Memoria
Victoria Basualdo: “El caso Ford en Argentina es una referencia para toda la región”

Victoria Basualdo, historiadora e investigadora del Conicet, pasó por La Columna Vertebral para describir cómo fue el importante seminario en São Paulo que se centró en dictadura, empresas y violaciones de derechos humanos. Además, Basualdo se refirió al caso de Volkswagen en Brasil, la complejidad de atribuir responsabilidades dentro de estructuras jerárquicas y la importancia de los procesos judiciales para lograr justicia.

Destacada
Septiembre 1930: El golpe que cambió la historia, por Leónidas ‘Noni’ Ceruti

Breve panorama nacional
La situación nacional empeoró desde fines de 1929, al haber estallado la crisis económica mundial, que sumió a los países capitalistas en uno de los peores dramas desde su existencia. El derrumbe de la economía internacional, con sus secuelas de quiebres de empresas, desocupación, hambre y miseria se extendió desde los Estados Unidos al resto de los países. En la Argentina, el desastre económico comenzó en febrero de 1930, y trajo paralización de actividades industriales, menor exportación de los productos agropecuarios, desempleo, todo lo cual agravó la situación política.
“La idea era hacer una nueva Argentina, modificar la constitución a un modelo corporativo, prohibir los partidos políticos…”
Tanto liberales como conservadores, pensaban desde hacía tiempo en tesis autoritarias. En 1927 un grupo de intelectuales, encabezados por los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, estancieros de Entre Ríos, comenzaron a publicar el periódico La Nueva República, desde el cual denostaban a la democracia, y planteaban alternativas corporativas y fascistas. A estos jóvenes se vinculó el general Uriburu, y prepararon el golpe con “la idea de hacer una nueva Argentina, modificar la Constitución a un modelo corporativo, con la expresa prohibición de los partidos políticos, la representación lograda a través de las asociaciones patronales y de los trabajadores, todas controladas por el Estado”. Pero debían sumar a otros sectores, y lo fueron consiguiendo primeramente con numerosos conservadores, posteriormente con el gral. Agustín P. Justo, quien tenía excelentes relaciones con los radicales antipersonalistas.

Otros sectores como la prensa, especialmente el diario Crítica, se incorporaron a la prédica de los conspiradores, los universitarios también lo hicieron. El clima previo, se vivió de diversas maneras. Ya el 31 de agosto de 1930, el público y los dirigentes que asistieron a la inauguración de la Exposición en la Sociedad Rural abuchearon a Juan Fleitas, ministro de Agricultura del gobierno de Yrigoyen, quien se retiró sin pronunciar su discurso. Y unos días antes del 6 de septiembre preparando el ambiente, el Partido Conservador acompañado por numerosos liberales, publicó un documento “golpista” contra el gobierno. Entre los firmantes estaban entre otros el terrateniente de la provincia de Buenos Aires, Federico Pinedo, luego ministro de Economía del gral. Justo, Nicanor Costa Méndez, Aurelio Amadeo, Díaz Vélez, Unzue, todos hombres de la Sociedad Rural.
La oligarquía había llegado a la conclusión que Yrigoyen era imbatible en las urnas. Los sectores de la derecha política decidieron entonces que era “la hora de la espada”, y el ejército intervino por primera vez para decidir el curso político, desde que se había convertido en fuerza profesional.
El desfile de los cadetes a la casa de gobierno

Cuando el 6 de septiembre de 1930 la población de Buenos Aires vio marchar a los cadetes del Colegio Militar por Callao y luego por Avenida de Mayo hasta la Casa Rosada, para algunos analistas en “un ambiente que pareció más de fiesta que de un alzamiento armado, contra las autoridades legítimamente elegidas y la Constitución, no sabían ni evaluaban las consecuencias nefastas que ese pronunciamiento trajo para el país”. Al frente del movimiento cívico-militar estuvo el general José Félix Uriburu, aquél que cuando era subteniente cedió su casa para que se reunieran los revolucionarios del ‘90, participó de la revolución del Parque, y tuvo una intensa amistad con Lisandro de la Torre.
Los cadetes del Colegio Militar encabezaron el golpe. Pareció más una fiesta que un alzamiento armado contra la democracia
Entre los militares que participaron figuraron varios que tuvieron papeles importantes en los años venideros en el país como Pedro P. Ramírez, Humberto Sosa Molina, Julio A. Lagos y Juan Domingo Perón. Entre los cadetes del Colegio Militar también se hallaban algunos que se destacaron por distintas circunstancias como Álvaro Alsogaray, Bernandino Labayru, Rosendo Fraga, Enrique Rauch.
Se conoció la acordada de la Corte Suprema de Justicia legitimando a las autoridades de facto, y un manifiesto del general golpista dejó ver sus propósitos de instaurar un sistema corporativo, reformar la Constitución, perpetuarse en el poder por un período prolongado y lograr la formación de un Estado de corte fascista.
Se inició una era de ilegalidad, fraude, entrega de la economía del país al capital extranjero. Uriburu conformó su gobierno con conservadores y nacionalistas. A los meses, en la disputa ideológica entre los golpistas se impuso el sector liberal que encabezaba el gral. Agustín P. Justo.
Las concepciones autoritarias y represivas se manifestaron abiertamente con la persecución de dirigentes opositores desde radicales hasta anarquistas. La cárcel, la tortura, el destierro, el exilio y los fusilamientos fue el destino de muchos militantes gremiales y políticos.
El golpe en Rosario
El clima previo al pronunciamiento militar se vivió en Rosario, de la misma forma que en Buenos Aires, y el día del golpe estaba previsto un acto del Partido Demócrata Progresista (PDP) en Santa Fe para reclamar por el retiro de los “intrusos enviados por el presidente Yrigoyen”. El partido de Lisandro de la Torre había contratado un tren para llevar a sus simpatizantes hasta la capital provincial. A la vez el espíritu golpista del PDP quedó al descubierto cuando dio a conocer una proclama planteando que “Los legisladores nacionales, en el mitting personalista de mañana nos dirán que con su actitud en el Congreso fueron eficientes colaboradores en la obra de desquicio administrativo e intelectual”.
Las crónicas del diario La Capital en aquella jornada describieron que “Rosario, ajena al movimiento militar, recibe la noticia sin mayores agitaciones. Una manifestación del Partido Demócrata Progresista integrada por varios miles de personas recorre el centro. También demuestran su adhesión estudiantes de la Escuela Normal de Profesores Nº 3 y del Colegio Nacional Nº 2”.
La Federación Universitaria Argentina de Rosario expresó su júbilo por el “despertar enérgico de la conciencia cívica de nuestro pueblo”
Por su parte, la representación local de la Federación Universitaria Argentina expresa su júbilo por “el despertar enérgico de la conciencia cívica de nuestro pueblo”, aunque considera “injustificable”, la asunción del gobierno por una junta provisoria. Algunas tentativas de reacción por parte de grupos anarco-sindicalistas fueron severamente reprimidas durante los días posteriores”.
Se informó que, “bajo el imperio de la ley marcial en horas de la noche y sobre la orilla del río Paraná, en inmediaciones del arroyo Ludueña, fueron fusilados tres hombres a quienes se ha sorprendido pegando carteles, en los cuales se incitaban a combatir al nuevo gobierno mediante ataques al Regimiento Nº 11. Una de las víctimas es el obrero anarquista Joaquín Penina”.
El mismo día del golpe, el matutino rosarino analizó la situación nacional comentando que “la desorientación en que se vienen exhibiendo los miembros del Poder Ejecutivo frente a la honda agitación que conmueve al pueblo de Buenos Aires y cuyos ecos repercuten intensamente en el interior del país”. En la jornada siguiente afirmaba “La caída del señor Yrigoyen no por prevista resulta menos aleccionadora y ejemplar.
Poco menos de dos años al frente de los destinos de la República ha bastado para destituirle de la predilección y la confianza del pueblo. El ex mandatario y sus colaboradores han caído víctimas de sus propios errores. El imperativo de la hora presente, la tarea magnifica de encausar al pueblo de la República por la senda que ha de llevarlo a reintegrarse en el imperio de sus instituciones”, preconizando que debían cumplirse dos etapas “una de preparación, para que el pueblo se coloque en aptitud de darse los mandatarios a que por prerrogativas de soberanía…”.
Se declaró el Estado de Sitio y la Ley Marcial. Procedieron a clausurar los sindicatos obreros
Se declaró el estado de sitio y la ley marcial. Se procedió a clausurar los sindicatos obreros. Hubo reclamos y los ladrilleros decretaron la huelga y fueron disueltos a balazos. A la vez fue detenido el dirigente Victoriano Rodríguez, mientras trabajaba en la zapatería “Villaverde”, situada en San Martín y Mendoza, quien era vocal de la Alianza Libertaria y se desempeñó durante años como secretario del Sindicato de Empleados de Comercio. En los días siguientes numerosos obreros anarquistas, comunistas y socialistas fueron detenidos y deportados.
Por su parte, un parte policial informa que “en las últimas horas de anoche 3 hombres de ideas avanzadas –comunistas o anarquistas– a quien se sorprendió pegando carteles o llevándolos en su bolsillos, en los que se incitaban a combatir al actual gobierno de la Nación, por medio de ataques al Ejército, fueron fusilados en la costa del Paraná, en las inmediaciones del Saladillo, haciéndose cargo de la inhumación de los cadáveres la misma autoridad. La jefatura ha dispuesto que en estos casos no se darán a conocer los nombres de los ejecutados”. Uno de ellos era el obrero Joaquín Penina, posteriormente en Buenos Aires, fueron fusilados Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, todos ellos anarquistas.

