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Las palabras y esas cosas, por Hernán López Echagüe
Escrito en otoño de 2016. Inédito.
Uno
No, no, de modo alguno. En el principio no fue el verbo, y mucho menos la palabra. En el principio fue la cosa; después, quizá de inmediato, quizá al cabo de horas, días o semanas, afloró la palabra que nombraba y denominaba a la cosa, la palabra que le dio vida y significación a la cosa. La cosa inmóvil, la cosa viva, la cosa cercana y la cosa lejana, la cosa encontrada y la cosa perdida, la cosa abstracta y la cosa concreta, el animal que vuela y el que no, el llanto y la risa, la claridad y la ceguera, el sonido y el silencio, la valentía y la cobardía, el sosiego y la angustia, la lluvia y la sequía, el amanecer y el crepúsculo, el odio y el afecto, el dolor y el alivio… Todo marchaba con un salvajismo irreprochable hasta que algún ganso todopoderoso cometió la macana de llamar bien a algo que no sabemos qué cosa es, y mal a otra cosa que tampoco sabemos qué es. Y entonces empezó este profundo y desagradable malentendido que está descuartizando a la sociedad: esto es bueno, aquello es malo; esto no es malo ni bueno, por lo tanto es más sensato no hacerse malasangre y pasarlo por alto.
Dos
O quizá no fue así. A fin de cuentas qué sabe uno. Pero convengamos que suena por lo menos caprichoso figurarse esta situación: estamos en el principio del principio; dos tipos, dos principiantes, digamos, intercambian gruñidos y sonidos guturales a la sombra de un árbol de copa frondosa. De pronto, se les aparece caminando por ahí una cosa de carne, de cuatro patas, rabo firulete y nariz redonda y chata. Es la primera vez que ven una cosa así. Uno de ellos se rasca la pera y dice: “¿Qué hace ese cerdo por acá?”. El otro le dice: “Raro, sí. Para mí que es un cerdo salvaje”. Después de un corto silencio, dicen al unísono: “¡Un jabalí!”, y, tras chocar los cinco: “¡Qué manera de ponerle nombre a dos cosas nunca vistas en un toque, campeón!”.
Tres
El presidente, o, mejor dicho, el gerente de este bazar del sur del mundo que antes fue un país, discurre y conversa con los subgerentes del bazar y actúa al compás de esa taxonomía que Borges cita de las páginas de una enciclopedia china apócrifa, y que inspiró a Foucault a escribir Las palabras y las cosas.
La clasificación de los animales según Borges: “a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas”.
Reí mucho la primera vez que lo leí. Ahora, definitivamente convertido en el ectoplasma de un libertario, luego de haberlo leído muchos años más tarde, y con cierto detenimiento, no me causa la menor gracia. Ocurre que me figuro que esa taxonomía de los animales de Borges es la que mueve cada uno de los pasos de este gobierno. De modo más noble, claro: “La sociedad argentina se divide en: a) Los que no comen porque nunca movieron siquiera un dedo para llevarse algo a la boca; b) Los que son capaces de hacer cualquier sacrificio para mantener su empleo; c) Los que les importa todo un bledo; d) Los vagos que no han sabido forjarse un futuro; d) Las mujeres complacientes; e) Las mujeres que no entienden que siempre serán mujeres; f) Irrecuperables; g) Los que escupen en la vereda; h) Mis amigos; i) Los que se agitan como locos; j) Los que leen y se ponen a pensar en lo que leyeron; k) Los que me votan; l) Los que no me votan; m) Muy irrecuperables; n) Bienaventurados; ñ) Condenados por el destino; o) Los que tienen agua; p) Los que no la tienen; q) Blancos y rubios; r) Los de color inclasificable; s) Amaestrados; t) Los que viven metidos en el barro del pasado; u) Los jóvenes emprendedores que tienen al futuro como punto focal y del pasado una sensación de creciente hastío; v) Chupamedias de toda naturaleza; W) Troskistas; x) Los que trabajan en equipo; y) Los vagos; z) Los etcétera”.
