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Esa clase media que no termina de caer, por Oscar Taffetani

El domingo 1 de abril de 1990 (hace 34 años) el diario Nuevo Sur entregaba junto a otros suplementos su“Crónica Sureña” dedicada a un tema nada original y muy recurrente: la caída de la clase media. Mucha agua ysufrimiento y expectativas han corrido bajo los puentes desde entonces, y a la fecha, con un 53% de pobres, uno cae en la tentación de pensar que la clase media argentina ha muerto y que los medios se obstinan en hablar de algo que no existe. Sin embargo, fuertes demandas como la gratuidad de la enseñanza y la ampliación y
financiamiento de las universidades nacionales nos dicenque hay una memoria de clase media que no desaparece, así como hay también una nueva clase media que busca, al modo de los dreamers de América del Norte, el ascenso económico y social. Una relectura de aquella “instantánea” escrita por Taffetani en los ’90 nos permite observar lo que ha cambiado y también lo que permanece.
Un orgullo para La Columna Vertebral publicarla por primera vez en versión digital en su sección Archivos.

Diario Nuevo Sur, 1 abril de 1990, suplemento Crónicas Sureñas

Título original: La caída de la clase media

Por Oscar Taffetani

El sociólogo argentino Sergio Bagú, actualmente radicado en México, publicó hacia 1972, en Chile, una interesante hipótesis sobre la muerte en silencio (es decir, no violenta) de algunas clases. Ya es un lugar común decir que las clases poderosas no se suicidan, o que no abandonan el poder por propia voluntad. Sin embargo, Bagú sostiene que a veces el ocaso se produce en virtud de un proceso que esas mismas clases no están en condiciones de impedir. Asi, por ejemplo, la burguesía terrateniente argentina se fue convirtiendo, en este siglo, en una burguesia de otro tipo, propietaria de empresas urbanas, miembro de corporaciones industriales y financieras, socia del capital transnacional. Murió en silencio. Algún sociólogo o cientista social arderá en deseos de aplicar la hipótesis de Bagú al proceso de pauperización y proletarización de nuestra clase media, acelerado en los últimos años. El veterano profesor le diría que no se apure, que antes de extender el certificado de defunción de una clase es necesario demostrar que esa ha existido alguna vez: es necesario determinar si fue verdaderamente una clase, con intereses y comportamiento de clase, o si se trato de un conglomerado de “grupos de interés” o “grupos profesionales” de diversa y hasta encontrada relación con la producción material y espiritual de la sociedad.

Cuando Bagú presentó su trabajo Evolución de la estratificación social en la Argentina, confesó que habia debido recurrir a indicadores de distinta naturaleza para detectar la presencia de una clase: los datos estadísticos, la literatura de la época, las crónicas periodísticas, las páginas sociales de algunos diarios y otros elementos no convencionales.

Sin otra intención que la de aportar a los lectores –y, eventualmente, a algún investigador del futuro– una serie de observaciones hechas en días particularmente criticos para la Ilamada clase media argentina, entregamos esta Cronica Sureña elaborada, como es obvio, desde la subjetividad de un periodista, trabajador de ese rubro que alguna vez estuvo reservado a la “clase media alta”, posteriormente a la “clase media baja” y, próximamente, a un hipotético “proletariado cultural” (alternativa que encanta a algunos y horroriza a otros, en tipico pathos de clase media). Un chiste antes de seguir. El Gobierno ha conseguido por fin mostrarle al mundo, en estos días, que el pais conserva una gran movilidad social… descendente

Lo importante es tener la casa propia

Hasta mediados de la década del 70, una pareja de recién casados podía adquirir mediante crédito normal, hipotecario, plan de ahorro o plan de vivienda una casa o departamento. Sindicatos como ATE, bancarios, Supe y otros, con fuerte presencia de la clase media, construyeron barrios propios en distintos puntos del país. A partir de la dictadura militar procesista se intervinieron obras sociales y sindicatos, se detuvieron los planes de edificación en marcha y se expropiaron (mediante el mecanismo de un reajuste exorbitante del precio originalmente pactado) numerosas viviendas, que luego fueron redistribuidas de favor a precios irrisorios. Más tarde, con el instrumento de la Ley 1.050 (indexación de las cuotas) continuaron las expropiaciones. La clase media argentina (y, por supuesto, también la clase obrera) se despedía del crédito social (a largo plazo, con tasas preferenciales). Ni la administración radical (que empleó los escasos recursos disponibles en instituciones como el BHN y el Banco Nación en créditos de favor) ni la administración peronista (que sencillamente ha decidido liquidar esas instituciones) revirtieron la situación. La falta de crédito y la caída progresiva de los salarios reales hizo trizas el sueño de “la casa propia” para las parejas jóvenes. La disponibilidad de vivienda en las grandes ciudades quedó en manos de un reducido grupo de propietarios y firmas inmobiliarias. El precio de alquileres y arriendos creció desde la proporción que se consideraba normal en los 70 (20-25% del salario) hasta el valor de un salario básico, lo que supone, para una joven pareja de la clase media, la necesidad de contar con dos o más fuentes de ingresos para acceder a una vivienda.

Motor a nuevo. Gomas nuevas. Chiche. Joya. Vendo urgente

Pocas cosas de tan alto contenido simbólico para la clase media como el automóvil. Tenerlo es definitivamente ascender un peldaño en la escala social. Con el alto poder de compra de la pequeña burguesía en las décadas del 50, 60 y 70, grandes terminales automotrices como Ford, General Motors y Fiat (más algunas fábricas argentinas como Kaiser y Siam) inundaron el mercado de automóviles medianos y grandes. La demanda por “el cero kilómetro” era fuerte, y dinamizaba la renovación del parque existente. A fin de la década del 70, la primera señal de la “reconversión” comenzada fue el abandono del pais por la firma General Motors y el reciclaje de sus instalaciones. Se abrió la importación de automóviles y las pocas fábricas argentinas que quedaban en pie debieron cerrar. Las terminales extranjeras se fusionaron, concentraron y orientaron su producción a un segmento más restringido de la población (menor cantidad a un precio más alto). El proyecto fracasó en los primeros meses de este año, cuando la suba de los combustibles, el costo de seguro y mantenimiento, y el precio de las unidades provocó una caída del 73,5% en las ventas de febrero (con respecto a enero). Las 2.378 unidades vendidas en ese mes –informó Adefa, cámara de fabricantes– es la más baja de los últimos 20 años. La merma mayor, comparando los períodos enero/febrero de 1989 y 1990, fue registrada en el rubro automóviles (no en utilitarios, pick-ups ni “pasajeros”). Lectura inmediata: la clase media alta, la que todavía podía acceder al “cero kilómetro”, ya no puede. El resto de la clase media, esa que activa y reactiva el mercado “del usado”, siguió pasándole cera a su joya, con la esperanza de que la compre –diría el tango– alguien capaz de mantenerla.

