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Noni Cerutti: “Creo que Massa le saca unos cuerpos a Alberto; tiene más política, más muñeca”
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Curiosidades orientales / I
Cadena Nacional de la oposición. El Secretario General del Pit Cnt, Marcelo Abdala, solicitó en un discurso el uso de la cadena nacional para explicar los motivos del referendum por la reforma constitucional de la previsión social. Curiosamente, el presidente Lacalle Pou autorizó la “trasmisión simultánea”, prevista por el artículo 94 de la Ley 19.307. Se trata de «una conquista de la clase obrera», señaló Abdala. «El Presidente de la República acaba de emitir el decreto que nos otorga la cadena de radio y televisión. Será el lunes 14 a las 18 horas.”
Fútbol. Los clásicos serán sin hinchada local. Luego de los incidentes producidos en los alrededores del estadio en ocasión de jugarse el partido entre Peñarol-Nacional del pasado domingo 8 de octubre, se estableció que los próximos clásicos serán solamente con hinchada visitante. Al revés de lo que ocurre en Argentina.
Prohibidos los allanamientos nocturnos. Más allá del plebiscito por la jubilación, este 27 de octubre habrá otra papeleta para apoyar un referendum que modifica el artículo 11 de la Constitución que prohibe los allanamientos nocturnos en Uruguay. Ya en el 2019 hubo un plebiscito similar que no obtuvo la mayoría. Desde entonces hay un fuerte debate en torno al tema, ya que se considera un retroceso en lo que refiere a derechos civiles. La Constitución uruguaya establece que: “El hogar es un sagrado inviolable. De noche nadie podrá entrar en él sin consentimiento de su jefe, y de día, sólo de orden expresa de Juez competente, por escrito y en los casos determinados por la ley”.
Exitosa campaña del candidato musculoso. El Partido Colorado propone para la presidencia a un candidato de cuarenta años, cuyo nombre era apenas conocido. Sin embargo, un spot publicitario que lo muestra joven y musculoso, haciendo gimnasia mientras respondía preguntas de fondo como ¿cuál es tu signo? y con orgullo decía ‘Capricornio’. Hoy Andrés Ojeda, es candidato musculoso, está en boca de todos, y tuvo una remontada en las encuestas que lo ubica a pocos puntos del consolidado Partido Nacional. Mediático y desfachatado como Milei y pintón al estilo Bukele, Ojeda descoloca con su estilo en un país de modos más conservadores. Sin pelos en la lengua aseguró que en Uruguay la política es un ‘embole’. Al presentar a quien encabeza la lista por su partido, el historiador y comediante Diego Delgrossi, el candidato definió al humorista como “la prueba viviente de que se puede tener sustancia sin ser un embole”. “Esto es muy importante, porque parece que para tener sustancia hay que ser un embole, es casi una cosa de Uruguay”, aseguró. El mismo Jaime Durán Barba, elogió la campaña del candidato a presidente de la República por el Partido Colorado, en la que trabaja uno de sus discípulos, el consultor español Aleix Sanmartín.
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“La salud se defiende en la calle”. El gobierno concede una tregua.
Jornadas intensas para los trabajadores de la salud y la comunidad de familiares y pacientes. Marchas, asambleas, negociaciones, reuniones y abrazos. Las alarmas sonaron en los primeros días de octubre en el Hospital Garrahan cuando el gobierno descabezó a todo el directorio exigiendo su renuncia por haber dispuesto el pago de un bono de 500 mil pesos para sus trabajadores debido al retraso salarial actual. Un sueldo promedio ronda los 600.000 pesos, para personas que están bajo la presión de luchar día a día entre la vida y la muerte.
El gobierno volvía a poner el dedo en la llaga. No sólo el fútbol es un orgullo nacional, la educación y la salud son derechos adquiridos que tocan la sensibilidad de todos los sectores.
El Hospital “Prof. Dr. Juan P. Garrahan” es el centro pediátrico de referencia en salud pública, gratuita y de alta complejidad de la Argentina. Allí son atendidos niños y niñas de todo el país y el continente, con un nivel profesional de excelencia que mantiene el ideario de grandes médicos argentinos como Ramón Carrillo o Favaloro quienes peleaban por una salud igual para todos.
