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Liborio Justo: genio y figura, entrevista de Oscar Taffetani

Un orgullo para LCV compartir por primera vez en forma digital, con transcripción propia, este tesoro periodístico: una de las entrevistas que Oscar Taffetani le realizó a Liborio Justo para el diario Crónica. Liborio era un personaje histórico, tan admirable como curioso e inquietande: hijo del general Agustín P. Justo -quien fue presidente de la nación durante la década infame-, tomó distancia política de su padre al abrazar la causa del Movimiento Reformista en la universidad para luego adherir al socialismo y convertirse, finalmente, en un referente del trotskismo. Autor de una frondosa bibliografía política, reconocido por su militancia y sus escritos. Murió un 7 de agosto de 2003, este mes se cumplen 20 años de su partida.

Así relata Taffetani cómo fue encontrarse con un hombre con tanta historia sobre sus espaldas: “Pude entrevistarlo dos veces en 1997, cuando tenía 95 años. La primera vez, ya que estaba colaborando con Crónica -el diario que dirigía Héctor Ricardo García- hicimos algo picante, aprovechando la campaña electoral. Y a García le venía bien desempolvar el título “Democracia”, que era de su propiedad, para no perder los derechos. El viejo Liborio estaba cascarrabias y polémico como siempre, pero nos atendió, al poeta Victor Redondo y a mí, en su departamento de la calle Moldes, en la ciudad de Buenos Aires. Tuvimos el privilegio de ver -aunque no de leer- cartas de Trotsky y de Horacio Quiroga dirigidas a Liborio. También sostuvimos en nuestras manos el Tum-toki del cacique Foyel, que hoy es pieza destacada del museo de Carmen de Patagones. En fin, fue una experiencia imborrable, de la que conservo fotos y grabaciones.”

Publicado en el suplemento “Democracia” del diario Crónica, el 16/11/97

La década infame fue como todas las que vinieron después”

Descendiente de una antigua dinastía de militares y políticos, Liborio Justo (a) “Quebracho” puede contar en primera persona cualquiera de los hechos importantes que vivió la Argentina de este siglo.

“Usted se asombrará, pero yo fui orador de la Liga Patriótica Argentina, allá por el 20. Era un grupo muy reaccionario, que estaba contra los judíos y todo eso. Y bueno, reaccionario… Contra los judíos y contra todo eso, de manera que yo estaba en la Facultad de Medicina al poco tiempo de haberse producido la Reforma Universitaria, como cuento en mi último libro.”

Allí dice que la Reforma fue una Revolución ¿por qué lo dice?

—Fue una revolución cultural nacida bajo la influencia de Yrigoyen, que no tenía idea de lo que estaba produciendo. Tuvo repercusión en Cuba, Colombia, Chile y toda América Latina. Cambió la manera de pensar. Yo fui compañero de Gabriel Del Mazo, de Deodoro Roca.

Pero usted estaba con la Liga Patriótica…

—Empecé en la Facultad de Medicina como delegado de primero y segundo año y me fui por la derecha… ahora me doy cuenta… Después, hice relación con la izquierda. Ellos también me quisieron llevar como candidato.

En aquella época… ¿A qué se le llamaba izquierda…? ¿Al comunismo?

—No tanto, al socialismo. Mi padre se preocupó porque yo simpatizaba con los socialistas… Viví con él hasta el día que se hizo político, porque él antes era antipolítico, no creía en eso.

Vivían en la casa de Bella Vista, que era casi como vivir en el campo.

—Desde luego. Yo era un chico… tendría once o catorce años.

¿Había muchos militares por allí?

—No crea, yo he visto a mi padre siempre como un civil y sus amistades eran más bien civiles.

Pero en algún momento cambió.

—Sí, cambió. Ahora yo lo desprecio por lo que hizo durante la última etapa de su vida cuando lo tomaron como a Videla y a Galtieri, como instrumento para hacer lo que ellos querían (se refiere al golpe de Uriburu en 1930, que puso en la presidencia a Agustín P. Justo).

¿Quiénes eran “ellos”?

—El imperialismo, la oligarquía servil que teníamos acá. Mire, mi padre nunca intervino en mi vida, yo podía acompañarlo a todos lados, aun cuando él sabía de mi participación en la izquierda. Y de golpe me lo pescan para Presidente. Yo vivía con él en la casa de la calle Federico Lacroze. Tenía un departamento al fondo, con dos piezas y baño. Y pasaba por debajo, por la entrada de servicio, me excluía de él. Pero cuando lo volteó a Yrigoyen yo estaba en los Estados Unidos.

Liborio Justo durante su estadía en Nueva York en los años 30

¿Qué hacía en los Estados Unidos?

