Planeta Giussani
Collin y el regreso de Ludd, por Laura Giussani Constenla
Si estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir…es porque estamos atravesando un cambio de era. A no preocuparse, todos nos sentimos más o menos así, aunque algunos disfracen su ignorancia con frases altisonantes. Cuanto más fuerte el grito de una verdad absoluta, más dudosa su razón. Para darle algo de épica a este momento gris, pensemos que nos tocó vivir en un cataclismo de la historia. Cada cual en su bote, a la deriva pero haciendo historia, al fin.
¿Cómo será que se hace historia? Supongo que paso a paso, punto a punto, como un tejido o una costura que va uniendo lazos aquí y allá. Remendando quizás con mayor o menor arte en su costura. Acaso exista un punto atrás para después pegar el salto para adelante de modo resulte más fuerte y resistente. Claro que cada quién pega la puntada en dónde le parece su punto de partida.
Milei, por ejemplo, lo pone en la generación del 80, y estima que esa Argentina de ricos tirando manteca al techo en París mientras los laburantes intentaban sobrevivir ante un mundo hostil es el exacto punto para retomar el rumbo.
Por mi parte, hace rato que imagino que el cambio que vivimos es tan fuerte como fue la revolución industrial y todas las ideologías que por entonces aparecieron. En tiempos revueltos, al menos en esos tiempos, todos se ponían a pensar. Aparecieron los socialistas -más o menos románticos- desde Saint Jean a Proudhon o Rousseau; los anarquistas de Bakunin, los marxistas de Carlitos y los ludditas de un ignoto general Ludd.
La pregunta sería ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de mantenerse tan firmes en sus convicciones se hubieran escuchado un poco más y hubiera nacido una síntesis de todos esos pensamientos de izquierda?
En estos días pude leer un interesante artículo que hace unos días Denis Collin publicó en el blog Philosophie et Politique y que llegó a mis manos (perdón a mi computadora que es casi una prolongación de mi cuerpo) gracias a la perseverancia del autor de Infoposta que desde hace décadas se empecina a difundir nuevas ideas en su boletín. https://infoposta.com.ar/notas/13633/el-regreso-de-ludd-o-c%C3%83%C2%B3mo-deshacerse-del-hombre-m%C3%83%C2%A1quina/
La nota tenía el sugestivo título de “El regreso de Ludd” en referencia a los luditas. Para ubicarnos en tema. Los luditas de inicios del ochocientos eran un poco rústicos y viscerales, para decirlo de algún modo. Quedaron tipificados en los libros de sociología como ‘algo imbéciles’. Obreros y artesanos que creían que la industria y el progreso iban contra la clase trabajadora y se dedicaban a destruir las máquinas de las primeras empresas textiles. Pura acción directa vista por muchos como absolutamente inconducente sobre todo por su falta de marco teórico. Dirigidos por un tal general Ludd, un personaje tan imaginario como el escarabajo del sub Marcos o Robin Hood. Fue allá por 1811, cuando los empresarios comenzaron a recibir cartas amenazadoras firmadas por un tal General Ludd. Un líder anónimo, tan individual como colectivo,que evocaba el nombre de un aprendiz de tejedor, Ned Luddlam, que rompió a martillazos el telar de su maestro en 1779. Una de las resistencias más fascinantes de los inicios de la revolución industrial. Obreros en acción que generaron pánico entre los terratenientes y grandes empresarios ingleses, quienes veían al movimiento como un verdadero peligro para sus empresas y sus beneficios. Por supuesto que le declararon la guerra a los insurrectos de la industria y consiguieron aniquilarlos allá por 1816.

Bien, en ese artículo, Denis Collin sale en su defensa a pesar de que ‘durante mucho tiempo, los luditas se convirtieron en un arquetipo de resistencia reaccionaria al progreso industrial.’ ¿Quién podría estar contra el progreso? Sin embargo, nos recuerda Collin, el mismísimo Marx (que fue quien por entonces ganó esa pulseada ideológica y fue venerado en forma dogmática y acrítica por los comunistas), Marx, decíamos, que también era un optimista del avance de la civilización, del progreso, al fin y al cabo, pero con otras características, con una fe hoy insostenible de que la historia avanzaba hacia el bien común, por algo habíamos dejado de ser monos -el evolucionismo tuvo aspectos insospechados-, bueno, el propio Marx consideraba legítima la lucha de los luditas. Cita Collin al autor de El Capital quien en su obra cúlmine dice: “En cuanto el control de la herramienta pasa a manos de la máquina, el valor de cambio de la fuerza de trabajo se extingue junto con su valor de uso. El trabajador se convierte en no comercializable, como el papel moneda que ya no circula.”
