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Griselda Gambaro y el idioma de los vencidos, por Oscar Taffetani

En septiembre de 1995, el número 2 de la revista Teatro, editada por el TMGSM de Buenos Aires, publicó la nota “El intraducible idioma de los vencidos”, acerca de la obra teatral “Es necesario entender un poco”, de Griselda Gambaro. Casi treinta años después, la reconocida autora argentina acaba de recibir el premio Rosa de Cobre instituido por la Biblioteca Nacional, en reconocimiento a su trayectoria. Resulta oportuna, entonces, la digitalización y transcripción del artículo, que enmarca una problemática recurrente en nuestra literatura y nuestro teatro: la discriminación y la exclusión social. Gambaro no abandona, a lo largo de su carrera, esa problemática y esa preocupación.

* * *

El intraducible idioma de los vencidos

Doscientos seis años después del grito de La Bastilla, las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad no parecen cumplidas ni mucho menos. “Señorío-servidumbre” es una relación interdependiente e inseparable, generadora de una dialéctica en la que la discriminación se inscribe con comodidad a lo largo de los siglos. ‘Es necesario entender un poco’, de Griselda Gambaro, ilustra dramáticamente un tema abordado por la filosofía, la sociología y la literatura a través de nombres tan ilustres como los de Hegel, Kojeve y Beckett.

La trilogía de Krzysztof Kieslowski exhibida recientemente en las salas cinematográficas argentinas (Bleu, Blanc, Rouge) recupera para nuestra esquiva memoria tres palabras que designan tres colores, que a su vez simbolizan tres ideas (Liberté, Égalité, Fratemnité).

Lamentablemente viene a decir Kieslowski, con suave paleta posmoderna, y también el Sade de Griselda, acusador— a doscientos seis años del grito de La Bastilla, quedan sin cumplir las tres palabras, que nombran tres colores, que representan tres ideas-.

Y la pregunta que ambos artistas nos proponen, ya para quitar todo sosiego, es: ¿alguna vez aquellas tres palabras fueron verdad? (¿fueron ciertas para Marat? ¿fueron ciertas para la pobre Carlota?).

Pocos años después de la Declaración de los Derechos del Hombre, el ‘Napoleón Negro’, Toussaint L’Ouverture, líder de la emancipación Haitiana, fue engrillado como sus ancestros esclavos y llevado a morir en una prisión francesa

Los hechos no dejan mentir. Ellos -simples datos, registrados en libros y documentos-, dicen que pocos años después de la Declaración de los Derechos del Hombre, el “Napoleón negro” Toussaint L’Ouverture, líder de la emancipación haitiana, fue engrillado como sus ancestros esclavos y llevado a morir en una prisión francesa.

En 1889, para el centenario de la Gran Revolución, se inauguró en París la primera Exposición Universal. Allí fueron exhibidos, dentro de una jaula y con domador látigo en mano, nueve indígenas fueguinos (J. M. Borrero reproduce la fotografía en su libro La Patagonia trágica).

Para no fatigar, consignemos que recientemente, en la misma Francia, una patota de skinheads asesinó a Brahim Bouraam, marroquí de 29 años, a la vista de la policía, y que Jean-Marie Le Pen, el candidato que prometió deportar a tres millones de inmigrantes, obtuvo cuatro millones de votos en las últimas elecciones.

UN HEGEL TRATADO SOBRE TABLAS

Como desarrolla W. F. Hegel en la Fenomenología del espíritu, y analiza Alexandre Kojeve en La Dialéctica del amo y el esclavo, el par “señorío-servidumbre” es interdependiente e inseparable: no hay amo sin esclavo ni esclavo sin amo.

Sin embargo, en el plano de la conciencia, el juego se complica, porque el amo necesita el reconocimiento de su triunfo por parte del esclavo, pero niega al esclavo entidad para hacer ese reconocimiento.

El esclavo, por su parte, solo es libre cuando consigue superar la angustia ante la muerte y pensarse con independencia del amo. (que es, aproximadamente, la resolución que tendría la dialéctica “explotador-explotado” en Marx).

Siglo y medio después de la Fenomenología del espíritu, y a través de una pieza teatral –Esperando a Godot-, Samuel Beckett introdujo una tercera voz en la dialéctica del amo y el esclavo: la de aquellos (esclavos) que son testigos de la opresión y se debaten entre intervenir o no intervenir.

Lo que desespera a Hue (uno de los esclavos de esta historia) no es la actitud del amo sino constatar que ‘los desdichados no se reconocen’

En 1995, cuarenta años después del Godot, Griselda Gambaro nos entrega Es necesario entender un poco, que podría leerse, salvando la distancia, como una actualización del mensaje de Beckett y como un vehemente llamado a la humanización.

Lo que desespera a Hue (uno de los esclavos de esta historia, a la sazón traductor) no es la actitud del amo (invisible y omnipresente), sino constatar que “los desdichados no se reconocen”.

Desde un burócrata malversador del mensaje evangélico (el Padre Jesuita) hasta un ama de llaves; desde el enfermero hasta una loca enchalecada (Carlota), todos participan de lo normal, de una trama de injusticia y opresión que solo los ojos puros de Hue alcanzan a ver.

