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La CGT le pedirá al gobierno una extensión del decreto anti-despidos

Este jueves a las 14 hs la CGT llevará a cabo una reunión de mesa ampliada para evaluar la propuesta de extensión del decreto antidespidos y el cumplimiento del esquema de rebaja salarial acordado con la UIA.

Rodolfo Daer,  secretario de industria de la central y hermano del cotitular de la entidad, Héctor Daer, confirmó que desde la central obrera sostienen que “hay que ampliar el decreto que ordena que no se puede despedir y la indemnizacion al 200%”, razón por la cual será uno de los temas de debate entre los dirigentes.

Desde la CGT hay preocupación con lo que pueda llegar a suceder cuando termine la cuarentena, momento para el cual cada día falta menos con la creciente flexibilización de excepciones y comercios.

Si bien la propuesta aún no se realizó formalmente al presidente, Alberto Fernández manifestó el pasado viernes su intención de continuar intentando detener los despidos. “Vamos a seguir suspendiendo los despidos en lo posible.  “Estamos ayudando a las empresas para que no despidan. Hay un nivel muy claro de entendimiento de los empresarios respecto de lo que está pasando”.

La preocupación sindical parte del hecho de que, a pesar de los movimientos del Poder Ejecutivo y el DNU firmado por el mandatario, se siguen dando los casos de despidos, lo cual genera incertidumbre con respecto a lo que sucederá una vez que el dictamen deje de tener vigencia.

Según un informe reciente de CEPA, un total de 511.162 trabajadores registrados sufrieron algún “riesgo laboral” desde el 15 de marzo hasta el 30 de abril pasado. Allí, los especialistas incluyen 6.648 desvinculaciones, 11.415 suspensiones y 493.099 empleados que se vieron afectados por atrasos en los pagos de sueldos, reducciones de sus ingresos en forma unilateral y suspensiones con rebaja de remuneraciones.

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El origen de los 30.000 desaparecidos. Investigación de Oscar Taffetani

El 9 de diciembre de 2016, un despacho de la agencia Télam envió a los medios el resultado de una investigación sobre los antecedentes documentales de los 30.000 desaparecidos, cifra que se convertiría en símbolo de la lucha contra la dictadura genocida primero y del reclamo de verdad y justicia después. Ciertos negacionistas locales, imitando a los negacionistas de la Shoá y de los otros genocidios del siglo XX, pretenden reducir la valoración de esas tragedias históricas a la exactitud de unos pocos datos que son variables y casi siempre inverificables. La investigación –rescatada del archivo de Télam- nos invita a remontarnos al origen verdadero de esa cifra que fue inicialmente calculada por el terrorismo de Estado, pero que fue resignificada por la lucha de varias generaciones argentinas.

En una carta fechada el 2 de enero de 1976 y dirigida al escritor cubano Roberto Fernández Retamar, el narrador argentino Haroldo Conti, referente del FAS y vinculado con el PRT-ERP, hace una alhelante predicción: “Me acaba de informar muy confidencialmente mi cuñado, que es militar, que se espera un golpe sangriento para marzo. Inclusive los servicios de Inteligencia calculan una cuota de 30 mil muertos”. Consultado Retamar sobre la autenticidad del documento, respondió a quien esto escribe: “La carta que me envió el compañero Haroldo el 2 de enero de 1976 se encuentra en el archivo de la Casa de las Américas”.

“También publiqué dicha carta -agregó Retamar- en mi libro ‘Fervor de la Argentina’, que apareció en Buenos Aires en 1993 y tuvo reedición cubana”. A cuatro décadas de ser escrita, esa carta de Haroldo, lo mismo que el contexto histórico, merecen una reconstrucción.

No fue aquella la primera vez en que Haroldo Conti dio a entender que disponía de información de Inteligencia, por contactos propios –-no sólo familiares– en las fuerzas armadas y de seguridad. En otra misiva, también dirigida a Retamar y fechada el 15 de octubre de 1973, dice: “Acabo de enterarme por una persona de mi amistad, que corrió el riesgo para informarme, que en una orden que se distribuye entre los comandos de asalto hay una lista de unas 30 personas a liquidar. Yo figuro entre las primeras. Otro es Rodolfo Mattarollo, director de ‘Nuevo Hombre’, abogado de presos políticos, entrañable amigo de quien les hablé más de una vez” (el abogado Rodolfo Mattarollo, autor de un temprano ensayo sobre la obra de Haroldo Conti, participó en aquel tiempo de la revista Nuevo Hombre y de la última época del diario El Mundo, ambos medios vinculados con el PRT-ERP).