La taxonomía de la sociedad que aviva la lengua y los pasos y las firmas del gerente del bazar continúa con el alfabeto griego, pero eso ya veremos.
Cuatro
Mundo gobernado por categorías y clasificaciones cuyos nombres y denominaciones el correr del tiempo ha corroído y desnaturalizado. Palabras que han perdido por completo su significación primera.
En el capítulo Los filósofos podan el árbol del conocimiento, de su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, escribe Robert Darnton:
“(…) Considérese el ejemplo de la enciclopedia china, imaginada por Borges: Foucault afirma que es significativa debido a la evidente imposibilidad de concebirlo. Nos expone a la arbitrariedad de la manera como clasificamos las cosas. Ordenamos el mundo de acuerdo con las categorías que damos por supuestas, sencillamente porque están dadas. Ocupan un espacio epistemológico que es anterior al pensamiento. Clasificamos en una misma categoría a un perro pequinés y a un gran danés como perros, aunque el pequinés podría tener más en común con un gato y el gran danés con un pony.
Clasificar, por consiguiente, es ejercer el poder.”
Cinco
Hay cosas a las que alguien les puso nombre hace decenas y decenas de años y todo indica que sería oportuno abolir ese nombre y buscarle otro. Palabras que ya murieron, o quizá andan de bastón, víctimas de la polisemia, pero de una polisemia artera, obra tal vez del gobierno del borrón y cuenta nueva, con el amparo, claro, de los borroneros y desconocidos de siempre.
Es que ahora estamos metidos en el medio de una cosa enorme, una cosa como una ciénaga insondable a la que todavía no sabemos qué nombre ponerle. Por decir, ¿cómo denominar a esta situación de oscurantismo, miseria, desamparo y angustia en la que estamos viviendo? ¿Democracia? Al decir de mi diccionario Jackson, no: “Democracia: 1. f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”.
No, no, no.
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Alexander Alekhine en jaque, por Ricardo Ragendorfer
Durante mi adolescencia frecuenté el Club Argentino de Ajedrez, situado en una casona sobre la calle Paraguay, a metros de Callao.
Allí, en el segundo piso, dentro de un gran cubo con paneles de vidrio, se exhibía un tesoro histórico: la mesa-tablero y las piezas con las cuales, en 1927, el ruso Alexander Alekhine le arrebató el título mundial al cubano José Raúl Capablanca, luego de 34 partidas. Ese match fue disputado en la primera sede del club, sobre la avenida Carlos Pellegrini 449, frente a la plaza donde diez años más tarde se levantaría el Obelisco.
La figura de Alekhine concitaba mi interés.
–Era un personaje muy complicado –dijo al respecto mi interlocutor, no sin esbozar una sonrisa triste.
A su modo, aquel septuagenario de porte distinguido también era una reliquia del lugar. Se trataba de Luis Piazzini, un antiguo campeón argentino y sudamericano que, en esa época, subsistía dando clases a novatos.
–Era un personaje difícil –insistió, antes de besar su copa de coñac.
Sabía de lo que hablaba.
En este punto es necesario retroceder al invierno de 1939, cuando tuvo lugar en Buenos Aires el Torneo de las Naciones, que congregó a los mejores ajedrecistas del planeta. Alekhine fue el primer tablero del equipo de Francia, país que le había otorgado la ciudadanía.
En tanto, Piazzini integraba el equipo local
Cabe destacar que, en aquellos días, éste tuvo el privilegio de alojarlo al campeón del mundo en una quinta de Adrogué que pertenecía a su familia.
Alekhine ya tenía 47 años y acababa de recuperar el cetro mundial que, en 1935, había quedado en manos del holandés Max Euwe.
Lo cierto es que el carácter huraño de ese hombre, que por las noches se atiborraba con vodka, tornó vidrioso su vínculo con el anfitrión.
Su adición por la bebida también incidió en su desempeño deportivo, ya que los franceses ni siquiera se clasificaron.
Dicho sea de paso, los ajedrecistas del Tercer Reich se alzaron con la competencia. Un hecho menor a la luz de la Historia del siglo XX, puesto que justo en esos momentos estallaba la Segunda Guerra Mundial.