LA PARADOJA DE LANDA

Fray Diego de Landa, el hombre que quemó los últimos códigos mayas

Diego de Landa (1524-1579) constituye uno de los casos más patéticos y dolorosos en la historia de la conquista española de América. Obispo de Yucatán, se ocupó en un principio de destruir los códices y todo otro testimonio de la ciencia y la cultura mayas. Años más tarde, arrepentido, reconstruyó de memoria el calendario, la lengua y los textos sagrados de los mayas.

La Relación de las cosas de Yucatán es hoy un documento ineludible para cualquier investigador del pasado americano. Contiene el error, contiene la locura de un obispo español, pero es lo único que puede saberse de los antiguos mayas.

En la paradoja de Landa está expresado el trágico sino de las antiguas culturas americanas, condenadas a existir solo como reflejo deformado, como mala traducción, del conquistador.

Dice Griselda Gambaro que la idea de escribir Es necesario entender un poco “partió de la historia verdadera de Hu, un letrado chino llevado de Cantón a Francia por un jesuita francés para desempeñarse como copista, en 1722”.

El pasado argentino registra casos semejantes y más recientes, como el de Fuegia Basker y York Minster (1836), indígenas fueguinos llevados a Inglaterra por la expedición del Beagle para que se convirtieran, a su regreso, en lenguaraces (traductores) e introductores de la cultura europea en las tierras australes.

Fitz Roy, comandante de aquella expedición, y el naturalista Charles Darwin, registraron en sus respectivos diarios la “evolución” de esos dos humildes aborígenes sureños trasplantados a la metrópoli victoriana.

Dice Hue, enojado, al reencontrarse con el Padre Jesuita: “Traduje cuatro mil libros al lenguaje de la nada…”

Lo mismo podrían haber dicho, (y seguramente dijeron) Fuegia Basker, York Minster y cientos de yámanas, onas y alacalufes “occidentalizados” a la fuerza. Pero, claro, esto es solo conjetura, es una suposición basada en el relato de Darwin y en la bitácora de Fitz Roy.

LEVES FISURAS EN EL CRISOL DE RAZAS

La crónica periodística registra que el barrio de La Boca -inmigrantes italianos y españoles- recibió con vivas y aplausos al cacique Pincén, último resistente de las Campañas al Desierto.

¿Solidaridad entre desdichados? Tal vez. Pero la comunicación duró poco: diez años más tarde, las llamadas policías bravas integradas con hijos de la tierra se enfrentaron con obreros huelguistas durante la Semana Trágica.

La clase obrera de origen migratorio, forjadora de la primera organización gremial argentina, miró con recelo el advenimiento de los ‘descamisados’ y ‘grasitas’ convocados por el naciente peronismo

Lo que sigue es historia conocida: la clase obrera de origen inmigratorio, forjadora de la primera organización gremial argentina, miró con recelo el advenimiento de los “descamisados” y “grasitas” convocados por el naciente peronismo. La brecha se mantuvo a lo largo de los años y fue reflejada por el cine, el teatro y la literatura.

El porteño Germán Rozenmacher (1936-1971) pudo expresar en un cuento (Cabecita negra, 1962) la compleja barrera cultural que seguía alzada, una década después del peronismo, en la ya consolidada clase media argentina.

La discriminación del “cabecita negra” (mote endilgado a los empleados públicos llegados del interior durante el peronismo, obligados a usar cuello blanco sobre su tez oscura), corrió por cuenta de la clase media urbana de Buenos Ares, hija directa de la inmigración europea.

Los mejores narradores argentinos de la época participaron de esa discriminación, como puede leerse en El sur, de Borges, o en Casa tomada, de Cortázar.

Fue Rozenmacher, representante de la generación que comenzó a llenar las primeras fisuras del “crisol de razas”, quien se animó a decir las cosas por su nombre.

En Cabecita negra hay dos importantes elementos de la discriminación contemporánea: la segregación por el origen (color de piel) y la segregació por el status social y económico.

Si en Réquiem para un viernes a la noche el autor había sido capaz de cantar los blues de los judíos del barrio de Once -su grupo cultural-, en Cabecita negra señaló la cotidiana impostura de que un hijo de inmigrantes (un desdichado) se permitiese discriminar a un hijo de la tierra (otro desdichado).

‘Cabecita Negra’ señaló la cotidiana impostura de que un hijo de inmigrantes (un desdichado) se permitiese discriminar a un hijo de la tierra (otro desdichado)

Hoy, una mirada al barrio de Once deja ver que las fisuras del crisol se han renovado: los comerciantes judíos fueron sustituidos por comerciantes coreanos, quienes hacen notar su diferencia cultural – económica con los nuevos “cabecitas negras”.

En tanto no surja un Rozenmacher coreano en el corazón de Once -fascinante posibilidad-, una obra fílmica que se aproxima bastante a nuestro estado de cosas es Haz lo correcto, del norteamericano Spike Lee.

INSULARIDAD VS SOLIDARIDAD

La cultura argentina sigue siendo escenario de calladas guerras: capis contra provis ; viejos contra jóvenes; gays contra normales, sin hablar de capaces vs. discapacitados, legales vs. ilegales, etcétera.

