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Esa clase media que no termina de caer, por Oscar Taffetani

El domingo 1 de abril de 1990 (hace 34 años) el diario Nuevo Sur entregaba junto a otros suplementos su“Crónica Sureña” dedicada a un tema nada original y muy recurrente: la caída de la clase media. Mucha agua ysufrimiento y expectativas han corrido bajo los puentes desde entonces, y a la fecha, con un 53% de pobres, uno cae en la tentación de pensar que la clase media argentina ha muerto y que los medios se obstinan en hablar de algo que no existe. Sin embargo, fuertes demandas como la gratuidad de la enseñanza y la ampliación y
financiamiento de las universidades nacionales nos dicenque hay una memoria de clase media que no desaparece, así como hay también una nueva clase media que busca, al modo de los dreamers de América del Norte, el ascenso económico y social. Una relectura de aquella “instantánea” escrita por Taffetani en los ’90 nos permite observar lo que ha cambiado y también lo que permanece.
Un orgullo para La Columna Vertebral publicarla por primera vez en versión digital en su sección Archivos.

Diario Nuevo Sur, 1 abril de 1990, suplemento Crónicas Sureñas

Título original: La caída de la clase media

Por Oscar Taffetani

El sociólogo argentino Sergio Bagú, actualmente radicado en México, publicó hacia 1972, en Chile, una interesante hipótesis sobre la muerte en silencio (es decir, no violenta) de algunas clases. Ya es un lugar común decir que las clases poderosas no se suicidan, o que no abandonan el poder por propia voluntad. Sin embargo, Bagú sostiene que a veces el ocaso se produce en virtud de un proceso que esas mismas clases no están en condiciones de impedir. Asi, por ejemplo, la burguesía terrateniente argentina se fue convirtiendo, en este siglo, en una burguesia de otro tipo, propietaria de empresas urbanas, miembro de corporaciones industriales y financieras, socia del capital transnacional. Murió en silencio. Algún sociólogo o cientista social arderá en deseos de aplicar la hipótesis de Bagú al proceso de pauperización y proletarización de nuestra clase media, acelerado en los últimos años. El veterano profesor le diría que no se apure, que antes de extender el certificado de defunción de una clase es necesario demostrar que esa ha existido alguna vez: es necesario determinar si fue verdaderamente una clase, con intereses y comportamiento de clase, o si se trato de un conglomerado de “grupos de interés” o “grupos profesionales” de diversa y hasta encontrada relación con la producción material y espiritual de la sociedad.

Cuando Bagú presentó su trabajo Evolución de la estratificación social en la Argentina, confesó que habia debido recurrir a indicadores de distinta naturaleza para detectar la presencia de una clase: los datos estadísticos, la literatura de la época, las crónicas periodísticas, las páginas sociales de algunos diarios y otros elementos no convencionales.

Sin otra intención que la de aportar a los lectores –y, eventualmente, a algún investigador del futuro– una serie de observaciones hechas en días particularmente criticos para la Ilamada clase media argentina, entregamos esta Cronica Sureña elaborada, como es obvio, desde la subjetividad de un periodista, trabajador de ese rubro que alguna vez estuvo reservado a la “clase media alta”, posteriormente a la “clase media baja” y, próximamente, a un hipotético “proletariado cultural” (alternativa que encanta a algunos y horroriza a otros, en tipico pathos de clase media). Un chiste antes de seguir. El Gobierno ha conseguido por fin mostrarle al mundo, en estos días, que el pais conserva una gran movilidad social… descendente

Lo importante es tener la casa propia

Hasta mediados de la década del 70, una pareja de recién casados podía adquirir mediante crédito normal, hipotecario, plan de ahorro o plan de vivienda una casa o departamento. Sindicatos como ATE, bancarios, Supe y otros, con fuerte presencia de la clase media, construyeron barrios propios en distintos puntos del país. A partir de la dictadura militar procesista se intervinieron obras sociales y sindicatos, se detuvieron los planes de edificación en marcha y se expropiaron (mediante el mecanismo de un reajuste exorbitante del precio originalmente pactado) numerosas viviendas, que luego fueron redistribuidas de favor a precios irrisorios. Más tarde, con el instrumento de la Ley 1.050 (indexación de las cuotas) continuaron las expropiaciones. La clase media argentina (y, por supuesto, también la clase obrera) se despedía del crédito social (a largo plazo, con tasas preferenciales). Ni la administración radical (que empleó los escasos recursos disponibles en instituciones como el BHN y el Banco Nación en créditos de favor) ni la administración peronista (que sencillamente ha decidido liquidar esas instituciones) revirtieron la situación. La falta de crédito y la caída progresiva de los salarios reales hizo trizas el sueño de “la casa propia” para las parejas jóvenes. La disponibilidad de vivienda en las grandes ciudades quedó en manos de un reducido grupo de propietarios y firmas inmobiliarias. El precio de alquileres y arriendos creció desde la proporción que se consideraba normal en los 70 (20-25% del salario) hasta el valor de un salario básico, lo que supone, para una joven pareja de la clase media, la necesidad de contar con dos o más fuentes de ingresos para acceder a una vivienda.