De modo que muchos jugadores europeos decidieron no regresar a sus países; entre ellos, Miguel Najdorf, Jiri Pelikan y Erich Eliskases, quienes, con el tiempo, dejarían su impronta en el ajedrez argentino.
Pero Alekhine volvió a París, algo que sorprendió a sus pares.
–Parece que en la Francia ocupada por los nazis, él no la pasó nada mal –me diría Piazzini 35 años después.
El ruso blanco
En el plano estrictamente ajedrecístico, la leyenda de Alekhine consigna que hubo una partida en la cual estuvo en juego algo mucho más valioso que una corona ecuménica. Su rival era nada menos que León Trotsky.
En el plano estrictamente político, su existencia se vio siempre sacudida por los grandes cataclismos de la Historia.
“Me han destruido las dos guerras”, supo reconocer en un artículo que publicó a los 51 años.
Pero vayamos por partes.
Nacido en 1892 en el seno de una familia perteneciente a la aristocracia rusa (su padre era propietario de tierras y miembro de la Duma Imperial), el joven Alexandre alternó los estudios universitarios –hasta obtener el título de licenciado en Leyes– con la práctica profesional del ajedrez.
La Primera Guerra Mundial lo sorprendió mientras jugaba un torneo en la ciudad alemana de Mannheim. Nada pudo ser más inoportuno. Alexander terminó tras las rejas bajo la carátula de “extranjero hostil”, Y meses después, fue beneficiado por un intercambio con presos prusianos detenidos en Moscú.
Su segunda desgracia fue la Revolución Rusa, la cual confiscó todos los bienes de su familia. Y él, sin interrumpir su pasión por el juego-ciencia, pasó a efectuar tareas de espionaje para la Guardia Blanca, la milicia anticomunista que enfrentó al Ejército Rojo para restaurar la monarquía de los zares.
Esa vez, para él todo también terminó de la peor manera, puesto que fue arrestado en Odessa, donde un tribunal del pueblo lo condenó a muerte.
Pero, en esas circunstancias, hubo un hecho providencial: la aparición de Trotsky en su celda. Es que fundador del Ejército Rojo era un aficionado al ajedrez. Y allí mismo se enfrentaron en el tablero.
En aquella partida, Alekhine le permitió al rival desarrollar una apertura siciliana sin contratiempos, concediéndole –a propósito– cierta ventaja.
Envuelto en un silencio sepulcral, lo medía a Trotsky por el rabillo del ojo, como un cazador agazapado a punto de disparar sobre su presa.
La cuestión es que, ya en el juego medio, contraatacó con una increíble combinación, precipitando en apenas ocho jugadas la derrota de Trotsky. Fue una especie de nocaut.
El líder revolucionario, quien no habría tomado a mal dicho resultado, tuvo el gesto de gestionar su excarcelación.
Hay quienes dicen que, en realidad, Alekhine habría pactado convertirse en soplón del nuevo régimen.
Al poco tiempo obtuvo un visado para jugar torneos en algunos países de Europa. Así fue como, en 1921, viajó a Francia, donde contrajo enlace con la periodista suiza Anneliese Rüegg, quien le llevaba 13 años.
Ella sería la primera de sus cuatro esposas, todas mayores que él y con un muy buen pasar.
Alekhine jamás regresó a la URSS, siendo considerado allí un “traidor”, mientras él empezaba a mostrarse como un abanderado del anticomunismo.
Ya se sabe que, en 1927, le ganó en Buenos Aires a Capablanca. Luego, fue Euwe quien lo despojó del título mundial –en medio de una de sus etapas etílicas más copiosas–, recuperando la corona en 1937. Vale decir que durante ese match se esforzó sobremanera en no tomar una sola gota de alcohol.
Cuatro años más tarde, ya casado con la norteamericana Grace Wishaar, una millonaria de origen judío, se produjo en Francia la ocupación alemana.
Alekhine, entonces, intentó escapar con su esposa a los Estados Unidos, fracasando en su empeño. Así quedó a merced de los invasores.
