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La V Columna | Caídos en la grieta

Esta es la historia de una columna de opinión que no pudo ser.

Eran las ocho de la noche del jueves primero de septiembre cuando estaba a punto de terminar la escritura de mi V Columna del domingo. Una de sus últimas frases decía: ‘Si apelan a la muerte, qué quilombo se va a armar’. Cinco minutos después, la televisión mostraba la estremecedora imagen de una pistola apuntando a la cabeza de la vice presidente Cristina Fernández de Kirchner, en un escenario inimaginable, sin custodios ni policías ni gritos. Solo un arma, y dos disparos fallidos.

¿Sobre qué estaba escribiendo yo? No era de la posibilidad del atentado. Era de otra cosa, claro. Pero la situación me paralizó.

La nota en cuestión empezaba diciendo: Son tiempos malversados en los que una de las principales víctimas es la palabra. Degradada en su esencia no es fácil establecer una comunicación sin interferencias.

Primero, mencionaba al pasar la palabra reina, ‘amor’, la que había destituido a la vieja y querida Lucha de Clases para transformar la política en un folletín. Sabía que me metía en un berenjenal.

Y sí, Drexler. Entendí que era mejor callar que andar enredándose en discusiones imposibles, alejándose de decenas de amigos durante una temporada larga. No tenía ganas de enfrentar las ácidas críticas que suelen bordear la acusación de traición. Tampoco quería lastimarlos en su susceptibilidad, si son tan cándidos en sus creencias, que finalmente son casi las mías. Yo quién soy para andar hiriendo a nadie, puedo no tener razón y lo que ocurre es que solo soy lenta para entender el amor. O quizás…

Tá, Silencio. Pero qué difícil aceptar el silencio cuando una de las cosas que más amás en la vida es pensar en voz alta. Y seguí adelante, tecleando, para llegar a una de las palabras malversadas que habían aparecido peligrosamente en el vocabulario político: muerte.

Conocido el pedido de condena a 12 años, Alberto apareció en TN con su fallido: ojalá que Luciani no haga lo mismo que Nisman, dijo. Después fue el turno de la vicepresidenta quien dijo estar frente a ‘un pelotón de fusilamiento’. Lo mencionó el 22 de agosto, a 40 años de Trelew, y volvía el fantasma de la patria fusilada. Claro que éste era un ‘fusilamiento mediático’, aclaró, sin explicar que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Por último, el día antes del jueves negro, Máximo Kirchner advirtió: “Están buscando el primer muerto peronista”, Wado de Pedro lo secundó, un poco más amplio repitió que ‘están buscando un muerto argentino”, y la Ofelia mostraba balas de plomo que encontraron en los alrededores de la casa de Cristina de un revolver que se le había caído a un policía del operativo. Rarísimo todo.

Con sabiduría, Drexler volvió a zumbirme en el oído.

Será que tengo mis años y muchas muertes a cuesta, pero con la muerte no se jode. La muerte no es ninguna victoria, la muerte es muerte, no se anuncia ni se advierte. La muerte es horrible, no se puede mencionar con tanta ligereza.

En eso andaba cuando apareció la pistola en la tele. Y mi columna pasaba a ser vieja, ajada, amarillenta. De pronto, un juicio, justo o injusto, todavía en proceso, se convertía en la antesala de una ‘guerra civil’, porque, créase o no, también apareció semejante fantasma en el discurso político de estos días. De puro supersticiosa, como buena abuela que soy, pensé: no llames a la muerte.

A esta altura, decidí tirar mi columna a la basura, y explicar mínimamente porqué lo hice.

¿Autocensura? ¿Prudencia? ¿Acompañamiento a la congoja general? O simplemente conciencia de que soy una de las tantas que anda haciendo malabarismos, caída en una grieta peor que la de San Gabriel. Con una sensación parecida a la que debe haber tenido ese hombre que se animó a ir a fondo y tocó los dos continentes.

Sea como sea, otro día espero poder leer la columna original. Hoy, mejor callar.

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Buenos Aires: sin penas ni olvidos

La semana pasada me tocó sobrevolar por Buenos Aires. Aunque viva del otro lado del río, allí están buen parte de mis afectos. Vivo en la frontera de la orilla oriental del río Uruguay, por eso veo a diario la televisión argentina y escucho las radios porteñas. Lejos de lo que podía imaginar en estos tiempos de cambio en los que un candidato esperpéntico parece tener posibilidades de llegar a la presidencia con promesas apocalípticas -y en un momento de extrema incertidumbre y desazón, con una inflación galopante y la pobreza en aumento-, no percibí ni el miedo ni el odio que los medios difunden día a día.

Algo, sí, había quedado atrás: la euforia. No era tristeza ni depresión, simplemente conciencia de un estado de cosas. Viaje relámpago, sin encuentros festivos pero sí sentidos. Más comidas caseras y menos restaurantes (por suerte!). Días de reencuentros en casas, sin maquillajes, en los que sentí el mismo estado de ánimo: la vida sigue y, como siempre, hay que ponerle el cuerpo. Cero desesperación. La vida real.