Lo importante es tener un buen empleo.

 El lector asalariado de la clase media argentina, buena parte del cual depende del aparato del Estado, es el que observa la caída más pronunciada de los ingresos en estos últimos años. Un informe del Instituto de Economia de la Uade (que, dicho sea de paso, es una universidad privada) deja ver que el salario medio de un empleado bancario llegó al punto más alto de los últimos cinco años en marzo de 1989 (368,3 dólares), y llegó a su punto más bajo en febrero pasado (93,7 dólares). Para el mismo periodo, en la administración pública la caída fue de 219,8 a 43,4 dólares y en el sector educativo, de 301,9 a 40,8 dólares. Si se examina el detalle de salarios reales devengados, proporcionado por el mismo instituto, se verá que las categorías más altas de los rubros bancario, administración pública y educativo son las más rezagadas en el ajuste, las más perjudicadas con la evolución del salario. Nuevamente los golpes más fuertes son recibidos por la clase media, esa que hasta hace unos años se disputaba los empleos bancarios por su estabilidad y buenos sueldos, o iniciaba la carrera administrativa para tener “un empleo seguro”, o educaba a los niños con la idea de que “lo importante es tener un título”. A su vez, la aplicación compulsiva del decreto 905/90 y la drástica reducción del presupuesto, han echado por tierra el mito de que quedaban en la Argentina empleos seguros, donde la clase media asalariada estaba a salvo de las exaccionnes brucas, practicadas desde el poder.

La crisis

Ya Mafalda decía hace un cuarto de siglo que la crisis argentina debía de tener hormonas, puesto que crecía junto con ella. Peor que eso: en realidad la crisis crecía y ella, condenado personaje de historieta, estaba obligada a verla siempre con los ojos de un niño inteligente. En el imaginario de la clase media argentina, todo tiempo pasado fue mejor: y todo tiempo presente, el peor. Ya no quedan, en 1990, aquellos padres y abuelos que asustaban a los más jóvenes con el recuerdo de la crisis del ‘30, que había sido “la peor de todas”, la inigualable. Ahora, el elemento de contraste es la década el 60, con un país “floreciente”, que ostentaba la mayor tasa de crecimiento bruto en América latina y tenía una mano de obra bien paga, en escalas que sólo conocian Europa y los Estados Unidos. El ’60 es la pesadilla del ’90, una especie de edad de oro, de tiempo feliz al que se tiene la certeza de que no se podrá regresar. La crisis, chivo emisario de la mala administración, los malos gobiernos y los inconfesables pactos celebrados con el capital imperialista, está en boca de todos, en una palabra vaciada de contenido que sustituye, en el discurso dominante, los puntos suspensivos, aquello que no se puede o no se debe decir.

No ha surgido aún en la clase media argentina –tan pródiga en políticos y materia gris– alguien capaz de rasgar con un bisturí intelectual el velo que le oculta la realidad; alguien que la invite a liberarse de la ingenua utopía de volver a los 60, alguien que la invite a  reemplazar ese endeble programa del auto, la casa propia y el empleo seguro por el horizonte, mas lejano pero posible, de alcanzar una sociedad solidaria, donde palabras como justicia y libertad recobren el contenido original. Grupos de presión “socialdemócratas” han entablado un duelo con el fantasma neofascista (que históricamente ha acechado y seducido a la clase media). Ella, cual voluble dama, cual bifronte Jano, le hace un guiño a cada uno de los pretendientes. El futuro dirá si la vereda de enfrente a la política oficial contará con el apoyo activo de la clase media. Algunos datos parecen indicarlo.

La única salida: ¿es Ezeiza?

El golpe militar de Videla, en 1976, no habría podido concretarse sin el consenso de la clase media, espantada por el terrorismo político y el rodrigazo. La vuelta de los radicales al gobierno en 1983, no habría sido posible sin el apoyo de la clase media, duramente golpeada por el terrorismo de Estado y defraudada por el poder militar (especialmente, después de Malvinas y del “reajuste” Sigaut-Cavallo). La llegada de Cafiero al gobierno de la provincia de Buenos Aires y la de Menem a la Presidencia de la Nación, en 1989, no habrían sido posibles sin la concurrencia de la clase media. Quien estudie detenidamente los mensajes publicitarios y proselitistas de los tres períodos, verá que están dirigidos muy especialmente a los sectores medios, que son lo formadores de opinión, son los que hablan. La clase obrera, derrotada como nunca –entre otras cosas, por el desmantelamiento de la industria–,y bajo el manto protector de la burocracia sindical, se mantuvo en un letargo del que recién pareció salir en la lucha contra el plan Sourrouille y ahora contra el plan Dromi. En el momento más crítico (debería hablarse de “sensación crítica”) del reajuste, en febrero pasado, se agotaron los pasaportes para salir del país (clase media, ¿qué estabas haciendo tú a esa hora?). Las colas que aún se observan en el Departamento de Policía y ante las embajadas de Canadá, Australia, Suecia e Italia están compuestas, fundamentalmente, por jóvenes técnicos y profesionales argentinos, sin “horizonte laboral” en el país. A la clase

media no le cuesta mucho, ni material ni espiritualmente, mudar de país. Está fresca la memoria del abuelo inmigrante, de aquel que siguió un viejo proverbio latino, ubi bene, ubi patria, donde uno está bien, allí está la patria. Se sabe que la mano de obra calificada, los técnicos y profesionales argentinos (formados en una universidad estatal que no desdeñó la investigación básica ni la formación integral del estudiante) son muy requeridos en el exterior. Sin embargo. la alternativa del emigrado es siempre la misma: o adaptarse al país que lo recibe (es decir, transculturarse) o vivir en tránsito, como aquellos trabajadores-golondrina que en la belle époque del Centenario cruzaban el océano para levantar el trigo y el maíz del granero del mundo y regresaban después a Europa. Si de veras los gobiernos nacionales quisieran evitar que los jóvenes profesionales emigren, deberían limitarse a cumplir con lo que ofrecieron en sus campanas políticas: “Un país que merezca ser vivido”. Pero la clase media argentina no son sólo jóvenes sin horizonte dispuestos a emigrar. La lucha contra la desocupación, el hambre y el cercenamiento de sus históricas conquistas (educación popular, protección social y servicios públicos –oh paradoja– accesibles), lo mismo que la lucha contra la impunidad represiva de los años recientes, hablan de una (¿insensata?) vocación de quedarse en el país de sus amores y desvelos. O, por lo menos. de no morir en silencio.

