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Libros y alpargatas

Tres libros para la pandemia, por Cecilia Fanti

Cecilia Fanti, dueña de Céspedes Libros, nos recomienda tres lecturas imprescindibles para pasar un buen rato durante la pandemia.

Una novela real, de Minae Mizumura. “A través de un personaje te cuenta toda la historia cultural y política de Japón. Hay problemas amorosos, familiares, generaciones. Es una de las mejores novelas que leí en mi vida, y uno de los recomendados que nunca falla”

Desierto sonoro, de Valeria Luiselli. “Toma la problemática de la frontera entre México y Estados Unidos con algo muy actual de política internacional, que son estos niños que separaron de los padres cuando intentaron ingresar a Estados Unidos de manera ilegal. Es una novela muy cruda, incómoda y con un ritmo muy hipnótico.

Las pequeñas virtudes, de Natalia Guinzburg. “Es un libro de ensayos que ella fue publicando en distintos medios a lo largo de su medio. Ella dice que es una escritora de las pequeñas cosas, de lo cotidiano, y estos son todos pequeños ensayos que hablan de eso. Es uno de esos libros que no dejas de subrayar nunca, porque todo lo que dice te interpela. Y son textos que ella escribió entre la década del 50 y la del 80, y nos hablan como si hubieran sido escritos ayer. Eso es parte de la magia de la literatura”

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Lecturas obligatorias 2, por Daniel Divinsky

Si hay un dramaturgo argentino de la última década del siglo XX y las primeras del XXI, que es grande como una casa pero como una casa grande, ese es Mauricio Kartun.

Responsable de Terrenal (Pequeño misterio ácrata) uno de los mayores sucesos escénicos de los años recientes, tanto por su repercusión crítica como por la de público, con varias temporadas en cartel a sala llena, es autor de una serie de obras que fueron memorables por distintos motivos. La penúltima, La vis cómica, que todavía puede verse en Buenos Aires, es una incursión en el teatro “de época”. Anteriormente fueron Ala de criados, La madonnita, Salomé de chacra, Chau Misterix, para mencionar solo algunas. También publicó una recopilación de ensayos sobre teatro, Escritos 1975-2015 y un libro de recuerdos sobre su barrio de infancia en el partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires: Rectángulo de San Andrés.

En el discurso inaugural de una Feria del Libro de Buenos Aires, Roberto “Tito” Cossa dijo que “el dramaturgo es un escritor con capacidades diferentes”, la forma “políticamente correcta” de aludir a las peculiaridades de lo teatral.

Y Kartun ha decidido evadir ese encasillamiento de manera oblicua, publicando su primera novela: Salo solo. El patrullero del amor, editada por Alfaguara y que se presentó en la edición número 47 de esa misma Feria, que tuvo lugar en estos días.

Adelantemos el juicio: es un libro desopilante, que se lee a carcajada limpia, y fue generado en una fuente que no se hubiera sospechado un alojamiento digno de textos con permanencia: Facebook. No soy devoto de las redes sociales, ni pretendo ignorar su existencia e influencia, (muchas veces nefasta), pero quienes sigan los posteos de Kartun allí, descubrirán que como las lenguas en la historia que se le atribuye a Esopo, dan para todo lo bueno junto a todo lo malo. En entregas sucesivas el autor fue contando la historia al mismo tiempo conmovedora y divertida, del protagonista, Salomón Goldfarb.

Es un sexagenario, “menudito”, tempranamente viudo y retirado de su actividad como peletero cuando el uso de la piel de animales silvestres como abrigo fue descalificado por la sociedad, que se lanza, impulsado por su psicólogo, a “patrullar” las calles a la búsqueda de amor y sexo.

Empieza por intentarlo en Tinder y se ve envuelto en una peripecia con los “pro-vida” que lo pone al borde de la muerte por asfixia. Y sigue probando en el grupo político que integra una prima con quien mucho tiempo atrás “pasó algo”, en talleres teatrales, clases de baile, etcétera.

Lo que atrapa al lector, además del humor que aparece constantemente, es la fluidez del estilo: se lee como quien se desliza por una pendiente nevada o por un médano y se desea que el libro no termine nunca.