Los golpistas del ‘30, negadores de toda democracia, y con una especial concepción del orden y la paz, a los pocos días del 6 de septiembre, informaban que el teniente coronel Rodolfo Hebreo, comandante militar de la ciudad, fue “visitado y saludado por empresarios, gerentes y profesionales de la ciudad” y los comentarios giraron en torno a que “Rosario esta tranquila. Como por encanto han desaparecido los ladrones, estafadores profesionales y los funcionarios que los amparaban. También han quedado desterrados los accidentes de tránsito: en los ómnibus y tranvías, nadie fuma, se respetan las ordenanzas y nadie grita ni insulta…”.
A las semanas, Enzo Bordabehere, uno de los principales dirigentes del PDP, en un acto público apoyando la asonada militar comentó que “se esta viviendo una hora de epopeya para el país, que ve complacido la orientación política y francamente tranquilizadora que señala la proclamación del presidente provisorio”. Cinco años después era asesinado en el Senado de la Nación, por un “matón” de un senador conservador, que seguramente como él apoyaron el golpe del ‘30, toda una paradoja para el demoprogresista.
La década infame
En el país se había iniciado una de las épocas más negras de nuestra historia, puesto que las políticas llevadas adelante desde esos años repercutieron negativamente en las finanzas nacionales, sumado a la política de entrega y sumisión a los dictados del imperialismo inglés y norteamericano.
Esa década fue bautizada por el periodista José Luis Torres, como la “década infame”, caracterizada por lo que desde el oficialismo se admitió alegremente como “fraude patriótico”, en lo económico por acontecimientos como el pacto Roca-Runciman, y hechos como el asesinato en pleno Congreso del senador dr. Enzo Bordabehere, la persecución de la oposición, y el hijo de Leopoldo Lugones que inventó la picana eléctrica.
Los nacionalistas se organizaron en cuerpos armados, como la Legión Cívica Argentina, inspirados en el ejemplo de la Italia Fascista de Mussolini, a la cual se le concedió por decreto carácter oficial. Carlos Ibarguren hizo una calurosa defensa de la misma y remontó sus orígenes hasta la época de la Independencia. Ese cuerpo paramilitar, tuvo corta vida, pero entre otras manifestaciones, desfilaron en la celebración del 25 de mayo de 1931.
Golpe militar, corrupción, negociados, gobierno dictatorial, represión, fraude y proscripción, eran entre otras las problemáticas y desafíos que debió hacer frente el movimiento obrero y la oposición en los años venideros.
A las semanas de la asonada militar se creó la CGT y se dio a conocer como un “órgano representativo de las fuerzas sanas del país, convencida de la obra de renovación administrativa del gobierno provisional…”
Los golpistas y los trabajadores
La postura del movimiento obrero frente al golpe militar del ‘30 y los sucesivos gobiernos conservadores fueron disímiles y contradictorios.
Por una parte, a las semanas de la asonada militar del 6 de septiembre se creó la CGT, producto de la unión de la Confederación Obrera Regional (COA) de tendencia socialista y la Unión Sindical Argentina (USA), integrada por gremios de orientación “sindicalista e independientes”, mientras la FORA no se sumó a la fusión. Los dirigentes de la flamante CGT, en su declaración inaugural, dejaron sentada su actitud de sumisión al poder de los sectores dominantes cuando manifestaron “La CGT, órgano representativo de la fuerzas sanas del país, convencida de la obra de renovación administrativa del gobierno provisional, y dispuesta a apoyarla como está en su acción institucional y social… Convencida esta Confederación de que el gobierno provisional no mantiene en vigencia la ley marcial, sino para asegurar la tranquilidad pública… Los actos de los sindicatos no han sido molestados…
No se conoce el caso de militantes o miembros de los cuerpos centrales de la CGT que hayan sido detenidos ni perseguidos en virtud de la acción sindical…”.

