y vienen cargando y descargando bultos de todo tipo. Son los changarines, la nervadura que le confiere vida y movimiento a un sitio al que habitualmente se lo suele emparentar apenas con comida. Sin embargo, este lugar que de veras parece un mundo aparte, lleno de códigos, costumbres, complicidades inextricables, se ha convertido con el correr del tiempo en un verdadero centro de reclutamiento de patotas y manifestantes. Todas las corrientes del justicialismo de La Matanza, en particular el Comando de Organización y la Liga Federal que lideran Alberto Pierri y el gobernador Eduardo Duhalde, recurren a los servicios de los changarines para conformar los célebres grupos de choque. La organización funciona de modo aceitado y las cooperativas que reúnen a esos hombres que se la pasan trasladando mercaderías de una a otra parte actúan como comités políticos de este reclutamiento. “Acá siempre hubo patotas, y son de uno u otro sector. Todos son peronistas y, entonces, claro, los dirigentes saben que acá consiguen mano de obra de inmediato”, dijo a Página/12 Aníbal Stella, uno de los directores del Mercado Central.

La Corporación del Mercado Central de Buenos Aires está situada en el cruce de la autopista Riccheri y Boulogne Sur Mer, en Tapiales, partido de La Matanza. Son seis los directores que de manera rotativa asumen la presidencia, y se trata de funcionarios cuyos nombramientos están teñidos de intereses políticos: dos son designados por la Secretaría de Comercio de la Nación; dos por la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, y los restantes por el gobierno de la provincia. Sumando changarines, vendedores y empleados administrativos, el Mercado emplea a más de cuatro mil personas. Los changarines, no obstante, constituyen la mayor parte del personal y están agrupados en cooperativas que, como los directores, poseen claras y abiertas inclinaciones políticas.

Simplemente Batata

Los hombres del Mercado que llevan a cabo la mayor y más visible actividad de reclutamiento de changarines para componer los grupos de choque del justicialismo bonaerense son tres: Raúl Leguiza, que es uno de los directores; Alberto Olmos, que ocupa una de las tantas gerencias que funcionan en la corporación, y Batata, simplemente Batata porque su pellejo es del color de la batata y contadas son las personas que en el Mercado conocen su verdadero nombre.

Leguiza fue nombrado por Duhalde y está sumamente vinculado a las cooperativas; suele definirse como un “pierrista a muerte”. A través de su excelente relación con las cooperativas -particularmente Centralmarket S.A. y Servicios y Mandatos, que funcionan en el piso tercero del Mercado–, Leguiza logra convencer a los changarines de las ventajas que acarrea formar parte de los grupos que él denomina “de seguridad”. Es que de la buena disposición de los hombres que dirigen las cooperativas depende la buena o mala fortuna de los changarines: son ellas las que contratan, pagan y, cuando se les antoja, desisten de sus servicios.

En la tarde del jueves último, cerca de una de las naves dedicadas a la venta de frutas, un changarín llamado Ramón narró a Página/12 la metodología que usualmente utilizan las cooperativas para invitar a los hombres de carga y descarga a participar en los “grupos de seguridad” del justicialismo. “Cuando empiezan las campañas siempre pasa lo mismo. Vienen los tipos de la cooperativa, te pagan por el laburo y te dicen que tal día hay acto de Pierri, de Duhalde, del Comando de Organización, y que hay que ir para garantizar la seguridad. Si no vas estás medio jodido porque después no te dan laburo. ¿La Rural? No, para ir a la Rural no me dijeron nada, pero sí me contrataron para la caravana, y fui y me saqué unos mangos. Por suerte no pasó nada. Tuve que hacer cordón, nada más, sacar a la gente del medio. Claro, si hay quilombo tenés que dar, si no ¿para qué te contratan?”


Alberto Brito Lima (izquierda), dirigente supremo del C. de O. Alberto Pierri (arriba), dirigente supremo de La Matanza y tercero en la sucesión después de los hermanos Menem.

Trabajo seguro

El cuerpo de Ramón tiene la consistencia de una piedra; mientras habla, con las manos metidas en los bolsillos del vaquero ajado, no deja de mirar hacia el piso de cemento. A su lado, algo temeroso y con el mismo tono árido de Ramón, un changarín, que dice que le dicen “Pardo”, explicó que la mayor parte de los “convocados” para formar los grupos de choque aceptan de inmediato. “Acá el trabajo lo tenemos seguro por las cooperativas, y si vos a los tipos te les negás, vas mal, te tienen después entre los ojos y cagaste. ¿Cuántos? Yo no sé. Pero te puedo decir que en esos días que vos decís, antes de la caravana y de la Rural, anduvieron por acá tipos de la Municipalidad hablando con la gente de las cooperativas, y después, mirá vos, vino el Batata a pedirnos una manito para esos actos. No, loco, yo no fui. Dije que me sentía mal.”