—Había ganado una beca por un concurso que se hizo aquí sobre ideas e instituciones de los Estados Unidos. Ya había estado allá antes, cuando mi familia me hizo nombrar escribiente de la embajada en Washington. Tenía veinticuatro años y eso me impresionó, porque era algo gigantesco. Y entonces me olvidé de los ideales de la Reforma, quería tomar el modelo industrial de los Estados Unidos. En ese momento, pensé que la “reforma” había que hacerla más adelante.

Fue la época del tratado Roca-Runciman con los ingleses.

—El tratado fue el último empeño del imperialismo inglés; duró hasta entonces. Con Uriburu se dio el primer intento del imperialismo yanqui. Hoy somos una colonia de los Estados Unidos. ¿No leyó ese capítulo en el libro? Allí digo que la República Argentina fue destruida durante la dictadura del general Videla. El mismo Arturo Frondizi dijo que “estamos como en una colonia”, lo publicó una revista.

Hace poco nos visitó un presidente de los Estados Unidos. Muchos recordaron entonces lo que hizo usted en el ’30, cuando vino Roosevelt, ¿puede contar cómo fue?

—Era la primera vez que un presidente norteamericano pisaba América del Sur. Antes, había llegado sólo hasta Panamá. Yo decía “no puede ser que lo vayan a recibir con flores al puerto”. Y estaba prácticamente solo, porque hasta los trotskistas que en esa época eran mis compañeros se me cayeron. Entonces, pensé en hacer algo aprovechando la circunstancia de que era hijo del Presidente, preparé una acción individual. La reunión era en el último piso del Congreso y se entraba con una tarjeta especial. Yo le pedí a mi madre una tarjeta y ella me la consiguió, así pude entrar.

¿Cómo se llamaba su madre?

—Ana Bernal de Justo, era hija del general Bernal, que participó en la Campaña del Desierto. Ahí puede ver un tun-toki de los araucanos, que es el símbolo del poder. Se lo dio el cacique Foyel a mi abuelo… Bueno, le sigo contando, cuando llegó Roosevelt… le grité.. y me quedó solo…

¿Qué fue lo que le gritó?

—“¡Muera el imperialismo yanqui!” Vinieron unos cuántos de custodia y me llevaron por el aire. Enseguida me preguntaron cómo había entrado y yo les mostré mi tarjeta de invitación, que estaba en regla. Imagínese, me hubieran destruido de no enterarse de quién era yo. Me llevaron a una pieza especial y después a la jefatura de policía, donde pasé varios días preso. Finalmente, me dejaron salir por influencia del jefe, que había sido compañero mío en la delegación argentina que fue al Perú para el centenario de la batalla de Ayacucho.

O sea que usted escuchó a Lugones cuando dijo lo de “la hora de la espada”…

—Sí señor, yo lo escuché en esa circunstancia. Fue un gran error. Pero comparado con lo que nos pasa ahora, no era nada. Tenemos que hacer el país de nuevo. Y actualmente no hay nada que surja de abajo, no se sabe a quién seguir… y ésos que se dicen de izquierda…

Hay un grupo que se llama “Quebracho”, como usted.

—Tengo pendiente un asunto con ese grupo. Han usado mi nombre y yo lo tengo registrado. Está publicado con mi primer libro, que salió en 1940. Me puse “Quebracho” porque en ese momento yo estaba trabajando en los quebrachales del Chaco paraguayo, en Puerto Pinay. Tomé el nombre del árbol porque me pareció un sinónimo de fuerte e inquebrantable. Ahora tengo que averiguar quienés son los de ese grupo Quebracho. Si es una cuestión de ideas, lo acepto, pero sino tomaré medidas legales…

¿Qué visión tiene usted del peronismo?

—Bueno… Perón era fascista. El mismo dijo ser admirador de Benito Mussolini.

¿Con quién simpatizaba usted en 1945?

—Mire, en esa época yo me había apartado de la acción política. Renuncié en 1943, cuando se disolvió la Liga Obrera Revolucionaria que había organizado. Estaba un poco lejos de la acción verdadera. No le digo que estaba con la Unión Democrática, pero seguro que no estaba con Perón. Era patriota, eso no se puede negar, pero de ideas fascistas. No me explico por qué lo siguieron comunistas como Rodolfo Puiggrós. Bueno, pero Puiggrós admiraba también a Rivadavia, que fue el primer entreguista, el primer representante de intereses ingleses que hubo en la Argentina.

Rivadavia expresaba los intereses porteños, antes que nada…

—Bueno claro, el puerto, los comerciantes. Aquí siempre han estado mirando hacia afuera… Yo escribí una historia argentina que se llama “Nuestra patria vasalla”. Son cinco tomos y un apéndice. Diez años de trabajo me llevó. Y el suplemento cultural de un diario que se jacta de ser “el gran diario argentino” ni siquiera lo mencionó. Mientras tanto, publican la última pavada que les llega de Europa o los Estados Unidos… Sigue siendo la historia de nuestra patria vasalla…

¿Qué opina de los intelectuales argentinos de esta época?