Esa declaración olvidaba los fusilamientos de varios anarquistas, los presos, las torturas y la deportación de cientos de militantes obreros y políticos. Además, la ofensiva hacía la clase obrera se dio en dos frentes, por una parte los empresarios propiciaron una serie de medidas contra los trabajadores y sus conquistas, tanto en el plano de la legislación como en los lugares de trabajo. Además, “el 10 de septiembre, el gobierno decidió postergar la reglamentación para los ferroviarios de la ley 11.544, sobre la jornada de trabajo, que iba a aparecer el 12 de septiembre en manos del gobierno radical. El local de la FOM fue clausurado momentáneamente, y las medidas contra los anarquistas y los sindicatos anarquistas se llevó a cabo de manera muy severa, con el fusilamiento de un anarquista el 11 de septiembre y la suspensión de La Protesta, el diario anarquista, al día siguiente… los comunistas y sus sindicatos también fueron contenidos. Según Robert Alexander, entre 400 presos políticos detenidos en la penitenciaria de Villa Devoto por el gobierno provisional, la mitad eran comunistas”.

Posteriormente, los dirigentes oscilaron entre tibios reclamos e importantes conflictos como el llevado a cabo por los obreros de la construcción en 1936.
Los logros se dieron “durante los años 1932-35, en que el Partido Socialista mantuvo un número mucho más considerable de sus bancas en la Cámara de Diputados, que en las décadas anteriores, se sancionaron varias leyes sociales, principalmente destinadas a aliviar el problema de la desocupación.
Según la codificación de las leyes del trabajo de Mariano Tissembaum, 27 de las 69 leyes sancionadas entre 1903 hasta 1942, o sea cerca de un 40% lo fueron en el trienio 1932-35. Por cierto, entre esas 27 leyes estaban incluidas las 12 del convenio internacional y varias leyes de efecto temporario para combatir la desocupación, pero entre ellas figuraban la ley 11.640 de sábado inglés (descanso obligatorio de la tarde del sábado), la ley 11.729 de indemnización por despido y la 12.205 llamada de la silla (se obligaba a los patrones en el comercio y la industria a proveer de asientos para el uso de cada persona). En especial la ley 11.729 era una de las leyes sociales más importantes entre las sancionadas antes de 1943, ya que obligaba a los patrones a abonar una indemnización por despido y también otorgaba vacaciones pagas”.
Las divergencias de los dirigentes de la CGT y de los principales gremios, llevó a la división de la organización obrera. Las discrepancias fueron en torno a la presidencia o no en el terreno político de los sindicatos, la actitud frente a la Guerra Civil en España, la Segunda Guerra Mundial, la tolerancia o la resistencia a los gobiernos conservadores nacidos del fraude, la denuncia de la represión y los reclamos económicos.
Destacada
La crisis del 52 y el plan de austeridad propuesto por Perón, por Leónidas ‘Noni’ Ceruti

A fines de 1948, comienza a agotarse el ciclo económico iniciado hacía varios años. El proceso de industrialización había permitido sustituir importaciones de bienes de consumo. La producción industrial continuaba atada a los ciclos de la economía mundial y su crecimiento dependía a largo plazo de que las exportaciones agropecuarias generaran las divisas necesarias para financiar las importaciones de insumos y bienes de capital. La caída de los precios de las exportaciones agropecuarias en los mercados internacionales, acentuada por el boicot norteamericano a las exportaciones argentinas (exclusión del Plan Marshall), privó al gobierno justicialista de la principal fuente de recursos sobre la que estaba basada la redistribución del ingreso nacional en favor de los trabajadores. Por lo tanto, los aumentos de salarios comenzaban a afectar la tasa de ganancia de la burguesía industrial.
En 1949, hubo una gran sequía que redujo al mínimo los saldos exportables y, hacia la década del 50, el rendimiento del campo había bajado aproximadamente en un 18% respecto de lo que era en 1946. La actividad industrial se estaba desarrollando notablemente, pero se seguía dependiendo de las exportaciones agrarias ya que sin ello no había actividad económica. Como consecuencia del bajo ingreso destinado al ámbito rural, el gobierno no pudo transferir recursos para la actividad industrial y el mantenimiento de los salarios. Desde 1949 hasta 1952 se realizaron una serie de reclamos salariales no satisfechos, y frente a esto Perón trató de incrementar la “armonía entre el capital y el trabajo” lo que significaba crear un equilibrio entre los intereses de los obreros y de los empresarios lo cual trajo aparejada cierta inestabilidad. A partir de 1951, después de la elección triunfante de Juan Domingo Perón, empiezan a adoptarse medidas que se ponen en marcha en febrero del año siguiente, lo que se llamó un plan de austeridad que, en términos actuales, era un plan de ajuste, y por otra parte el dinamismo del gobierno decayó notablemente.
Perón, no perdió el apoyo del pueblo y siguió adelante con ese plan que marcaba la necesidad de controlar determinados tipos de gastos y sobre todo, la necesidad de alentar nuevamente los trabajos agropecuarios, que se habían detenido casi completamente a partir de las políticas implementadas por el IAPI, comprador de los productos primarios del agro y vendedor e intermediario ante los mercados europeos. Se rectifica esa política, pero se fijan precios bastante favorables para los productores y se toman otras medidas como control de precios y salarios, control de convenios colectivos que se congelan por dos años a partir de 1952, y en consecuencia logra reducir de manera significativa la tasa inflacionaria: ese año fue del 4% anual y en 1953 es del 3%.
Los números marcaban que la inflación se disparó en 1951, hasta alcanzar un 37%, el P.B.I. cayó un 6,1% en 1952 a consecuencia de la pronunciada baja de las exportaciones y el aumento de la importación de combustibles. La balanza comercial fue deficitaria, pasando de 2.000 a 3.000 millones de pesos entre 1951 y 1952, lo cual significó una reducción de una tercera parte de las reservas internacionales. A principios de 1952, la situación económica era crítica por que habían mermado las reservas, insuficientes saldos exportables y un serio deterioro de los términos de intercambio a nivel internacional. En enero, se restringió el consumo de carne y se impuso por decreto que el 10% de las cabezas vacunas sacrificadas debía ser destinado a la exportación.
El intenso invierno generó importantes problemas para la sociedad: hubo reiterados cortes de energía, faltantes de carne y la población debió comer un negruzco pan de mijo. El Gobierno modifico su política: se restringió el consumo interno y se invirtió el funcionamiento del IAPI para beneficiar a la producción agropecuaria. Se optó por colocar en los trabajadores la responsabilidad de superar la crisis a costa de una mayor “productividad” (extracción de plusvalía) para restituir la tasa de ganancia a las patronales. En marzo de 1952 se dispuso el Plan de Estabilización, que contemplaba una serie de medidas destinadas al control de la inflación (desatada por la puja distributiva entre las diferentes fracciones) y la recuperación del sector externo centradas en la restricción del consumo, el fomento del ahorro y el aumento de la productividad de los trabajadores.

