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Historias de trabajadores

Disfrazadas, por Patricia Borensztejn

Margaret Ann Bulkley, inglesa, médica, sirvió en el ejército y vivió entre 1795 y 1865. Realizó la primera cesárea exitosa en su país. Fue conocida como James Barry.

Amantine Aurore Lucile Dupin, francesa, escritora, vivió entre 1804 y 1876. Tuvo muchos amantes entre otros Federico Chopin y vivió rodeada por la intelectualidad de su época. Fue conocida como George Sand.

Mary Ann Evans, inglesa, novelista, poetisa y traductora. Una de las principales escritoras de la época victoriana. Vivió entre 1819 y 1880. Fue conocida como George Elliot. Toda su obra continúa referenciada con el nombre George Elliot.

Charlotte, Emily y Anne Bronte. Hermanas inglesas, escritoras, Vivieron entre 1816/1820 y 1848/1855. Fueron editadas y conocidas como Currer, Ellis y Acton Bell. Charlotte sobrevivió a sus hermanas y reconoció la autoría de los libros escritos bajo seudónimo masculino.

Concepción Arenal , española, abogada , vivió entre 1820 y 1893. Para asistir a clase se disfrazó de hombre. Nunca obtuvo su título pues fue descubierta. Visitaba las cárceles y bregaba por la salud de los prisioneros.

Jeanne Baret, francesa, botánica y exploradora, vivió entre 1740 y 1807. Primera mujer que dio la vuelta al mundo. Fue conocida con el nombre de Jean Baret.

Caterina Albert i Paradis, catalana, escritora, vivió entre 1869 y 1966. Fue conocida como Víctor Català.

Dorothy Lucille Tipton, estadounidense, pianista y saxofonista, vivió entre 1914 y 1989. Fue conocida como Billy Tripton.

Karen Bliksen, danesa, escritora, vivió entre 1885 y 1962. Escribió Memorias de Africa y fue candidata al nobel en 1962. Fue conocida como Isak Dinesen.

Dorothy Lawrence, inglesa, periodista y corresponsal de guerra, vivió entre 1896 y 1964. Fue conocida como Denis Smith.

¿Que comparten estas mujeres entre sí? Médicas, abogadas, escritoras , periodistas, músicas?

Todas y cada una de ellas, para cumplir sus sueños, se disfrazaron de hombres.

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Historias de trabajadores

Gino Gatti y la otra fuga de Punta Carretas, por Emilio Crisi

Un 19 de marzo de 1901 nace en Italia Giuseppe Baldi, más conocido como Gino Gatti, trabajador gastronómico, anarquista y miembro de la banda de expropiadores de Roscigna.

De muy joven participa en su Lombardia natal de numerosas huelgas y movilizaciones obreras, siendo rápidamente fichado por la Policía como “peligroso anarquista”.

Roscigna detenido en Montevideo

Recala en Buenos Aires donde trabajará de mozo. A nivel local traba relación con el mítico expropiador Miguel Arcángel Roscigna y con el histórico referente de los marítimos Juan Antonio Morán, con quienes realiza numerosas expropiaciones.

Gatti será el ideólogo de la famosa fuga del Penal de Punta Carretas de 1931, en Montevideo, Uruguay, junto a Roscigna, Vázquez Paredes, el “capitán” Paz y Fernando Malvicini, con el objetivo de liberar varios presos anarquistas entre los que se encontraba Vicente Moretti.

La ingeniosa fuga requirió del montaje de una Carbonería frente al penal (atendida por él mismo y su compañera Primina Romani), y ganarse el cariño de los clientes mientras se cavaba un extenso tunel hacia el interior del penal. Curiosamente 40 años después, 111 presos políticos (entre los que se encontraban militantes de FAU y Tupamaros), llegarán a toparse con este túnel durante la espectacular fuga de 1971, destacando con elogios la “obra de ingeniería” del tunel de 1931.