La sociedad toda reaccionó de inmediato. Llovieron las críticas, incluída la de Adolfo Rubinstein, ex ministro de salud de Mauricio Macri, quien entrevistado por Ernesto Tenembaum sostuvo que las medidas que aplica la gestión de Javier Milei son “intempestivas” y advirtió que están agravando la crisis de la Salud.
La Junta Interna de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) en el Hospital Garrahan anunció de inmediato un paro de 48 horas para los días 8 y 9 de octubre acompañado por una movilización durante la jornada del martes hasta la Plaza de Mayo y el Ministerio de Economía.
Frente a una sociedad sensibilizada por el destrato de los profesionales de la salud, orgullo nacional, el viernes 4 de octubre llega la noticia de que el flamante Ministro de Salud, Mario Lugones, ordenaba el cierre de las guardias e internaciones del Centro de Salud Mental ‘Laura Bonaparte‘. De acuerdo a lo informado por el diario La Nación, al propio director del hospital, Christian Baldino, se le comunicó que este martes se publicaría en el Boletín Oficial el cierre de la institución. Desde el Ministerio dejaban trascender los motivos de la decisión: “Desde el inicio de la gestión se trabaja en la normalización del hospital producto de la subutilización en función de su capacidad, lo que se manifiesta en la reducida cantidad de pacientes que se atienden en la institución.”
Consultado por La Columna Vertebral, Hernán Catalano, trabajador social de la guardia interdisciplinaria del Bonaparte, explicó los criterios seguidos por los profesionales del hospital que respetan la reglamentación de la Ley de Salud Mental: “Acá hay 40 pacientes internados, pero es la ‘bala de plata’ la internación, no es la primera opción, hacemos un laburo muy armonioso y minucioso de acompañamientos ambulatorios diarios con la red familiar y vecinal, es un trabajo invaluable. Nosotros intentamos, incluso con pacientes complejos, lo ambulatorio con apoyo de la familia, si no tendríamos 400 pacientes internados, como el Borda. Para nosotros es el último recurso la internación y es corta.”
La lógica del ministerio parece ser ‘demasiada plata para pocos internados: “Vale destacar que el establecimiento de salud recibe un presupuesto de $17.000 millones anuales y cuenta con una muy baja ocupación”, le explicó un funcionario al diario La Nación. Sin embargo los pacientes ambulatorios son 900, muchos de ellos adictos o personas en situación de calle, rechazados en otros hospitales, que no necesariamente necesitan el encierro sino un tratamiento psiquiátrico. “La internación es la bala de plata”. La atención de la salud mental no puede basarse en que el gasto de presupuesto sirve solo para la ocupación de camas.
En cuestión de días, estallaban dos chispas en dos hospitales de un mismo barrio de la ciudad de Buenos Aires, Parque Patricios. La salud de los chicos y de los ‘locos’ corrían peligro. La salud de los sin voz provocó un grito atronador.
El lunes, en el Hospital de Salud Mental ‘Laura Bonaparte‘ se unieron ambos conflictos. Allí estuvieron los trabajadores del Garrahan, y la ciudadanía organizada para frenar el cierre. Abrazo simbólico multitudinario en el exterior, convocado por ATE, y otra multitudinaria asamblea en el interior convocada por UPCN.
Este martes el vértigo de la información no daba tregua. Al paro y la marcha a Plaza de Mayo convocada por la Junta Interna de ATE del Garrahan se le sumaban las negociaciones en el Ministerio por el conflicto del Bonaparte que amanecía con cierto optimismo: “El decreto de cierre no salió y las autoridades del hospital se tuvieron que presentar por un amparo donde se los acusaba de abandono de personas presentado por el CELS. No se produjeron traslados de pacientes internados a otros hospitales. Ayer, lunes, fueron a fiscalizar el órgano de revisión del hospital para constatar que todo este en orden y funcionando y se llevaron informes de cada uno de las personas internadas para auditar”, le comentaba una fuente a La Columna Vertebral en las primeras horas del martes. Que no hubiera salido el decreto y que se detuviera la orden de traslado inmediato era una de las consecuencias de las gran movilización del día lunes. Se mantenía una vigilia permanente dentro y fuera del hospital las 24 hs con asambleas constantes. Allí se votó plegarse a la movilización convocada por los empleados de Garrahan a Plaza de Mayo para este mismo día.