En guerra contra los ‘rastacueros’
Perón, al anunciar el plan económico de 1952, los precios de la cosecha y de la economía familiar, el 18 de febrero, dio a conocer estas sugerencias:
“Para que cada argentino sepa lo que debe hacer”
“Consumir menos: La regla debe ser ahorrar, no derrochar.
Economizar en las compras, adquirir lo necesario, consumir lo imprescindible.
No derrochar alimentos que llenan los cajones de basuras. No abusar en la compra de vestuario.
Efectuar las compras donde los precios son menores, como cooperativas, mutuales y proveedurías gremiales o sociales.
Desechar prejuicios y concurrir a ferias y proveedurías en vez de hacerse traer las mercaderías a domicilio, a mayor precio.
No ser ‘rastacueros ‘y pagar lo que le pidan, sino vigilar que no le roben denunciando en cada caso al comerciante inescrupuloso. Evitar gastos superfluos, aun cuando fueran a plazos.
Limitar la concurrencia al hipódromo, los cabarets y salas de juego a lo que permitan los medios, después de haber satisfecho las necesidades esenciales”.
Perón decidió dar un golpe de timón en la orientación de su política económica del Primer Plan Quinquenal, que privilegiaba el consumo interno, tomando una serie de medidas para superar la crítica coyuntura, por medio del “Plan Económico de Austeridad” lanzado en febrero de 1952. En su convocatoria, el presidente instaba a los argentinos a realizar un esfuerzo solidario para superar la situación crítica, tratando de aumentar la productividad y la reducción de los consumos innecesarios, para favorecer el ahorro. Asimismo, apuntaba a aumentar la producción agropecuaria, reducir las importaciones y multiplicar las exportaciones. El pedido de austeridad implicaba suprimir el derroche y los gastos innecesarios. El líder planteo que si a esta “política le agregamos un aumento sólo del veinte por ciento en la producción solucionaremos el problema de las divisas, parte del problema de la inflación y consolidaremos la capitalización del país”.

El rol de las mujeres, cooperativas y sindicatos
El plan repartía las responsabilidades para el éxito del siguiente modo: el 50% correspondía al gobierno, el 25% a mutuales, cooperativas y sindicatos y el 25 % a la acción popular en defensa de la economía hogareña. Las familias, y en especial las mujeres “organizadoras del consumo” familiar, debían jugar un rol esencial: “de su acción de todos los días –sostenía la publicación Mundo Peronista- depende en gran parte el éxito de nuestros planes. La mujer debe conocerlos, comprenderlos, ejecutarlos y vigilar por sí su ejecución. Estamos persuadidos de que desde mañana tendremos en cada mujer argentina una cooperadora económica.” Perón detalló algunas de las acciones que debían desarrollarse, a fin de convertir al ahorro en una política de Estado. Recomendaba que “las mujeres economizaran en las compras, adquirieran y consumieran lo imprescindible, evitaran descartar alimentos utilizables, no abusaran de las compras de vestuario y concurrieran a aquellos lugares donde los precios fueran menores, como ferias, mutuales, proveedurías gremiales o cooperativas. También solicitaba denunciar al comerciante inescrupuloso o al agiotista, considerados como enemigos declarados del bienestar de la comunidad”.
Por cierto, no era la primera vez que el peronismo convocaba a las mujeres como defensoras primordiales de los ingresos familiares. En efecto, un mes antes de que Perón asumiera su primer mandato presidencial, en 1946, Evita dio un discurso para anunciar una campaña “pro abaratamiento de la vida”, con el fin de incrementar el rendimiento del salario. En 1952 y 1953 la situación era otra, el lema era ahorrar, y esa urgencia era el eje del discurso de Evita, al ponerse al frente de la campaña, destacando el rol primordial asignado a la mujer, esas “anónimas heroínas del hogar humilde” que habían pasado a desempeñar un nuevo rol protagónico en el marco del proyecto nacional: “no podemos excluir a la mujer argentina de esta responsabilidad social y menos a las mujeres peronistas, que además representamos la esencia viva y fecunda del auténtico pueblo argentino. Por eso queremos asumir y asumimos, nuestra responsabilidad en la patriótica tarea común, el general Perón ha reclamado la colaboración de su pueblo en este momento especial de la vida económica argentina”.

Varias organizaciones se sumaron a la iniciativa, produciendo y repartiendo cartillas con consejos y sugerencias. Los noticieros, la prensa escrita y la radiofonía divulgaban comidas económicas y proporcionaban recetas alternativas que excluían la utilización de carne vacuna, a fin de reducir su consumo interno. En Unidades Básicas se dictaban cursos de cocina, a los fines de diversificar la dieta y aprender a utilizar los productos de estación. De ese modo, el objetivo era la preparación de la comida a bajo costo y con alto valor alimenticio, “que pasó de ser una práctica rutinaria y tradicional a convertirse en una cualidad patriótica”, comento un periodista. La nueva dieta, rica en frutas, verduras, hortalizas y pescados, era recomendada por el Ministro de Salud, Ramón Carrillo, quien aportaba su contribución a la mejora de los hábitos alimenticios, mientras el Ministro de Agricultura, Carlos Emery, instaba a que el Ejército cediera parte de sus tierras para obtener productos agrícolas a bajos costos. La Caja de Ahorro enseñaban a organizar el presupuesto familiar, distribuyendo tareas entre la mujer (medicinas, educación, alimentos, alquiler y esparcimiento) y el hombre (periódicos, transporte y comidas en su lugar de trabajo).
En la asignación de funciones dentro del grupo familiar, la responsabilidad principal era asignada a la mujer, definida por Perón como una fundamental “cooperadora económica”. Los niños fueron motivados a colaborar. Los libros escolares como Obreritos o Patria Justa divulgaban los hábitos de ahorro. Mientras que la revista Mundo Infantil lo adoptó como tema prioritario, creándose personajes como Don Derrochin o Maese Ahorrín, y la Libreta de Ahorros fue difundida en las escuelas. “Para todos es necesario el ahorro –sentenciaba su contratapa-, y para todos es posible”, al tiempo que los instaba a reemplazar el consumo de golosinas por el de estampillas de ahorro. A los hombres se les solicitaba evitar los gastos superfluos, limitar la concurrencia los cabarets, al hipódromo y a las salas de juego, privilegiando la satisfacción de las necesidades esenciales.
Desde Mundo Peronista, se les reclamaba desempeñar un rol más comprometido con la situación crítica que atravesaba el pais: “A usted no se le ha ocurrido que como representante del movimiento en su barrio o su pueblo usted tiene la obligación de hacer algo para que las ideas de Perón se conozcan en toda la zona de su influencia? Entonces, qué hace que no se mueve? Por ejemplo, realizar reuniones con los jefes de familia afiliados a su unidad y explicarles el plan, discutirlo y ver qué va a hacer cada uno. Al cabo de algún tiempo reunirse nuevamente para analizar que había hecho cada uno. Si a usted le da el cuero, puede tratar asimismo de estudiar algún problema local de producción: reúna a los agricultores peronistas o a los industriales o a los comerciantes y explíqueles lo que quiere Perón de cada uno de ellos”.