En el acto de presentación en la Feria, el autor contó que, en pandemia, cuando dejó de escribir teatro porque tenía varias piezas sin estrenar, encontró en Internet una página para “sexagenarios solos de la colectividad” y allí vio algunos de los quince lugares a los que recurre su personaje. Pero agregó que, una vez terminado el libro, que recopila lo que fue publicando en Facebook en cómodas cuotas, descubrió ocho lugares más, lo que hace esperar una secuela.

Aunque se incluyen algunas expresiones en idish en el texto, –el autor declara no conocer sino algunas expresiones en ese idioma–el lector “gentil” no tropezará allí: de ninguna manera se convierten en obstáculos para la comprensión: solo agregan “color local”.

En la presentación en la Feria, Kartun contó que la idea le surgió conversando en Cariló, donde se habían refugiado por la pandemia, con otro dramaturgo, Eduardo Rovner, que falleció tiempo más tarde. Rovner, muy divertido, le dijo que, ante su permanente llanto en sesión luego de haberse separado de su primera mujer, su terapeuta le aconsejó que “circulara”. Y comenzó un curso sobre Spinoza: “un curso es siempre un lugar en el que se puede conocer gente”. “Ahí Kartun pescó algo así como un perfume: ‘En ese gran impulso hay una fuerza, Los que escribimos teatro sabemos que necesitamos un conflicto, una energía que mueva todo. ¿Hay una fuerza más grande en el mundo que salir a buscar amor y sexo? ¡No hay! ¿Hay algún impulso que haya creado más cosas que la búsqueda del afecto?”. (Citas de Agustina Larrea en su columna “Mil lianas” en eldiario.ar).

“Creo mucho en la belleza del que ríe” afirmó el autor y recordó que la muy citada frase de Sartre puede complementarse: “El infierno son los otros, sí, pero también el paraíso”.

Como se sabe que los libros no son baratos, si decide romper el chanchito, en este caso el dispendio estará muy justificado.

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Destacada

Lecturas obligatorias/1, por Daniel Divinsky

El título que decidí dar a estas columnas es una referencia irónica a los textos literarios que nos daban en el colegio secundario en mis tiempos de estudiante, sin posibilidad de elegir. A menudo se trataba de obras añejas y lectura engorrosa, con sanas excepciones.

Porque pienso como Daniel Pennac, estupendo novelista y ensayista y profesor de Letras francés, que “el verbo leer, como el verbo amar, no puede conjugarse en modo imperativo”. Pero con muchos libros comparto el fanatismo de un amigo ya fallecido quien, cuando le gustaba enormemente alguno, lo recomendaba con este énfasis: “¿Viste esas sectas cristianas que bautizan a los chicos apenas nacen, para que si se mueren enseguida puedan ir al Cielo? Bueno, este libro leelo ya mismo, por si te morís esta noche…”.

Y el primero que pondré en esa lista es la novela Volver la vista atrás, del colombiano Juan Gabriel Vásquez (Editorial Alfaguara, 476 páginas, $ 7.900; hasta hace poco se conseguía solo en versión electrónica, pero ahora es accesible en papel, para quienes puedan romper el chanchito –si lo tienen–).

Había leído antes otras novelas del autor, nacido en Bogotá en 1973. Entre ellas me había fascinado Historia secreta de Costaguana, la saga de una familia en el marco de la forzada independencia de Panamá, que se separó de Colombia con el apoyo indisimulado de los Estados Unidos, para que estos pudieran construir el Canal interoceánico.

El título del libro al que me refiero ahora remite a un verso del famoso poema Caminante, no hay camino, de Antonio Machado y es otra saga familiar “basada en hechos reales” (como advierten ahora muchas películas y series), esta vez con una carga política mucho mayor.

Se basa en la historia de la familia Cabrera, fundada por el anarquista español Fausto, exiliado republicano primero en República Dominicana, luego en Venezuela y finalmente en Colombia, donde devino muy importante y exitoso director teatral. Fausto Cabrera se casa con una dama de familia poderosa y rica, pero que tiene arraigadas ideas de izquierda. Ellos, tras una experiencia personal de los padres en la República Popular China (ambos militan en el partido maoísta local), envían a sus hijos adolescentes a formarse política y personalmente en Beijing. Lo que sucede a esos chicos en el marco de la Revolución Cultural y el apogeo de los Guardias rojos, parecería entraría en el campo de la ciencia ficción, si no fuera tristemente cierto.