—Ese David Viñas plagió el título de mi autobiografía, “Prontuario”. Fui y se lo dije personalmente. No son gente importante, si tienen que andar copiando…

Usted fue amigo de Horacio Quiroga, pero después se peleó con él. ¿Por qué?

—Todavía no sé por qué. Él me invitó a visitarlo en Misiones y yo fui con admiración. A él lo enfermaba la idea de que fueran a invadir su mundo. Sentía desprecio por los que iban a hacer “turismo” y después escribían sobre la selva, como un tal Laferrere. Tenía miedo de que yo hiciera lo mismo. Cuando me di cuenta que recelaba de mí, me fuí. Luego él me mandó una carta de dos carillas, cuando la empecé a leer y vi la palabra “ingratitud”, la rompí en cuatro, la puse en el sobre y allí está todavía. No quise leerla para no acordarme más de aquello. Con todo, pienso que Horacio Quiroga fue el escritor más grande que tuvimos.

Liborio Justo dentro de una ballena en Grytvyken

Usted fue también ballenero en las Orcadas del Sur ¿qué recuerda de aquellos días?

—En Grytvyken estaba el centro de la comparsa. La Compañía Argentina de Pesca la manejaban noruegos, el único argentino era yo. Y como en su país los noruegos tienen una monarquía, uno de ellos empezó a decir que yo era el príncipe de la Argentina y me hicieron una recepción extraordinaria.

¿Eran gente ruda?

—No, para nada. Vivían en Grytvyken, salían a cazar y volvían todos los días. Y el que dijo que yo era un príncipe me arruinó la temporada, porque a donde iba me hacían una recepción especial.

Se ha recordado este año la aventura de vida y la acción del “Che” Guevara ¿qué juicio le merece?

—El mismo que todos los guerrilleros. Mire, yo soy medio pariente del “Che” Guevara, porque mi primo Felipe Justo estaba casado con Sara de la Serna, tía del “Che”. Pero los escritos de él, para mí, no tienen ninguna importancia. En muchas cosas era un neófito.

Usted dice que era un neófito en cuanto al conocimiento de las teorías revolucionarias, pero hoy los jóvenes rescatan de él su actitud combatiente.

—Bueno, aceptemos que haya sido un mártir; pero no un mártir para seguir.

¿Y Fidel Castro?

—Castro era candidato a diputado radical en Cuba, en sus comienzos. Comprendo su evolución. Puede ser alguien muy simpático, pero no es el camino hacia la revolución.

Las fuerzas de oposición al gobierno de Menem se acaban de unir en una Alianza ¿qué piensa de eso?

—Es la última expresión de esta sociedad corrupta. El radicalismo no significa nada para mí en el panorama político. Fíjese ese presidente que quería llevar la capital a Viedma… ¿a quién se le ocurre? Los radicales son elementos fuera de ambiente.

¿Y el Frepaso?

—Son los que no pudieron usufructuar del menemismo y entonces se hicieron de oposición.

Y los partidos de izquierda?

—No tienen ningún candidato serio. Hay partidos con treinta o cuarenta años de existencia y siguen siendo doscientos o trescientos… no van a ningún lado.

¿Cómo hizo para vivir 95 años con tantos saltos?

—No pensé en eso, nunca. De repente, usted se encuentra con 95 años cumplidos. Vivo aquí con mi señora, que lamentablemente está atacada por el mal de Alzheimer. Estamos juntos desde 1936, cuando nos casamos, y he podido sobrevivir gracias a la ayuda de mis hijos. El varón es ingeniero y la mujer, que es menor, profesora bilingüe. Como se ha ido a vivir al extranjero, tengo un nieto yanqui y dos ingleses, mire usted.

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“Monocracia y democidio”, por Oscar Taffetani

La nota que sigue fue publicada en la agencia Pelota de Trapo (PPe) y replicada el 26/9/2007 en el sitio de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos). Habida cuenta de lo acontecido en el país, de 2007 a esta parte, merece una relectura. El Archivo LCV sigue sumando notas de selección para tratar de entender porqué estamos como estamos.

MONOCRACIA Y DEMOCIDIO

En los manuales escolares de otras épocas se traducía el aristotélico término democracia como “el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo”.

Al bueno de Aristóteles ya le faltaban, reconozcamos, algunas páginas en su libro (por ejemplo, una que dijera que los seres humanos esclavizados también eran -y son- sujetos de derecho).

Y de Aristóteles a esta parte, mucha agua (y sangre) ha corrido bajo los puentes, hasta llegar al presente, cuando oscuros poderes se han adueñado de territorios y países, usando el prestigio, cada vez más devaluado, de la palabra democracia.