El invasor invadido

La clase media del 900, la del ‘30, la del ‘50, la del ‘90 ¿es siempre la misma clase media argentina? Sí y no. Todos pueden estar de acuerdo con que hubo un proceso de crecimiento numérico y de ocupación del espacio político que fue progresivo, con hitos como el sufragio universal, el ascenso del radicalismo, la industrialización de entreguerras, el peronismo y el primer ciclo militar posterior al peronismo (de Lonardi a Lanusse, con los interregnos civiles conocidos). Atendiendo a esa acumulación económica y político-cultural, puede decirse que es siempre la misma clase, una pequeña burguesía ligada al sector administrativo e industrial de la economía y a la burocracia del Estado; profesionales, técnicos, docentes, empleados de la administración pública y privada, pequeños empresarios. Atendiendo a las diferencias étnicas y culturales entre el hijo del inmigrante europeo, el inmigrante del interior ascendido en los 40 y la inmigración asiática de los 80 (japoneses, taiwaneses y coreanos), puede decirse que no es la misma clase media, ya que contiene estados, grados de desarrollo y expectativas muy diferentes. En busca de semejanzas, no obstante, hay que señalar que la identidad cultural de la clase media argentina en los 90 está dada por la mezcla y fusión de los dos grandes grupos, el de origen inmigratorio europeo y el migrado desde el interior del país. Una guía infalible para seguir ese proceso es la literatura argentina. Nuestra literatura de este siglo, la mas importante, he sido elaborada y consumida por la clase media argentina. Los encuentros y desencuentros entre los “asentados” y los recién llegados a a clase son egibles en textos como Locos de verano, Jettatore, M’hijo el dotor, Los siete locos, El Sur, Casa tomada, Cabecita negra y Mi madre andaba en la luz. Sus autores pertenecen a distintas fases de la cultura de la clase media argentina. Alguna vez se sintieron intrusos, alguna vez se sintieron invadidos, alguna vez se sintieron parte del mismo cuerpo social. Otro tanto podría leerse a partir del cine argentino y hasta de la televisión argentina, en el exiguo lapso de tres décadas. Aunque muy condicionada por el modelo dominante (las elites nativas y la influencia exterior), la clase media es el gran sintetizador, productor y reproductor de la cultura argentina.

RECUADRO DE CRÓNICA COTIDIANA
Tribulaciones de una ahorrista

Ella le creía al Gobierno y al plan económico. Por eso fue a comprar dólares. Ya no la iban a agarrar como en febrero, con el plazo fijo inmóvil en el banco y llorando la alocada danza del verde en las alturas. Qué derecho tenían, al fin y al cabo, a jugar con sus ahorros, con esos fondos que Ie permitían compensar una jubilación que da vergüenza y una obra social que –como dijo el interventor– está fundida.

Fue a la city, allí donde dicen que está el gobierno paralelo del país. Bancos, casas de cambio, agencias de turismo, arbolitos, financieras, corredores de bolsa, rematadores de hacienda. Un paraíso para el ahorrista.

O un infierno. La gente camina abstraída, en babia. Sólo tiene números en la cabeza. Mira las pizarras, las carteleras donde señores formales, de camisa y corbata, van cambiando los números. De un pequeño movimiento de la delicada mano de un señor formal, depende el sístole-diástole de otro señor formal que mira desde la calle. Por algo las ambulancias de “emergencia coronaria” están en la city. Palpitaciones, subas de presión arterial, bajas de presión arterial, desmayos y, todas las semanas, algún infarto.

Ella se detuvo en un quiosco de diarios: ¿Ambito financiero o El Cronista Comercial? ¿Cuál es mejor para el pequeño inversor (y la pequeña inversora)? Compró los dos. Parecía uno de esos burreros aficionados que van un día a Palermo y compran la rosa, la celeste, la verde y hasta Crónica y La Razón. No alcanzan a leer nada. Pierden, inexorablemente. “Pst, señora, ¿quiere comprar dólares?” le dice el quiosquero en voz baja. Lo que faltaba, un quiosquero-arbolito. “No, gracias”, dijo instintivamente la señora y se alejó.

Entró a tomar un café en La bicicleta. Oué justo, está en la city y se llama La bicicleta. Está bien puesto el café. Hay jóvenes de saco y corbata, seguramente empleados de las agencias, hay señores canosos con sobrias camperas y capello a cuadros. Ahorristas, como ella, perdón, pequeños inversores, como ella. Ouien diría. docente jubilada, ya abuela, tomando un café en la city.

Años enseñándoles a los chicos que el ahorro es la base de la fortuna; que el que guarda, tiene; que la moneda de un país es una divisa tanto o más importante que la bandera. Años contándoles a sus nietos el cuento de los tres chanchitos, elogiando al chanchito Práctico, que previendo las tormentas hizo su casa de ladrillos. No funcionó. Nada funcionó. Estaba equivocada, la fortuna es la base del ahorro; el que guarda, no tiene; la moneda del país se ha vuelto tanto o más insignificante que la bandera; al chanchito Práctico le entró la Ley 1.050 por la ventana, le sacaron la casa…

El mozo interrumpió sus cavilaciones. La señora pidió un cortado y comenzó a ojear los diarios financieros. “¿Hay remonetización o exceso de emisión?”, “La incertidumbre sobre la crisis en Lituania hizo descender el dólar en Londres y Nueva York”, “Cotización de títulos en los Estados Unidos”, “La Bolsa del mundo”, “¿Bavis o Bonos Conea?”. El mozo-arbolito. Quién lo hubiera dicho, con el chaleco bordó y esa pinta de camarero vienés. “Bueno, gracias”, contestó cortésmente.