Sin embargo la más cruel, la más dura, la menos mentada de las discriminaciones, es la del dinero.

La progresiva segmentación de los mercados consumidores ha instalado entre nosotros la cultura de lo VIP (Very Important Person). Hoy, las tarjetas de crédito nos recuerdan que “pertenecer tiene sus privilegios” y hasta un simple desayuno en una cafetería cualquiera puede convertirse en “VIP”, por centavos de diferencia.

Los chicos son segregados a la entrada de las discotecas, de acuerdo con la ropa que usan o con su color de piel; algunos restaurantes usan el “derecho de admisión” para dejar afuera clientes mal entrazados, o que pudieran resultar molestos a sus otros clientes, etcétera. Todo esto acentúa lo que un sociólogo llama “el acoso del diferente”, y es causa de nuevas desdichas, de nuevas patologías, individuales y sociales.

Así como pertenecer tiene sus privilegios, el no pertenecer puede ser trágico, y el adolescente se queda sin bailar, el empleado sin “crédito automático” o sin atención VIP y el enfermo sin atención médica.

¿Han conseguido las “nuevas reglas” cortar los lazos de solidaridad y convivencia en el tejido social?

Todavía no. Felizmente, todavía no.

Frente a la paranoia de pequeños grupos que acceden al consumo restringido o que se disputan las vidrieras del jet set, se alza la silenciosa, innumerable presencia del pueblo.

Ese pueblo que, como la obstinada madre de Hue, corta cada día las verduras para la sopa, maldice por lo bajo y acerca el oído atento para escuchar el primero -y también el último- suspiro del hijo.

Transcripción: Agustina Yedro.

Recuperado para el Archivo de La Columna Vertebral-Historias de Trabajadores.17 de noviembre de 2023

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Los Doblados, el Batallón 601 y una historia de amor, traición y muerte, por Ricardo Ragendorfer

Publicado por Revista Zoom, el 31 de julio de 2017

Siempre sentí que la obra –como concepto editorial– es en realidad la caja mortuoria de la creación. Ahora descreo de tal idea. Hace justo un año fue publicado mi libro Los Doblados, sobre las infiltraciones del Batallón 601 en la guerrilla argentina. El hecho es que una parte de su trama ha vuelto a latir, aunque ello –por su tenor argumental– no es en esta oportunidad precisamente un canto a la vida.

La historia en cuestión está desarrollada en el capítulo titulado “Alicia a través del espejo”. Y se refiere al caso del chileno Jean Claudet Fernández, un cuadro del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) capturado el 1 de de noviembre de 1975 en Buenos Aires por una patota del Ejército y agentes pinochetistas de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA). Fue el debut del Plan Cóndor en Argentina.

La primera información que obtuve acerca del asunto no superaba los datos arriba mencionados, y sin ser más que una pieza complementaria de otra intriga. Pero allí había algo oculto, una suerte de tragedia griega que me tomó casi un año reconstruir. Su protagonista: el coronel José Osvaldo Riveiro, alias “Balita”, un engranaje clave en la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura y –como subjefe del Batallón 601– el factótum local de la alianza represiva entre los regímenes castrenses de Cono Sur. Debo confesar que ese tipo obeso, alcohólico, por momentos ridículo y profundamente cruel fue para mí lo que para un entomólogo un escorpión. Su figura atraviesa las páginas de Los Doblados como un fantasma apenas disimulado. Un fantasma ahora empeñado en resurgir.

Amores perros

Jean Claudet Fernández

Por alguna razón que excede el marco estrictamente operativo, Riveiro sentía hacia Claudet una particular inquina. Un rencor que ni siquiera sus más estrechos colaboradores comprendían.

El chileno, un ingeniero de 36 años, había sobrevivido a las mazmorras de la DINA por tener también la ciudadanía francesa y residía con su familia en Sarcelles, una pequeña ciudad al norte de París. Con frecuencia solía viajar a Buenos Aires como correo de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), formada por las guerrillas de Uruguay, Bolivia, Chile y Argentina.

En eso estaba en la mañana del 25 de octubre cuando abordó un vuelo en el aeropuerto de Roissy. Aquella vez su periplo incluía una escala previa de cinco días en México y otra de 24 horas en Panamá.

Desde allí llamó por última vez antes de partir hacia Buenos Aires a su control en París. Sus compañeros en esa ciudad ignoraban que asimismo había enviado un mensaje a la arquitecta porteña Alicia Carbonell –mediante una amiga en común también llamada Alicia– para anunciar su llegada y pedir que lo esperara en un departamento de la calle Montevideo, a metros de la avenida Santa Fe, donde él acostumbraba alojarse durante sus estadías en esta urbe. Claudet mantenía con ella un vínculo sentimental. Con la excepción de las dos Alicias nadie más en Argentina sabía de su arribo.

Pero mientras Claudet se encontraba en pleno vuelo, la base parisina del MIR quedó envuelta en la zozobra: un agente de la DINA que reportaba a dicha organización acababa de informar que el domicilio en cuestión estaba rodeado por un dispositivo de vigilancia del Batallón 601. Y se temía que el viajero fuera atrapado ni bien pusiera un pie en el aeropuerto de Ezeiza,

Eso no sucedió. Claudet llamó a Paris desde un teléfono público de la terminal aérea. Así supo la mala nueva además de recibir la indicación de que regresara en el primer vuelo a la Ciudad Luz.