Un término que acuñaron los constructores de autopistas -colectoras- le sirve al nuevo Establishment argentino para justificar su modo pragmático de juntar votos. Por derecha o por izquierda, por arriba o por abajo, juntar votos. Sólo votos, sin otro contenido que un par de nombres en una boleta. Y sin programa. Y sin compromiso de nada. Como un cheque en blanco firmado a un representante que será -si gana- “el representante de todos” (o sea: el representante de nadie).

Un complemento para las colectoras (especie de ley de lemas que ni siquiera respeta las formas de la ley de lemas), son otros notables inventos argentinos: la borocotización (comprar a un diputado y darlo vuelta, cuando ya ha sido elegido) y la doble candidatura (una mezcla de ensoñación y realismo, expresada en la consigna: “vóteme para presidente, que quiero ser diputado”).

Los no representados


A partir de la crisis política incubada en los últimos años del menemismo -crisis que estalló y se manifestó en toda su magnitud durante el gobierno de la Alianza- hemos podido ver colectivos (es decir, conjuntos humanos) muy diversos, con dolores y demandas y aspiraciones que no habían sido recibidas ni escuchadas ni satisfechas por la política tradicional, ni por las instituciones tradicionales.

Obreros y empleados, por ejemplo, a los que un decretazo, una ley amañada o un per saltum de la Corte Suprema los había dejado, de la nochea la mañana, sin “su” empresa, sin “su” fábrica, sin trabajo ni casa ni lugar en el mundo.

O jóvenes argentinos del color de la tierra -otro ejemplo- legítimos habitantes de las selvas y los bosques del Noroeste, súbitamente arrojados al otro lado de una alambrada, empujados por perros guardianes (y por guardianes perros) lejos de su hábitat, obligados a mendigar, a hurtar naranjas y a caminar por los márgenes de una ciudad siempre hostil.

¿Quién representa a esos argentinos de Cutral-Có, de Tartagal, de Villa Diamante y Ciudad Oculta, a los de “Fuerte Apache” y “Los Hornos”?

(¡Hasta los nombres nos hablan de su orfandad!).

Nadie los representa, nos respondemos. Se representan a sí mismos, cuando pueden. Y como pueden.

Un ex presidente se jacta, en su libro de Memorias, de haber “apagado el incendio”, es decir, no de haber ayudado a los pobres a salir de su pobreza, sino, simplemente, de haber neutralizado su protesta.

Una candidata a presidente sale de gira por el mundo a decirle a los mismos lobos y buitres de siempre que la Argentina es un país “con grandes oportunidades de negocios”.

Ninguno de los candidatos con chance de ser gobierno, en este baile de las colectoras, se anima a prometer (¡siquiera a prometer!) que va a terminar con el hambre en el granero del mundo, o que recorrerá las calles y caminos en persona, para dar techo a los sin techo y trabajo a los que no lo tienen.

No. En estas elecciones, los candidatos con chance, los favoritos de las encuestas, ya ni siquiera se molestan en hacer promesas. Ellos sólo esperan el cheque en blanco que venga de las colectoras. Como si fuera un trámite administrativo. Como obtener una licencia para gobernar.

El gobierno emergido en esas condiciones, ya no será del pueblo por el pueblo y para el pueblo, como pide la antigua fórmula aristotélica. Es decir: ya no será, cabalmente, democrático.

¿Y qué será, entonces? No lo sabemos. Se nos ocurren variantes extrañas. Formas aún no conocidas. Nuevas argentinadas. Monocracia y democidio, por ejemplo.

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Carta desde el País del Nomeacuerdo, por Hernán López Echagüe

Esta semana, el Archivo LCV incorpora una nota publicada en la revista Humor, publicación que funcionó como un faro en tiempos de dictadura, y fue crítica con el menemismo. Conviene recordar el marco dentro del cual HLE escribía una serie de cartas a un amigo imaginario

En 1989 , Carlos Menem indultó a todos los jefes militares procesados que no habían sido beneficiados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; a líderes y miembros de organizaciones armadas revolucionarias (algunos de ellos ya desaparecidos); a los ‘carapintadas’ que se rebelaron contra la democracia en la Semana Santa de 1987 y en 1988; y, finalmente, a los integrantes de la Junta de Comandantes condenados por los delitos cometidos durante la guerra de Malvinas.

Seis decretos firmados en diciembre de 1990 indultaron, finalmente, a todos los miembros de las Juntas Militares condenados en tiempos de Alfonsín (1985) y otros genocidas con proceso abierto. Quedaron afuera: Videla, Massera, Agosti, Viola, Lambruschini, Camps, Suárez Mason, Ovidio Richieri, Martínez de Hoz. También indultó en ese diciembre a Firmenich y Norma Kennedy.