El misterioso Batata tiene una oficina en el primer piso del Mercado; todos lo señalan como el hombre que organiza y dirige a los changarines cuando se trata de reclutarlos; una suerte de intermediario entre la dirigencia política que tiene sus influencias en las cooperativas y “la mano de obra”, en este caso ocupada. En el Mercado se habla de Pierri, Duhalde y Brito Lima con naturalidad, como si estuvieran refiriéndose a cualquier mercancía. Sin embargo, para Aníbal Stella -uno de los directores de la Central, que se define como fiel partidario de Carlos Brown- hubo épocas peores. “Antes, durante las campañas, se cruzaban tiros de todas partes. Ahora no, ahora, como mucho, hay piñas y palos.”

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Archivo/El testamento ignorado de Evita, por Oscar Taffetani


A 73 años de su muerte, un testamento probadamente auténtico de Eva Perón no alcanza a ser cumplido. El rescate de “Mi Mensaje” –un libro que la Abanderada de los Humildes dictó en su lecho de muerte- fue un desafío que comenzó en 1987 y que por distintas obstrucciones legales recién pudo superarse en 2022. La Justicia finalmente determinó la autenticidad del documento. Esta nota fue publicada en el diario Sur, el 26 de julio de 1989, y fue parte de la lucha de periodistas y editores para que esa memoria de Evita no fuera escamoteada.


ÚLTIMA VISIÓN DE EVITA EN EL COLECTIVO


El colectivo, dicen, al igual que el dulce de leche y la picana eléctrica, es un invento argentino. Antes de que se introdujeran el boleto estudiantil, el boleto de jubilado y el boleto obrero, el colectivo era también llamado ómnibus que quiere decir “para todos”).

Varias décadas más tarde, la imborrable artista argentina Aída Carballo inició su serie de los colectiveros, en la que lo importante -como se demuestra tratándose de Aída- era la gente que viaja en colectivo, choferes incluidos.

La UTA, en una época en que los sindicatos, por lo menos, se permitían la demagogia, la premió con un pase libre para todas las líneas de la ciudad (“mucho mejor -diría Ricardo Molinari- que ser nombrado ciudadano ilustre”).

Hasta ahí la cosa iba sobre ruedas. Después de ahí vinieron los sociólogos. Ellos inventaron otra clase de colectivos.


León Rozitchner, por ejemplo, en una entrevista periodística hecha a propósito de los sucesos de Semana Santa: “En esos días vimos aparecer tres colectivos en acción…”: “El segundo colectivo fue el civil…” “cualquier desavisado se preguntaría si se trata de la línea 109, que va hasta Campo de Mayo o alguna otra, pero el sociólogo, al parecer, estaba usando colectivo como sinónimo de masa).
Nos hallamos, pues, ante una “colectivización forzosa” del lenguaje (no hay perestroika que valga). Seguiremos viajando en eso –otro remedio no queda- pero ya no sabremos exactamente si llamarlo ómnibus, colectivo, masa, albóndiga o simplemente “bondi”.

Segunda versión pirata de editorial Futuro

Asalto al colectivo del Moncada

El lunes pasado, quien esto escribe abordó un bondi del suburbio, de esos que conmovían a Yunque. Avanzada la mañana, el pasaje se componía de señoras a la busca de buenos precios (siguiendo consejos presidenciales), escolares rezagados en clausura de vacaciones, algún viejo inescrutrable, algún agente del orden camino de sus tareas y algún periodista, siempre de turno.

El periodista iba pensando en una doble efemérides que se cumple el 26 de julio: el asalto al Cuartel Moncada (1953) preludio de la revolución cubana y la muerte de Eva Perón (1951). Ambas fechas tenían especial significación significación para él (como parte de un “colectivo”) y seguramente para los otros. Y por separado, la muerte de Evita y el asalto al Moncada también significaban algo.

En un punto de su meditación -cuando había llegado a una edificación de la explosiva coincidencia entre la muerte del Che (8 de octubre), trepó al bondi un vendedor ambulante. De libros se trataba, esta vez. La Historia del Halcón Perdido en Malvinas -pensó- o las recetas de Chichita de Erquiaga. Pero no. Se trataba del Último Mensaje de Eva Perón “libro desaparecido durante 32 años, al precio de un diario.”