Tunel para la fuga en la Carbonería El Buen Trato

De regreso a Argentina, el “ingeniero”, como ya había sido apodado Gatti, participará junto al secretario general de los marítimos, Juan Antonio Morán, del ajusticiamiento del mayor Rosasco, jefe de policía de La Plata, verdugo al servicio de la dictadura militar de Uriburu. Esto le valdrá la detención cuando se encontraba en Córdoba para 1933. Primero será confinado al Penal de Caseros. Sin embargo, luego del intento de fuga de octubre de ese año, será traslado finalmente al penal de Ushuaia, prisión de máxima seguridad -de condiciones inhumanas debido al frío extremo-. Compartirá el encierro junto a presos políticos de todas las corrientes ideológicas, encontrándose con otros anarquistas como Horacio Badaraco, Boris Vladímirovich, González Pacheco, José Berenguer y Eusebio Borazo entre otros.

Para esos años, su amigo y compañero Miguel Roscigna, caerá detenido-desaparecido por la dictadura de Agustín P. Justo. Gatti será indultado durante el Gobierno de Perón, a fines de la década del 40′, tras la presión de numerosos compañeros. Fallecerá durante la década del 80.

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Destacada

El inglés de la valijita, por Oscar Taffetani

Había un Palermo de casas con zaguán y conventillos de inmigrantes, un Palermo de calles empedradas y cuchilleros a los que Carriego vio y Borges cantó. Pero el Palermo en donde decidió instalarse William Morris era más bravo aún. Lo llamaban “Tierra del Fuego”. Decían que allí se terminaba todo.

Aún podía verse, en Tierra del Fuego, el palacio de Juan Manuel de Rosas, reciclado como cuartel en ausencia de su dueño. El resto eran caballerizas, obradores y galpones ferroviarios, unas pocas casas de ladrillo y algunos ranchos asomando a las calles de tierra.

Hacia el oeste, los bajos del arroyo Maldonado. Hacia el norte, los bajos del río de la Plata. En el centro, un bosque ya sin jardineros ni paisajistas, en pleno retorno a la vida salvaje. Y por ahí, viviendo en los pajonales, descalzos y andrajosos, cientos de niños sin madre, sin padre ni escuela, cimarrones a pesar de ellos, rebuscándoselas como boyeros de campo -en el mejor de los casos- y como rateros casi siempre, en los bordes de la ciudad.

El inglés había abierto la escuela con lo indispensable: bancos, mesas, pizarrón, tizas, libros… pero nadie se acercaba. Agregó entonces una olla, tazones, platos, algunas camas… los comensales y huéspedes no llegaban. Luego de esperar unos días, despertó al casero y le dijo: “-Acompáñeme, vamos al bosque a cazar candidatos”.

Y allá estaban los candidatos, espiando detrás de las matas, con piedras y terrones en sus manos, acostumbrados a bajar faroles y a correr gringos y galeritas a cascotazos. Pero el inglés no les tuvo miedo. Se les acercó, habló con ellos, los invitó a comer en su casa.

El primer candidato, con la cara sucia, moqueando, lo siguió vacilante. Detrás de él, sin perder la distancia, fueron los otros. En la escuela del inglés, luego de pasar por el agua y el jabón y estrenando los primeros zapatos de su vida, 17 niños se sentaron a la mesa. Durante el almuerzo, tímidamente, llegó a la puerta el candidato dieciocho. Inaugurando una tradición solidaria, todos se corrieron para hacerle lugar.

Los pocos que se sentaron a comer con William Morris aquel mediodía de otoño de 1898 fueron 200 al año siguiente y mil al llegar el fin de siglo. La escuela no sólo les enseñaba a leer y escribir; también a sonarse la nariz, a lavarse la cara y a saludar por las mañanas.

La receta para el milagro no tenía misterio, y el inglés se la explicó al presidente Julio Argentino Roca el día que pudo entrevistarlo: “-¿Con qué hombres realiza usted su obra”, le preguntó el general. “-Con los que encuentro”, le respondió Morris.