La convocatoria a la marcha fue impresionante. Cuadras y cuadras de médicos, enfermeros, residentes, familiares y organizaciones a favor de la salud pública. “La salud se defiende en la calle”, decía un cartelito escrito con marcador negro en una cartulina que llevaba una mujer de guardapolvo blanco y resumía la sensación de los miles que marchaban a Plaza de Mayo.
No era una marcha sólo por un reclamo salarial, había otro componente, como con la educación, habían tocado una fibra profunda de las conquistas argentinas por las que se salía a resistir. El nombre del Hospital de Salud Mental, Laura Bonaparte, emblema de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo, aportaba la memoria necesaria.
La mañana del martes terminaba con una tregua.
En el Garrahan conseguían, al menos, ‘legalizar’ el bono cobrado, firmando una autorización fechada el 30 de septiembre entre UPCN y el ministerio. Un permiso que, sin embargo, no dió marcha atrás a la renuncia del directorio cuya única culpa había sido pagarlo con acuerdo sindical.
Entre tanto, el Ministerio de Salud, los respresentantes sindicales del Hospital de Salud Mental ‘Laura Bonaparte’, firmaban un acuerdo en los que se mantenían las guardias e internaciones, no se hablaba de cierre, y anunciaban la creación de ‘una mesa de trabajo conjunta’ con representantes de los trabajadores y el gobierno a fin de ‘asegurar la prestación de los servicios y la atención de salud de los pacientes’. Entre tanto, continúaban evaluando la ‘reestructuración propuesta por el ministerio’ mientras garantizaban la continuidad laboral de los profesionales del Hospital.
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Esa clase media que no termina de caer, por Oscar Taffetani
El domingo 1 de abril de 1990 (hace 34 años) el diario Nuevo Sur entregaba junto a otros suplementos su“Crónica Sureña” dedicada a un tema nada original y muy recurrente: la caída de la clase media. Mucha agua ysufrimiento y expectativas han corrido bajo los puentes desde entonces, y a la fecha, con un 53% de pobres, uno cae en la tentación de pensar que la clase media argentina ha muerto y que los medios se obstinan en hablar de algo que no existe. Sin embargo, fuertes demandas como la gratuidad de la enseñanza y la ampliación y
financiamiento de las universidades nacionales nos dicenque hay una memoria de clase media que no desaparece, así como hay también una nueva clase media que busca, al modo de los dreamers de América del Norte, el ascenso económico y social. Una relectura de aquella “instantánea” escrita por Taffetani en los ’90 nos permite observar lo que ha cambiado y también lo que permanece. Un orgullo para La Columna Vertebral publicarla por primera vez en versión digital en su sección Archivos.
Título original: La caída de la clase media
Por Oscar Taffetani
El sociólogo argentino Sergio Bagú, actualmente radicado en México, publicó hacia 1972, en Chile, una interesante hipótesis sobre la muerte en silencio (es decir, no violenta) de algunas clases. Ya es un lugar común decir que las clases poderosas no se suicidan, o que no abandonan el poder por propia voluntad. Sin embargo, Bagú sostiene que a veces el ocaso se produce en virtud de un proceso que esas mismas clases no están en condiciones de impedir. Asi, por ejemplo, la burguesía terrateniente argentina se fue convirtiendo, en este siglo, en una burguesia de otro tipo, propietaria de empresas urbanas, miembro de corporaciones industriales y financieras, socia del capital transnacional. Murió en silencio. Algún sociólogo o cientista social arderá en deseos de aplicar la hipótesis de Bagú al proceso de pauperización y proletarización de nuestra clase media, acelerado en los últimos años. El veterano profesor le diría que no se apure, que antes de extender el certificado de defunción de una clase es necesario demostrar que esa ha existido alguna vez: es necesario determinar si fue verdaderamente una clase, con intereses y comportamiento de clase, o si se trato de un conglomerado de “grupos de interés” o “grupos profesionales” de diversa y hasta encontrada relación con la producción material y espiritual de la sociedad.