Pero grande fue su sorpresa cuando el alto mando de las SS se exhibió muy amigable con él, dado su renombre en el universo del ajedrez.
De modo que le ofrecieron un trato que él no pudo rechazar: inmunidad a cambio de su participación en torneos patrocinados por los nazis.
Sin pensarlo dos veces, Alekhine aceptó con beneplácito.
Claro que no era la primera vez que vendía su alma al diablo.
El ajedrecista ario
Su biografía estuvo atada a aquella recurrencia: de ser un espía al servicio de los contrarrevolucionarios rusos, pasó –según una versión nunca desmentida– a fisgón de la Cheká (la primera policía secreta de la URSS), y ya en Francia, se convirtió en un colaboracionista de los invasores nazis.
No es exagerado decir que él fue una estrella deportiva muy apreciada por Joseph Goebbels, el propagandista de Hitler.
De hecho, sus funciones iban más allá del simple acto de ganar partidas en nombre de la raza superiora. Por lo pronto, hubo dos memorables artículos de tinte antisemita publicados con su firma en el Pariser Zeitung, el periódico para las tropas nazis con asiento en París. Sus títulos lo dicen todo: “El ajedrez judío” (al que consideraba débil, cobarde y oportunista) y “El ajedrez ario” (al que no dudó en calificar como vigoroso, valiente y lleno de inteligencia).
¿Acaso sus deberes hacia los nazis también incluían alguna delación?
Eso precisamente se rumoreaba entre los integrantes de la resistencia francesa, quienes se la tenían jurada.
No obstante, Alekhine se sentía en esa época a sus anchas. Hasta fines de 1943, tras recibir amenazas por parte de la organización de Francotiradores y Partisanos Franceses (FTPF), que reportaba al Partido Comunista. Entonces, con la venia de los alemanes, se estableció en España al amparo del régimen de Francisco Franco.
Planeaba regresar a París ni bien se aquietara su situación.
Pero la Historia le depararía otro golpe: la derrota del Tercer Reich. Así fue como el pobre Alekhine quedó nuevamente pedaleando en el aire.
A los 53 años, y sin haberse recuperado de las secuelas provocadas por una virulenta escarlatina, debía poner otra vez los pies en polvorosa.
Para entonces, en lo personal, había fracasado en otros dos matrimonios. Y en el contexto de la posguerra, con gran parte de Europa en ruinas, su título de campeón del mundo –que pudo conservar solamente por la parálisis de la Federación Internacional de Ajedrez durante el conflicto– valía menos que un billete de tres dólares.
En Madrid comenzó a sentirse perseguido. Atribulado por una paranoia regada con ingestas maratónicas de vodka, creía que lo seguían; veía agentes de la KGB en cada esquina. De manera que escapó a Portugal, gobernada por António de Oliveira Salazar, otro dictador filonazi.
Allí se alojó en un pequeño hotel de Estoril, de donde casi no salía. Su manía persecutoria crecía en proporción geométrica, al punto de entrar y salir a hurtadillas, sin que nadie lo viera.
Al anochecer del 24 de marzo de 1946, un camarero le dejó la cena en su habitación. A la mañana siguiente, ese mismo camarero le golpeó la puerta para retirar la bandeja. Pero Alekhine no respondió.
Recién al mediodía la policía volteó la puerta.
El campeón del mundo estaba tumbado en su silla, como dormitando; lo curioso es que vestía un grueso sobretodo.
Ante sí, sobre la mesa, había un plato de sopa que no llegó a tomar y un tablero de ajedrez con las piezas debidamente ordenadas.
Un uniformado intentó despertarlo. Fue inútil. Alekhine ya tomaba sus primeras lecciones de arpa.
Una última burla del destino sellaría la existencia de aquel individuo: su fallecimiento fue certificado por un veterinario.
Luego, la autopsia determinó que la muerte le sobrevino al atragantarse con un pedazo de carne.
¿Acaso el cuerpo de alguien que muere por asfixia, con la desesperación que ello supone, termina en una posición tan –diríase– abúlica?