El relato se enhebra a partir de los que cuenta Sergio Cabrera, el hijo varón, quien luego de la experiencia se enrola en una de las ramas de la guerrilla colombiana, pasa a la clandestinidad y aplica los conocimientos sobre lucha armada recibidos en China. Luego de infinitos avatares, renuncia con grandes penurias a esa afiliación, permanece clandestino, parte al exilio hasta ser amnistiado y se convierte en un prestigioso y laureado director cinematográfico (en nuestro país se han visto algunas de sus películas: La estrategia del caracol e Ilona se va con la lluvia, basada en una novela de Álvaro Mutis.

Para coronar el ciclo –y esto ya no aparece en la novela—el presidente Petro designó a Sergio embajador en esa China que tan bien llegó a conocer.

A pesar de su extensión, el libro se lee casi sin respirar. Su estilo es austero, sin preciosismos literarios y participa de la premisa “en cada frase un hecho, sobre cada hecho una información”, algo que no lo convierte en una mera crónica.

Conocí a algunos argentinos, –incluso amigos cercanos–, que fueron a la República Popular a recibir entrenamiento militar y tuvieron que digerir efectos secundarios. En esta novela se cuenta el colmo del ridículo al que se llegó –además de otras situaciones realmente atroces—cuando los Guardias rojos se dedicaron a desarmar los semáforos de tránsito para invertir las luces: la roja, se convirtió a fuerza de destornilladores, en la que permitía el paso, porque era el color del Partido y de la Revolución.

Atención: muy lejos está de ser un libro macartista. Solo refleja, casi con piedad, los excesos a los que suele llevar la sobredosis de ideología.

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Destacada

Otto René Castillo y Bertolt Brecht en la guerrilla. Poesía y revolución –Parte III, por Pablo Solana

“El revolucionario es un poeta en acción”. Tomás Borge

“Mi vida en la guerrilla es mi más grande poesía”. Otto René Castillo

Con 32 años y un prestigio literario bien ganado, Otto René Castillo decidió sumarse a la lucha armada. Hizo tareas de formación política y teatro con los guerrilleros. Cayó en manos de un capitán del ejército que con torturas le cobró su arte: “¿Así que vos sos el poeta que dice que se quedará sin voz para que Guatemala cante?”. Su cuerpo continúa desaparecido. Su poesía, en cambio, por ahí anda, aunque todavía no del todo valorada.

El guerrillero tenía superpoderes, o más bien artefactos que le daban talentos especiales. Algo más parecido a Batman que a Superman. Llevaba unos anteojos con los que veía el futuro, una boina que lo volvía muy inteligente, unas botas “siete leguas” –esas de montar bien estilizadas que animan más de una leyenda centroamericana– que le permitían andar y andar por la serranía sin cansarse. Y una brújula que lo orientaba, pero no en la geografía sino para diferenciar lo que estaba bien de lo que estaba mal. Otro talento sí le era propio, no dependía de utensilios: en el último tiempo había desarrollado un corazón tan fuerte que le permitía amar en todos los sentidos imaginables: podía enamorarse, querer con devoción a niños, niñas y personas mayores que necesitaran cuidado y, por supuesto, amar a su pueblo y a su patria como el que más.

Sin embargo, en un descuido, un soldado con el que se cruza en la sierra le dispara y lo captura. Le saca los lentes, la boina, las botas y la brújula y se calza todo él, pero no logra demasiado. No consigue sentirse querido por las familias campesinas. Entonces golpea al guerrillero para que le diga el secreto. Éste le contesta que más allá de los artefactos, para desarrollar un corazón fuerte y poder amar al pueblo y que el pueblo lo respete, el único secreto era sumarse a las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). Dejar el ejército y pasarse a la guerrilla.

El soldado, enfurecido y nublado por la impotencia, vuelve a golpearlo hasta la muerte. Arranca su corazón en busca de una respuesta que le permita comprender el misterio del amor.

Los gritos con los que increpa al guerrillero aun después de muerto llaman la atención de unas familias campesinas. Se acercan y, cuando ven la situación, la emprenden contra el asesino. Aunque no tienen armas, vengan a golpes el crimen del guerrillero.

Se llevan el cuerpo del revolucionario caído. Junto a todo el pueblo, le dan sepultura y le rinden los honores correspondientes a un héroe popular.

