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Opinión

“Échale la culpa al virus”, por Hernán Díaz Varela, desde Chubut

Es difícil pensar hoy por afuera del coronavirus. Hay un AC/DC, un antes y después (que por ahora es durante) del coronavirus. Su carácter pandémico modula cualquier reflexión sobre los comportamientos sociales, medidas económicas y decisiones políticas cuya razón o excusa es esa cadena proteica unida por una cinta de ácido ribonucleico a la que llamamos COVID-19 y que, en sentido estricto, ni siquiera tiene vida.

Por ello, parafraseando el título de una famosa aunque bastante mala comedia romántica de los años ochenta, de todo lo que sucede échale la culpa al virus.

En nuestra provincia, el coronavirus operó como doble capa protectora para el gobernador Mariano Arcioni, ausente del teatro de operaciones, cuyo escenario está acaparado, so pretexto del combate viral cuerpo a cuerpo, por el superministro de seguridad Federico Massoni, quien mediante una resolución a sola firma rubricó una suerte de prisión domiciliaria y restricción de compra de los ciudadanos en razón de su cifra final de documento. Esta medida viola no sólo la Ley de Ministerios I n° 667 (leer art. 12, atribuciones de los ministros) sino también el art. 159 de la Constitución del Chubut. Las protestas vía medios de comunicación y redes sociales se multiplicaron, y varios municipios optaron por desconocer semejante barbaridad jurídica y administrativa. Sin embargo, en el ingreso de los supermercados la policía provincial controla los documentos y se reserva el derecho de admisión. Así, como otros períodos pestilentes de la historia, la emergencia sanitaria alimenta las fantasías autoritarias de algunos funcionarios termocéfalos.

Que el ministro de Seguridad de la provincia se comporte como un patán no es el mayor de nuestros problemas; mucho peor es que calle su jefe político, el evanescente gobernador Arcioni, ya que no dictó ningún decreto que avale semejantes atropellos y guarda al respecto un estrepitoso silencio. En el medio de este naufragio institucional que incluye la mora de dos meses en el pago de salarios y haberes jubilatorios estatales, resultan patéticos los pantalones cortos del ministro de Salud, Fabián Puratich, quien ha reducido su rol al de locutor, al repetir prolijamente los comunicados que antes transmite en rueda de prensa la doctora Carla Vizzotti, funcionaria de primera línea del Ministerio de Salud de la Nación. Cualquier medida en terreno en nuestra provincia debería ser sugerida al gobernador por Puratich -o al menos llevar su firma- ya que estamos en emergencia sanitaria, no de seguridad. Somos ciudadanos y ciudadanas que cumplimos –mayoritariamente- el protocolo de aislamiento y distanciamiento social que fija el Decreto Nacional n° 297/2020 y que, con mensajes claros, serenos y consistentes, difunden las autoridades sanitarias nacionales. Evidentemente, el presidente Alberto Fernández es, por lejos, el mejor comunicador social en este contexto de estas medidas de restricción ambulatoria. El presidente trató anteayer de “miserables” por cadena nacional a los empresarios argentinos, en directa alusión a Paolo Rocca, quien despidió a 1450 trabajadores de Techint la semana pasada. Nadie se salva solo. Hay que ponerse en el lugar de otro. Llegó el momento de que los empresarios ganen menos. Y todos, ricos y pobres, deben respetar la cuarentena.

Precisamente, quienes se han rebelado contra este imperioso pero absolutamente necesario modus han sido los ciudadanos más favorecidos del sistema, los impunes, los displicentes millonarios o los tilingos de clase media, sujetos aspiracionales desclasados que pretenden amnesia de origen pero que, a la vez, no tienen lugar ni silla en la mesa de los ricos.

En este sentido, y contraviniendo los protocolos nacionales, la semana pasada el ministro Massoni autorizó la “reprovincialización” de chubutenses que viajaron al exterior y deberían haber cumplido su cuarentena a su llegada en Buenos Aires. Sin embargo, estos “notables” fueron paseados por toda la provincia, y algunos transitaron desde Playa Unión hasta Esquel. Así opera la doble vara de un ministro al que el poder político –básicamente el gobernador y el procurador general- avala tácitamente.

Hoy, el problema de seguridad más grave para los chubutenses es que Massoni ande suelto y al garete, actuando un rol que no le compete y extralimitándose en “el cumplimiento de su deber”, para usar un lenguaje que tanto le place.

Que no se confundan los apologistas del Estado policial. Si todavía Chubut mantiene invicto sus status sanitario en medio de esta pandemia no es por las violaciones de domicilio, abusos de autoridad y detenciones ilegales que se perpetran a diario, sino por la conciencia cívica y la responsabilidad de sus habitantes.

