El título que decidí dar a estas columnas es una referencia irónica a los textos literarios que nos daban en el colegio secundario en mis tiempos de estudiante, sin posibilidad de elegir. A menudo se trataba de obras añejas y lectura engorrosa, con sanas excepciones.
Porque pienso como Daniel Pennac, estupendo novelista y ensayista y profesor de Letras francés, que “el verbo leer, como el verbo amar, no puede conjugarse en modo imperativo”. Pero con muchos libros comparto el fanatismo de un amigo ya fallecido quien, cuando le gustaba enormemente alguno, lo recomendaba con este énfasis: “¿Viste esas sectas cristianas que bautizan a los chicos apenas nacen, para que si se mueren enseguida puedan ir al Cielo? Bueno, este libro leelo ya mismo, por si te morís esta noche…”.
Y el primero que pondré en esa lista es la novela Volver la vista atrás, del colombiano Juan Gabriel Vásquez (Editorial Alfaguara, 476 páginas, $ 7.900; hasta hace poco se conseguía solo en versión electrónica, pero ahora es accesible en papel, para quienes puedan romper el chanchito –si lo tienen–).
Había leído antes otras novelas del autor, nacido en Bogotá en 1973. Entre ellas me había fascinado Historia secreta de Costaguana, la saga de una familia en el marco de la forzada independencia de Panamá, que se separó de Colombia con el apoyo indisimulado de los Estados Unidos, para que estos pudieran construir el Canal interoceánico.
El título del libro al que me refiero ahora remite a un verso del famoso poema Caminante, nohay camino, de Antonio Machado y es otra saga familiar “basada en hechos reales” (como advierten ahora muchas películas y series), esta vez con una carga política mucho mayor.
Se basa en la historia de la familia Cabrera, fundada por el anarquista español Fausto, exiliado republicano primero en República Dominicana, luego en Venezuela y finalmente en Colombia, donde devino muy importante y exitoso director teatral. Fausto Cabrera se casa con una dama de familia poderosa y rica, pero que tiene arraigadas ideas de izquierda. Ellos, tras una experiencia personal de los padres en la República Popular China (ambos militan en el partido maoísta local), envían a sus hijos adolescentes a formarse política y personalmente en Beijing. Lo que sucede a esos chicos en el marco de la Revolución Cultural y el apogeo de los Guardias rojos, parecería entraría en el campo de la ciencia ficción, si no fuera tristemente cierto.
El relato se enhebra a partir de los que cuenta Sergio Cabrera, el hijo varón, quien luego de la experiencia se enrola en una de las ramas de la guerrilla colombiana, pasa a la clandestinidad y aplica los conocimientos sobre lucha armada recibidos en China. Luego de infinitos avatares, renuncia con grandes penurias a esa afiliación, permanece clandestino, parte al exilio hasta ser amnistiado y se convierte en un prestigioso y laureado director cinematográfico (en nuestro país se han visto algunas de sus películas: La estrategia del caracol e Ilona se va con la lluvia, basada en una novela de Álvaro Mutis.
Para coronar el ciclo –y esto ya no aparece en la novela—el presidente Petro designó a Sergio embajador en esa China que tan bien llegó a conocer.
A pesar de su extensión, el libro se lee casi sin respirar. Su estilo es austero, sin preciosismos literarios y participa de la premisa “en cada frase un hecho, sobre cada hecho una información”, algo que no lo convierte en una mera crónica.
Conocí a algunos argentinos, –incluso amigos cercanos–, que fueron a la República Popular a recibir entrenamiento militar y tuvieron que digerir efectos secundarios. En esta novela se cuenta el colmo del ridículo al que se llegó –además de otras situaciones realmente atroces—cuando los Guardias rojos se dedicaron a desarmar los semáforos de tránsito para invertir las luces: la roja, se convirtió a fuerza de destornilladores, en la que permitía el paso, porque era el color del Partido y de la Revolución.
Atención: muy lejos está de ser un libro macartista. Solo refleja, casi con piedad, los excesos a los que suele llevar la sobredosis de ideología.