Por primera vez, volví serena de Buenos Aires, sin esa sensación de resaca, de quien anduvo en un hermoso carrousell que mareaba. De algún modo, volvíamos a estar en sintonía, cada quien atento a lo que pasa, haciendo lo que siente y necesita hacer, pero poniendo el foco también en casa, reconstruyéndose, pisando tierra. Sin esa euforia política cocainómana que les atacó a muchos en medio de una realidad que de alegre tenía poco. ‘Los pobres’ y las injusticias no aparecieron hace un mes pero de pronto todos cayeron en la cuenta de que se acabó la fiesta. Hace rato que se habían apagado las luces del boliche.

Y, sin embargo, la sensación era agradable.

En esa semana gris de primavera en la que me tocó Buenos Aires, la UNESCO declaraba Patrimonio de la Humanidad al sitio de memoria de la ESMA. Yo desayunaba en casa de una amiga que hace más de veinte años milita y labura en consolidar la memoria que veía en directo la transmisión del debate de la UNESCO. Aparecí como Mafalda recién levantada y ella me explicó todo -yo no tenía ni idea de que ése día podía ser un ‘Día Histórico’-. Y lo fue. Y la delegación argentina se levantó, se abrazó y lloró. Y los conocíamos a todos. Y casi que lloramos también, por ellos y por nosotros. Porque al final, hay recompensa, diría Ceratti. Estábamos felices, satisfechas con lo que entre todos habíamos logrado.

Por suerte, en esos días no tuve tiempo de ver televisión y me asomé poco a las redes, tenía mucho tramiterío por hacer. Uno de ellos en la ex ESMA, justamente. Al salir, me encontré con un contingente de chicos de la secundaria -del Mariano Moreno- justo cuando el guía que los esperaba comenzaba a hablar. Me quedé escuchando, como una alumna del Moreno más. El guía estaba super capacitado, no era un maestro, era un guía que sabía que debía promover preguntas. De a poco los pibes se empezaron a animar y comenzó el diálogo con el guía. Diálogo. Otra emoción. Esa mañana había leído una noticia de que por primera vez declaraba en España una testigo de la tortura durante el franquismo. ¿Cómo no sentirnos orgullosos de formar parte de esa Argentina que es vanguardia en Derechos Humanos?

Otro de los ‘trapicheos’ -como diría mi amigo Falbo- era en la Biblioteca Nacional. Esta vez iba como ‘investigadora’, seis meses atrás me había jubilado allí después de diez años de laburo. Consulté lo que tenía que consultar y volví a mi lugar de trabajo, mi vida entre el 2012 y el 2022. Allí también todo seguía su curso. No le tenían miedo a la motosierra de Milei aunque se preparaban a evitarla. Pasar por el Archivo también me llenó de orgullo. Caramba! Cómo no sentirlo. Empezó con la gestión de Horacio González y hoy es uno de los archivos personales más importantes y serios del país. Y, se sabe, en un archivo se preserva la vida en su máxima expresión. Cuando voy a tomar el ascensor para retirarme, en el tercer piso, el piso ‘del público’, por donde pasan centenares de personas por semana, un mural en la pared con la cara de Horacio González tan parecido al que una conoció y su frase icónica entre los trabajadores de la BN: “Sin nosotros, no somos nada”. La dijo en su despedida casi como un chiste, no sabía cómo cerrar una frase y se la mandó. Yo estaba ahí cuando la pronunció, fue casi un suspiro, todos sonreímos, no sé quién fue que reparó tanto en ella que la convirtió en ‘bandera a la victoria”. Durante todo el macrismo la pizarra de la oficina de Recursos Humanos la tuvo anotada ¿Cómo no sentirse orgullosa?

Ver a mi familia, amigos y compañeros, que le siguen poniendo el cuerpo a la vida, con sueños personales y colectivos ¿Cómo no sentirme orgullosa?

Todos sabemos que la vida sigue andando. Cada cual hará lo que puede, como fue siempre. Solo debemos desintoxicarnos. Basta de borracheras, basta de miedo. En política, muchos se empiezan a animar a hablar. Por ahí va la cosa.

Laura Giussani Constenla, 26 de septiembre 2023

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Planeta Giussani | La guerra del dólar

¿Qué se esconde detrás del dólar? Laura Giussani Constenla reflexionó sobre la divisa, su establecimiento como moneda de cambio internacional y qué implica esto para Argentina.

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Editorial Nora

El Editorial | Regístrese, Comuníquese y Archívese

A propósito del Día del Maestro, Nora Anchart recuperó fragmentos del documental Regístrese, Comuníquese y Archívese, realizado sobre la base del documento “SUBVERSIÓN EN EL ÁMBITO EDUCATIVO (Conozcamos a nuestro enemigo)” que fue firmado el 27 de octubre de 1977 por el entonces ministro de Cultura y Educación de la dictadura Juan José Catalán y distribuido en todos los establecimientos educacionales del Argentina a docentes y autoridades escolares, con el propósito de buscar “subversivos” en los niveles inicial, primario, secundario y superior.

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