Individualismo solidario

Al momento en que escribo este artículo no se han registrado casos de coronavirus en la provincia. La mayoría de la población se autoprotege, entiende las medidas de aislamiento domiciliario y de distanciamiento, se autorregula en los ingresos de los comercios o dependencias públicas, generalmente servicios de guardia sanitaria, y no anda paseando por la calle ni tomando sol en espacios públicos. Entiende que “cuidarse es cuidarnos” y está atenta a las indicaciones y protocolos indicados por Nación más que al anecdotario provincial.

Asimismo, hay muchas personas, anónimas, invisibles, que están exponiéndose por los demás, y no me refiero sólo a las guardias hospitalarias, o a los pilotos y azafatas de la aerolínea de bandera que hoy siguen repatriando argentinos, sino a los recolectores de residuos, a los campesinos que cosechan los tomates y las verduras que comemos todos los días, y los transportistas de esos y otros alimentos y elementos esenciales para la vida cotidiana.

Ya llegará el tiempo de buscar orígenes virales en bellos pangolines, en novelescas mutaciones góticas de murciélagos o conspiraciones imperiales estadounidenses o chinas, pero hoy el hashtag #quedateencasa condensa semánticamente la única medida válida para mitigar los efectos de la pandemia y no hacer colapsar el sistema público de salud prolijamente degradado, desfinanciado y desarticulado durante el gobierno de Mauricio Macri.

Cuando pase el temblor

Pero el día después de mañana todo pasará. Obviamente, el mundo no será el mismo, la ficción del capitalismo para todas y todos se habrá derrumbado, y quedará al desnudo la verdad de un sistema que se sostiene en la desigualdad estructural que su propia dinámica genera y profundiza. La plutocracia ha encontrado su propio límite.

Anticipando este escenario, el presidente de la Reserva Federal de EEUU, Jerome Powell, estimó que la desocupación post pandemia llegará al 30 % en su país. Para entender la magnitud del desastre, la última medición mensual la ubicó en menos del 4%. El neoliberalismo global desbocado se pisó los cordones y rodó cuesta abajo. La pandemia sólo aceleró la recesión en ciernes que es inherente a los ciclos del capitalismo desde sus orígenes históricos. La última de esas crisis recurrentes fue en 2008, de la cual los países centrales fueron saliendo lenta y dolorosamente a costa de precarización laboral, recortes de la inversión social –llamada “gasto” por el establishment-, endeudamiento externo y conflictos políticos internos.

Y en este punto, ya no habrá más excusas. El gobierno provincial deberá hacerse cargo de la crisis con medidas similares a las que viene tomando Nación. Su torpeza política, impericia funcional y matriz autoritaria quedarán expuestas ante una ciudadanía que viene haciendo todo bien, siguiendo las instrucciones del capitán Beto por sobre sus grumetes locales que, como la única herramienta que conocen es el martillo, todos los problemas son clavos. Y sin virus, en la provincia, sólo quedará el esperpento.

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Variaciones sobre el miedo y los mieditos, por Hernán López Echagüe

Me causa miedo el miedo que le tengo a todos los retóricos y engañosos mieditos que el miedo colosal, ese de mil patas, echa a rodar por todas partes. El miedo ha sido siempre el nervio motor de la historia, ha marcado los pasos de las sociedades. Bien lo saben los católicos apostólicos romanos. Miedo al infierno, a la muerte, a la enfermedad, a la pobreza, al castigo, al dolor. Mete miedo el miedo.

No hay, sin embargo, peor miedo que ese sórdido miedito al miedo que provoca la cosa de disentir, de conversar. De escuchar.

La prudencia, es decir, la templanza, la cautela, suele obrar a la manera de advertencia ante situaciones que, presuntamente, son dignas de temer. Desde el interior, la prudencia nos susurra al oído: “No, mejor permanecer quieto, no abrir la boca, detener la respiración, alejarse …”

Hoy impera una sombría prudencia, fundada en un océano de mieditos fraguados, que conduce a la inercia y a la quietud, al silencio y al encierro, al aislamiento y al desdén. Prudencia triste, y, por sobre todas las cosas, imprudente. La existencia, condenada a mascullar palabras anodinas entre cuatro paredes. Miedito al vozarrón del dueño del miedo. Ese asunto de temerle a la palabra, al desacuerdo.

Y entonces el miedo al miedo, en una trabazón fantasmagórica, alumbra un miedito tras el otro. Del temor al infierno, a la muerte, a la enfermedad, a la vejez, al dolor, a la soledad, a la guerra, empiezan a nacer muchos mieditos que, cuando atacan en tropel, sumergen al hombre en un estado cataléptico. Océano de mieditos en el que navega, a sus anchas, el miedo abismal. El miedo a ser. O sea, la loca rutina de limitarse a estar, a permanecer.