El profesor Collin, un filósofo francés contemporáneo que revisita Marx con una mirada transversal con aquellas corrientes de 1800, sin dogmatismo, y las hace dialogar entre ellas, entiende que “La parte de la clase obrera que la maquinaria transforma en población superflua, es decir, en población que ya no es inmediatamente necesaria para la valorización del capital, perece, por una parte, en la lucha desigual de la vieja empresa de tipo artesanal o manufacturero contra la que utiliza máquinas, y, por otra, inunda todas las ramas de la industria más fácilmente accesibles, sumerge el mercado de trabajo y, en consecuencia, hace que el precio de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su valor”
Imposible no sentir que lo que ocurría entonces es bastante parecido a lo que pasa hoy. Continúa Collin: “Se supone que los trabajadores empobrecidos encuentran un gran consuelo o bien en el hecho de que sus males son sólo «temporales» («un inconveniente pasajero»), o bien en el hecho de que la maquinaria sólo se está apoderando gradualmente de todo un campo de producción, reduciendo así la escala y la intensidad de su acción destructiva. Pero uno de estos dos consuelos abruma al otro. Cuando la máquina se apodera gradualmente de un campo de producción, produce una miseria crónica en la capa de trabajadores que compiten con ella. Cuando la transición tiene lugar rápidamente, produce efectos masivos y brutales.” Y vuelve a citar a Marx: “La historia del mundo no ofrece un espectáculo más horrible que el de la decadencia gradual de los tejedores manuales ingleses de algodón, decadencia que se consumó en 1838, después de decenios. Muchos de estos tejedores murieron de hambre, muchos otros vivieron durante mucho tiempo con sus familias con 2 monedas al día.” (Marx, El Capital, I, cap. XIII).
A esta altura, ya no sabemos si estamos hablando del pasado, del presente o del futuro ¿verdad? Hoy los trabajadores sienten igual amenaza frente e los ordenadores en red que crearon la indefinible Inteligencia Artificial. Hacia allí deriva el artículo de Collin: “La introducción de los llamados dispositivos «digitales» en todas partes, en objetos cotidianos o incluso bajo la piel o en el cerebro, es una amenaza de destrucción de la humanidad, con sobradas razones para ello.”
¿Qué hacer? Se preguntaba Lenín en 1902. Y la pregunta sigue flotando en el aire en el 2024. Empecé hablando del punto atrás como un simple diálogo con la historia, no para volver a ella sino para superarla (¿será ese el significado de dialéctico?). Como verán, mis conocimientos filosóficos son absolutamente rudimentarios. Y no tengo demasiada idea de quien es el buen Dennis Collin cuyo artículo devoré con ganas. Buscando de quién se trataba, encontré una entrevista a él en el que hace una clara advertencia al respecto:
“Es perfectamente justo y natural, ante una serie de decepciones, volver a los orígenes. Por otra parte, no es seguro que todos los socialistas se pongan de acuerdo sobre cuál era el socialismo de los orígenes, del mismo modo que los cristianos no podrían ponerse de acuerdo sobre la doctrina del Mesías.”
Está visto que llegar a un acuerdo, a una síntesis, no es cosa fácil. Pero ¿vale la pena intentarlo? Hemos visto las similitudes que nos atraviesan, a los trabajadores del ochocientos como a los del 2000. Destaco una diferencia: el siglo XIX fue uno de los más fértiles en ideas que se convertían en actos, y viceversa. Todo estaba en discusión, un nuevo mundo asomaba y tenían conciencia de que había llegado la hora de tomar el destino en nuestras manos. Hoy, ese entusiasmo se ha convertido en una sensación de derrota. Es el progreso, estúpido, parece decirnos una voz desde el más allá. Como si nada pudiéramos hacer para cambiar de rumbo. Imagino que han existido tiempos estériles en pensamientos, sociedades feudales o monárquicas en las que no se alzaban tantas voces y durante siglos las personas vivieron creyendo en que esa realidad era inevitable. Tiempos grises. Secos. En los que, sin embargo, algo también se estaba gestando. Porque lo único cierto es que la historia no para. No siempre mejora ni empeora, simplemente no para. Porque la historia la hacemos nosotros. Para bien o para mal. Y los que pensamos la historia también somos nosotros, no hay artificios digitales que puedan modificar eso. A pensar, que se acaba el mundo.