Haroldo Conti: “Calculan 30.000 muertos”

Ahora, veamos lo que escribió desde las antípodas, en su autobiografía “Yo fui Vargas”, el capitán del Ejército y criminal dos veces condenado Héctor Vergez, quien después de haber actuado en la represión ilegal en el área del III Cuerpo de Ejército y después de haber sido denunciado en Córdoba por apropiación y venta de bienes de desaparecidos, pasó a actuar como agente encubierto del Batallón 601 de Inteligencia, en Buenos Aires:

“Cabe advertir al lector no informado o a menudo desinformado –dice Vergez- que la lucha con la delincuencia subversiva fue una lucha de Inteligencia y que los medios y apoyos del terrorismo sobrepasaron muchísimas veces los del Estado argentino”, agregando en otro pasaje y aludiendo específicamente al aparato de inteligencia del PRT-ERP: “La reunión informativa se realizaba, lógicamente, a través de infiltrados en los diversos ‘frentes’ o ámbitos sociales, empresariales y políticos”.

Podemos descontar que si Haroldo Conti y Rodolfo Mattarollo ya figuraban en las listas de “objetivos” de los organismos de Inteligencia en octubre de 1973, también lo estaban el 24 de marzo de 1976, cuando se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura del Proceso. No pasó mucho, desde el día del golpe, hasta que fue secuestrado Haroldo Conti, la madrugada del 5 de mayo de 1976, en su domicilio de Fitz Roy 1205, Villa Crespo, Buenos Aires.

El GT1 del Primer Cuerpo de Ejército reforzado con PCI (personal Civil de Inteligencia) que, según documentos disponibles, realizó el operativo, también se llevó a un presunto compañero de militancia de Haroldo llamado Héctor Fabiani, que pernoctaba en la casa y que había quedado al cuidado de los niños, aunque el grupo de tareas optó por dejar allí (presumiblemente, porque prefirieron llevar en sus automóviles el producto del saqueo) a Marta Scavac, pareja del escritor, lo mismo que a su hijo Ernesto, de apenas tres meses, y a la niña Miriam Acuña (de 7 años, hija de Marta).

Con fecha 6 de mayo fue presentado por Lidia Olga Conti, hermana de Haroldo (y esposa del militar aludido en la carta de enero) el primer hábeas corpus pidiendo la aparición de Haroldo. El recurso, como los que siguieron después, no tuvo resultado.

Personal de inteligencia del Batallón 601 estuvo a cargo del interrogatorio, tortura y muerte de Haroldo Conti

Haroldo Conti había sido detenido ilegalmente y elementos del Batallón 601 de Inteligencia y del Cuerpo I de Ejército se ocuparon de interrogarlo bajo tortura, destruyéndolo psíquica y físicamente, al punto de que cuando el cura Leonardo Castellani, tras solicitarlo personalmente a Videla, pudo verlo en el ya desaparecido CCD “Coordinación Federal” –a una cuadra del Departamento Central de Policía–, sólo alcanzó a darle la extremaunción. Castellani reveló eso, bajo secreto, a dos periodistas de la revista Crisis y a Marta Scavac, poco antes de que ésta partiera –con protección de la Marina, por un pedido personal que hiciera Omar Torrijos a Emilio Eduardo Massera– al exilio, junto a sus dos hijos más pequeños.

Dos de los abogados que integraban la flamante CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) –Mario Hernández y Roberto Sinigaglia– que estaban coordinando acciones para denunciar atentados y secuestros en Córdoba y Buenos Aires, fueron secuestrados ellos mismos el 11 de mayo de 1976 y permanecen desaparecidos.