Motor a nuevo. Gomas nuevas. Chiche. Joya. Vendo urgente

Pocas cosas de tan alto contenido simbólico para la clase media como el automóvil. Tenerlo es definitivamente ascender un peldaño en la escala social. Con el alto poder de compra de la pequeña burguesía en las décadas del 50, 60 y 70, grandes terminales automotrices como Ford, General Motors y Fiat (más algunas fábricas argentinas como Kaiser y Siam) inundaron el mercado de automóviles medianos y grandes. La demanda por “el cero kilómetro” era fuerte, y dinamizaba la renovación del parque existente. A fin de la década del 70, la primera señal de la “reconversión” comenzada fue el abandono del pais por la firma General Motors y el reciclaje de sus instalaciones. Se abrió la importación de automóviles y las pocas fábricas argentinas que quedaban en pie debieron cerrar. Las terminales extranjeras se fusionaron, concentraron y orientaron su producción a un segmento más restringido de la población (menor cantidad a un precio más alto). El proyecto fracasó en los primeros meses de este año, cuando la suba de los combustibles, el costo de seguro y mantenimiento, y el precio de las unidades provocó una caída del 73,5% en las ventas de febrero (con respecto a enero). Las 2.378 unidades vendidas en ese mes –informó Adefa, cámara de fabricantes– es la más baja de los últimos 20 años. La merma mayor, comparando los períodos enero/febrero de 1989 y 1990, fue registrada en el rubro automóviles (no en utilitarios, pick-ups ni “pasajeros”). Lectura inmediata: la clase media alta, la que todavía podía acceder al “cero kilómetro”, ya no puede. El resto de la clase media, esa que activa y reactiva el mercado “del usado”, siguió pasándole cera a su joya, con la esperanza de que la compre –diría el tango– alguien capaz de mantenerla.

Lo importante es tener un buen empleo.

 El lector asalariado de la clase media argentina, buena parte del cual depende del aparato del Estado, es el que observa la caída más pronunciada de los ingresos en estos últimos años. Un informe del Instituto de Economia de la Uade (que, dicho sea de paso, es una universidad privada) deja ver que el salario medio de un empleado bancario llegó al punto más alto de los últimos cinco años en marzo de 1989 (368,3 dólares), y llegó a su punto más bajo en febrero pasado (93,7 dólares). Para el mismo periodo, en la administración pública la caída fue de 219,8 a 43,4 dólares y en el sector educativo, de 301,9 a 40,8 dólares. Si se examina el detalle de salarios reales devengados, proporcionado por el mismo instituto, se verá que las categorías más altas de los rubros bancario, administración pública y educativo son las más rezagadas en el ajuste, las más perjudicadas con la evolución del salario. Nuevamente los golpes más fuertes son recibidos por la clase media, esa que hasta hace unos años se disputaba los empleos bancarios por su estabilidad y buenos sueldos, o iniciaba la carrera administrativa para tener “un empleo seguro”, o educaba a los niños con la idea de que “lo importante es tener un título”. A su vez, la aplicación compulsiva del decreto 905/90 y la drástica reducción del presupuesto, han echado por tierra el mito de que quedaban en la Argentina empleos seguros, donde la clase media asalariada estaba a salvo de las exaccionnes brucas, practicadas desde el poder.

La crisis

Ya Mafalda decía hace un cuarto de siglo que la crisis argentina debía de tener hormonas, puesto que crecía junto con ella. Peor que eso: en realidad la crisis crecía y ella, condenado personaje de historieta, estaba obligada a verla siempre con los ojos de un niño inteligente. En el imaginario de la clase media argentina, todo tiempo pasado fue mejor: y todo tiempo presente, el peor. Ya no quedan, en 1990, aquellos padres y abuelos que asustaban a los más jóvenes con el recuerdo de la crisis del ‘30, que había sido “la peor de todas”, la inigualable. Ahora, el elemento de contraste es la década el 60, con un país “floreciente”, que ostentaba la mayor tasa de crecimiento bruto en América latina y tenía una mano de obra bien paga, en escalas que sólo conocian Europa y los Estados Unidos. El ’60 es la pesadilla del ’90, una especie de edad de oro, de tiempo feliz al que se tiene la certeza de que no se podrá regresar. La crisis, chivo emisario de la mala administración, los malos gobiernos y los inconfesables pactos celebrados con el capital imperialista, está en boca de todos, en una palabra vaciada de contenido que sustituye, en el discurso dominante, los puntos suspensivos, aquello que no se puede o no se debe decir.

No ha surgido aún en la clase media argentina –tan pródiga en políticos y materia gris– alguien capaz de rasgar con un bisturí intelectual el velo que le oculta la realidad; alguien que la invite a liberarse de la ingenua utopía de volver a los 60, alguien que la invite a  reemplazar ese endeble programa del auto, la casa propia y el empleo seguro por el horizonte, mas lejano pero posible, de alcanzar una sociedad solidaria, donde palabras como justicia y libertad recobren el contenido original. Grupos de presión “socialdemócratas” han entablado un duelo con el fantasma neofascista (que históricamente ha acechado y seducido a la clase media). Ella, cual voluble dama, cual bifronte Jano, le hace un guiño a cada uno de los pretendientes. El futuro dirá si la vereda de enfrente a la política oficial contará con el apoyo activo de la clase media. Algunos datos parecen indicarlo.

La única salida: ¿es Ezeiza?

El golpe militar de Videla, en 1976, no habría podido concretarse sin el consenso de la clase media, espantada por el terrorismo político y el rodrigazo. La vuelta de los radicales al gobierno en 1983, no habría sido posible sin el apoyo de la clase media, duramente golpeada por el terrorismo de Estado y defraudada por el poder militar (especialmente, después de Malvinas y del “reajuste” Sigaut-Cavallo). La llegada de Cafiero al gobierno de la provincia de Buenos Aires y la de Menem a la Presidencia de la Nación, en 1989, no habrían sido posibles sin la concurrencia de la clase media. Quien estudie detenidamente los mensajes publicitarios y proselitistas de los tres períodos, verá que están dirigidos muy especialmente a los sectores medios, que son lo formadores de opinión, son los que hablan. La clase obrera, derrotada como nunca –entre otras cosas, por el desmantelamiento de la industria–,y bajo el manto protector de la burocracia sindical, se mantuvo en un letargo del que recién pareció salir en la lucha contra el plan Sourrouille y ahora contra el plan Dromi. En el momento más crítico (debería hablarse de “sensación crítica”) del reajuste, en febrero pasado, se agotaron los pasaportes para salir del país (clase media, ¿qué estabas haciendo tú a esa hora?). Las colas que aún se observan en el Departamento de Policía y ante las embajadas de Canadá, Australia, Suecia e Italia están compuestas, fundamentalmente, por jóvenes técnicos y profesionales argentinos, sin “horizonte laboral” en el país. A la clase

