‘Se acabó lo que se daba’, decía mi abuela y todos entendíamos. Una frase simple, directa, contundente. Estos últimos meses, sequía mediante, el planeta parece decir lo mismo pero nadie lo escucha. Causa estremecimiento ver la falta de comprensión de los analistas de saco y corbata que hablan de la ‘crisis del campo’ y los efectos devastadores de la falta de lluvias con temperaturas casi inimaginables en esta época. No tienen idea de lo que dicen, solo reparan en las ‘pérdidas millonarias’ de los exportadores de granos que afectaría gravemente nuestra economía. El único verde que conocen es el de los dólares. Quizás tengan razón, queda poco verde en el campo.
Millones de personas en el país sufren el agobio y la angustia de ver morir, día a día, el verde de los pastos, los cultivos, los árboles, las plantas. Un paisaje ocre, amarillento, reemplazó todo brillo de vegetación. Los ríos bajan, las lagunas desaparecen, los cultivos se pierde y miles de animales mueren. No es una versión apocalíptica, es lo que hay.
Desde hace décadas que los habitantes de zonas rurales y semirurales vienen advirtiendo que todo se está yendo al diablo. Les pusieron el mote de ambientalistas como si lo que les importara fueran las ballenas o los pajaritos de colores. Ignoran, claro, que por estos lados el agua no depende de AySA sino de un pozo. Napas subterráneas que recorren como venas el planeta. Nadie inventó el agua, ni Dios. El agua preexistía a la creación de la tierra, ya lo dice la Biblia.
Los poderosos del norte son concientes de que ésto no da para más, pero no toman las medidas necesarias porque eso significaría acabar con nuestro ‘sistema de vida’. Hablan de ‘calentamiento global’ y apuntan a la energía fósil. Guerra al petróleo. De ahora en más, vamos por el litio. Si sos amante de la naturaleza tenés que tener un auto eléctrico. Fin de la solución. Si tirás la basura, separala en orgánica e inorgánica, y a otra cosa mariposa. Soluciones, claro, que no afectan sus ganancias. Muy por el contrario.
Sin embargo, ya es hora de darse cuenta de que ‘nuestro sistema de vida’ es el que produjo este desbarajuste. En qué consiste ese bendito sistema? En que para no ser un perdedor debés mostrar tu capacidad de consumo. El auto es uno de los objetos más visible. Regla número uno, tenés que tener un auto (si es caro, mejor, y si son dos o tres o cuatro, ya estás en el paraíso).
Lo cierto es que no hay que reemplazar la nafta por las baterías, hay que acabar con el derroche de energía que significa ese hormigueo constante de máquinas por las calles. Prohibido tener auto propio, a menos que sea por trabajo. Palo y a la bolsa. No hay otra. A nadie se le ocurriría una política tan antipopular.
Y los celulares? Aunque vivimos milenios sin celular ahora son imprescindibles. Cuando alguien dice algo así la respuesta inmediata es ¿vos vivirías sin celular? Te miran con sorna, es la estocada final para acabar con estos ‘románticos ambientalistas’. Pues bien, les digo que sí, con mucho gusto les regalo sus patéticos celulares. Nunca estuve más incomunicada. Antes, si tenía ganas de hablar con alguien lo llamaba por teléfono, si estaba en su casa, libre de atender, respondía. Hoy pienso que siempre voy a molestar, quizás el otro esté trabajando, haciendo gimnasia o el amor. Verá la llamada y, si me quiere, se sentirá en la obligación de atenderme.
Lo peor de todo es que todos sabemos lo que está pasando pero nadie está dispuesto a parar la rueda del consumismo descabellado, de la ganancia fácil. Los pequeños productores y los pescadores artesanales son las primera víctimas. Hace como veinte años un pescador nos mostraba el vientre fosforescente de un pez contaminado. Era conciente de que el mundo iba a la deriva pero la cosa para él estaba clara, con sabia resignación decía: “Esto no hay culo con qué pararlo”, mientras preparaba el mallón.
Señores y señoras analistas. El problema no son las pérdidas de ganancia, el problema es que nos estamos quedando sin agua por la voracidad de los ‘inversores’ a quienes, para peor, se supone que debemos seducir para que vengan.
Los que se quejan por la mala cosecha de soja, son los que deforestaron montes completos, desviaron ríos, bombardearon montañas. Responsables de ecocidio. Más que un subsidio por sus pérdidas deberian ser juzgados. Es así, y no hay ‘tu tía’.
Planeta Giussani | El árbol y el bosque, el agua y la sequía
Laura Giussani Constenla reflexionó sobre la dramática situación del agua en Uruguay, las sequías y la necesidad de encontrar una solución antes de que sea demasiado tarde. Si no llueve pronto, Uruguay podría quedarse sin reservas de agua en 18 días.
A 50 años de Cámpora y el Devotazo, por Laura Giussani Constenla
La noche del 25 de mayo de 1973 yo era todavía una ‘nena’ y me había quedado dormida temprano. Recuerdo a mi madre acariciándome la cabeza: “Dormí tranquila, ya no hay presos políticos en el país”, dijo y me dio un beso. Fue algo tan raro que no lo olvidé nunca.
Para quienes asomábamos tímidamente al mundo de los adultos, ese 25 de mayo fue una fecha imborrable. Yo todavía no había cumplido 13 y empezaba la secundaria. El 11 de marzo había ido con mi madre y una amiga (creo que era Leonor Benedetto, que por entonces empezaba a ser famosa en Rolando Rivas Taxista) a festejar el fin de la dictadura y la victoria de Cámpora, a Santa Fé y Oro. “Ganaremos la primera y no habrá segunda vuelta” decía el jingle de Cámpora y Solano Lima -‘los hombres del Frente y de Perón’-, y como llegaron casi al 50% de los votos, no hubo segunda vuelta.