Hoy recuperamos para el Archivo LCV, una nota publicada en la revista Humor de Hernán López Echagüe. Por entonces, un joven apenas retornado del exilio que iniciaba sus primeros pasos en periodismo. Llevábamos siete años de democracia y los indultos de Menem eran una marcha atrás de todas las conquistas en Derechos Humanos. Hoy Carlos Menem es el único presidente del siglo XX que tiene su retrato en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada.

Carlos Menem, presidente 1989-1999

Carta desde el País del Nomeacuerdo

Publicado en la revista Humor, diciembre de 1990.

Che, me olvidaba de algo. Hubo una época en que las personas se pusieron a desaparecer, de pronto, de la noche a la mañana. Sin pausa. Cientos y cientos de personas de toda edad que se ponían a no estar nunca más. Y los ojos de los vecinos no percibían nada. Y las bocas de los vecinos parecían bocas sin fundamento, o quizá con fundamento no más que para abrirlas y tragar fideos italianos, galletas alemanas, quesos franceses. ¡Vinos de Portugal por dos mangos! Había mazapán en las venas. ¿Te acordás? ¿Te acordás del general Acdel Edgardo Vilas? Decía el tipo: “Los mayores éxitos los conseguimos entre las dos y las cinco de la mañana, la hora en que el subversivo duerme (…) Yo respaldo incluso los excesos de mis hombres si el resultado es importante para nuestro objetivo”. ¿Te acordás? ¿No? Pero quizá te acuerdes del general Ibérico Saint-Jean que, entre otras cosas, se hizo famoso por su frase: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. O del general Jorge Rafael Videla: “En la Argentina morirán todos los que sean necesarios para acabar con la subversión”. Años más tarde, ya en democracia, al amparo del indulto que le había obsequiado Menem y en tanto se mojaba el garguero con whisky importado durante una cena de camaradería, Videla celebró la matanza, y, con aires de asesino ocurrente, soltó: “La sociedad argentina tendría que habernos pagado por los servicios prestados”.

Luego, a partir de diciembre de 1983, la historia incontrastable del exterminio selectivo que habían tramado los militares con toda meticulosidad cobró vida a partir de relatos de toda naturaleza: jurídico, periodístico, novelesco, televisivo, cinematográfico. Supongo que te acordarás de La historia oficial, también del Nunca más, y, desde luego, del histórico juicio a las Juntas. Fueron años de dolorosas e interminables reconstrucciones. Que a Esteban se lo llevaron de su lugar de trabajo una tarde, a los golpes; que a Cristina, que estaba embarazada, la sorprendieron en la calle, la ocultaron en alguna catacumba, la asistieron en el parto, le robaron el hijo y después la asesinaron; en la casa de Jon, que de la vida no esperaba más que recibirse de ingeniero, casarse y tener un par de hijos, el grupo de Tareas se instaló a lo largo de una semana… Y ya no están, nunca más volverán a estar.

A partir de diciembre de 1983 el dolor se transformó en cifras: más de cuatro mil desaparecidos en 1976; trescientos cuarenta y dos por mes; once cada día. Más de tres mil en 1977; doscientos treinta y ocho por día… Cifras y más cifras. Contados cuerpos. Personas que nunca jamás volvieron a aparecer. Y ahora los ojos han vuelto a cerrarse, los oídos a enlodarse, las bocas a callar.

En fin, no era mi propósito amargarte. Pero el País del Nomeacuerdo es hoy una realidad ineluctable.

Otro abrazo.

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El origen de los 30.000 desaparecidos. Investigación de Oscar Taffetani

El 9 de diciembre de 2016, un despacho de la agencia Télam envió a los medios el resultado de una investigación sobre los antecedentes documentales de los 30.000 desaparecidos, cifra que se convertiría en símbolo de la lucha contra la dictadura genocida primero y del reclamo de verdad y justicia después. Ciertos negacionistas locales, imitando a los negacionistas de la Shoá y de los otros genocidios del siglo XX, pretenden reducir la valoración de esas tragedias históricas a la exactitud de unos pocos datos que son variables y casi siempre inverificables. La investigación –rescatada del archivo de Télam- nos invita a remontarnos al origen verdadero de esa cifra que fue inicialmente calculada por el terrorismo de Estado, pero que fue resignificada por la lucha de varias generaciones argentinas.

En una carta fechada el 2 de enero de 1976 y dirigida al escritor cubano Roberto Fernández Retamar, el narrador argentino Haroldo Conti, referente del FAS y vinculado con el PRT-ERP, hace una alhelante predicción: “Me acaba de informar muy confidencialmente mi cuñado, que es militar, que se espera un golpe sangriento para marzo. Inclusive los servicios de Inteligencia calculan una cuota de 30 mil muertos”. Consultado Retamar sobre la autenticidad del documento, respondió a quien esto escribe: “La carta que me envió el compañero Haroldo el 2 de enero de 1976 se encuentra en el archivo de la Casa de las Américas”.