No encuentro otro modo de terminar esta columna que no sea escuchando a Francesco De Gregori quien me enseñó en la adolescencia que ‘La historia somos nosotros’
Texto de Laura Giussani Constenla, emitido en La Columna Vertebral-Historias de Trabajadores el lunes 9 de septiembre de 2024 por larz.com.ar, en su sección Planeta Giussani
LCV
Planeta Giussani/ Houston, tenemos un problema
El 13 de abril de 1970, una frase entró a la historia. Creíamos que la humanidad tenía el poder de conquistar el universo todo. Naves intergalágticas surcaban el espacio. Estados Unidos ya había plantado bandera en la luna. Una nueva misión tenía al mundo en ascuas: el Apolo 13. Todo iba bien hasta que una serie de luces desconocidas y una explosión de origen ignoto obligó a la tripulación del Apolo a llamar a la base en tierra. El mensaje fue claro y conciso: “Houston, tenemos un problema”.
Desde entonces, cada vez que ocurre un imprevisto de difícil solución e incierto origen, apelamos a aquellas palabras de desesperación controlada con las que el astronauta del Apolo 13 compartió su alarma. Y sí, hoy, apelamos una vez más a ella: Houston, tenemos un problema.
Este domingo, la política argentina vio los destellos de luces jamás imaginadas y alguna explosión agitó los ánimos. Qué había pasado?
De manera inusitada, los hermanos Milei, en el peor momento de su gobierno arrasaban en casi todas las provincias, incluída la provincia de Buenos Aires, donde había sufrido una derrota aplastante pocas semanas atrás.
El desconcierto invadió a propios y extraños. Quizás pueda decirse que, de una forma u otra, salvo los Milei, perdieron todos. Y cuando digo todos, digo también la derecha. Curioso ¿no?
Desde el mes de agosto, incluso los medios ‘amigos’ del gobierno se dieron vuelta. Por primera vez se los veía a Feinman, Viale, Laje y hasta Trebucq, entrevistando de manera incisiva al presidente de la Nación. El escándalo Sapagnuolo, el 3% de Karina, las relaciones narco de Espert, eran tapa, día tras día.
Las redes estallaban con incomprobables brotes psicóticos de Milei. Hablábamos de un Plan B en marcha, mientras otros directamente mencionaban un operativo destituyente. Las elecciones intermedias parlamentarias se habían convertido en un referendum: Milei sí o no. Todos tensaron la cuerda. Blanco o negro. Milei o Kirchnerismo, representado por Cristina y su hijo.
El desdoblamiento de las elecciones en la Provincia de Buenos Aires le dieron aire a Kicillof, al no ser una consulta nacional, pudo mostrar el mapa político de el bastión peronista por excelencia. Seguía siendo peronista, es más, kicillofista.
Lejos de retroceder frente a una embestida política, mediática y hasta empresaria, el gobierno fue por más. Más represión, más ajuste, más agresión contra los ejes más sensibles para la población: salud, universidad, discapacitados, jubilados. ‘Ni un paso atrás’ decía Mussolini en pleno liderazco.
Los politólogos y periodistas, encargados de ‘leer’ el mensaje de la ciudadanía, se agarraban la cabeza. La derrota era el número ganador. Hagan sus apuestas señores, quien gana y quien pierde?
Perdimos todos.
Es que había ocurrido un imprevisto, un destello de luces violetas y una explosión: Donald Trump se metía en la campaña. Prometía una salvación económica sí y sólo sí Milei ganaba las elecciones.
Lejos de autoflagelarnos con las responsabilidades de cada uno de los protagonistas, y mucho menos de pensar que de la noche a la mañana el pueblo argentino decidió apoyar la represión a los jubilados, hacer aparte las exigencias del Garraham, reirse de los discapacitados, y escupir sobre la cabeza de centenares de miles de desocupados por un plan económico que detruye la industria junto con el Estado, esta vez, yo prefiero no creer. Prefiero no creer que se fascistizó el electorado de tal modo. Así que busco otras razones.
¿Y si el voto hubiera sido más sensato de lo que pensamos? Qué había enfrente a Milei. Si perdía, caía el gobierno, eso era lo que todos esperábamos con cierta euforia. Y si caía el gobierno ¿qué pasaba?
Posiblemente el electorado pensó: Houston, estamos en problemas.