media no le cuesta mucho, ni material ni espiritualmente, mudar de país. Está fresca la memoria del abuelo inmigrante, de aquel que siguió un viejo proverbio latino, ubi bene, ubi patria, donde uno está bien, allí está la patria. Se sabe que la mano de obra calificada, los técnicos y profesionales argentinos (formados en una universidad estatal que no desdeñó la investigación básica ni la formación integral del estudiante) son muy requeridos en el exterior. Sin embargo. la alternativa del emigrado es siempre la misma: o adaptarse al país que lo recibe (es decir, transculturarse) o vivir en tránsito, como aquellos trabajadores-golondrina que en la belle époque del Centenario cruzaban el océano para levantar el trigo y el maíz del granero del mundo y regresaban después a Europa. Si de veras los gobiernos nacionales quisieran evitar que los jóvenes profesionales emigren, deberían limitarse a cumplir con lo que ofrecieron en sus campanas políticas: “Un país que merezca ser vivido”. Pero la clase media argentina no son sólo jóvenes sin horizonte dispuestos a emigrar. La lucha contra la desocupación, el hambre y el cercenamiento de sus históricas conquistas (educación popular, protección social y servicios públicos –oh paradoja– accesibles), lo mismo que la lucha contra la impunidad represiva de los años recientes, hablan de una (¿insensata?) vocación de quedarse en el país de sus amores y desvelos. O, por lo menos. de no morir en silencio.

El invasor invadido

La clase media del 900, la del ‘30, la del ‘50, la del ‘90 ¿es siempre la misma clase media argentina? Sí y no. Todos pueden estar de acuerdo con que hubo un proceso de crecimiento numérico y de ocupación del espacio político que fue progresivo, con hitos como el sufragio universal, el ascenso del radicalismo, la industrialización de entreguerras, el peronismo y el primer ciclo militar posterior al peronismo (de Lonardi a Lanusse, con los interregnos civiles conocidos). Atendiendo a esa acumulación económica y político-cultural, puede decirse que es siempre la misma clase, una pequeña burguesía ligada al sector administrativo e industrial de la economía y a la burocracia del Estado; profesionales, técnicos, docentes, empleados de la administración pública y privada, pequeños empresarios. Atendiendo a las diferencias étnicas y culturales entre el hijo del inmigrante europeo, el inmigrante del interior ascendido en los 40 y la inmigración asiática de los 80 (japoneses, taiwaneses y coreanos), puede decirse que no es la misma clase media, ya que contiene estados, grados de desarrollo y expectativas muy diferentes. En busca de semejanzas, no obstante, hay que señalar que la identidad cultural de la clase media argentina en los 90 está dada por la mezcla y fusión de los dos grandes grupos, el de origen inmigratorio europeo y el migrado desde el interior del país. Una guía infalible para seguir ese proceso es la literatura argentina. Nuestra literatura de este siglo, la mas importante, he sido elaborada y consumida por la clase media argentina. Los encuentros y desencuentros entre los “asentados” y los recién llegados a a clase son egibles en textos como Locos de verano, Jettatore, M’hijo el dotor, Los siete locos, El Sur, Casa tomada, Cabecita negra y Mi madre andaba en la luz. Sus autores pertenecen a distintas fases de la cultura de la clase media argentina. Alguna vez se sintieron intrusos, alguna vez se sintieron invadidos, alguna vez se sintieron parte del mismo cuerpo social. Otro tanto podría leerse a partir del cine argentino y hasta de la televisión argentina, en el exiguo lapso de tres décadas. Aunque muy condicionada por el modelo dominante (las elites nativas y la influencia exterior), la clase media es el gran sintetizador, productor y reproductor de la cultura argentina.

RECUADRO DE CRÓNICA COTIDIANA
Tribulaciones de una ahorrista

Ella le creía al Gobierno y al plan económico. Por eso fue a comprar dólares. Ya no la iban a agarrar como en febrero, con el plazo fijo inmóvil en el banco y llorando la alocada danza del verde en las alturas. Qué derecho tenían, al fin y al cabo, a jugar con sus ahorros, con esos fondos que Ie permitían compensar una jubilación que da vergüenza y una obra social que –como dijo el interventor– está fundida.

Fue a la city, allí donde dicen que está el gobierno paralelo del país. Bancos, casas de cambio, agencias de turismo, arbolitos, financieras, corredores de bolsa, rematadores de hacienda. Un paraíso para el ahorrista.

O un infierno. La gente camina abstraída, en babia. Sólo tiene números en la cabeza. Mira las pizarras, las carteleras donde señores formales, de camisa y corbata, van cambiando los números. De un pequeño movimiento de la delicada mano de un señor formal, depende el sístole-diástole de otro señor formal que mira desde la calle. Por algo las ambulancias de “emergencia coronaria” están en la city. Palpitaciones, subas de presión arterial, bajas de presión arterial, desmayos y, todas las semanas, algún infarto.

Ella se detuvo en un quiosco de diarios: ¿Ambito financiero o El Cronista Comercial? ¿Cuál es mejor para el pequeño inversor (y la pequeña inversora)? Compró los dos. Parecía uno de esos burreros aficionados que van un día a Palermo y compran la rosa, la celeste, la verde y hasta Crónica y La Razón. No alcanzan a leer nada. Pierden, inexorablemente. “Pst, señora, ¿quiere comprar dólares?” le dice el quiosquero en voz baja. Lo que faltaba, un quiosquero-arbolito. “No, gracias”, dijo instintivamente la señora y se alejó.

