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Historias de trabajadores

Horacio Zamboni, el abogado de los trabajadores. Por Leónidas Ceruti

“¡¡¡No gritar en una paritaria, entonces no es paritaria!!! “En el caso concreto de la negociación colectiva, yo he tomado conciencia en estas negociaciones con los compañeros aceiteros, que se había perdido no sólo la capacidad de discutir, además de las técnicas de la negociación, y las formas de pactar. Y en la primera paritaria, vinieron a decirnos que gritábamos mucho, que los funcionarios del Ministerio de Trabajo no podían concentrarse, porque allí no se gritaba desde hacía mucho tiempo. No se concibe una negociación salarial sin gritos. Pero esto sucedió, y descubrí algo que fue lo que más me sorprendió, y es que en las fábricas, no sé si en todos lados, se había perdido una noción: el derecho de la negociación colectiva y el derecho de la organización sindical de representar al trabajo como un sujeto. Los abogados de los grandes estudios patronales han elaborado toda una situación, que es falsa, de fraude laboral colectivo, donde se hace “como”, como si discutiéramos, pero no se discute ni salario ni condiciones de trabajo. En las fábricas, en las unidades de trabajo, ni hablar, me imagino que en las reparticiones públicas, se hace la voluntad del patrón. Hemos retrocedido, entonces, a una etapa anterior a la del Estado de Bienestar; estamos intentando luchar por el reconocimiento práctico de la organización sindical como interlocutor del capital en el sistema capitalista. Creo que esto es más que una reflexión, es una puesta arriba de la mesa de lo que yo creo que son algunos de los problemas fundamentales, que no son todos, por supuesto”. (Del libro “Horacio Zamboni. Teoría y Práctica de un Revolucionario”)

En la vida, hay personas que marcan a otros hombres, que son maestros para otros, que señalan rumbos para muchos, que privilegian lo colectivo a su devenir personal, que dejan discípulos, que se destacan por su personalidad, que sobresalen por ser frontales en el debate de las ideas, que durante su historia mantienen la firmeza en sus posturas ideológicas y políticas. Horacio Zamboni reunió esas cualidades.

Fue ante todo, un revolucionario. Se definía como marxista y socialista. Su lucha estuvo ligada a la defensa de los intereses de los trabajadores, siendo abogado de varios sindicatos. Realizó ensayos de economía, política e historia. Publicó artículos de opinión, participó de debates, dictó conferencias y cursos de formación para trabajadores y universitarios.

Nació el 15 octubre de 1942 en Rosario. Fue dirigente del Centro de Estudiantes de Derecho, Federación Universitaria del Litoral y Federación Universitaria Argentina entre 1960 y 1966. Integró la agrupación «Nueva Estructura Programática de la Reforma Universitaria” (NEPRU) y se graduó de Abogado en el mes de diciembre de 1966.

En los años ’60 y ’70, fue asesor letrado del Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos de San Lorenzo (SOEPU), la Intersindical de San Lorenzo, la Asociación Bancaria de Rosario, el Sindicato del Personal de Industrias Químicas y Afines de San Lorenzo, el Sindicato Obrero Cerámica, Porcelanas y Azulejos, la Federación Obrera Ceramista y el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación de Firmat. Cofundador de la organización «Socialismo Revolucionario”, y posteriormente del espacio político «Alternativa”. Firmaba con el seudónimo Esteban Arguello.

La Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A, lo condenó a muerte en 1974. Fue detenido y puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional el 8 de noviembre de 1974. Partió al exilio el 2 de febrero de 1975 hacia Perú.

Revalidó el título de abogado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de Lima. Integró el Centro de Asesoría Laboral, trabajando con distintos sindicatos peruanos. Fue asesor de los bloques de Izquierda Unida, en las Cámaras de Diputados y Senadores del Perú. Fue periodista de la Revista «Actualidad Económica”.

De regreso al país, fue docente en la Facultad de Derecho y abogado de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Volvió a trabajar con varios gremios, entre ellos el Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos de San Lorenzo (SOEPU), Ceramistas y en la última etapa, desde el 2004 hasta su fallecimiento el 22 de agosto del 2012, estuvo asesorando al Sindicato de Obreros y Empleados Aceiteros de Rosario (SOEAR) y a la Federación de Trabajadores del Complejo Industrial Oleaginoso y Desmotadores de Algodón de la República Argentina (F.T.C.I.O.D Y A.R.A.), donde cumplió un rol fundamental, en particular sentando las bases del principio rector del Salario Mínimo Vital y Móvil conforme a su definición legal en el artículo 14 bis de la Constitución Nacional y artículo 116 de la Ley de Contrato de Trabajo, la democracia obrera, las huelgas.

UNA VIDA JUNTO A LA CLASE OBRERA

Fueron muchos los cursos, seminarios y charlas que dio para la formación y capacitación de los trabajadores, como también a militantes con posturas anti sistema. Siempre impactante, polémico y frontal, con un discurso tan seductor como ingenioso, defendiendo los derechos e intereses de los explotados.

Desde los trabajadores que empezaban a organizarse, pasando por las agrupaciones obreras de base hasta las conducciones de muchos sindicatos, fueron a su encuentro, a consultarlo, pedir su opinión, orientación. También lo hicieron los estudiantes universitarios.

Defensor y difusor de la democracia obrera, de las asambleas obreras, de los cuerpos de delegados. Enseñó que los que deben deliberar, decidir y ejecutar son los obreros. Por eso, no sólo luchó contra los patrones y el capital, sino contra todos aquellos que buscaron y buscan sustituir en la lucha a los trabajadores. Su enfrentamiento y cuestionamiento a la burocracia sindical, fue uno de los ejes de su militancia.