Oblados que fueron los cien australes (Góngora siempre al acecho), el periodista obtuvo su “Último Mensaje”. A continuación, se dispuso a leer.

El pequeño volumen, con el sello Ediciones del Mundo, tenía una contratapa a cargo de los editores y una introducción del historiador peronista Fermín Chávez. La introducción contaba la nada azarosa peregrinación de esos últimos papeles de Evita desde el 1951 en que probablemente fueron escritos hasta el 1987 en que por fin fueron publicados.

Fue entonces cuando el periodista -coleccionista de paradojas, además- recordó un suntuoso aviso publicado hacia septiembre de 1987 en la página de remates del diario La Nación. Le había llamado la atención la extraña convivencia de un “texto inédito de Eva Perón” con los muebles, antigüedades y selectas obras de arte a subastarse.

Luego, antes del fin de ese año, había visto publicado en la revista Crisis (N° 55) un anticipo del libro, también con prólogo de Chávez. Finalmente, había guardado los recortes a la espera de más novedades.

La única novedad fue el inesperado y grato asalto al colectivo que protagonizaba aquel vendedor ambulante (para compradores también ambulantes). Una señora guardó cuidadosamente su “Evita” en la bolsa, negándosela al uniformado que pretendía “ojearlo”. Un jubilado tomó el libro “sin compromiso de compra” y leyó los títulos, fundamentalmente como pretexto para hablar de “la Señora” con el conductor. “Se prohibe hablar con el conductor” reza un desoído cartelito del bondi (“Se prohibe hablar con el Conductor!”, decían los muchachos de la Jotapé desairados por el Brujo.)

Primera edición legal publicada en el año 2022

Si Evita viviera

Dejemos el hilado fino de las peripecias del libro al especialista Fermín Chávez. Dejemos también de lado el tacto (o la delicadeza) con que Chávez trata de explicar la censura que el texto de Evita tuvo incluso durante los últimos años del peronismo. Dejemos, por último, al lado, al periodista ambulante. Vayamos a lo grueso, a lo que nos interesa, a lo colectivo.

Dice F. Ch. en la introducción: “El contenido de los renglones finales: Las jerarquías clericales, La religión, los ricos y Los principios, Los pueblos y Dios, Los que circulan: Servir al pueblo y La grandeza o la felicidad, es suficiente para explicar la no difusión de sus páginas en 1952, a pocos meses de una crisis grave como fue la vivida en septiembre de 1951”.

Es explicable, por cierto. La censura es explicable. Pero es éticamente inaceptable.

Dice Eva Perón en el capítulo Los imperialismos: “A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes”.

Dice en otro capítulo (Por cualquier medio): “Frente a la explotación inicua y execrable, todos poco… y cualquier cosa es importante para vencer”.

Dice en El hambre y sus intereses: “El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses… Donde esos intereses del imperialismo se llamen ‘petróleo’ basta, para vencerlos, con echar una piedra en cada pozo. Donde se llame cobre o estaño, basta con que se rompan las máquinas que los extraen de la tierra… o que se crucen de brazos los trabajadores explotados”.

Podríamos seguir citando fragmentos y capítulos del texto de Evita más transgresivos o revolucionarios (“censurables” o “inconvenientes”) que los que señala Chávez. La verdad, en este punto, es gruesa, nada sutil. Para quienes celebraron el vergonzoso contrato con la California, empresa petrolera norteamericana, esa mujer que pedía tirar una piedra en cada pozo era un peligro, un fantasma de justicia y reivindicación que recorría no la lejana Europa y si los campos y ciudades argentinos en la prolija y orquestada posguerra del mundo.

Desconocemos si existe un testamento escrito de Eva Perón. El testamento político y moral, sin duda, es “Mi mensaje”. Contiene una cláusula que no sabemos si ha sido cumplida por Ignacio Burundanga, que figura como comprador en remate del manuscrito.

Dice la cláusula: “El dinero de La Razón de mi Vida y de Mi mensaje, lo mismo que la venta o el producido de mis propiedades, deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo aceptasen como una prueba más de mi cariño.

No sabemos si se está cumpliendo con esa última voluntad de Eva Perón. Lo que sí sabemos es que el texto recuperado no cuenta con la difusión suficiente. Citemos entonces un fragmento más, e imaginemos a esa señora que puso el libro en la cartera, antes de ayer lunes, en la magra bolsa de las compras del día.

“Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos; y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad. Pero mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores”.

(Diario Nuevo Sur, 26 de julio de 1989)

La foto portada de este artículo corresponde a la primera versión ‘pirata’ publicada por Juan José Salinas

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Belgrano intangible, por Oscar Taffetani

En un nuevo aniversario de la desaparición física de Manuel Belgrano, LCV recupera para su archivo una investigación de Oscar Taffetani publicada en Nuevo Siglo Online (NSO) el 19-07-2007 .

La Secretaría de Cultura ha ofrecido una recompensa de 20 mil pesos a quien aporte información “que posibilite la recuperación” de un reloj de oro con cadena de oro y brillantes que perteneciera a Manuel Belgrano y que habría sido hurtado el pasado 30 de junio –según se denunció- de una vitrina del Museo Histórico Nacional.

Para que se tenga idea del valor de la pieza que la Secretaría de Cultura dice querer recuperar con 20 mil pesos, apuntemos que un par de pistolas artesanales obsequiadas a Manuel Belgrano después de la batalla de Salta, y que por esas vueltas de la vida llegaron a la caja fuerte de un Secretario del Tesoro norteamericano, fueron rematadas el año pasado en Christie’s por 374.400 dólares.

Un antiguo reloj de oro ¡y de Belgrano! (pongámonos por un instante en la cabeza del ladrón) vale mucho más que un par de pistolas…Obsequio del rey Jorge III de Inglaterra, el reloj acompañó al prócer en sus últimos años bla bla y fue entregado en el lecho de muerte bla bla al médico Joseph Readhead, porque Belgrano bla bla no tenía al morir ninguna otra pertenencia… “Son piezas vinculadas de manera íntima a la historia argentina, que lamentablemente no han estado en ese país por más de 150 años” dijo Connor Fitzgerald, asesor del coleccionista William Simon, propietario de las pistolas rematadas en Christie’s.

Esas palabras podrían repetirse, dentro de unos años, para fundamentar la tasación de esta pieza robada hoy al Museo, en un hipotético remate internacional (Interpol, reconozcamos, ha logrado frustrar algunas de esas ventas). Imaginamos a un barón de la soja, a un príncipe argentino de los bíocombustibles, con lágrimas en los ojos, adquiriendo el reloj de Manuel Belgrano en la subasta. Nacionalizándolo (así titulará algún diario). Trayéndolo de nuevo a casa… A una casa particular, claro. No al museo. Porque los museos argentinos –como el país, en general- no son confiables…Ay, don Manuel, cuánta hipocresía. Cuánta miseria del alma. Cuánta nada.

PÉRDIDAS Y RECUPERACIONES

Ya es parte de nuestro folklore -y nuestra tristeza- la historia de las cuatro escuelas del NOA que mandó a crear Belgrano, donando cuarenta mil pesos fuertes que había recibido de Buenos Aires, en reconocimiento por el triunfo de Salta.

La más norteña de esas escuelas –la de Tarija, Bolivia- fue construida por el Estado argentino recién en 1974. Las de Salta y Santiago del Estero, en 1997. Y la última, la de Jujuy, en 2004.

Si aquellos cuarenta mil pesos fuertes de 1813 hubieran sido puestos en un banco, todavía hoy los descendientes de Belgrano estarían viviendo de los intereses. Y con ese capital incrementado, seguramente, podrían construirse en esta época más de cuatro escuelas. Pero la pérdida intangible –la que ya no se puede “tocar” ni reparar, de ninguna forma- es la de los niños tarijeños, jujeños, salteños y santiagueños que no tuvieron oportunamente –en el siglo XIX, en el siglo XX- la escuela pública que necesitaron.

El despojo a Belgrano comenzó hace mucho. Recordemos que fue un periódico marginal de Buenos Aires –“El Despertador Teofilántrópico”, del padre Castañeda- el único medio que publicó la noticia de su muerte, en 1820.

Cuando se exhumaron los restos del prócer para inaugurar el panteón en Santo Domingo, apenas comenzado el siglo XX, los ministros Joaquín V. González y Pablo Riccheri intentaron guardarse como reliquias algunas piezas dentales de esos restos, aunque fueron descubiertos y debieron devolverlas. Sin embargo, la apropiación física de la memoria de Belgrano no fue tan grave como la apropiación intelectual (y política) de su vida y su legado.

