fbpx
Connect with us

Libros y alpargatas

La era del individuo tirano, de Éric Sadin

La era del individuo tirano (Caja Negra, 2022) es el nuevo libro de Éric Sadin, filósofo y escritor francés que abre el debate sobre una nueva era en acción.

Episodios desconcertantes de la vida contemporánea como la viralización de teorías conspirativas, la polarización cada vez más marcada de la opinión pública o el ascenso de figuras políticas que se alimentan del humor de las redes sociales tienen para Éric Sadin una raíz común. Para comprender estas circunstancias en su conjunto no alcanza con señalar como su principal causa la precariedad a la que nos arroja el actual sistema económico, ni simplemente condenar los hechos en base a un moralismo autocomplaciente. Más bien hay que interpretarlos como manifestaciones de una nueva condición del sujeto contemporáneo que, si bien se hizo carne en la última década, se remonta a más de dos siglos atrás, y tiene en el individualismo su ethos predominante.

Uno de los críticos más agudos de la mutación tecnológica en curso asume en este libro un prisma diferente al de sus anteriores trabajos para hacer foco en el impacto sobre la psicología individual y colectiva. A fin de penetrar mejor en la disposición espiritual de nuestra época, Sadin traza una genealogía que comienza con el proyecto emancipador del individualismo liberal en la figura de autores como John Locke o Alexis de Tocqueville, pasando luego por el mito del self-made man propio de la cultura neoliberal y el narcisismo de masas de las sociedades de consumo para terminar con el aporte definitivo de la industria de lo digital a partir de un análisis exhaustivo de plataformas como Facebook, Twitter e Instagram. Este complejo proceso desemboca en lo que el autor diagnostica como “la era del individuo tirano”: el advenimiento de una condición civilizatoria inédita caracterizada por la abolición progresiva de todo cimiento común para dejar lugar a un mundo en el que el “yo” representa la fuente primera –y en general definitiva– de verdad.

Compartimos un fragmento del libro:

Fragmento-LaEraDelIndividuoTirano-CajaNegraEditora

Seguir leyendo
Comentá

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Destacada

Lecturas obligatorias #5, por Daniel Divinsky

Entre mis múltiples falencias, me confieso antisnob, al menos en materia de lecturas. Cuando un libro está MUY de moda y se convierte en tema de conversación en los circuitos bienpensantes, desarrollo un fuerte deseo de no leerlo. Muy a menudo lo hago tiempo después, para descubrir que mi prejuicio era injustificado. Me pasó hace poco con Las malas, la excelente autoficción de Camila Sosa Villada y muchísimos años atrás, con Cien años de soledad: la leí, con retraso respecto a la fecha de su aparición, con enorme disfrute, en un viaje en micro a Córdoba. Era, eso sí, la primera edición cuya tapa ofrecía una visión confusa de un barco de velas en medio de una selva en dibujos lineales de color azul.

Más recientemente me acaba de suceder con Fortuna, la segunda novela de Hernán Díaz, publicada por Anagrama, escrita originalmente en inglés y que fue galardonada este año en los Estados Unidos con el muy importante premio Pulitzer de narrativa.

Por un lado, me causaba cierto rechazo que el autor – nacido en la Argentina en 1973, migrado a Suecia con sus padres por razones políticas durante la última dictadura, regresado al país para cursar sus estudios universitarios en Literatura y luego radicado en Londres con una beca y finalmente en Nueva York donde hizo su doctorado y dicta clases– hubiera decidido escribir en inglés.

Por otro, la temática del libro, ampliamente difundida luego de su premio, no me resulta atractiva a primera vista: se ocupa de inversores, de altas fortunas, de juegos de Bolsa en Wall Street…

Pero sí me sumergí, con enorme provecho, en la lectura de la anterior novela de Díaz: A lo lejos, publicada por la pequeña y refinada editorial española Impedimenta en impecable traducción de Jon Bilbao. Cabe hacer notar que, después del Pulitzer, el autor o su agente literario (este oficio suele implicar tareas de chivo emisario) llevaron la otra novela a un sello de mayores dimensiones.