Entró a tomar un café en La bicicleta. Oué justo, está en la city y se llama La bicicleta. Está bien puesto el café. Hay jóvenes de saco y corbata, seguramente empleados de las agencias, hay señores canosos con sobrias camperas y capello a cuadros. Ahorristas, como ella, perdón, pequeños inversores, como ella. Ouien diría. docente jubilada, ya abuela, tomando un café en la city.

Años enseñándoles a los chicos que el ahorro es la base de la fortuna; que el que guarda, tiene; que la moneda de un país es una divisa tanto o más importante que la bandera. Años contándoles a sus nietos el cuento de los tres chanchitos, elogiando al chanchito Práctico, que previendo las tormentas hizo su casa de ladrillos. No funcionó. Nada funcionó. Estaba equivocada, la fortuna es la base del ahorro; el que guarda, no tiene; la moneda del país se ha vuelto tanto o más insignificante que la bandera; al chanchito Práctico le entró la Ley 1.050 por la ventana, le sacaron la casa…

El mozo interrumpió sus cavilaciones. La señora pidió un cortado y comenzó a ojear los diarios financieros. “¿Hay remonetización o exceso de emisión?”, “La incertidumbre sobre la crisis en Lituania hizo descender el dólar en Londres y Nueva York”, “Cotización de títulos en los Estados Unidos”, “La Bolsa del mundo”, “¿Bavis o Bonos Conea?”. El mozo-arbolito. Quién lo hubiera dicho, con el chaleco bordó y esa pinta de camarero vienés. “Bueno, gracias”, contestó cortésmente.

¿Seré tan rara? ¿No habrá pequeñas inversoras en la city? ¿Cómo se dan cuenta de que quiero comprar dólares? La señora recordó las advertencias de su hijo: “Mamá, no te despegues de la cartera, que hay muchos descuidistas. No le compres dólares a cualquiera. Te dan un punto más, pero pueden ser falsos y no hay donde reclamar. Mejor andá al banco, o a una casa de cambios. Cuando hayas comprado, tomate un taxi y andá a casa. No tomes el taxi ahí nomás, esos son peligrosos…”

Sería más seguro hacer un depósito en el banco, en dólares. No, mejor no, a ver si se les ocurre congelar las cuentas y otra vez se quedan con mi plata. Además, no es tanta plata. Yo no puedo hacer lo que hizo el hermano del Presidente, que llevó dólares al Uruguay. Dicen que lo desmintió. Debe ser cierto. Si una piensa lo contrario de lo que dicen, siempre acierta. ¡Tendría que haber entendido al ministro aquella vez! Lo que él quería decir era el que apuesta al dólar, gana. Tarde para lamentarse. Pero no me van a agarrar otra vez.

Pagó el café, acomodó los diarios en la cartera, (“¿Habrán visto dónde tengo el dinero?”), y salió con paso rápido hacia la primera casa de cambio. Entró en una donde había mucha gente (“Por algo será que hay mucha gente, esa regla no falla”). Se puso en la desordenada cola que se apretaba contra el mostrador y esperó su turno. Su turno no llegaba nunca; por el costado se metían una suerte de arbolitos (para-arbolitos) que llamaban en voz alta a los que atendían el mostrador. “¡Jorge, te encargo quinientos!”, “¡Miguel, acá el señor tiene pesos chilenos!”.

Estaba como abombada. Cuando la atendieron solo acertó a decir “dólares”. “¿Cuántos?”. Sacó el pequeño fajo de australes, todavía con el sello del banco, y se lo dio al empleado. Sin inmutarse, el empleado rompió la faja de papel y pasó los billetes dos veces por la máquina contadora. “Por este número la van a llamar, señora”. Se retiró un poco del mostrador y miró las pizarras. El dólar había bajado hasta los cinco mil, era un buen momento para comprar. En una semana, de seguir las cosas así, iba a tener una pequeña fortuna, iba a poder ayudar a los chicos, iba a poder hacer un buen regalo a los nietoos.

Le vinieron a la mente historias de ahorristas. El abuelo gallego que guaraba los pesos en un frasco, debajo de una baldosa; los tanos que los escondían bajo el cotín del colchón; su madre, administrando el sueldo de su padre, guardando siempre un resto “por lo que pudiera pasar” en un paquete de yerba; ella misma, pegando estampillas en las libretas de la Caja Nacional de Ahorro Postal, haciendo una inversión para el futuro. Altri tempi.

Cuando cantaron su número se acercó rápido al mostrador. En un sobre le entregaron unos pocos billetes verdes, algunos australes, chirolas de diferencia y la boleta de compra. Salió a la calle y fue caminando despacio hasta la Avenida de Mayo. Tomó un subte y regresó a su casa.

No pasaron ni siete días cuando el empleado de la casa de cambios vio llegar nuevamente a esa señora que había comprado dólares sin contarlos. “Buenos días, vengo a vender”. El empleado tomó el sobre con billetes verdes y la boleta de compra. “Está cuatro mil seiscientoos, señora”. “Sí, sí, no importa, necesito el dinero”.

La señora se marchó a su casa pensando en el hermano del Presidente, en el Presidente y en la madre del Presidente. Su experiencia como pequeña inversora le había dejado, a sus años, una nueva lección: los pobres, hasta cuando apuestan al dólar pierden.