DEL TAMESIS AL RIACHUELO

Entre los esperanzados colonos que en 1871 llegaron a Sapucay, pueblito selvático próximo a Asunción del Paraguay, se contaba un inglés de Soham (Cambridge), delgado y melancólico, un hombre que había perdido hacía poco a su esposa y que con austeridad criaba cuatro hijos.

De hachas siseando en el monte y ovejas pastando en las abras fueron entonces los primeros recuerdos sudamericanos de William Case Morris, pelirrojo de siete años que asistió desde muy temprano a la abnegada lucha por la supervivencia de su padre y su familia emigrante.

Siete años después -con bíblica exactitud- el grupo decidió abandonar el Paraguay y viajar Paraná abajo, hacia la promisoria llanura santafesina. Tras pasar un tiempo en Rosario, que hervía de inmigrantes y colonos, Morris y sus hijos alquilaron una chacra en Rodeo del Medio. Entre ovejas y gallinas, abriendo surcos y llevando el agua a los plantíos, pasaron los siguientes años de Will. Por las noches -recordaría más adelante- un pasaje del Antiguo Testamento leído por su padre o algún viejo himno entonado por su hermana y acompañado con un solitario violín, eran el único preludio al sueño.

Cuando William decidió dejar la chacra y bajar por el río hasta la boca del Riachuelo, ya tenía veintidós años y la firme vocación de vivir en la ciudad, en ese sitio donde la colmena humana destila lo mejor y lo peor. Obviamente, al joven Morris le interesaba lo peor, el lado oscuro de la gran urbes, los niños arrojados por millares a la mendicidad y la delincuencia. Esos eran sus candidatos.

Instalado en la Boca, fue pintor de brocha gorda y más tarde empleado de comercio. Visitando bibliotecas obreras y adquiriendo ediciones baratas terminó de aprender el idioma español. En la calle, las ferias y los cafés, tuvo oportunidad de aprender también el dialecto de las orillas, ése que hablaban los obreros de las curtiembres, los lavaderos de lana y los frigoríficos, el mismo que farfullaban vagos y malentretenidos, habitués de las páginas policiales.

La primer aula fue una simple sala a la calle, alquilada con sus ahorros.y equipada gracias a un préstamo de sus compañeros de trabajo. Bancos de cocina, una mesa de pino, pizarrón, tizas y mapamundi, lo estrictamente necesario. Luego, debió salir a buscar candidatos por el barrio de la Boca, chicos y muchachos que quisieran aprender a leer y escribir. Se acercaron algunos pero -como le pasaría siempre, a lo largo de su vida- los que llegaban tenían más necesidad de un plato de sopa o un tazón de leche que del abecedario.

William C. Morris

Buscando apoyo para la escuelita, Morris se acercó a empresas y familias británicas radicadas en la Argentina. Una tarde, mientras asistía al servicio en un templo metodista, se enamoró perdidamente de una voz que cantaba tras el armonio. La dueña de la voz se llamaba Cecilia O Higgins y pronto (con la rapidez y decisión que acostumbraba el joven docente) fue la prometida, la esposa y la compañera capaz de seguirlo en su cruzada.

Cecilia era huérfana de madre, lo mismo que él. Su padre había sido un coronel del ejército de Su Majestad destinado a la India, a quien había visto pocas veces en su vida. Aquel matrimonio, celebrado en 1890, fue el casual (o causal) encuentro de dos orfandades, movidas por una sola vocación: salvar a los niños abandonados.

Con la ayuda de la Iglesia Metodista, que años más tarde lo nombraría Ministro, pronto quedó conformada la Boca Mission Hall Fund and Schools, institución que administraba un asilo para marineros (procurando alejarlos del alcohol y la violencia), un comedor popular y varias aulas de primeras letras.

Pero Morris soñaba más alto. Un día, juntó las dieciocho libras que hacían falta para pagarse un boleto de ida a Gran Bretaña y allá partió, con su valijita. Quería entrevistar a los directores de las compañía inglesas con filiales en la Argentina y conseguir una opinión favorable (con la consecuente ayuda económica) para su obra.