Y aquí entra el factor Trump. Aceptar el manotazo de ahogado de Trump quizás era lo más pragmático porque si no era eso ¿qué? Sólo se veían dos opciones y ambas significaban ‘volver’. Al peronismo o al macrismo. Por si no hubiera quedado claro con la victoria de un personaje indefinible, nadie quiere volver a sentir el hastío de los mismos discursos vacíos. Quizás la sociedad está pidiendo a gritos dar vuelta la historia, no volver sino ir.
Una vez más, invito a nuestros lectores y oyentes a pensar que no vivimos en un mundo aparte. Y el mundo, lamentablemente, hoy tiene como protagonista a otro esperpento al que todos hacen reverencia, cruza fronteras, se adjudica paces incomprobables, extorsiona con los impuestos a países de distinta índole. No queremos reyes, pero tenemos un emperador cuyo parecido con American Dad, es preocupante.
Por más que nos dediquemos a analizar de manera pormenorizada los errores de cada partido, partidazo o partiducho, lo que pasa en Argentina no es ajeno a lo que pasa en el mundo. Quizás Milei entendió eso y anda viajando de acá para allá, sembrando su demencial teoría anarcocapitalista en tiempos de tierra fértil.
Parace antiguo, pero la solución quizás no es sólo nacional. Que avance el internacionalismo, pues. Porque más allá de consignas perimidas como “Patria sí, Colonia no” o recordar “Braden o Perón”, el mundo entero está sufriendo un terremoto económico y moral. Las Colonias ahora son ‘países aliados’ y el entramado económico crea fronteras tan volátiles que resulta imposible analizar con la rigidez a la que estábamos acostumbrados.
No somos el peor país del mundo, son tiempos de una humanidad que ya no puede llamarse humana. Bombas, drones, hackers, ataques cibernéticos, enemigos más virtuales que reales.
Por eso, LCV también anda relojeando lo que pasa aquí y allá. Y, por ahora, parece que nadie se salva solo, tampoco a nivel internacional. Ningún país podrá enfrentar las fuerzas de este post capitalismo cínico y voraz.
Si volvemos al chiquitaje interno, y sí, el baile de Cristina en el balcón al conocerse que perdió el peronismo en la provincia de Buenos Aires fue lo más parecido a la quema del cajón de Herminio Iglesias. Pero no son Cristina ni Kiciloff el problema. Ni la izquierda ni los tibios ni los progres nisiquiera la derecha de buena o mala fé. Levantemos la mirada para ver lo que pasa a nuestro alrededor. Dejemos de acusarnos y empecemos a construir, y a coordinar con quienes están sufriendo tanto o más que nosotros.
Son tiemos difíciles, para todos, sobre todo para los que todavía tienen algo que perder. Esa clase media apedreada que se niega a bajar al séptimo círculo del infierno. Pero hay medio país que sabe que es difícil bajar otro peldaño. No son necesariamente gorilas, ni idiotas, ni todos los epítetos que se les ha endilgado en estos días. Muchos desposeídos apostaron a los hermanitos medio locos. Quizás por empatía. Hartos de ver tantos políticos racionales y nobles que los han llevado a la ruina.
Sigamos pensando y construyendo una sociedad más justa, desde abajo, simplemente como personas, aprendamos a escucharnos, dejemos atrás ese fugaz poder que puede dar una diputación o una secretaría.
Entre tanto, la vieja política tiembla. Cuando pase el temblor ojalá que nos encuentre más fuertes, libres, sinceros. Quizás desorganizados, quizás no unidos, pero dispuestos a llevar adelante las luchas en las que muchos estamos desde hace tiempo y sentimos que son robadas por representantes que no nos representan. La unidad no es todo en la vida. Seamos miles de luces, miles. Miles de fogatas, miles. Ya nos encontraremos de manera natural en un momento histórico en el que valga la pena escucharnos sin insultarnos.
Columna de Laura Giussani Constenla, emitida en La Columna Vertebral-Historias de Trabajadores, el 27 de octubre de 2025.
Entrevistas
Roma también tiene su ‘Ronda de los Jueves’
Un placer recibir en este Planeta Giussani a Enrico Calamai, ex diplomático que presenció dos golpes latinoamericanos desde los consulados italianos de Chile y Argentina. Una experiencia que le dejó huella.
En nuestro país fue un vicecónsul que salvó la vida de 300 argentinos comprometiéndose personalmente en darles refugio y llevarlos a Ezeiza a pesar del desacuerdo con la política oficial del gobierno de Italia. Hay quien lo llama el ‘Schlinder’ de argentino.