“También publiqué dicha carta -agregó Retamar- en mi libro ‘Fervor de la Argentina’, que apareció en Buenos Aires en 1993 y tuvo reedición cubana”. A cuatro décadas de ser escrita, esa carta de Haroldo, lo mismo que el contexto histórico, merecen una reconstrucción.

No fue aquella la primera vez en que Haroldo Conti dio a entender que disponía de información de Inteligencia, por contactos propios –-no sólo familiares– en las fuerzas armadas y de seguridad. En otra misiva, también dirigida a Retamar y fechada el 15 de octubre de 1973, dice: “Acabo de enterarme por una persona de mi amistad, que corrió el riesgo para informarme, que en una orden que se distribuye entre los comandos de asalto hay una lista de unas 30 personas a liquidar. Yo figuro entre las primeras. Otro es Rodolfo Mattarollo, director de ‘Nuevo Hombre’, abogado de presos políticos, entrañable amigo de quien les hablé más de una vez” (el abogado Rodolfo Mattarollo, autor de un temprano ensayo sobre la obra de Haroldo Conti, participó en aquel tiempo de la revista Nuevo Hombre y de la última época del diario El Mundo, ambos medios vinculados con el PRT-ERP).

Haroldo Conti: “Calculan 30.000 muertos”

Ahora, veamos lo que escribió desde las antípodas, en su autobiografía “Yo fui Vargas”, el capitán del Ejército y criminal dos veces condenado Héctor Vergez, quien después de haber actuado en la represión ilegal en el área del III Cuerpo de Ejército y después de haber sido denunciado en Córdoba por apropiación y venta de bienes de desaparecidos, pasó a actuar como agente encubierto del Batallón 601 de Inteligencia, en Buenos Aires:

“Cabe advertir al lector no informado o a menudo desinformado –dice Vergez- que la lucha con la delincuencia subversiva fue una lucha de Inteligencia y que los medios y apoyos del terrorismo sobrepasaron muchísimas veces los del Estado argentino”, agregando en otro pasaje y aludiendo específicamente al aparato de inteligencia del PRT-ERP: “La reunión informativa se realizaba, lógicamente, a través de infiltrados en los diversos ‘frentes’ o ámbitos sociales, empresariales y políticos”.

Podemos descontar que si Haroldo Conti y Rodolfo Mattarollo ya figuraban en las listas de “objetivos” de los organismos de Inteligencia en octubre de 1973, también lo estaban el 24 de marzo de 1976, cuando se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura del Proceso. No pasó mucho, desde el día del golpe, hasta que fue secuestrado Haroldo Conti, la madrugada del 5 de mayo de 1976, en su domicilio de Fitz Roy 1205, Villa Crespo, Buenos Aires.

El GT1 del Primer Cuerpo de Ejército reforzado con PCI (personal Civil de Inteligencia) que, según documentos disponibles, realizó el operativo, también se llevó a un presunto compañero de militancia de Haroldo llamado Héctor Fabiani, que pernoctaba en la casa y que había quedado al cuidado de los niños, aunque el grupo de tareas optó por dejar allí (presumiblemente, porque prefirieron llevar en sus automóviles el producto del saqueo) a Marta Scavac, pareja del escritor, lo mismo que a su hijo Ernesto, de apenas tres meses, y a la niña Miriam Acuña (de 7 años, hija de Marta).

Con fecha 6 de mayo fue presentado por Lidia Olga Conti, hermana de Haroldo (y esposa del militar aludido en la carta de enero) el primer hábeas corpus pidiendo la aparición de Haroldo. El recurso, como los que siguieron después, no tuvo resultado.

Personal de inteligencia del Batallón 601 estuvo a cargo del interrogatorio, tortura y muerte de Haroldo Conti

Haroldo Conti había sido detenido ilegalmente y elementos del Batallón 601 de Inteligencia y del Cuerpo I de Ejército se ocuparon de interrogarlo bajo tortura, destruyéndolo psíquica y físicamente, al punto de que cuando el cura Leonardo Castellani, tras solicitarlo personalmente a Videla, pudo verlo en el ya desaparecido CCD “Coordinación Federal” –a una cuadra del Departamento Central de Policía–, sólo alcanzó a darle la extremaunción. Castellani reveló eso, bajo secreto, a dos periodistas de la revista Crisis y a Marta Scavac, poco antes de que ésta partiera –con protección de la Marina, por un pedido personal que hiciera Omar Torrijos a Emilio Eduardo Massera– al exilio, junto a sus dos hijos más pequeños.

