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Memoria

Cómo ahogar un periódico cooperativo, por Alipio Eduardo Paoletti, Madrid, febrero de 1981 (*)

Me llamo Alipio Eduardo Paoletti. Tengo 44 años, soy casado y padre de seis hijos. Desde julio de 1977 estoy refugiado en Madrid, España, con mi familia. Entre el 24 de marzo de 1976 y mi salida al exterior viví en forma clandestina en la Argentina, ante la persecución desatada por la dictadura militar.

Soy periodista. He trabajado en varios diarios argentinos y desde 1960 hasta marzo de 1976, fui el director del diario El Independiente de La Rioja, que desde 1970 era editado por una cooperativa obrera, integrada por gráficos, empleados administrativos y periodistas, una experiencia única en la Argentina, que aún subsiste, pese a la represión militar.

Hasta marzo de 1976, la cooperativa estaba integrada por 72 trabajadores. La dirección de la cooperativa y de la política editorial, era decidida en asamblea por la totalidad de los socios, que también elegían por voto secreto a los miembros del Consejo de Administración y al director por un período de dos años.

La política editorial se decidía en base a la adopción del programa de la central única de trabajadores, la CGT. Nosotros adoptamos como referente el programa del 1º de mayo de 1968, aprobado por la CGT de los Argentinos, un programa que sintetizaba las aspiraciones políticas y sociales de los trabajadores argentinos en sus cien años de lucha.

El Independiente, por su vocación democrática, popular y antimperialista, pero al mismo tiempo pluralista política e ideológicamente, se convirtió en una experiencia de comunicación masiva única: era uno de los diarios más leídos del país. El 12 de marzo, al día siguiente del triunfo popular en las elecciones de 1973, el tiraje, controlado por el Instituto Verificador de la Circulación, alcanzó una cifra récord: 11.500 ejemplares, para una provincia de 140.000 habitantes, diseminados en una extensión de 92.000 kilómetros cuadrados, recostada sobre los Andes en el noroeste argentino. Si esa proporción, por ejemplo, se hubiera establecido en Buenos Aires, con 10 millones de habitantes, la cantidad de ejemplares vendidos hubiera sido cercana al millón. Esta explicación no es vana: sirve para ejemplificar el peso político y en la formación de la opinión pública de la zona que tenía El Independiente. Y porqué, antes y después de marzo de 1976 se convirtió en uno de los objetivos estratégicos de la represión militar.

En 1974, después de la muerte de Perón y la aparición pública de la famosa AAA, varios trabajadores de nuestro periódico recibieron amenazas de muerte. Ese mismo año, El Independiente fue objeto de varias clausuras, bajo la presión del ala derechista del peronismo. Motivos invocados: “anomalías” e “irregularidades” en relación a las disposiciones municipales. Estas medidas fueron acompañadas de una persecución sistemática por parte de organismos del Estado. Nosotros logramos, a pesar de todo, salir indemnes de 18 inspecciones diversas ordenadas por la municipalidad de La Rioja, por el Instituto de Cooperativas –que sostenía la curiosa teoría de que las cooperativas no podían editar diarios ni periódicos–, por el Banco de La Rioja, la Dirección Provincial de Cooperativas, etc. Por su parte, la Fiscalía del Estado, de oficio, instauró una acción ante la justicia local para que se investigara si El Independiente, al opinar públicamente sobre los hechos políticos y sociales, no violaba, entre otras, la ley de cooperativas.

En realidad, como después pudo verse claro, el objetivo era acallar la prédica cotidiana del diario a favor de la democracia, de los intereses de los trabajadores y del respeto a los derechos humanos. Paralelamente, por orden jerárquica, se impidió al Obispo de La Rioja, Monseñor Enrique Angelelli, una de las cabezas del ala progresista de la Iglesia Católica, leer sus homilías dominicales por la radio estatal. El golpe de 1976 desvelaría las incógnitas y demostraría la continuidad de los objetivos de la extrema derecha: Monseñor Angelelli fue asesinado en agosto de 1976, y nuestro periódico acallado.

La noche misma del golpe, el 24 de marzo de 1976, fue detenido Mario Paoletti, subdirector del periódico. Y en los días sucesivos otros diez compañeros: la cooperativa fue intervenida y un alto oficial del ejército se ocupó de la dirección. El 5 de abril se ordenó mi captura. Y unos meses después, la de mi esposa, también trabajadora de El Independiente.

Los compañeros detenidos fueron sometidos a torturas de todo tipo para intentar arrancarles información sobre supuestos hechos terroristas en los cuales, como es obvio, nada tenían que ver. Aún hoy varios de ellos están en la cárcel, y es imprescindible redoblar los esfuerzos para lograr su libertad. Se trata de Plutarco Antonio Schaller, jefe de fotógrafos; Juan Argeo Rojo, abogados, asesor legal del periódico; Pedro E. Pérez, corresponsal en la localidad de Aminga.