Así recuerda el comandante guerrillero César Montes una de las obras de teatro que Otto René Castillo montó en el campamento del Frente Edgar Ibarra de las FAR. Seguramente después del final, en medio de la congoja por el entierro del héroe, quienes actuaron y quienes presenciaron la obra se quedaron debatiendo la historia. “Otto explicaba con suma sencillez cómo un gran autor alemán, Bertolt Brecht, había hecho teatro renovando técnicas y temas”, recuerda Montes. Antes de autorizar el experimento, habían discutido:–¿Y vos creés que voy a poner a nuestros combatientes, experimentados y endurecidos por los enfrentamientos y las dificultades, a hacer teatro? –había dicho el comandante.

–Creo poder hacer, con el teatro, lo que no se puede lograr con las balas —replicó el poeta. Montes reconstruyó en un libro con sus memorias la anécdota, y el argumento que Castillo le dio: –Las balas de tus combatientes pueden hacer mucho frente al enemigo, pero el teatro puede provocar cambios en la mentalidad del pueblo, en su formación y en su participación. Eso no se puede lograr con los fusiles. Te propongo presentar obras de teatro concientizadoras que permitan profundizar y ampliar la integración popular al proyecto político; precisamente el tipo de teatro que la sociedad burguesa no nos permitiría jamás representar. Un proyecto político así va a ser defendido después por el propio pueblo, aunque en un principio no tenga armas; ya se harán de ellas, para defender mejor sus derechos.

Después de escucharlo, el jefe lo dejó hacer. Tenía otro esquema en la cabeza cuando lo había designado responsable de la formación ideológica del Regional Oriental de las FAR, pero confió en él. Otto René Castillo, que en sus ratos libres leía una edición de Das Kapital de Karl Marx, así, en idioma original, puso a prueba obras de teatro y diseñó un plan de alfabetización, porque muchos de los campesinos que se sumaban no sabían leer. Pasaron algo más de tres meses hasta que le sucedió lo que al protagonista de su obra. “Aunque a él no le pudimos rendir honores porque desaparecieron su cuerpo”, recordará Montes. “La historia ama las paradojas”, sentenció alguna vez Brecht, portador de un humor ácido a prueba de tragedias.

Antes de indagar en esos fatídicos días de marzo de 1967, recuperemos el contexto histórico por el cual Otto, al igual que miles de jóvenes, intelectuales, obreros y familias campesinas se volcaron a la lucha armada.

Una hoja que cae toda llena de otoño

Compañeros míos

yo cumplo mi papel

luchando

con lo mejor que tengo.

Qué lástima que tuviera

vida tan pequeña,

para tragedia tan grande

y para tanto trabajo

No me apena dejaros.

Con vosotros queda mi esperanza.

Sabéis,

me hubiera gustado

llegar hasta el final

de todos estos ajetreos

con vosotros,

en medio de júbilo

tan alto. Lo imagino

y no quisiera marcharme.

Pero lo sé, oscuramente

me lo dice la sangre

con su tímida voz,

que muy pronto

quedaré viudo del mundo.

En la Parte I mencionamos las circunstancias nodales de su vida, su obra y su compromiso revolucionario: la crianza en una familia politizada, la adhesión al gobierno nacionalista de Jacobo Árbenz, su militancia juvenil y su ingreso al Partido Guatemalteco del Trabajo. En la Parte II indagamos en el vínculo profundo, revelador, que mantuvo con su amigo, colega y camarada salvadoreño Roque Dalton.

Situémonos ahora en los años previos al desenlace. Las dictaduras que sucedieron al golpe de estado de 1954 no hicieron más que endurecer la persecución contra los sectores democráticos. Pero no será sino hasta el año 1962 cuando tomen forma las primeras organizaciones guerrilleras en Guatemala.

Campesinos en acción

En mayo de 1960, a poco de la entrada victoriosa de Fidel a La Habana, el PGT en el que Otto militaba definió en su III Congreso, realizado en la clandestinidad, la validez de “todas las formas de lucha”. Él seguía los acontecimientos desde la Alemania comunista, donde había ido a estudiar por medio de una beca facilitada por el Partido. Aun a la distancia comenzó a tramar su acercamiento a la lucha armada. En enero de 1962 decidió dejar los estudios e integrarse a la brigada de cineastas que dirigía el holandés Joris Ivens, quien se proponía documentar las insurgencias latinoamericanas desde adentro. Para ello, el entrenamiento del grupo constaba de formación cinematográfica pero también militar.