Hay que aclarar desde el principio que se trata de un libro de temática poco común. Narra la epopeya de un sueco analfabeto, que, a mediados del siglo XIX y motivado por la extrema pobreza de su familia, decide partir con su hermano mayor hacia Norteamérica. Por una confusión, se separan en el muy movido puerto inglés de Portsmouth. El hermano va a parar efectivamente a Nueva York, como estaba previsto, en tanto Hakan Söderström, el protagonista, un gigantón descomunal, se embarca en un navío que pasa por Buenos Aires y que luego de dar la vuelta al continente por el Cabo de Hornos, lo deja en California en plena efervescencia de la ”fiebre del oro”.

A partir de ese desencuentro, el protagonista emprende una travesía plagada de incidentes a través del desierto norteamericano, para tratar de llegar a Nueva York, lo que convierte a la novela, como dijo un comentarista, en un eastern, en el sentido de que, al revés de los westerns el recorrido se hace a la inversa del de las caravanas.

Hakan (el nombre debería escribirse con un º sobre la “a”, pero no encuentro el símbolo en mi teclado) no solo no sabe leer ni escribir, sino que no entiende una palabra de inglés. A pesar de ello, va trabando relaciones con diversos personajes, (unos amistosos, otros nefastos), a través de una mezcla de mímica y palabras aprendidas por necesidad.

En la agotadora travesía que inicia, Hakan aprende a cazar animales para alimentarse y a curtir sus pieles para abrigarse. Pasa parte del recorrido con un naturalista, que le enseña a reconocer los usos posibles de las plantas y, al mismo tiempo, rudimentos de medicina y cirugía que habrán de serle muy útiles. Otro compañero de ruta, con hábitos de gourmet, le enseña a cocinar.

Buena parte del tiempo está solo, meditando filosóficamente casi sin saberlo. Se incorpora por un tiempo a una caravana con la sola aspiración de conseguir un caballo que facilite sus desplazamientos. Lo consigue y lo bautiza “Pingo”, único guiño perceptible del autor a sus orígenes argentinos.

Perderá ese caballo tras un enfrentamiento a tiros. Se ve envuelto en varios de ellos a los que sobrevive prácticamente ileso, traba un esbozo de relación afectiva con una joven cuya familia está en una de esas caravanas, pero todo se frustrará cuando tras un ataque, mate a varios de los intrusos y también, por accidente, a la muchacha.

Eso lo convertirá en prófugo de la justicia y, como su estatura y corpulencia lo hacen muy evidente, deberá ocultarse largo tiempo hasta que un avieso sheriff lo detiene y lo exhibe como fenómeno circense para recolectar fondos en su propio beneficio.

A esta altura el lector de esta columna estará legítimamente preguntándose: “¿Qué tengo que ver yo, habitante de esta Argentina en crisis recurrentes, con esta historia ambientada ‘allá lejos y hace tiempo’?”. La respuesta es que la habilidad con que el relato está escrito hace que uno se identifique con este personaje en cierta medida patético y se apasione con la lectura.

Como escribió un crítico del diario inglés The Guardian se trata de “un viaje de la inocencia a la experiencia. David Copperfield con sabor a Tarantino.” No es una referencia exagerada. Objeto de su propia historia, el gigantón protagonista termina arrojándose al mar entre témpanos desde un barco recolector de hielo para refrigeración. Emerge como si tal cosa en la primera escena de la novela, que enlaza directamente con la última.

Un libro apasionante, que confirma que la buena escritura puede hacer deseable seguir casi cualquier trayectoria humana.

Continue Reading

Destacada

Lecturas obligatorias #4, por Daniel Divinsky

Juan Verdaguer, el actor y performer uruguayo que triunfó en la Argentina como precursor del stand up basó su éxito en contar chistes a repetición conservando un gesto de seriedad. También protagonizó la película Rosaura a las diez, basada en la novela de Marco Denevi, en la que interpretaba, muy bien, el dramático rol de Camilo Canegato, huésped de una miserable pensión que vivía una historia de amor fantaseada.

Él confesaba, solo medio en broma, que narraba siempre los mismos chistes, pero como hacía giras por el continente, era el público el que cambiaba.

Lo digo a propósito de que el libro que voy a “prescribir hoy, Dos veces junio, (la novela de Martín Kohan publicada originalmente en 2002 y reeditada recientemente por Random House) lo reseñé hace bastante tiempo en mi columna de “Leamos”, la publicación literaria digital de Infobae, por lo que es posible que me plagie a mí mismo, eso sí, con mi autorización. Y confiando en que el público haya cambiado.