Cuando Bagú presentó su trabajo Evolución de la estratificación social en la Argentina, confesó que habia debido recurrir a indicadores de distinta naturaleza para detectar la presencia de una clase: los datos estadísticos, la literatura de la época, las crónicas periodísticas, las páginas sociales de algunos diarios y otros elementos no convencionales.
Sin otra intención que la de aportar a los lectores –y, eventualmente, a algún investigador del futuro– una serie de observaciones hechas en días particularmente criticos para la Ilamada clase media argentina, entregamos esta Cronica Sureña elaborada, como es obvio, desde la subjetividad de un periodista, trabajador de ese rubro que alguna vez estuvo reservado a la “clase media alta”, posteriormente a la “clase media baja” y, próximamente, a un hipotético “proletariado cultural” (alternativa que encanta a algunos y horroriza a otros, en tipico pathos de clase media). Un chiste antes de seguir. El Gobierno ha conseguido por fin mostrarle al mundo, en estos días, que el pais conserva una gran movilidad social… descendente
Lo importante es tener la casa propia
Hasta mediados de la década del 70, una pareja de recién casados podía adquirir mediante crédito normal, hipotecario, plan de ahorro o plan de vivienda una casa o departamento. Sindicatos como ATE, bancarios, Supe y otros, con fuerte presencia de la clase media, construyeron barrios propios en distintos puntos del país. A partir de la dictadura militar procesista se intervinieron obras sociales y sindicatos, se detuvieron los planes de edificación en marcha y se expropiaron (mediante el mecanismo de un reajuste exorbitante del precio originalmente pactado) numerosas viviendas, que luego fueron redistribuidas de favor a precios irrisorios. Más tarde, con el instrumento de la Ley 1.050 (indexación de las cuotas) continuaron las expropiaciones. La clase media argentina (y, por supuesto, también la clase obrera) se despedía del crédito social (a largo plazo, con tasas preferenciales). Ni la administración radical (que empleó los escasos recursos disponibles en instituciones como el BHN y el Banco Nación en créditos de favor) ni la administración peronista (que sencillamente ha decidido liquidar esas instituciones) revirtieron la situación. La falta de crédito y la caída progresiva de los salarios reales hizo trizas el sueño de “la casa propia” para las parejas jóvenes. La disponibilidad de vivienda en las grandes ciudades quedó en manos de un reducido grupo de propietarios y firmas inmobiliarias. El precio de alquileres y arriendos creció desde la proporción que se consideraba normal en los 70 (20-25% del salario) hasta el valor de un salario básico, lo que supone, para una joven pareja de la clase media, la necesidad de contar con dos o más fuentes de ingresos para acceder a una vivienda.
Motor a nuevo. Gomas nuevas. Chiche. Joya. Vendo urgente
Pocas cosas de tan alto contenido simbólico para la clase media como el automóvil. Tenerlo es definitivamente ascender un peldaño en la escala social. Con el alto poder de compra de la pequeña burguesía en las décadas del 50, 60 y 70, grandes terminales automotrices como Ford, General Motors y Fiat (más algunas fábricas argentinas como Kaiser y Siam) inundaron el mercado de automóviles medianos y grandes. La demanda por “el cero kilómetro” era fuerte, y dinamizaba la renovación del parque existente. A fin de la década del 70, la primera señal de la “reconversión” comenzada fue el abandono del pais por la firma General Motors y el reciclaje de sus instalaciones. Se abrió la importación de automóviles y las pocas fábricas argentinas que quedaban en pie debieron cerrar. Las terminales extranjeras se fusionaron, concentraron y orientaron su producción a un segmento más restringido de la población (menor cantidad a un precio más alto). El proyecto fracasó en los primeros meses de este año, cuando la suba de los combustibles, el costo de seguro y mantenimiento, y el precio de las unidades provocó una caída del 73,5% en las ventas de febrero (con respecto a enero). Las 2.378 unidades vendidas en ese mes –informó Adefa, cámara de fabricantes– es la más baja de los últimos 20 años. La merma mayor, comparando los períodos enero/febrero de 1989 y 1990, fue registrada en el rubro automóviles (no en utilitarios, pick-ups ni “pasajeros”). Lectura inmediata: la clase media alta, la que todavía podía acceder al “cero kilómetro”, ya no puede. El resto de la clase media, esa que activa y reactiva el mercado “del usado”, siguió pasándole cera a su joya, con la esperanza de que la compre –diría el tango– alguien capaz de mantenerla.