Dos de los abogados que integraban la flamante CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) –Mario Hernández y Roberto Sinigaglia– que estaban coordinando acciones para denunciar atentados y secuestros en Córdoba y Buenos Aires, fueron secuestrados ellos mismos el 11 de mayo de 1976 y permanecen desaparecidos.

La orden de batalla del Proceso (cuyos documentos no terminan de salir a la luz) se estaba ejecutando en aquellos días de otoño con rapidez y ferocidad, lo que obligó a la mayoría de los integrantes de la CADHU, ex adherentes de la muy raleada Gremial de Abogados, a tomar la decisión de poner a salvo a sus familias primero y de abandonar el país poco después, para continuar con la denuncia de los crímenes de la dictadura y con el apoyo a las víctimas desde lugares o países más seguros.

Gustavo Roca y Lucio Garzón Maceda, defensores de gremialistas y presos políticos de Córdoba que sufrían el feroz hostigamiento de las patotas del Comando Libertadores de América y el III Cuerpo de Ejército, fueron a España y a Francia primero, y allí tuvieron oportunidad, por gestión de dos integrantes de la CADHU residentes en Washington, de obtener un “hearing” ante una Subcomisión de Diputados del Congreso de los Estados Unidos dedicada a los Asuntos Externos y presidida por el diputado demócrata Donald Fraser (aquella invitación no era ingenua: los dos miembros de CADHU anfitriones –el ingeniero Gino Lofredo y la ex detenida Olga Talamante, ambos con ciudadanía norteamericana– sabían que la llegada al gobierno de Jimmy Carter significaría un reimpulso de los derechos humanos, tanto en política interior como en política exterior).

Las exposiciones de Gustavo Roca y de Lucio Garzón Maceda el 28 y 29 de septiembre de 1976, inscriptas en una serie que incluía otras denuncias por las violaciones a los DDHH en Chile y el Uruguay, llevaban el pedido concreto de que cesara la ayuda militar estadounidense a aquellas tres dictaduras del Cono Sur, objetivo que fue alcanzado en todos los casos.

Sin embargo, en el caso argentino, el haber hecho aquella solicitud les costó a Roca y a Garzón Maceda una causa judicial por “traición a la patria”, que los tuvo en vilo hasta el regreso de la democracia argentina, cuando obtuvieron el sobreseimiento definitivo.

Ya se había iniciado en los Estado Unidos, a fines de 1976, la investigación que generaría dos visitas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la última de las cuales fue en 1979. Y el cálculo aproximado de víctimas de ejecuciones extrajudiciales, secuestros y desapariciones, era el mismo que habían hecho los servicios de Inteligencia argentinos meses antes del golpe de Estado, y sobre el que había alertado Haroldo Conti en su carta a Fernández Retamar. A fines de 1976 se hablaba, tanto en Europa como en América del Norte, de “30.000”.

En enero del año siguiente, 1977, al prologar el libro de denuncia de la CADHU titulado “Argentina. Proceso al Genocidio”, el abogado Eduardo Luis Duhalde, quien se había trasladado a Madrid con el propósito de crear sedes y bases en Europa para denunciar la situación argentina, escribió: “Más de 2.300 personas fueron muertas oficialmente por las fuerzas militares y policiales entre marzo y diciembre de 1976. Sacerdotes, abogados, parlamentarios, profesores, científicos, artistas, asilados políticos latinoamericanos, dirigentes sindicales y de organizaciones populares se cuentan entre las víctimas. 20.000 han sido secuestradas y han desaparecido, y más de 10.000 están prisioneros en cárceles y campos de concentración militares” (como se advierte, las víctimas de la represión ilegal seguían siendo, en ese documento, 30.000).

Dos meses después, al intervenir como miembro de la CADHU y en representación de Pax Romana ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, Rodolfo Mattarollo –el amigo y compañero de Haroldo Conti que mencionamos al comienzo– expresó lo siguiente: “Según varias organizaciones humanitarias, éste es el trágico saldo del año 1976 en Argentina: 2.300 muertos, 10.000 presos políticos y de 20 a 30 mil desaparecidos. Grupos armados que innegablemente forman parte de las Fuerzas Armadas y la Policía han secuestrado y continúan secuestrando a alrededor de 2.500 personas por mes. Las víctimas son argentinos de toda clase y condición social y latinoamericanos refugiados en territorio argentino”.

Las cifras que difundían la CADHU, el TYSAE (Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio) y otras organizaciones de resistencia y denuncia que actuaban en el exterior, no diferían mucho de las que el mismo Departamento de Estado norteamericano, que recibía cotidianamente los partes de sus propios servicios de Inteligencia y de su propia diplomacia, manejaba.

