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Memoria

Las obsesiones del teniente coronel, por Teodoro Boot

En octubre de 1955 el teniente coronel Héctor Eduardo Cabanillas asumía como jefe del Servicio de Informaciones del Estado. Su misión era limpiar el Estado de peronistas, pero no olvidaba la ambición de su vida: matar al Tirano, que ahora era prófugo pero seguía tan tirano y charlatán como siempre, lo que sacaba de quicio al teniente coronel.
“Desde que llegó a Asunción empezó a hacer declaraciones contra nuestro gobierno –informó Cabanillas al periodista Tomás Eloy Martínez en 1989–. Elevamos una protesta diplomática y conseguimos que lo confinaran en Villarrica, un pueblo de poco más de 20 mil habitantes, pero ni siquiera ahí se callaba la boca. Andaba todo el día en motoneta, con la pistola al cinto y ofreciendo conferencias de prensa”.
Había que darle su merecido, para lo que Cabanillas ordenó a un grupo de siete suboficiales de inteligencia a  cargo de un oficial, cruzar la frontera fingiendo ser peones en busca de trabajo. El propósito: transformar al flamante Tirano Prófugo en Dictador Extinto.
La obsesión de Cabanillas había nacido diez años atrás, cuando en su ascendente carrera rumbo al estrellato, el entonces coronel Perón alentaba el resentimiento de las clases bajas, dictaba leyes que protegían a las turbas obreras contra la autoridad de los patrones y apilaba cargos como si fueran cajones de fruta: secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra, vicepresidente de la Nación…
Como si eso hubiese sido poco, el muy desvergonzado había instalado a una bataclana en una garçonnière contigua a su propio domicilio, vivía abiertamente en concubinato, y con el desparpajo de que era capaz le daba todos los gustos. ¡Hasta había designado al hermano de esa mujerzuela como su secretario privado!
El sábado 6 de octubre de 1945, a las 1030 horas, el general Ávalos, jefe de la guarnición de Campo de Mayo, le había hecho una visita para exigirle que quitara del gobierno a Juan Duarte, pero con tan poca fortuna que quien le abrió la puerta fue la bataclana.
“¡Pobre Ávalos –se lamentaría Cabanillas ante el estupefacto Tomás Eloy–, vaya uno a saber qué insultos habrá proferido la chirusa con sus modales de prostíbulo! Imagínese lo que significa para la dignidad de un oficial superior ser maltratado por una cómica que se le apareció metida dentro de una holgada robe de chambre masculina y en chancletas ¡Encima en chancletas de tacos altos!”
Evidentemente, matar al Tirano era sólo una de las obsesiones del teniente coronel. La otra: las sandalias de taco alto, que exhibían al pie femenino tan desnudo como estilizado.
La noche en que el comandante de Campo de Mayo regresó a la guarnición con la cabeza gacha, un grupo de oficiales decidió que la única manera de quitar de en medio al demagogo sería matándolo.
En el atardecer del lunes 8 de octubre, en la Escuela Superior de Guerra, donde el entonces capitán Cabanillas realizaba el curso de oficial de Estado Mayor, el teniente coronel Mora llevó a treinta discípulos a un descampado. Y les preguntó si estaban al tanto de lo que ocurriría al día siguiente. Por lo que los alumnos sabían, nada extraordinario: apenas la inauguración de un nuevo curso sobre energía atómica.
Desde que el 6 y el 9 de agosto de ese año la fuerza aérea estadounidense había evaporado en un abrir y cerrar de ojos las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, la energía atómica era el último grito de la moda.
Si había algo que podía decirse del aprendiz de tirano era que, además de hablar hasta por los codos y rodearse de artistas, se las pillaba de moderno. De manera que concurriría personalmente a inaugurar el curso.
–Necesito diez voluntarios –dijo el teniente coronel Mora–. Cuando el auto de Perón llegue a la vía del tren bajaremos la barrera, lo que aprovecharán para capturarlo. Luego de eso, lo van a llevar a una fábrica abandonada cuya ubicación se les informará oportunamente y procederán a juzgarlo y ejecutarlo. Necesito saber quiénes son los voluntarios.
Según relatará el propio Cabanilla, fue el primero en levantar la mano.
–Sabía que podía contar con usted –sonrió Mora, evidentemente enterado de al menos una de las obsesiones de su subordinado–. Le ordeno dirigir la captura. En la guantera del camión va a encontrar los datos de la fábrica donde tiene que llevarlo.
El teniente coronel Cabanillas evocaba el momento en que había estado a punto de matar al coronel Perón antes de que fuera presidente, librando a la patria de los siguientes diez años de ignominia.
–El plan era perfecto y no podía fallar, pero el demonio protegía a ese hombre. Esa misma noche, el general Ávalos reunió a todos los jefes de Campo de Mayo y les dijo que Perón tenía noticias de que se preparaba una sublevación y que, como ministro de Guerra, estaba dispuesto a reprimir. “Existe el peligro de una guerra civil”, advirtió Ávalos. “Hay que mantenerse quietos”.