Lo importante es tener un buen empleo.
El lector asalariado de la clase media argentina, buena parte del cual depende del aparato del Estado, es el que observa la caída más pronunciada de los ingresos en estos últimos años. Un informe del Instituto de Economia de la Uade (que, dicho sea de paso, es una universidad privada) deja ver que el salario medio de un empleado bancario llegó al punto más alto de los últimos cinco años en marzo de 1989 (368,3 dólares), y llegó a su punto más bajo en febrero pasado (93,7 dólares). Para el mismo periodo, en la administración pública la caída fue de 219,8 a 43,4 dólares y en el sector educativo, de 301,9 a 40,8 dólares. Si se examina el detalle de salarios reales devengados, proporcionado por el mismo instituto, se verá que las categorías más altas de los rubros bancario, administración pública y educativo son las más rezagadas en el ajuste, las más perjudicadas con la evolución del salario. Nuevamente los golpes más fuertes son recibidos por la clase media, esa que hasta hace unos años se disputaba los empleos bancarios por su estabilidad y buenos sueldos, o iniciaba la carrera administrativa para tener “un empleo seguro”, o educaba a los niños con la idea de que “lo importante es tener un título”. A su vez, la aplicación compulsiva del decreto 905/90 y la drástica reducción del presupuesto, han echado por tierra el mito de que quedaban en la Argentina empleos seguros, donde la clase media asalariada estaba a salvo de las exaccionnes brucas, practicadas desde el poder.
La crisis
Ya Mafalda decía hace un cuarto de siglo que la crisis argentina debía de tener hormonas, puesto que crecía junto con ella. Peor que eso: en realidad la crisis crecía y ella, condenado personaje de historieta, estaba obligada a verla siempre con los ojos de un niño inteligente. En el imaginario de la clase media argentina, todo tiempo pasado fue mejor: y todo tiempo presente, el peor. Ya no quedan, en 1990, aquellos padres y abuelos que asustaban a los más jóvenes con el recuerdo de la crisis del ‘30, que había sido “la peor de todas”, la inigualable. Ahora, el elemento de contraste es la década el 60, con un país “floreciente”, que ostentaba la mayor tasa de crecimiento bruto en América latina y tenía una mano de obra bien paga, en escalas que sólo conocian Europa y los Estados Unidos. El ’60 es la pesadilla del ’90, una especie de edad de oro, de tiempo feliz al que se tiene la certeza de que no se podrá regresar. La crisis, chivo emisario de la mala administración, los malos gobiernos y los inconfesables pactos celebrados con el capital imperialista, está en boca de todos, en una palabra vaciada de contenido que sustituye, en el discurso dominante, los puntos suspensivos, aquello que no se puede o no se debe decir.
No ha surgido aún en la clase media argentina –tan pródiga en políticos y materia gris– alguien capaz de rasgar con un bisturí intelectual el velo que le oculta la realidad; alguien que la invite a liberarse de la ingenua utopía de volver a los 60, alguien que la invite a reemplazar ese endeble programa del auto, la casa propia y el empleo seguro por el horizonte, mas lejano pero posible, de alcanzar una sociedad solidaria, donde palabras como justicia y libertad recobren el contenido original. Grupos de presión “socialdemócratas” han entablado un duelo con el fantasma neofascista (que históricamente ha acechado y seducido a la clase media). Ella, cual voluble dama, cual bifronte Jano, le hace un guiño a cada uno de los pretendientes. El futuro dirá si la vereda de enfrente a la política oficial contará con el apoyo activo de la clase media. Algunos datos parecen indicarlo.
La única salida: ¿es Ezeiza?