¿Seré tan rara? ¿No habrá pequeñas inversoras en la city? ¿Cómo se dan cuenta de que quiero comprar dólares? La señora recordó las advertencias de su hijo: “Mamá, no te despegues de la cartera, que hay muchos descuidistas. No le compres dólares a cualquiera. Te dan un punto más, pero pueden ser falsos y no hay donde reclamar. Mejor andá al banco, o a una casa de cambios. Cuando hayas comprado, tomate un taxi y andá a casa. No tomes el taxi ahí nomás, esos son peligrosos…”

Sería más seguro hacer un depósito en el banco, en dólares. No, mejor no, a ver si se les ocurre congelar las cuentas y otra vez se quedan con mi plata. Además, no es tanta plata. Yo no puedo hacer lo que hizo el hermano del Presidente, que llevó dólares al Uruguay. Dicen que lo desmintió. Debe ser cierto. Si una piensa lo contrario de lo que dicen, siempre acierta. ¡Tendría que haber entendido al ministro aquella vez! Lo que él quería decir era el que apuesta al dólar, gana. Tarde para lamentarse. Pero no me van a agarrar otra vez.

Pagó el café, acomodó los diarios en la cartera, (“¿Habrán visto dónde tengo el dinero?”), y salió con paso rápido hacia la primera casa de cambio. Entró en una donde había mucha gente (“Por algo será que hay mucha gente, esa regla no falla”). Se puso en la desordenada cola que se apretaba contra el mostrador y esperó su turno. Su turno no llegaba nunca; por el costado se metían una suerte de arbolitos (para-arbolitos) que llamaban en voz alta a los que atendían el mostrador. “¡Jorge, te encargo quinientos!”, “¡Miguel, acá el señor tiene pesos chilenos!”.

Estaba como abombada. Cuando la atendieron solo acertó a decir “dólares”. “¿Cuántos?”. Sacó el pequeño fajo de australes, todavía con el sello del banco, y se lo dio al empleado. Sin inmutarse, el empleado rompió la faja de papel y pasó los billetes dos veces por la máquina contadora. “Por este número la van a llamar, señora”. Se retiró un poco del mostrador y miró las pizarras. El dólar había bajado hasta los cinco mil, era un buen momento para comprar. En una semana, de seguir las cosas así, iba a tener una pequeña fortuna, iba a poder ayudar a los chicos, iba a poder hacer un buen regalo a los nietoos.

Le vinieron a la mente historias de ahorristas. El abuelo gallego que guaraba los pesos en un frasco, debajo de una baldosa; los tanos que los escondían bajo el cotín del colchón; su madre, administrando el sueldo de su padre, guardando siempre un resto “por lo que pudiera pasar” en un paquete de yerba; ella misma, pegando estampillas en las libretas de la Caja Nacional de Ahorro Postal, haciendo una inversión para el futuro. Altri tempi.

Cuando cantaron su número se acercó rápido al mostrador. En un sobre le entregaron unos pocos billetes verdes, algunos australes, chirolas de diferencia y la boleta de compra. Salió a la calle y fue caminando despacio hasta la Avenida de Mayo. Tomó un subte y regresó a su casa.

No pasaron ni siete días cuando el empleado de la casa de cambios vio llegar nuevamente a esa señora que había comprado dólares sin contarlos. “Buenos días, vengo a vender”. El empleado tomó el sobre con billetes verdes y la boleta de compra. “Está cuatro mil seiscientoos, señora”. “Sí, sí, no importa, necesito el dinero”.

La señora se marchó a su casa pensando en el hermano del Presidente, en el Presidente y en la madre del Presidente. Su experiencia como pequeña inversora le había dejado, a sus años, una nueva lección: los pobres, hasta cuando apuestan al dólar pierden.

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Todos tenemos hollín en los pulmones, por Hernán López Echagüe

El 25 de enero de 1997, la sociedad argentina se veía sacudida por un crimen atroz: un reportero gráfico de la revista Noticias, aparecía muerto, calcinado, con las manos y pies atados y dos disparos en la cabeza después de haber ido a cubrir de una fiesta de renombrados empresarios de Pinamar. La autopsia demostró que Cabezas tenía hollín en los pulmones, lo que indicaba que aún respiraba cuando el auto con él en su interior era invadido por las llamas. Las investigaciones recorrieron muchas pistas, varias de ellas fraguadas por la Policía Bonaerense que demostraba una y otra vez intentar desviar la investigación y resolver rápidamente el caso. El diario La Nación, le solicitó una nota al periodista Hernán López Echagüe quien se había convertido en emblema del ‘periodista agredido” luego de sufrir dos agresiones -un navajazo de advertencia en la puerta de su casa y un intento de secuestro en los alrededores del Bingo de Avellaneda, abortado por la aparición de un patrullero-. La persecución López Echagüe provenía de sectores del Mercado Central ligados a patotas Duhaldista. Desde Uruguay, en donde intentaba recuperar la tranquilidad y finalizar un nuevo libro sobre la Triple Frontera, escribió de un tirón este artículo.

Hoy lo recuperamos para el Archivo de LCV, tomado del libro ‘Postales Menemistas’ editado por editorial Perfil, quien publicó una compilación de artículos de este joven periodista que luego de recibir más amenazas y una catarata de juicios por la publicación de su libro “El Otro” dedicado al entonce gobernador Duhalde quien se disputaba la conducción del peronismo con el president Menem, buscaría refugio con su familia del otro lado del río.

Todos tenemos hollín en los pulmones, por Hernán López Echagüe

Febrero de 1977, diario La Nación

El asesinato de José Luis Cabezas es un hecho obsceno, cometido en una sociedad habituada a cerrar los ojos ante la obscenidad, o, en el mejor de los casos, a tomarla como un avatar, como un mal pasajero. Es dable preguntarse si en este caso la sociedad cobrará vida o, como ha sucedido en otras ocasiones, pronto olvidará el mazazo, se abrazará a los electrodomésticos, al fetiche de la estabilidad, y por fin añadirá el episodio a la extensa lista de obscenidades que han ocurrido a partir de mediados de 1989: los sopapos, navajazos y amenazas a periodistas; el asesinato del obrero Víctor Choque en Tierra del Fuego; las agresiones sufridas por el fiscal fiscal Pablo Lanusse; el assinato de María Soledad Morales, las decenas de atropellos cometidos por la Policía de la Provincia de Buenos Aires; los disparos contra Fernando ‘Pino’ Solanas; los feroces atentados contra la comunidad judía; la continua represión a manifestaciones; las enigmáticas muertes en torno a la Aduana; etc, etc, etc.