Uno de los documentos desclasificados que tiene la organización Archivo de Seguridad Nacional en la Georgetown University, perteneciente al denominado Plan Cóndor, es un mensaje del agente de la DINA chilena Enrique Arancibia Clavel, dirigido con seudónimo a sus superiores en Santiago, en julio de 1978. 

“Adjunto -dice Arancibia Clavel- la lista de todos los muertos en el año 1975. La lista va clasificada por mes. Es decir, en estas líneas van tanto los muertos ‘oficialistas’ (sic) como los ‘no oficialistas’ (sic). Este trabajo se logró conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, sito en Callao y Viamonte, de esta capital, que depende de la Jefatura II de Inteligencia del Ejército, del Comando General del Ejército y del Estado Mayor General del Ejército. (…) Las listas corresponden al anexo 74.888.75/A1.E.A. y al anexo 74.889.75/id. Los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles de identificar. Casi en un 100% corresponden a elementos extremistas eliminados ‘por izquierda’, por las fuerzas de seguridad. (…) Se tienen computados 22.000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha. En próximos envíos seguiré ampliando las listas. Atentos saludos. Luis Felipe Alemparte Díaz”.

Los casos verificados de asesinatos, secuestros y desapariciones se hacían constar, con detalle, en los escasos medios de difusión disponibles (entre ellos, dos periódicos del exilio en España, titulados “Presencia Argentina” y “Correo Argentino”). Ya en diciembre de 1977, Correo Argentino publicó la primera “Lista de prisioneros reconocidos por la Junta Militar”, con nombres y apellidos de los detenidos en Villa Devoto, La Plata, Coronda, Sierra Chica, Resistencia, Córdoba y otras cárceles argentinas, así como los casos en que se había concedido libertad, salida del país o libertad vigilada. El resto, lo que no se había podido verificar pero que sin duda estaba ocurriendo en los más de 500 centros clandestinos de detención habilitados por la dictadura en el territorio nacional, seguía perteneciendo a esa terrorífica nebulosa de los “30.000”, aquel cálculo proyectivo que habían hecho los mismos autores del golpe de Estado y ejecutores del plan genocida.

El General Ramón Camps dió la cifra de 30.000 desaparecidos

Llegado por fin a la Argentina, el ciclo de la democracia y recuperación de las instituciones, ciertos referentes de la dictadura como el sanguinario general Ramón Camps –quien murió antes de ser alcanzado definitivamente por la justicia– escribían columnas de opinión en medios “amigos” como el diario La Prensa y, además de jactarse de sus crímenes, se permitían aconsejar a los dirigentes y a la ciudadanía de nuestra débil democracia recuperada.

Fue justamente en aquel clima de alivio y a la vez de temor que reinaba a la salida de la dictadura cuando Jorge Luis Borges, entrevistado por periodistas del diario francés Le Monde, en un reportaje que se publicaría a doble página el domingo 6 de mayo de 1984, dijo lo siguiente: “Aquí se usa ese eufemismo de desaparecidos, pero la realidad es mucho más terrible: esas personas no desaparecieron, fueron secuestradas, quizás torturadas y seguramente asesinadas. El general (Ramón) Camps da la cifra de treinta mil. Lo más terrible es que –al parecer– aumentaron, redondearon la cifra para vanagloriarse” (extracto del artículo, reproducido por el vespertino La Razón de Buenos Aires, diario dirigido por Félix Laiño, un hombre que respondía al Ejército Argentino, que era el verdadero propietario del medio, el lunes 7 de mayo de 1984).

En el principio y el final de este relato, donde hemos dejado que hablen los documentos, son los mismos verdugos de la Argentina y de los argentinos quienes lanzaron la cifra de 30.000, cifra que luego fue recogida por la CADHU y las primeras organizaciones que denunciaron a la dictadura cívico militar, con el deseo de parar la matanza y de recuperar vivas a la mayor cantidad de víctimas posibles.

Nuestros 30.000, lo mismo que los seis millones de judíos de la Shoá, lo mismo que el millón del genocidio armenio, los de la posguerra civil en España, los comunistas asesinados en la Indonesia de Suharto o, viniendo más cerca, las víctimas sin nombre y sin tumba de dictaduras genocidas en Asia, África y América latina, son una cuenta abierta, que cada día puede ser incrementada por un nuevo hallazgo o una nueva denuncia. Y son también una herida abierta que sólo una política sostenida de memoria, verdad y justicia  (proeza argentina, que aún no hemos sido capaces de dimensionar ni valorar) puede cerrar. El dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri (1926-2003), minimizando la demanda por los caídos en aquella guerra de Malvinas que él mismo había desatado, dijo en un reportaje que todos los años “muere más gente en accidentes de tránsito”. Pareja frivolidad y desprecio por la vida humana ostentan aquellos que piden hoy un cálculo “exacto” y “cerrado” de las víctimas de la peor dictadura que sufrimos los argentinos.

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