El golpe militar de Videla, en 1976, no habría podido concretarse sin el consenso de la clase media, espantada por el terrorismo político y el rodrigazo. La vuelta de los radicales al gobierno en 1983, no habría sido posible sin el apoyo de la clase media, duramente golpeada por el terrorismo de Estado y defraudada por el poder militar (especialmente, después de Malvinas y del “reajuste” Sigaut-Cavallo). La llegada de Cafiero al gobierno de la provincia de Buenos Aires y la de Menem a la Presidencia de la Nación, en 1989, no habrían sido posibles sin la concurrencia de la clase media. Quien estudie detenidamente los mensajes publicitarios y proselitistas de los tres períodos, verá que están dirigidos muy especialmente a los sectores medios, que son lo formadores de opinión, son los que hablan. La clase obrera, derrotada como nunca –entre otras cosas, por el desmantelamiento de la industria–,y bajo el manto protector de la burocracia sindical, se mantuvo en un letargo del que recién pareció salir en la lucha contra el plan Sourrouille y ahora contra el plan Dromi. En el momento más crítico (debería hablarse de “sensación crítica”) del reajuste, en febrero pasado, se agotaron los pasaportes para salir del país (clase media, ¿qué estabas haciendo tú a esa hora?). Las colas que aún se observan en el Departamento de Policía y ante las embajadas de Canadá, Australia, Suecia e Italia están compuestas, fundamentalmente, por jóvenes técnicos y profesionales argentinos, sin “horizonte laboral” en el país. A la clase
media no le cuesta mucho, ni material ni espiritualmente, mudar de país. Está fresca la memoria del abuelo inmigrante, de aquel que siguió un viejo proverbio latino, ubi bene, ubi patria, donde uno está bien, allí está la patria. Se sabe que la mano de obra calificada, los técnicos y profesionales argentinos (formados en una universidad estatal que no desdeñó la investigación básica ni la formación integral del estudiante) son muy requeridos en el exterior. Sin embargo. la alternativa del emigrado es siempre la misma: o adaptarse al país que lo recibe (es decir, transculturarse) o vivir en tránsito, como aquellos trabajadores-golondrina que en la belle époque del Centenario cruzaban el océano para levantar el trigo y el maíz del granero del mundo y regresaban después a Europa. Si de veras los gobiernos nacionales quisieran evitar que los jóvenes profesionales emigren, deberían limitarse a cumplir con lo que ofrecieron en sus campanas políticas: “Un país que merezca ser vivido”. Pero la clase media argentina no son sólo jóvenes sin horizonte dispuestos a emigrar. La lucha contra la desocupación, el hambre y el cercenamiento de sus históricas conquistas (educación popular, protección social y servicios públicos –oh paradoja– accesibles), lo mismo que la lucha contra la impunidad represiva de los años recientes, hablan de una (¿insensata?) vocación de quedarse en el país de sus amores y desvelos. O, por lo menos. de no morir en silencio.
El invasor invadido
La clase media del 900, la del ‘30, la del ‘50, la del ‘90 ¿es siempre la misma clase media argentina? Sí y no. Todos pueden estar de acuerdo con que hubo un proceso de crecimiento numérico y de ocupación del espacio político que fue progresivo, con hitos como el sufragio universal, el ascenso del radicalismo, la industrialización de entreguerras, el peronismo y el primer ciclo militar posterior al peronismo (de Lonardi a Lanusse, con los interregnos civiles conocidos). Atendiendo a esa acumulación económica y político-cultural, puede decirse que es siempre la misma clase, una pequeña burguesía ligada al sector administrativo e industrial de la economía y a la burocracia del Estado; profesionales, técnicos, docentes, empleados de la administración pública y privada, pequeños empresarios. Atendiendo a las diferencias étnicas y culturales entre el hijo del inmigrante europeo, el inmigrante del interior ascendido en los 40 y la inmigración asiática de los 80 (japoneses, taiwaneses y coreanos), puede decirse que no es la misma clase media, ya que contiene estados, grados de desarrollo y expectativas muy diferentes. En busca de semejanzas, no obstante, hay que señalar que la identidad cultural de la clase media argentina en los 90 está dada por la mezcla y fusión de los dos grandes grupos, el de origen inmigratorio europeo y el migrado desde el interior del país. Una guía infalible para seguir ese proceso es la literatura argentina. Nuestra literatura de este siglo, la mas importante, he sido elaborada y consumida por la clase media argentina. Los encuentros y desencuentros entre los “asentados” y los recién llegados a a clase son egibles en textos como Locos de verano, Jettatore, M’hijo el dotor, Los siete locos, El Sur, Casa tomada, Cabecita negra y Mi madre andaba en la luz. Sus autores pertenecen a distintas fases de la cultura de la clase media argentina. Alguna vez se sintieron intrusos, alguna vez se sintieron invadidos, alguna vez se sintieron parte del mismo cuerpo social. Otro tanto podría leerse a partir del cine argentino y hasta de la televisión argentina, en el exiguo lapso de tres décadas. Aunque muy condicionada por el modelo dominante (las elites nativas y la influencia exterior), la clase media es el gran sintetizador, productor y reproductor de la cultura argentina.
