Hace ya demasiado tiempo que los barrios populares de esta ciudad portuaria -la de los rascacielos deshabitados construidos por el lavado de dinero, como bien muestra el documental “Ciudad del boom. Ciudad del bang”- son también los de la miseria profunda, una desigualdad intolerable pero “contenida”. Dos realidades que conviven conflictivamente, atravesadas por el delito común expandido, la criminalidad, el negocio narcopolicial, la extorsión, la amenaza, y el sicariato que por cuatro mangos se chupa los pibes. Los del universo de la exclusión social absoluta y el consumo.
Como contracara de la necesidad, en Rosario también se multiplican comunidades enteras que en esos mismos territorios, batallan desesperada, decidida, y denodadamente cada día, por amorosas políticas de vida y de cuidado. Monstruosamente vulnerabilizadas e invisibilizadas. Pero con memoria y cultura de trabajo por historia obrera, y haber sido alguna vez, reconocida como capital nacional del PARO en su orgullo de lucha y resistencia.
Barriadas cruzadas por el silencio, el temor, la angustia, y el estallido cíclico de lo que se va de cauce. Como síntoma de una poca y mala vida que no aguanta más, porque se sobrevive al lado de quienes son los responsables del terror, pero también del verdugueo policial de los de los que deben ser su control. Mientras sus hijitos, sus hijitas, sus niñes, nuestras infancias populares, crecen en el mundo del espanto.
Pero gracias a tanta fuerza colectiva, a tanta solidaridad y autogestión, a tanta organización propia, resisten y siguen contando ausencias. Y faltas, y carencias, pero sobre todo, los muertos de cada día. No en estos días, sino desde siempre. Y sin embargo aún sueñan. Es inherente a la condición humana. No a la naturaleza humana que puede engendrar fascistas, represores, tortuadores. Y ahora también, anarcolibertarios capitalistas que se alíen con ellos porque creen que la democracia (y con ella todos los derechos sociales y civiles) puede y debe ser eliminada por completo para asegurar su burguesa concepción de libertad, su propiedad y su tasa de ganancia por muerte natural, antinatural, y ajena. Sin estado que controle, que regule, y mucho menos que te cuide. Son la versión más radicalizada y bestial de la derecha neoliberal. Lean a Quinn Slobodian y verán… “Los libertarianos sueñan con un mundo sin democracia” (Revista Jacobin. 10/03/2024).
Pero sucedió que esta vez, las disputas de cajas policiales que se viven denunciando tras la inoperancia frente al delito más grande y pesado; o por eso mismo, frente a algún megaoperativo sobre el chiquitaje, o una minúscula porción que no comprometa el negocio más permanente, y que haga ruido para mostrar cuánto se hace; se conjugó con pases de factura y reclamos de derechos de “los presos de alto perfil”. Conjugados con imágenes de mano dura a lo bukele, en donde nada es un error o un desliz.
Y entonces el pánico cotidiano, adherido a la piel de la barriada, se trasladó al cuerpo de toda la ciudad, cuando el sicariato se cobró la vida de cuatro laburantes absolutamente ajenos a su mundo. Todos en menos de una semana y en sus propios lugares de trabajo, como la expresión más degradada, brutal y bestialmente explícita de este capitalismo trasnacional financiarizado de la droga, las armas, la soja, los medicamentos, y alguna otra línea de maximización de la ganancia para el que la vida, vale menos que nada.
Y entonces las fuerzas federales Mileístas-Bullrichistas de la no-democracia, vienen a ocupar el territorio por saturación, bajo el reclamo desesperado de una comunidad que no necesitó su presencia para autoimponerse una suerte de toque de queda por temor. Así estas noches tempranas. Así los comercios de persianas bajas…
Hay un dato alentador, aunque mínimo. Un resto necesario indispensable. Un piso. Un valor ético de clase. Lxs taxistas, lxs colectiveros, lxs recolectores de residuos, lxs educadores de todos los niveles… PARARON. Impactando en toda la ciudad. Reclamaron al estado. Desactivaron la normalidad de convivir con la muerte naturalizada en lo cotidiano frente al negocio narco-policial-criminal, de un estado corrompido por dentro, por una concepción política del poder y su bolsillo.
No hay salida a corto plazo. Una vez más, sólo golpe de efecto hasta aquietar, entre negociaciones palaciegas, espúreas y discursos oportunistas. Hasta que otro pase de factura por oscuros acuerdos transgredidos, reinstale el dolor, el temor, el reclamo, el estallido.