Martin Caparrós: “Ser anarco es estar contra el poder, pero Milei le entrega el poder absoluto al mercado”
El periodista y escritor Martín Caparrós charló con Laura Giussani Constenla sobre la victoria de Javier Milei en el ballotage, dio sus sensaciones de cara al futuro del país y se mostró con una “especie de optimismo a largo plazo con un mini estudio de la historia”.
Milei, bilardismo y política: ¿ganar a toda costa?
Noni Ceruti, historiador y director técnico, charló con LCV sobre qué significa que Milei se defina como bilardista, los aspectos positivos y negativos desde un punto de vista futbolístico-político y el recuerdo de Diego Armando Maradona a 3 años de su fallecimiento.
Los Doblados, el Batallón 601 y una historia de amor, traición y muerte, por Ricardo Ragendorfer
Publicado por Revista Zoom, el 31 de julio de 2017
Siempre sentí que la obra –como concepto editorial– es en realidad la caja mortuoria de la creación. Ahora descreo de tal idea. Hace justo un año fue publicado mi libro Los Doblados, sobre las infiltraciones del Batallón 601 en la guerrilla argentina. El hecho es que una parte de su trama ha vuelto a latir, aunque ello –por su tenor argumental– no es en esta oportunidad precisamente un canto a la vida.
La historia en cuestión está desarrollada en el capítulo titulado “Alicia a través del espejo”. Y se refiere al caso del chileno Jean Claudet Fernández, un cuadro del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) capturado el 1 de de noviembre de 1975 en Buenos Aires por una patota del Ejército y agentes pinochetistas de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA). Fue el debut del Plan Cóndor en Argentina.
La primera información que obtuve acerca del asunto no superaba los datos arriba mencionados, y sin ser más que una pieza complementaria de otra intriga. Pero allí había algo oculto, una suerte de tragedia griega que me tomó casi un año reconstruir. Su protagonista: el coronel José Osvaldo Riveiro, alias “Balita”, un engranaje clave en la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura y –como subjefe del Batallón 601– el factótum local de la alianza represiva entre los regímenes castrenses de Cono Sur. Debo confesar que ese tipo obeso, alcohólico, por momentos ridículo y profundamente cruel fue para mí lo que para un entomólogo un escorpión. Su figura atraviesa las páginas de Los Doblados como un fantasma apenas disimulado. Un fantasma ahora empeñado en resurgir.
Amores perros
Jean Claudet Fernández
Por alguna razón que excede el marco estrictamente operativo, Riveiro sentía hacia Claudet una particular inquina. Un rencor que ni siquiera sus más estrechos colaboradores comprendían.
El chileno, un ingeniero de 36 años, había sobrevivido a las mazmorras de la DINA por tener también la ciudadanía francesa y residía con su familia en Sarcelles, una pequeña ciudad al norte de París. Con frecuencia solía viajar a Buenos Aires como correo de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), formada por las guerrillas de Uruguay, Bolivia, Chile y Argentina.
En eso estaba en la mañana del 25 de octubre cuando abordó un vuelo en el aeropuerto de Roissy. Aquella vez su periplo incluía una escala previa de cinco días en México y otra de 24 horas en Panamá.
Desde allí llamó por última vez antes de partir hacia Buenos Aires a su control en París. Sus compañeros en esa ciudad ignoraban que asimismo había enviado un mensaje a la arquitecta porteña Alicia Carbonell –mediante una amiga en común también llamada Alicia– para anunciar su llegada y pedir que lo esperara en un departamento de la calle Montevideo, a metros de la avenida Santa Fe, donde él acostumbraba alojarse durante sus estadías en esta urbe. Claudet mantenía con ella un vínculo sentimental. Con la excepción de las dos Alicias nadie más en Argentina sabía de su arribo.
Pero mientras Claudet se encontraba en pleno vuelo, la base parisina del MIR quedó envuelta en la zozobra: un agente de la DINA que reportaba a dicha organización acababa de informar que el domicilio en cuestión estaba rodeado por un dispositivo de vigilancia del Batallón 601. Y se temía que el viajero fuera atrapado ni bien pusiera un pie en el aeropuerto de Ezeiza,
Eso no sucedió. Claudet llamó a Paris desde un teléfono público de la terminal aérea. Así supo la mala nueva además de recibir la indicación de que regresara en el primer vuelo a la Ciudad Luz.