RECUADRO DE CRÓNICA COTIDIANA
Tribulaciones de una ahorrista
Ella le creía al Gobierno y al plan económico. Por eso fue a comprar dólares. Ya no la iban a agarrar como en febrero, con el plazo fijo inmóvil en el banco y llorando la alocada danza del verde en las alturas. Qué derecho tenían, al fin y al cabo, a jugar con sus ahorros, con esos fondos que Ie permitían compensar una jubilación que da vergüenza y una obra social que –como dijo el interventor– está fundida.
Fue a la city, allí donde dicen que está el gobierno paralelo del país. Bancos, casas de cambio, agencias de turismo, arbolitos, financieras, corredores de bolsa, rematadores de hacienda. Un paraíso para el ahorrista.
O un infierno. La gente camina abstraída, en babia. Sólo tiene números en la cabeza. Mira las pizarras, las carteleras donde señores formales, de camisa y corbata, van cambiando los números. De un pequeño movimiento de la delicada mano de un señor formal, depende el sístole-diástole de otro señor formal que mira desde la calle. Por algo las ambulancias de “emergencia coronaria” están en la city. Palpitaciones, subas de presión arterial, bajas de presión arterial, desmayos y, todas las semanas, algún infarto.
Ella se detuvo en un quiosco de diarios: ¿Ambito financiero o El Cronista Comercial? ¿Cuál es mejor para el pequeño inversor (y la pequeña inversora)? Compró los dos. Parecía uno de esos burreros aficionados que van un día a Palermo y compran la rosa, la celeste, la verde y hasta Crónica y La Razón. No alcanzan a leer nada. Pierden, inexorablemente. “Pst, señora, ¿quiere comprar dólares?” le dice el quiosquero en voz baja. Lo que faltaba, un quiosquero-arbolito. “No, gracias”, dijo instintivamente la señora y se alejó.
Entró a tomar un café en La bicicleta. Oué justo, está en la city y se llama La bicicleta. Está bien puesto el café. Hay jóvenes de saco y corbata, seguramente empleados de las agencias, hay señores canosos con sobrias camperas y capello a cuadros. Ahorristas, como ella, perdón, pequeños inversores, como ella. Ouien diría. docente jubilada, ya abuela, tomando un café en la city.
Años enseñándoles a los chicos que el ahorro es la base de la fortuna; que el que guarda, tiene; que la moneda de un país es una divisa tanto o más importante que la bandera. Años contándoles a sus nietos el cuento de los tres chanchitos, elogiando al chanchito Práctico, que previendo las tormentas hizo su casa de ladrillos. No funcionó. Nada funcionó. Estaba equivocada, la fortuna es la base del ahorro; el que guarda, no tiene; la moneda del país se ha vuelto tanto o más insignificante que la bandera; al chanchito Práctico le entró la Ley 1.050 por la ventana, le sacaron la casa…
El mozo interrumpió sus cavilaciones. La señora pidió un cortado y comenzó a ojear los diarios financieros. “¿Hay remonetización o exceso de emisión?”, “La incertidumbre sobre la crisis en Lituania hizo descender el dólar en Londres y Nueva York”, “Cotización de títulos en los Estados Unidos”, “La Bolsa del mundo”, “¿Bavis o Bonos Conea?”. El mozo-arbolito. Quién lo hubiera dicho, con el chaleco bordó y esa pinta de camarero vienés. “Bueno, gracias”, contestó cortésmente.