Sus posiciones anti sistema y por la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, hicieron que fuera reprimido, se ganó enemigos, y los enfrentaba con la convicción de lo que fue: un revolucionario.

Nada de lo humano le fue ajeno: solidario con sus amigos y compañeros de lucha. Deportista desde muy joven, gran lector, amante de la música, el cine, la literatura, el baile. Le gustaba compartir una comida con amigos, para charlar y debatir sobre todos los temas de la vida. Vivió la vida a pleno, con una pasión y entusiasmo que contagiaba. Muchos nos formamos en la militancia con su ejemplo y sus ideas.

Horacio: Camarada, Amigo, Hermano, siempre estarás en cada huelga, cada conflicto y con nosotros. Te recordaremos como lo que fuiste, un revolucionario de puño en alto y cantando La Internacional. Te veremos en cada lucha de los trabajadores, en cada huelga, y en cada asamblea obrera.


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Ambiente

Cinco años sin Fabián #BastaDeMuertesObreras

Este 8 de septiembre se cumplen cinco años de la muerte de Fabián Amaranto Tomasi luego de años de lucha contra los agrotóxicos que finalmente terminaron con su vida en el Día del Agricultor. LCV rinde homenaje a los trabajadores rurales rescatando la figura de este luchador que se convirtió en un emblema contra el uso de tóxicos en las plantaciones. Su imagen recorrió el mundo gracias al trabajo fotográfico de Pablo Piovano titulado ‘El costo humano de los agrotóxicos’.

Fabián nació en 1966, en Basavilbaso, cerca de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos. Bella zona rural en donde supo trabajar en el campo desde chico. En el año 2005 consiguió un empleo fijo en una empresa de fumigación, estaba feliz. Hijo de una familia humilde, nunca pudo participar de las grandiosas fiestas de carnaval de la zona, la plata no alcanzaba para eso, quizás con un salario su futuro sería otro. Le gustaba ver los aviones sobrevolar los campos. El se encargaba de la carga de los ‘mosquitos’ fumigadores. Ignoraba las consecuencias que podría tener maniobrar a diario con peligrosos químicos como glifosato, tordon, propanil, endosulfán, cipermetrina, 2,4D, metamidosfos cloripirfos, coadyuvantes, fungicidas o gramozone.

Nadie le había advertido sobre el peligro de transportar semejante carga venenosa en las avionetas. Cuando se dio cuenta, ya era tarde. “Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas”, recordó en una de sus tantas intervenciones en las que intentó sembrar conciencia. Quisieron callarlo pero no cedió a presiones. “Siempre fui pobre pero honrado y quiero seguir orgulloso de estar defendiendo gratuitamente la vida”, decía. Empezó a contar su caso en los medios locales y se convirtió en un símbolo de lucha. Siempre estuvo conciencia de su rol. “Hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas 4 meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas 9 años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55 % de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia. La más fumigada del país, una de las más envenenadas del mundo”, denunciaba frente a quien quisiera escucharlo.

Con su propio cuerpo como testimonio del mal -fue diagnosticado de polineuropatía tóxica severa y atrofia muscular generalizada- recorría las escuelas y hablaba con los alumnos: “Tengo que explicarles algo difícil porque ustedes son chicos y lo que tengo que contar no es muy lindo. Vieron que estoy enfermo, Y creo que saben por qué estoy enfermo. Algo saben. Yo trabajaba en las plantaciones de soja, o mejor dicho, trabajaba con los aviones que fumigan la soja. ¿Y pregunto…. saben por qué las fumigan? Fumigar es echar veneno sobre las plantas, pero veneno que no mata a la planta que quieren defender (la soja), sino a todo lo demás. El campo está lleno de hierbas que nacen y viven naturalmente, sin pedir permiso a nadie, pero como a los hombres que cultivan, solo les interesa que crezca la soja, entonces esas hierbas…a las que llaman malezas, les molestan y es por eso que les echan veneno. Para matarlas”.

Pasó sus últimos meses, años, postrado en su casa. “Me envenenaron y me metieron en una prisión domiciliaria”, declaró en una entrevista a un medio litoraleño. “Mi vida transcurre en mi casa. Me jubilé por incapacidad y me detectaron polineuropatía tóxica severa, la ‘enfermedad del zapatero’. Es aspirar los solventes que traen las sustancias, que son todas similares y afectan el sistema nervioso periférico. Ahora también me está afectando la conciencia. No sabía que el veneno modificaba el ser consciente. Estoy perdiendo la vida. Quiero vivir.”

Dijo el fotógrafo Piovano al conocer la noticia: “Hoy es difícil esquivar la tristeza porque un amigo anda de camino a las estrellas. Un amigo y un maestro que luchó como pocos hasta el último respiro. Se ganó todo en buena ley y pasó a escribir la historia grande para estar entre los mejores. Es tiempo de descansar mi amigo. Ha sido enorme tu sacrificio y no nos queda más que agradecerlo y honrarlo. Tu voz está viva y para siempre”.

“Tengo miedo de morir. Quiero vivir”, contaba en una carta dirigida a La Garganta Poderosa. “Tal vez, ese miedo me pueda servir de escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así, con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme así. Ahogado, de rabia y de temor. Yo no quiero ahogar mis palabras. Quiero gritar”.

Y gritó tanto que su voz todavía se escucha.

LGC

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