Obscenidades que parecen lejanas en el espacio y en el tiempo.

Presumir, como buena parte de la sociedad presume, que el asesinato de Cabezas no ha sido más que un brutal ataque a la libertad de expresión, comporta un grave desatino cuyas consecuencias habrán de aflorar tarde o temprano. El asesinato de Cabezas ha sido la lógica culminación de una serie de obscenidades frente a las cuales, continua e ingenuamente el gobierno ha pretendido permanecer ajeno.

Desde luego, en el interior de la gente que ha cometido este crimen impera el fuego. Pero es menester avivarlo.

Basta echar un vistazo a la historia del país para comprender que hechos de esta naturaleza suceden cuando los gobiernos crean y promueven las condiciones políticas, sociales y morales y éticas que tornan posible su comisión. Cuando los gobiernos hacen de la obscenidad uno de sus rasgos más distintivo.

Obsceno es que los actos de un gobierno procuren satisfacer, pura y exclusivamente, la ley del libre mercado y los antojos de un puñado de empresarios sin escrúpulos. Obsceno es que un presidente, a viva voz, celebre el ingreso de capitales sin importarle su procedencia. Obsceno es que los funcionarios de un gobierno aparezcan enlazados, una y otra vez, a personajes como Al Kassar, Gaith Pharaom, Ibrahim Al Ibrahim, Yabrán o Ghadaffi, es decir, al narcotráfico, al matonaje, a los negocios turbios. Obsceno en extremo es ignorar la independencia del Poder Judicial y llamar ‘delincuentes’ a periodistas y opositores.

Pero más obsceno que todo es la inercia. Cuando el virus de la quietud y de la indiferencia se instala en una sociedad, no hay medicina que logre aplacar sus terribles efectos. Al igual que en épcas de muerte y oscurantismo, con el correr del tiempo la solidaridad se difumina, la identidad lanquidece, y crímenes como el de Cabezas, por tanto, adquieren el caracter de cosa común y ordinaria.

Cuando una bomba destruyó el edificio de la embajada de Israel, todos repletamos las calles de Buenos Aires y en silencio, con los párpados apretados, todos fuimos judíos. Pero no fue otra cosa que un relumbre de solidaridad, un compromiso tan duradero como un estornudo; algo más parecido a una fugaz visita de pésame que a un acto fundado en hondas convicciones. Porque tiempo más tarde, y una vez más a lo largo de contadas horas, estimamos sensato colocarnos nuevamente el disfraz judío, como en un multitudinario baile de máscaras.

Todos estamos entrelazados por un lugar común que va más allá de fortuitas diferencias religiosas, filosóficas, políticas o profesionales: la vida. Y sin embargo estamos habituados a que nos reúna la muerte.

Una sociedad adormilada, que no emerge de su insultante letargo, no puede exigirnos a los periodistas que frente a hechos de esta índole inflemos el pecho y sin rodeos continuemos hurgando en esas enormes cloacas que nosotros no hemos inventado. No somos corresponsales de guerra, aunque a menudo plumas y lentes deban desplazarse entre escombros y cenizas, entre bandas violentas que han convertido al país en un inabarcable campo de batalla donde la vida es ingrávida.

Desde la madrugada del sábado último, y de modo ya irremisible, todos los argentinos somos José Luis Cabezas. Todos tenemos hollín en los pulmones. Todos estamos encerrados en el interior de un vehículo en llamas, en un camino de tierra, a contados metros de opulentas mansiones en cuyos jardines la fiesta continúa.

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ARCHIVO/La corrupción sigue estando de moda, por Oscar Taffetani

Esta semana, el maestro Oscar Taffetani comparte una nota de su archivo personal escrita el 16 de mayo de 1993 –hace 31 años-. Eran los noventa, tiempos de “menemato” cuando estallaba el boom de los escándalos de corrupción. Nunca, hasta ese momento, se habían visto tantos funcionarios procesados por malversación de fondos, coimas, contrabando, venta ilegal de armas o enriquecimiento ilícito. La lista es larga. Algunos han pasado rápidamente al olvido, como el ex concejal justicialista José Manuel Pico condenado por la justicia porteña a cinco de años de prisión y diez años de inhabilitación para ocupar cargos públicos, por el delito de enriquecimiento ilícito. “Me quieren convertir en un monstruo”, se lamentaba, conciente de que él no hacía nada diferente a lo que hacían todos. Fue el primer político de cierta relevancia condenado por corrupción a quince días de las elecciones presidenciales.

Con mejor o peor suerte, tuvieron que sentarse en el banquillo de los acusados altos funcionarios, entre otros: Carlos Grosso; María Julia Alsogaray; Víctor Alderete; José Luis Manzano, Antonio Erman González; Carlos Corach; Amira y Emir Yoma; Ángel Eduardo Maza; Domingo Cavallo; Gostanian y el propio presidente Carlos Menem quien fue condenado por peculado, contrabando de armas y sobresueldos, pero gracias a los fueros nunca debió cumplir su pena. En 1994, el presidente del Banco Nación, junto a ex directores y cinco empresarios fueron procesado por el supuesto pago de 21 millones de coimas a IBM por la renovación de su sistema informático. El hermano y secretario de uno de los imputados, Marcelo Cattáneo, apareció suicidado. Las muertes dudosas de personajes vinculados al gobierno iban en aumento.  

Distintos negociados fueron tapa de diarios y revistas. Los libros de investigación eran Best Sellers (Robo para la Corona, de Horacio Verbitsky; El Otro, de Hernán López Echagüe; El Jefe, de Gabriela Cerruti; o Pizza con Champagne de Silvina Walger, se vendían por cientos de miles). Con buen tino, Oscar Taffetani titulaba una nota publicada en la revista Nueva: “La corrupción está de moda”. Una moda que llegó para quedarse.

¿Cuáles son las razones y la solución de semejante descalabro? O.T. recorre los principales hechos de corrupción en Argentina y el mundo. ¿Cómo salir de esta telaraña? Un debate más vigente que nunca.

