La lectura de la sentencia a los asesinos de Fernándo Báez Sosa tuvo al país en vilo. Pegados a la pantalla, como si fuera el último capítulo de una serie, vimos a la jueza decir cada uno de sus nombres, dirección, trabajo, edad -veinteañeros todos-, con la precisión en cada caso de que eran ‘instruídos’. Allí estaban los ocho pibes instruidos jugándose el futuro.
La trama del juicio rememoraba, de algún modo, El Sueño de los Héroes, de Adolfo Bioy Casares: “A lo largo de tres días y de tres noches del carnaval de 1927 la vida de Emilio Gauna logró su primera y misteriosa culminación. Que alguien haya previsto el terrible término acordado y, desde lejos, haya alterado el fluir de los acontecimientos, es un punto difícil de resolver.”
Aquí el protagonista no era Gauna sino Thomsen quien, a pesar de haber visto una y otra vez todas las imágenes que mostraban cómo él y sus amigos asesinaban a golpes a un total desconocido, sin motivo alguno, parecía no entender cómo había ocurrido semejante descalabro. Era el líder y fue el que más lloró. El momento dramático del capítulo fue su desmayo. Perpetua para él y los otros cuatro que más pegaron. Quince años para los otros tres.
La temporada I de ‘Los rugbiers asesinos’ llegaba a su fin pero nos tenía reservado un plus: los comentarios de ‘la opinión pública’. Dejemos de lado la feroz alegría de los linchadores de siempre. Una pizca de piedad sentimos todos, o casi todos: tenían 18 años y una noche les arruinó la vida. Es cierto, pero no culpen a la noche, fueron ellos a quienes vimos patear en la cabeza, las costillas, el bazo, el estómago y finalmente pisarle la cara a otro pibe de igual edad a quien le robaron la vida.
Hubo muchos periodistas que se vieron interpelados por la situación y los noticieros ahora informaban dónde pasarían los próximos 30 años los pibes rugbier. ¿Cómo se vive en las cárceles donde pasarán sus próximos años ‘los rugbiers’? Nunca antes se vio tanta preocupación en los noticieros por la situación de las cárceles donde están encerrados miles de menores o jóvenes veinteañeros.
Incluso periodistas ‘progres’ como Raúl Kollman se lamentaban: ‘podría haber sido nuestro hijo’. El flamante psicólogo Diego Nosecuánto de ‘Solo una vuelta más’ en TN se mostraba desconcertado: “¿Cómo entender la violencia de estos chicos? No venían de barrios pobres y marginales”. Como si fuera absolutamente normal que un pibe pobre le rompiera la cabeza y las costilla a otro porque sí.
La sociedad se sacó la máscara carnavalesca que tanto confundía en El Sueño de los Héroes. De pronto, muchos de los que pedían a los gritos la baja de la Ley de Imputabilidad, es decir, esos a quienes les encantaría ver cómo los chicos de 14 años se pudren en la cárcel y no ‘entran por una puerta y salgan por la otra’, esta vez se apenaban con la pena. ‘Al menos que se mantengan juntos’. ‘Ojalá que vayan a Campana que está cerca de sus casas’. ‘No son asesinos’.
El razonamiento de que ‘no eran asesinos’ porque fue solo esa vez la que mataron es impresionante. Nadie es asesino hasta que no mata. Salvo que sea morocho y mala traza, pobre y no instruído, claro. Esos están condenados antes de cometer el delito.
De algún modo, el asesinato de Fernándo Báez echó luz sobre un sistema de justicia aberrante. Ignoro para qué sirven las cárceles y no se lo deseo a nadie. Desprecio el sistema deshumanizado en el que vivimos. Claro que mi opinión no cuenta, somos unos pocos, pero todos los que están opinando en la tele viven felices en este sistema y preferirían que fuera aún más represivo. ‘A llorar al cuartito’ diría Pepe Mujica. En este sistema hay reglas que debemos respetar porque es el que nos puede condenar: al que mata lo mandan a la cárcel.
¿Podría ser tu hijo? El mío, no.
Igual, es curioso que no se hagan la misma pregunta cuando el delincuente es morochón. Bah, son millones los que ven al morocho y piensa que podría ser su hijo. Ocurre que los hijos de los periodistas y bien pensantes del país se identifican más con este muchacho instruido.