Esa fue la pregunta que el maestro Piazzini se hizo, casi tres décadas y media después, mientras remataba el último sorbo de coñac.
Luego, simulando un tono confidencial, dijo:
–Alekhine fue un tipo difícil hasta para morir.
Y se retiró con pasos lentos.
Publicada originalmente el 26 de enero de 2024 por la agencia Télam
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“A Teresa la mató la policía”, por Hernán López Echagüe
El sábado 8 de junio, a los 89 años, falleció Miguel Rodríguez, el padre de Teresa Rodríguez, asesinada por una bala de la policía provincial en 1997 durante la represión de uno de los primeros piquetes contra el menemismo en Cutral Có, Neuquén. Sus padres lucharon toda la vida para obtener justicia. Murieron sin tenerla. Flor, su mamá, murió en el 2021. En este relato, las razones por las que fue asesinada Teresa Rodríguez quien se convirtió desde entonces en una bandera de lucha.
En su memoria, y la de todos los argentinos, Hernán López Echagüe comparte con el Archivo LCV un capítulo de su libro “La Política está en otra parte”.
Lunes 17
“El Cutralcazo fue fundamental”, me dice Juan al tiempo que, en vano, intenta sintonizar una estación de radio. “Podría decirse que muchos de los nuevos movimientos del país lo tomaron como ejemplo de lucha”. No sé cómo diablos agradecerle semejante gentileza; ha trabajado toda la noche, hasta las seis de la mañana, y ahora, las once ya, está a mi lado, garboso, lleno de energía, conduciéndome en su auto hacia Cutral-Có, ciudad que, suficiente fue anoche comentárselo al descuido, quería conocer, por su historia y con la idea de hacerme una escapada a la casa de los padres de Teresa Rodríguez. Pasamos por Plottier, luego Senillosa; la ruta es una infinita alameda de especies encumbradas y raquíticas tras la cual se extienden miles de manzanos quemados por la helada. Durante el viaje sólo hablamos acerca de las sucesivas puebladas que han signado la historia de los últimos años de la ciudad. El primer Cutralcazo, en junio de 1996, espontánea reacción de los pobladores que resolvieron ganar las calles enterados de que el gobernador Sapag pretendía derogar un acuerdo con la empresa canadiense Agrium para establecer una fábrica de fertilizantes; los piqueteros lograron no ya expulsar a los gendarmes, también la restitución de los servicios de gas y energía eléctrica a los desocupados y cientos de subsidios de desempleo. La pueblada de abril de 1997, cuando docentes, desocupados, estudiantes y coordinadoras de padres ocuparon las rutas y cortaron puentes a lo largo de tres días; la Gendarmería y la policía provincial, aleccionadas por la derrota anterior, acrecentaron de manera inaudita el número de la tropa y, no conformes con el desalojo de la ruta, irrumpieron en la ciudad a la caza de piqueteros; el pueblo no lo toleró; más de quince mil personas salieron de su hogar para hacer frente a la demencial invasión; al cabo de la indiscriminada represión, y más allá de decenas de heridos, en el asfalto de la ruta 17 quedó tendido el cuerpo de Teresa Rodríguez, mujer de veinticinco años, casada, tres hijos, empleada doméstica, víctima del balazo que le disparó un agente de la policía. De todas las semillas confiadas a la tierra, escribió Balzac, la que mayores y más poderosos frutos rinde es la sangre vertida por los mártires. El asesinato de Teresa Rodríguez ha sido un cabal ejemplo, pues el simple grito de su nombre, no sólo en Cutral-Có, sino en todos los cantos del país, adquirió una magnitud impensada.