Corrupción está de moda

Un fantasma viscoso recorre el planeta. Los diarios lo llaman corrupción. Los políticos y los periodistas lo llaman corrupción. La gente lo llama corrupción. ¿De qué se trata?

El barón de Montesquieu escribió en alguno de los treintaiún volúmenes que componen Del espíritu de las leyes (1748), que “el principio de democracia se corrompe cuando una nación pierde el espíritu de igualdad y lo interpreta arbitrariamente”.

Según el ilustre barón (a quien solemos citar de oído), una neta separación entre los poderes del Estado produce la mutua limitación que salvaguarda las libertades.

Claro que el sistema que Montesquieu tomaba por modelo de democracia era el inglés, donde el Poder Ejecutivo reposaba en el Príncipe (consorte o sinsorte), el Legislativo en la Cámara de los Lores (reclutados en la nobleza) y el Judicial en esas convulsionadas cortes provincianas que supieron describir Shakespeare y Marlowe.

En cuanto a los “países cálidos” (así llamaba a las colonias africanas, asiáticas y americanas), el tratadista observaba que “están más dispuestos que los fríos a la servidumbre”… Hasta allí Montesquieu.

Montes… ¿quién?

En América latina, lo mismo que en los jóvenes países africanos y asiáticos, la democracia política padece aún hoy el vicio del caudillismo. Los tres poderes suelen estar sujetos a la voluntad de uno solo: el Ejecutivo.

Cuando se habla de corrupción, entonces, por lo general, se habla de un juez o un legislador sobornado, de un amigo o un pariente del “Número 1” que se acomoda en un puesto público, que resulta beneficiario de una dudosa licitación o que impunemente viola las leyes al amparo de su protector.

De esta clase de corrupción sabemos mucho en América latina. La historia del continente –sin necesidad de hacer revisionismo– está plagada de caudillos, militares y civiles, que convirtieron su antojo en ley severa, que se enriquecieron en la función pública, que entraron al gobierno por la puerta grande, “para acabar con la corrupción” y salieron por la puerta de servicio, entre gallos y medianoche, con los bolsillos llenos.

En los países anglosajones (algo de razón tenía Montesquieu) la vigilancia civil sobre los poderes es mayor. Los ciudadanos que sangrientamente conquistaron sus derechos poniendo fin, o por lo menos un límite, a la monarquía, saben defenderlos mejor.

No están libres del azote de la corrupción (que prefieren llamar inmoralidad), pero tienen aceitados los mecanismos democráticos para combatirla.

El affaire Watergate en los Estados Unidos (espionaje republicano en la sede del Partido Demócrata) le costó la presidencia a Richard Nixon. El affaire Irán-contras (llamado por la prensa Irangate) llevó a un juicio público a altos jefes militares y determinó el cambio de política hacia Centroamérica.

Curiosamente, los hechos inmorales de más gravitación en la política norteamericana fueron descubiertos por la prensa. Dos periodistas del Washington Post, amparándose en la Quinta Enmienda de su Constitución, desataron el escándalo que acabó con Nixon.

El cuarto poder entra en escena

¿Son posibles los Watergates en América latina? Ardua pregunta. La regla –salvo raras excepciones– es que todo concluye con la denuncia. Los efectos jurídicos no van más allá de la renuncia al cargo por parte del funcionarios involucrado o de un “fusible” de éste.

No obstante, debe reconocerse que haber hecho públicos los ilícitos y haber conseguido la renuncia o alejamiento de funcionarios corruptos, no es poco mérito, habida cuenta de la ostensible lentitud del Poder Legislativo y la mora del Poder Judicial para intervenir en esas cuestiones.

Otra pregunta que puede escucharse en la calle es: ¿Hay más corrupción ahora que antes? ¿O es que ahora se sabe más?

Las respuestas invariablemente estarán teñidas de un color político. A pesar de ello, habrá coincidencia general en observar que, gracias a la existencia de una prensa independiente y diversa, hoy puede saberse más de lo que pasa “en palacio”. La ciudadanía dispone de un instrumento tan poderoso como aquéllos –devaluados– que le brindó la bicentenaria Revolución Francesa.

No todas son rosas en la Galaxia Gutenberg, por supuesto: un medio de prensa puede ser sobornado, como puede serlo un policía, un juez, un legislador. Pero corre también el riesgo de quedar en evidencia y sufrir un terrible castigo: que los lectores dejen de comprarlo.

En ocasiones, los diarios, radios o canales televisivos son instrumento de una singular batalla. Es cuando los acusados de corrupción se defienden denunciando algún fraude o ilícito cometido por sus acusadores.

La batalla –aquí reaparece Montesquieu– no es mala en sí misma, puesto que ayuda a que se conozca toda la verdad. El libre juego de los poderes, incluido el Cuarto, es el mejor certificado de buena salud del orden democrático.

Mal olor en el planeta

Una mirada a la política internacional, poco antes del fin de siglo, podría acabar con las más recónditas esperanzas de justicia. En todas partes se cuecen habas. En todas partes había –o hay– corrupción política.

EN EL PRIMER MUNDO

No hace tanto desde que se conocieron las coimas que pagó la Lockheed Aircraft para colocar sus aviones en países “intachables” como Suecia, Francia, la ex República Federal de Alemania y el Japón. Desde el Príncipe Bernardo de Holanda (quien provocó la abdicación de la reina Juliana) hasta el primer ministro japonés Kakuel Tanaka (quien prefirió que el harakiri se lo hicieran algunos ofuscados kamikazes), todos recibieron su sobre o su giro reservado a un banco suizo.

Recientemente –para no abundar en ejemplos– estallaron escándalos en Inglaterra (por comisiones de los ministros en la privatización de servicios); Francia –por “donaciones” y blanqueo de dinero negro a través de partidos de centro-derecha y centro-izquierda–; España (por comisiones en las obras de Expo-Sevilla, finanzas negras y sobornos en el PSOE); Italia –por relaciones de los principales dirigentes políticos y del gobierno con la mafia– y hasta en el lejano, insospechable y poderoso Imperio del Sol Naciente (por declaraciones del político sobornador Shin Kanemaru, quien destapó una olla que no contenía precisamente arroz).