En el 77, fue retirado del consulado en Argentina. Luego estuvo cumpliendo sus funciones en Nepal y Afganistan, hasta su retiro prematuro. Desde entonces es un activista por los derechos humanos, autor de dos libros “Faremo l’America” y “Niente Asilo Político”, editados por Editori Riuniti y Feltrinelli. Le damos la bienvenida a nuestro Planeta a Enrico Calamai.
Muchos de ustedes lo conocerán por el hermoso documental La Resistenza, que testimonia la labor de los exiliados argentinos en Roma. Si no lo vieron, no se lo pierdan. Conmovedor. Pero hoy queríamos hablar con Calamai sobre la actualidad, su actualidad, como referente y fundador del Colectivo Mani Rosse Antirazziste, creado contra los decretos de Seguridad de Salvini, que cada jueves se reune frente al Viminale -el Ministerio del Interior- para denunciar la responsabilidad Italiana y Europea en diversas masacres, dictaduras, guerras y saqueos de recursos naturales.
LCV
Never More, por Laura Giussani Constenla
Aquí estoy, en la cima de una colina italiana, leyendo y pensando, rodeada por un paisaje medieval. Desde mi ventana puedo ver con claridad capas geológicas de montañas rotas y casas que acumulan milenios de historia: piedras sobre piedras, guerras sobre guerras, muertes sobre muertes, resistencias sobre resistencias.
Tensa espera a pocos días del Yom Kippur mientras una flota armada sólo de ayuda humanitaria, en barcazas conseguidas a pura militancia, con 400 soldados civiles, provenientes de más de 40 países, ha decidido hacer los que los gobiernos occidentales no hicieron.
Sobre el Mediterraneo no solo flotan las naves de la paz, también la sensación de que está en juego el concepto mismo de humanidad. Habrá un antes y después de Gaza, un antes y un después moral que caerá como un manto negro en nuestra memoria si no logramos frenar esta locura.
La Flotilla internacionalista Global Sumud es una hazaña épica. Termine como termine. Finalmente logró poner en el centro de la escena la vida humana como tal. Porque si a nadie le importa demasiado qué les pasa a los Palestinos, o a los miles de africanos ahogados en sus aguas, podría desatarse una guerra si muere un solo italiano, o español o inglés sólo por llevar ayuda humanitaria a un país desastrado, jaqueado por las bombas y la hambruna.
Cuando los gobiernos no escuchan a sus pueblos y la justicia y el derecho internacional desaparecen, cualquier cosa puede pasar. ¿Para qué votar representantes si los representantes no piensan representarte?
Así pués, empiezan a aparecer sabotajes cibernéticos, drones espías o francotiradores locos que nadie sabe a quién o a quiénes responden. Si es que responden a alguien o son meras reacciones individuales a un mundo que ha perdido la brújula.
Durante varios días los aeropuertos de Bruselas, Berlín y Londres funcionaron a medias por un supuesto ciberataque. Nadie murió, lo que sucedió es que no funcionaban las computadoras, así que los empleados debían llenar la facturación a mano, como en tiempos analógicos. Decenas de vuelos suspendidos o retrasados. También en italia hubo caos con los aviones, debido a una huelga de aeronavegantes por mayor salario y condiciones laborales. Sí, Milei, no vaya usted a creer que sólo en Ezeiza o Aeroparque cada tanto hay lío.
No, quizás no llegamos al fin de la historia. Acaso desde su mismo comienzo el hombre vivió en el peor mundo posible y aún así no cejó en su instinto de preservación construyendo culturas, inventando tecnologías, amando y pariendo. Una fuerza vital persistente, como las plantas que crecen en las grietas de algunas piedras.
Pensamos que vivimos en el peor momento de la historia, pero tratemos de recordar ¿cuándo hubo un momento histórico realmente feliz para los pobres de la tierra? Quizás sólo entre una guerra y otra.
En Argentina, por ejemplo, todavía somos muchos los que añoramos aquellos maravillosos tiempos de Cámpora. Es más, hasta una agrupación eligió su nombre. Bueno, esa primavera en la que parecía todo posible, terminaba una dictadura y salían los presos políticos de las cárceles, duró menos de un mes. Un mes de felicidad plena en sentido histórico.