Perón uso el término “rastacueros” para señalar a quienes se mostraban como adinerados, pagando precios excesivos por sus consumos. Para evitar que el pueblo se convirtiese en “rastacueros”, se abrieron los “Grandes Almacenes Justicialistas”, cuyo slogan era “una gran tienda para una gran ciudad, con noble mercadería a precios equitativos y donde todos pueden comprar”. Se trataba de ayudar a las cooperativas y mutuales en su esfuerzo por mantener los precios bajos. También la Fundación Eva Perón inauguró en 1951 una serie de proveedurías de bajos precios, además de fomentar actividades económicas productivas. La política aporto lo suyo, ya que el Consejo Superior del Partido Peronista prohibió todo banquete, agasajo o vino de honor durante el año 1952. Los mecanismos de control se extremaron. Las censistas fueron instruidas para realizar tareas de control y fiscalización de precios máximos, reparto de cartillas y asesoramiento de las amas de casa. Además debían supervisar que mercados, ferias y comercios exhibieran las listas de precios, y sí éstos se adecuaban a los fijados por las autoridades. Las Unidades Básicas femeninas colaboraban con ellas, organizando equipos que efectuaban sus propias inspecciones, distribuyéndose horarios y áreas de acción, aunque esto no siempre resultaba efectivo: “hemos observado –relataba por entonces una militante– que nuestra acción no resulta del todo eficaz cuando los comerciantes llegan a conocernos. En cuanto nos conocen los agiotistas dejan momentáneamente sus maniobras y solamente se salvan de sus garras las clientas que tienen la suerte de comprar en nuestra presencia”.
La coyuntura era sumamente crítica, y quedaba en claro que el futuro del Proyecto Nacional estaba en juego, ya que la alimentación de la población desempeñaba un papel esencial en el proceso de inclusión social impulsada desde el gobierno. La oposición no lo ignoraba, y aprovechó la situación para tratar de instalar el descontento en el campo popular. De este modo, muchos productores, intermediarios y comerciantes recurrían a prácticas que resultaban conspirativas, como el incremento abusivo de los precios, la retención de productos para forzar la suba de su cotización, la alteración del peso de las mercaderías o la venta de bienes de inferior calidad a precios multiplicados. La respuesta la dio Mundo Peronista que recogió las directivas del General Perón, instando a que “cada comprador sea un inspector del gobierno, para mandar preso al comerciante que no cumpla con los precios que se han comprometido a respetar. … es menester que cada ciudadano se convierta en un observador minucioso y permanente, porque hoy la lucha es subrepticia… no vamos a tener un enemigo enfrente: colocan la bomba y se van. Aumentan los precios y se hacen los angelitos. Organizan la falta de carne y dicen que ellos no tiene la culpa”.
Destacada
La irrupción del Malón de la Paz de 1946, por Marcelo Valko *

En 1946 un grupo de 174 indios koyas de comunidades ubicadas en Salta y Jujuy, que padecían condiciones de explotación extrema, donde estaban pagando arriendo hasta por los cementerios donde estaban enterrados sus ancestros decidieron “bajar” desde el lejano norte del país fronterizo con Bolivia, hasta Buenos Aires. En principio, pedirían la restitución de sus tierras usurpadas por hacendados que tenían a la orden del día el látigo, el cepo, la ley del capataz, jornales arbitrarios, el pago en vales y hasta impunes abusos sexuales como derecho de pernada. El avance del latifundio sobre las pequeñas parcelas comunitarias, como si se tratase de una insólita reforma agraria en sentido inverso, no hizo más que acentuar un problema latente que las autoridades invariablemente preferían postergar in eternum. Pero el conflicto estaba allí y comenzó a corporizarse.
Aprovechado las nuevas condiciones sociopolíticas que se abrían con la elección de Juan Perón, decidieron llevar su reclamo hasta la lejana Plaza de Mayo. Perón había sido electo presidente en febrero de 1946 y pronto, el 4 de junio asumiría como la primera magistratura. Los kollas estaban persuadidos que, cuando se enterara de las infinitas vejaciones que resistían desde tiempos inmemoriales, no sólo los comprendería, sino que pondría remedio a tales atropellos. Después de todo, y pese a su condición de indios, también eran argentinos y acreedores de la Justicia Social que proclamaba el candidato electo.

Hasta aquel entonces, los reclamos de las comunidades originarias que llegaban a la Capital Federal, eran motorizados por dos o tres indígenas. Por una cuestión de costos, las comunidades apenas podían sostener el viaje y estadía de pocas personas. De más está decir que se trataba de viajes y resultados invisibles. En cambio en ese momento, se pensó en otro tipo de estrategia. Debían realizar una marcha masiva que llamará la atención del país mostrando claramente sus padecimientos. Necesitaban salir a la luz. De una amplia región de la puna de Jujuy y de la yunga salteña se eligen los delegados y se conforma un enrome grupo de 174 kollas. Algo nunca visto hasta ese entonces. Son tantos, que comienzan a llamarse “Malón”.
Conviene aclarar su significado. Malón es una denominación peyorativa y alude al grupo de indios que atacaban las ciudades y que saqueaban sus riquezas durante los siglos XVIII y XIX. Concientes de tal situación, se van a autodenominar “Malón de la Paz”. El agregado de la palabra “paz” otorgaba un toque semántico tranquilizador atenuando el plusvalor negativo y salvaje del Malón.
En el transcurso del trabajo, veremos como estos kollas más que producir “temor” generaron una profunda compasión entre los argentinos. Indudablemente el Malón fue influenciado por la ola indigenista que sacudía al mundo andino y de la que Perón había tomado debida nota, dado que tenía un ambicioso plan para proyectar políticamente a la Argentina sobre Hispanoamérica. Atento a la marcha que se estaba gestando, Perón envió un hombre de su total confianza para que avanzará con los kollas, colaborará con el viaje a pie, sirviera de vocero de los kollas, y de paso, los mantuviera monitoreados, me refiero al teniente retirado del ejército de la rama de ingenieros Mario Augusto Bertonasco.