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Archivo LCV/Patotic Park, por Hernán López Echagüe

El 22 de agosto de 1993, Página 12 publicaba en tapa una investigación exclusiva sobre cómo había sido la formación de patotas que fueron a agredir a los asistentes a la apertura de la Rural. Un entramado de internas del peronismo, cuando Menem era presidente y Duhalde su vice opositor. Hernán López Echagüe siguió la ruta de esa trama hasta llegar al Mercado Central en donde se reclutaban los grupos de choque. Su vida ya no fue la misma. Luego de participar del programa de Mariano Grondona en donde denunció el descalabro del Mercado y la posible relación con el narcotráfico, fue agredido en la puerta de su casa con un navajazo. Se convirtió en uno de los casos más emblemáticos de violencia contra el periodismo en tiempos de Menem y Duhalde. Luego tuvo un intento de secuestro en el Bingo de Avellaneda. Se venían las elecciones y esto parecía parte de la campaña. Salió por unos días del país con su familia. A su regreso ya nada era igual en Página 12. No tenía escritorio ni funciones. Años después supo que en ese interín el diario había sido vendido a Eduardo Duhalde. Un suplemento especial de la Provincia de Buenos Aires parecía afirmarlo, fue Lanata quien confirmó la venta. Frente al rechazo de una nota que implicaba a Rousselot, intendente de Morón, presentó su renuncia. Esta nota fue un antes y un después en su carrera periodística.

Patotic Park, por Hernán López Echagüe


Al ingresar en el Mercado Central se tiene la impresión de haber puesto los pies en otro planeta. Es un predio inabarcable, repleto de naves, frutas, verduras, pescados y cientos de hombres robustos que van y vienen cargando y descargando bultos de todo tipo. Son los changarines, la nervadura que le confiere vida y movimiento a un sitio al que habitualmente se lo suele emparentar apenas con comida. Sin embargo, este lugar que de veras parece un mundo aparte, lleno de códigos, costumbres, complicidades inextricables, se ha convertido con el correr del tiempo en un verdadero centro de reclutamiento de patotas y manifestantes. Todas las corrientes del justicialismo de La Matanza, en particular el Comando de Organización y la Liga Federal que lideran Alberto Pierri y el gobernador Eduardo Duhalde, recurren a los servicios de los changarines para conformar los célebres grupos de choque. La organización funciona de modo aceitado y las cooperativas que reúnen a esos hombres que se la pasan trasladando mercaderías de una a otra parte actúan como comités políticos de este reclutamiento. “Acá siempre hubo patotas, y son de uno u otro sector. Todos son peronistas y, entonces, claro, los dirigentes saben que acá consiguen mano de obra de inmediato”, dijo a Página/12 Aníbal Stella, uno de los directores del Mercado Central.

La Corporación del Mercado Central de Buenos Aires está situada en el cruce de la autopista Riccheri y Boulogne Sur Mer, en Tapiales, partido de La Matanza. Son seis los directores que de manera rotativa asumen la presidencia, y se trata de funcionarios cuyos nombramientos están teñidos de intereses políticos: dos son designados por la Secretaría de Comercio de la Nación; dos por la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, y los restantes por el gobierno de la provincia. Sumando changarines, vendedores y empleados administrativos, el Mercado emplea a más de cuatro mil personas. Los changarines, no obstante, constituyen la mayor parte del personal y están agrupados en cooperativas que, como los directores, poseen claras y abiertas inclinaciones políticas.

Simplemente Batata

Los hombres del Mercado que llevan a cabo la mayor y más visible actividad de reclutamiento de changarines para componer los grupos de choque del justicialismo bonaerense son tres: Raúl Leguiza, que es uno de los directores; Alberto Olmos, que ocupa una de las tantas gerencias que funcionan en la corporación, y Batata, simplemente Batata porque su pellejo es del color de la batata y contadas son las personas que en el Mercado conocen su verdadero nombre.

Leguiza fue nombrado por Duhalde y está sumamente vinculado a las cooperativas; suele definirse como un “pierrista a muerte”. A través de su excelente relación con las cooperativas -particularmente Centralmarket S.A. y Servicios y Mandatos, que funcionan en el piso tercero del Mercado–, Leguiza logra convencer a los changarines de las ventajas que acarrea formar parte de los grupos que él denomina “de seguridad”. Es que de la buena disposición de los hombres que dirigen las cooperativas depende la buena o mala fortuna de los changarines: son ellas las que contratan, pagan y, cuando se les antoja, desisten de sus servicios.

En la tarde del jueves último, cerca de una de las naves dedicadas a la venta de frutas, un changarín llamado Ramón narró a Página/12 la metodología que usualmente utilizan las cooperativas para invitar a los hombres de carga y descarga a participar en los “grupos de seguridad” del justicialismo. “Cuando empiezan las campañas siempre pasa lo mismo. Vienen los tipos de la cooperativa, te pagan por el laburo y te dicen que tal día hay acto de Pierri, de Duhalde, del Comando de Organización, y que hay que ir para garantizar la seguridad. Si no vas estás medio jodido porque después no te dan laburo. ¿La Rural? No, para ir a la Rural no me dijeron nada, pero sí me contrataron para la caravana, y fui y me saqué unos mangos. Por suerte no pasó nada. Tuve que hacer cordón, nada más, sacar a la gente del medio. Claro, si hay quilombo tenés que dar, si no ¿para qué te contratan?”


Alberto Brito Lima (izquierda), dirigente supremo del C. de O. Alberto Pierri (arriba), dirigente supremo de La Matanza y tercero en la sucesión después de los hermanos Menem.

Trabajo seguro

El cuerpo de Ramón tiene la consistencia de una piedra; mientras habla, con las manos metidas en los bolsillos del vaquero ajado, no deja de mirar hacia el piso de cemento. A su lado, algo temeroso y con el mismo tono árido de Ramón, un changarín, que dice que le dicen “Pardo”, explicó que la mayor parte de los “convocados” para formar los grupos de choque aceptan de inmediato. “Acá el trabajo lo tenemos seguro por las cooperativas, y si vos a los tipos te les negás, vas mal, te tienen después entre los ojos y cagaste. ¿Cuántos? Yo no sé. Pero te puedo decir que en esos días que vos decís, antes de la caravana y de la Rural, anduvieron por acá tipos de la Municipalidad hablando con la gente de las cooperativas, y después, mirá vos, vino el Batata a pedirnos una manito para esos actos. No, loco, yo no fui. Dije que me sentía mal.”