Otros compañeros tuvimos que marchar al exilio. Alrededor de veinte fueron despedidos y se alentó el ingreso de nuevos socios para torcer la vocación democrática y popular del periódico. En 1980, después de más de cuatro años de intervención militar, los trabajadores de El Independiente han recuperado su patrimonio físico. Sin duda no podrán recuperar su patrimonio moral e histórico hasta la caída de la dictadura, pues el diario, pese a seguir saliendo, no puede decir lo que quisiera decir.

Después mi orden de captura, y tras la intervención de muchos sindicatos de prensa en todo el país, en mayo de 1976 se realizó una reunión clandestina de activistas sindicales de todo el país en la cual integramos una comisión de “Prensa de la Resistencia”, que logró la edición de un par de boletines e intentó la reorganización sindical. Yo fui designado por mis compañeros del interior como integrante de esa Comisión, que la represión desorganizó, sobre todo a partir del secuestro de Héctor Demarchi y su posterior “desaparición”. Hoy, varios de esa Comisión, estamos exiliados.

Nuestros sindicatos siguen intervenidos, las conquistas sociales logradas por los periodistas tras largos años de lucha, como nuestro Estatuto Profesional, han sido avasalladas y las condiciones laborales y económicas son de súper explotación. Hay centenares de periodistas asesinados, secuestrados, exiliados.

Nuestra obligación, nuestro deber, es lograr la libertad de nuestros presos, denunciar a la dictadura militar argentina ante la opinión pública internacional denunciando sus intentos de disfrazarse con recambios pseudos institucionales (como el protagonizado por el genocida general Viola que reemplazará al genocida general Videla), y proponer la unidad de todos los argentinos honestos y democráticos en torno a las banderas de lucha que agitan nuestros compañeros en la Argentina.

Libertad, Justicia, Democracia para el pueblo argentino.

Pueda este modesto testimonio ser un gran aporte en ese sentido.

Madrid, febrero de 1981

* Este artículo integra el libro “Argentina, cómo matar a la cultura”, editado en 1981, junto a otros textos de la autoría de Julio Cortázar, Juan Gelman, Mercedes Sosa, Vicente Zito Lema, Alberto Szpunberg, Miguel Ángel Estrella, Ignacio Colombres.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Memoria

“Los delincuentes de guante blanco son la verdadera casta”, por Carlos del Frade

El ex comisario de la Policía Federal Argentina, Rodolfo Fischietti, denunció que el 20 de marzo de 1975 se desató el Operativo Rocamora, apellido del entonces Ministro del Interior, contra la ciudad de Villa Constitución.

Cuatro mil integrantes de diversas patotas, embrión de los grupos de tareas, coparon la geografía del sur santafesino, secuestraron a 200 delegados y trabajadores de las fábricas Acindar, Metcon, Marathon y Vilber y comenzaron a torturarlos en el edificio del albergue de solteros de Acindar, pagados a razón de 200 dólares por día por los empresarios, entre ellos José Alfredo Martínez de Hoz, por entonces gerente general de Acindar.

Era el ADN del terrorismo de estado: delincuentes de guante blanco ordenaban y pagaban a sus cancerberos para desaparecer a una generación de jóvenes trabajadores con ideas revolucionarias, la mayoría de las 30 mil personas desaparecidas a partir del 24 de marzo de 1976, donde Martínez de Hoz fue el ministro de Economía. La decisión de los jueces federales, medio siglo después, ratifica que la decisión del verdadero poder en Argentina es consolidar la impunidad de los delincuentes de guante blanco, la verdadera y única casta que existe.

Nuestra admiración y nuestro respeto para los y las sobrevivientes, los organismos de derechos humanos y las abogadas que seguirán insistiendo para que alguna vez haya justicia contra el verdadero impulsor del genocidio: el poder económico. La historia no habla del pasado, denuncia el por qué del presente.

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Destacada

Canal 13 cumple 65 años: “Lo más interesante y lo más detestable”, por Claudio Korlemblit

El 1 de octubre de 1960 se inauguró Canal 13, de Buenos Aires, concesionado por un decreto muy cuestionado de 1958 del Gral Aramburu, miembro de la “revolución libertadora”, o más bien, del Golpe del 55 contra Peron. El presidente Illia decidió, poco después de asumir la presidencia, ponerle fecha de vencimiento a la concesión a los 15 años, por lo cual pasó al Estado a fines de 1973.

Durante los siguientes 15 años fue estatal, hasta que la corrupta administración menemista lo entregó al Grupo Clarín, en 1990, bajo cuya tutela lleva 35 años. En total, 65 años de vida, donde se mezcla lo más interesante y lo más detestable de la TV argentina.