Cabanillas clavó la mirada en los ojos de Tomás Eloy Martínez. El teniente coronel era un torbellino de ira con forma vagamente humana.
–Por mi parte, yo estaba dispuesto a desobedecer –dijo– Si para acabar con la tiranía hay que desatar la guerra civil, bienvenida sea. Pero el demagogo suspendió la visita del día siguiente y perdimos nuestra oportunidad.
La siguiente se le presentaría diez años después, en octubre de 1955, cuando no conforme con dar conferencias de prensa todo el tiempo, el Tirano había aprendido algunas palabras en guaraní.
–¿Bhá eicha pá la porte, general? –preguntaban los periodistas.
–I-porá la porte –era la invariable respuesta. A veces, se dignaba a traducirla: “Me encuentro magníficamente”.
Los agentes de inteligencia viajaron en camiones y caminando hasta el pequeño pueblo de Borja, cercano a Villarrica, donde alojados en humildes ranchos y fingiendo ser peones rurales, aguardaron el día D, fijado por Cabanillas para el 22 de octubre. En ese momento asaltarían al extrovertido exiliado y, una vez reducido, lo subirían a un jeep para llevarlo por sendas y picadas de la selva hasta Puerto Esperanza, ya en territorio argentino. Recién ahí lo ejecutarían, pues Cabanillas se reservaba el derecho a pegarle el tiro de gracia.
Pero el teniente coronel se quedaría con las ganas: uno de los agentes, preocupado por el estado de salud de su hijo, cometió el error de llamar a su casa desde una cabina pública de Borja. El hecho llamó la atención del servicio secreto paraguayo, que a partir de ese momento ejerció una discreta vigilancia sobre esos extraños peones que hacían llamadas de larga distancia a Buenos Aires. Las alarmas del servicio secreto se encendieron cuando, sin motivo aparente, los supuestos campesinos, ya identificados como argentinos, se desplazaron hacia Villarrica, instalándose en un barrio de las afueras.
Informado por el teniente Luis Gilberto Medina, jefe del batallón 40, encargado de vigilar la casaquinta de Rigoberto Caballero, donde se alojaba, Perón le dirigió una amplia sonrisa y dio dos golpecitos sobre la Walther P38 que llevaba en la cintura:
–Si me tiran y yerran, van a quedar pagando.
En beneficio de su presión arterial, el teniente coronel Cabanillas permaneció ignorante de las bravuconadas de Perón, pero llegó al borde de sucumbir víctima de una apoplejía cuando el 18 de octubre uno de sus agentes lo llamó al Hotel de Turismo de las cataratas para informarle que el día anterior una multitud de vecinos de Villarrica se había desplazado hasta la finca de Caballero en ómnibus, automóviles, carros y toda clase de vehículos, llevando un conjunto musical que le ofreció a Perón una serenata con la marcha “Los muchachos peronistas”.
Como si todo esto fuera poco, el Tirano hacía declaraciones a la United Press International.
“No pienso seguir en la política –dijo Perón al sorprendido Germán Chaves, gerente de la UPI en Paraguay–. Nunca me interesó hacer el filibustero o el malabarista y, para ser elegido presidente constitucional no hice política alguna. Me fueron a buscar, yo no busqué serlo. Ya he hecho por mi pueblo cuanto podía hacer. Recibí una colonia y les devuelvo una patria justa, libre y soberana.
“Cuando llegué al gobierno, ni los alfileres se hacían en el país –bolaceó el Tirano, indiferente a la presión arterial del teniente coronel Cabanillas–. Los dejo fabricando camiones, tractores, automóviles, locomotoras. Les dejo recuperados los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, para que los vuelvan a vender otra vez. Les dejo una marina mercante, una flota aérea, les dejo…. ¿pero a qué voy a seguir? Esto lo saben mejor que yo todos los argentinos. Ahora espero que el pueblo sepa defender lo conquistado contra la codicia de sus falsos libertadores. El pueblo conoce a sus verdaderos enemigos. Si es tan tonto que se deja engañar y despojar, suya será la culpa y suyo será el castigo”.
Los acontecimientos se precipitaron cuando el 21 de octubre dos de los agentes fueron sorprendidos intentando introducirse subrepticiamente en los terrenos de la finca en la que se alojaba Perón. De inmediato, las fuerzas de seguridad paraguayas detuvieron en la modesta casa de los arrabales de Villarrica a los otros cinco agentes argentinos sospechados de ser guerrilleros marxistas.
Luego de un mes de febriles aunque discretas gestiones, y tras pasar algún bochorno, el gobierno argentino consiguió que los maltrechos agentes fueran dejados en libertad. El incidente le costó el puesto a Cabanillas, desplazado del primer lugar de la Side y destinado al Servicio de Inteligencia del Ejército, donde reemplazó al perturbado coronel Carlos Eugenio Moori Koenig.
En compensación, el 1 de noviembre Perón se vería obligado a abandonar Paraguay.
La noticia no significó para Cabanillas ningún consuelo: una vez más, por un pelo, el Tirano se le había escapado de las manos.
Por suerte, todavía le quedaban las sandalias.

