Este año pasó inadvertido un anuncio considerado ‘histórico’: a partir de junio dejó de aplicarse en todo el país la vacuna Sabin oral contra la poliomielitis para utilizar solo la inyectable tipo Salk. De esta forma se terminaba el ciclo de la vacuna que marcó nuestra infancia, la famosa gotita acompañada por un terrón de azúcar que a partir de 1971 se aplicó en operativos masivos en el país y logró erradicar el virus de nuestra Nación.
Como todo descubrimiento científico, también la vacuna contra la polio, una enfermedad estival, cíclica, que venía causando estragos desde inicios del novecientos, tuvo una solución controvertida en su época. Las principales víctimas de ése virus eran los niños, hasta los 16 años. Podía causar la muerte o dejar secuelas como la parálisis o deformaciones varias.
Una de sus víctimas, sin embargo, se contagió a los 39 años, en 1921. Era, nada más y nada menos que el por entonces senador Franklin D. Roosevelt quien ya era un político de renombre que había tenido un papel trascendente en la Primera Guerra Mundial trabajando en Defensa de los Estados Unidos. Nadie podía imaginar que luego de una apacible tarde, luego de jugar y nadar con sus hijos en la casa de campo, sentiría fuertes dolores y fiebre alta. Lo diagnosticaron de inmediato: poliomelitis. Quedó en silla de ruedas, pero eso no le impidió ser cuatro veces presidente de EEUU y convertirse en un líder mundial al derrotar junto a los aliados al nazismo. Más allá de sus proezas como estratega, a él se le debe el impulso para que se formara la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil, cuyo principal objetivo era encontrar la cura.
Gracias al dinero de distintas donaciones, la Fundación contrató en 1948 al Dr. Jonas Salk, un médico joven, apasionado en la investigación. Fue en ese año cuando el buen Jonas comprendió que tendría un enemigo duro en el prestigioso Dr. Sabin, quien veía a este jovenzuelo como un atrevido, ignorante de las cuestiones más básicas de las vacuna. Por primera vez Salk sostenía y experimentaba la posibilidad de crear la vacuna en base a un virus muerto, inactivado en formol. Toda la comunidad científica lo vio con desconfianza.
Todo precipitó en los años cincuenta. Corría el 1952 cuando la poliomelitis se convirtió en una de las principales preocupaciones del mundo. Solo en Nueva York hubo 50.000 contagios, la mitad de los cuales terminaron en la muerte. El fantasma de la parálisis de desparramaba a todos los países, también en Argentina aterrorizaba el virus y cada vez eran más los niños con parálisis o malformaciones causadas por la polio.
Ya no había tiempo. El 12 de abril de 1955, Estados Unidos anunciaba al mundo que había encontrado la vacuna, llamada Salk, y lanzaba un plan de vacunación. A pesar del visto malo de los científicos más académicos, la vacuna daba resultado pero no era fácil convencer a los jóvenes a que se la inyectaran. Fue así que recurrieron a una estrella indiscutida de los adolescentes: Elvis Presley se vacunó en directo por televisión y al día siguiente había colas en los centros de salud para darse la dosis correspondiente. Al año siguiente la vacuna Salk comenzó a aplicarse también en Argentina.
Salk se convirtió en una celebridad y maldijo su suerte. Televisión, diarios, prensa de todo tipo estaba tras él quien, por lo visto, no buscaba tanta fama ni dinero. De hecho, nunca patentó su invento, ‘¿acaso se puede patentar el sol?’, sostuvo y perdió millones de dólares de ganancia.
En 1961, Albert Sabin desarrolló su propia vacuna que, a diferencia de la Salk, además de ser vía oral, era elaborada a partir de “virus vivos”. La facilidad de su aplicación oral la convirtió en la vacuna más popular en Argentina a partir de 1971.
Claro que Rusia también formó parte de ésta historia. A pesar de la guerra fría, los rusos invitaron a Salk para que vaya a formar a los científicos soviéticos. El gobierno norteamericano aceptó que fuera por razones humanitarias, pero Salk desistió la invitación. Imaginó la repercusión internacional de ese viaje, de nuevo la prensa siguiéndolo, y prefirió quedarse en su casa. ¿Quién viajó a Rusia, entonces? El reconocido Dr. Sabin.
Después de más de medio siglo, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) sugirió que de ahora en más se utilizara sólo la vacuna inyectable tipo Salk, más completa que la Sabin y con menos posibilidades de generar complicaciones derivadas del propio virus que se utiliza en su elaboración. Por tal motivo, Argentina, junto a otros 122 países modificó su plan de vacunación. Finalmente Salk terminó siendo aceptado por la comunidad científica internacional y pudo tomar revancha. Ni Salk ni Sabín ganaron nada con sus vacunas. Ambas se demostraron eficaces. En el medio hubo muchas páginas dedicadas a la polémica.
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