El gobierno electo, amante de los golpes de efecto, quería mostrar al montarse en la caravana kolla, los alcances y soluciones inmediatos de la nueva Justicia Social peronista. Argentina estaba transitando uno de esos raros momentos de aceleración histórica. Desde que Perón resulta electo a principio de 1946, hasta que asume y recibe a los maloneros en agosto, mucha agua pasó bajo el puente. En su puja “antiyanqui” que lo había llevado a la presidencia con el lema de “Braden o Perón”, en la que Braden, el embajador norteamericano era presentado como sinónimo de la injerencia de USA en los asuntos nacionales, no venía nada mal mostrarse receptivo frente a los justos reclamos de un grupo de indígenas que en su miseria, encarnaban el despojo sufrido por Argentina debido a políticas entreguistas y antinacionales.
Sin embargo pasada la primera euforia revolucionaria en la que todo podía suceder, comienzan a asentarse los alcances de aquello que se entiende por “lo nacional”: quiénes podían merecer la nacionalidad y cuánto de los beneficios que su posesión implicaba el Estado estaba dispuesto a brindar. De allí surgen las inexplicables contradicciones en el accionar oficial con respecto a la apoteótica llegada del Malón y el posterior secuestro de la totalidad de los integrantes de la caravana.
Dado este panorama, para 1946 la mineral paciencia de los kollas creyó encontrar en el flamante gobierno de Perón, una coyuntura propicia para obtener resultados positivos. Innumerables fracasos de experiencias anteriores los habían aleccionado. Era necesario golpear las puertas de la arrogante Capital. Además, los ejemplos de pequeñas delegaciones que habían acabado ignoradas a las puertas de los despachos oficiales sin ser recibidos, o que cuando eran atendidas terminaban despedidas con engañosas promesas que invariablemente no se cumplían, les determinó a producir gestos simbólicamente fuertes para no regresar con las palabras huecas habituales, sino con los títulos de propiedad de sus comunidades. Para ello, tendrían que hacer algo que concitara la atención de la ciudadanía. En primer lugar, esto requería un contingente importante. Pero no era tarea sencilla para indios que subsistían en la miseria movilizar a un grupo numeroso. Se necesitaban recursos, planear una logística para sustentar a tanta gente en un viaje desde la puna a 4000 metros sobre el nivel del mar hasta la lejana Buenos Aires.
Los rostros de tierra se lanzan al camino
Los primeros grupos indígenas se ponen en movimiento el 15 de mayo saliendo de los departamentos de Cochinoca y Tumbayas en Jujuy. En los días sucesivos se agregan otras columnas procedentes de las localidades de Oran e Iruya en Salta, hasta sumar un contingente de 174 personas de edades diversas. En su mayoría los 65 salteños montaban caballos o mulas y el centenar de jujeños hicieron el viaje a pie, calzados con alpargatas o simples ushuntas (ojotas). Esta diferencia en los medios de transporte, obligaba a los jujeños que marchaban a pie, a partir horas antes de los jinetes que luego le daban alcance en el camino, arribando juntos al siguiente destino. En general, no poseían más ropa que la puesta.
“El Malón de la Paz” caminó 2000 kilómetros durante 81 días para salir de la invisibilidad a la que habían sido condenados por la historia. En pocos días bajaron a Jujuy, el 26 de mayo partieron de Salta, luego atravesaron Tucumán y Córdoba llegando a la ciudad de Rosario el 10 de julio. Para esa fecha, los kollas Valentín Zárate y José Nievas se adelantaron a la caravana para preparar el terreno en Buenos Aires. Denunciaron ante el Congreso Nacional los atropellos del régimen feudal al que estaban sometidos. El 12 de julio las portadas de los diarios de todo el arco político se hicieron eco de la denuncia.

El periódico oficialista La Época tituló: “Causa indignación la denuncia de los coyas acerca del régimen del feudo oligarca de Patrón Costas”. Por su parte, el semanario comunista La Hora prácticamente utilizó las mismas palabras para denunciar el hecho. En medio de la euforia popular ante los primeros actos y declaraciones del flamante gobierno, la prensa adicta no desaprovechará semejante oportunidad para atacar al antiguo aspirante a la presidencia y durante varios días continuará ampliando la denuncia. Las acusaciones del trato padecido por los indios causaron profunda conmoción en la Capital que se preparaba para recibir al Malón.
Más allá del tratamiento reivindicatorio, pintoresco o por momentos épico brindado por el periodismo, la marcha no fue un paseo o una visita turística. De hecho uno de los integrantes murió en la localidad santiagueña de Frías y a su paso por Córdoba dejaron internada una mujer y en San Pedro a ocho integrantes. Lo penoso de la marcha y las inclemencias de un tiempo cada vez más húmedo a diferencia de la sequedad de la puna hacían estragos en las articulaciones de los viajeros. Afrontando temporales y hasta granizo, con la única protección de sus ponchos, la caravana avanzó paso a paso “acercándose cada vez más a la palabra y el gesto fraternal del general Perón. Los tiempos han cambiado para la Patria. Ayer la explotación inicua. Hoy, la salvación y la reivindicación de una grandiosa obra revolucionaria”.
Además de numerosas banderas argentinas, cargaban dos imágenes religiosas adornadas con flores, una es San Jerónimo y la otra es la Virgen de Copacabana, patrona del altiplano. Por supuesto, también llevaron numerosas fotografías del general Perón. Cuando el Malón ingresó en la provincia de Buenos Aires, las recepciones fueron tan numerosas e importantes que su llegada a la Capital se demoró más de lo previsto debido a tales agasajos.