………………

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Internacionales

“La guerra le quita la máscara a los que ya han elegido no ser humanos”, Silvia Salis, alcaldesa de Génova

El 12 de agosto de 1944, el ejército nazi fusiló a 560 habitantes del pequeño pueblo de Sant’ Anna de Stazzema. Familias enteras -hombres, mujeres, niños y ancianos- fueron obligadas a salir de sus casa y colocarse frente al pelotón de fusilamiento. En un nuevo aniversario de esta herida abierta, la alcaldesa de Génova fue la encargada de decir unas palabras mientras la primera ministra, Giorgia Meloni, permanecía en silencio. En su discurso, Silvia Salis, dijo lo que había que decir. “La Resistencia no es un capítulo cerrado… la Resistencia es un músculo. Y todavía lo estamos ejercitando.”

Silvia Salis, Alcaldesa de Génova

“Me llamo Silvia. Soy una ciudadana de la República de Itala. Soy hija de Génova, una ciudad que dio su vida por la Resistencia, que se liberó de la locura del nazifascismo, una ciudad que dio la vida por la Resistencia. Una ciudad medalla de oro de la Resistencia, como lo es Stazzema. Estoy aquí, en este lugar sagrado, NO para recordar. Estoy aquí para no olvidar, que no es lo mismo.

Recordar es una acción que pertenece a la mente. No olvidar también pertenece al corazón. Y hoy, con el corazón, aunque no nos demos cuenta, hacemos ruido. Quiero que este ruido se escuche hasta el valle. Porque estamos aquí para elegir. Para elegir de qué lado estar. Porque cada vez que honramos la masacre de Sant’Anna di Stazzema no hacemos un gesto formal. Tomamos posición. Miramos a la Historia a la cara y decimos: «No olvido. Resisto. Continúo el camino de quienes fueron arrebatados de sus vidas, para defender las nuestras». La memoria de la Resistencia es nuestra memoria, es la memoria de quienes lucharon para derrotar al fascismo y al nazismo. (…)

La Resistencia no es un capítulo cerrado… la Resistencia es un músculo. Y todavía lo estamos ejercitando. Dicen: «La política de hoy ya no es lo que era. Faltan ideologías». En cambio, yo digo que las ideologías sí están ahí. Y añado, afortunadamente, que no me siento como quienes, incluso hoy, minimizan la Historia. No me siento como ellos, ¿es una cuestión de ideología? Quizás, pero sobre todo, es una cuestión de humanidad. Aquí no había un mañana. Porque los ogros cerraron la puerta del tiempo a 560 seres humanos. Algunos dirán: «Pero era tiempo de guerra». Pero la guerra no justifica el horror.

La historia enseña que cuando se pisotean los derechos fundamentales no se trata de un fenómeno aislado. La barbarie se difunde, nuestro mismo ser humanos se pone en discusión.

Hoy como ayer las víctimas son inocentes, y existe todavía quien justifica la violencia contra quien no tiene ninguna culpa. La barbarie de Stazzema es la misma que está devastando otros lugares del planeta. Hoy, Bianca podría ser una mamá de Gaza o de Kiev.