Cambian los nombres de los dueños del miedo. Pero la esencia del miedo, y su propósito, el descalabro de la identidad, el sometimiento al hábito de someterse y vivir como en rebaño taciturno, continúan intactos. Pena que los mieditos jamás se le rebelan al miedo. Quizá lograran despojarlo de un par de patas, y entonces el miedo comenzaría a perder algo de garbo y equilibrio, y, con el correr del tiempo, quizá acabaría desmoronándose.

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Brecht y la solución, por Américo Schwartzman

En 1953, en Alemania Oriental (la Alemania “Comunista” de la posguerra) el gobierno realizó un ajuste bastante brutal (sí, no solo la derecha ajusta). Un grupo de obreros de la construcción decidió hacer huelga, el 17 de junio, y de a poco fueron miles los que se sumaron. Las autoridades soviéticas reprimieron el levantamiento popular de manera bestial.

No se sabe (aún hoy) cuántas personas fueron asesinadas, pero las estimaciones van de 55 a 383, con miles de detenidos e incluso (dato tremendo) con soldados soviéticos fusilados por negarse a matar obreros rebeldes.

Fue en ese contexto en el que el gran Bertolt Brecht (quien había decidido vivir en Berlin Oriental tras su “desexilio”) escribió un breve e irónico poema titulado “La solución”, muchas veces citado, pero pocas veces contextualizado.

Brecht, un genio del teatro y de la filosofía (que desplegó de manera abundante y original en su dramaturgia) era un marxista pero también era un genuino libertario (de verdad, no como los payasos funestos que hoy usurpan esa palabra). Por eso hay incluso quienes creen que murió (en 1956) por decisión de la policía secreta soviética. La Unión de Escritores, para sorpresa y decepción de Brecht, en ese junio tremendo, en lugar de repudiar la represión, repudió el alzamiento popular, y su secretario Kurt Barthel, escribió una ominosa carta a los trabajadores donde les reprochaba haber traicionado al gobierno “comunista” y les decía: “Reconstruir una confianza traicionada es muy, muy difícil”.

Ese es el punto de partida del poema de Brecht. Con el contexto, creo, se disfruta más. Y por supuesto, se aplica a todos los gobiernos prepotentes y elitistas (aunque se crean “de izquierda”, o incluso, en especial a ellos) que se creen que son más importantes que el pueblo. Que puede equivocarse (en democracia, solo el pueblo puede equivocarse) pero no abolirse, como imaginan (según ironiza Brecht) los mandones y dictadores de toda laya, en especial los que se dicen “libertarios” y son… bueno, la peste que conocemos.

LA SOLUCIÓN, Bertolt Brecht

Tras el levantamiento del 17 de junio

el secretario de la Unión de Escritores

ordenó la distribución de folletos en la avenida Stalin.

El pueblo, leemos, ha perdido por su culpa la confianza del gobierno

y sólo redoblando sus esfuerzospodría recuperarla.

¿No sería

entonces más sencillo para el gobierno

disolver al pueblo

y elegir otro?

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Todo está en peligro. Estamos en peligro, por AFPA

Están en peligro el ejercicio efectivo de tus derechos.

Porque están en peligro las instituciones estatales, al estar en peligro la continuidad laboral de aquellos y aquellas que con su labor cotidiana (en algunos casos, de décadas) hacen que los organismos funcionen a favor de quienes más necesitan que el Estado esté presente.

Desde la Asociación de Archivistas en la Función Pública declaramos, denunciamos, gritamos a quién quiera (y deba) oír que con el desmantelamiento de las instituciones públicas, y, en especial de las áreas de gestión Documental y Archivos están en peligro:

– La posibilidad de conocer la Historia a través de documentos debidamente preservados, tratados y puestos al acceso público

– La posibilidad de una continuidad administrativa eficiente protegiendo la memoria institucional reflejada en los documentos producidos por las propias organizaciones del Estado

– La posibilidad del efectivo ejercicio de derechos individuales y colectivos basado en documentos con su debida cadena de custodia (analógica y digital) garantizada

Muchas de las personas de esta Asociación hemos recibido o dado clases introductorias de Archivística con un texto disparador de la novela 1984; aquél en donde Wilson “descubre” que el Partido, manipulando (o destruyendo, es lo mismo) los Archivos puede cambiar la Historia, cambiando el registro del pasado controlan el presente y el futuro…nunca pensamos que podríamos estar en la antesala de esa escena.

Convocamos a cada archivista a pronunciarse en contra de este neo-terrorismo de Estado y defender los Archivos públicos, como decíamos, a favor de toda la ciudadanía y en especial de quienes más lo necesitan.

Asociación de Archivistas de la Función Pública

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