El misterioso Batata tiene una oficina en el primer piso del Mercado; todos lo señalan como el hombre que organiza y dirige a los changarines cuando se trata de reclutarlos; una suerte de intermediario entre la dirigencia política que tiene sus influencias en las cooperativas y “la mano de obra”, en este caso ocupada. En el Mercado se habla de Pierri, Duhalde y Brito Lima con naturalidad, como si estuvieran refiriéndose a cualquier mercancía. Sin embargo, para Aníbal Stella -uno de los directores de la Central, que se define como fiel partidario de Carlos Brown- hubo épocas peores. “Antes, durante las campañas, se cruzaban tiros de todas partes. Ahora no, ahora, como mucho, hay piñas y palos.”

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Archivo/El testamento ignorado de Evita, por Oscar Taffetani


A 73 años de su muerte, un testamento probadamente auténtico de Eva Perón no alcanza a ser cumplido. El rescate de “Mi Mensaje” –un libro que la Abanderada de los Humildes dictó en su lecho de muerte- fue un desafío que comenzó en 1987 y que por distintas obstrucciones legales recién pudo superarse en 2022. La Justicia finalmente determinó la autenticidad del documento. Esta nota fue publicada en el diario Sur, el 26 de julio de 1989, y fue parte de la lucha de periodistas y editores para que esa memoria de Evita no fuera escamoteada.


ÚLTIMA VISIÓN DE EVITA EN EL COLECTIVO


El colectivo, dicen, al igual que el dulce de leche y la picana eléctrica, es un invento argentino. Antes de que se introdujeran el boleto estudiantil, el boleto de jubilado y el boleto obrero, el colectivo era también llamado ómnibus que quiere decir “para todos”).

Varias décadas más tarde, la imborrable artista argentina Aída Carballo inició su serie de los colectiveros, en la que lo importante -como se demuestra tratándose de Aída- era la gente que viaja en colectivo, choferes incluidos.

La UTA, en una época en que los sindicatos, por lo menos, se permitían la demagogia, la premió con un pase libre para todas las líneas de la ciudad (“mucho mejor -diría Ricardo Molinari- que ser nombrado ciudadano ilustre”).

Hasta ahí la cosa iba sobre ruedas. Después de ahí vinieron los sociólogos. Ellos inventaron otra clase de colectivos.


León Rozitchner, por ejemplo, en una entrevista periodística hecha a propósito de los sucesos de Semana Santa: “En esos días vimos aparecer tres colectivos en acción…”: “El segundo colectivo fue el civil…” “cualquier desavisado se preguntaría si se trata de la línea 109, que va hasta Campo de Mayo o alguna otra, pero el sociólogo, al parecer, estaba usando colectivo como sinónimo de masa).
Nos hallamos, pues, ante una “colectivización forzosa” del lenguaje (no hay perestroika que valga). Seguiremos viajando en eso –otro remedio no queda- pero ya no sabremos exactamente si llamarlo ómnibus, colectivo, masa, albóndiga o simplemente “bondi”.

Segunda versión pirata de editorial Futuro

Asalto al colectivo del Moncada

El lunes pasado, quien esto escribe abordó un bondi del suburbio, de esos que conmovían a Yunque. Avanzada la mañana, el pasaje se componía de señoras a la busca de buenos precios (siguiendo consejos presidenciales), escolares rezagados en clausura de vacaciones, algún viejo inescrutrable, algún agente del orden camino de sus tareas y algún periodista, siempre de turno.

El periodista iba pensando en una doble efemérides que se cumple el 26 de julio: el asalto al Cuartel Moncada (1953) preludio de la revolución cubana y la muerte de Eva Perón (1951). Ambas fechas tenían especial significación significación para él (como parte de un “colectivo”) y seguramente para los otros. Y por separado, la muerte de Evita y el asalto al Moncada también significaban algo.

En un punto de su meditación -cuando había llegado a una edificación de la explosiva coincidencia entre la muerte del Che (8 de octubre), trepó al bondi un vendedor ambulante. De libros se trataba, esta vez. La Historia del Halcón Perdido en Malvinas -pensó- o las recetas de Chichita de Erquiaga. Pero no. Se trataba del Último Mensaje de Eva Perón “libro desaparecido durante 32 años, al precio de un diario.”

Oblados que fueron los cien australes (Góngora siempre al acecho), el periodista obtuvo su “Último Mensaje”. A continuación, se dispuso a leer.

El pequeño volumen, con el sello Ediciones del Mundo, tenía una contratapa a cargo de los editores y una introducción del historiador peronista Fermín Chávez. La introducción contaba la nada azarosa peregrinación de esos últimos papeles de Evita desde el 1951 en que probablemente fueron escritos hasta el 1987 en que por fin fueron publicados.

Fue entonces cuando el periodista -coleccionista de paradojas, además- recordó un suntuoso aviso publicado hacia septiembre de 1987 en la página de remates del diario La Nación. Le había llamado la atención la extraña convivencia de un “texto inédito de Eva Perón” con los muebles, antigüedades y selectas obras de arte a subastarse.

Luego, antes del fin de ese año, había visto publicado en la revista Crisis (N° 55) un anticipo del libro, también con prólogo de Chávez. Finalmente, había guardado los recortes a la espera de más novedades.

La única novedad fue el inesperado y grato asalto al colectivo que protagonizaba aquel vendedor ambulante (para compradores también ambulantes). Una señora guardó cuidadosamente su “Evita” en la bolsa, negándosela al uniformado que pretendía “ojearlo”. Un jubilado tomó el libro “sin compromiso de compra” y leyó los títulos, fundamentalmente como pretexto para hablar de “la Señora” con el conductor. “Se prohibe hablar con el conductor” reza un desoído cartelito del bondi (“Se prohibe hablar con el Conductor!”, decían los muchachos de la Jotapé desairados por el Brujo.)