Sin embargo no había ninguno hasta la mañana siguiente. Su próximo paso fue llamar a la arquitecta para ponerla con pocas palabras al tanto de la situación y decirle que se alojará en el Hotel Liberty, de la avenida Corrientes al 600. Alicia quedó en encontrarse con él allí.

Orden de captura de José Osvaldo Riveiro

Los agentes la vieron salir del edificio de la calle Montevideo. Y así se inició un discreto seguimiento sobre ella, quien –dicho sea de paso– no fue al Liberty sino a su casa familiar de Barrio Norte. Balita había impartido la orden de no tocarle un pelo. Lo cierto que la presencia de esa mujer en medio de la operación lo ponía sumamente nervioso.

Al filo de la medianoche Claudet fue secuestrado en su habitación del hotel. Balita encabezaba la patota. También fue de la partida el encargado de la estación local de la DINA, Enrique Arancibia Clavel.

Éste, dos semanas después, consignó en un télex enviado desde Buenos Aires a la sede del Servicio Exterior de la DINA que al cautivo “le requisaron 97 microfilms con instrucciones de París”. El remate concluía con una frase sombría: “Claudet ahora ya no existe”.

Su desaparición causó una sacudida extrema entre los exiliados chilenos en Argentina. Recién a fines de noviembre la otra Alicia –muy acongojada por lo ocurrido– blanqueó la existencia de la arquitecta ante un militante del MIR. Desde entonces esta última fue depositaria de todas las sospechas. Eso se vio robustecido por el hecho de haberse mudado, además de renunciar a su trabajo y no ver más a sus amistades; o sea, se hizo humo.

Mientras tanto Balita enfrentaba problemas políticos y privados. Entre los primeros, una interna con el jefe de la SIDE, Otto Paladino, por el control en el país del Plan Cóndor; entre los segundos, el derrumbe de su matrimonio con la señora Susana Purcaro, algo muy mal visto en círculos castrenses.

Con el paso de los años aquella historia se fue desdibujando.

En 1987 –ya bajo el gobierno de Raúl Alfonsín– la evanecente figura de la Carbonell reapareció al no poder eludir su presentación como testigo de la causa Claudet en el juzgado de instrucción a cargo del doctor Emilio García Méndez. Allí dijo que al hombre del MIR lo había visto una sola vez por pura casualidad, y que el nexo fue la otra Alicia por ser amiga de los dos. Después, agregó: “Ni me acuerdo de su cara”.

En esa audiencia estuvo presente el abogado Horacio Méndez Carrera, quien representaba a familiares de los franceses desaparecidos en Argentina. Entonces se propuso querellar a esa mujer por falso testimonio.

No pudo ser: las leyes de Punto Final y Obediencia Debida sepultaron dicho expediente en el ostracismo.

Tres lustros más tarde Méndez Carrera encontró en su estudio una copia amarillenta de ese testimonio. Y algo concitó su interés: la dirección –Güemes 920, de Acassuso– en la cual ella fijaba su domicilio. Ese sitio no estaba lejos de su propia casa; de modo que decidió efectuar una visita de cortesía.

Alicia Carbonell -primera desde la izquierda- jurando como arquitecta

Era el mediodía del primer sábado de 2003 cuando él llegó a un chalet cercado con chapas verdes y rejas. Por el portero eléctrico preguntó por Alicia Carbonell y, sin rodeos, explicó la razón de su presencia.

Por toda respuesta, una voz femenina gritó:

–¡Yo no tengo nada que decirle!

También se oían los alaridos de un hombre.

Méndez Carrera volvió a tocar el botón del aparato.

Entonces vio que la mujer salía de la casa fuera de sí. Quien parecía ser su marido corrió tras ella y la atajó por la cintura. Éste –un individuo bastante mayor que ella– intentaba calmarla. Tras darse por vencido, le gritó al intruso:

–¡Mándese a mudar, carajo!

Y forzó una postura pendenciera.

No era otro que el coronel José Osvaldo Riveiro.

El gran secreto de aquellos dos seres acababa de quebrarse. Poco después la casa fue vendida. Y ellos pusieron los pies en polvorosa.

La segunda oportunidad

José Osvaldo Riveiro

Este fue apenas un resumen del relato que volqué en Los Doblados a lo largo de 47 páginas. Lo que se llama, una historia con “final abierto”. Porque más allá de la incógnita fáctica sobre el paradero del viejo militar y la ahora veterana arquitecta, también flotaban en el aire otros misterios.

Nunca dejé de preguntarme cómo nació el vínculo amoroso entre ellos. Ni cuáles fueron los motivos personales y las condiciones anímicas de Alicia Carbonell durante los acontecimientos que impulsaron tan espantosa relación. Es difícil saber si –antes o inmediatamente después del secuestro de Claudet– ella fue consciente de haber trazado el camino de su desaparición definitiva. De no ser así, ¿por qué diablos se prestó a ese juego? Y de ser así, ¿qué grave encono la habría lanzado a un crimen semejante? Pero de lo que no hay dudas es de que ella y Balita edificaron su pareja sobre ese delito de lesa humanidad. Y que su vida matrimonial debió ser notable. Esos y otros enigmas perduraban congelados por sus ausencias.