El 21 de julio se produjo una bienvenida apoteótica en la ciudad de Pergamino, verdadero corazón del granero argentino que abastecía al mundo. Allí miles y miles de personas se volcaron a las calles para recibirlos. Pero esta popularidad y sobre todo el peligroso ejemplo que estaban mostrando en una zona repleta de agricultores sin tierras sería contraproducente. El Malón exhibía el problema del avance del latifundio inescrupuloso en toda su crudeza. Inmediatamente otros agricultores “blancos” resolvieron encarar su reclamo de tierras de modo semejante: “Los campesinos de la zona decidieron organizar una marcha hacia Buenos Aires similar a las de los indígenas, con el objeto también de resolver su situación…”.
Aun mostrando simpatía por los kollas, ciertos artículos no dejaban de llamar la atención sobre la magnitud de la cuestión: “el problema de esta gente es el inmediato problema del criollo y subsidiariamente del extranjero ya que todos fincan su aspiración en la esperanza de conquistar con su trabajo un pedazo de tierra”. La oposición no podía desperdiciar semejante escenario de envergadura nacional. Por ejemplo, el Partido Comunista designó una delegación de su Comité Central para recibirlos. Además emitió un comunicado donde exigía “la expropiación y distribución de latifundios señalando que no es extraño que los campesinos de esta tierra hayan puesto también sus esperanzas en esta delegación”. Era un modelo demasiado visible y contagioso para tomarlo a la ligera. Quizás por eso mismo, un diario oficialista que seguía diariamente el recorrido del Malón, una semana antes de su arribo, deslizó curiosamente en su portada noticias alarmantes sobre un “Motín de indios en Bolivia”. Allí hacía referencia a los cruentos episodios suscitados a raíz del golpe de estado que en aquellos días había depuesto a Gualberto Villarroel. A los lectores les quedaba un sabor subliminal de asociaciones simples de kollas con indios, las provincias fronterizas de Salta y Jujuy con Bolivia, y las peticiones activas del Malón con el motín. Demasiado tendencioso para ser mera casualidad, máxime teniendo en cuenta que no se estaba produciendo ningún motín de indios sino otro de los tantísimos golpes de estado acaecidos en la sufrida Bolivia.
Próximos a Buenos Aires, en la localidad de Areco, además de la multitud que salió a recibirlos, también se hizo presente una delegación de mapuches encabezados por el lonko Jerónimo Maliqueo venidos de la Patagonia trayendo su solidaridad ante un reclamo que alcanzaba a todos los indios del país. Este abrazo entre indígenas del norte y del sur sumado al apoyo de los agricultores, demostraba hasta qué punto el Malón potenciado por la impresionante cobertura periodística, concitaba la atención de enormes sectores históricamente desposeídos.

Las comunidades estaban expectantes. Si les concedían las tierras a los kollas evidentemente los problemas similares del resto de los indígenas podrían alcanzar una resultado favorable. Esta simple ecuación a unos sectores llenaba de esperanza, otros comenzaban a alarmarse. El 30 de julio llegaron a Luján repitiéndose una recepción con miles de personas que los saludaron a su paso y donde el comisionado municipal los declaró huéspedes de honor. Además, el padre rector de la Basílica de la Virgen de Luján, patrona de Argentina, no sólo les dio la bienvenida, sino que también decidió alojarlos en el centro de peregrinos. A la mañana siguiente asistieron a una misa antes de emprender nuevamente el camino. Finalmente, el sábado 3 de agosto de 1946 en horas de la mañana ingresaron a la Capital Federal siendo recibidos por el Director de Protección al Aborigen.
Desde el barrio de Liniers, en el límite de la ciudad, hasta el centro demoraron horas en su avance, detenidos por vítores y gente que les ofrecía comida en demostración de afecto. También diversas asociaciones, como la Alianza Indoamericanista o el Club Provincianos Unidos, los agasajaron en plena Avenida Rivadavia. Al pasar por el Congreso Nacional una comisión de homenaje les salió al paso. Sin embargo horas antes, en la Cámara de Diputados había ocurrido un episodio que en medio de la algarabía general pasó desapercibido: un grupo de legisladores se había mostrado reacio a realizar el homenaje. En realidad se trataba del segundo toque de alerta, el primero como dije más atrás, fue el contagioso ejemplo del Malón entre los agricultores sin tierras y en el resto de las comunidades indias. Ajena a estos presagios, la gente se asomaba a los balcones de Avenida de Mayo vitoreándolos y numerosas delegaciones de escolares los saludaban con banderas argentinas. Era tanta la cantidad de público que se agolpó a su paso que debió cortarse el tránsito vehicular. Su llegada era percibida como un verdadero triunfo.
Buenos Aires no sólo era la ciudad más poblada y la que acopiaba la riqueza del país, también era la capital gobernada directamente por el poder político central. La alegría se reflejaba en los rostros de los recién llegados y en las caras que le daban la bienvenida. Quiérase o no, el Malón de la Paz había llegado a la Reina del Plata.
De pronto, nada: Los Indios Extranjeros
Como en un sueño después de 81 días de marcha, estaban en Plaza de Mayo. Rodearon a la Pirámide ubicada en el centro de la plaza y se pusieron de rodillas para rezar agradecidos de haber completado la difícil travesía. También entonaron el Himno Nacional. La presa consigna las lágrimas de emoción que asomaban en los rostros de los sufridos kollas. Frente a ellos estaba la Casa Rosada en cuyos balcones aguardaba el primer mandatario General Perón, el vicepresidente Dr. Quijano y miembros del poder ejecutivo. Era un momento festivo y los acompañaba mucha gente. Detrás de una pancarta que reza “Teniente Bertonasco Apóstol del Indio” se encuentra la esposa del militar y sus dos hijas vestidas de indiecitas. El público viva a los indios y al general Perón. Entre tanta algarabía el Malón improvisó un desfile al son de sus propios instrumentos musicales “de curioso aspecto” como erkes, charangos, sikus, quenas y bombos. Por fin llegaba el momento anhelado.

Una comitiva de kollas con Bertonasco a la cabeza ingresó a la Casa de Gobierno para entrevistarse con el Presidente. Una fotografía ilustra el apretón de manos entre ambos. Gran manejador de los códigos simbólicos, para esa ocasión, en lugar de vestir un traje civil, Perón utilizó su uniforme de General marcando la distancia jerárquica sobre el teniente Bertonasco que por colmo llevaba un poncho sobre su uniforme. En esa oportunidad le entregaron al Presidente un sobre lacrado con sus peticiones. Calzado con su carismática sonrisa, y sin necesidad de leer ningún sobre, Perón les respondió “que contaban desde ahora con su apoyo y que concedería lo que solicitaban los indios coyas” .
El periodismo adicto al peronismo se hizo eco de las palabras del líder y estalló en titulares esperanzadores: “A los Coyas de la patria: Salud!” asegurando que los indios han venido a “reivindicar sus milenarios derechos de auténticos señores del suelo americano, de pedir justicia que no es pedir favores, sus títulos son indiscutibles”. Los denominaron “huéspedes de la justicia social” y les facilitaron el alojamiento. Aquí vale la pena prestar atención sobre otro dato crucial que ya en aquel entonces, un redactor anónimo acertó en calificar como “inaudita paradoja”. El aposento destinado por el gobierno para albergar a los maloneros curiosamente fue el “Hotel de los Inmigrantes”. Dicho edificio ubicado en el puerto, era el sitio donde forzosamente las autoridades de migración internaban a los extranjeros que desembarcaban de Europa, de ahí su denominación. Allí, en el tercer piso junto con inmigrantes ucranianos, fueron alojados los kollas argentinos, en una paradójica demostración de la naturalización de la extranjería de los indígenas nacionales.