Ese mismo año se crean las FAR en su país. La organización tuvo en común con otras guerrillas latinoamericanas la incorporación de jóvenes provenientes del partido comunista (PGT, en el caso de Guatemala) que renegaban de las tesis pacifistas promovidas por la Unión Soviética. Pero, a diferencia de la mayoría de los otros grupos armados, en este caso confluyeron además un grupo de militares nacionalistas como el Teniente de Infantería Luis Augusto Turcios Lima, exoficial del Ejército de Guatemala, quien se convirtió en el principal dirigente de la guerrilla en esa etapa. Las FAR se hicieron notar por medio de emboscadas al Ejército, toma de poblaciones y sabotajes económicos. Durante los años 1964 y 1965 lograron sortear dos ofensivas militares, pero los golpes se sucedieron. Para finales de 1966, cuando Otto René finalmente se suma, los frentes guerrilleros estaban debilitados.

Escala en Cuba: Y ahora quiero caminar contigo

Me voy,

ya no soy más

el áspero monólogo

que se repite en esperanza.

Ahora soy el abandonado, la hoja

que cae del árbol

toda llena de otoño

que habrá de sentir

durante algún tiempo todavía

la bondadosa presencia

                                    del árbol.

“Alguien me ha contado que él estuvo allá, en la preparación de la guerrilla en la isla, pero no lo he comprobado”, contó su hijo Patrice Castillo en una entrevista en 2010. Las escasas reseñas biográficas que existen sobre Otto René mencionan un paso por Cuba antes de su último regreso clandestino a Guatemala, pero no dan mayor precisión.

Recordemos brevemente lo narrado con más detalle en la Parte I: En abril de 1965 el poeta fue expulsado de Guatemala tras una detención policial. En ese momento preparaba una incursión a los campamentos guerrilleros para filmar las imágenes que utilizaría la brigada de cineastas con la que se había vinculado en Alemania. Se exilió en México, y al poco tiempo fue designado como el representante guatemalteco ante el Comité Organizador del Festival Mundial de la Juventud que estaba planificado para ser realizado en Argelia. Aunque el festival no se concretó por el golpe de Estado que derrocó al líder independentista argelino Ahmed Ben Bella en junio de 1965, la responsabilidad que tenía Otto le permitió viajar. Estuvo allí cuando fue el golpe y pasó por Austria, Hungría y Chipre.

Finalmente viajó a Cuba, y sobre esa etapa se diluyen las precisiones. Allí “permaneció algún tiempo”, coinciden sus escuetas biografías, y no agregan más.

El responsable de las relaciones políticas de Cuba con las organizaciones revolucionarias centroamericanas en los años 60, Norberto Hernández Curbelo, confirma haberlo conocido en ese paso por la isla: “Otto René Castillo promovía la idea de organizar una guerrilla centroamericana. Siempre se habló de ese tema, pero hasta donde yo sé nunca hubo una decisión de formar esa organización. Nos manteníamos al tanto del asunto para ver cuál iba a ser su evolución posterior. Aquí preparamos militarmente un grupo de centroamericanos que se llamaron ´los calecas´ donde había hondureños, guatemaltecos y salvadoreños; su objetivo era incorporarse a la lucha revolucionaria en Guatemala”.

El recuerdo de Curbelo es importante, porque él fue uno de los fundadores del Vice Ministerio Técnico (VMT) del Ministerio del Interior de la Revolución, como se llamó en un principio al organismo encargado de apoyar la lucha armada en todo el continente. Se trata de la misma dependencia comandada por el legendario Manuel Piñeiro, Barbarroja –y monitoreada de cerca por Fidel– que a lo largo de los años cambiará su nombre a Dirección General de Liberación Nacional (DGLN) y más recientemente a Departamento América, cuando pasó a ser órgano dependiente del Comité Central del PC cubano. Curbelo fue, además, representante diplomático en las embajadas en Colombia, Panamá, Ecuador, Venezuela y Uruguay. Sus palabras coinciden con el testimonio del fallecido poeta guatemalteco Arqueles Morales, quien en 1972 escribió con Roque Dalton el texto sobre Otto René Castillo que reseñamos en la Parte II de esta historia.