Aunque no para siempre. La prolongada huida de Riveiro se desplomó a principios de mayo en la recepción del Hospital Militar de un modo por demás insólito: el coronel apareció allí para sacar un turno médico; cuando dio sus datos, el sistema lo detectó como prófugo y se llamó a la policía.

Sobre él pesa un trámite de extradición a Francia, donde un tribunal lo condenó in absentia a 25 años de cárcel debido al crimen de Claudet.

También lo requiere un tribunal federal de Mendoza por 43 homicidios ordenados por él en 1978 desde el Destacamento 144 de Inteligencia. En razón a esta causa el Ministerio de Justicia había ofrecido en 2014 una recompensa de cien mil pesos por datos acerca de su paradero.

La cuestión es que Balita quedó en el Hospital Militar bajo arresto y con diagnóstico de “demencia senil”.

Ahora todo indica que el destino fue benévolo con él. Tanto es así que no tardó en obtener el beneficio del arresto domiciliario. ¿Acaso su increíble ida a tal centro de salud –quizás ideada por su familia– haya tenido justamente ese propósito para así acabar con la pesadilla de la clandestinidad?

Días pasados me escribió una amiga para comentar mi libro, y como al pasar, soltó: “Encontré a esa Alicia Carbonell por Facebook y me impresionó mucho. Supongo que vos también la viste”.

Yo no había visto nada. Y me apresuré en buscar su muro.

Lo primero que encontré fue una imagen de la feliz pareja colgada el 23 de junio. Y alguien comenta: “Al fin terminó todo. Qué lindo es poder ver una foto de ustedes juntos. ¡Los quiero muchísimo!”.

También hay otro comentario: “Un amor eterno, en las buenas y en las malas”. Su autor: el ex diputado de la UCD, Alberto Albamonte, nada menos que pareja de una hija del coronel. Ella, Alejandra Riveiro, a su vez aclara que no se trata de una fotografía actual, y completa: “Papá está en otra situación de salud, lamentablemente. ¡Pero por suerte está!”.

En el propio muro de aquella mujer hay un álbum con cinco imágenes subidas el 20 de julio. La primera es añeja, tomada en algún momento de los ‘80, y lo muestra a Balita con Alicia y un bebé en brazos en lo que parece ser un bautismo. Las otras cuatro son actuales. Y exhiben al genocida sin ocultar una leve expresión de chochera, pero muy contento de posar con las hijas y un bisnieto. Tal posteo está encabezado por la siguiente frase: “La vida nos dio una segunda oportunidad, papá. ¡Agarrémosla con las manos!”. Un himno a la esperanza.

(Título original: “Un Facebook para el Batallón 601”)

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Las palabras y esas cosas, por Hernán López Echagüe

Escrito en otoño de 2016. Inédito.

Uno

No, no, de modo alguno. En el principio no fue el verbo, y mucho menos la palabra. En el principio fue la cosa; después, quizá de inmediato, quizá al cabo de horas, días o semanas, afloró la palabra que nombraba y denominaba a la cosa, la palabra que le dio vida y significación a la cosa. La cosa inmóvil, la cosa viva, la cosa cercana y la cosa lejana, la cosa encontrada y la cosa perdida, la cosa abstracta y la cosa concreta, el animal que vuela y el que no, el llanto y la risa, la claridad y la ceguera, el sonido y el silencio, la valentía y la cobardía, el sosiego y la angustia, la lluvia y la sequía, el amanecer y el crepúsculo, el odio y el afecto, el dolor y el alivio… Todo marchaba con un salvajismo irreprochable hasta que algún ganso todopoderoso cometió la macana de llamar bien a algo que no sabemos qué cosa es, y mal a otra cosa que tampoco sabemos qué es. Y entonces empezó este profundo y desagradable malentendido que está descuartizando a la sociedad: esto es bueno, aquello es malo; esto no es malo ni bueno, por lo tanto es más sensato no hacerse malasangre y pasarlo por alto.

Dos

O quizá no fue así. A fin de cuentas qué sabe uno. Pero convengamos que suena por lo menos caprichoso figurarse esta situación: estamos en el principio del principio; dos tipos, dos principiantes, digamos, intercambian gruñidos y sonidos guturales a la sombra de un árbol de copa frondosa. De pronto, se les aparece caminando por ahí una cosa de carne, de cuatro patas, rabo firulete y nariz redonda y chata. Es la primera vez que ven una cosa así. Uno de ellos se rasca la pera y dice: “¿Qué hace ese cerdo por acá?”. El otro le dice: “Raro, sí. Para mí que es un cerdo salvaje”. Después de un corto silencio, dicen al unísono: “¡Un jabalí!”, y, tras chocar los cinco: “¡Qué manera de ponerle nombre a dos cosas nunca vistas en un toque, campeón!”.

Tres

El presidente, o, mejor dicho, el gerente de este bazar del sur del mundo que antes fue un país, discurre y conversa con los subgerentes del bazar y actúa al compás de esa taxonomía que Borges cita de las páginas de una enciclopedia china apócrifa, y que inspiró a Foucault a escribir Las palabras y las cosas.