La orden de batalla del Proceso (cuyos documentos no terminan de salir a la luz) se estaba ejecutando en aquellos días de otoño con rapidez y ferocidad, lo que obligó a la mayoría de los integrantes de la CADHU, ex adherentes de la muy raleada Gremial de Abogados, a tomar la decisión de poner a salvo a sus familias primero y de abandonar el país poco después, para continuar con la denuncia de los crímenes de la dictadura y con el apoyo a las víctimas desde lugares o países más seguros.

Gustavo Roca y Lucio Garzón Maceda, defensores de gremialistas y presos políticos de Córdoba que sufrían el feroz hostigamiento de las patotas del Comando Libertadores de América y el III Cuerpo de Ejército, fueron a España y a Francia primero, y allí tuvieron oportunidad, por gestión de dos integrantes de la CADHU residentes en Washington, de obtener un “hearing” ante una Subcomisión de Diputados del Congreso de los Estados Unidos dedicada a los Asuntos Externos y presidida por el diputado demócrata Donald Fraser (aquella invitación no era ingenua: los dos miembros de CADHU anfitriones –el ingeniero Gino Lofredo y la ex detenida Olga Talamante, ambos con ciudadanía norteamericana– sabían que la llegada al gobierno de Jimmy Carter significaría un reimpulso de los derechos humanos, tanto en política interior como en política exterior).

Las exposiciones de Gustavo Roca y de Lucio Garzón Maceda el 28 y 29 de septiembre de 1976, inscriptas en una serie que incluía otras denuncias por las violaciones a los DDHH en Chile y el Uruguay, llevaban el pedido concreto de que cesara la ayuda militar estadounidense a aquellas tres dictaduras del Cono Sur, objetivo que fue alcanzado en todos los casos.

Sin embargo, en el caso argentino, el haber hecho aquella solicitud les costó a Roca y a Garzón Maceda una causa judicial por “traición a la patria”, que los tuvo en vilo hasta el regreso de la democracia argentina, cuando obtuvieron el sobreseimiento definitivo.

Ya se había iniciado en los Estado Unidos, a fines de 1976, la investigación que generaría dos visitas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la última de las cuales fue en 1979. Y el cálculo aproximado de víctimas de ejecuciones extrajudiciales, secuestros y desapariciones, era el mismo que habían hecho los servicios de Inteligencia argentinos meses antes del golpe de Estado, y sobre el que había alertado Haroldo Conti en su carta a Fernández Retamar. A fines de 1976 se hablaba, tanto en Europa como en América del Norte, de “30.000”.

En enero del año siguiente, 1977, al prologar el libro de denuncia de la CADHU titulado “Argentina. Proceso al Genocidio”, el abogado Eduardo Luis Duhalde, quien se había trasladado a Madrid con el propósito de crear sedes y bases en Europa para denunciar la situación argentina, escribió: “Más de 2.300 personas fueron muertas oficialmente por las fuerzas militares y policiales entre marzo y diciembre de 1976. Sacerdotes, abogados, parlamentarios, profesores, científicos, artistas, asilados políticos latinoamericanos, dirigentes sindicales y de organizaciones populares se cuentan entre las víctimas. 20.000 han sido secuestradas y han desaparecido, y más de 10.000 están prisioneros en cárceles y campos de concentración militares” (como se advierte, las víctimas de la represión ilegal seguían siendo, en ese documento, 30.000).

Dos meses después, al intervenir como miembro de la CADHU y en representación de Pax Romana ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, Rodolfo Mattarollo –el amigo y compañero de Haroldo Conti que mencionamos al comienzo– expresó lo siguiente: “Según varias organizaciones humanitarias, éste es el trágico saldo del año 1976 en Argentina: 2.300 muertos, 10.000 presos políticos y de 20 a 30 mil desaparecidos. Grupos armados que innegablemente forman parte de las Fuerzas Armadas y la Policía han secuestrado y continúan secuestrando a alrededor de 2.500 personas por mes. Las víctimas son argentinos de toda clase y condición social y latinoamericanos refugiados en territorio argentino”.

Las cifras que difundían la CADHU, el TYSAE (Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio) y otras organizaciones de resistencia y denuncia que actuaban en el exterior, no diferían mucho de las que el mismo Departamento de Estado norteamericano, que recibía cotidianamente los partes de sus propios servicios de Inteligencia y de su propia diplomacia, manejaba.