La dictadura cívico-militar-eclesiástica que devastó nuestro país entre 1976 y 1983 hasta la aparición de esta obra no había tenido, a mi juicio, una narrativa que la reflejara, especialmente a partir de casos individuales.

Recuerdo de la muerte de Miguel Bonasso, aparecida en 1984, posiblemente hay sido el primer intento de novela testimonial sobre la represión, las cárceles clandestinas y la tortura “basado en hechos reales”. El título proviene de un poema de Quevedo y puede encuadrarse el libro en el género no ficción, pese a que ganó el premio Rodolfo Walsh en la Semana Negra de Gijón, Asturias, en la categoría novela.

Con posterioridad a la novela de Kohan se publicaron (entre muchas otras que no he leído), La casa de los conejos de Laura Alcoba, El camino de las hormigas, de Laura Fernández Berro, los cuentos de 76 y la novela Campo de Mayo de Félix Bruzzone, todas muy eficaces y recomendables.

Pero destaco Dos veces junio por su poder de síntesis y la forma en que se cuenta una cosa cuando aparentemente se está relatando otra.

Primero, hablemos del autor. Nació en Buenos Aires y tiene más de treinta títulos publicados, entre novelas, libros de cuentos, ensayos (entre ellos, un muy original ¿Hola? Réquiem por el teléfono fijo y otro que refleja su declarada pasión boquense más varios históricos y de crítica literaria). Su novela Ciencias morales ganó el premio Herralde del género otorgado por esa editorial española y fue llevada al cine por Diego Lerman con el título de La mirada invisible. Su novela más reciente, Confesión, cuenta una historia ligada a la juventud del dictador Videla y no hace mucho publicó Me acuerdo, un inventario de recuerdos personales objetivos muy compartibles por sus coetáneos.

Y si se trata de recordar, hay muchos libros cuyas primeras líneas son inolvidables para quienes los leyeron:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. (Cien años de soledad)

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. (Crónica de una muerte anunciada)

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. (La metamorfosis)

Seguramente hay muchos más ejemplos de buenos inicios de textos en la literatura argentina (sin ir más lejos Aquí me pongo a cantar…), pero la de Dos veces junio y el contexto en el que aparece son particularmente memorables, al menos para mí.

“¿A partir de qué edad se puede empezar (sic) a torturar a un niño?”

Esta frase es leída por un soldado conscripto que trabaja como tal en el consultorio de un médico militar, en el cuaderno de notas en el que se registran las llamadas telefónicas. El joven no puede eludir la compulsión de corregir el error de ortografía. A partir de allí, se desarrolla una historia que tiene como telón de fondo al Mundial de Fútbol de 1982, y que describe el mecanismo de apropiación de los bebés hijos de los eufemísticamente llamados “desaparecidos”, una palabra que tenemos el triste privilegio de haber incorporado al léxico incluso en idiomas diferentes al castellano. Esos chicos que, ya grandes, todavía siguen siendo buscados incansablemente por las sobrevivientes Abuelas de Plaza de Mayo, cada vez menos numerosas pero igualmente tenaces y combativas.

El libro es ficción, pero como refleja historias parecidas a otras que se conocen con datos precisos, tiene la verosimilitud que lo convierte en un útil ayudamemoria. Cumple ese rol sin perder la fluida belleza literaria con la que está escrito.

Es bueno leer este libro o releerlo en el marco de la conmemoración de los cuarenta años de democracia en el país, Porque, cito a regañadientes a un político conservador y británico como Churchill, “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

Continue Reading

Destacada

Lecturas obligatorias/3, por Daniel Divinsky

 

Los premios literarios, se sabe, no son tipos confiables en general. Muchos de ellos están amañados, no por venalidad o parcialidad de los jurados, sino por los intereses de quienes organizan los concursos para otorgarlos. El premio Planeta España, bien dotado económicamente, arrastra un largo anecdotario en ese sentido: el viejo Lara, fundador y dueño original de la editorial, le anticipó en una oportunidad a mi amigo, el escritor gaditano Fernando Quiñones, que había postulado una novela: “A ti te daremos la mención, porque tus libros siempre se venden. El premio se lo daremos a un autor menos conocido que tú”. 