Primera edición legal publicada en el año 2022

Si Evita viviera

Dejemos el hilado fino de las peripecias del libro al especialista Fermín Chávez. Dejemos también de lado el tacto (o la delicadeza) con que Chávez trata de explicar la censura que el texto de Evita tuvo incluso durante los últimos años del peronismo. Dejemos, por último, al lado, al periodista ambulante. Vayamos a lo grueso, a lo que nos interesa, a lo colectivo.

Dice F. Ch. en la introducción: “El contenido de los renglones finales: Las jerarquías clericales, La religión, los ricos y Los principios, Los pueblos y Dios, Los que circulan: Servir al pueblo y La grandeza o la felicidad, es suficiente para explicar la no difusión de sus páginas en 1952, a pocos meses de una crisis grave como fue la vivida en septiembre de 1951”.

Es explicable, por cierto. La censura es explicable. Pero es éticamente inaceptable.

Dice Eva Perón en el capítulo Los imperialismos: “A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes”.

Dice en otro capítulo (Por cualquier medio): “Frente a la explotación inicua y execrable, todos poco… y cualquier cosa es importante para vencer”.

Dice en El hambre y sus intereses: “El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses… Donde esos intereses del imperialismo se llamen ‘petróleo’ basta, para vencerlos, con echar una piedra en cada pozo. Donde se llame cobre o estaño, basta con que se rompan las máquinas que los extraen de la tierra… o que se crucen de brazos los trabajadores explotados”.

Podríamos seguir citando fragmentos y capítulos del texto de Evita más transgresivos o revolucionarios (“censurables” o “inconvenientes”) que los que señala Chávez. La verdad, en este punto, es gruesa, nada sutil. Para quienes celebraron el vergonzoso contrato con la California, empresa petrolera norteamericana, esa mujer que pedía tirar una piedra en cada pozo era un peligro, un fantasma de justicia y reivindicación que recorría no la lejana Europa y si los campos y ciudades argentinos en la prolija y orquestada posguerra del mundo.

Desconocemos si existe un testamento escrito de Eva Perón. El testamento político y moral, sin duda, es “Mi mensaje”. Contiene una cláusula que no sabemos si ha sido cumplida por Ignacio Burundanga, que figura como comprador en remate del manuscrito.

Dice la cláusula: “El dinero de La Razón de mi Vida y de Mi mensaje, lo mismo que la venta o el producido de mis propiedades, deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo aceptasen como una prueba más de mi cariño.

No sabemos si se está cumpliendo con esa última voluntad de Eva Perón. Lo que sí sabemos es que el texto recuperado no cuenta con la difusión suficiente. Citemos entonces un fragmento más, e imaginemos a esa señora que puso el libro en la cartera, antes de ayer lunes, en la magra bolsa de las compras del día.

“Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos; y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad. Pero mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores”.

(Diario Nuevo Sur, 26 de julio de 1989)

La foto portada de este artículo corresponde a la primera versión ‘pirata’ publicada por Juan José Salinas

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Archivo

Belgrano intangible, por Oscar Taffetani

En un nuevo aniversario de la desaparición física de Manuel Belgrano, LCV recupera para su archivo una investigación de Oscar Taffetani publicada en Nuevo Siglo Online (NSO) el 19-07-2007 .

La Secretaría de Cultura ha ofrecido una recompensa de 20 mil pesos a quien aporte información “que posibilite la recuperación” de un reloj de oro con cadena de oro y brillantes que perteneciera a Manuel Belgrano y que habría sido hurtado el pasado 30 de junio –según se denunció- de una vitrina del Museo Histórico Nacional.

Para que se tenga idea del valor de la pieza que la Secretaría de Cultura dice querer recuperar con 20 mil pesos, apuntemos que un par de pistolas artesanales obsequiadas a Manuel Belgrano después de la batalla de Salta, y que por esas vueltas de la vida llegaron a la caja fuerte de un Secretario del Tesoro norteamericano, fueron rematadas el año pasado en Christie’s por 374.400 dólares.

Un antiguo reloj de oro ¡y de Belgrano! (pongámonos por un instante en la cabeza del ladrón) vale mucho más que un par de pistolas…Obsequio del rey Jorge III de Inglaterra, el reloj acompañó al prócer en sus últimos años bla bla y fue entregado en el lecho de muerte bla bla al médico Joseph Readhead, porque Belgrano bla bla no tenía al morir ninguna otra pertenencia… “Son piezas vinculadas de manera íntima a la historia argentina, que lamentablemente no han estado en ese país por más de 150 años” dijo Connor Fitzgerald, asesor del coleccionista William Simon, propietario de las pistolas rematadas en Christie’s.

Esas palabras podrían repetirse, dentro de unos años, para fundamentar la tasación de esta pieza robada hoy al Museo, en un hipotético remate internacional (Interpol, reconozcamos, ha logrado frustrar algunas de esas ventas). Imaginamos a un barón de la soja, a un príncipe argentino de los bíocombustibles, con lágrimas en los ojos, adquiriendo el reloj de Manuel Belgrano en la subasta. Nacionalizándolo (así titulará algún diario). Trayéndolo de nuevo a casa… A una casa particular, claro. No al museo. Porque los museos argentinos –como el país, en general- no son confiables…Ay, don Manuel, cuánta hipocresía. Cuánta miseria del alma. Cuánta nada.

PÉRDIDAS Y RECUPERACIONES

Ya es parte de nuestro folklore -y nuestra tristeza- la historia de las cuatro escuelas del NOA que mandó a crear Belgrano, donando cuarenta mil pesos fuertes que había recibido de Buenos Aires, en reconocimiento por el triunfo de Salta.

La más norteña de esas escuelas –la de Tarija, Bolivia- fue construida por el Estado argentino recién en 1974. Las de Salta y Santiago del Estero, en 1997. Y la última, la de Jujuy, en 2004.