Pero para entender la importancia del paso de Castillo por Cuba es fundamental contextualizar el encuentro que tuvo allí con el líder guerrillero Turcios Lima: “En 1965 participé personalmente en la preparación del viaje clandestino a Cuba de Luis Augusto Turcios Lima, quien en ese momento ya era el comandante en jefe de las FAR –cuenta Curbelo, el funcionario cubano–. Esto implicó un esfuerzo solidario muy grande porque tanto él como los principales dirigentes de las FAR eran muy perseguidos por los órganos especiales de los Estados Unidos. Gracias a esa operación, Turcios pudo participar en la Primera Conferencia Tricontinental efectuada en La Habana en enero de 1966 y regresar indemne a Guatemala”.

Las FAR fueron uno de los tantos grupos que contaron con la solidaridad y apoyo de Cuba en su lucha antidictatorial. Turcios Lima era una figura respetada de la izquierda continental. “Yo he conocido muchos dirigentes revolucionarios latinoamericanos, a casi todos. Pero en mi opinión sobresalieron Luis Augusto Turcios Lima y Jaime Bateman Cayón [fundador del M-19 en Colombia], valora Curbelo. El propio Che pone al guatemalteco como ejemplo en su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, en el que llama a crear “dos, tres, muchos Vietnam”. Durante aquel tiempo en la isla el dirigente de las FAR fue recibido en el Departamento de Filosofía de La Habana, e invitado especialmente a ser parte de la Primera Conferencia Tricontinental que se hizo en la isla en enero de 1966, donde compartió escena con figuras como Salvador Allende y el propio Fidel.

Otto estuvo allí. Lo afirman dos comandantes guerrilleros que fueron sus jefes, César Montes y Pablo Monsanto, quien agrega otro dato: Castillo y Turcios Lima ya se conocían, porque éste último lo había contactado en Europa para convocar al poeta a sumarse a su organización. El investigador guatemalteco Mario Morales detalla: “Otto viaja a La Habana y se entrevista con Luis Turcios Lima en enero de 1966 (Turcios moriría el 2 de octubre de ese mismo año). En Cuba se junta con Nora Paiz, militante revolucionaria, con quien ingresa a Guatemala en noviembre de 1966”.

El encuentro con el máximo dirigente de las FAR bajo el cobijo de Cuba, que estaba brindando no solo apoyo político sino también entrenamiento a los grupos armados, confirma que el paso de Castillo por la isla tuvo por objetivo preparar su ingreso definitivo a la guerrilla en su país.

Al igual que sucede con Roque Dalton, en el caso de Otto René Castillo existe la tendencia a sobredimensionar su decisión personal, como si se tratara de grandes figuras de la literatura que de pronto deciden, en un gesto heroico y romántico, volcarse a la aventura guerrillera. Pero lo que hay detrás de esa decisión es un prolongado proceso de involucramiento político, y sobre todo orgánico: ni Dalton ni Otto René resolvieron su situación en la soledad del intelectual. Fue el encuadramiento militante colectivo el que los llevó, como a gran parte de aquellas generaciones, al compromiso final.

No solo están aquí los tira-tiros

Si escribes un poema,

puede que mañana

te sirva de epitafio.

Si el día está hermoso

y ríes,

puede que la noche

te encuentre en una celda.

Si besas a la luna,

que acaricia tu hombro,

puede que un cuchillo

de sal

nazca de madrugada

en tus pupilas.

Amargo sabor a luto

tiene la tierra donde vivo,

mi dulce bailarina.

Sabes,

creo

que he retornado

a mi país

tan solo para morir.

Y en verdad,

no lo comprendo todavía.

Pablo Monsanto sigue usando ese, su nombre de guerra, más de un cuarto de siglo después de haberse integrado a la vida legal tras la firma de los acuerdos de paz. Poco importa que haya sido bautizado en 1945 como Jorge Ismael Soto. Hoy, a más de 50 años de su iniciación guerrillera, con su nombre de combate sigue haciendo política por izquierda. Es una figura legendaria. Fue él quien estuvo al frente de la columna rebelde en la que Otto René Castillo pasó sus últimos meses de vida antes de ser capturado por el Ejército. Nos recibió en las oficinas de su nuevo partido, Convergencia, en la ciudad de Guatemala, una tarde soleada de 2018.

– ¿Cómo fue su relación con Otto?