Todos nos preparamos para ir a la plaza a festejar la asunción del ‘Tío Cámpora‘ el 25. Junto a mis hermanos veíamos pasar las columnas que marchaban a Plaza de mayo desde el 4° piso de un edificio de Rivadavia al 2.300 en donde vivíamos. Sólo había que elegir la que nos gustaba más y bajar. Nos gustó una llena de morochos bullangueros, felices hasta el infinito y con ellos fuimos. En ese balcón tuve mi primer contacto con la política. Cuando había alguna manifestación de distintos partidos esperaba en el balcón que pasara un grupo simpático. Por ejemplo, cuando todos fuimos a repudiar el golpe de Chile unos meses después. Supongo que por entonces me hice peronista. ¿Quién puede resistir la seducción del peronismo movilizado? Mucho cántico, sudor, pasión, bombos, vinchas, choris. Argentina. En esa época la izquierda era solo un espacio de estudiantes clasemedieros. Un bodrio. No sé en qué momento eso cambió, pero piquetes y acampes y marchas como las de izquierda de ahora, no existían.
Tenía doce años. Ese veinticinco fue mi primera marcha. Saltar desde el Congreso hasta la Casa Rosada. “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Empujones tipo pogo, multitud de hombres, mujeres, niños, viejos, obreros, empleados, estudiantes. ‘Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual’. Otro cantito popular era: “Far, Fap y Montoneros son nuestros compañeros”. Estaban uniéndose en ese mes las tres organizaciones político-armadas peronistas bajo un solo nombre, así que también tronaba el “Montoneros, carajo”.
Tan cansada como excitada, volví a casa al atardecer, seguí viendo la vida por el balcón, y caí rendida. Al día siguiente, entendí qué había querido decir mi mamá con eso de “dormí tranquila, ya no hay presos políticos”.
Mientras el recién asumido Ministro del Interior, Esteban Righi, veía cómo encaraba la liberación de los presos políticos, y evaluaba los distintos proyectos de ley para hacer votar en el Congreso, una multitud fue de Plaza de Mayoa Devoto para pedir su liberación esa misma noche. Una cárcel rodeada de simples civiles que empujaban una gran puerta para que salieran los presos. Righi se negó a reprimirlos, razón por la cual se sentaron a armar una lista apresurada con los nombres de los militantes indultados. En medio de la euforia general, se abrían las puertas de la cárcel en lo que se dió en llamar el ‘Devotazo‘.
Los presos salieron en malón para abrazarse con quienes esperaban afuera. Entre ellos, se coló un reconocido mafioso francés, François Chiappe, quien no figuraba en la lista de liberados elaborada por el Ministerio del Interior, pero sí aparecía en la preparada por el Servicio Penitenciario Federal.
Hubo quienes permanecieron resistiendo en la puerta porque sus presos no habían salido, en general agrupaciones de izquierda. Entonces sí, la policía decidió reprimir y hubo dos muertos: Carlos Miguel Sfeir y Oscar Horacio Lysak. No todo fue alegría.
A los pocos días conocía algo más de esa jornada por boca de Paco Urondo (otro amigo de la familia). Supe que mientras escuchaba el estruendo de la manifestación afuera pidiendo la liberación, reunió en su celda a los tres sobrevivientes de Trelew, María Antonia Berger, Alberto M.Camps y René Haidar, y los grabó mientras afuera ocurrían otros hechos. Esa charla, en una noche increíble, se convirtió en La Patria Fusilada. Gracias a él conocimos los detalles de la masacre de Trelew, ocurrida apenas 9 meses antes.
Años más tarde, ya exiliada, conocí otra versión de cómo se vivió adentro de la cárcel esa noche. José Rubén Falbo Viches, era un preso común en Devoto. Culto hasta el empalagamiento, editor, había ido a para allí por una causa iniciada por los familiares de un mafioso de Avellaneda de los años 30. Culpa de ‘Barcelito, Barceló” terminó en ‘gayola’. Me contaba que ese día se murió de miedo. Algunos lo incitaban a mezclarse en el caos y quizás salir en medio de la debacle. Después de haber pasado algún año detenido, solo pensó: ‘me falta poco, si salgo ahora quizás me ligo un tiro’. Se escondió abajo de la cama. Unos meses después salió, vivito y coleando. La alegría no le duró mucho. En el 76 fue uno de los millones de exiliados. Como le dijo un capellán amigo: “Entre tus amigos subversivos y tus amigos homosexuales no podés seguir en el país”.
La ‘primavera camporista’ duró hasta el 20 de junio y la masacre de Ezeiza cuando regresaba Perón. Unos días más y Cámpora renunciaba. El resto es historia. Lastiri Presidente. Elecciones, Perón e Isabelita, López Rega, las Tres A, el asesinato de Rucci, la muerte de Perón, para convertir a las Tres A en las Tres Armas. Resulta que la dictadura militar no solo no se había acabado sino que daba lugar a un régimen jamás conocido, con campos de concetración organizados al mejor estilo nazi o quizás más perversos.
Mi abuela, cada vez que se refería a mi abuelo (quien la había abandonado), siempre decía: ‘maldito corso’. Con el peronismo me pasa algo parecido: maldito balcón. Me enamoré de ese pueblo fervoroso y entusiasta y luchador y valiente. Después, me costó horrores enamorarme de algo o de alguien.