EN EL EX-SEGUNDO MUNDO

El advenimiento de la era Gorbachov puso al descubierto las prebendas y turbios manjeos de los dirigentes soviéticos de la era Brezhnev. No terminó allí la danza: los dirigentes del ex PCUS vaciaron las empresas estatales y fugaron divisas hacia los bancos suizos poco antes de la caída de Gorbachov y el ascenso de Yeltsin.

Uno de los países que aún se declara regido por los principios del socialismo, Cuba, conjuró hace tres años un escándalo por narcotráfico que amenazó acabar con el gobierno de Fidel y Raúl Castro. El chivo emisario fue el fusilado general Ochoa, Nº 3 de la nomenclatura cubana.

EN EL TERCER MUNDO

En la Argentina, el reelecto presidente Carlos Menem ostenta el récord de tener la mayor cantidad de funcionarios procesados en la historia de su país y la región.

La caída de Ferdinando Marcos, en las Filipinas, ocurrida hace unos años, puso al descubierto el enorme grado de corrupción que puede generar un gobierno cuando aspira a perpetuarse.

El affaire Collor, en Brasil, fue un caso reciente de corrupción política (enriquecimiento ilícito) con desenlace ejemplar: el juicio político y destitución del Presidente por el Parlamento.

EN LAS NACIONES UNIDAS

El jefe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de origen japonés, fue acusado de comprar su reelección. La denuncia extiende las sospechas a casos anteriores (como el del ex SS Kurt Waldheim).

EN LAS ORGANIZACIONES ECOLOGISTAS

Generation Ecologie, un partido verde francés cuyo dirigente Brice Lalonde fue designado ministro de Medio Ambiente, aceptó importantes contribuciones financieras de empresas a las que decía combatir (como la Sandoz suiza, principal contaminadora del Rhin).

Mal de muchos ¿consuelo de tontos?

Martin Woollacott, del periódico londinense The Guardian, se refirió en un artículo a las distintas formas de corrupción política existentes en el mundo. Desde lo que en Francia llaman “tremper le pain dans le sauce” (mojar el pan en la salsa) hasta lo que los japoneses llaman sin pudor “política del dinero”, pasando por la Tangente italiana, todopoderosa antes de la llegada de los mani pulite. Al hablar Woollacott del mundo anglosajón, desliza irónico: “…tenemos formas menos obvias de corrupción, además de la justa cuota de soborno y de coima…”

He allí una de las probables causas del gran destape de fin de siglo: lo que los Estados y el mismo sistema mundial no toleran no es la corrupción habitual (el “punto” o “punto y medio” de comisión que lubrica el comercio internacional). Lo que el sistema mundial no tolera –porque vuelve imprevisible el futuro de la humanidad– es el exceso de corrupción, esa masa viscosa que entorpece el desarrollo de la economía y las relaciones internacionales.

Desde un punto de vista pragmático, entonces, –dejando el idealismo para mejor momento–, de lo que se trata es de llevar los niveles de corrupción administrativa y política al mínimo posible.

¿Quién puede hacerlo?

Allí regresamos a Montesquieu, aquel pensador francés que fue bautizado en brazos de un pordiosero (porque sus padres querían que aprendiera de niño que todos los hombres son iguales ante Dios). Regresamos a Montesquieu y hallamos que la mejor manera de combatir la corrupción, en casa y en el mundo, es garantizar la independencia de los tres poderes (incluido el cuarto) y luchar por un ejercicio moral de la política.

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Archivo

ARCHIVO / Nunca te bañes con tus primas, por Ricardo Ragendorfer

Este artículo fue publicado por la revista El Porteño en la sección Serie Negra de junio 1989. Por entonces, conceptos cómo “violencia de género” y “femicidio” eran catalogados bajo la inexacta nomenclatura de “crimen pasional”. Pero en las extrañas muertes de Irma Gijón y Gloria Fernández ni siquiera fue considerada esta hipótesis. Y por una razón de peso: su carácter sobrenatural hizo que rebasara las fronteras del hecho policíaco para convertirse en una pieza única de la literatura gótica, pero del mundo real. RR

Foto de la publicación original, gentileza del autor

Bajó de la ambulancia, verificó la altura de la calle y tocó el timbre. Media hora antes, la telefonista del Hospital Municipal de Vicente López expidió una orden de visita en favor de Gloria Fernández, especificando como motivo una simple descompostura. Cuando el médico cruzó el hall y fue llevado al living, encontró a la paciente recostada en un sofá.

La mujer que lo hizo pasar sólo le dijo:

–Se empezó a sentir mal a la tarde, después de comer.

El recién llegado se calzó el estetoscopio y auscultó el pecho de la enferma. Luego extrajo una linterna de bolsillo y pasó a escudriñar el color de la garganta. Acto seguido, se puso a redactar una receta. Y mirando a sus interlocutoras, recitó el diagnóstico:

—No es una descompostura. Aunque puede ser que el almuerzo haya caído mal. Para mí, es un estado gripal. Tiene la presión baja y unas líneas de fiebre. Tómese un Multín cada seis horas. Por lo del estómago, no coma nada pesado; es más, si aguanta, trate de no cenar.

Dicho esto, guardó sus instrumentos y se perdió por la puerta, saludando con un imperceptible movimiento de cabeza. Y ya en la ambulancia, le comentó al chofer:

–Vinimos por una gripe. Nada más que una gripe.

En ese momento no sabía que el caso no tardaría de complicarse, precisamente por una descompostura, pero no de tipo estomacal.

Tres días después, es decir el domingo 16 de abril, el departamento de la calle Melo 3300, de Florida, se convirtió en centro de atención de investigadores policiales, médicos forenses e, incluso, técnicos de Obras Sanitarias. Sin embargo, los primeros que tomaron intervención fueron simples integrantes de una cuadrilla de Gas del Estado.

A la mañana del día anterior, el propietario del departamento, que moraba en el segundo piso del edificio, percibió la fragancia —según él— inequívoca de un escape gaseoso. No sólo cerró la llave de paso, sino que convocó al personal especializado para que constatara la pérdida del fluido. Los de Gas del Estado no la encontraron.

Recién al día siguiente salió a la luz que semejante aroma correspondía, en realidad, a la descomposición de los cuerpos de Irma Gijón, de 21 años, y Gloria Fernández, de 15, que se estaban pudriendo en la bañera.

El propietario no daba crédito a sus ojos (ni a su olfato).