–Compartimos mucho en el poco tiempo que estuvimos en la guerrilla. Hicimos una buena amistad porque a él lo asignaron para que me preparara a mí teóricamente, porque yo estaba designado a asistir a la reunión que iba a haber en Egipto, donde se iba a reunir la organización mundial que se había hecho en La Habana, el movimiento revolucionario de América Latina (se refiere a la Primera Conferencia Tricontinental que se realizó en Cuba y a la segunda, que se pensaba realizar en 1968 en El Cairo). Entonces con él hablábamos mucho, me daba clases de teoría marxista, que fue la que él llegó a conocer a fondo. Fue uno de mis profesores, de mis mentores. Lo que pasa es que fue muy poco tiempo, pocos meses.

–¿Cómo se incorpora él a la organización?

–Yo lo conocí cuando él recién vino de La Habana, lo conocí aquí en la ciudad de Guatemala. Cuando íbamos en la montaña yo le hacía bromas por el poema ese “Vamos patria a caminar”, porque nos sentábamos a descansar, y cuando nos levantábamos yo me echaba la mochila y le decía: “Vamos, Patria, ¡a caminar!”. Cuando Otto se incorpora, el movimiento guerrillero estaba a la defensiva total. Después de la muerte del Comandante Turcios Lima el enemigo estaba lanzando una operación gigantesca en la Sierra de las Minas, que era donde nos encontrábamos. La situación era muy difícil, la reacción nos bombardeaba con napalm. Además, nos dejaban en los caminos los cadáveres de los campesinos que asesinaban con letreros en el pecho: murió por comunista, o por guerrillero. A él lo integraron a la unidad guerrillera que estaba bajo mi responsabilidad. Yo en ese tiempo tenía el grado de capitán, aunque era varios años menor que él.

–¿Cuánto tiempo estuvo Otto en la guerrilla?

–Él subió a la sierra como en el mes de diciembre del año 1966, y ese combate fue en marzo. Apenas llegó a estar dos o tres meses, porque ese combate [en el que lo capturan] se produjo en marzo de 1967, para Semana Santa. Fue Lunes Santo o Domingo de Ramos. Al subir por el río, Otto y Nora Paiz, una compañera que estaba algo enferma y a la que él cuidó ese último tiempo, encontraron una brecha, un camino de caballos y de mulas. Siguieron el camino, bajaron a una aldea y ahí los capturaron. Los llevaron a una base militar, a una aldea que se llama Las Palmas. Ahí los estuvieron torturando y finalmente los quemaron vivos.

–¿Él le hablaba de otros escritores, intelectuales, que podrían sumarse a la lucha armada?

–Él era muy crítico. Yo sé que estuvo en Chalatenango, su ciudad natal, y que allí tuvo reuniones con grupos de intelectuales y escritores. Por supuesto que él les hacía un llamado a que se incorporaran al movimiento revolucionario. Pero la situación en esa etapa era sumamente difícil, aquí a la mayoría de intelectuales los asesinaron en las calles, saliendo de la universidad los mataban, hay una lista enorme de asesinados que eran miembros del PC en su mayoría, miembros de las FAR. Otto asumió una actitud de cara a los intelectuales, de cara a la gente que estaba a la expectativa de qué era lo que pasaba, porque aquí hubo una tendencia y una corriente incluso dentro del Partido Comunista que decía, bueno, los políticos, los teóricos y los intelectuales somos los que estamos en el Partido, y los que están en la guerrilla son los tira-tiros. Entonces, yo siento que Otto lo que hace al incorporarse a la guerrilla es decir “no solo están aquí los tira-tiros, sino también los intelectuales, y estamos dispuestos a luchar por todos los medios”. Porque parte de las discusiones, los debates y los problemas políticos que tuvo el movimiento revolucionario en esa época era por ese tipo de señalamientos que se hacían. A nosotros nos veían como los rambos, como los muy buenos para combatir, pero que para elaborar teóricamente y políticamente no teníamos las capacidades que tenía la gente que se supone se había formado en las universidades y en la Unión Soviética.

–¿Sabe si durante esos meses escribió poesía u otros textos?

–Otto tenía sus libros, sus apuntes, pero la mochila que llevaba la capturaron, y ahí iban sus cosas. Él tenía una cámara. En el momento en que a mí un general me manda una foto, ya cuando estábamos en las negociaciones de paz, le dije, mire, esta foto me la tomó Otto René Castillo, esta foto es de su cámara. Todo eso cayó en manos de sus captores.