Uno de los documentos desclasificados que tiene la organización Archivo de Seguridad Nacional en la Georgetown University, perteneciente al denominado Plan Cóndor, es un mensaje del agente de la DINA chilena Enrique Arancibia Clavel, dirigido con seudónimo a sus superiores en Santiago, en julio de 1978. 

“Adjunto -dice Arancibia Clavel- la lista de todos los muertos en el año 1975. La lista va clasificada por mes. Es decir, en estas líneas van tanto los muertos ‘oficialistas’ (sic) como los ‘no oficialistas’ (sic). Este trabajo se logró conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, sito en Callao y Viamonte, de esta capital, que depende de la Jefatura II de Inteligencia del Ejército, del Comando General del Ejército y del Estado Mayor General del Ejército. (…) Las listas corresponden al anexo 74.888.75/A1.E.A. y al anexo 74.889.75/id. Los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles de identificar. Casi en un 100% corresponden a elementos extremistas eliminados ‘por izquierda’, por las fuerzas de seguridad. (…) Se tienen computados 22.000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha. En próximos envíos seguiré ampliando las listas. Atentos saludos. Luis Felipe Alemparte Díaz”.

Los casos verificados de asesinatos, secuestros y desapariciones se hacían constar, con detalle, en los escasos medios de difusión disponibles (entre ellos, dos periódicos del exilio en España, titulados “Presencia Argentina” y “Correo Argentino”). Ya en diciembre de 1977, Correo Argentino publicó la primera “Lista de prisioneros reconocidos por la Junta Militar”, con nombres y apellidos de los detenidos en Villa Devoto, La Plata, Coronda, Sierra Chica, Resistencia, Córdoba y otras cárceles argentinas, así como los casos en que se había concedido libertad, salida del país o libertad vigilada. El resto, lo que no se había podido verificar pero que sin duda estaba ocurriendo en los más de 500 centros clandestinos de detención habilitados por la dictadura en el territorio nacional, seguía perteneciendo a esa terrorífica nebulosa de los “30.000”, aquel cálculo proyectivo que habían hecho los mismos autores del golpe de Estado y ejecutores del plan genocida.

El General Ramón Camps dió la cifra de 30.000 desaparecidos

Llegado por fin a la Argentina, el ciclo de la democracia y recuperación de las instituciones, ciertos referentes de la dictadura como el sanguinario general Ramón Camps –quien murió antes de ser alcanzado definitivamente por la justicia– escribían columnas de opinión en medios “amigos” como el diario La Prensa y, además de jactarse de sus crímenes, se permitían aconsejar a los dirigentes y a la ciudadanía de nuestra débil democracia recuperada.

Fue justamente en aquel clima de alivio y a la vez de temor que reinaba a la salida de la dictadura cuando Jorge Luis Borges, entrevistado por periodistas del diario francés Le Monde, en un reportaje que se publicaría a doble página el domingo 6 de mayo de 1984, dijo lo siguiente: “Aquí se usa ese eufemismo de desaparecidos, pero la realidad es mucho más terrible: esas personas no desaparecieron, fueron secuestradas, quizás torturadas y seguramente asesinadas. El general (Ramón) Camps da la cifra de treinta mil. Lo más terrible es que –al parecer– aumentaron, redondearon la cifra para vanagloriarse” (extracto del artículo, reproducido por el vespertino La Razón de Buenos Aires, diario dirigido por Félix Laiño, un hombre que respondía al Ejército Argentino, que era el verdadero propietario del medio, el lunes 7 de mayo de 1984).

En el principio y el final de este relato, donde hemos dejado que hablen los documentos, son los mismos verdugos de la Argentina y de los argentinos quienes lanzaron la cifra de 30.000, cifra que luego fue recogida por la CADHU y las primeras organizaciones que denunciaron a la dictadura cívico militar, con el deseo de parar la matanza y de recuperar vivas a la mayor cantidad de víctimas posibles.

