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Opinión

Silenzi y la memoria, por Hernán López Echagüe

Me dice Silenzi. Hay cosas que a veces vale la pena preguntárselas. Por decir, cómo habrías reaccionado si en aquella época alguien te hubiese dicho que tu entrega, dedicación, pasión, amor, lealtad, abrazos, cantos y gritos; que tus sueños, tus insomnios, tus miedos y tus alegrías; tu juventud harta de simulaciones y opresión; tu gana de acabar por completo con un estado de las cosas injusto; si alguien, me pregunta Silenzi, te hubiese dicho que cuarenta, cincuenta años más tarde, todo, pero absolutamente todo eso, caería en saco roto. Y que contados serían los sinceros y los honrados que celebrarían sin rodeos tu pasado tan presente a cada hora. ¿Y? ¿Cómo habrías reaccionado?

Los que al parecer rememoran y homenajean a cada rato tu entrega, tu dedicación, y tu pasión, nunca han caído en la cuenta de lo que ha significado en tu vida, y, menos aún, de lo que te ha hecho como sos, esquivo, de pronto arisco, presa continua de la memoria, del recuerdo permanente de todos los que vivieron, como vos, entregados por completo a la pasión, a la lealtad, siempre movidos por esa embriagadora sensación y certeza de que todo sería mejor, más justo, y no tan oprobioso. Y ya no están. Porque no están. Y nunca más estarán si continúan con esa tara y desvergüenza de homenajearlos y vindicar su vida, y en particular su muerte, en tanto no hacen más que comportarse, en todo aspecto, es decir, en palabra y en acción, como somnolientos y acomodaticios ojos de la historia. Lejos, muy y tan lejos, del propósito y el ansia que en aquel entonces movía los pasos.

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Inseguridad al palo, por Hernán López Echagüe

No entiendo de qué hablan cuando hablan de seguridad o de inseguridad. Ahora, sí, de lo que no tengo duda alguna es que esta cuestión de ponerse a vivir es insegura. O, al menos, tratar de hacerlo. La única seguridad que tenemos, desde siempre, es que vamos a morir en algún momento. Quizá, con algo de suerte y, claro, una pizca de cortesía, al cabo de setenta, ochenta años de permanencia insegura. Seguro es el buen pasar de los que sin pausa no hacen más que hacer insegura, a cada instante, la vida de millones de personas. Son, por qué no, los hacedores de la inseguridad. Nos repletan de incertidumbre, de temores, y sin embargo suponen que viven lejos de la sensación de riesgo o peligro que se la pasan instaurando.

La sensación de inseguridad causa una perturbación casi continua. No saber si mañana, o en pocos días más, o tal vez en horas, minutos, algo malo habrá de ocurrir, algo malo, claro, que no podrás evitar. Nadie puede tener certeza de nada. De lo que pueda llegar a ocurrirle en su vida, después de haber escrito de lo que pueda llegar a ocurrirle en su vida. Inseguro es respirar y tomar agua y ponerse a opinar. Inseguro puede llegar a ser bostezar. O aplaudir. También salir a la calle y juntarse. Inseguro es, se me ocurre, crear. Cosas. Cosas de toda naturaleza. Canciones, pensamientos libres de todo amaneramiento. Inseguro es besarse en una esquina. Que mañana te llegue un telegrama de despido. Inseguro es ponerse a gritar que estás podrido y que la maldita Constitución Nacional es un compendio de pareceres e intereses de clase de un puñado de gente improbable al que nos sometemos sin siquiera bufar. Inseguro es gastar el tiempo en reflexiones, en deliberaciones internas. Fumar. Preguntar y responder. Mejor dicho: preguntarse y responderse, o, al menos, tratar de hacerlo. Todas cosas pecaminosas.

Entonces, al cabo de tanta inseguridad, sucede la vulnerabilidad. Aislamiento, por ahí agresividad y arrogancia. Abatimiento. Creer que uno no es más que una mercadería en el medio de un bazar.

Publicada en LCV-Historias de Trabajadores, el 9 de mayo de 2023.

(Se incorpora al Archivo de LCV una nota recién escrita. Inédita. Todo archivo está siempre en formación. Se agradece al autor este regalo)

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Destacada

Una lagrimita por Jorge Rulli, por Américo Schwartzman

Hacía rato que el Kika me había anoticiado de que el luchador estaba empezando a despedirse. El cuerpo del guerrero de la periferia (título insuperable de uno de los libros que cuenta su historia) ya no daba más, aunque su mente impar tenía para ofrecer mucho más. Pero Jorge se va, no muere.

La voz de Jorge Eduardo Rulli era tan necesaria como incómoda y molesta. En su originalísimo itinerario de lucha (que nace en la Resistencia Peronista contra la Revolución Libertadora) tuvo muchos méritos, uno de ellos el de ser quien en los años 90 ya advertía sobre la sojización de la Argentina, sobre ese experimento a cielo abierto en el que los intereses de los grupos del privilegio (de adentro y de afuera) convirtieron a los territorios argentinos.

Atravesando su novena década de vida, Jorge no dejaba de alertar sobre las consecuencias del modelo agroexportador extractivista, contra “…la mirada ‘progresista’ urbana, hegemónica para la cual ‘progresar’ es amontonarse en ciudades”, y tragar basura (en varios sentidos, empezando por la alimentación).