En el acceso a Plaza Huincul me distrae la figura de un colosal dinosaurio, verdadera mole construída con varillas de hierro. Al pie, un gran cartel: “Plaza Huincul, cuna del dinosaurio más grande del mundo”. Veinte kilómetros más adelante, llegando a la plaza central de Cutral-Có, nos encontramos con Albino Tricanao, militante de Izquierda Unida que ha vivido la cruda experiencia del Cutralcazo y forma parte de un MTD. Innecesario es que refiera su ascendencia mapuche; el pelo azabache, liso y brillante, el tono de su voz y los rasgos de su cara se encargan de comunicármelo. Le sorprende mi visita. “Después de la pueblada vinieron todos. Hebe de Bonafini, los partidos de izquierda, todos; ahora es como que no hay nadie, se han olvidado, y la desocupación ya alcanza a doce mil personas, hay mucha bronca contenida, porque además hay cientos de procesados; cada dos semanas me citan a los tribunales, por atentado a la autoridad en una, otra por no dejar desenvolver normalmente el funcionamiento del municipio; me han allanado la casa, pero nunca me han detenido”. Albino tiene 33 años, diez hermanos, y nació en una familia de “crianceros”, es decir, gente que se ocupa de la cría de animales en el campo; con amargura cuenta que de la cultura mapuche a sus padres sólo les ha quedado la sabiduría para el telar. “Al menos tengo el apellido, que significa `caminante´, y buen honor le hago”. Al igual que Mosconi, Cutral-Có y Plaza Huincul son pueblos que florecieron, y posteriormente se difuminaron, a la sombra de YPF, razón por la cual todos los jóvenes cursaban estudios en escuelas técnicas, como Albino lo hizo, con la esperanza de conseguir empleo en la empresa todavía estatal. “La privatización acabó con todo, el éxodo de gente fue grande, la desocupación increíble. Fueron los años en que el Movimiento Popular Neuquino se dedicó más que nunca al clientelismo. ¿Vos querías una vivienda? Tenías que afiliarte. ¿Querías entrar al municipio, tener un empleo público? Tenías que afiliarte”. No le guarda respeto a político alguno, y, como personajes de la historia que algún tipo de influjo han tenido en su formación, menciona, con gravedad, a Marx, Freud, el Che y Piaget. “Son hombres que han pegado su ladrillo en la pared que nos sirve a nosotros para agarrarnos y ver qué hay del otro lado del muro”, dice y entonces lo asalta la exaltación. “En el país no hay una dirección que capitalice el descontento; hay que romper los sectarismos, no tenemos que delegar el poder a nadie, tenemos que hacerlo nosotros, como ha hecho Zanon; hay que amasar el pan con las propias manos. Hoy la gente empieza a decir: dame la harina que lo voy a hacer yo. La dinámica del 19 y 20 de diciembre no se detuvo, no es una foto, continúa, estamos construyendo, y nos tropezamos, y nos caemos, pero seguimos”. Juan nos interrumpe con elegancia; está preocupado, se ha hecho tarde, debe regresar a Neuquén en dos horas. Albino, el caminante, se ofrece para guiarnos hasta la casa de los padres de Teresa Rodríguez.
Don Miguel Segundo Rodríguez nos atiende en la puerta de su casa, una construcción pequeña e inconclusa; es un hombre entrado en años, de mediana estatura, cuerpo huesudo y magro. Al parecer, hemos llegado en el momento oportuno; acaba de almorzar, todavía no se había echado a siestear, de modo que le resultará un placer conversar con nosotros. Nos sentamos a una mesa de la cocina, donde aún persiste un espeso aroma a salsa de tomates, acaso guiso de carne; en una de las paredes laterales hay un gran retrato de Teresa, y en la habitación lindera veo uno de Che Guevara. Quiere saber qué estamos haciendo por allí. Le cuento brevemente el proyecto del libro, lo hago con recato pues temo que esté harto de visitas y por tanto me mande al demonio. No. Sonríe, casi gratificado; justamente anda ofendido con el periodismo porque han dejado de investigar el asesinato de su hija. “Hicieron puro amarillismo, pero yo sigo, no voy a parar hasta aclararlo”. Arrima la cabeza, acortando la distancia con mi oreja: “Podemos hablar claro, ¿no? Porque imagino que acá somos todos