Después cada cuál habrá logrado sus ráfagas de amor, alegría o tranquilidad personal pero estoy hablando de lo colectivo. Sí, ya sé, hubo otros momentos en los que creímos que habíamos logrado torcer el rumbo de la muerte. Entre los recientes, recuerdo la felicidad de la llegada de Alfonsín y el juicio a las juntas. Tampoco duró demasiado. Apenas un par de años hasta la llegada de la hiperinflación de la mano de los especuladores de siempre.
Tiempo de canallas
De pura casualidad cayó en mis manos un libro de Lillian Hellman, la compañera de Dashiel Hamett, llamado ‘Tiempo de Canallas’. En él relata su experiencia durante el Macartismo en los años 50 en Estados Unidos. Incluye una brillante introducción de Garry Wills que ubica el inicio de la persecusión política a todos aquellos que tuvieran ideas ‘antinorteamericanas’ en el año 47, bajo la presidencia de Truman. Estremece pensar que se dieron sólo dos años de paz después de tanto dolor. Todo empeoró en los cincuenta, cuando la idea de Truman de frenar a los ‘antiamericanos’ fuera ‘mejicaneada’ y ‘perfeccionada’ por un joven Nixon y el Senador McCarthy.
Por lo visto, en frío o caliente, necesitaban seguir guerreando. No había ninguna razón militar para instaurar un régimen de vigilancia más duro que el de cualquier guerra. La Unión Soviética estaba diezmada luego de la victoria contra el nazismo, que hizo como aliada del mismísimo Estados Unidos. Sólo podían tener diferencias ideológicas pero de ningún modo era imaginable una invasión comunista en oriente en esos primeros años.
Aún así, el fantasma comunista fue construído con esmero por los gobiernos de la época. La censura y la manipulación en Hollywood, con cantidad de intelectuales y artistas presos –como el mismo Hamett– o exiliados, fue brutal desde fines de los 40 a principios de los setenta. Muchos delataban a sus compañeros, inventaban conspiraciones para no quedar sin trabajo. Un verdadero tiempo de canallas. Estrellas de Hollywood, escritores, intelectuales, fueron perseguidos como ejemplo en el llamado País de la Libertad. Siempre es conveniente un buen enemigo para mantener la cohesión social. La paz no rinde a los dueños de la tierra.
En eso estaba cuando leo que Trump, más allá de dedicarse a bombardear barcazas en aguas internacionales cercanas a Venezuela, una locura de derecho internacional que nadie parece estar tomando en serio, y asumir el rol de emperador mundial metiendo sus narices en cuanto conflicto se insinúe en el horizonte, ahora ha decidido mandar todas las Fuerzas de Seguridad necesarias para luchar contra los terroristas del Antifas que andan protestanto en Portland, Oregon ¿Quiénes son esos Antifas? Ninguna organización en particular, así le dicen a todos aquellos que se identifiquen con el antifascismo. Poco falta para que invente un Comité de Actividades Anti-Norteamericanas, tal el nombre que llevaban aquellos que perseguían, interrogaban, detenían o, simplemente, dejaban sin la posibilidad de trabajar por formar parte de una lista negra durante el nefasto macartismo.
Cría Cuervos
Volvamos a este hermoso lugar de la Umbria cuyo nombre prefiero evitar. A veces la realidad nos regala metáforas insospechadas. Me sorprendió descubrir que sólo dos aves habitan este pueblo: los cuervos y las palomas. Dicen que alguna vez trajeron a los cuervos para auyentar tanto palomar. Se equivocaron. Ambas conviven en paz formando nidos en los huecos pedregosos de los antiguos edificios. Eso sí, es raro ver otros pájaros. Acá reinan los cuervos y las palomas, sin más. Parece cuento pero es verdad
Las veo revolotear a mi alrededor mientras las fotos de Trump, Netanyahu y Milei, satisfechos en la ONU, dan vueltas por el mundo. Tres cuervos que no aprendieron a convivir con paloma alguna.
Y como una idea trae la otra, recuerdo el famoso dicho: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.
No sé cómo ocurrió, peros los cuervos se apoderaron de esta columna. Y pienso en Edgard Allan Poe con su cuervo que repetía sin cesar Never More. Suena, entonces, la canción de Allan Parson Project y su repetido Never More.
Quizás sea tiempo de recuperar nuestro Nunca Más, cantarlo, gritarlo, lucharlo como jamás antes.
Nunca Más guerras.
Nunca Más genocidios.
Nunca Más hambre.
Nunca más femicidios.
Never More.