Alguien será la cordillera popular que se levante

Suele mencionarse la brutalidad con la que fue torturado y asesinado Otto René Castillo, el ensañamiento con el que le endilgaron haber alzado su voz de poeta contra el régimen. Sin embargo, su caso no fue excepción: la represión en Guatemala fue de las más sanguinarias. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico que acompañó a los acuerdos de Paz de 1996 estimó en alrededor de 200.000 las víctimas de la violencia en el medio siglo entre el Golpe contra Árbenz y la firma de los acuerdos que se propuso dar un cierre a ese ciclo histórico.

Su hermana Zoila intentó reconstruir los hechos. Fue a Zacapa, a unos 150 kilómetros al nororiente del país, donde Otto y los demás habían sido capturados. Buscaba el cadáver que los militares desaparecieron, y del que no se sabe nada hasta hoy. Su testimonio fue recogido por Mario Morales en el libro La ideología y la lírica de la lucha armada (Guatemala. Editorial Universitaria: 1994).

“La versión de la forma criminal en que Otto René fue torturado y asesinado la dio el monstruo que vestido de uniforme y ostentando el grado de capitán del Ejército Nacional dirigió la tortura y el interrogatorio”, cuenta la mujer. “En la montaña y en la lucha clandestina usaba el seudónimo ´Miguel´, quizá en memoria de Miguel Hernández, el gran poeta español, a quien le escribiera unos poemas. Pero una vez capturado se identificó como Otto René Castillo. ´¡Ajá!, así que vos sos el poeta que dice que los coroneles se orinan en los muros de la patria… Con que vos sos el que se quedará ciego para que la patria vea… Así que vos te quedarás sin voz para que Guatemala cante… Pues se te hizo, cabrón, porque todo eso es lo que realmente te va a pasar, y no en versitos sino en la pura realidad´. Con una gillette asegurada en una varita de bambú, atado de pies y manos, le cortaban la cara a cada frase que le decían (basándose en el poema “Vamos Patria a caminar”). Le gillettearon los ojos, la boca, las mejillas, los brazos y el cuello”.

Después de este relato, solo cabe volver a la poesía. Impedir el triunfo de los verdugos. Devolverle la voz al poeta para que otra vez cante:

Vamos patria a caminar, yo te acompaño,

yo bajaré los abismos que me digas,

yo beberé tus cálices amargos,

yo me quedaré ciego para que tengas ojos,

yo me quedaré sin voz para que tú cantes,

yo he de morir para que tu no mueras,

para que emerja un rostro flameando al horizonte

de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Ya me cansé de llevar tus lágrimas conmigo

y ahora quiero caminar contigo, relampagueante,

acompañarte en tu jornada, porque soy un hombre

del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Patria,

los generales acostumbran orinar tus muros

pero nosotros vamos a lavarte con rocío,

por ello pido que caminemos juntos, siempre

con los campesinos agrarios

con los obreros sindicales;

con el que tenga un corazón para quererte.

Vamos patria a caminar, yo te acompaño,

naveguemos el siglo veinte sin negarlo,

yo te doy mi brazo impersonal, mi corazón manzana,

mi frente que crece sobre la faz del trigo.

Alguien dará la mano abismo del albañil aéreo

y el pie cuadrado del arcilloso peón,

el pecho mineral del hombre de las minas

y el grito final del ferroviario muerto,

alguien será la cordillera popular que se levante

para revisar la historia del hombre sin dolor

que llena de dolor la vida de los hombres.

Vamos patria a caminar, yo te acompaño.

– – –

Parte I. Poesía y Revolución

Parte II. Otto René Castillo y Roque Dalton

Otto René Castillo, bibliografía básica:

1962. 5 poemas de Otto René Castillo (mimeografiado).

1964. Tecún Umán. Guatemala: Edición de la Asociación de Estudiantes universitarios.

1965. Vámonos patria a caminar. Guatemala: Ediciones Vanguardia.

Tras su muerte:

1971. Poemas. La Habana: Casa de las Américas.

1975. Informe de una injusticia. Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana.

1989. Para que no cayera la esperanza. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras. (Completo, escaneado, en este link: https://drive.google.com/file/d/18U_lkYS65ab9qCNgj7_6_Bf_oP_d5Nvh/view?usp=share_link )

2017. Vamos patria a caminar. Guatemala: F&G Editores.

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