La clasificación de los animales según Borges: “a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas”.

Reí mucho la primera vez que lo leí. Ahora, definitivamente convertido en el ectoplasma de un libertario, luego de haberlo leído muchos años más tarde, y con cierto detenimiento, no me causa la menor gracia. Ocurre que me figuro que esa taxonomía de los animales de Borges es la que mueve cada uno de los pasos de este gobierno. De modo más noble, claro: “La sociedad argentina se divide en: a) Los que no comen porque nunca movieron siquiera un dedo para llevarse algo a la boca; b) Los que son capaces de hacer cualquier sacrificio para mantener su empleo; c) Los que les importa todo un bledo; d) Los vagos que no han sabido forjarse un futuro; d) Las mujeres complacientes; e) Las mujeres que no entienden que siempre serán mujeres; f) Irrecuperables; g) Los que escupen en la vereda; h) Mis amigos; i) Los que se agitan como locos; j) Los que leen y se ponen a pensar en lo que leyeron; k) Los que me votan; l) Los que no me votan; m) Muy irrecuperables; n) Bienaventurados; ñ) Condenados por el destino; o) Los que tienen agua; p) Los que no la tienen; q) Blancos y rubios; r) Los de color inclasificable; s) Amaestrados; t) Los que viven metidos en el barro del pasado; u) Los jóvenes emprendedores que tienen al futuro como punto focal y del pasado una sensación de creciente hastío; v) Chupamedias de toda naturaleza; W) Troskistas; x) Los que trabajan en equipo; y) Los vagos; z) Los etcétera”.

La taxonomía de la sociedad que aviva la lengua y los pasos y las firmas del gerente del bazar continúa con el alfabeto griego, pero eso ya veremos.

Cuatro

Mundo gobernado por categorías y clasificaciones cuyos nombres y denominaciones el correr del tiempo ha corroído y desnaturalizado. Palabras que han perdido por completo su significación primera.

En el capítulo Los filósofos podan el árbol del conocimiento, de su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, escribe Robert Darnton:

(…) Considérese el ejemplo de la enciclopedia china, imaginada por Borges: Foucault afirma que es significativa debido a la evidente imposibilidad de concebirlo. Nos expone a la arbitrariedad de la manera como clasificamos las cosas. Ordenamos el mundo de acuerdo con las categorías que damos por supuestas, sencillamente porque están dadas. Ocupan un espacio epistemológico que es anterior al pensamiento. Clasificamos en una misma categoría a un perro pequinés y a un gran danés como perros, aunque el pequinés podría tener más en común con un gato y el gran danés con un pony.

Clasificar, por consiguiente, es ejercer el poder.”

Cinco

Hay cosas a las que alguien les puso nombre hace decenas y decenas de años y todo indica que sería oportuno abolir ese nombre y buscarle otro. Palabras que ya murieron, o quizá andan de bastón, víctimas de la polisemia, pero de una polisemia artera, obra tal vez del gobierno del borrón y cuenta nueva, con el amparo, claro, de los borroneros y desconocidos de siempre.

Es que ahora estamos metidos en el medio de una cosa enorme, una cosa como una ciénaga insondable a la que todavía no sabemos qué nombre ponerle. Por decir, ¿cómo denominar a esta situación de oscurantismo, miseria, desamparo y angustia en la que estamos viviendo? ¿Democracia? Al decir de mi diccionario Jackson, no: “Democracia: 1. f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”.

No, no, no.

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El precio del silencio, por Ricardo Ragendorfer

Ya había caído la noche del 20 de diciembre de 1978. Una noche pegajosa e infernal, tan infernal como la vida cotidiana bajo la última dictadura. Pero ello no impedía que, en ese tramo de la avenida Santa Fe, las luces de las vidrieras impregnaran semejante maldición histórica con un aire navideño.

Exactamente a las 20,45, un Fiat 128 Rural dobló por la calle Uruguay, y su conductora, una mujer menuda de mediana edad, aminoró la velocidad al acercarse al garaje situado casi en la esquina con Arenales. En ese instante, la cruzó un Chevy celeste, de cuya cabina saltaron dos siluetas armadas.

La acción fue breve y muy profesional: la mujer fue sacada del Fiat a los tirones. Ella se resistía y hasta llegó a pedir auxilio, pero la silenciaron con un culatazo mientras era metida a golpes al otro vehículo. Así se la llevaron.

Los pocos peatones que vieron la escena retomaron sus pasos sin abrir la boca, tal vez pensando que la víctima “algo habría hecho”.

Claro que, a pesar del inequívoco carácter policial o castrense de sus hacedores, ese no había sido precisamente un “operativo antisubversivo”.

París era una fiesta

En la repartija ministerial acordada tras el golpe de Estado por los integrantes de la Junta Militar, la Armada obtuvo –entre otras carteras– la Cancillería. De modo que al frente de la misma fue designado el vicealmirante Oscar Montes. Éste, no obstante, envió a París a un sujeto vinculado al Ejército, el embajador Tomas de Anchorena, quien allí se topó con la señora Elena Holmberg.

