En otros ámbitos y oportunidades, me referí a la actitud prudente que debemos tener los lectores ante los premios literarios. Los hay insospechables y sospechosos, unos muy bien dotados económicamente y otros menos, pero que confieren prestigio a los libros galardonados e influyen en el aumento de sus ventas. El premio Nobel, que significa una suma importante, no tiene relación directa con el crecimiento comercial de un libro. El Goncourt, que aporta un franco a la novela premiada, repercute espectacularmente en la circulación.
En nuestro país, el premio Fundación Filba-Medifé, patrocinado por esta empresa de medicina prepaga y la entidad que organiza el Festival de Literatura de Buenos Aires, ligada a la librería y editorial Eterna Cadencia, ha ido creciendo en importancia desde que se otorgó por primera vez a El último Falcon sobre la tierra, de un entonces ignoto autor, Juan Ignacio Pisano, publicada por una minúscula editorial de Rosario: Baltasara.
Su importe en 2023 fue de mileinizados $ 1.200.000 y lo discernió un jurado notable: María Moreno, Betina González y Federico Falco, quien lo había ganado el año anterior con Los llanos, que también fuera primera mención del premio Herralde de novela otorgado en Barcelona.
Lo obtuvo una obra absolutamente original y espléndida: El ojo de Goliat, de Diego Muzzio, escritor argentino radicado desde hace años en Francia, que se impuso sobre otras cuatro finalistas. Muzzio había publicado antes Las esferas invisibles, nouvelles ambientadas en Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla y los cuentos de Novecientos canguros, y también poesía y relatos para niños. La edición lleva el sello de la muy innovadora y exquisita Editorial Entropía.
Se trata de una novela novecentista, en el sentido de que, como las que se escribían en ese siglo, narra todo el tiempo, como establecía la normativa de entonces para la literatura. Totalmente actual en el lenguaje, la trama, dividida en tres partes, atrapa desde la primera línea. Hay un hospital psiquiátrico privado, ubicado en Escocia, cerca de Edimburgo, regenteado por el Dr. Pierce, un psiquiatra partidario del uso de la hipnosis como método de cura para enfermos mentales en lugar de los muy brutales tratamientos en uso en la época.
Hay una empresa escocesa dedicada a la construcción y reparación de faros, que contrata a un ingeniero para que viaje al sur de la Argentina para constatar el estado de un faro construido por ellos en un islote al que se llega desde Ushuaia. El ingeniero se instala en la soledad del faro semidestruido, cuyo último farero enloqueció y murió en el islote y, progresivamente la furia del mar, los pájaros que lo asedian, especialmente un enorme albatros, tal vez imaginario, terminan sumiéndolo en la locura, la que no le impide llevar un minucioso diario de su mala vida en el lugar. Cuando finalmente lo rescatan, una compulsión imposible de contener lo lleva a dar brazadas de nadador en tierra y en cualquier lugar: la compañía lo lleva al manicomio de Pierce para que sea tratado..
El Dr. Pierce, que padece tremendos dolores tremendos como secuela de la presencia en su cráneo de una esquirla que no pudo ser extirpada: una bomba estalló en la trinchera desde donde combatía contra los alemanes en la Primera Gran Guerra. Cerrando el círculo, en la tercera parte Pierce se encuentra y debate con un colega alemán que descree de sus métodos. Este que habría tratado en su país, descartando una posible enfermedad mental, a quien luego sería Adolf Hitler. El final de ese encuentro sorprende. Y mucho.
Como dice en la contratapa Luciano Lamberti, reciente ganador del premio Clarín-Alfaguara, que dedicó a los 30.000 desparecidos, algo inesperado en el marco del acto organizado por Clarín (nada menos) en el Teatro Colón de Jorge Telerman (nada menos), “Los verdaderos libros parecen estar fuera del tiempo, más allá de las modas y nuestra acotada experiencia…Muzzio ha escrito esta novela fascinante, delicada y poderosa a la vez, sobre el inestable equilibrio en el que se asientan nuestra propias vidas.” Imposible expresarlo mejor.
Los fundamentos del fallo del jurado son muy convincentes. “El ojo de Goliat es una novela alucinante y alucinada, cuyos escenarios se quedan en nosotros por largo rato. (…) Combina con elegancia y maestría tanto la tradición argentina de la literatura de pura invención que cultivaron Borges, Ocampo y Bioy, como la tradición europea de lo sobrenatural que tiene en Stevenson a su principal referente.” “Una proeza literaria: ajustada, meticulosa, con guiños a autores clásicos y varios niveles posibles de lectura, un puro y majestuoso deslizamiento hacia el horror” (del voto de Betina González).
En tiempos en los que el país ofrece marcos cada día más aterrorizantes, leer El ojo de Goliat permite sumirse en realidades menos preocupantes, maravillosamente relatadas.