compañeros. Bueno, esta justicia no existe. No hacen nada. El poder, ese señor Sobisch esconde todo. A Teresa la mató un policía, y ya me le estoy acercando. Esa gente, el poder, se cree intocable, y yo voy a seguir hasta tocarlos”. Las palabras han sonado con férrea convicción; su fuerza de ánimo es mayúscula. De repente entra la mujer, una señora de semblante satinado y mirada cálida, con un album de fotografías que apoya en la mesa. “Muchas felicidades”, nos dice mientras da un rodeo por la mesa para besarnos a cada uno en la mejilla. “No sé si son padres, pero igual no les pregunto porque por ahí son y no lo saben”. Don Miguel suelta una risotada. “Cierto, me había olvidado”, dice. “Hoy festejé como siempre; comí fideos, vinieron todos mis nietos, estuve con Teresa”. Enseguida nos cuenta que su vida, luego del asesinato de su hija, cambió por completo; antes era un hombre huraño, callado, poco afecto a la charla con los vecinos. “Ahora no, voy y vengo, hablo con uno y con otro, organizo actividades en el barrio, si me llaman de Buenos Aires para algo, voy sin problema, siempre que me paguen el pasaje, claro”. Nos entrega el volante de un taller de teatro popular llamado “Tren-Ten”. “Esto lo organizamos con mi señora, es un homenaje para Teresa”. La mujer, que se ha quedado parada a sus espaldas, los brazos cruzados sobre el pecho, asiente con satisfacción. “Ya no me gusta la gente que no se mete, la gente que no se preocupa por el prójimo”, continúa don Miguel, la vista clavada en una vieja fotografía de Teresa adolescente, una hermosa muchacha de ojos redondos, “porque esto lo arreglamos entre todos los que somos compañeros o no lo arregla ni Dios”. Nuestra visita, pese a mi presagio, lejos de importunarlo le ha causado una inocultable alegría que no está en sus planes echar por tierra. Vamos, quédense a tomar unos mates, media horita más, dice una y otra vez. No, no podemos, nos encantaría, se lo agradecemos profundamente, pero debemos irnos. Nos acompaña hasta el auto. Me palmea el hombro: “Póngalo en su libro, ponga que no voy a parar hasta tocarlos donde más les duele”. Me toma del antebrazo: “Ah, y espero que me traiga un libro, porque las cosas están difíciles”.
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Lo que decía el “prócer” Carlos Menem (y lo que hizo), por Oscar Taffetani
Cuando Javier Milei leyó ante la Asamblea Legislativa su discurso inaugural el 1 de marzo de 2024, Taffetani, periodista memorioso, comenzó a revisar sus archivos hasta encontrar el ajado diario Nuevo Sur de 1989 donde había publicado una nota sobre el discurso asunción de Carlos Saúl Menem, en ese mismo ámbito, el 9 de julio de 1989. La relación entre ambos hechos ya fue establecida por el mismo gobierno actual, que decidió reemplazar el Salón de la Mujer de la Casa Rosada por un Salón de los Héroes (sic) donde el único presidente argentino de la democracia homenajeado fue justamente Carlos Saúl Ménem, procesado y condenado por hechos de corrupción y traición a la patria.En estos días la reubicación de busto del presidente Carlos Menem en la Casa Rosada vuelve a darle actualidad a su figura. La nota de archivo recuperada por LCV esta semana, pués, corresponde al desaparecido diario Nuevo Sur– y la rescatamos, como se dice ,“a todos los efectos”.
Algunos apuntes sobre el lenguaje presidencial, Por Oscar Taffetani
El discurso pronunciado ayer por el presidente Menem en el Congreso de la Nación constituye una pieza importante para el análisis de su ideario político, y también un sintético programa de gobierno, que valdrá la pena tener presente en el futuro.
Sabido es que a los “pragmáticos” se los conoce, fundamentalmente, por sus hechos. Pero los discursos, en tanto son textos públicos que operan sobre las conciencias al instante de ser pronunciados, también son hechos políticos.
No es tan importante saber quién los escribe como saber quién los hace propios y los lee como tales. Poco importa si Juan Carlos Portantiero escribió el “modernizante” discurso del Parque Norte de Alfonsín; el hecho es que Alfonsín lo leyó, lo adoptó.