Sin embargo no había ninguno hasta la mañana siguiente. Su próximo paso fue llamar a la arquitecta para ponerla con pocas palabras al tanto de la situación y decirle que se alojará en el Hotel Liberty, de la avenida Corrientes al 600. Alicia quedó en encontrarse con él allí.
Orden de captura de José Osvaldo Riveiro
Los agentes la vieron salir del edificio de la calle Montevideo. Y así se inició un discreto seguimiento sobre ella, quien –dicho sea de paso– no fue al Liberty sino a su casa familiar de Barrio Norte. Balita había impartido la orden de no tocarle un pelo. Lo cierto que la presencia de esa mujer en medio de la operación lo ponía sumamente nervioso.
Al filo de la medianoche Claudet fue secuestrado en su habitación del hotel. Balita encabezaba la patota. También fue de la partida el encargado de la estación local de la DINA, Enrique Arancibia Clavel.
Éste, dos semanas después, consignó en un télex enviado desde Buenos Aires a la sede del Servicio Exterior de la DINA que al cautivo “le requisaron 97 microfilms con instrucciones de París”. El remate concluía con una frase sombría: “Claudet ahora ya no existe”.
Su desaparición causó una sacudida extrema entre los exiliados chilenos en Argentina. Recién a fines de noviembre la otra Alicia –muy acongojada por lo ocurrido– blanqueó la existencia de la arquitecta ante un militante del MIR. Desde entonces esta última fue depositaria de todas las sospechas. Eso se vio robustecido por el hecho de haberse mudado, además de renunciar a su trabajo y no ver más a sus amistades; o sea, se hizo humo.
Mientras tanto Balita enfrentaba problemas políticos y privados. Entre los primeros, una interna con el jefe de la SIDE, Otto Paladino, por el control en el país del Plan Cóndor; entre los segundos, el derrumbe de su matrimonio con la señora Susana Purcaro, algo muy mal visto en círculos castrenses.
Con el paso de los años aquella historia se fue desdibujando.
En 1987 –ya bajo el gobierno de Raúl Alfonsín– la evanecente figura de la Carbonell reapareció al no poder eludir su presentación como testigo de la causa Claudet en el juzgado de instrucción a cargo del doctor Emilio García Méndez. Allí dijo que al hombre del MIR lo había visto una sola vez por pura casualidad, y que el nexo fue la otra Alicia por ser amiga de los dos. Después, agregó: “Ni me acuerdo de su cara”.
En esa audiencia estuvo presente el abogado Horacio Méndez Carrera, quien representaba a familiares de los franceses desaparecidos en Argentina. Entonces se propuso querellar a esa mujer por falso testimonio.
No pudo ser: las leyes de Punto Final y Obediencia Debida sepultaron dicho expediente en el ostracismo.
Tres lustros más tarde Méndez Carrera encontró en su estudio una copia amarillenta de ese testimonio. Y algo concitó su interés: la dirección –Güemes 920, de Acassuso– en la cual ella fijaba su domicilio. Ese sitio no estaba lejos de su propia casa; de modo que decidió efectuar una visita de cortesía.
Alicia Carbonell -primera desde la izquierda- jurando como arquitecta
Era el mediodía del primer sábado de 2003 cuando él llegó a un chalet cercado con chapas verdes y rejas. Por el portero eléctrico preguntó por Alicia Carbonell y, sin rodeos, explicó la razón de su presencia.
Por toda respuesta, una voz femenina gritó:
–¡Yo no tengo nada que decirle!
También se oían los alaridos de un hombre.
Méndez Carrera volvió a tocar el botón del aparato.
Entonces vio que la mujer salía de la casa fuera de sí. Quien parecía ser su marido corrió tras ella y la atajó por la cintura. Éste –un individuo bastante mayor que ella– intentaba calmarla. Tras darse por vencido, le gritó al intruso:
–¡Mándese a mudar, carajo!