LA PROMESA A MAMÁ

Un antiguo proverbio sajón que Morris gustaba repetir en sus conferencias dice que la mano que mece la cuna gobierna el mundo. Tanto era así para el inglés de la valijita, que no abandonó el suelo inglés sin visitar antes el cemenrterio de Soham, donde descansaba su madre, para reafirmar una vieja promesa. El niño, ya hecho hombre, se comprometía ante la memoria de su madre, cuya figura borrosamente recordaba, en empeñar su vida entera para ayudar y dirigir a los niños huérfanos o que carecieran “del refugio y la inspiración que da un buen hogar”.

Aquella promesa hecha ante una lápida de Soham fue más importante para Morris que cualquier culto político o religioso constituído. Por eso, llegado el momento, no vaciló en dejar a los metodistas, cediéndoles las instalaciones levantadas con esfuerzo en la Boca, y en acercarse a los anglicanos, buscando una estructura material y política que le permitiera colonizar la “Tierra del Fuego” . La simple lectura de los libros contables de las Escuelas Evangélicas (como se las llamó inicialmente), deja ver quiénes eran los donantes que con su pequeño aporte las sostenían: Moore, Walker, Junor, Richards, Bayley, Brown, Edgecumb, Turner, Tay, Martindale, Nicholson, Leech, Craig, Bennet, Barreneye…

Hacia fin de siglo, tras años de antesalas y amansadoras, Morris consiguió también el importante apoyo económico y político de don Ernesto Tornquist, banquero, industrial y dirigente conservador que le facilitó la llegada al presidente Roca y al establishment porteño del Centenario.

Todo quedó prolijamente anotado, con la letra de Míster Morris o de Cecilia. Si una imaginaria DGI de la moral y la honradez quisiera examinar hoy esos libros que conservan los exalumnos del inglés, descubriría la modestia y la sencillez ejemplar con que vivía el mayor protagonista de aquella cruzada, quien nunca tomó para sí un peso ni una libra de las donaciones que recibía y quien, por el contrario, dedicó siempre una parte de su modesta asignación como Pastor anglicano a la compra de útiles o al socorro de algún desesperado.

ADIÓS A LA “TIERRA DEL FUEGO”

La rápida expansión y diversificación de las escuelas evangélicas habla de la impecable administración de fondos que hacían los Morris, pero también de un importante déficit social y educativo que arrastraba la Buenos Aires de principios de siglo. Por eso, la crisis del 30, que combinó una terrible iliquidez empresaria con la mora en los subsidios acordados por la Municipalidad y por la Nación, asestó un duro golpe a la obra del inglés de la valijita. ¿Cómo seguir alimentando a los más de siete mil niños inscriptos? ¿Cómo pagar a los doscientos treinta docentes, al personal de limpieza y administración?

Como en los viejos tiempos, el inglés decidió viajar a su madre patria y solicitar auxilio a las empresas británicas con filiales en la Argentina. Una conmovedora multitud de niños rescatados de la calle por el Hogar El Alba o por las veintidós escuelas creadas, llegó hasta Plaza Constitución para despedir el tren a La Plata, puerto donde el matrimonio Morris abordaría un paquebote hacia Inglaterra.

Esos que miraban a la pareja desde el andén, con sus caras limpias y sus uniformes recién planchados, no eran los hijos que les había regalado mamá Naturaleza. Eran los hijos que ellos habían decidido tener. Pero la salud del maestro estaba quebrantada y en esos años apenas pudo moverse de la casa de Soham y escribir cartas a algunos amigos. Una de las misivas la recibió el Dr. Sagarna, ministro de la Suprema Corte de Justicia argentina y amigo del presidente Agustín P. Justo. El viejo Morris le recordaba al supremo que los subsidios llegaban con varios meses de atraso y que las escuelas sobrevivían gracias a la buena voluntad de sus docentes y personal (a quien se llegó a deber once meses de sueldo).

Los subsidios se pagaron, finalmente. Y también las deudas. Pero Morris no vivió para verlo. Su corazón dejó de latir el 15 de septiembre de 1932, hace exactamente setenta años.