Potenciando esta situación esquizoide, al caer la tarde de aquella primera jornada en Buenos Aires, el Presidente Perón visitó a los kollas alojados en el Hotel acompañado por el Ministro de Relaciones Exteriores. Es decir, el Canciller fue a visitar a los indígenas argentinos internados en el Hotel de los Inmigrantes. ¡Algo increíble! El 6 de agosto, el semanario socialista La Vanguardia, metió el dedo en la llaga al mostrar otra percepción del asunto. Planteó una pregunta obvia: si el gobierno les va a otorgar lo que por justicia merecen “no se entiende por qué se les ha hecho hacer un viaje a pie… sacan del pobre cuero indio su buena lonja para la propaganda y los hacen recalar en Buenos Aires para que impetren al Magnánimo (Perón), lo que indudablemente les corresponde por derecho”. Pero ni aún la certera ironía de ese artículo imaginaba el desenlace.
Exceptuando contadas voces disidentes, durante esos días iniciales, las portadas y titulares de la prensa (sobre todo oficialista) anticipaban una solución favorable. En los diarios de aquellas jornadas, parecía inminente que en cualquier momento se montaría un gran acto público para entregarles la tierra, demostrando los alcances de la justicia peronista. Los periódicos hicieron hincapié en el asombro de los indios al viajar en tren subterráneo, o de su visita a la vecina ciudad de La Plata. También los llevaron a recorrer emisoras de radio donde alguno de los maloneros participan en programas en vivo. Sin embargo, paulatinamente dejaron de ocupar las portadas y cuando los mencionaban en páginas interiores, era por triviales notas de color.
De ese modo, la protesta kolla por sus tierras aparece en revistas de la farándula como Sintonía, Antena o Radiolandia e incluso, en la sección “Deportes”. Por ejemplo, el día 15 de agosto, gente del gobierno, utilizando a los kollas, organizó dos equipos de fútbol. Uno con salteños y otro con jujeños que disputaron frente a 40.000 espectadores, el partido preliminar antes del clásico choque River-Boca. Ese burlesco sarcasmo ensayado a su costa, fue su última aparición pública. A partir de ese momento entraron en un cono de sombras. Era indudable que las tratativas se habían estancado.
A Perón no lo habían vuelto a ver y los indios para su sorpresa se encontraban militarizados dentro del Hotel de Inmigrantes. Cualquier referencia al Malón desapareció de la prensa partidaria o adicta que no volvería a mencionarlos hasta el aciago final. Ese estado de cosas fue claramente advertido por la oposición que no dejó pasar la oportunidad. El 20 de agosto el semanario socialista La Vanguardia tituló: “Bueno ¿y qué hacemos con los coyas?” El mismo día los comunistas en la portada de La Hora publican: “De pronto nada. El más absoluto silencio en torno a los collas y sus reclamos de tierra. Nada sobre sus pedidos, sobre su regreso. ¿Qué pasa con los collas? ¿Tendrán las tierras reclamadas?” Innumerables son las preguntas que quedaron flotando aquellas últimas jornadas.
Los indios permanecían confinados e incomunicados, incluso se le había prohibido a Bertonasco visitarlos. Un mal presagio anunciaba un final muy diferente al recibimiento con bombos y platillos. El 28 de agosto el gobierno acabó con la farsa. Mientras Perón se hacía el desentendido, el general Filomeno Velazco, quien se desempeñaba como titular de la Policía Federal y Jefe de la Alianza Libertadora Nacionalista de franca tendencia filonazi, ordenó mandarlos de vuelta a casa. La situación dentro del Hotel no podía ser más tensa. Los kollas estaban confinados: nadie podía salir ni entrar y estaban sujetos a la autoridad militar violando los preceptos constitucionales de libre transito y permanencia.
Finalmente en la madrugada de aquel jueves 29 de agosto, cientos de soldados de la marina de guerra y hasta una brigada de lanzagases de la policía rodearon el Hotel. Sin intimación previa, las tropas irrumpieron dentro de las habitaciones. Los kollas se resistieron como pudieron, todos exigían la concurrencia de Perón. Paradójicamente los militares replicaban que estaban actuando “por orden de la Presidencia”. Utilizando la violencia, los efectivos de la Policía Federal, juntamente con bomberos y tropas de marinería ganaron la batalla y consiguieron desalojarlos. Los embarcaron en una serie de vagones que habían estacionado sigilosamente en una vía secundaria en las inmediaciones del Hotel ubicado en la zona del puerto. Los kollas regresaron con custodia armada para que no pudiesen descender antes de su lejano destino.

Este particular secuestro, dará origen entre los kollas al neolismo “envagonar” para referirse a esta situación. Es decir, ser metido en el vagón. El 30 de agosto el diputado Dionisio Viviano (electo por el departamento de Choquinoca) interpuso un Habeas Corpus para suspender el traslado, pero la Corte Suprema lo rechazó. Junto con Bertonasco, solicitó una audiencia urgente con Perón. De pronto nadie sabía qué funcionario u organismo había emitido la orden de expulsión. Es ridículo imaginar que las tropas de la marina, de la policía, el convoy ferroviario, la custodia dentro de los vagones, hubiesen actuando todas por su cuenta y a gusto y piaccere. Nadie era responsable de lo ocurrido, pero ninguna autoridad movió un dedo para revertir la situación.
Hubo pedidos de informes, denuncias en la justicia y ficciones varias al gusto argentino. Por ejemplo, el gobierno designó no una, sino tres comisiones investigadores pertenecientes a los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo para esclarecer lo ocurrido. Obviamente como es tradicional en nuestro medio, garantizaban con su inoperancia que el expediente se momificase en un cajón.
(Fragmento de : “Invisibilidad, desmemoria y resistencia. La irrupción del Malón de la Paz de 1946.” XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche. Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche, de Marcelo Valko, 2009)
Marcelo Valko es autor -entre otros tantos libros- de “Los indios invisibles del Malón de la Paz”, editado por Sudestada, y del prólogo y notas del recientemente publicado por la Biblioteca Nacional “Los diarios del Malón de la Paz“.