Los columnistas y cronistas especializados ya han comenzado a viviseccionar la pieza oratoria leída ayer en el Congreso. Desde la perspectiva más amplia del campo ideológico-cultural, pueden hacerse unas primeras citas y observaciones que también serán útiles al lector.
“Argentina, levántate y anda”
El país como un imaginario Lázaro al que todos dan por muerto. La palabra del Nazareno —o la solemne palabra del orador “ante la mirada de,Dios y ante el testimonio de la historia”— le pide, le ordena que se levante y camine. Casi todo el discurso mantiene una entonación profética y una constante apelación a Dios. bajo la forma de plegaria.
“Se terminó el país del ‘todos contra todos’. Comienza el país del todos junto a todos”
La guerra de todos contra todos es una figura sobre la anarquía original que inventa Hobbes en su Leviatán. Lo que termina con la guerra de todos contra todos es la sumisión a un amo común, el Estado. La teoría de Hobbes y la de Locke son los más conocidos mitos fundacionales del capitalismo. Desde una perspectiva marxista, la nueva figura “todos junto a todos” encubre las relaciones de clase, ya que el “todos” comprende a explotadores y explotados. Desde una perspectiva cristiana, podría ser entendido como un llamado a la solidaridad social (que los ricos ayuden a los pobres y así).
“El país más hermoso es el que todavía no construimos. El día más glorioso es el que todavía no amaneció”
Cita del poeta comunista turco Nazim Hikmet (“La más bella criatura / todavía no ha nacido. / Nuestros días más hermosos / aún no los hemos vivido”). Poco más adelante de la cita, Menem recuerda cuando desde el calabozo y desde la tortura le pidió a Dios soñar con un día de rervindicación. La cita de Hikmet pertenece a Cartas, libro escrito —coincidentemente— en la prisión.
“A la Argentina la sanamos entre todos o la Argentina se muere”
Paráfrasis de una conocida exhortación de Perón. También se cita, al comienzo, el apotegma la única verdad es la realidad (“Yo llego con la realidad sobre mis espaldas, que
siempre es la única verdad”).
“Ha llegado la hora de que cada argentino tienda su mano al hermano, para hacer una cadena más fuerte que el rencor…”
Cita de una exhortación por la paz mundial del Papa Juan Pablo II (“una cadena de amor más fuerte que las cadenas de la guerra”).
“El gobierno que hoy se inicia va a ser un gobierno fuerte, Pero con la fuerza de la solidaridad y no con la fuerza de la barbarie”
Se emplea la categoría barbarie sin acotarla o darle precisión, si bien puede inferirse que la falta de solidaridad es barbarie. Presenta el vicio (¿o conveniencia?) de que un liberal sarmientino la puede interpretar a su favor,
“Vengo a anunciar ante los representantes del pueblo que a partir de este momento el delito de corrupción en la función pública será considerado como una traición a la patria”
Tal vez lo más feliz y concreto del discurso del presidente Menem. Ese pensamiento lo emparenta con el gran “fiscal” que fue José Luis Torres (Algunas maneras de vender a la
patria, Los perduellis) que denunció sistemáticamente los affaires “Tierras de El Palomar”, “Bemberg’”, “Bunge y Born” y “CHADE”). Torres compartía con Scalabrini Ortiz aquel principio del derecho romano que equiparaba el delito de corrupción con el de traición a la patria, y lo penaba con muerte, maldición y execración de la memoria. Muchos harán votos para que se cumpla esta promesa, y no pase con ella lo que pasó con la del ex presidente Alfonsín sobre la tortura y su tratamiento jurídico.
Queda para otra ocasión analizar las citas explícitas (López y Planes, Mallea, Borges, Marechal), las alusiones a principios doctrinarios del justicialismo, y algunos interesantes conceptos como el “culto de la excelencia” en el campo del arte y el saber o la síntesis emblemática “Borges y Marechal”’ (no tan feliz como sería “Borges y Discépolo”),
Oportunidad no faltará, en la medida en que comiencen a producirse (si es que ya no se produjeron) los hechos que dan definitivo contenido a las palabras.