Si aquellos cuarenta mil pesos fuertes de 1813 hubieran sido puestos en un banco, todavía hoy los descendientes de Belgrano estarían viviendo de los intereses. Y con ese capital incrementado, seguramente, podrían construirse en esta época más de cuatro escuelas. Pero la pérdida intangible –la que ya no se puede “tocar” ni reparar, de ninguna forma- es la de los niños tarijeños, jujeños, salteños y santiagueños que no tuvieron oportunamente –en el siglo XIX, en el siglo XX- la escuela pública que necesitaron.

El despojo a Belgrano comenzó hace mucho. Recordemos que fue un periódico marginal de Buenos Aires –“El Despertador Teofilántrópico”, del padre Castañeda- el único medio que publicó la noticia de su muerte, en 1820.

Cuando se exhumaron los restos del prócer para inaugurar el panteón en Santo Domingo, apenas comenzado el siglo XX, los ministros Joaquín V. González y Pablo Riccheri intentaron guardarse como reliquias algunas piezas dentales de esos restos, aunque fueron descubiertos y debieron devolverlas. Sin embargo, la apropiación física de la memoria de Belgrano no fue tan grave como la apropiación intelectual (y política) de su vida y su legado.

En su obra póstuma “Grandes y Pequeños Hombres del Plata” (Garnier, París, 1912), Juan Bautista Alberdi denuncia, aportando su propio testimonio y el de Sarmiento, que la monumental “Historia de Belgrano”, de Mitre, fue un trabajo ideado y comenzado por Andrés Lamas, quien desde Río de Janeiro –donde se hallaba en misión diplomática- le pidió a su amigo Bartolo que le copiara cierta documentación a la que él no tenía acceso.

Mitre, según Alberdi, nunca envió esas copias a Lamas, a la vez que desistió de continuar el “Artigas” que había comenzado y a la vez que aconsejó a Lamas no publicar su trabajo sobre Belgrano. Acto seguido, se lanzó él mismo a escribir la biografía del prócer de Mayo, con la abundante documentación disponible en Buenos Aires. Pero la gran crítica que Alberdi le hace al “Belgrano” de Mitre no es la apropiación de la idea y el enfoque de Lamas, sino el intento (lamentablemente, logrado) de interpretar como una derrota –honorable, pero derrota- la expedición porteña al Paraguay.

Esos reveses militares (y políticos) de Belgrano serían “vengados” simbólicamente, luego, por la guerra de la Triple Alianza. “En su anhelo de pasar por un segundo Belgrano –escribe Alberdi- el presidente biógrafo de este ilustre general argentino pretende que lleva hoy al Paraguay la misma misión que llevó el general Belgrano a ese país en 1810: inaugurar allí el régimen de la revolución de mayo americana..”

De Alberdi –más allá de sus juicios y cambios de opinión- hay que decir que tuvo el valor de denunciar, en su libro “El crimen de la guerra”, el auténtico genocidio que fue la guerra de la Triple Alianza, una guerra que sumió al Paraguay en la anarquía y en una caída institucional de la que hasta hoy no se ha recuperado.

Otra distorsión –interesada- en la valoración histórica de Belgrano, ha sido tomar como un delirio su propuesta –expresada en la reunión secreta del 6 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán- de instalar en el sur de América una monarquía incaica, tomando la línea de descendencia de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru), en la persona de su hermano menor Juan Bautista, que vivía protegido por Rivadavia en Buenos Aires.

Lo de la monarquía incaica para nuestros pueblos, es una gran conjetura. Máxime en los tiempos que corren, cuando se ve en América resurgir, cada vez con más fuerza, los liderazgos criollos e indígenas. Algunas veces nos hemos preguntado si ese intento de construir repúblicas copiando el modelo europeo y norteamericano, como sucedió en nuestro siglo XIX- e ignorando los modos autóctonos, no ha sido la causa de esas guerras interiores latentes –y a veces, explícitas- que han desangrado a nuestros pueblos, en los últimos siglos.

Por otra parte, pensamos, tampoco se estudió con seriedad el pensamiento económico de Belgrano, un déficit que recién comenzó a subsanarse en las últimas décadas, de la mano de estudiosos como Gondra, Fernández López y Alfredo Félix Blanco.

No es un dato muy conocido que ya en 1790 Manuel Belgrano había sido designado presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca. Ni que en 1794 Belgrano tradujo el ensayo de Quesnay “Máximas generales del gobierno económico de un reino agrícola”, que es la fuente de influencia fisiocrática más clara que llegó al Río de la Plata.

La Fisiocracia –reconocida por Marx como antecedente de la ciencia económica- sostiene que el único sector que genera riqueza es el agrícola, y se apoya en la convicción de que existe un orden en la naturaleza, un orden que no debe ser quebrado por la acción del hombre. (Pensemos, por lo menos, si no valdría la pena debatir esos dos enunciados).

Hay que volver a Belgrano, qué duda cabe. Hay que releerlo. Aún estamos esperando, aquí en el río de la Plata, una recopilación comentada y anotada de las Actas del Consulado. ¿Habrá que esperar otro par de siglos? Que Interpol y que las aduanas se ocupen de recuperar los 1.980 objetos robados a colecciones públicas y particulares de la Argentina, en los últimos años.

El resto, los que no pertenecemos a la policía, a las agencias de detectives ni a las compañías de seguros, tratemos de que no se pierda el “Belgrano intangible”, el que más importa.

Lo dijo Alberdi, en la obra que ya comentamos: “Todo no se puede abrazar en este mundo. Que los que adoran la fortuna lo sacrifiquen todo a su ídolo, está bien: pero conténtense con eso y no hablen de honor y de gloria. Dejen, al menos, estas variedades a los pobres como Garibaldi, como Washington, como Belgrano…”

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