Tal vez algunos recuerden el triste papel que su agente literario (de iniciales G. S.) hizo desempeñar al incorruptible Ricardo Piglia cuando se le concedió el Planeta argentino en 1997, con la novela Plata quemada, muy buena sin dudas y merecedora del galardón, pero cuya publicación ya estaba contratada por el sello, con el texto compuesto y listo para imprimir. Este hecho generó una demanda judicial del escritor Gustavo Nielsen, que había estado entre los finalistas de ese año. 

Uno de los pocos galardones literarios que no entra en zona de sospecha es el premio Alfaguara España, dotado de 175.000 euros y una escultura de Martín Chirino, que ha sido otorgado muchas veces a escritores de currículum cero. En 1998 lo obtuvieron ex aequo el cubano Eliseo Alberto y el nicaragüense Sergio Ramírez (hoy privado de su nacionalidad por el autoritario gobierno de Ortega y su perversa y atrabiliaria mujer).  

Entre los varios argentinos que ganaron ese premio se cuentan Tomás Eloy Martínez, por El vuelo de la reina; Graciela Montes y Ema Wolf, por El turno del escriba, de su coautoría; Andrés Neuman, por El viajero del siglo; Leopoldo Brizuela, por Una misma noche; Eduardo Sacheri por La noche de la usina (base del exitoso filme La odisea de los giles) y Patricio Pron, por Mañana tendremos otros nombres. El año pasado lo obtuvo Cristian Alarcón, un escritor chileno radicado en la Argentina, eximio cronista, con su primera novela, El tercer paraíso que, personalmente, no me gustó nadita, pues me resultó una combinación de historias de exilio con sobredosis de botánica. 

En cambio, me pareció estupenda la obra premiada este año por un jurado que presidió nuestra ubicua Claudia Piñeiro e integrado, entre otros, por Carolina Orloff, escritora, editora y traductora argentina residente en Edimburgo, fundadora de Charcopress, la primera editorial del mundo anglosajón dedicada a publicar autores latinoamericanos. 

El título es Cien cuyes (que entre nosotros debería haber sido Cien cuises, ya que el cuy o cuis es ese roedor que en muchos países como Perú y Ecuador deviene manjar exquisito en las mesas locales). Su autor, el peruano Gustavo Rodríguez, nacido en Lima en 1968, con varias novelas y libros infantiles y juveniles publicados. Una de ellas, Madrugada, ya editada por Alfaguara, es una de sus obras más conocidas. 

La novela es espléndida, escrita con un estilo llano donde el humor ocupa un lugar preponderante, a pesar de lo lúgubre del tema que trata: la muerte asistida de ancianos muy lúcidos que recurren a la ayuda de la protagonista para terminar sus días con dignidad. El fin que determina a Eufrasia, la protagonista, a meterse en esa complicación con los adultos mayores a los que cuida (primero a dos, en sus domicilios, luego a varios en un geriátrico de lujo) es conseguir el dinero para comprar cien de esos animalitos y poder retirarse del trabajo para vivir de su criadero. 

Eufrasia es una señora de mediana edad, de buen ver; tiene un hijo, producto de una relación ocasional, que está al cuidado de su hermana. Ella es como una esponja para absorber los saberes de doña Carmen, una de sus patronas, y de Jack Harrison, un prestigioso médico ya retirado (sin duda reflejo de una persona real, ya que a él le está dedicada la novela), gran consumidor de whisky, gozador de la música y del ruido del mar.  

La geografía del Perú está muy incorporada a las andanzas de los protagonistas y es mucho más que un entorno. Otro punto a destacar: el libro está escrito en el castellano que se habla en el Perú, plagado de expresiones locales que en ningún momento obstaculizan la comprensión del texto: puede imaginarse fácilmente lo que denotan y, si no sucede, habrá que recurrir al diccionario, algo que nunca está de más. 

En resumen: una novela altamente recomendable, de un autor cuyo nombre deberá tenerse presente de ahora en más en el panorama de la literatura hispanoamericana significativa. Y con algo difícil de imaginar: que una novela que contiene tanta muerte resulte básicamente divertida. 

Continue Reading
Advertisement

Facebook

Copyright © 2017 Zox News Theme. Theme by MVP Themes, powered by WordPress.