Nuestros 30.000, lo mismo que los seis millones de judíos de la Shoá, lo mismo que el millón del genocidio armenio, los de la posguerra civil en España, los comunistas asesinados en la Indonesia de Suharto o, viniendo más cerca, las víctimas sin nombre y sin tumba de dictaduras genocidas en Asia, África y América latina, son una cuenta abierta, que cada día puede ser incrementada por un nuevo hallazgo o una nueva denuncia. Y son también una herida abierta que sólo una política sostenida de memoria, verdad y justicia  (proeza argentina, que aún no hemos sido capaces de dimensionar ni valorar) puede cerrar. El dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri (1926-2003), minimizando la demanda por los caídos en aquella guerra de Malvinas que él mismo había desatado, dijo en un reportaje que todos los años “muere más gente en accidentes de tránsito”. Pareja frivolidad y desprecio por la vida humana ostentan aquellos que piden hoy un cálculo “exacto” y “cerrado” de las víctimas de la peor dictadura que sufrimos los argentinos.

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Ana María Soffiantini: “Nuestra recomposición humana fue a partir de la palabra, contar lo que nos había sucedido”

Al cumplirse 20 años de la primera vez que los sobrevivientes de la ESMA entraron junto al presidente Néstor Kirchner y recorrieron el lugar en donde habían permanecido cautivos sufriendo todo tipo de aberraciones, se realizó la entrega de los premios Sara Solarz en reconocimiento a quienes trabajaron por la Memoria, la Verdad y la Justicia que este año fueron entregados a Pablo LLonto, Luciana Bertoia y Giancarlo Ceraudo. Nora Anchart entrevistó a Ana María Soffiantini, sobreviviente de la ESMA quien aquel 19 de marzo de 2004 volvió a recorrer su lugar de secuestro. Uno de los momentos más emotivos de la democracia argentina.

Ana María Soffiantini, “Rosita”

LCV: Contanos qué pasó aquel 19 de marzo de 2004 ¿Cómo fue ese día junto a Néstor Kirchner?

—Nosotros los sobrevivientes tuvimos una sobrevida muy difícil a partir de que terminó la dictadura. No hablar sobre lo que pasamos en el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que fue la ESMA, o lo que pasaron todas y todos nuestros compañeros que estuvieron en campos de concentración. Nos costó muchos años recomponernos como personas, integrarnos, poder poner en valor nuestra memoria para poder hacer justicia realmente, decir nuestra verdad y hacer justicia.

Un día de marzo nos llega la invitación, una nota, que nos convocan a todos los que sobrevivimos de ESMA para ingresar con Néstor Kirchner a la ESMA. Fue para todos una noticia que nos asombró, nos alegró y no te puedo describir, porque no es alegría, es algo que te explota el corazón, ¿no? Saber que estamos siendo reconocidos, que nuestra verdad, nuestra memoria tiene peso. Los que sobrevivimos, estamos. Ese día nos volvimos a encontrar. Algunos por ahí nos seguimos viendo, muy pocos, pero nos volvimos a encontrar con compañeros que no los habíamos visto más desde el momento que habíamos estado secuestrados. Así que fue una experiencia muy profunda.

LCV: ¿Cómo fue enfrentar otra vez esos muros, esos caminos, esos árboles, ese lugar? Hace poco escuchaba una sobreviviente que decía que lo recordaba inmenso y sin embargo era tan chico el espacio donde había habido un infierno tan grande.

—A mí me pasó lo siguiente, yo estuve todo el tiempo con capucha y cuando estuvimos trabajando como mano de obra esclava, que a un grupo nos habían puesto en el sótano, para mí fue al contrario, las dimensiones para mí eran las de la capucha y el espacio pequeño en donde trabajaba en situación de esclavitud. Pero cuando entré caminando a la ESMA, yo no soy de Buenos Aires, a la ESMA sabía que quedaba en un lugar y la veía de lejos cuando llevaba a mis alumnos a algún museo a Buenos Aires, y veía el edificio desde la Lugones, sabía que en algún techo de esos 30 o más edificios que había en el predio nos habían tenido a nosotros, ni sabía cuál era. Cuando entro a la ESMA y veo, porque en ese horror, el lugar, si vos vas y vas a ver los árboles, hay épocas que están los pisos llenos de flores, flores amarillas, flores violetas, y los pájaros, y te puedo asegurar que mientras estábamos en cautiverio yo no sentía un solo perfume, no escuché un solo pájaro, entonces no podía creer que ese lugar al que entraba en libertad, por primera vez, y viendo, mirando, sintiendo lo que había, tocando lo que había, era el lugar de la muerte. Una contradicción terrible. Hasta que llegamos al lugar y estallamos todos, ¿no? Porque empezamos a tocar, a medir, porque medíamos con los sentidos, pero no podíamos ver mucho cuando estábamos en cautiverio. O sea que aprendías por los ruidos, aprendías por los golpes que dabas con el codo, y por otras formas también.