Tal como estaba previsto desde su misma fundación, las Escuelas e Institutos Filantrópicos Argentinos, incluyendo edificios y planteles, pasaron al Consejo Nacional de Educación. Se incorporaron al sistema público, con el que nunca habían tenido diferencias ni de programas ni de contenidos (aunque sí en la formación de hábitos y en la actitud ante la vida). William Morris no fue más que otros heroicos educadores y misioneros que hubo en la historia -Don Bosco, Albert Schweitzer, Teresa de Calcuta, entre muchos-. Tampoco fue menos.

La metáfora del haber, tan cara a su meticuloso espíritu de administrador, le sirvió en una conferencia para expresar un sentimiento profundo, gestado en su propia infancia: “Con toda seguridad, los hombres y las mujeres que en todas partes del mundo se ocupan en cuidar y mejorar la vida de la niñez están haciendo la mayor y la más valiosa contribución al bienestar humano y al verdadero progreso de los pueblos. El haber de un pueblo, que puede ser aumentado infinitamente; el haber de una nación, cuyo valor puede progresar hasta lo indecible, es su niñez.”

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Destacada

Adrián, panadero y canillita. Gallego, argentino y uruguayo, por Emilio Crisi

Un 3 de enero de 1869 nacía Adrián Troitiño, referente gremial de Panaderos, fundador del Sindicato de Canillitas del Uruguay, emblema en los albores del sindicalismo uruguayo y argentino, y abnegado militante anarquista. Oriundo de Galicia, recala en Argentina en busqueda de oportunidades laborales. Se especializa en el rubro de panadero, actividad que lo acerca a la militancia gremial a la vez que al anarquismo.

Al poco tiempo se convertirá en referente de la Sociedad de Obreros Panaderos de San Nicolás, y más tarde de la Provincia de Buenos Aires. El 1° de mayo de 1891 será detenido tras participar activamente en los actos conmemorativos a los Mártires de Chicago. En su prontuario ya figura la caracterización de “anarquista peligroso”, luego de pasar un año y medio preso. Una vez libre, participará de la creación de varios grupos políticos anarquistas, entre ellos, “Los Hijos del Mundo”.

En esa misma tarea, fundará el Círculo Internacional de Estudios Sociales (CIES), junto a figuras de la talla de Ettore Mattei y Salvador Vidal. En 1899 le tocará compartir escenario en un acto anarquista junto al mítico Pietro Gori y a Adrián Padroni. Para 1902 será congresal junto a Juan Calvo, en el II Congreso de la Federación Obrera Argentina (FOA), representando al gremio de panaderos. Será expulsado al tiempo por la “Ley de Residencia”.

Pasará fugazmente por La Coruña y Barcelona antes de establecerse finalmente en Montevideo, donde retoma la actividad de panadero, incorporándose al “Sindicato de Oficios Varios” de Villa del Cerro. Luego de la brutal represión zarista tras el levantamiento en Rusia de 1905, Troitiño será orador en un acto en solidaridad, llevado a cabo en Montevideo, junto a cuadros del anarquismo tales como Grijalbo y Fernando Balmelli. Ese mismo año participará activamente en la huelga de carpinteros y la huelga de portuarios.

En ese contexto “El Abuelo”, como será conocido en la jerga militante, se sumará a la actividad de canillita, donde su denodado compromiso gremial lo llevará a fundar el Sindicato de Canillitas del Uruguay (más tarde Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas del Uruguay, SVDR). Será elegido secretario general del SDVR para 1923, momento en que el gremio cuenta con más de 3 mil afiliados. Será detenido y encarcelado -junto a decenas de referentes sindicales- por la dictadura de Terra en 1934, siendo liberado rápidamente tras la movilización popular. Partirá un 26 de mayo de 1941.

Su comprometida vida militante no pasará desapercibida al punto tal que su fecha de muerte es considerada en la actualidad como Día del Canillita en Uruguay. Como si esto fuera poco, una calle de Montevideo será bautizada, años despues, con su nombre.

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