Ella en realidad era una diplomática de segunda línea pero su influencia era notable. Porque, en el aspecto práctico, la delegación había quedado en sus manos en el lapso comprendido entre la partida del embajador peronista y la llegada de Anchorena. Además, a los 45 años de edad, aquella mujer petisa, enjuta, de aspecto torvo, carácter áspero y visceralmente gorila, pertenecía a una familia de prosapia, siendo su primo hermano nada menos que el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, por lo que el Ejército la consideraba una de las suyas. Claro que también había otra razón que apuntalaba su cuota de poder: los informes sobre “extremistas” exiliados que ella escribía y enviaba semanalmente al Palacio San Martín, con copia al Edificio Libertador.

Se dice que esos papers secretos inspiraron al almirante Emilio Eduardo Massera en la creación del Centro Piloto de París (CPP), con el doble objetivo de hacer inteligencia y contrarrestar la denominada “Campaña Antiargentina en el Exterior”. Aquello comenzó a organizarse en julio de 1977, once menes antes del Mundial de Fútbol en Argentina.

Una embajada paralela atendida por ‘diplomáticos’ que pertenecían a Grupos de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)

A tal efecto, con una parte de los 100 mil dólares que Anchorena recibió para armar el asunto, alquiló un lujoso caserón en el 83 de la Avenue Henry Martín. Aquella sería una embajada paralela atendida por “diplomáticos” que, en rigor, pertenecían al Grupo de Tareas 3.3.2 (GT 3.3.2) con cuartel general en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). .

Recién a fines de ese año se produjo el arribo de su alegre muchachada. Entre ellos resaltaban Eugenio Bilardo, Enrique Carlos Yon, Antonio Pernías, y Alfredo Astiz, además de tres mujeres cautivas en la ESMA, las cuales eran obligadas al trabajo esclavo. Habían sido llevadas allí porque sabían hablar en francés, lengua que ninguno de esos represores dominaba.

La responsable administrativa del CPP –y enlace con el embajador– fue la señora Holmberg, quien además continuaba aportando sus informes.

Dilapidaban el presupuesto operativo en juergas con prostitutas

Ella no tardó en ver con malos ojos como los marinos –algunos incluso con sus cónyuges– se daban allí la gran vida. Lo cierto es que dilapidaban el presupuesto operativo en juergas con prostitutas de abultada tarifa y giraban a la cuenta de la Embajada el gasto de los tapados de visón que regalaban a sus esposas. Holmberg tomaba nota de eso. Y le confió la cuestión al embajador.

–Elena, quédese en el molde –le dijo Anchorena, por toda reacción.

– ¡Usted es un cobarde! –fue la respuesta de Holmberg.

Pero hubo una circunstancia que congeló súbitamente su indignación: la llegada a París del capitán de navío Jorge Perrén. Ocurre que el flechazo entre ellos fue arrebatador.

El amor en tiempos de cólera

Este oficial, de 39 años, era para Holmberg todo lo que estaba bien. El hecho de ser hijo del contralmirante homónimo que en 1955 sublevó la base naval de Puerto Belgrano, uno de los focos iniciales de la Revolución Libertadora, supo robustecer en ella su atracción En eso también incidió el hecho de que él era jefe de Operaciones del GT 3.3.2., donde usaba el atractivo alias de “Puma”.

Pero no era muy estimado por sus pares, quienes lo llamaban el “Oreja” por la gran dimensión de sus pabellones auditivos. En la ESMA solían tomarlo para el churrete por habérsele escapado un tiro en el Salón Dorado, que pasó a centímetros de la cabeza del vicealmirante Rubén Chamorro, el capo del lugar. Era camarada de promoción del jefe del GT, capitán de fragata Jorge “Tigre” Acosta, quien lo convirtió en su ladero por su carácter dócil y obediente.

Cuando los chismes de su amorío con Elena llegaron a Buenos Aires, los verdugos del principal campo de concentración naval bromeaban a viva voz: “El oreja está de novio ¡Qué quilombo que se le va armar!”.

Razón no les faltaba: la esposa del adúltero estaba a punto de viajar a Francia para acompañarlo en tierras tan lejanas.

Un gran diamante colgaba del cuello de la esposa de Massera, Delia Vieyra (a) ‘Lily’

Solidarios al fin, el Tigre y sus esbirros hacían lo imposible para retrasar su partida. Pero a sus trucos se les iba acabando la cuerda.

Mientras tanto, en París, Holmberg provocó un extraño episodio. Fue durante una recepción ofrecida en la Embajada con motivo de la presencia de Massera y su esposa, Delia Vieyra (a) “Lily”, a quien le colgaba del cuello un diamante de gran tamaño. La diplomática, con gesto admirativo, lo tomó entre sus dedos, y dijo:

– ¡Qué lindo diamante! ¿Eso también se lo regaló Firmenich?

Los presentes se miraron con las cejas enarcadas. Y Anchorena tomó de un brazo a la diplomática con delicadeza para retirarla de la escena.

Lo cierto es que, poco antes, Holmberg había oído parte de un diálogo entre dos marinos del CPP. Allí, entre risas, uno se refirió al “palo verde que nos regaló Firmenich”. Y aquella frase bastó para que ella imaginara tratativas secretas del jefe montonero con el almirante.