A los 20 años, ni bien salí de la colimba, tuve la posibilidad de ingresar al Noticiero del mediodía, que conducía Pinky y luego Perez Loizeau, como “compaginador periodístico”. El canal estaba bajo el control férreo de la Marina, aún con Massera en la cima y sus autoridades eran el triunvirato de Agulleiro, Madariaga y Gavilán, el último a cargo de la gerencia de Noticias. La censura era total, encarnada en los propios noteros y productores que se encargaban de filtrar cualquier desajuste.

La llegada de la democracia fue un remanso, aunque básicamente siguió el mismo plantel de profesionales, mientras que los gerentes fueron elegidos entre los productores más veteranos. No hubo ninguna “razia”, más allá de los directivos que renunciaron.

Al 13 lo dirigieron Yuyo Taboada, Eduardo Metzger y un quinteto de viejos directores de cámaras. La UCR no tenía cuadros para manejar los canales, apenas Miguel Angel Merellano para ATC, cuya gestión terminó en 1985, cuando se cayó el avión que lo transportaba.

A partir de 1990, con la vil entrega de Menem, comenzó el reinado de Clarín, que ya lleva demasiado tiempo y esperamos que termine en breve, ya que la extensión que le otorgó Néstor K. a su licencia expira este año.

Un brindis por su cumpleaños y otro por la esperanza de su recuperacion para el Estado (sin fascistas).

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Internacionales

“La guerra le quita la máscara a los que ya han elegido no ser humanos”, Silvia Salis, alcaldesa de Génova

El 12 de agosto de 1944, el ejército nazi fusiló a 560 habitantes del pequeño pueblo de Sant’ Anna de Stazzema. Familias enteras -hombres, mujeres, niños y ancianos- fueron obligadas a salir de sus casa y colocarse frente al pelotón de fusilamiento. En un nuevo aniversario de esta herida abierta, la alcaldesa de Génova fue la encargada de decir unas palabras mientras la primera ministra, Giorgia Meloni, permanecía en silencio. En su discurso, Silvia Salis, dijo lo que había que decir. “La Resistencia no es un capítulo cerrado… la Resistencia es un músculo. Y todavía lo estamos ejercitando.”

Silvia Salis, Alcaldesa de Génova

“Me llamo Silvia. Soy una ciudadana de la República de Itala. Soy hija de Génova, una ciudad que dio su vida por la Resistencia, que se liberó de la locura del nazifascismo, una ciudad que dio la vida por la Resistencia. Una ciudad medalla de oro de la Resistencia, como lo es Stazzema. Estoy aquí, en este lugar sagrado, NO para recordar. Estoy aquí para no olvidar, que no es lo mismo.

Recordar es una acción que pertenece a la mente. No olvidar también pertenece al corazón. Y hoy, con el corazón, aunque no nos demos cuenta, hacemos ruido. Quiero que este ruido se escuche hasta el valle. Porque estamos aquí para elegir. Para elegir de qué lado estar. Porque cada vez que honramos la masacre de Sant’Anna di Stazzema no hacemos un gesto formal. Tomamos posición. Miramos a la Historia a la cara y decimos: «No olvido. Resisto. Continúo el camino de quienes fueron arrebatados de sus vidas, para defender las nuestras». La memoria de la Resistencia es nuestra memoria, es la memoria de quienes lucharon para derrotar al fascismo y al nazismo. (…)

La Resistencia no es un capítulo cerrado… la Resistencia es un músculo. Y todavía lo estamos ejercitando. Dicen: «La política de hoy ya no es lo que era. Faltan ideologías». En cambio, yo digo que las ideologías sí están ahí. Y añado, afortunadamente, que no me siento como quienes, incluso hoy, minimizan la Historia. No me siento como ellos, ¿es una cuestión de ideología? Quizás, pero sobre todo, es una cuestión de humanidad. Aquí no había un mañana. Porque los ogros cerraron la puerta del tiempo a 560 seres humanos. Algunos dirán: «Pero era tiempo de guerra». Pero la guerra no justifica el horror.

La historia enseña que cuando se pisotean los derechos fundamentales no se trata de un fenómeno aislado. La barbarie se difunde, nuestro mismo ser humanos se pone en discusión.

Hoy como ayer las víctimas son inocentes, y existe todavía quien justifica la violencia contra quien no tiene ninguna culpa. La barbarie de Stazzema es la misma que está devastando otros lugares del planeta. Hoy, Bianca podría ser una mamá de Gaza o de Kiev.

La guerra les quita la máscara a quienes ya han elegido no ser humanos. Cada época tiene su propia forma de difundir la aparente verdad. Érase una vez, había balcones y plazas. Hoy, encuestas, publicaciones, hashtags, frases populistas gritadas en programas de entrevistas, quizás sin siquiera un interrogatorio. El fascismo no le teme a las armas, le teme a la cultura. Le teme a los libros. (…)

¡Viva Santa Ana! ¡Viva la Resistencia!

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