Ya entonces, ese departamento se encontraba invadido por uniformados y peritos.

En la bañera aún permanecían los cadáveres, flotando en un líquido que no parecía agua, ya que mostraba una tonalidad color ladrillo. El de la más joven apuntaba hacia el este. Frente a ella estaba los despojos de la que, en vida, había sido su prima.

A simple vista, daba la impresión de que la muerte le había llegado justo al sacarse la bombacha, dado que esa prenda estaba muy cerca de su mano, cuyo brazo quedó rígido fuera del receptáculo.

Pero no se puede decir que esas muertes “súbitas y simultáneas”, como fueron caratuladas a falta de más datos, les hayan conferido a sus protagonistas el don de parecer dormidas. Por el contrario, además de la pestilencia propia de la carne al corromperse, la piel de ambas mutó su color natural a un azulado cadmino, correspondiente a la descomposición cadavérica de alguien que dejó el mundo de los vivos hace más de 30 días. Pero el problema era que sólo llevaban en la bañera no más de tres.

A partir de entonces, casi una veintena de peritos, entre los que se encontraban efectivos del SEIT (Servicio Especial de Investigaciones Técnicas), junto a forenses, además de personal policial numerario, pulularon semanas enteras, tanto por el departamento como sobre los cuerpos de las primas Gijón-Fernández, tratando de determinar la causa de tan extraño fin y la razón del desacostumbrado deterioro.

Lo cierto era que los manuales de medicina legal establecen etapas y lapsos, según sea invierno o verano. Así como en un ahogado deben transcurrir entre 3 y 5 días o 5 y 6 horas —depende de la estación— para que se consume la rigidez cadavérica, el enfriamiento del cuerpo y blanqueo de la epidermis, en este caso, sobre la base de partes extremadamente oscuras e hinchadas, más el detalle de brazos y piernas blandas y arrugadas, se determinó que, en teoría, tales cuerpos corresponderían a 30 días de descomposición, si se trataba del invierno, o 2 semanas en temporada estival.

Pero había un hecho cierto: una vecina de las malogradas mujeres echó por tierra los conceptos de la medicina forense, afirmando en su declaración testimonial: “Antenoche (por el 13 de abril) Irma me pidió permiso para hablar por teléfono con el Hospital de Vicente López y llamó a una ambulancia porque su prima sufría una leve indisposición”.

Eso coincidió con la receta hallada en el living, donde se recomendaba la ingestión de Multín, un antipirético. De allí en más, sobre hipótesis tan poco felices como la muerte por electrocución, ahogo, intoxicación e, incluso, la formación de un arco voltaico, pero ante la certeza de que esos decesos sólo pudieron haber sobrevenido a través del trámite propiciador de un homicida, los encargados de esclarecerlos se dieron a la caza del facultativo que había atendido a una de las víctimas poco antes de la muerte.

A decir verdad, la policía tropezó con grandes inconvenientes para dar con el médico. Claro que a la declaración que efectuaría se le asignaba gran importancia. Y luego de una fatigosa búsqueda, el profesional fue hallado: Se trata del doctor Arnoldo Bresciani, médico cirujano, director de una clínica y auditor de un prepago, que además pertenece al plantel del Hospital de Vicente López.

Cuando estuvo frente a los policías que lo interrogaban sobre los detalles de aquella visita, Bresciani comprendió que, a fin de cuentas, el caso tratado tuvo al final que ver con una descomposición.

—No puede ser que el cuerpo de las chicas presente la descomposición de un mes —farfulló, ante un policía de civil que anotaba todo en una libretita.

El médico después declararía: “No fui el último en verlas con vida”. Pormenorizando tal afirmación, Bresciani exhibió los argumentos propios de un experto en novela policiales inglesas: “El domingo por la mañana, cuando entró la policía, encontraron mi receta y un frasco de Multín nuevo, es decir, recién comprado. Estaba abierto y faltaban dos comprimidos. Yo le había recetado a la paciente tomar uno cada 6 horas. Si cumplió con tal indicación, no habría muerto a la medianoche del jueves, sino a la mañana del viernes (…) Si una de ellas fue ese día a la farmacia yo no fui el último en verlas con vida; ni tampoco lo soy si ellas mandaron a alguien a comprar el remedio”.

En síntesis, la investigación policial estaba nuevamente en cero, salvo, lógicamente, las dispares hipótesis irradiadas desde varios medios, que no excluyeron la presunta complicidad de las temibles mambas, una de las más peligrosas especies de serpiente, originaria de Nueva Guinea, cuyo veneno no suele ser proclive a aparecer en los resultados de una autopsia.

Pero hasta ese punto, aunque sin visos de esclarecimiento, el caso de las muertas de la bañera fue una simple investigación policial. A partir de un nuevo episodio, el hecho pasó al rango de la novela gótica. Eso se encarga de declarar el juez Raúl Adolfo Casal, que entiende en la causa:

“Yo, personalmente, hice retirar aquel domingo los cuerpos de la bañera, llevarlos a la morgue y luego ordené higienizar aquella vivienda, donde los olores eran realmente pestilentes. También verifiqué personalmente la limpieza de aquella bañera, su saneamiento y demás trabajos de higiene. Pues bien, dos semanas después decidí regresar al escenario del suceso. El departamento había quedado cerrado con llave y la llave se encontraba en la seccional 1a de Vicente López. Pasé a buscarla y me fui hacia esa casa. Cuando entré, imaginen mi sorpresa al ver que la bañera estaba nuevamente llena de agua y, para mayor asombro, repleta de fauna cadavérica”.

Sobre los contornos de un misterio insondable solo quedan las huellas de los deudos desolados, próximos o involuntarios de un deceso sin explicación aparente.

El médico Bresciani sigue haciendo lo de siempre. Pero su vecina, cuando lo saluda, ya no le mira los ojos y, quizá, piense que en ese hombre flaco y bigotudo está el eslabón perdido de aquel caso que persiste en salir entre los diarios. Al juez Casal, desde el día en que regresó al lugar del crimen, se le pone la piel de gallina cada vez que alguien le menciona el expediente. El propietario de la vivienda, por último, convencido de que ningún necesitado de arrendar un domicilio accedería a asearse en la bañera donde aparecieron las dos primas, no sabe si resignarse a no alquilar más su propiedad, clausurarla, o directamente llamar a un piquete de demolición.

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