Y forzó una postura pendenciera.
No era otro que el coronel José Osvaldo Riveiro.
El gran secreto de aquellos dos seres acababa de quebrarse. Poco después la casa fue vendida. Y ellos pusieron los pies en polvorosa.
La segunda oportunidad
José Osvaldo Riveiro
Este fue apenas un resumen del relato que volqué en Los Doblados a lo largo de 47 páginas. Lo que se llama, una historia con “final abierto”. Porque más allá de la incógnita fáctica sobre el paradero del viejo militar y la ahora veterana arquitecta, también flotaban en el aire otros misterios.
Nunca dejé de preguntarme cómo nació el vínculo amoroso entre ellos. Ni cuáles fueron los motivos personales y las condiciones anímicas de Alicia Carbonell durante los acontecimientos que impulsaron tan espantosa relación. Es difícil saber si –antes o inmediatamente después del secuestro de Claudet– ella fue consciente de haber trazado el camino de su desaparición definitiva. De no ser así, ¿por qué diablos se prestó a ese juego? Y de ser así, ¿qué grave encono la habría lanzado a un crimen semejante? Pero de lo que no hay dudas es de que ella y Balita edificaron su pareja sobre ese delito de lesa humanidad. Y que su vida matrimonial debió ser notable. Esos y otros enigmas perduraban congelados por sus ausencias.
Aunque no para siempre. La prolongada huida de Riveiro se desplomó a principios de mayo en la recepción del Hospital Militar de un modo por demás insólito: el coronel apareció allí para sacar un turno médico; cuando dio sus datos, el sistema lo detectó como prófugo y se llamó a la policía.
Sobre él pesa un trámite de extradición a Francia, donde un tribunal lo condenó in absentia a 25 años de cárcel debido al crimen de Claudet.
También lo requiere un tribunal federal de Mendoza por 43 homicidios ordenados por él en 1978 desde el Destacamento 144 de Inteligencia. En razón a esta causa el Ministerio de Justicia había ofrecido en 2014 una recompensa de cien mil pesos por datos acerca de su paradero.
La cuestión es que Balita quedó en el Hospital Militar bajo arresto y con diagnóstico de “demencia senil”.
Ahora todo indica que el destino fue benévolo con él. Tanto es así que no tardó en obtener el beneficio del arresto domiciliario. ¿Acaso su increíble ida a tal centro de salud –quizás ideada por su familia– haya tenido justamente ese propósito para así acabar con la pesadilla de la clandestinidad?
Días pasados me escribió una amiga para comentar mi libro, y como al pasar, soltó: “Encontré a esa Alicia Carbonell por Facebook y me impresionó mucho. Supongo que vos también la viste”.
Yo no había visto nada. Y me apresuré en buscar su muro.
Lo primero que encontré fue una imagen de la feliz pareja colgada el 23 de junio. Y alguien comenta: “Al fin terminó todo. Qué lindo es poder ver una foto de ustedes juntos. ¡Los quiero muchísimo!”.
También hay otro comentario: “Un amor eterno, en las buenas y en las malas”. Su autor: el ex diputado de la UCD, Alberto Albamonte, nada menos que pareja de una hija del coronel. Ella, Alejandra Riveiro, a su vez aclara que no se trata de una fotografía actual, y completa: “Papá está en otra situación de salud, lamentablemente. ¡Pero por suerte está!”.
En el propio muro de aquella mujer hay un álbum con cinco imágenes subidas el 20 de julio. La primera es añeja, tomada en algún momento de los ‘80, y lo muestra a Balita con Alicia y un bebé en brazos en lo que parece ser un bautismo. Las otras cuatro son actuales. Y exhiben al genocida sin ocultar una leve expresión de chochera, pero muy contento de posar con las hijas y un bisnieto. Tal posteo está encabezado por la siguiente frase: “La vida nos dio una segunda oportunidad, papá. ¡Agarrémosla con las manos!”. Un himno a la esperanza.
(Título original: “Un Facebook para el Batallón 601”)