¿Seré tan rara? ¿No habrá pequeñas inversoras en la city? ¿Cómo se dan cuenta de que quiero comprar dólares? La señora recordó las advertencias de su hijo: “Mamá, no te despegues de la cartera, que hay muchos descuidistas. No le compres dólares a cualquiera. Te dan un punto más, pero pueden ser falsos y no hay donde reclamar. Mejor andá al banco, o a una casa de cambios. Cuando hayas comprado, tomate un taxi y andá a casa. No tomes el taxi ahí nomás, esos son peligrosos…”
Sería más seguro hacer un depósito en el banco, en dólares. No, mejor no, a ver si se les ocurre congelar las cuentas y otra vez se quedan con mi plata. Además, no es tanta plata. Yo no puedo hacer lo que hizo el hermano del Presidente, que llevó dólares al Uruguay. Dicen que lo desmintió. Debe ser cierto. Si una piensa lo contrario de lo que dicen, siempre acierta. ¡Tendría que haber entendido al ministro aquella vez! Lo que él quería decir era el que apuesta al dólar, gana. Tarde para lamentarse. Pero no me van a agarrar otra vez.
Pagó el café, acomodó los diarios en la cartera, (“¿Habrán visto dónde tengo el dinero?”), y salió con paso rápido hacia la primera casa de cambio. Entró en una donde había mucha gente (“Por algo será que hay mucha gente, esa regla no falla”). Se puso en la desordenada cola que se apretaba contra el mostrador y esperó su turno. Su turno no llegaba nunca; por el costado se metían una suerte de arbolitos (para-arbolitos) que llamaban en voz alta a los que atendían el mostrador. “¡Jorge, te encargo quinientos!”, “¡Miguel, acá el señor tiene pesos chilenos!”.
Estaba como abombada. Cuando la atendieron solo acertó a decir “dólares”. “¿Cuántos?”. Sacó el pequeño fajo de australes, todavía con el sello del banco, y se lo dio al empleado. Sin inmutarse, el empleado rompió la faja de papel y pasó los billetes dos veces por la máquina contadora. “Por este número la van a llamar, señora”. Se retiró un poco del mostrador y miró las pizarras. El dólar había bajado hasta los cinco mil, era un buen momento para comprar. En una semana, de seguir las cosas así, iba a tener una pequeña fortuna, iba a poder ayudar a los chicos, iba a poder hacer un buen regalo a los nietoos.
Le vinieron a la mente historias de ahorristas. El abuelo gallego que guaraba los pesos en un frasco, debajo de una baldosa; los tanos que los escondían bajo el cotín del colchón; su madre, administrando el sueldo de su padre, guardando siempre un resto “por lo que pudiera pasar” en un paquete de yerba; ella misma, pegando estampillas en las libretas de la Caja Nacional de Ahorro Postal, haciendo una inversión para el futuro. Altri tempi.
Cuando cantaron su número se acercó rápido al mostrador. En un sobre le entregaron unos pocos billetes verdes, algunos australes, chirolas de diferencia y la boleta de compra. Salió a la calle y fue caminando despacio hasta la Avenida de Mayo. Tomó un subte y regresó a su casa.
No pasaron ni siete días cuando el empleado de la casa de cambios vio llegar nuevamente a esa señora que había comprado dólares sin contarlos. “Buenos días, vengo a vender”. El empleado tomó el sobre con billetes verdes y la boleta de compra. “Está cuatro mil seiscientoos, señora”. “Sí, sí, no importa, necesito el dinero”.
La señora se marchó a su casa pensando en el hermano del Presidente, en el Presidente y en la madre del Presidente. Su experiencia como pequeña inversora le había dejado, a sus años, una nueva lección: los pobres, hasta cuando apuestan al dólar pierden.