Lo fundamental para seguir abriendo espacio a la vida y a la justicia social en claves emancipatorias, a 40 años de democracia, sigue siendo encuerpar, construir movimiento, organización colectiva, coordinar solidaridad de clase. Romper el aislamiento, el determinismo y el orden de lo inexorable. Articular luchas, saberes y experiencias. Aprender de ese diverso y poderoso torrente de mujeres que en estos días volvió a hacer temblar el país, cuando es el propio estado el que ataca sus luchas antipatriarcales y anticapitalistas. Y volver a pensar lo que siempre supimos: que todo está por hacerse, por conquistarse. Y que hay que encontrarse para que el miedo se transforme en coraje.
Gustavo Brufman, Lic. en Ciencias de la Educación
Docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR)
En aquel tiempo, después de los sismos que habían sufrido la razón, la cortesía y el sentido común, y de la condena a muerte del libre albedrío, caí en la cuenta de que sólo podría alcanzar algo de paz y sana cordura entregándome a un absoluto silencio. A una rigurosa renuncia a la palabra. El castigo a todo tipo de consideración acerca de lo que ocurría, o, también, a todo tipo de deseo, eran considerados dignos de desprecio y censura, de represión y encarcelamiento. La existencia sucedía a lo largo de pasillos laberínticos y estrechos que continuamente llevaban al mismo lugar: la ausencia de explicaciones. A subsuelos desprovistos de luz y entendimiento de toda naturaleza. Habían logrado infundir en el cráneo barrotes de hierro que encapsulaban recuerdos, estímulos, vergüenza. Todos éramos culpables de algo que no habíamos hecho y que en momento alguno habíamos pensado hacer. Desplomarse en la calle, extenuado por la falta de alimentación, era el resultado de una reprochable falta de entrega a la búsqueda de alimento; la desocupación, el resultado de una reprochable falta de entrega a la búsqueda de empleo. Y así por delante. Imperaban el silencio, la quietud, el adormecimiento. Nos gobernaba el aturdimiento que causa el recelo.
* Josef K. : personaje creado por Franz Kafka para protagonizar la novela El proceso, publicada en 1925. Oficinista de un banco, un día es llevado a una sala donde, sin explicación alguna, donde debe permanecer a la espera de que se produzca su proceso judicial, aunque no esté detenido.
Senectus mundi. Demencia senil y nihilismo atómico, por Franco ‘Bifo’ Berardi
Si el fascismo del siglo XX fue la agresión depredadora de jóvenes que albergaban la ambición de conquistar el mundo, de someter a los pueblos, el fascismo del siglo XXI es el fascismo de viejos enfurecidos por su propia impotencia.
Hemos visto a los dos flácidos gladiadores destrozarse como perros de pelea exhaustos para deleite de millones de espectadores, que además tienen que decidir cuál de los dos merece ser el presidente de una nación que lleva mucho tiempo mostrando claros signos de descomposición moral, psíquica y política.
Uno de los dos es un violador en serie, mentiroso compulsivo, empresario fracasado y estafador; el otro es un asesino genocida. No me gustaría estar obligado a elegir, pero por suerte no soy estadounidense. En los últimos tiempos, nos hemos acostumbrado a presenciar en directo tales y tantos espectáculos de horror y crueldad (la matanza de inocentes en Palestina, la tortura de todo un pueblo por las bestias sionistas, la matanza de jóvenes ucranianos y rusos, el ahogamiento de inmigrantes arrojados al mar por las diversas guardias costeras, el asesinato de trabajadores agrícolas empleados sin contrato…), que la consternación que siento ante el último espectáculo de crueldad ofrecido por la mediateca mundial puede parecer estúpida: la exhibición de un duelo entre dos viejos por los que parecería imposible albergar un sentimiento de piedad. Y, sin embargo, al contemplar los tartamudeos de ese viejo de 81 años, confuso y vacilante, y al presenciar las muecas de burla de ese otro viejo de 78 años, prepotente e ignorante, sentí (también) piedad. ¿Se puede sentir piedad por un criminal que suministra armas al genocidio sionista, se puede sentir piedad por un violador en serie que predica el exterminio de los migrantes en la frontera? Los odio a ambos en tanto que máximos representantes de la democracia estadounidense. Sin embargo, sentí piedad por ellos en tanto que viejos.
En la voz exánime de Biden, reconocí el enronquecimiento triste de mi propia voz. Tengo 75 años y veo en mí todos los signos del sufrimiento inconfesable, que experimentan los hombres blancos en el mundo entero: el declive de la fuerza física, el debilitamiento de los sentidos y de la voz, el inexorable desvanecimiento de la mente. No se habla de la vejez salvo con vergüenza e hipocresía. El respeto por los viejos es una muestra del desprecio que todo joven siente por quienes ostentan un poder que ya no dispone de un cuerpo, sino sólo de técnica. No se habla de ello y, sin embargo, el envejecimiento del mundo blanco occidental es el tema político más importante sobre la mesa.