LCV: Ana María, vos recién dijiste cuando yo a mis alumnos, ¿sos trabajadora docente?

—Sí, soy ya jubilada, viejita, pero fui docente, por suerte. Es algo extraordinario, porque eso me ayudó mucho a la sobrevida. La maravilla de estar enseñando y aprendiendo a la vez de mis alumnos. Es así.

LCV: ¿En dónde?

—Acá en Ramallo. Cuando a mí me dicen de irme del país no lo acepté porque además quedaba mi familia acá, estaba en una situación muy precaria y después de varias situaciones muy, muy terribles, de deambular por La Pampa con mi compañero de la ESMA, termino acá en Ramallo, donde vivían mis viejos. Yo tenía que darle de comer a mis niños, habíamos quedado solas. Mamá me dice, acordate que tenés un título, que sos profesora y maestra, y por suerte desplegué el título.

LCV: ¿Tu compañero sobrevivió?

—No, no. Mi compañero, el padre de mis dos primeros hijos, lo asesinaron en ESMA, lo secuestraron antes que a mí y lo asesinaron en la tortura. Después, al año casi, me secuestran a mí con mis dos hijos, con María y Luisito. Luisito tenía un mes… No, cuando cae Hugo, Luis tenía un mes. Cuando caigo yo tenía cerca del año y María ya tenía dos añitos. Yo no supe a dónde se los llevaron a ellos hasta que, bueno, con el tiempo me entero. Se los devolvieron a mis padres después de un tiempito largo. Todos los que pasaron por ahí, los que pudimos sobrevivir y los compañeros que no, vivimos lo mismo. Las condiciones fueron realmente infernales. Infernales.

LCV: Este martes se recrea ese recorrido del 19 de marzo y hay una entrega de premios. Decime, ¿desde cuándo se entregan los reconocimientos Sara Solarz y por qué eligieron a estos compañeros que mañana lo van a recibir?

—Nosotros hace tres años que decidimos reconocer a… yo les llamo compañeros, ¿no? A los que siempre estuvieron con el abrazo, con nosotros, con oreja, y además permitiéndonos hacer buenos testimonios, porque la recomposición humana nuestra fue a partir de la palabra y contar lo que nos había sucedido. Porque cuando salimos del cautiverio el mundo estaba silenciado, no existían las preguntas. En un momento también teníamos culpa porque nos preguntaban, ¿por qué vos estás vivo? y no podíamos contestarlo porque los que tendrían que contestarlo son los genocidas. Fuimos armando como una familia de abrazos. Al primero que hemos reconocido fue a Maco Somigliana, de Antropólogos, que trabajó muchísimo con nosotros. El año pasado se los dimos a Jansson, a Flavia Fernández Brozzi, a La Mecha. Son abogados fiscales, pero no podemos expresar lo que han sido con nosotros. Y bueno, y así en esa lista larga que tenemos de reconocimientos y abrazos, queremos decirle que le reconocemos su trayectoria, su acompañamiento, su búsqueda por la verdad, a Pablo Llonto, a Luciana Bertoia, que es alguien que constantemente nos está dando el lugar para poder hablar, a Ceraudo, que junto con Miriam Lewin, pero Miriam es una sobreviviente, por eso a él lo reconocemos, fueron los que hicieron toda la investigación del avión Skyvan, donde arrojaron a las madres de la Santa Cruz y a muchos otros compañeros más.

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Virginia Giussani: “El exilio también fue una tragedia”

En el marco de la Semana de la Memoria, el Centro Cultural y Radio Azucena convocan a un encuentro titulado “El exilio también fue una tragedia”, en el Palacio Victorial, hermoso e histórico edificio de Piedras 720, del que participarán Daniel Divinsky, Cecilia Roth, Taty Almeyda, Luis Bruchtein, Daniel Goyán, Ignacio Copani, Pancho Gaitán y Horacio Peralta, entre otros. Para el cierre, canta la joven promesa Ana Waisbein. Para conocer más sobre el evento, LCV entrevistó a su coordinadora, Virginia Giussani.