La guerra les quita la máscara a quienes ya han elegido no ser humanos. Cada época tiene su propia forma de difundir la aparente verdad. Érase una vez, había balcones y plazas. Hoy, encuestas, publicaciones, hashtags, frases populistas gritadas en programas de entrevistas, quizás sin siquiera un interrogatorio. El fascismo no le teme a las armas, le teme a la cultura. Le teme a los libros. (…)

¡Viva Santa Ana! ¡Viva la Resistencia!

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16 de junio de 1955: Esa maldita costumbre de matar, por Leónidas Ceruti

El mes de junio de 1955, no fue un mes cualquiera durante el segundo gobierno del Gral. Juan Domingo Perón. El día 11, la Iglesia Católica realizó la procesión de Corpus Christi, que excedió lo religioso y se produjo una movilización opositora que reunió 250.000 manifestantes, desplazándose desde la zona de la Catedral a la zona del Congreso Nacional.

Las crónicas reseñan que los activistas dañaron placas conmemorativas a la figura de Eva Perón e izaron la bandera del Vaticano en lugar de la bandera argentina en el mástil del Congreso. El conflicto se agudizó cuando se conoció que durante la procesión se había quemado una bandera argentina y al publicarse en los diarios la fotografía de Perón y Borlenghi mirando los restos de la misma.

El 16 el gobierno había organizado un acto de desagravio a la bandera nacional. El ministro de Aeronáutica, Brigadier Mayor Juan Ignacio de San Martín, dispuso que la aviación testimonie su adhesión al presidente de la República, desagraviando a la vez la memoria del general José de San Martín. Para esto decidió que una formación de aviones sobrevuele la Catedral de Buenos Aires, donde descansan los restos del Libertador. El anuncio del desfile reunió en Plaza de Mayo a un numeroso público. Se trataba de un acto cívico-militar en solidaridad con el gobierno frente a los embates de la oposición.

Pero durante esa jornada, al mediodía se produciría el bombardeo, conocido como la Masacre de Plaza de Mayo. Ese día un grupo de militares y civiles opuestos al gobierno del presidente Perón, intentó asesinarlo y llevar adelante un golpe de estado y, si bien fracasaron en su propósito, durante el mismo varios escuadrones de aviones pertenecientes a la Aviación Naval, bombardearon y ametrallaron la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, el edificio de la Confederación General del Trabajo y el edificio que en aquella época servía como residencia presidencial.Causaron la muerte de 700 personas y más de 2000 heridos.

Los relatos de la época comentan que:

“A las 12.40, la escuadra de treinta y cuatro aviones de la Marina de Guerra argentina que había estado sobrevolando la ciudad desde hacía bastante tiempo (22 North American AT-6, 5 Beechcraft AT-11, 3 hidroaviones de patrulla y rescate Catalina), iniciaron sus bombardeos y ametrallamientos al área de la Plaza de Mayo.”

“El capitán de fragata Néstor Noriega, de 39 años de edad, esperaba que el cielo se despejara, la escuadrilla formaba escalonada hacia arriba. A las 12,40 Noriega al mando de su Beechcraft descarga una bomba de 100 kilos que cae sobre la sede presidencial; a continuación los North American al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots descargan bombas de 50 kilos cada uno. La sorpresa del ataque hizo que el mismo cayera sobre la población, que realizaba sus actividades normales debido a que era un día hábil.”

“Entre las primeras víctimas se contaron los ocupantes de los vehículos de transporte público de pasajeros. Un trolebús repleto recibió una bomba de lleno, muriendo todos sus ocupantes.”

“La Plaza de Mayo era un incendio, quienes salían de las bocas del subte se encontraron con la nube de pólvora, los aviones rasantes sobre el casco porteño, la gritería, la desesperación, la gente intentando esconderse como podía, heridos, muertos, mutilados. Los aviones lanzaron sus bolas de fuego y muerte contra los trabajadores que se desplazaban hacia sus tareas, o bien transeúntes distraídos que recorrían ese lugar histórico, mientras se escondían como podían ante la sorpresiva y violenta lluvia de bombas y metrallas”.

Esa mañana fue el bautismo de fuego de los aviones de la aeronáutica contra el pueblo. Los aviadores arrojaron nueve toneladas y media de explosivos, según algunas fuentes, otras, catorce toneladas sobre la población civil inerme.

Perón se había retirado al Ministerio de Guerra ubicado a 200 metros de la Casa Rosada por lo cual no estaba en ella al comenzar los ataques aéreos y el intento de asalto por fuerzas de tierra.