Por razones de corrección política y de comprensible pudor, el envejecimiento es difícil de analizar: el propio Freud prefirió no ocuparse de sus aspectos psíquicos. En cambio, un autoanálisis del envejecimiento es hoy una tarea prioritaria del psicoanálisis, pero también del pensamiento político. No comprenderemos la ola reaccionaria mundial sin reflexionar sobre la senectud. Los movimientos culturales y políticos del siglo XX expresaron la energía juvenil de una población en expansión rapidísima en la que el componente juvenil constituía la gran mayoría. El futurismo de los movimientos culturales y políticos del siglo XX era la expresión de esta composición generacional: la expansión era una condición biopolítica antes que económica. A partir de cierto momento dos fenómenos concomitantes modificaron radicalmente la composición generacional: la prolongación de la duración de la vida y la drástica caída de la natalidad durante las últimas décadas. Si el fascismo del siglo XX fue la agresión depredadora de jóvenes que albergaban la ambición de conquistar el mundo, de someter a los pueblos, el fascismo del siglo XXI es el fascismo de viejos enfurecidos por su propia impotencia y, al mismo tiempo, aterrorizados por el avance implacable de masas jóvenes ávidas de venganza.
La impotencia es el núcleo del fascismo actual y no tiene importancia que los racistas de hoy sean también votados por votantes jóvenes. Son jóvenes viejos, psíquicamente frágiles: la civilización blanca dominante agoniza tanto por razones demográficas (un tercio de los habitantes de Europa tiene más de 60 años) como por razones psicopolíticas: depresión, adicción a los psicofármacos, dependencia de la máquina semiótica que absorbe toda emoción y toda energía. Una senectud rabiosa y, por consiguiente, demente se cierne sobre el horizonte de un siglo que acaba de empezar y que ya agoniza, y esta senectud trae la muerte para todos, porque los viejos odian el mundo que podría sobrevivirles. Por eso lo destruirán, por eso ya lo están destruyendo.
En su libro sobre la obsolescencia del ser humano, Gunther Anders (que cada día se antoja más como el gran pensador de nuestro posfuturo) observa que la técnica es el sustituto del poder humano y que la bomba atómica es el culmen de este subrogado del poder. La raza dominante, blanca y occidental, está furibunda ante su impotencia para gobernar la complejidad ingobernable del mundo global. Si la inteligencia artificial es el sustituto estúpido y emocionalmente paralítico de la pérdida de capacidad de pensamiento por parte de los seres humanos, la bomba nuclear es el sustituto de la potencia viril perdida de la raza dominante. Por ello no escaparemos a la maldición final, porque la raza dominante, como Sansón y como Netanyahu, decidirá exterminar a los jóvenes, cada vez más asustados, cada vez más incapaces de autonomía y de revuelta.
Esta raza de impotentes hiperarmados, la raza infame de Biden, Trump, Netanyahu y Putin, utilizará la única potencia de la que dispone: la potencia de aniquilarlo todo.
Publicada el elsaltodiario.com el 4 de julio de 2024
La idea de Milei de hace dos años en favor de degradar a los niños a la condición de cosas, dejando así de ser civilmente personas, para que puedan ser objeto del contrato de compra-venta; y de declarar a los padres como propietarios de la “cosa” niños, tiene su aberrante origen ideológico en Murray Rothbard (1926-1995) un extraviado pensador libertario norteamericano.
Autor de ‘La ética de la libertad‘, Rothbard señala cuáles son los ‘Derechos de los Niños’:
“Si un padre puede tener la propiedad de su hijo (dentro siempre del marco de no agresión y de libertad de abandono del hogar) puede transferirla a terceros. Puede dar al niño en adopción o puede vender sus derechos sobre él en virtud de un contrato voluntario. En suma, tenemos que enfrentarnos al hecho de que en una sociedad absolutamente libre puede haber un floreciente mercado libre de niños. (…) un mercado típico, en el que al rebajar el gobierno los precios del artículo, muy por debajo de los del mercado libre, se produce una gran escasez de bienes. La demanda de bebés y niños es de ordinario muy superior a la oferta (…) Si se permitiera el mercado libre de niños, se eliminaría este desequilibrio y se llevaría a cabo una transferencia de bebes y de niños desde padres que no los quieren o no los cuidan, a padres que desean ardientemente tenerlos.”