Virginia Giussani

LCV: ¿Cómo se te ocurrió este encuentro, Virginia?

—Mira, porque yo estuve hace tres meses más o menos en Mar del Plata porque me invitaron por la publicación del libro de “Años de Amor y Furia”, que trata la militancia y el exilio, me invitaron para una jornada que hacía la Universidad de Mar del Plata sobre el exilio. Y ahí me di cuenta y dije, ¿pero cómo es posible que no visibilicemos la tragedia del exilio? Está bien, frente a la tragedia de los desaparecidos siempre nos pareció pudoroso hablar de los exiliados, pero la verdad es que también fue una tragedia y dije, bueno, este año, con más contundencia, porque es un año muy complicado y muy difícil, y estamos en etapas tremendas, hay que recordar todo. Y entre ese todo están los exiliados. Y así surgió esta idea.

LCV: Sabés, Virginia, que cuando uno mira el mapa que conforma la gente que está invitada el viernes, ves cómo fue una diáspora, cómo fue, digamos, España, Europa, América Latina y un montón más. Lo tuyo fue Italia. ¿Me podés decir cómo fue ser exiliada?

—Fue muy duro, la verdad. Yo me fui primero, antes que mi familia, desde la noche a la mañana, a Perú porque sabía que me buscaban, bueno, así y gracias a los favores de Jacobo Timerman porque mi viejo trabajaba en La Opinión y me sacó pasaje así para el día siguiente a Perú, y después me reencontré al mes siguiente con mis padres en un barco que partía toda la familia a Italia y bueno, fue duro.

LCV: Una vez le pregunté a Laura, hace muchos años atrás, cuánto tiempo se había tardado en ubicar en el lugar, en tiempo y espacio en donde estaba viviendo, en sentirse parte. Y me acuerdo que en aquel momento me dijo, y mira, unos dos o tres, yo pensé que me iba a decir meses y me dijo años.

—No, vos sabés que hay un estudio sociológico que dice que cualquier inmigrante, no solo los exiliados, cualquier inmigrante, tarda en adaptarse al nuevo medio y a la nueva sociedad entre dos y tres años. Y yo la verdad es que lo sentí así también. A los tres años pude, qué sé yo, más o menos sentirme adaptada, aunque sin echar raíces nunca. Por eso era artesana, vendía en la calle, no quería generar vínculos muy profundos porque sabía que me iba a volver en cuanto pudiera. Pero sí es cierto eso, que el tiempo de adaptación es entre dos y tres años.

LCV: ¿Qué sentías en aquel momento? ¿Vos también participabas de las actividades como Laura con los denunciantes, con los compañeros? Ustedes eran expulsados del país y al mismo tiempo estaban recibiendo a quienes salían de los campos para dar su testimonio en tiempos en que no había computadora. O sea que era mano a mano poniendo un cuerpo. ¿Cómo fue?

—Era una odisea. Una odisea hasta armar un mecanismo de rastreo de quienes llegaban. Sí, era muy duro.

LCV: ¿Pero cómo fue para vos, en el cuerpo y en el alma, recibir esos testimonios?

—Era muy duro. Además, nosotras nos quedamos viviendo en Roma durante un año porque la cosa venía muy mal y mis viejos se mudaron a Nueva York porque mi viejo consiguió un trabajo mejor y nos quedamos las tres mujeres en Roma en la casa que alquilaban mis viejos pero recibíamos a todos los compañeros que venían de las cárceles con opción y fue muy fuerte, era muy tremendo la llegada de los compañeros que pasaban unos días en mi casa como refugio. Después ya se los ubicaba en algún lado porque en Italia, además, no existía la ley de refugio. Entonces, era muy complicado. A través de la Cruz Roja o de organismos no gubernamentales, el Partido Comunista, organismos que ayudaban a los exiliados argentinos. Te quiero contar un chiquitito nomás. El viernes también viene, vos lo vas a ver ahí en el flyer, un hombre que se llama Julián Atos. Julián era un niño, por eso lo convoqué y le dije, mirá Julián vení, porque él tenía tres años cuando yo lo conocí. Iba con su madre, y era un niño de tres años, o sea, pasó su infancia exiliado. Entonces yo le dije, mira, quiero ver que cuentes la mirada de un niño en el exilio, cómo fue. Y la verdad que él estaba encantado y me dice, sí, por favor, qué buena idea, es bueno contar todas estas cosas, y va a estar Julián también, que hoy es fotógrafo y trabaja en la ex ESMA. Así que es una cosa muy interesante.