En su obra póstuma “Grandes y Pequeños Hombres del Plata” (Garnier, París, 1912), Juan Bautista Alberdi denuncia, aportando su propio testimonio y el de Sarmiento, que la monumental “Historia de Belgrano”, de Mitre, fue un trabajo ideado y comenzado por Andrés Lamas, quien desde Río de Janeiro –donde se hallaba en misión diplomática- le pidió a su amigo Bartolo que le copiara cierta documentación a la que él no tenía acceso.

Mitre, según Alberdi, nunca envió esas copias a Lamas, a la vez que desistió de continuar el “Artigas” que había comenzado y a la vez que aconsejó a Lamas no publicar su trabajo sobre Belgrano. Acto seguido, se lanzó él mismo a escribir la biografía del prócer de Mayo, con la abundante documentación disponible en Buenos Aires. Pero la gran crítica que Alberdi le hace al “Belgrano” de Mitre no es la apropiación de la idea y el enfoque de Lamas, sino el intento (lamentablemente, logrado) de interpretar como una derrota –honorable, pero derrota- la expedición porteña al Paraguay.

Esos reveses militares (y políticos) de Belgrano serían “vengados” simbólicamente, luego, por la guerra de la Triple Alianza. “En su anhelo de pasar por un segundo Belgrano –escribe Alberdi- el presidente biógrafo de este ilustre general argentino pretende que lleva hoy al Paraguay la misma misión que llevó el general Belgrano a ese país en 1810: inaugurar allí el régimen de la revolución de mayo americana..”

De Alberdi –más allá de sus juicios y cambios de opinión- hay que decir que tuvo el valor de denunciar, en su libro “El crimen de la guerra”, el auténtico genocidio que fue la guerra de la Triple Alianza, una guerra que sumió al Paraguay en la anarquía y en una caída institucional de la que hasta hoy no se ha recuperado.

Otra distorsión –interesada- en la valoración histórica de Belgrano, ha sido tomar como un delirio su propuesta –expresada en la reunión secreta del 6 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán- de instalar en el sur de América una monarquía incaica, tomando la línea de descendencia de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru), en la persona de su hermano menor Juan Bautista, que vivía protegido por Rivadavia en Buenos Aires.

Lo de la monarquía incaica para nuestros pueblos, es una gran conjetura. Máxime en los tiempos que corren, cuando se ve en América resurgir, cada vez con más fuerza, los liderazgos criollos e indígenas. Algunas veces nos hemos preguntado si ese intento de construir repúblicas copiando el modelo europeo y norteamericano, como sucedió en nuestro siglo XIX- e ignorando los modos autóctonos, no ha sido la causa de esas guerras interiores latentes –y a veces, explícitas- que han desangrado a nuestros pueblos, en los últimos siglos.

Por otra parte, pensamos, tampoco se estudió con seriedad el pensamiento económico de Belgrano, un déficit que recién comenzó a subsanarse en las últimas décadas, de la mano de estudiosos como Gondra, Fernández López y Alfredo Félix Blanco.

No es un dato muy conocido que ya en 1790 Manuel Belgrano había sido designado presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca. Ni que en 1794 Belgrano tradujo el ensayo de Quesnay “Máximas generales del gobierno económico de un reino agrícola”, que es la fuente de influencia fisiocrática más clara que llegó al Río de la Plata.

La Fisiocracia –reconocida por Marx como antecedente de la ciencia económica- sostiene que el único sector que genera riqueza es el agrícola, y se apoya en la convicción de que existe un orden en la naturaleza, un orden que no debe ser quebrado por la acción del hombre. (Pensemos, por lo menos, si no valdría la pena debatir esos dos enunciados).

Hay que volver a Belgrano, qué duda cabe. Hay que releerlo. Aún estamos esperando, aquí en el río de la Plata, una recopilación comentada y anotada de las Actas del Consulado. ¿Habrá que esperar otro par de siglos? Que Interpol y que las aduanas se ocupen de recuperar los 1.980 objetos robados a colecciones públicas y particulares de la Argentina, en los últimos años.

El resto, los que no pertenecemos a la policía, a las agencias de detectives ni a las compañías de seguros, tratemos de que no se pierda el “Belgrano intangible”, el que más importa.

Lo dijo Alberdi, en la obra que ya comentamos: “Todo no se puede abrazar en este mundo. Que los que adoran la fortuna lo sacrifiquen todo a su ídolo, está bien: pero conténtense con eso y no hablen de honor y de gloria. Dejen, al menos, estas variedades a los pobres como Garibaldi, como Washington, como Belgrano…”

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