Después de la primera hora de bombardeo los gremios empezaron a convocar a los obreros para organizar una Marcha de Resistencia a la Plaza de Mayo en defensa de Perón. Una bomba cayó sobre la convocatoria a las 13.30 y mató a Armando Fernández, de la Asociación de Trabajadores Jaboneros, Perfumistas y Afines.

Mientras se acentuaban los tiroteos en el centro porteño, se ordenó a la Base Militar de la Fuerza Aérea en Morón el despegue de interceptores a reacción. Los pilotos se encontraban entonces en acaloradas discusiones sobre si debían adherirse o no al movimiento de los sublevados. Rápidamente se hizo al aire una escuadrilla de cuatro Gloster Meteor leales al gobierno. Si bien no pudieron llegar a tiempo para impedir el bombardeo, lograron interceptar una escuadrilla naval rebelde que se retiraba de la zona. El combate se produjo a baja altura sobre el Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery y el Río de la Plata.

La Base Aérea de Morón caería entonces por poco tiempo en manos rebeldes, con lo que estos pudieron hacerse con 4 Meteors. Los hicieron despegar para continuar ametrallando la zona de Plaza de Mayo en apoyo a los rebeldes emplazados en la zona del Ministerio de Marina, extendiendo sus acciones hasta las 17.20. Al no contar con bombas uno de estos aviadores empleó su tanque de combustible como si fuese una bomba de napalm, que cayó sobre los automóviles que se encontraban en el estacionamiento de la Casa de Gobierno.

Ante el fracaso del combate en tierra y luego de ser derribados dos aviones por las baterías antiaéreas montadas en la zona, los aviadores rebeldes recibieron la orden de escapar al territorio uruguayo, pidiendo asilo. De los treinta aviones que huían, algunos aparatos no llegaron a aterrizar en el territorio uruguayo por el excesivo consumo de combustible invertido en los ametrallamientos, por lo que sus pilotos debieron descender forzosamente al Río de la Plata o en campos de la zona de Carmelo.

El pueblo salió a la calle enardecido, solicitando armas al presidente. En un mensaje radial emitido por el General Perón afirmó que “la situación está totalmente dominada. El Ministerio de Marina, donde estaba el comando revolucionario, se ha entregado y está ocupado, y los culpables, detenidos”, e instó a la población: “nosotros, como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión”.

Se había perpetrado uno de los hechos más cobardes y criminales de militares y civiles de la historia de nuestro país.

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Matías Cerezo: “La construcción del Conti fue una epopeya. No puedo hablar en pasado, para eso falta”

Matías Cerezo, politógo y trabajador del Centro Cultural Haroldo Conti, pasó por La Columna Vertebral para explicar la situación de los sitios de la Memoria. Junto a él recorremos la memoria del escritor que le dió nombre al emblemático organismo y la historia del Centro Cultural fundado por Eduardo Jozami y Eduardo Luis Duhalde en el año 2004 dentro del Espacio de la Memoria de la ex ESMA. En medio de la polémica por su supresión o cambio de nombre decidida por el Ministerio de Justicia de la Nación en la era Milei. “Una medida negacionista y apologética”, define Cerezo. No sólo pretenden acabar con nuestra memoria histórica sino que hacen una apología de la dictadura, menospreciando la labor de la Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y todos los organismos de Derechos Humanos. Un diálogo abierto sobre esa ‘epopeya’ que significó la construcción del mayor Centro Cultural de la memoria del país, en donde se logró armar una utopía sobre un edificio destruído que se transformó en un faro de cultura, por el que pasaron decenas de músicos, actores, muestras de arte y una librería. Una experiencia inédita en el mundo que puso sobre el tapete la discusión sobre cómo sembrar vida en un espacio de muerte. ¿Era lícito llenar de arte y colores un espacio destinado al horror durante la dictadura militar? Sí, lo fue. Y la experiencia marcó un camino. Escuchá la charla entre Matías Cerezo y Nora Anchart, dos protagonistas que participaron de esa construcción. Hoy el edificio permanece cerrado y cercado por fuerzas de seguridad. La mayoría de sus trabajadores fueron despedidos. “Me cuesta hablar en pasado del Conti. Yo creo que para eso falta”, sostiene Matías e invita a participar en la defensa de los distintos centros de memoria que están peleando por su permanencia, como el ex Centro Clandestino de Virrey Cevallos que está siendo desguazado.

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