LCV: ¿Cómo va a ser el acto? ¿Cada uno va a contar una parte de su historia o su recorrido? ¿De qué se trata?

—Sí, la idea es dividirlo en dos mesas de cuatro personas cada uno, que hablen alrededor de 15 minutos, y sí, contando su historia en particular, resumiéndola, porque en 15 minutos es difícil, pero bueno, más o menos resumir la cotidianeidad, cómo fue salir del país, cómo fue adaptarse a los nuevos países, bueno, todas historias que son colectivas e individuales al mismo tiempo. Después va a haber alguna cuestión creativa, una amiga muy querida, muy jovencita, porque además queremos hacer también el traspaso generacional, va a cerrar con algunos temas, es una cantante muy joven, va a cerrar la jornada con algunos temas, o sea, va a haber algún número musical. Es así, dos mesas de cuatro personas cada uno que expondrán y después cierra con temas musicales Ana Weinsberg, que es una cantante muy joven.

LCV: Viste qué maravilla que es que en cada uno de estos actos en donde se está valorando la memoria y haber puesto el cuerpo de los compañeros, llamale exilio, llamarle sobrevivientes, llamarle sobrevivientes que además se tuvieron que exiliar, o sea, digo, que tienen las dos categorías, hay un hilo conductor en el hoy y tiene que ver con la presencia de Tati Almeida. Una de las cabezas más abiertas para percibir todas estas cabezas y corazones, para percibir todo esto. Porque en algún momento el exilio y los sobrevivientes fueron mal visto. Yo recuerdo que era mal visto.

—Había que dar explicaciones de por qué te fuiste. Sí, fue muy duro también.

LCV: ¿Cómo viviste esa parte?

—Claro, yo cuando volví al país en 1984, habrás escuchado hablar de la culpa del exiliado y la culpa del sobreviviente, que nos tomó años de terapia sobrellevar eso, y más de los exiliados.

LCV: Porque se habla del exilio dorado, ¿no? Se habla del exilio dorado, se habla como si todo hubiera sido una maravilla.

—La verdad que yo veo fotos ahora, las pocas fotos que tenemos del exilio, y son unas caras de tristeza que hasta cuando sonreímos se ve tristeza. Particularmente no me arrepentí nunca de volver. Hubo compañeros que volvieron pero no se adaptaron, entonces regresaron a los países de exilio. Inclusive empecé a trabajar inmediatamente en una comisión que creó Alfonsín para la búsqueda de los niños desaparecidos, que eran niños vivos, hijos de los compañeros desaparecidos, que fue una comisión que duró tres o cuatro años, que dependía del Estado, que no tuvo mucha difusión. Era una especie de CONADEP, pero de gente viva, de niños vivos. Fueron trabajos duros, difíciles, muy duros emocionalmente, ideológicamente.

LCV: ¿Tus hijos dónde nacieron?

—Mis hijos nacieron acá.

LCV: Ahora que tenés una hija afuera ¿Cómo se vive?

—Ahora tengo una hija afuera, en Berlín. Bien, está haciendo su experiencia. Tiene 26 años y decidió en un momento irse por un par de años, tampoco que se fue para siempre porque ama a la Argentina, pero quería hacer la experiencia y bueno, está ahora en Berlín con un excelente trabajo y es cantante, así que está también haciendo algunas cosas cantando. Se le extraña mucho, pero está muy bien.

LCV: Me alegro tantísimo, me alegro tantísimo. Virginia, entonces, a ver, rebobinemos. ¿Dónde nos encontramos el 22, el viernes?

—El viernes 22, en el Palacio Victorial. Piedra 720 a las 18:00, en lo posible el 17:45 para saludarnos, reconocernos, abrazarnos y después sentarnos y empezar la jornada.

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