Referente del Grupo de Reflexión Rural (GRR), Jorge Eduardo Rulli fue uno de quienes iniciaron la lucha contra los transgénicos en la Argentina. Mucho antes, era apenas un gurí cuando se sumó a la resistencia peronista para luchar por el regreso de Juan Domingo Perón. Su inserción en la lucha armada lo llevó por distintos rumbos, y luego de varios años de cárcel (más de una década en total) y de la cruel tortura bajo la última dictadura, Jorge recaló en Europa a inicios de los 80. Allí comenzó a adquirir la mirada que lo llevó a convertirse en un experto en ambiente, en desarrollo sustentable, en todas esas etiquetas que para algunos son elementos de curriculum para currar, y para él era –nada menos– que la lucha por la supervivencia de la especie. Jorge es inclasificable, porque no estaba cómodo en ningún lado, salvo en las luchas, y salvo entre sus plantas. Era un luchador que seguía fiel a ideales que a los 15 años lo llevaron al peronismo, aunque era dolorosamente consciente de que (tal vez) la mayor parte de quienes hoy se identifican de ese modo, no puedan entender el pensamiento de Rulli, tan demoledoramente crítico de los gobiernos “peronistas” (él decia que no lo eran) como del macrismo. Tanto es así, que aun las pocas voces que se alzaron en su defensa cuando el kirchnerismo lo echó sin explicaciones de Radio Nacional –donde condujo durante cinco años el programa “Horizonte Sur”– lo hacían diferenciándose de su “fundamentalismo antisojero y antitransgénico”.

Ah sí, porque eso es lo más fácil cuando se prefiere no escuchar al disidente: calificarlo de fundamentalista, de delirante, de paranoico, de las muchas cosas que le dijeron al gran, al enorme Jorge Eduardo Rulli. En realidad, lo que no se bancaban de Rulli, lo que no se bancan de Rulli, es que dijo (dice, porque su voz se seguirá escuchando como una de las más valederas) lo que nadie quiere oír: que los verdaderos dramas del país no se debaten, que en los últimos veinte años se ha sumido a la población más vulnerable en un nuevo naufragio social, que no es diferente en esencia al que provocó el menemismo, (y quizás hasta peor, porque se hizo y se hace en nombre de valores muy caros a las luchas sociales y populares), que el modelo es criminal y que la forma en que nos alimentamos es suicida, y que ni los partidos de la izquierda dura, se animan a plantearse en serio estas cuestiones.

Claro que el discurso de Rulli incomoda y molesta, y para varios lados. Y lo seguirá haciendo. Tuve el placer de conversar con él varias veces, un par de ellas para entrevistas “formales”, que andan por ahí dando vueltas y que (aunque no me lo dijo) me hizo saber que le gustaron mucho. Tuve grandes diferencias con él, como debe ser. Pero ninguna me impide ver que al despedirlo, despedimos a uno de los grandes luchadores que han dado estas tierras, uno del que pude estar cerca en ratos inolvidables –y a eso verdaderamente lo siento como un regalo, como un privilegio que me compartió mi hermano el Kika Kneeteman, para quien Jorge era, sin duda alguna, un padre espiritual, en el más hondo sentido de la expresión. Queda mucho dicho y escrito por Jorge Eduardo Rulli, mucho para complejizar la discusión, mucho para interpretar y analizar a fondo, mucho para seguir aprendiendo. Acá comparto, a modo de adiós a este David que jamás temió pelearle a mano a Goliat, un párrafo de lo mejor de Rulli, de lo que nos invita a nunca dejar de creer que vale la pena intentarlo.

Hasta siempre, querido Jorge Eduardo Rulli. No dejaremos que tu nombre sea olvidado, y no dejaremos de discutir lo que se nos quiere imponer, que es la mejor forma de mantenerte vivo y entre nosotros. Gracias por todo.

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Opinión

Con los vientos de abril, por Virginia Giussani

Se termina una semana en donde venía marcando agenda un desquiciado con la palanca de dinamita en la mano. En tanto, un séquito de balbuceantes comunicadores (porque ya de periodismo queda poco) trataban de entender, con complacencia y no, de un lado y del otro, los mensajes casi encriptados de este personaje de boudeville subiéndolo al centro de una escena escrita con machetes de viejos guiones. En simultáneo, la economía y el famoso “mercado” de papeles y alimentos disparaba sus carruajes de calesita por el aire.

Llegamos así a un nuevo viernes caliente e intenso donde finalmente el presidente desiste de ser nuevamente reelegido, algo novedoso en el peronismo. Segundo presidente que no será reelecto de los últimos dos mandatos. Algo está cambiando en este Macondo del culo del mundo, perdonando la expresión. A partir de ahora comienza una carrera de variados nombres propios pero escasa propuesta de proyectos políticos que nos saquen de esta encerrona brutal y perversa que aún siguió siendo sostenida en los últimos tres años.

Mientras tanto, el único derrame sigue siendo de abajo para arriba, crece la economía en paralelo con el crecimiento de la pobreza, ecuación que al de abajo le importa poco y sólo puede ocuparse de hacer equilibrio para mantenerse al filo del abismo. Como siempre, dos países, uno que late y paga y sufre, y otro que se reúne en herméticas oficinas con la (insensata) eterna especulación de mantenerse a flote. Por ahora, ellos a los barcos y el resto a la mar sin salvavidas.

Será que finalmente tenía razón Borges, somos incorregibles. Tenemos a la mayor referente y estadista a nivel local y regional con chaleco de fuerza y todos, pero todos, se hacen los distraidos de este lujo político que pocas veces nos regala la historia.

Hoy, a fines del mes de abril solo vislumbro una gama de ‘mal peor’ al estilo Terminator, frente a otra alternativa de tibio reformismo buscando un maquillaje innovador, pero maquillaje al fin.

Veremos que nos depara el mes de mayo, comenzará con frío en el cuerpo hasta que se traslade al alma cada vez más desolada. Aún así, me guardo una mínima rendija de esperanza.

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