Muchos años después, Roberto Cirilo Perdía, quien fuera miembro de la Conducción Nacional de Montoneros, señalaría al respecto:

“Esos tipos se referían al millón de dólares que nos robaron en Suiza”.

Esa historia fue protagonizada por un cuadro montonero llamado Pablo González de Langarica (a) “Tonio”, quien, al caer en las garras del GT 3.3.2., se quebró. Como solía viajar a Europa para negociar la compra de armas por cuenta de la organización, fue llevado a Zúrich por dos marinos, ya que solo él tenía acceso a la caja de seguridad del banco que atesoraba un bolso con más de un millón de dólares obtenidos por el secuestro de los hermanos Born, y así se apoderaron de aquella suma. Aquel trío –completado por el teniente Miguel Benazzi y el capitán Alberto González Menotti– incurrió en un papelón al ser desenmascarado durante una conferencia de prensa en el hotel Eurobuilding, de Madrid, cuando se hacían pasar por “montoneros arrepentidos”.

Pero la trama suiza bastó para que Holmberg alucinara un encuentro a la luz del día, y en una confitería de París, entre Massera y Firmenich.

“Lo curioso –agregó Perdía– fue que aquel infundio se viralizó, al punto de ser sostenido durante años hasta por periodistas serios”.

En medio de tales circunstancias, la esposa de Perrén llegó a Paris. Y el escándalo fue mayúsculo.

Ella juró venganza. Y tenía con qué: una copia de planillas en donde constaba el despilfarro de las noches de alegría de los marinos en París.

Fue entonces cuando él le dijo a Elena:

–Lo nuestro ha terminado.

Ella juró venganza. Y tenía con qué: una copia de planillas con toda la rendición de gastos del CPP, que probaba el despilfarro de los marinos en sus noches de alegría.

Oreja, presionado, simuló reconsiderar su decisión.

Pero quedaron en no verse hasta que la señora Perrén se calmara.

La otra “guerra sucia”

En mayo, apenas a tres semanas del Mundial, Elena Holmberg no se mostró gratamente sorprendida por su inesperado traslado a Buenos Aires.

Es posible que, en París, Perrén haya sentido un merecido alivio, ya que a partir de entonces se limitó a cumplir con ella por vía telefónica y epistolar, deslizando palabras de amor y prometiéndole un venturoso porvenir.

El peligro seguía latente.

Todo el GT 3.3.2. estaba pendiente de esa “hipótesis de guerra”, al igual que el propio Massera, quien poco después dejó la comandancia de la Armada en manos del almirante Armando Lambruschini para entregarse de lleno a su ensoñación política.

Recién en octubre se desmanteló el CPP y sus integrantes regresaron al país. Entonces, para Perrén comenzó otra vez la pesadilla.

Si bien el embuste del encuentro con Firmenich favorecía la impostura “aperturista” de Massera, las pruebas de la corruptela del CPP que Holmberg amenazaba con difundir desvelaba al GT 3.3.2.

A mediados de diciembre, Elena se cruzó casualmente en una avenida de Recoleta con Gregorio Dupont, un diplomático de carrera que trabajó con ella en la Cancillería, y fueron a tomar algo en el bar Colony.

El 19 de diciembre, Elena habló por última vez con Perrén por teléfono y le anunció que estaba por reunirse con el general Lanusse

Esa tarde, Dupont se convirtió en su confesor. Ella le soltó de corrido sus pesares amorosos y también las represalias que tenía en mente.

El bueno de Gregorio le aconsejó prudencia.

El 19 de diciembre, Elena habló por última vez con Perrén por teléfono. En aquella ocasión, casi como al pasar, le anunció que estaba por reunirse con su primo, el general Lanusse.

– ¿Para qué? –quiso saber él, con un dejo de alarma.

–Ya te vas a enterar, mi amor.

Su voz sonaba deliberadamente aguda.

– ¡Pará Elenita! Encontrémonos antes de esa reunión.

Así fijaron una cita para dentro de dos días.

Elena Holmberg no pudo acudir. Esa misma noche fue secuestrada en la esquina de Uruguay y Arenales por los sicarios predilectos del Tigre Acosta: Adolfo Donda Tigel y Jorge Radice, según testimonios posteriores.

El 11 de enero, sus huesos, quemados con ácido, aparecieron en el río Luján, a la altura de Tigre

La osamenta de la diplomática, parcialmente desencarnada con ácido, apareció el 11 de enero de 1979, en el río Lujan, a la altura de Tigre.

Recién a fines de 1982, ya con Massera arrinconado por varias causas penales, Gregorio Dupont lo denunció públicamente por ese crimen.

La repercusión más categórica de semejante osadía fue el secuestro de su hermano, el publicista Marcelo Dupont, quien –ya sin vida– fue arrojado el 7 de octubre desde la terraza de una obra en construcción de Palermo Chico.

Ambos asesinatos quedaron impunes.

Fue una paradoja que Elena Holmberg pasara del ser al no ser mediante las metodologías del terrorismo de Estado que ella tanto trabajó para ocultar.

(Artículo publicado por la agencia Télam el 26 de noviembre de 2021).

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